Neurosis obsesiva En la neurosis obsesiva existe una pulsión erótica y una sublevación contra ella; un deseo todavÃ-a no obsesivo, y un temor ya obsesivo que lo contrarÃ-a; un afecto penoso y un esfuerzo hacia las acciones de defensa. Además hay presente otra cosa: una suerte de delirio o formación delirante de raro contenido. En vez de llegarse, como acontece en la histeria, a un compromiso que contenta a ambos opuestos en una sola figuración, aquÃ- los dos opuestos son satisfechos por separado, primero uno y después el otro, aunque no, desde luego, sin que se intente establecer entre esos opuestos mutuamente hostiles algún tipo de enlace lógico. En la histeria es regla que las ocasiones recientes de la enfermedad sucumban a la amnesia lo mismo que las vivencias infantiles con cuyo auxilio aquellas trasponen su energÃ-a de afecto en sÃ-ntomas. Toda vez que un olvido total sea imposible, el ocasionamiento traumático reciente será empero insuficiente para la amnesia y despojado al menos de sus componentes más sustantivos. En esa amnesia vemos la prueba de la represión sobrevenida. En la neurosis obsesiva es posible que las premisas infantiles de la neurosis sucumban a una amnesia; en cambio, las ocasiones recientes de la enfermedad se encuentran conservadas en la memoria. La represión se ha servido aquÃ- de otro mecanismo: en lugar de olvidar al trauma, le ha sustraÃ-do la investidura de afecto, de suerte que en la conciencia queda como secuela un contenido de representación indiferente, considerado inesencial. El distingo se sitúa en el acaecer psÃ-quico que podemos construir tras los fenómenos; el resultado del proceso es casi el mismo, pues el contenido mnémico indiferente sólo rara vez es reproducido y no desempeña papel alguno en la actividad de pensamiento conciente de la persona. Para distinguir entre ambas variedades de la represión, es preciso admitir entonces que para la neurosis obsesiva existen dos clases de saber y de tener noticia, y con igual derecho se puede afirmar que el neurótico obsesivo tiene noticia de sus traumas como que no tiene noticia de ellos. No los ha olvidado, pero no tiene noticia de ellos puesto que no discierne su significado. Mediante el desplazamiento consigue una considerable ganancia de la enfermedad. Es más correcto hablar de un pensar obsesivo y poner en relieve que los productos obsesivos pueden tener el valor de los más diferentes actos psÃ-quicos. En la lucha defensiva secundaria que el enfermo libra contra las representaciones obsesivas que se han filtrado en su conciencia se producen formaciones que merecen una denominación particular. No son argumentos puramente racionales los que se contraponen a los pensamientos obsesivos, sino unos mestizos entre ambas variedades del pensar: hacen suyas ciertas premisas de lo obsesivo a lo cual combaten y se sitúan en el terreno del pensar patológico. Los enfermos no tienen noticia del texto de sus propias representaciones obsesivas. En el circuito de un psicoanálisis crece no sólo el coraje del enfermo, sino también el de su enfermedad; esta se atreve a dar unas exteriorizaciones más nÃ-tidas. Para abandonar la figuración por imágenes: ocurre sin duda que el enfermo, quien hasta entonces se habÃ-a extrañado con terror de la percepción de sus producciones patológicas, les presta ahora su atención y se entera de ellas con más nitidez y detalle. En la indagación analÃ-tica de un historial clÃ-nico se adquiere el convencimiento de que a menudo varias representaciones obsesivas que se siguen unas a otras, pero cuyo texto no es idéntico, son en el fondo una y la misma. La representación obsesiva fue rechazada logradamente la primera vez, retorna entonces otra vez desfigurada, no es discernida, y quizás a causa de su desfiguración, justamente, puede afirmarse mejor en la lucha defensiva. La oficialmente llamada representación obsesiva lleva entonces, en su desfiguración respecto del texto original, las huellas de la lucha defensiva primaria. 1 A veces en la neurosis obsesiva los procesos anÃ-micos inconcientes irrumpen en lo conciente en la forma más pura y menos desfigurada, esa irrupción puede producirse desde los más diversos estadios del proceso de pensar inconciente, además las representaciones obsesivas, en el momento de su irrupción, pueden discernirse las más de las veces como unas formaciones existentes desde hace mucho tiempo. El paciente puede ser supersticioso en alto grado, y ello a pesar de ser un hombre de elevada cultura, por tanto, es supersticioso, y al mismo tiempo no lo es, y asÃ- se distingue nÃ-tidamente de los supersticiosos incultos, que vacilan en su creencia. Parecen comprender que su superstición depende de su pensar obsesivo. El paciente tiene la necesidad de hallar en el vivenciar ciertos puntos de apoyo para su superstición, y por eso repara a menudo en consabidas casualidades inexplicables de la vida cotidiana, y cuando éstas no bastan, acude en su ayuda con su obrar inconsciente. Otra necesidad anÃ-mica común a los enfermos obsesivos que tiene cierto parentesco con la recién mencionada, es la de la incertidumbre en la vida, o de la duda. La producción de la incertidumbre es uno de los métodos que emplea la neurosis para sacar al enfermo de la realidad y aislarlo del mundo, lo cual constituye la tendencia a toda perturbación psiconeurótica. Es harto nÃ-tido lo mucho que los enfermos ponen de sÃ- para esquivar una certidumbre y poder aferrarse a una duda. La predilección de los enfermos obsesivos por la incertidumbre y la duda se les convierte en motivo para adherir sus pensamientos, preferentemente, a aquellos temas en que la incertidumbre de los hombres es universal. Estos temas son sobre todo: la duración de la vida, la vida después de la muerte, y la memoria, a la que solemos prestar creencia sin poseer la menor garantÃ-a de su confiabilidad. El carácter esencial de un neurótico obsesivo es su incapacidad para decidirse, sobre todo en asuntos de amor; procuran posponer toda decisión, y dudan sobre la persona por la cual habrÃ-an de decidirse. Además, a lo largo de toda su vida es inequÃ-voco la relación con su objeto de amor sufrió una querella entre amor y odio. FantasÃ-as de venganza y fenómenos obsesivos atestiguan esa bi−escisión en su interior. Esa condición bi−escindida de los sentimientos adquiere motivos desde la niñez. El amor intenso es la condición del odio reprimido. Es el mismo gran amor el que no admite que el odio permanezca conciente. Semejante persistencia de los opuestos sólo es posible bajo particulares condiciones psicológicas y por cooperación del estado inconsciente. El amor no ha podido extinguir al odio, sino sólo esforzarlo a lo inconsciente; y en lo inconsciente, protegido del influjo de la conciencia suele hincharse por vÃ-a de reacción hasta alcanzar una intensidad particularmente elevada, a fin de estar a la altura del trabajo que se le impone de una manera constante: retener en la represión a su adversario. Una división muy prematura de estos dos opuestos, ocurrida en los años prehistóricos de la infancia, con represión de una de las partes, serÃ-a la condición para esta sorprendente constelación de la vida amorosa. En los casos en cuestión de odio inconsciente, el componente sádico del amor se ha desarrollado constitucionalmente con particular intensidad; por eso ha experimentado una sofocación prematura y demasiado radical, y asÃ- los fenómenos observados de la neurosis derivan por una parte de la ternura conciente elevada por reacción, y por otra parte del sadismo que en lo inconsciente sigue produciendo efectos como odio. Si un amor intenso se contrapone, ligándolo, a un odio de fuerza casi pareja, la consecuencia inmediata tiene que ser una parálisis parcial de la voluntad, una incapacidad para decidir en todas las acciones en que el amor deba ser el motivo pulsionante. Forma parte del carácter psicológico de la neurosis obsesiva el hacer uso más extenso del mecanismo del desplazamiento. AsÃ-, la parálisis de la decisión se difunde poco a poco por todo el obrar de un ser humano. Con esto queda dado el imperio de compulsión y duda. La duda corresponde a la percepción interna de la irresolución que se apodera del enfermo a raÃ-z de todos sus actos deliberados, como consecuencia de la 2 inhibición del amor por el odio. Es, en verdad, una duda en cuanto al amor, que deberÃ-a ser lo más cierto subjetivamente; esa duda se ha difundido a todo lo demás y se ha desplazado con preferencia a lo Ã-ntimo más indiferente. La incertidumbre de los obsesivos, se debÃ-a a que de continuo unas fantasÃ-as inconscientes se le inmiscuÃ-an en su actividad. Es acertado que la incertidumbre de haber cumplido una medida protectora proviene de las fantasÃ-as inconscientes perturbadoras, pero estas fantasÃ-as contienen el impulso contrario, aquel, justamente, contra el cual la actividad debÃ-a servir de defensa. Cada vez que el impulso amoroso ha podido ejecutar algo en su desplazamiento a una acción Ã-nfima, pronto el hostil lo alcanza ahÃ- y vuelve a cancelar su obra. En cuanto a la compulsión, es un ensayo de compensar la duda y de rectificar el estado de inhibición insoportable de que esta da testimonio. Si el mandamiento obsesivo no ha de cumplirse, la tensión es insoportable y se la percibe como suprema angustia. Estas acciones obsesivas sólo son posibles por haberse producido dentro de ellas, en formaciones de compromiso, una suerte de reconciliación entre los dos impulsos que se combaten mutuamente. El proceso mismo del pensar es sexualizado, pues el placer sexual, que de ordinario se refiere al contenido del pensar, se vuelve aquÃ- hacia el acto mismo del pensar, y la satisfacción de alcanzar un resultado cognitivo es sentida como satisfacción sexual. Ahora bien, la dilación en el actuar pronto halla su sucedáneo en el demorarse en el pensar, y todo el proceso, conservándose sus peculiaridades, es traducido a un nuevo terreno. Compulsivos se vuelven aquellos procesos del pensar que se emprenden con un gasto de energÃ-a que de ordinario sólo se destina al actuar; vale decir, unos pensamientos que regresivamente tienen que subrogar a acciones. 3