“Si un signo no se usa, entonces no tiene significado” (3

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Milton Laufer - Borrador
Paradojas y escaleras
“Si un signo no se usa, entonces no tiene significado”
En el caso de que a alguien versado en las prácticas filosóficas le afirmaran que esta
frase pertenece a Wittgenstein, inmediatamente la asociaría con su llamado “segundo”
período. Sin embargo, es la proposición 3.328 del Tractatus logico-philosophicus. Si bien
existe cierta tendencia a desdeñar la cuestión del uso del lenguaje en este momento de la
filosofía wittgensteiniana, cualquier comprensión medianamente acertada de las condiciones
establecidas para la significatividad dentro de dicha obra debe poder dar cuenta de
proposiciones como la citada, la cual es sólo un caso entre muchos. El propósito de este
trabajo es, precisamente, destacar el papel del uso del lenguaje que se postula en esta obra de
Wittgenstein, a través de su manifestación en los nombres, la forma lógica, los llamados
“conceptos formales” y la lógica misma; luego de esto, se establecerá la relación de los
mencionados “usos” con lo denominado “místico” en virtud de su vinculación con la doctrina
del mostrar, para finalmente, a partir de estas nociones, proponer una línea de lectura de la
obra, probablemente algo heterodoxa.
Según la semántica tractariana, para poder conocer el significado de un nombre,
debemos realizar “elucidaciones” (3.2621). Las “elucidaciones” son proposiciones en las
cuales el signo aparece con sentido. El modo en el cual se “conoce un nombre”, entonces, es
mediante el reconocimiento de sus usos con sentido (“para reconocer el símbolo en el signo
hay que atender a su uso con sentido” 3.326).
En el uso, también, se descubre la llamada “forma lógica”. Recordemos que en el
Tractatus, el lenguaje significativo se reduce a la mostración de hechos posibles, los cuales se
componen de objetos en determinadas configuraciones. La “forma” es definida como “la
posibilidad de su ocurrencia en estados de cosas” (2.0141), esto es, las posibilidades
combinatorias de un objeto. La forma espacial es la posibilidad de combinaciones espaciales;
la forma temporal, de combinaciones temporales. La forma lógica, por su parte, es ese
mínimo común denominador que debe compartir la configuración de los objetos de la
proposición, los signos, con la configuración de los objetos del hecho a representar. Dicho sea
de paso, vale aclarar que no existe la necesidad de un isomorfismo absoluto. Tan sólo los
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En todos los casos, Tractatus Logico-Philosophicus
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objetos de la proposición deben poder representar relaciones entre los objetos representados,
según alguna convención arbitraria. Es claro que no existe un isomorfismo completo si
comprendemos que las combinaciones significativas de los signos de la proposición pueden
ser menores en cantidad a las combinaciones posibles de los objetos que constituyen el hecho
representado; esto es, nuestra convención sígnica está orientada a representar ciertos aspectos
del hecho, pero no todos. Un ejemplo de esto, dado por el propio Wittgenstein aunque para
ilustrar otra cuestión, es la escritura fonética: nuestras capacidades fonológicas exceden
claramente las expresadas mediante las convenciones del alfabeto, pero una vez fijadas las
convenciones podemos usar este alfabeto para representar algunos aspectos de las
posibilidades articulatorias de nuestra voz. Retomando la forma lógica, ésta se expresa,
entonces, advirtiendo los usos en los cuales cada signo continúa representando un hecho
posible. Es relevante indicar aquí que esta relación con la forma lógica no se da sólo dentro
del ámbito de un simbolismo ideal, sino también en el lenguaje natural mismo: en sus usos
estándar (los usos en los cuales reconocemos que las palabras aciertan a representar hechos
posibles), las oraciones de nuestro lenguaje son perfectamente significativas y todo en ellas
está en perfecto orden lógico.
La
proposición,
por
su
parte,
es
la
expresión
de
un
pensamiento.
Pero el “pensamiento” aquí no es una entidad abstracta –el sentido- como en el caso fregeano.
La proposición es el uso de ciertos signos articulados, que Wittgenstein llama “signo
proposicional”, en ciertas combinaciones. Este uso se hace a través del método de la
proyección, según el cual articulamos los signos entre sí de modo tal que –según cierta forma
convencional de figuración- estos signos se comporten de un modo representativo con
respecto a los objetos constituyentes de un hecho, siendo éste último el “sentido” del signo
compuesto. Lo cual significa: que a cada una de las relaciones que queremos representar entre
los objetos del hecho le corresponda una relación arbitraria entre los signos de la proposición.
Así, si bien en el signo proposicional está contenida la posibilidad de representar ciertos
hechos, el sentido es dado a través del uso proyectivo que se hace de los signos de la
proposición.
Los llamados “conceptos formales” también se determinan mediante el uso: son
precisamente aquellos conceptos que no pueden ser usados con sentido para determinar si
algo cae o no bajo ellos, según la expresión fregeana. Ejemplos de estos conceptos son
“proposición”, “número”, “objeto”, “función”, “tipo”, etc. Tomemos por caso el
pseudoconcepto “proposición”: afirmar “ ‘el libro está sobre la mesa’ es una proposición” no
agrega nada a la oración que es mencionada. Puede ser útil ilustrar esta imposilidad según la
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metáfora pictórica: es posible representar un estado de cosas mediante una pintura, pero
¿cómo afirmo pictóricamente que esa pintura es una pintura?
Por otra parte, la lógica misma se articula en su uso. Las leyes lógicas buscadas por
Frege y Russell son la expresión de algo que se encuentra en la utilización de los signos
lógicos. El intento de establecer como ley “((pq)p)q” es superfluo: si comprendemos el
significado de los signos involucrados, esto es, cuál es su uso, entonces sabemos que “q” se
deduce de “(pq)p)” (6.126). Por otra parte, las proposiciones de la lógica -reducidas en el
Tractatus a tautologías- carecen de sentido: no representan hechos posibles. Sólo muestran la
armazón lógica del mundo.
En todos los casos mencionados, es justamente en el uso donde se establece el
reconocimiento de algo que sólo puede ser mostrado: “lo que no alcanza a expresarse en los
signos, es cosa que muestra su uso” (3.262). Es importante hacer notar que este “uso” al que
hago referencia no se reduce a un mero sintactismo: es más, es precisamente en el uso dónde
aparece la semántica de los términos, como los nombres. No es posible “decir” el significado
de un nombre: esto se muestra en las “elucidaciones”. Tampoco es posible “decir” cuál es la
forma lógica de una oración, la proposición “la ostenta” en su uso. El “sentido” de una
proposición, esto es, el estado de cosas que representa, es mostrado por la oración: “la
proposición muestra cómo se comportan las cosas si es verdadera; y dice que se comportan
así” (4.022). Que algo sea una proposición se muestra en el uso proyectivo que hacemos de
los signos; que algo sea un número, en el uso combinatorio (“2 + manzana= 4” es un
sinsentido). Por último, en las pseudoproposiciones de la lógica es sólo mediante el uso de sus
símbolos que vemos la estructura que la lógica muestra, dado que el intento de postular
supuestas “leyes” que la gobiernan produce sinsentidos.
Ahora bien, aquello que sólo puede mostrarse es lo que Wittgenstein llama “lo
místico” (“existe lo que se muestra a sí mismo: es lo místico” 6.522). El uso de esta palabra
puede ser desorientador: puede tener connotaciones religiosas o de índole sobrenatural. En
realidad, lo místico, que está fuera del límite de la decibilidad, es la constatación inefable de
un factum: “no es lo místico cómo el mundo sea, si no que sea” (6.44). Como hemos visto lo
mostrable se revela en el uso. Si nos remitimos a la etimología indoeuropea de la palabra
“místico”, podemos encontrarnos casi desilusionados en el contexto del Tractatus: la raíz es
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“mu_”, que comparte con la palabra “mudo” y “misterio”, en todos los casos relacionado con
el cerrar los labios y callar2.
Si retomamos todos los casos ejemplificados, podemos observar que para la
comprensión de los usos es necesaria antes una cierta precomprensión o reconocimiento de un
factum. Esto está contenido en la paradoja que encuentra Griffin en su libro “El atomismo
lógico de Wittgenstein” (p. 132) sobre el significado de los nombres. Dado que, en primer
lugar, éstos se explican en elucidaciones; en segundo, las elucidaciones son oraciones en las
cuales aparecen nombres: esto es, contextos significativos para la ocurrencia de los mismos y,
por último, sólo es posible comprender el significado de una oración cuando se conoce el
significado de sus componentes; los cuales son, precisamente, nombres. La paradoja, muy
similar al círculo hermenéutico de Schleirmacher, nos deja en la incómoda situación de que el
único modo de conocer el significado de un nombre es entender las proposiciones en las
cuales aparece pero para entender dichas proposiciones es necesario ya conocer el significado
de los nombres que las componen. La salida de una definición ostensiva no es válida, puesto
que el significado de un nombre es directamente el objeto a cual refiere; y conocer un objeto
es conocer la clase de todas sus posibilidades de ocurrencia en estados de cosas (esto es, su
“forma”). Pero es claro que ninguna definición ostensiva puede señalar esta clase.
Incidentalmente, es de interés hacer notar algo aquí: tanto si el Tractatus pretende dar las
condiciones de posibilidad de que un lenguaje sea significativo como si tan sólo se pretende
realizar una descripción particular del modo en el cual usamos el lenguaje, la “paradoja de los
nombres” parece dejar sin explicación el vínculo entre nuestros signos y el mundo.
Esta paradoja es sólo la punta de un iceberg de otra que está contenida en el Tractatus
como un todo. La proposición 6.54 afirma:
“Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final como
absurdas [sinsentidos, unsinnig], cuando a través de ellas –sobre ellas- ha salido fuera de ellas.
(Tiene, por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por ella).
Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo”.
La acusación de absurda a la obra se realiza sobre la base de que a lo largo de la
misma se han violado una y otra vez las restricciones y principios que ella misma condena:
constantemente ha sido dicho aquello que sólo puede ser mostrado. En particular, la
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(Diccionario Etimológico Indoeuropeo de la Lengua Castellana, Alianza; Breve diccionario
Etimológico de la Lengua Española, J. Corominas, Gredos; Heritage Dictionary)
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trasgresión más ubicua que se encuentra en el Tractatus es el uso de “conceptos formales”,
conceptos propios de un metalenguaje inaccesible: “proposición”, “número”, “forma lógica”,
“forma de figuración”, “palabra”, “nombre”, etc, sólo para dar algunos ejemplos.
Todo esto es particularmente alarmante dado que a continuación se encuentra la
celebérrima proposición 7, en la cual se afirma con énfasis:
“De lo que no se puede hablar hay que callar” [mi bastardilla].
Es importante mencionar aquí que en el Tractatus hay tres formas posibles de vínculo
con la noción de sentido: en primer lugar, las proposiciones con sentido (“sinvoller Sätze”);
luego, los sinsentidos –o absurdos- filosóficos (“unsinnig”) y, por último, las proposiciones de
la lógica (junto con las contradicciones) que carecen de sentido (“sinnlos”) –es decir, de
relaciones representativas con el mundo- sin ser absurdas. Hay una diferencia, por lo tanto,
entre ser absurda y carecer de sentido. Las proposiciones del Tractatus, entonces, caen al ser
“absurdas” en la más alta pena que el libro mismo ha impuesto para una proposición.
Ahora bien, la proposición 6.54 citada –que afirma el sinsentido de toda la obra- puede
ser puesta en conjunción con la siguiente afirmación del prólogo:
“Posiblemente sólo entienda este libro quien ya haya pensado alguna vez por sí mismo los
pensamientos que en él se expresan o pensamientos parecidos”.
Aquí aparece, como mencioné, una paradoja similar a la de los nombres: la obra
misma no puede establecer una verdad, no puede comunicar esta verdad a quien no la haya ya
pensado antes.
Continúa el prólogo:
“El libro trata los problemas filosóficos y muestra [zeigt] –según creo- que el
planteamiento de estos problemas descansa en la incomprensión de la lógica de nuestro lenguaje”.
La palabra alemana usada para este “muestra” es es zeigt, la misma con la cual refiere
a aquello que se opone a lo que puede ser dicho [sagt, gesagt]. El libro, pues, muestra algo
diciéndolo; luego establecerá que lo que se muestra no puede ser dicho. Así, cae en un
absurdo, en un sinsentido [Unsinn]. Por esto es que sólo puede comprenderlo quien ya haya
pensado los pensamientos en él contenidos: el lenguaje falla en este contexto para transmitir
información.
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Hay que advertir que los sinsentidos no son ni verdaderos ni falsos: “la mayor parte de
las proposiciones que se han escritor en filosofía no son falsas, sino sinsentidos [unsinnig]
(4.0031)”. Pero, curiosamente, Wittgenstein afirma en el prólogo sobre sus propios
sinsentidos lo siguiente:
“La verdad de los pensamientos aquí comunicados me parece […] intocable y definitiva”.
¿Cómo es posible que un sinsentido sea verdadero? En primera instancia, podríamos
entender que hay un ámbito de lo pensable que es verdadero pero inexpresable, tal como
parece sugerir nuevamente el prólogo:
“El libro quiere, pues, trazar un límite al pensar o, más bien, no al pensar, sino a la expresión
de los pensamientos: porque para trazar un límite al pensar tendríamos que poder pensar ambos lados
de este límite (tendríamos, en suma, que poder pensar lo que no resulta pensable).
Así pues, el límite sólo podrá ser trazado en el lenguaje y lo que reside más allá del límite
será simplemente absurdo.”
Pero esta división propuesta en los pensamientos posibles se ve confrontada luego: en
4.0 se lee “El pensamiento es la proposición con sentido”. O, inmediatamente antes, 3.5, “el
signo proposicional usado [esto es, puesto en relación proyectiva con el mundo] (…) es el
pensamiento”.
No habría, pues “pensamiento” de la clase buscada, pues todo pensamiento definido
como se acaba de mencionar tiene garantizada –dado que tiene “sentido”- su capacidad de
proyectar hechos posibles y por tanto de ser expresado por el lenguaje. Esto nos sitúa en un
dilema exegético: o Wittgenstein se contradice a sí mismo en su uso de la palabra
“pensamiento” [Gedanke] o hay otro significado de esta palabra, más vasto, en el prólogo del
libro.
Creo que es posible afirmar lo último. Este otro modo del “pensamiento” es el de
aquellas cosas que sólo pueden ser mostradas. Es la conciencia de este factum de que las
cosas son. Conciencia que, por su parte, es inexpresable significativamente.
Si todo esto es plausible, creo que se puede desplegar un modo de lectura del
Tractatus opuesto a cierta tradición que suele ignorar el valor de esta paradoja, incluido el
propio Russell en la Introducción que escribió para esta obra. Esta nueva interpretación
consistiría en advertir que el libro se relaciona con lo mostrable a partir del uso, de la manera
que se ha intentando articular a lo largo de este trabajo. Según esta lecutra, existiría una
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utilización del lenguaje que, si bien no significativa, constituiría un universo práctico. La
metáfora de la escalera que es usada para llegar a la correcta visión del mundo parece abonar
esta hipótesis: no es en la escalera donde se muestra esta “visión correcta” sino luego de su
uso, “a través” de ella.
Quizás no sea aventurado conjeturar que fue el reconocimiento de esta escalera, de la
utilidad de escaleras como ésta, el primer escalón hacia el “segundo piso” de su filosofía. El
lenguaje para Wittgenstein, en este nuevo punto de su periplo filosófico, se asemeja mucho a
la obra “Ascendiendo y descendiendo” del artista plástico Maurits C. Escher: una escalera que
si bien produce la apariencia de ir en ascenso, culmina en su propio inicio, siendo así
imposible salir de ella.
Retornemos a la propuesta de lectura que he realizado para el Tractatus. La ética, para
dar un ejemplo concreto, podría erigirse como disciplina siempre y cuando entendiéramos que
no hay proposiciones propiamente éticas: nada podrá nunca ser establecido mediante ellas, no
hay valor en el mundo que pueda ser retratado mediante oraciones. Habría, sí, un uso eurístico
de ciertas proposiciones, nuevas escaleras que conducirían a nuevas y correctas
comprensiones del mundo. Luego, claro, sólo queda el silencio.
Porque, seguiría manteniendo Wittgenstein incluso en la interpretación propuesta, hay
que callar. Pero sólo una vez que se ha comprendido sobre qué y, fundamentalmente, por qué
hay que callar. Mientras, tendremos que seguir ascendiendo mediante escaleras ficticias sólo
para acceder a la contemplación de lo inefable.
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