En la misma senda Fue con motivo de los noventa años: pidió que le prestaran atención y los sorprendió con un discurso; precisamente él, un hombre de pocas palabras. Entonces leyó: “En los próximos días será mi cumpleaños y quise celebrar con toda mi familia. Junto a Maruja, mi esposa, hemos recorrido largos caminos y tiempos muy buenos y otros no tanto. Ella ha sido siempre mi compañera. Como buen viejo, puedo decir con conocimiento de causa que en las últimas décadas el mundo se ha desarrollado una enormidad, científica y tecnológicamente. Podemos mencionar la electrónica, la atomística, la biología, como algunos de los campos que más avanzaron. Pero también me he dado cuenta que cosas tan importantes como los valores, humanos y éticos, han quedado muy postergados. Entonces, esos grandes conocimientos encuentran al hombre sin preparación para usarlos correctamente. Quisiera dejarles mi mensaje: prepárense para ser buenos ciudadanos y muy ilustrados; pero, a la vez, sean buenas personas. Sólo eso…: buenas personas con todos. Y esto, no sólo un día, sino otro y otro y otro… hasta llegar a los 90 años. Quizás en ese momento llegaremos a APRENDER A VIVIR. Un beso para todos”. Hermann Gründel nació y vivió en la misma casa donde falleció. Hijo único y tardío de padre alemán, que nunca llegó a hablar bien el español, y madre lavandera-niñera-empleada doméstica y analfabeta. Fue ella quien le inculcó la necesidad del estudio para salir adelante. Ella logró que, concluida la primaria en la escuela pública, los salesianos lo aceptaran en el liceo del Pío. Nunca se alejó de ellos. En julio de 1930, como premio por los “deberes de vacaciones”, fue invitado al partido inaugural del Estadio Centenario: Uruguay-Perú, y el golazo del Manco Castro. Para algunos, ésa fue su mejor experiencia liceal; en cambio, él guardó otros tesoros: sus mejores amigos y para siempre, y el cariño por el P. Juan Bonmesadri, su profesor de química, referente de toda su vida y quizás inspirador y modelo de su vocación profesional. Los años siguientes fueron de Preparatorios y Facultad de Química en combinación con la Acción Católica. Entre los matraces y el apostolado, Hermann encontró a Mercedes Miquelarena, Maruja. Noviazgo, boda, cinco hijos, y una nube de nietos y bisnietos. “Anclados” en Colón, cuando al P. Bonmesadri lo encargaron de la nueva parroquia creada sobre Garzón, Hermann y Maruja se convirtieron en puntales de la comunidad. Desde entonces, los sucesivos sacerdotes al frente de la Parroquia contaban con él, para cualquier cosa… menos para discursos. No sólo con él; con ellos, con todos ellos: los padres, los hijos, y los nietos –porque los bisnietos todavía son pequeños. Como si toda la herencia que Hermann y Maruja les legaran hubiera sido: estudio, trabajo, exigencia, vida de fe y parroquia… Este “buen cristiano” quiso aplicar sus principios de fe en la vida laboral. Encontró “camaradas” en la Acción Católica y formó con ellos una empresa: “Un grupo de seis profesionales emprendedores quisimos demostrar que era posible aplicar la Doctrina Social de la Iglesia con justicia y produciendo bienes económicos... Para nosotros, los trabajadores son colaboradores de un beneficio común de riquezas humanas y económicas.” Y uno de sus socios narraba: “El área de producción estaba a cargo del Ing. Quim. Grundel. Era un hombre de autoexigencia laboral sin límites. Formado en una gran disciplina espiritual, su persona emana algo de festividad ascética. Sus improvisaciones, de un lenguaje llano y giros expresivos ocurrentes, poseen una gran riqueza de transmisión de valores. Él hizo del trabajo su ofrenda personal. Sus palabras: ‘Para mí el trabajo era oración’; ‘la fábrica era una forma de realización personal’; ‘para mí no había sacrificios; sufría muchas veces, pero me sentía con gusto, con fervor en la fábrica’; ‘trabajábamos mucho, muchísimo, con un permanente deseo de capacitarnos y creyendo fervientemente en una economía humana y social’. Dos conceptos básicos demuestran su concepción de vida y su espíritu empresarial: ‘Si yo no hubiera sido así, habría cometido pecado de omisión, que es tan grave como el cometido a voluntad’. ‘Con hombres capaces y honestos con hábitos de trabajo, se consigue capital y tecnología’.” Otro testigo de la dedicación de Hermann a la parroquia, Mons. Collazzi, comenta: “Recuerdo el cariño que puso para que una calle de Colón se llamara P. Juan Bonmesadri. ¡Y todo lo que se movió por los 30 años de la Parroquia…! ¡Y cómo me acompañó en la mediación del conflicto de Nordex!”. Una anécdota, confiada por un hijo suyo: “Cuando el año pasado retomamos, a partir de Aparecida, la Misión en la parroquia, en una casa, una viejita me dijo: ‘Hace muchos años estuvo tu padre haciendo misión por este barrio’. Nació el 25 de julio de 1917, falleció el 17 de julio de 2008. Siempre en la misma casa, siempre en la misma senda…