1. Duda y certeza (nociones).

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Comentario de Texto de
Descartes
Discurso del método, (Cuarta parte)
Fuente: Boehmiano
1. Duda y certeza (nociones).
2. Pensamiento e ideas (nociones).
El texto que comentamos comienza aludiendo a la necesidad del proceso de la duda con el fin de
apreciar si los fundamentos que Descartes ha establecido (y se está refiriendo claramente a las cuatro
reglas principales de su método) son seguros y nos permiten avanzar en la investigación. El método
que propone Descartes consiste en el análisis y en la síntesis para clarificar nuestras ideas y puesto
que la primera regla nos propone dudar de todo aquello que no sea del todo evidente, tenemos que la
duda cartesiana viene exigida por la primera norma de su método.
Lo que ante todo se da en el cogito es el pensamiento: es inmediatamente conocido por la conciencia.
De ello se sigue que hay identidad entre el pensamiento y la conciencia, o lo que es lo mismo, que no
hay pensamiento inconsciente. “Con el nombre de pensamiento –no dice nuestro autor- entiendo
todo lo que sucede en nosotros de manera que somos inmediatamente conscientes de ello”. Por
tanto, sentir, imaginar, querer, son pensamientos, como lo es la duda.
Ciertamente puede parecernos pobre esta asimilación o reducción de toda actividad anímica al mero
pensamiento puede parecernos pobre si recordamos que en San Agustín la primera y básica verdad
incluía el pensamiento, pero también la vida y el amor. Por otra parte, Pascal, solía decir que el
corazón tiene razones que la razón no conoce.
En cambio, para Descartes, el pensamiento, la conciencia, la razón, la inteligencia... van a ser aquí
términos sinónimos, asimilados a la esencia del yo. Yo pienso, y pienso ideas, no cosas; me
represento y concibo las cosas a través de mis ideas.
[En el texto aparece (si fuera así), las tres fases de la duda]. Así las cosas, ¿de qué va a dudar
Descartes?. En primer lugar de nuestros sentidos: por cierto, esta duda aparece en los mismos orígenes
de la filosofía griega. Si los sentidos a veces nos engañan, entonces podemos suponer que nos
engañen siempre. Dicha duda afecta ante todo a la objetividad de los conocimientos sensoriales: es
perfectamente posible que las cosas no sean tal y como nosotros las percibimos. De acuerdo, pero
parece que no podremos dudar de la existencia de las cosas mismas. ¿Seguro? ¿Y qué nos pasa
cuando soñamos? ¿Acaso no percibimos cosas y situaciones que no son reales? Cuando decimos que
estamos seguros de la existencia de objetos materiales, de realidades físicas, lo hacemos porque nos
basamos precisamente en el testimonio de nuestros sentidos: vemos, oímos y tocamos algo y por eso
decimos que es real. Pero Descartes argumenta astutamente que también dormidos percibimos, incluso con más intensidad a veces que en la vigilia-, algo que en definitiva no es real, algo que no
sucede fuera de nuestra conciencia. Y por este motivo llega Descartes a la conclusión de que es
perfectamente posible dudar de la existencia de todas las cosas materiales y, por ello, dudar de
nuestro propio cuerpo, del mundo entero que nos rodea. Por último, nuestro autor resume la duda
que afecta a nuestra razón. A veces –no dice Descartes- nos equivocamos al razonar, empero esto no
es motivo suficiente para dudar de la verdad de todos nuestros razonamientos, y mucho menos de la
verdad de las matemáticas. Y es aquí donde no se atreve a mencionar la hipótesis del genio maligno,
esto es la posibilidad de pensar en un ser tan poderoso como perverso, que tenga poder sobre nuestra
naturaleza y consiga hacernos confundir lo verdadero con lo falso.
Conviene decir que el término idea equivale a representación, simple contenido mental, pues
significa la presencia de un objeto cualquiera a nuestra mente. Por eso es curioso observar que
Descartes llama “ideas” a las simples sensaciones.
Por otra parte, con el cogito sólo tenemos un yo que piensa. Piensa pensamientos. Tendrá que
basarse en alguno de ellos para estar seguro de la existencia de alguna otra cosa, para poder conocer
nuevas verdades (éste es justamente el camino del argumento ontológico, que le llevará a demostrar
la existencia de Dios que garantizará la existencia del mundo y del criterio de verdad.).
Así, analizando los tipos de ideas, Descartes establecerá la conocida distinción entre ideas:
FACTICIAS inventadas o imaginadas por mí. Ejemplo: “unicornio”, “sirena”); ADVENTICIAS (o
que parecen, pues no lo sabemos aún mientras dudamos, provenir de los objetos y cosas exteriores a
nosotros y que percibimos por los sentidos. Ejemplos de estas ideas: “cera”, “lirio”); e INNATAS,
como implantadas en nuestra mente por la naturaleza o, más propiamente, por Dios. Ejemplos:
“extensión”, “alma”, “Dios”). Dice Descartes que las ideas innatas “no proceden de otra fuente que
nuestra facultad de pensar”, facultad que también nos es innata .
En principio dice Descartes que sólo las ideas innatas son claras y distintas, ← pues considera
confusas las ideas adventicias. Las ideas innatas son llamadas también “nociones comunes” o
“verdades eternas” (Cf. Principios de la Filosofía, 1, 49). La experiencia sensible sólo proporciona
las ocasiones para que la mente reconozca aquellas ideas innatas que saca, por así decir, de sí misma,
de su propia capacidad natural.
Es entonces, cuando parece que no podemos ya salir de la duda, como dice el texto, el momento de
descubrir la primera y básica certeza, pues para ser engañados (aún en el caso de serlo)
tenemos que existir. Ya lo había anticipado San Agustín, a quien Descartes conoce bien: si me
engaño, soy.
En cuanto a las característica de la duda, cabe decir que, aunque radical y exagerada (hiperbólica), es
una duda teórica (afecta a la teoría y deja a un lado la religión y la moral). Es también universal
(duda de todo, en el ámbito teórico, repito), provisional (sólo en cuanto método para hallar la verdad)
y no es una duda escéptica (dudar por dudar o porque neguemos la posibilidad de conocer).
Un último detalle no carece de importancia: según Descartes podemos distinguir en nuestras ideas lo
que llamará realidad subjetiva y realidad objetiva. Todas mis ideas son precisamente ideas mías
(ideas de un sujeto que piensa, que conoce) y, en cuanto tales, todas me parece muy semejantes (a esto
llama Descartes la realidad subjetiva de las ideas). Pero Descartes habla también de la realidad
objetiva de las ideas, y en esto ya no es tan moderno: es la propiedad de nuestras ideas que las hace
referirse a algo, significar algo, apuntar o referirse a algo real (ideas de un objeto conocido). En
este segundo aspecto, a Descartes ya no le parecen todas las ideas iguales, antes al contrario unas
tendrán más realidad objetiva que otras, significarán cosas más reales o perfectas.
La noción de la duda conecta con su contraria y complementaria, que es la certeza (tal y como se
evidencia en el cogito). En el texto del Discurso del método observamos cómo para Descartes certeza
y verdad son prácticamente terminó sinónimos. Y esto se comprende bien si tenemos en cuenta el
nuevo criterio o regla de verdad que establece el llamado padre de la filosofía moderna: la verdad no
radica ya en el ser sino en la propia conciencia.
En definitiva, duda y certeza son términos opuestos. Pero curiosamente, para Descartes, llegamos a la
certeza al final de un proceso de duda, más o menos radical, más o menos real.
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Descartes
Discurso del método, (Cuarta parte)
3. Alma y cuerpo (res cogitans y res extensa) (nociones).
Existen para Descartes dos tipos de sustancias finitas, de las que nos vamos a ocupar ahora. Pero
antes nos preguntamos ¿qué entiende Descartes por sustancia?. Su principal definición es de origen
aristotélico: “una cosa que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra para existir”. Tomada
al pie de la letra esta definición parecería querer indicarnos que sólo existe Dios, que solamente Dios
es del todo real (y esto es lo que entenderá Spinoza). Sin embargo, no es lo que Descartes quiere
decir. Su definición se comprende desde su dualismo, como en seguida veremos: el alma no necesita
del cuerpo, ni éste de aquélla, para realizar las funciones que les son propias.
Toda la antropología cartesiana descansa sobre la distinción del cuerpo y del alma; el cuerpo es una
sustancia cuya esencia es la extensión y el alma una sustancia cuya esencia es el pensamiento.
En nuestro texto observamos claramente cómo Descartes, a partir del cogito, cree encontrar la esencia
o la naturaleza del yo. “Yo no soy más que una cosa pensante”. Yo soy conciencia, pensamiento,
razón, dirá Descartes, o lo que es lo mismo: alma o espíritu. Aquí nuestro filósofo va demasiado
deprisa, al identificar al sujeto del “pienso, luego soy” con un yo entendido como un alma.
(Importantes filósofos posteriores lo criticarán por ello).
Pero el término alma, como principio de vida de un cuerpo organizado, tiene aún resonancias
aristotélicas y vale para Santo Tomás de Aquino, pero no encaja muy bien en el sistema cartesiano,
donde el alma es enteramente distinta del cuerpo.
El yo cartesiano es espíritu puro (“yo o mi espíritu”, escribe Descartes), más fácil de conocer que el
cuerpo e independiente de éste (puede existir sin el cuerpo). Por eso, la res cogitans es concebida
como inmortal,pero también como libre y poseedora de ideas innatas.
El cuerpo, en cambio, considerado en sí mismo, depende de las leyes de la física. Es una especie de
autómata, se explica totalmente por las leyes del movimiento.
De aquí proviene la teoría [a mi modo de ver disparatada] de los “animales máquinas”. ← Pues los
animales no piensan: la prueba de ello está en que no hablan y no obran con conocimiento.
Y si no piensan, entiende Descartes, no tienen alma, son sólo máquinas.
El cuerpo, igual que las cosas materiales, es llamado por Descartes res extensa. Pues lo único que
sabemos, de modo evidente, de las cosas materiales es que ocupan un lugar en el espacio.
Y podemos deducir también otras propiedades íntimamente relacionadas con la extensión: la
magnitud, la figura, la situación…, así como el movimiento o la duración, que son simples modos,
como los llama Descartes, o accidentes de la sustancia corpórea.
Otras posibles cualidades de la materia, como la fuerza, o las llamadas cualidades secundarias
(colores, olores, sonidos, etc.) le parecen a Descartes demasiado confusas, oscuras y, por tanto,
rechazables.
De esta concepción de la res extensa se deriva el llamado mecanicismo, pues de la identificación entre
materia y espacio se siguen los principales rasgos de la visión del mundo de Descartes .
Una física basada en la extensión y en el movimiento (principio de inercia y principio de la
conservación del movimiento).
Visión del mundo, decimos, que comporta una antropología eminentemente dualista . Y en tal
antropología el problema de la relación entre cuerpo y alma se antoja difícil de resolver .
Descartes intentará solucionar tan drástico dualismo recurriendo a la curiosa hipótesis de la glándula
pineal (entre los dos hemisferios del cerebro) como sede del alma, como el punto de unión y contacto
entre el alma y el cuerpo. Teoría que será duramente criticada, entre otros, por Baruch Spinoza.
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