CARPETA LA PASION SEGÚN CUASIMODO LA PASIÓN SEGÚN CUASIMODO Cada año, después de Semana Santa, las cofradías Cuasimodistas preparan sus vestuarios, adornan sus caballos y recorren las calles para entregar el cuerpo de Cristo a los enfermos que lo necesiten. Es una tradición única en el mundo y vigente desde los lejanos tiempos de la colonia. ``Quasi modo geniti infantes...´´. ``Como niños recién nacidos, ya con uso de razón y sin falta, busquen ansiosamente la leche espiritual´´, dice el texto en latín de la antífona introductoria del texto litúrgico de la misa correspondiente al domingo siguiente al de Pascua de Resurrección. De allí surge el nombre de la fiesta de Cuasimodo que se realiza en diversos pueblos de la región de Santiago de Chile celebración única en el mundo católico. El Evangelio de ese domingo narra el encuentro de Cristo resucitado con dos discípulos del poblado de Emaús, quienes no lo reconocen hasta que sentándose juntos a comer, lo identifican por su manera de partir el pan. El misterio de la Eucaristía, central de la liturgia católica, adquiere una particular relevancia en el domingo de Cuasimodo. En ella, se hizo costumbre que ese domingo el sacerdote lleve la comunión a los enfermos. Así, los que están limpios de sus culpas por el sacramento de la penitencia, se preparan para recibir el pan celestial como instrumento de salvación. Ese día, la celebración se inicia a las 7 de la mañana con una eucaristía en la cual se consagran las hostias que serán ofrecidas a los enfermos. Se realiza una liturgia de envío y se da a conocer el recorrido que efectuará el grupo por los hogares de enfermos y ancianos que han solicitado la comunión con antelación. El recorrido lo abre la Cruz Procesional llevada por dos huasos. Luego vienen los ciclistas engalanados y más atrás se ubica la escolta formada por seis u ocho huasos que portan banderas chilenas y papales. Luego aparece desplegado y rampante el estandarte de la Cofradía del Cuasimodo escoltado por dos huasos. Otro porta la tradicional campana que anuncia la llegada del señor, mientras un cuarto lleva una cruz pequeña. Inmediatamente después le sigue el coche en el cual va el Santísimo, generalmente un vehículo de antiguo modelo tirado por caballos y escoltado por cuatro cuasimodistas con banderas papales y chilenas. En su interior, va el sacerdote con un ministro de comunión y un cuasimodista vestido de huaso, encargado de guiar a la comitiva y guiar el palio. En la comuna de Renca, detrás de la comitiva se sitúa el resto de la caravana que se compone de alrededor de 250 ciclistas, 100 huasos, 45 carretoneros, 20 autos, 4 o 5 camiones y una banda escolar de treinta niños. Al partir la comitiva, los huasos se lanzan al galope en pos de ella, por esto recibió el nombre coloquial de correr a Cristo. LA FE DESCUBRE EL COLOR Esta singularidad dentro del homogéneo universo de las prácticas judeo−cristianas en el mundo occidental, contrasta con sus inciertos inicios como fiesta religiosa popular. Se creía que ya se realizaba en los tiempos de la colonia como un intento de conciliar la inseguridad en los caminos rurales, con el cumplimiento de los mandatos de la Iglesia. En aquellos tiempos, las comunicaciones terrestres eran inseguras, por la irrupción de 1 los bandidos que dominaban los campos, y al mismo tiempo, la preocupación de las gentes por la salvación personal dentro de la Iglesia era muy intensa. Se trataba de cumplir a toda costa con la frecuencia de los sacramentos de la confesión y comunión. Para facilitar el acceso a estos sacramentos a aquellas personas que se encontraban enfermas, y sobretodo después del Domingo de Resurrección, el sacerdote los iba a confesar a su hogar y les llevaba la comunión, acompañado de un grupo de jinetes que lo protegían de cualquier asalto contra los objetos sagrados. Poco a poco la comitiva se fue ampliando y tomando un significado más simbólico que protector. Este habría sido el nacimiento de lo que hoy en día constituye la fiesta de Cuasimodo. El sentimiento religioso, la magnificencia y el jolgorio con que los chilenos, especialmente en los campos y en la periferia urbana de las grandes ciudades, celebran sus festividades, constituyen una muestra del complejo mosaico que representa la conformación cultural del pueblo chileno. En sus manifestaciones se han incorporado, sobre una base indígena mapuche, rasgos de la tradición quechua y de la cultura hispánica, pasando del Viejo Mundo a América casi todas las costumbres y fiestas folklórico−religiosas. En cada pequeña localidad del país, las comunidades mantienen sus tradiciones. La conservación de estas fiestas se explica por la gratitud arraigada en el alma popular hacia la divinidad, cuyos dones han recibido. La fiesta de Cuasimodo se enmarca dentro de las innumerables manifestaciones de religiosidad popular en celebraciones religiosas católicas: las procesiones de sangre y del Pelícano (la última en Quillota), y la quema de Judas para semana santa, la fiesta de la cruz de Mayo, la de Corpus Christi, la de San Pedro, de La Tirana y otras. Todas estas manifestaciones tienen en común la participación entusiasta y activa del pueblo. En contraste con las celebraciones de Semana Santa, donde las procesiones se caracterizan por su austeridad, silencio, colores oscuros y lúgubres, abundando en penitentes llevando velos negros y dándose de azotes en la espalda hasta sangrar, estas fiestas se destacan por su colorido y festivo carácter. Cuasimodo se enmarca dentro de este ambiente festivo. Su mensaje es comunicar la noticia a los enfermos ``que Cristo ha vencido a la muerte y ha sido resucitado por el Padre". Alrededor de este anuncio se ha ido creando una comunidad, las cofradías cuasimodistas, de modo que la fiesta ha llegado a ser comunión y anuncio. A diferencia de Semana Santa, la fiesta de Cuasimodo se caracterizaba por su sonajera, por su estruendo y olor a pólvora. Antaño, en tiempos de ruralidad, el Santísimo se llevaba en coche cubierto de tules y flores blancas, al que seguían carretas y carretones repletos de devotos, en tanto que encabezaban la columna huasos montados luciendo sus vestimentas características con mantas multicolores y las cabezas cubiertas con pañuelos de tonos fuertes. Encabezando la procesión iba un huaso tocando una gran campana de mano para anunciar el paso del Sacramento de la Eucaristía que llevaba el cura párroco revestido en sus paramentos. Donde había enfermos, se colocaba junto a la puerta, en el camino, un pequeño altar y una bandera blanca. Así el sacerdote sabía que allí le esperaba uno de sus feligreses para que le administrara la comunión. El campanillero se detenía siempre tocándola y así lo hacía el tropel de jinetes que llegaban al galope disparando tiros de revólver, en una nube de polvo de la cual, al poco rato, emergía la silueta del coche y el párroco con la hostia sagrada. Mientras el enfermo recibía el sacramento, la comitiva bebía Chacolí o chicha servida en cacho. En otras partes no había enfermos y esta fiesta se convertía en una pantomima: se fingían los dolientes. En otros lugares, las visitas incluían hospitales, hospicios de huérfanos y ancianos, como aún se hace en Peñalolén. Una vez terminado el recorrido, al mediodía, el cura oficiaba una misa en el templo parroquial, al que asistían los que habían corrido a Cristo. ALGUNOS EXCESOS PRONTAMENTE SUBSANADOS A mediados del siglo pasado, pareció que la fiesta de Cuasimodo comenzó a perder el orden y la devoción propias de una fiesta religiosa. Mucha de la información que se tiene proviene de las crónicas policiales o de 2 artículos acusatorios de los abusos que se cometían en ella. Pero esto no es de extrañar, tratándose de una fiesta donde lo piadoso se mezcla con la algarabía y el jolgorio del momento. El periódico El Progreso de Santiago publicó en 1844 una nota en la que señalaba que ``un sacerdote animado de la piedad más ilustrada, nos ha transmitido por medio de algunas apuntaciones el conocimiento de ciertos abusos, que de tiempo inmemorial se perpetúan entre nosotros, y que llevan para cohonestar su inmoralidad, el sello de la costumbre. Esto es de una irreverencia tan brutal, que apenas pudiéramos contener nuestra indignación, si el hábito de verlo anualmente no quitase a estos espectáculos que tanto ajan la majestad del culto, toda la fealdad de que están revestidos´´. Para evitar problemas y acusaciones, el 2 de febrero de 1865, el Arzobispo de Santiago, Monseñor Rafael Valentín Valdivieso, fijó algunas normas por las cuales debía regirse la celebración de Cuasimodo. Entre ellas, llevar la Eucaristía a los enfermos que alcancen a recibirla entre siete y once de la mañana, y realizarla a pie, con el Santísimo Sacramento bajo el palio y los acompañantes con luces en las manos. Del mismo modo, el prelado describía algunos de los atropellos que se cometían en esta fiesta: ``Es verdad que anda gran gentío a acompañar la Santa Eucaristía, pero no todos van animados de un mismo espíritu, y no faltan quienes convierten en una algazara indecente la fiesta misma que se pretende solemnizar...El mal ha cundido, y en estos últimos tiempos ha llegado a propagarse en algunas parroquias de esta ciudad. Con motivo de salir los curas en carruaje para conducir la Santa Eucaristía a los que no la recibieron en la procesión de pie, acuden turbas tumultuosas que mezcladas con los que forman la comitiva devota, introducen en ella el desorden y la confusión, sustituyéndose no pocas veces a la recitación de preces devotas, por las más descompasadas e irreverentes vocerías...´´ Por otra parte, en los sectores rurales aledaños a Santiago, la procesión de Cuasimodo presentaba costumbres que diferían en parte a las urbanas, según lo advierte Luis Castro Donoso en su artículo de 1887, ``Correr a Cristo´´: ``...en un principio, el párroco salía también a caballo, lo mismo que los acompañantes; hoy día, con rarísima excepción, aquél sale en coche y éstos se mantienen en sus respectivos caballos. Pero esto sucede en las parroquias rurales en que las distancias son mucho más largas y en que propiamente existe el entusiasmo del pueblo para acompañar el Santísimo en ese día, saliendo en su caballo´´. ``...es entonces cuando nuestros huasos lucen sus mejores corceles, preparados con anticipación para que se encuentren en perfecto estado para dicha fiesta. Nuestros huasos, además de preparar sus cabalgaduras, se preparan ellos mismos, luciendo sus hermosos pañuelos de seda de los más variados colores, atados con cierta inimitable gracia sólo propia de ellos, a la cabeza, de manera que sujetos a ella por un fuerte nudo, lo restante flota al viento cuando emprenden su vertiginosa carrera´´. ``...es verdaderamente imponente ese acompañamiento de unos cuatrocientos y más huasos que piden más y más riendas, con sus caprichosas mantas y pañuelos de colores que imprimen al conjunto un algo de lo más fantástico y deslumbrador. A medida que nuestros huasos corren con velocidad asombrosa, disparan al aire los conocidos y populares voladores, especie de cohetes más grandes de los conocidos con este nombre y que forman el complemento necesario de las fiestas populares´´. En Talagante, cuya Parroquia de la Inmaculada Concepción se había fundado en 1824, se cree que hacia 1864, un grupo de amigos ``salió a acompañar al sacerdote que repartía la comunión a los enfermos en el campo, pues asolaban la comarca bandoleros como Federico Soto. Estos primeros cuasimodistas prestaban un coche cerrado al párroco, para que se protegiera de cualquier ataque´´. En Colina, la tradición oral de la zona consigna como mediados del siglo XIX la época de inicio de la celebración de Cuasimodo en esta región, ya que ´´antiguos jinetes que han corrido a Cristo por más de cincuenta años aseguran haber escuchado a sus padres y abuelos que participaban en la festividad´´. También 3 se dice que con las fiestas de Cuasimodo habrían desaparecido a principios del siglo XIX bandidos como ``el Ñato Eloy, el Torito y otros fascinerosos que asolaban el lugar´´. Colina es el único lugar donde todavía participan sólo jinetes. En las parroquias de la capital se realizaban paralelamente dos procesiones, una a pie o de palio, y otra en carruajes. La parroquia de Santa Ana, ubicada en el sector norponiente del centro de Santiago y la parroquia de San Isidro, del sector suroriente, eran los lugares donde comenzaban estas procesiones. Pero a comienzos del siglo XX, Cuasimodo fue apagándose en los sectores urbanos y relegándose a los barrios más alejados del centro de Santiago. Al parecer, en la década del treinta se realizó el último Cuasimodo a pie en Santiago. En el curso de los años se fueron agregando a la procesión ciclistas y mujeres. En Talagante y Colina ya se podían ver mujeres cuasimodistas en la década de los sesenta. Paulatinamente, como signo de los tiempos modernos, junto a los jinetes vestidos a la vieja usanza, se fueron incorporando carretas, cabritas, camiones con altoparlantes, automóviles, camionetas y bicicletas con sus rayos ornamentados con cintas de colores. HACIA EL NUEVO SIGLO En la década de los noventa, Cuasimodo resurge con nuevos bríos. Hoy se ``corre a Cristo´´ en más de 90 lugares a lo largo del país. Sin embargo, por su origen y mayor concentración, sigue siendo típica de las comunas periféricas del Gran Santiago: Renca, Talagante, Colina, Lampa, Batuco, Quilicura, Malloco, Conchalí, Huechuraba, Quinta Normal, Maipú, Padre Hurtado, Isla de Maipo, Melipilla; así como de localidades de la quinta región: Los Andes, San Felipe, Calera, Valparaíso, Reñaca Alto y Quintero. El entusiasmo de los Cuasimodistas ha sido tal que en 1996, en la Iglesia de la Recoleta Domínica de Santiago se reanudaron las procesiones a pie. Incluso su propagación ha llegado al norte del país, a Iquique y Poconchile. En la capital de la primera región, se corre a Cristo con un sólo caballo y sus participantes son conocidos como los locos de Cristo. La indumentaria, en tanto, ha ido cambiando de acuerdo con los usos y la imaginación de cada cuasimodista. Desde un comienzo se utilizó el pañuelo coloreado para proteger la cabeza de la polvareda y el calor. Con los años, cada uno fue confeccionando sus propios pañuelos con motivos o colores religiosos. Es así como hoy se los ve con atuendos que les cubren la cabeza y que les da un aspecto de moros, llevando en la mano la bandera chilena con el asta afirmada en el estribo. Un rasgo singular de la actual fiesta de Cuasimodo, es que sus participantes han adquirido una apariencia distintiva se gún la zona de origen. Así también, algunos de ellos están organizados en grupos de trabajo que comienzan a operar hasta un mes antes de la celebración. Pero la gran mayoría, al igual que en otras expresiones de religiosidad popular, participan sólo para las celebraciones, y muchas veces, se integran espontáneamente el día domingo en cuestión. Como lo señala Oreste Plath, ``ayer, como hoy, el pueblo abandona sus preocupaciones y deja rodar su alegría y su fe´´. 4