INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA fundado por san Juan Bosco y por santa María Dominica Mazzarello N. 918 María mujer de luz y de esperanza Estamos viviendo un tiempo que presenta muchos signos de esperanza, de vida nueva, pero también de gran sufrimiento que se extiende como las olas del mar: En diversas zonas del mundo el fuego de las armas amenaza a muchas poblaciones y varias formas de violencia golpean a personas indefensas e inocentes. Las calamidades naturales siguen manifestándose con fuerza. El Instituto, como gran familia que tiene hijos e hijas en todo el mundo, se siente profundamente afligido e interpelado por el deseo de esperanza, de paz, presente en las jóvenes, en los jóvenes y en las familias. Queridas hermanas, en mi corazón, y ciertamente también en el vuestro, surgen preguntas cada vez más inquietantes: ¿cómo intervenir en este escenario, especialmente cuando vemos a jóvenes utilizados para la violencia, a mujeres jóvenes humilladas y hundidas porque son explotadas; cuando la seguridad y la dignidad de los niños está amenazada; cuando diversos fenómenos naturales o poderes políticos destruyen países enteros, y avanza el empobrecimiento del mundo? No es fácil dar una respuesta a estas preguntas y muchas veces se apodera de nosotras una sensación de impotencia. Jesús nos enseña a oponer la fuerza del amor a la violencia, aceptando también sus consecuencias. Esto significa comprometerse y ser en la cotidianidad signos de amor, de luz, de esperanza y de paz. Miremos a María que, en las diversas anunciaciones en que Dios se le ha manifestado, ha sido mujer de luz, de esperanza, viviendo en lo profundo de su corazón la espiritualidad del Magníficat: desde el momento de la concepción, en que se abre al misterio de Dios y da a luz a Jesús, hasta el Calvario, la Resurrección, Pentecostés. Estos acontecimientos han cambiado la historia del mundo. Estamos llamadas a vivir la espiritualidad del Magníficat. María es para nosotras figura de referencia y compañera de camino en este tiempo que pide signos de luz y de esperanza. María testimonio de luz y de esperanza La llamada de Dios en la Anunciación es una luz en el corazón de María. Ella es signo de la nueva humanidad que Cristo engendra, vive de Él y lo da al mundo. María nos introduce plenamente a cada una de nosotras en la historia, haciéndonos vencer toda forma de miedo y de temor. Su mirada se extiende sobre toda la humanidad y, en cada situación, sabe ver a Dios presente. María descubre maravillada que la lógica del Señor es escoger a los humildes y a los pobres, mientras que humilla a los potentados y a los soberbios (cf Lc 1,52). Esta lógica de Dios ha entrado también en nuestra “casa”, en nuestra vida salesiana, porque el Padre nos ha dado a don Bosco y a María D. Mazzarello: un sencillo pastor de los Becchi y una campesina de Mornese poco instruida. Dios sigue escogiendo a los pequeños para realizar su proyecto de amor. De hecho, sólo quien no presume de sí deja un espacio de libertad a la acción del Señor y puede reunirse con los pobres, aquellos que son particularmente sus preferidos y que Él confía a nuestra misión. La luz que inunda a María resplandece también en nuestra vida, llena nuestro corazón, renueva nuestra mirada, la abre a la esperanza de un mundo renovado, como canta la Mujer en el Magníficat. Ella es la primera evangelizada, la primera destinataria del anuncio gozoso. En Ella la salvación irrumpe en la historia, con Ella empieza la “plenitud del tiempo” (Gal 4,4). A través de María, Dios “cambia el luto en danza” (Sal 29). El cántico del Magnífiat celebra este acontecimiento tan esperado y al mismo tiempo tan nuevo y sorprendente, momento que produce estupor y profunda conmoción a lo largo de los siglos. El instante de misterio que es la Anunciación, se convierte en manantial de esperanza y de nueva luz en María y, a través de Ella, en las futuras generaciones, y nos alcanza a nosotras en este tiempo sumido muchas veces en la indiferencia. María no experimenta sola esta gran experiencia de Amor: inmediatamente se pone en camino hacia Isabel y con ella exulta de gozo en el canto del Magníficat. María es un faro en nuestro camino y nos invita a imitarla y a comunicar con alegría la gran esperanza prometida a los pobres, especialmente a las y los jóvenes con quienes nos encontramos. Nuestra Regla de vida nos introduce en esta estupenda realidad y nos anima a «hacer nuestra su actitud de fe, de esperanza, de caridad, de perfecta unión con Cristo y a abrirnos a la humildad gozosa del “Magníficat”» (C 4). Queridas hermanas, deseo que la presencia de María despierte en nuestra vida esperanza y alegría, para que con la gracia del Espíritu Santo podamos ser una pequeña y humilde luz capaz de hacer renacer la vida en las comunidades, en la misión y en el contexto en que estemos llamadas a vivir. Con la mirada de María El CG XXII nos pide que miremos al mundo con los ojos de María. Ella nos enseña a no esquivar los desafíos, sino a considerarlos como una oportunidad para renovar la pasión educativa y misionera, haciendo que vuelvan a nuestras comunidades los tiempos de los corazones abiertos, del compartir profundo entre nosotras y con las jóvenes y los jóvenes, con quienes recrear ambientes familiares llenos de valores humanos y cristianos (Actas 23). Esto comporta dejarnos alcanzar por la luz de Dios, como María, en cada situación de nuestra existencia. No todo será claro en la vida cotidiana de cada una de nosotras. No nos sorprendamos. La misma Madre de Jesús vivió momentos de duda. La luz de Dios tiene en sí la máxima claridad, pero puesto que pasa a través de las limitaciones humanas, no siempre es perceptible inmediatamente: necesita oración, búsqueda y confianza total en la Luz. Ello significa que la respuesta a cada llamada ha de ser la confianza, un salto en la fe. Éste es el estilo de vida de María y nuestro amor hacia Ella se traduce en imitarla en el entramado del día a día. La propuesta de abrazar un camino de conversión al amor, dirigida a cada una de nosotras y a todo el Instituto por el CG XXII, es una invitación a entrar en una nueva mentalidad, la que María hizo suya para adherirse a la lógica de Dios. Todas nosotras somos conscientes de la llamada que se nos hace. Pero no basta una acogida teórica: la respuesta debe encontrar cauces para expresarse en las ocasiones ordinarias de la vida. Invito a cada comunidad a buscar juntas lo que puede ayudarnos a cambiar para ser cada vez más evangélicas “con color salesiano”. Con Dios en el corazón y en la vida podemos proyectarnos con gozo hacia las nuevas fronteras, así como revitalizar el carisma en los lugares educativos tradicionales, que son fronteras siempre nuevas de la misión. La nueva mentalidad se manifiesta también en gestos de humanidad, de bondad, de benevolencia concreta. Nuestras comunidades necesitan de estos signos, producidos serenamente o quizá no sin esfuerzo, para dar nuevas energías a la realidad en que vivimos. De este modo, el clima que se respira es de aire limpio, aire “mornesino”. Puedo percibir, a través de nuestras comunicaciones, que en cada Hija de María Auxiliadora hay un deseo profundo: que vuelva, o se consolide, aquel clima de confianza, de recíproca aceptación; de alegría de saberse amadas por Dios, de haber sido elegidas gratuitamente por Él, de comunicar la felicidad de pertenecerle. Dios pide a cada una que haga experimentar Su amor a las hermanas, las jóvenes, los jóvenes y las personas que Él pone en su camino. Una chispa de felicidad que ilumine nuestras relaciones, hace que éstas se conviertan en rayos de luz para nuestra casa. Si mostramos el rostro auténtico y alegre de verdaderas FMA, si nuestro corazón se inflama de pasión educativa, entonces nuestros ambientes se transforman en comunidades vocacionales. Todas procuramos vivir el carisma con generosidad, sin contar sacrificios ni fatigas. Pero es importante estar alerta para que las condiciones en que se vive la misión sean fuente de energías siempre renovadas (cf C 48), para que el activismo no conduzca a situaciones de tristeza vocacional, intolerancia frente a las limitaciones de las hermanas, claudicaciones y desilusiones ante los esfuerzos o fracasos pastorales. Una mirada como la de María, nos ayuda a ser más esenciales en nuestra vida y a redimensionar las dificultades que el día a día nos presenta; a amar nuestra vocación y a apasionarnos por el anuncio gozoso de la Buena Noticia a las generaciones jóvenes. Se puede prescindir de muchas cosas, pero no puede faltar el amor gratuito. Éste es el mensaje de Jesús, que dio gratuitamente Su vida por la humanidad. Contemplando cuanto Él ha hecho por nosotras, nos hacemos memoria viva de Su amor. Así damos testimonio siendo pequeños faros de luz, porque Dios nos convierte en signos de amor y de esperanza para los demás. Para una misión creíble La luz y la esperanza que damos a los demás, acompañadas de la mirada de María, tienen una vertiente misionera que infunde nueva fuerza a las comunidades educativas y abre amplios horizontes al pensamiento y a las acciones que éstas elaboran y realizan. La dificultad que a veces encontramos es no saber reconocer los signos de luz y de esperanza que ya están en las personas, en las situaciones, en la pluralidad de las expresiones culturales y religiosas. Corremos el riesgo de olvidar a Quien nos habla, que es Aquel que guía los destinos de la humanidad. Nuestros Fundadores supieron sacar de cada realidad un motivo para esperar, con el optimismo cristiano y el realismo que los caracterizaba, apoyados en el da mihi animas cetera tolle que les dio una dimensión universal. En la circular anterior observaba que hay una parte del mundo comprometida en cambiar la historia en positivo. ¿Por qué no reconocernos como una pequeña, pero significativa porción activa en esta gran realidad? Nosotras estamos en medio de los jóvenes no sólo con la mirada creyente para comprender el mundo, sino también, con el corazón trepidante de María, para percibir su necesidad de compañía, de amor y de amistad; para comprender sus miedos e incertidumbres y dar respuestas adecuadas. Con Su solicitud maternal, nosotras llegamos a captar todo esto y a estar en medio de ellos de forma que comprendan que los amamos (cf Actas CG XXII 24-26). La sabiduría educativa de don Bosco nos dice que no basta amar a los jóvenes, sino que ellos deben sentirse amados. De aquí la importancia de crear ambientes educativos en los que todas y todos juntos manifestemos nuestro amor por los jóvenes. Al mismo tiempo, ellos deben percibir el amor que nos tenemos entre nosotras, amor que podrán apreciar como un claro testimonio. Ser misioneras con la misma actitud de María, suscita una oleada de misionariedad que contagia a los mismos jóvenes y se expande en círculos concéntricos. Con estas reflexiones, os auguro un buen mes dedicado a María Auxiliadora. Que Ella os acompañe en el servicio educativo que desarrolláis como comunidad educativa con la voluntad de: ser signos de luz y de esperanza en las comunidades, mediante gestos concretos de humanidad, con el estilo evangélico vivido por María; testimoniar, como comunidades, la alegría de estar totalmente consagradas a Dios, expresando el amor gratuito a las jóvenes y a los jóvenes más desfavorecidas/os sedientos de esperanza y de luz; reconocer los signos positivos de esperanza que ya están en las personas (FMA, jóvenes y laicos), en las situaciones, en la historia con la multiplicidad de sus expresiones, y transformarlos en actitud constante de agradecimiento; promover, o consolidar, el compromiso misionero y vocacional con experiencias de vida, para que las jóvenes y los jóvenes encuentren a Jesús y respondan generosamente al proyecto de Dios sobre ellos (cf Programación sexenio 3.2). Concluyo agradeciendo la oración y el camino que todas las comunidades han hecho en preparación a la Fiesta de la Gratitud mundial. He recibido muchos signos concretos que demuestran vuestra alegría por haber tenido acceso al faro, por ser luz que se alimenta en la Luz, en compañía de María D. Mazzarello. ¿No es esto quizás un signo positivo que nos conforta y dice que hay vida y todavía podemos promoverla en abundancia? Por consiguiente, ¡ánimo, la luz brilla todavía! Caminemos con esperanza, acogiendo nuestra pobreza no como un obstáculo, sino como el espacio donde cantar con María el Magníficat. Pobreza, amor, alegría ¡caminando juntas! El 24 de mayo estaré en la Basílica de Turín. Allí os recordaré ante María Auxiliadora y a Ella confiaré la santidad del Instituto, suplicándole que envíe muchas vocaciones de las que la Iglesia y el mundo juvenil, de los diversos continentes, necesitan. El Señor os bendiga y os haga sentir mi gratitud y mi gran afecto. Affma. Madre Sor Yvonne Reungoat Roma, 24 de abril de 2011