PEÑA RASPUTÍN. COMIENZOS, HISTORIA Y ACTUALIDAD. Corría el verano del 93, en una de esas tardes de julio en las que la calor aprieta y aún es pronto para jugar al frontón, hacer alguna excursión en bici o.... qué cojones, cualquier cosa en general, la garvana es la garvana. Allí estábamos cuatro o cinco de los fijos de por aquel entonces a esas horas, haciendo nada, que era lo más normal a esas horas del día, ya que, a parte del estado de letargo ya comentado, propio de esos horarios, el Tour ya había acabado y aún no sentíamos la imperiosa necesidad que se va adquiriendo con la edad (teníamos 16-18 años) de echar la siesta, ni tampoco costumbre –ni, sobre todo, “solvencia económica”– para ir al bar a echar la partida. El Corralón era, a esas horas, el habitual lugar de reunión, en el que planificábamos la tarde, nos resguardábamos del calor, caía algún que otro cigarro (a esas edades aún había que esconderse) o se dejaba pasar el tiempo hasta el momento en que se retornaba la jornada laboral para algunos (ir a heno). Pues bien, fue, como digo, una de esas tardes, en una de aquellas conversaciones, cuando surgió la idea de hacer una Peña. La idea en principio era buena, a todos nos pareció que se podía llevar a cabo y que, además del dinero en bebida que nos íbamos a ahorrar, oiríamos la música que quisiéramos y seríamos nosotros mismos quienes decidiríamos a qué hora y cómo acabaría “la fiesta”. Aquello fue el “boom”, estábamos todos como locos con la idea, así que comenzamos a planificar historias, a barajar posibles locales, y a ver quienes éramos los que "íbamos a entrar". Lo primero y principal era dar con un local, y, aunque resulte raro, fue lo más fácil. Al primero al que preguntamos fue a Crece, quien había comprado la casilla que es ahora su casa, y no dudó ni un momento en cedérnosla cuando le contamos nuestros planes. Lo siguiente era “adquirir” mobiliario y adecentar lo que ya era nuestro local. La verdad es que nadie se escaqueó, y desde el primero al último colaboramos en la limpieza de la casilla, en su decoración y en la confección del mobiliario. Quien no traía una nevera vieja de su casa, traía unas sillas o unas mesas. Los preparativos hacían honor a la ilusión que todos poníamos en la historia, nadie se escaqueaba, todos arrimábamos el hombro y el resultado fue espectacular: aquella casilla quedó como una patena, con sus asientos, su decoración, sus luces y, por supuesto, su barra. Ya sólo nos quedaba el otro asunto capital: el “alpiste”. Así pues, el día 13 de agosto, Cañete y Miguel madrugaron –algo impensable en verano–, cogieron "la tortuga ligera" (el 127 que tenía antes Lucio) y echaron el día entero en Ávila comparando precios en absolutamente todos los supermercados (la economía no andaba boyante en ninguno de nuestros bolsillos) antes de adquirir nada. Una verdadera paliza. No sé de dónde sacó aquel maravilloso coche los cojones sufientes para subir el puerto de Menga, pero el caso es que lo hizo (por cierto, descubrimos que la primera marcha servía para otras cosas que para arrancar...). Las edades de por aquel entonces eran muy próximas, recuerdo que el Colombiano era el mayor (estaba haciendo la mili), y el menor tendría 16 ó 17 años. Éramos Chema, el Colombiano, Miguel, Cañete, Palote, Luis el Pies, Paco, Jorge Gran Hermano, Luis Alberto, el Toci, Rafa, Óscar, Antonio y Alberto, el Nene, Pinchetón, Mario, Dani, Esther, Maite, Silvia, Maripaz, María y alguno más que se me olvide (porque paso de andar pensando más, el que se me olvide que me perdone). La siguiente generación, de un par de años menos (Fernandito, Miniño, Juanjo Tropel, Pistolas, Tomi, el Canario, los Cañetes pequeños, etc, etc.), hicieron su propia peña, llamada Peña el Nardo, en la casilla de Fabián, y las relaciones entre las dos peñas eran fenomenales. Al año siguiente las dos nos fusionamos en una, ocupando su local (Crece ya se había hecho la casa). Los nervios de la inauguración se palpaban en toda la plaza. Quedamos en que sólo estaríamos en la Peña en los descansos, para evitar que la plaza se quedase desierta, y creo que en la historia de las fiestas de Cepeda no ha habido grupo que haya tocado tanto tiempo seguido como el de aquel 15 de agosto, o al menos a nosotros así nos lo pareció. Tampoco creo que en toda la historia de las verbenas se celebrase tanto un descanso como aquel día en Cepeda. Sobra decir que las monas de aquel día bien pudiesen haber entrado en el Guiness de los Records, pero bueno, por respeto “profesional” omitiremos dar nombres (y la lista fue bastante extensa) y hablar del tema. En el primer descanso del día 15 la Peña Rasputín fue inaugurada a lo grande. Me parece que sólo compramos Bacardí (muchas botellas) y DYC (sólo una). Las chicas se nos echaron encima y al año siguiente tuvimos que adquirir un montón de golosinas tipo Licor 43, Cointreau, etc., etc. Los gustos han ido cambiando, tanto en los tipos de bebida (ahora mucho más güisqui) como en las marcas (ahora está de moda el Cacique y otros rones oscuros, ya quedan pocos de los “auténticos bebedores de ron", –como dice Paco, que es de los pocos fieles al Bacardí–). Año tras año hemos ido cambiando de sede, o lo que es lo mismo, limpiando y acondicionando casillas (la de Fabián, la de Antonio el Navaloso, la de Antonio Alpadisa...) hasta que en la de Fernandito parece ser que nos hemos asentado los últimos años. En lo que respecta a la afluencia, tanto de socios como de invitados, tal vez los años de mayor auge fueran los de 1997 y 1998. Incluso tuvimos el honor de presentar en nuestra sede (por aquel entonces era el garaje de Antonio Alpadisa) en concierto a “Grieta”, un grupo de Ciudad Real al que “pagamos” en especie (gasolina, bebida y comida) y que nos amenizó una noche inolvidable. Muchas han sido las altas (normalmente de “nuevas generaciones”, absorbiendo también a la mítica Peña Tomatosis), pero también las bajas. En la actualidad estamos socialmente un pelín “de capa caída”, pero bueno, no es un hecho aislado que afecte en particular a la Peña Rasputín, sino que es un fenómeno general en el que todo el pueblo se ve inmerso: la falta de “veraneantes” (por no hablar de la población invernal). Si bien el turismo rural está hoy en día en pleno auge a nivel regional, en Cepeda cada año somos menos, y no ya sólo en invierno –que, si bien es algo que puede considerarse “normal”, no deja de ser triste– sino en cualquier fin de semana, puente, Semana Santa, Navidad, etc., e, incluso, en verano. Muchos son los ejemplos de jóvenes han dejado de venir habitualmente, y muchísimos los de aquellos que ya es difícil que vuelvan. Tal vez sea porque personalmente me siento orgullosísimo de mi pueblo, de su gente, de su cultura, de su paisaje, de mi familia y de mis amigos por lo que no concibo el hecho de renegar de las raíces y/o los amigos. Pero bueno, todo es respetable, por supuesto. No obstante, este año de 2008 hemos acometido una empresa importante que puede que haga que las visitas de los Rasputines a Cepeda sean más asiduas: la adquisición de un local para que sea la sede ininterrumpida de la Peña durante todo el año. La acepción por parte de los socios ha sido espectacular, y casi todos estamos de acuerdo en ponernos manos a la obra. Así que en breve adecentaremos el local que hemos adquirido y que será “nuestra casa”, la cual compartiremos de sumo grado con el resto de peñas y con todo aquel que quiera pasar un buen rato. Pocas cosas tengo claras en la vida, pero una de ellas es que mientras las transaminasas y el colesterol nos lo sigan permitiendo, los AUTÉNTICOS RASPUTINES seguiremos dando guerra. AÚPA RASPUTÍN!!!