Intervención de Javier Lecumberri

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Si hace 40 años, alguien les dice a Paco Álava, Fernando Pérez Sola, Alberto
Tantos, Francisco Simón, Antonio Bueno, Javier Monzón, Ángel Montes, Juan
Satrústegui, Pachús Aranda, Joaquina Burgaleta…, en aquella reunión clandestina en la que,
con el entusiasmo propio de los chavales que eran, estaban refundando, aquí, en Tudela, la
Unión General de Trabajadores, que cuatro décadas después y en plena democracia íbamos a
tener que salir a defender el sindicalismo y la libertad sindical, se hubieran echado las manos a
la cabeza.
Pero hemos tenido que hacerlo. Y no sólo nosotros, sino gentes en cierto modo ajenas al
movimiento sindical, decenas de catedráticos de derecho, economía, historia, sociología,
profesores universitarios, hombres y mujeres de la cultura, periodistas, ciudadanos ilustres y
no tanto, que se rebelan contra la feroz campaña desatada por la derecha económica, política
y mediática para derrumbar el último muro de contención frente al tsunami neoliberal: los
sindicatos y, muy particularmente, la UGT.
Sí, es paradójico celebrar en este clima de linchamiento antisindical aquella bocanada de aire
fresco que significó la reunión fundacional de Tudela, que, como el último discurso al pueblo
chileno de Salvador Allende, pronunciado aquel inolvidable 11 de septiembre de 1973, sólo
ocho meses antes, anunciaba que, mucho más temprano que tarde, se iban a abrir también en
en España las grandes alamedas por donde pasase el hombre libre, para construir una
sociedad mejor.
Pero en esas andamos, aunque parezca increíble. Eso sí, con una notable diferencia. Que aquel
puñado de compañeros y compañeras, algunos de los cuales hoy están aquí, siguen aquí, junto
a nosotros, luchaban por conquistar la libertad sindical bajo el yugo de la dictadura franquista
y nosotros luchamos por defender el sindicalismo y el trabajo sindical honesto de cientos de
miles de sindicalistas en un país afortunadamente libre y democrático, en muy buena parte
gracias a su compromiso sin límites, a su entrega, a su sacrificio y a su pelea.
Va por vosotros, compañeros y compañeras. Gracias de todo corazón y en nombre de toda la
Unión General de Trabajadores por haber abierto en Tudela, en Navarra y en España las
grandes alamedas de la libertad.
Fuisteis los primeros de esta última etapa de nuestra historia. Pero antes de vosotros hubo
otros ugetistas que nos marcaron el camino y de los que recogisteis el testigo que hoy
llevamos.
El pasado 14 de abril, con motivo del aniversario de la proclamación de la II República
española, homenajeamos junto a los compañeros del Partido Socialista a Gregorio Angulo,
cantero tafallés y obrero consciente, como lo definió el historiador Ángel García Sanz, que
supo ver en la unión de fuerzas de los más desfavorecidos el camino de la emancipación social
y participó activamente en la creación de las dos principales herramientas que ha tenido la
clase obrera en Navarra para defender sus derechos y legítimos intereses, el Partido Socialista
y la Unión General de Trabajadores.
Su compromiso político como socialista y su compromiso de clase como ugetista
los pagó con su vida en las proximidades de Ibero, abatido por las balas de la
intransigencia fascista.
En aquel sencillo y emotivo acto en el zaguán del Ayuntamiento de Pamplona, del que fue
concejal, quise aprovechar la ocasión para reivindicar la memoria y la reparación históricas. Y
hoy, aquí, en Tudela, quiero reiterar esa reivindicación.
Hundimos nuestras raíces en lo más heroico de la historia de lucha de la clase obrera. Por eso,
un sindicato como la UGT, con esa gran historia, tan heroica como dilatada en el tiempo, tiene
que ser un sindicato con una gran memoria.
Cerca de 1.300 de las más de 3.000 personas asesinadas tras el golpe del 18 de julio de 1936
en Navarra fueron dirigentes, cuadros y afiliados a la Unión General de Trabajadores.
Prácticamente, el 10% del total de miembros de nuestra organización fue pasado por las armas
de la forma más cobarde y miserable, y sus familias sometidas a todo tipo de humillaciones.
En mi opinión, memoria y reparación forman parte de la misma idea.
Recordar la gesta de aquellas gentes, de nuestras gentes; reparar su buen nombre, tantas
veces manipulado y manoseado con fines de ocultación y enmascaramiento; buscar sus restos
mortales para darles un digno enterramiento y poner fin al sufrimiento de sus familiares, son
obligaciones ineludibles para un Estado democrático como el nuestro.
Y junto a ello, quiero reafirmar nuestro compromiso militante con sus ideales, que tratamos de
hacerlos realidad día a día hasta donde sea posible.
Y os voy a decir algo más.
Creo sinceramente que es un tributo suficiente como para exigir que se trate a esta
organización con el respeto que se merece.
Y me refiero a las esferas del poder democrático, que son deudoras del sacrificio de aquellos
luchadores a quienes arrebataron la vida en un acto genocida, por defender la libertad que hoy
disfrutamos y la justicia social, que todavía no hemos logrado con la plenitud que anhelamos y
por la que todavía seguimos peleando.
Pero apunto también al entramado mediático reaccionario, al servicio de los poderes fácticos,
que lejos de informar, manipula y falsea diariamente la realidad, especialmente nuestra
realidad, tratando de acabar con la UGT. Y digo tratando, porque si no lo consiguieron a tiros,
menos lo va a lograr a golpe de titular.
Y, por supuesto, señalo a quienes desde el propio campo sindical, aunque sacrifiquen los
intereses de los trabajadores a su estrategia nacionalista, sin poder esgrimir ni de lejos el
historial de generosidad y entrega de aquellos ugetistas, pretenden darnos lecciones de lucha
obrera, y a falta de razones, recurren al insulto burdo, a la descalificación gratuita e incluso a la
agresión, para ocultar su inoperancia, su falta de ideas y su absoluta carencia de alternativas
reales.
Ya en la República nos atacaban los mismos. Los adinerados, los dueños del
capital y de la mayor parte de los medios de comunicación de la época, los
sindicalistas de sacristía, los reaccionarios de todo tipo y condición.
Por tanto, el ataque a la clase obrera consciente y organizada no es nuevo. Pero deberíamos
aprender de la historia. Aquello acabó en un trágico baño de sangre en el que se ahogó la
democracia. Algunos pretenden hoy el mismo objetivo. Eso sí, por medios menos criminales y
con discursos más sutiles. Porque extirpar del Estado democrático su naturaleza social, es
reducir la democracia a un mero formalismo sin contenido profundo alguno.
Saben que la columna vertebral del Estado social somos los sindicatos. De ahí que pretendan
acabar con nosotros de raíz o, al menos, aislarnos en un gueto, privándonos de nuestra fuerza
e influencia para transformar la sociedad.
Pero sin su componente social y con la fuerza del trabajo condenada a la marginalidad y al
ostracismo, la democracia dejará de ser tal, para volver a su estadio anterior, a un sistema
oligárquico, al gobierno de la minoría que posee la riqueza e impone su voluntad sin
contrapoder alguno a la mayoría social que conformamos los trabajadores y los sectores
sociales más débiles.
Por ahí van las reformas legislativas y los recortes sociales que estamos sufriendo. La reforma
laboral, los intentos privatizadores de los servicios públicos, la eliminación de la red de
protección social, la contrarreforma fiscal, el debilitamiento constante de nuestro sistema de
bienestar, el desmontaje del Estado social, el adelgazamiento del Estado que propugnan los
neoliberales, recurriendo a términos eufemísticos y de ocultación.
Quieren acabar con décadas de progreso social y para ello necesitan primero acabar con los
sindicatos.
No lo decimos nosotros, lo dice el manifiesto suscrito por más de un centenar de catedráticos
universitarios en defensa de la actividad sindical y de la UGT:
“El progreso social no es posible ni comprensible sin los sindicatos. Prácticamente ninguno de
los derechos sociales más básicos de los que hoy disfrutamos en España y en los países de
nuestro entorno, y que nos parecen tan naturales como si siempre hubieran existido, hace
poco más de medio siglo en realidad no habían aparecido. Su nacimiento como tales se debe
esencialmente al esfuerzo continuado y tenaz de las organizaciones sindicales”.
“Las pruebas ponen de manifiesto que en los países donde hay sindicatos fuertes y bien
implantados las desigualdades sociales son menores. Y en estos países, también la economía
ha progresado más y se ha hecho más eficiente y productiva, dando lugar a mayores niveles de
empleo”.
Hay cosas evidentes. Y en sindicalismo no debería necesitar abogados defensores. Pero
también parecían evidentes los valores culturales y cívicos del pueblo alemán, y buena parte
de él fue seducido por el terrorífico e irracional discurso del nazismo.
No hay que rendirse a la evidencia. Hay que seguir luchando para defender con
firmeza nuestros derechos e intereses. Para defender nuestras herramientas de
lucha, y la organización sindical es la primera y la más importante.
A la UGT no le basta tener una historia heroica detrás. No le basta el sacrificio y el compromiso
sin límites demostrado por centenares de miles de hombres y mujeres durante todo el siglo
XX.
La UGT necesita que nosotros, los trabajadores y trabajadoras del siglo XXI, reafirmemos
nuestro compromiso de clase, nuestro compromiso con la libertad, la democracia, la igualdad y
la justicia social.
Y todo eso es lo que estamos haciendo hoy en Tudela. Decir alto y claro a toda la sociedad que
no nos rendimos ni nos rendiremos nunca. Que seguiremos luchando para que los sueños de
todas las generaciones de trabajadores y de ugetistas que nos precedieron estén cada vez más
cerca de hacerse realidad.
Que, como dice aquel eslogan que hizo célebre la revolución de los claveles en Portugal, de la
que también acaban de cumplirse 40 años: El pueblo unido jamás será vencido.
Parafraseando a un ex Secretario General de la ONU, que salía en defensa de una institución
tantas veces puesta en entredicho, os digo que con la UGT, tal vez no consigamos hacer de la
tierra el paraíso, esa bella utopía que recogen las estrofas de nuestro himno, la Internacional.
Pero seguro que evitaremos el infierno neoliberal al que pretenden condenar a la clase
trabajadora los actuales dueños del mundo.
VIVA LA UGT
VIVA LA CLASE OBRERA
VIVA EL PRIMERO DE MAYO
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