“Memoria y medios de comunicación, o la coartada de las identidades”. Mirta Varela Universidad de Buenos Aires – Argentina Profesora e investigadora adjunta Lic. en Letras (UBA) – Magister en Sociología de la Cultura (IDAES) e.mail: mvarela@filo.uba.ar Ponencia preparada para el V Congreso latinoamericano de Ciencias de la Comunicación, organizado por ALAIC (Asociación Latinoamericana de los Investigadores de la Comunicación), Santiago de Chile, 26-29 de abril del 2000. Resumen: El discurso de la memoria ha sido objeto de diversas interpretaciones en el ámbito de las Ciencias Sociales durante los últimos años, al tiempo que se convertía en una especie de obsesión cultural frente a posiciones posmodernas acusadas de amnésicas. Por otra parte, en muchos países de América Latina la recuperación de la memoria reciente ha tenido un alto contenido político en la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, la defensa de la memoria también ha sido objeto de reivindicaciones neo románticas en nombre de una identidad común. El objetivo del presente trabajo es revisar distintos aspectos de la relación entre memoria y medios de comunicación, a partir de la consideración de los medios de comunicación como eje articulador de la construcción de subjetividades. 2 La memoria ha sido abordada desde diversos puntos de vista durante los últimos años en el ámbito de las Ciencias Sociales. Frente a posiciones posmodernas acusadas de amnésicas, donde la historia es presentada sin espesor y sin conflicto, la memoria fue impuesta desde ciertos ámbitos como una voz obstinada, una forma de resistencia y una reivindicación política. De manera que cualquier reflexión sobre el lugar que ocupan las investigaciones sobre este tema en el campo de las Ciencias Sociales y aun en la sociedad (o sobre todo en ella), debe tomar necesariamente en consideración el lugar de legitimación que el discurso sobre la memoria conlleva en los países que han sido atravesado por fracturas políticas, sociales e institucionales, como es el caso de muchos países latinoamericanos donde se ha convertido en una bandera política, especialmente entre agrupaciones de derechos humanos. La memoria frente al olvido propiciado activamente por los culpables de crímenes de lesa humanidad y también por sectores políticos que en nombre de la pacificación necesitan echar un manto de olvido sobre un pasado que podría presentar alternativas para el futuro. Estos discursos sobre la memoria se presentan como complementarios de aquellos provenientes de las Ciencias Sociales que tienen como objetivo la recuperación del punto de vista de los sujetos: la legitimación de voces ocluidas y la diversificación de las perspectivas desde las cuales se cuenta la Historia. Frente a los discursos totalizadores de la dominación, la historia oral, la microhistoria, la etnografía, así como los estudios culturales, han celebrado la incorporación discursiva para la interpretación de los procesos sociales, tanto como la legitimidad de la voz de los oprimidos. Sin embargo, el devenir de estas perspectivas teóricas supone una tensión implícita con el esfuerzo político por construir un discurso contrahegemónico, que deriva en una situación paradojal. Fragmentación y diferencia que no significan lo mismo en el plano político que en el plano cultural. ¿Dónde y cómo cruzar las reivindicaciones de género, las étnicas o las religiosas con las más literalmente políticas? Las respuestas pueden ser muy variadas, pero la pregunta parece reducirse en última instancia, tanto desde la problemática de la memoria, como probablemente desde cualquier ámbito de discusión en este campo, al nudo contemporáneo de los “límites para el relativismo cultural”, o qué hacer con los valores y particularmente con aquellos que nos constituyen, esto es, que forman parte de la identidad y que por eso mismo parecen soportar un plus de valor añadido. Mi intención en este trabajo es presentar algunos problemas ligados al modo en que ha sido tratado el discurso de la memoria desde distintos marcos de análisis, sin pretensión de sistematización o exhaustividad, sino con el objetivo de extraer algunas conclusiones acerca de las posibilidades de trabajo en la relación memoria y 3 medios de comunicación. Para ello voy a presentar, en segundo lugar, dos casos en los que la memoria ocupa un lugar central para la investigación en este campo, con la convicción de que esta relación todavía no ha sido suficientemente trabajada y que, a partir de las preguntas que suscitan las investigaciones podríamos llegar a plantear algunas cuestiones de interés. I. Historia, memoria y olvido La relación entre Historia y memoria tendría muchas aristas posibles, entre las cuales me interesa abordar aquí el hecho de que supone dos concepciones historiográficas distintas. No parece necesario discutir todavía la concepción de la Historia como ciencia objetiva de los hechos ya que, desde hace mucho tiempo, innumerables historiadores han logrado consenso en torno a su imposibilidad, sino, en todo caso, revisar el modo en que se ha presentado la relación Historia y memoria desde los abordajes de la Historia cultural que han primado en los últimos años. En este sentido, creo que hay dos ejes centrales desde los cuales se ha articulado esta relación: la recuperación de la subjetividad, es decir, la valoración del punto de vista de los sujetos y su consideración en tanto agentes de los procesos históricos, por un lado, y la concepción de la Historia en tanto discurso o narratividad. Respecto del primer punto, hemos mencionado antes el peso que la Historia oral, por un lado, y la Microhistoria, la Etnohistoria, o la Historia de los sectores populares ha tenido en este sentido. Es decir, que la recuperación de la subjetividad supone así la fragmentación de discursos totalizadores o el énfasis en lo microsocial antes que en lo macro. No voy a profundizar aquí en este punto que ha sido motivo de innumerables debates en distintos ámbitos disciplinarios: la relación entre lo micro y lo macro, la validez de un paradigma indiciario o la posibilidad de generalizar dentro de lo particular. Pero sí me interesa apuntar cómo este debate se reproduce de manera invertida cuando lo que se discute es el concepto de “memoria colectiva”. A pesar de que el clásico trabajo de Halbachs ya ha cumplido 50 años, el concepto de memoria nunca deja de estar completamente anclado en la psicología individual. Sin embargo, ese pasaje de la memoria individual a la memoria colectiva resulta clave para nuestro trabajo ya que se fundamenta en la capacidad de la memoria para la constitución de la identidad del sujeto. La memoria garantiza la continuidad temporal de la persona desde el presente vivido hasta los acontecimientos más lejanos de la infancia y funciona como soporte para la infinidad de recuerdos diferenciados. Al respecto, como señala Ricoeur (1999), 4 uno de los puntos críticos “consiste en defender conjuntamente la diferenciación entre los múltiples recuerdos y la continuidad indivisible de la memoria. […] los recuerdos se distribuyen y se organizan en niveles de sentido o en archipiélagos separados posiblemente mediante precipicios, y que la memoria sigue siendo la capacidad de recorrer y de remontar el tiempo, sin que nada en principio pueda impedir que continúe sin solución de continuidad ese movimiento”. El necesario pasaje de la memoria individual a la memoria colectiva proviene del hecho de que uno no recuerda solo sino con la ayuda de los recuerdos de otro y que, inclusive, “nuestros presuntos recuerdos se han tomado prestados de los relatos contados por otro” (Ricouer, 1999). Por otra parte, nuestros recuerdos se encuentran inscritos en relatos colectivos reforzados mediante conmemoraciones y celebraciones públicas, así como por monumentos y lugares públicos de alto voltaje simbólico que Pierre Nora (1992) llamó “lugares de la memoria”. La memoria, de esta manera, está en la base de la constitución de las identidades sociales, políticas y culturales y, en la concepción de estos autores, de manera particular en las identidades nacionales. De esta manera, los Estados nacionales, aunque también podríamos agregar otro tipo de instituciones según la comunidad de la que estemos hablando, construyen relatos, monumentos, lugares para la memoria. Podríamos agregar, siguiendo a Yerushalmi (1989) que la memoria colectiva se define “como movimiento dual de recepción y transmisión, que se continúa alternativamente hacia el futuro”. Ahora bien, lo que “la memoria retiene es aquella historia que pueda integrarse en el sistema de valores”. El resto es ignorado, olvidado. Es decir que la memoria está directamente relacionada con los valores del presente, “el camino por el que se marcha” y que por lo tanto, “del pasado sólo se transmiten los episodios que se juzgan ejemplares o edificantes” para los valores actuales de una sociedad. Esta concepción en buena medida “homeostática” de la historia es muy propia de las tradiciones orales. La memoria tiene un costo que sólo debe mantenerse en función del presente. Es imperativo conservar, pero también resulta indispensable una cierta dinámica de cambio cultural que, según las sociedades puede tender a la conservación de relatos (y valores) o a la ruptura de los esquemas precedentes. Este difícil equilibrio entre la memoria y el olvido vuelve tan compleja la dinámica de la memoria colectiva. Ciertos momentos históricos se presentan agobiados por la presencia de la Historia. Y obviamente estoy pensando en la célebre referencia a Nietzche cuando dice que “es absolutamente imposible vivir sin olvidar” y de lo que se trata es de “saber olvidar adrede, así como sabe uno acordarse adrede; es preciso que un instinto 5 vigoroso nos advierta cuándo es necesario ver las cosas históricamente y cuándo es necesario verlas no históricamente”. Sin embargo, no parece que éste sea el caso del momento histórico por el que estamos atravesando. Desde las versiones más banales que decretaron “el fin de la historia” hasta el modo en que la misma es presentada desde las estéticas posmodernas, todo indica que, en todo caso, nuestros excesos de historicismo han cambiado de signo. Porque, y aquí radica la paradoja, la acumulación de relatos, historias e informaciones no supondría más que otra forma de amnesia más sutil. Estamos frente a un doble movimiento que supuso, como señala Terry Eagleton (1997) la parodia de la Historia y del Marxismo en particular y por lo tanto el desprestigio de la Historia concebida como teleología (aunque como señala Eagleton “historizar no es de ninguna manera un asunto exclusivamente radical”) y, al mismo tiempo, la concepción de la historia como “un asunto en constante mutación, exuberantemente múltiple y de final abierto, una serie de coyunturas o discontinuidades que sólo una violencia teórica puede juntar en la unidad de una narración única”. De esta manera, “el impulso a historizar se transforma en su opuesto: presionado hasta el punto en que las continuidades simplemente la disuelven, la historia se vuelve una galaxia de coyunturas aisladas, un racimo de eternos presentes, lo que es decir apenas una historia”. Nuevamente esta tensión entre la unidad y la fragmentación, la continuidad y la discontinuidad.1 Esta exaltación historicista se da en todos los ámbitos pero particularmente en los medios de comunicación: desde el cine de masas (Jameson, 1999) hasta –las nuevas tecnologías de comunicación que -como señala Andreas Huyssen (1999)hacen que los triunfalistas del ciberespacio se permitan fantasías globales a la McLuhan con la idea de archivo total. De allí la paradoja de este asunto que “consiste en que el cargo de amnesia invariablemente surge en el marco de la crítica a los nuevos medios, cuando precisamente son estos medios –de la televisión al CD-Rom y a Internet- los que nos permiten disponer de mayor cantidad de memoria”. Y agrega una pregunta inquietante: “¿qué ocurriría si ambas observaciones fueran ciertas, si el boom de la memoria inevitablemente viniera acompañado por un boom del olvido?” 1 Desde una posición bien distante a la de Eagleton, Ricoeur relaciona esta dificultad para la continuidad con la tendencia que existe (desde Platón para acá) a relacionar la memoria con la imagen. De ahí que su tesis consiste en que “después de haber reconocido que ambas operaciones [imgen y recuerdo] cumplen una función común (hacer presente algo ausente), hay que separarlas poniendo de relieve la especificidad de la dimensión temporal de la memoria”. Y agrega: “Hay que recuperar esa especificidad y señalar la distancia temporal de la cosa recordada frente a la conquista desde hace siglos del problema de la memoria por parte del de la imaginación”. (Ricoeur, op.cit.) 6 II. Memorias de la recepción Después de este breve recorrido por algunas cuestiones relativas a las relaciones que se plantean contemporáneamente entre la Historia, la memoria y el olvido, quisiera presentar, en esta segunda parte, algunos problemas que se me han planteado frente a dos investigaciones empíricas donde la relación entre memoria y medios de comunicación ocupa un lugar central. En el primer caso, se trata de un trabajo sobre la reconstrucción histórica de la primera década de la televisión en la Argentina (1951-1960), donde un capítulo está dedicado a la memoria de las audiencias sobre esa primera etapa.2 En el segundo caso, se trata de una investigación que está en sus comienzos sobre la memoria de los consumos culturales durante la última dictadura en la Argentina (1976-1983).3 Me interesa contraponer los problemas suscitados en uno y otro caso ya que se trata de períodos bastante distantes en el tiempo (me refiero al punto de vista de la memoria, no de la Historia, obviamente) y sobre todo, porque trabajan sobre materiales muy diferentes entre sí. La construcción de la identidad televisiva La primera década de la televisión argentina se recorta fácilmente como un período aislado dentro de la historia del medio en el país. La televisión inicia sus trasmisiones regulares el 17 de octubre de 1951, con las trasmisiones de Canal 7 de Buenos Aires, que había sido instalado mediante una inversión del Estado nacional. Este continúa siendo el único canal de televisión en todo el país hasta 1960, cuando comienzan a funcionar varios canales privados en Buenos Aires y otras zonas del país. La instalación de estos canales no sólo produce un cambio radical para la televisión argentina sino que modifica sustancialmente el panorama de los medios de comunicación en el país. Quizás sea recién entonces cuando se puede pensar la televisión como un medio masivo de comunicación en la Argentina. Sin embargo, el período inicial de la incorporación de la televisión adquiere características distintivas ya que supone un proceso de apropiación y uso de una nueva tecnología de comunicación que ha sido descripto como un proceso de 2 Se trata de un trabajo de Tesis de la Maestría en Sociología de la Cultura, IDAES, “La TV criolla. Primera década de la televisión en la Argentina”, dirigido por Beatriz Sarlo. Una publicación parcial sobre las entrevistas a las audiencias puede verse en Varela, 1999. a. 3 Es una investigación UBACyT que se encuentra bajo mi dirección, radicada en la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. 7 “domesticación de la tecnología” (Silverstone, 1994), es decir, incorporación a la vida cotidiana en el ámbito doméstico, sus ritmos y destrezas de uso. La etapa sobre la cual desarrollamos este trabajo se presenta como un momento tensionado por la necesidad de adaptación de un medio que había sido inventado y desarrollado en otro contexto social y cultural y que, además, no logra imitar acabadamente ninguno de los modelos preexistentes: ni la televisión pública europea, ni la televisión comercial estadounidense, que recién en la década siguiente conseguirá convertirse en modelo definitivo en el país. Pero esta misma indefinición vuelve a la televisión un medio más permeable a propuestas innovadoras y a la experimentación con sus posibilidades técnicas, en un contexto político social complejo, en el que se producen cambios importantes en la Argentina. Cada aspecto de la reconstrucción de ese período exigió un tratamiento particular que de ninguna manera pretendió ni logró agotarla.4 Me limitaré aquí, sin embargo, únicamente a lo que se refiere a la memoria de las audiencias. Con la intención de reconstruir la recepción del medio en esa etapa inicial, utilicé entrevistas a personas que vieron televisión durante ese período. Trabajé con un corpus de 300 entrevistas realizadas por alumnos de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Fueron realizadas a familiares de los alumnos o personas pertenecientes a la generación de sus padres y abuelos en 1989 y 1995. Se trataba de entrevistas abiertas de tipo biográfico, que tenían como objetivo reconstruir la relación de los entrevistados con los medios de comunicación. La televisión ocupaba el mismo lugar que los demás medios, de allí que a veces no apareciera espontáneamente y otras apenas se mencionara. A este material se suman tres entrevistas con características similares que realicé personalmente en mayo - junio de 1996, pero centradas en la relación con la televisión. Este material permitió jerarquizar algunos programas para un análisis posterior a partir de la memoria que quedaba de los mismos. 4 La lectura de medios gráficos (periódicos, revistas técnicas y culturales, del espectáculo y de actualidad) correspondientes al período permitió reconstruir las representaciones iniciales de la televisión y el modo en que ésta comenzó a ser visible y significativa, así como interpretar, en forma oblicua, el impacto de la llegada de la televisión y de su programación posterior. Por otro lado, realizamos entrevistas a quienes formaron parte (como técnicos, actores, directores o autores) de la televisión de ese período. Esto permitió reconstruir el modo en que se producía la televisión entonces, así como algunas zonas de la programación. También pudimos acceder a algunos guiones, lo que nos permitió trabajar sobre ciertos ciclos de ficción que fueron importantes dentro de la programación de ese período. Por último, también recurrimos a libros de memorias de personas que formaron parte de la televisión, así como a filmes que resultaron de las primeras transposiciones de la televisión al cine o donde aparecía este medio en diferentes contextos sociales. 8 La reconstrucción del proceso de construcción social de la televisión, a pesar de la cercanía histórica, exigió una perspectiva que podríamos caracterizar de arqueológica. Se trata de la prehistoria de un medio de comunicación que en la actualidad tiene características muy distintas a las que podían preveerse en ese entonces y del que no podemos tener a la vista más que fragmentos deshilvanados. No contamos con ningún material emitido por la televisión de ese período. Toda la programación se transmitía en vivo ya que no se contaba con video tape, pero tampoco se utilizó ningún otro recurso para el resguardo de material parcial.5 A la habitual dispersión de fuentes que supone la reconstrucción de cualquier objeto en historia cultural, sumamos la escasez de las. Esto nos llevó a realizar una reconstrucción oblicua6 y fragmentaria, que está atravesada por metodologías diversas. En cuanto a las entrevistas a la audiencia, específicamente, los problemas que suelen plantear los trabajos en recepción (ya sea que se trate de lectores o de audiencias) se refieren básicamente a los límites de la interpretación, la tensión entre la libertad del sujeto o los condicionamientos sociales, la distancia entre la interpretación del crítico y los sujetos populares.7 En todos los casos, sin embargo, el investigador conoce los textos que son objeto de discusión, realiza sus propias interpretaciones, más o menos distantes respecto de las de sus lectores. Aquí, en cambio, nos hemos enfrentado a una textualidad hipotética, y los límites provienen de los filtros y mediaciones a los que debemos recurrir para su reconstrucción y lectura. Se vuelve más difícil comparar las interpretaciones de la audiencia con aquellas que surgen de la investigación, porque no se está trabajando con el mismo texto en uno y otro caso.8 De allí que los puntos más salientes que plantea una reconstrucción de 5 En la década siguiente las cintas de video tape se reutilizaban para otros programas, pero algunos fueron conservados en material fílmico y en la actualidad se están procesando para ser vistos en video. En otros países se conservó de esta manera una proporción importante de la televisión en vivo. En Estados Unidos casi el 80 % de la misma es susceptible de consulta. 6 Tomo el término del historiador Peter Burke que propone un enfoque “oblicuo” para toda historia de la cultura popular: “Por supuesto, las tradiciones orales cambian gradualmente a medida que se transmiten, pero el historiador consciente de que emplea un método oblicuo, regresivo, recordará que deberá tener esto en consideración. [...] El método es muy semejante al del arqueólogo que estudia la distribución de las hachas a través del espacio y del tiempo” (Burke, 1982: 128). Propuestas similares aparecen en numerosos historiadores de la cultura popular como Carlo Ginzburg, Robert Darnton o Geneviève Bollème. 7 Eco, 1992; Morley, 1992; Ang, 1993. 8 Para este punto fue útil la perspectiva aportada por Stanley Fish (1980) en relación con la “estabilidad” textual, es decir, la hipótesis de un texto sujeto a variaciones a partir de las interpretaciones 9 este tipo consisten, por un lado, en el modo en que los sujetos populares se relacionan con la tecnología durante una etapa incipiente del medio y, por otro lado, en cómo la apropiación del medio por parte de los mismos, supone su consideración como un elemento constitutivo de la identidad cultural. Si bien lo señalado hasta aquí no presupone un problema ajeno a la historia cultural, es importante plantear algunas especificidades respecto de las posibilidades que ofrece la reconstrucción de un objeto tan próximo y distante a la vez. Próximo en el tiempo para los parámetros de la historia, distante para las experiencias de los sujetos que han adquirido enormes competencias sobre el medio a posteriori. Como señala Mata (1991) respecto de la peculiaridad de la memoria de la audiencia radiofónica: “se trata de una experiencia no acabada. Es decir, además de contar con la posible modificación de los informantes, la materia misma de nuestra historia era cambiante y actual. […] En consecuencia, no hay memoria sobre el medio que no contenga también el presente, que no esté marcada por él”. Se trata de un objeto próximo para estos sujetos, que muchas veces consideran a los medios como un elemento fuerte de su propia constitución identitaria y que suelen organizar su relato desde el principio de la nostalgia, todo lo cual produce una serie de dificultades para lograr una perspectiva adecuada durante la investigación. La peculiaridad del momento sobre el que trabajé en esta investigación –a diferencia del trabajo citado de Mata, por ejemplo- es que intenté centrarme en el momento de emergencia del medio y por lo tanto, de constitución de una posible identidad cultural en sus audiencias. Los entrevistados insistieron en recordar la televisión de los 50 como un objeto tecnológico o en todo caso como un electrodoméstico; recordaban “el televisor” antes que “la televisión”; el uso del aparato antes que su programación. Es recién a fines de esta década y la primera mitad de los sesenta en que se comienza a tener memoria de ciclos, actores o publicidades que son recordados por una audiencia considerable en cuanto a su número, cuando esos sujetos perciben la televisión como un elemento constitutivo de su identidad cultural. Y de manera más enfática aquellos que eran niños o adolescentes durante esa etapa, es decir que son “marcados” por su programación. La televisión de entonces es presentada por estos sujetos desde la nostalgia de su infancia o adolescencia y también desde un tipo de recepción cargado de ritualidad que desapareció respecto del consumo del medio en la actualidad. Para los adultos, la radio seguría siendo un que surjan de las sucesivas lecturas que de él se realicen a lo largo de la historia de su recepción. Una síntesis personal de este problema puede verse en Varela, 1999.b. 10 medio más cálido durante toda esa etapa y también hoy, desde la memoria sobre la misma. La palabra de las audiencias sirve fundamentalmente, en este caso, para reconstruir el modo en que los sectores populares han constituido su identidad con prácticas relativas a los medios de comunicación, con fragmentos de sus discursos, con modelos y relatos que circularon por su pantalla. De allí que resulte difícil sustraerse a la valoración que los mismos realizan de la televisión de entonces y que investigaciones de este tipo hayan sido utilizadas como una reivindicación a secas de los valores del medio. Memoria y dictadura: la identidad negada Referirse a la memoria de la última dictadura en la Argentina ha presupuesto en los trabajos sobre el tema la idea de “trauma” vinculada a la represión, en la frontera entre el recuerdo y el olvido, la transparencia y la oclusión. Es decir que, frente a los edulcorados y nostálgicos recuerdos de los shows musicales, los galanes y los cómicos, se nos presenta la memoria como un núcleo duro y peligroso. La memoria exige en este caso un “trabajo” que supone la reconfiguración del pasado a través del tamiz de los relatos posteriores. Los recuerdos de los sujetos pugnan con el discurso que los partícipes de la dictadura sostuvieron sobre sí y el modo en que esos mismos sujetos los interpretaron entonces, así como con los discursos que circularon a posteriori. El lugar de los medios de comunicación también aquí ocupa un lugar central, aunque bien distinto del que comentáramos más arriba. El funcionamiento de los medios de comunicación en durante ese período todavía tiene pendiente una investigación exhaustiva, pero basta revisar cualquier medio de alta tirada, especialmente de los primeros años de la dictadura, para constatar la fuerza de un discurso transparente en su univocidad. Como señala Sarlo en un texto de 1987, el discurso autoritario propone “una visión de sí misma que es a la vez transparente y opaca. La transparencia se origina en la nitidez con la que se exponen los valores y las regulaciones a las que una sociedad se somete para conservarlos. […] Se trata de una transparencia abstracta e ilusoria frente a una opacidad real de las relaciones tal como son efectivamente vividas, en un marco donde la producción de sentidos es monopolizada por el discurso de estado y su reproducción en espejo en los grandes medios de comunicación de masas”. De aquí se sigue que en el caso de que existieran alternativas al discurso autoritario, éstas no pasaron sino excepcionalmente por las publicaciones de alta tirada y en todo caso las formas de resistencia se ubicaron en zonas fragmentarias y proclives a la producción de discursos más “opacos”: la poesía, la literatura y el arte en general. 11 Si bien este punto nos llevaría a otro terreno teórico (las relaciones entre el arte y los medios de comunicación) creo que es posible sostener la hipótesis de que los medios reprodujeron el discurso autoritario de manera monopólica a través de una censura sufrida o ejercida voluntariamente. De manera que la memoria de la recepción de los medios durante ese período está atravesada por voces que no eran oídas entonces y reconfigurada por los discursos posteriores sobre la dictadura: discursos provenientes de los medios en los años de transición a la democracia que incluyen la palabra de la dirigencia política, de intelectuales y artistas censurados y emigrados, imágenes documentales, reconstrucciones y por supuesto también ficciones que desde la literatura y el cine fijaron ciertas versiones de la historia. La reconstrucción de la memoria puede ser asimilada, en este caso, al análisis de Sturken (1997) sobre la memoria de los veteranos de Vietnam sobre la guerra. Ellos dicen que “han olvidado de dónde provienen algunas de sus memorias: si de su propia experiencia, de fotografías documentales o de las películas de Hollywood”. Esto supone, sin embargo, que las imágenes fotografiadas, filmadas o en video tape pueden plasmar y crear memorias, pero también “tienen la capacidad, a través del poder de su presencia, de obliterarlas”. De allí que para Sturken sea necesario examinar “el rol de la imagen en la producción tanto de la memoria como la amnesia, tanto la memoria cultural como la historia”. Tanto la memoria como la amnesia adquieren, en este caso, sentidos contradictorios: ambas pueden ser activas, voluntarias, traumáticas o culposas. Entre esas contradicciones resulta difícil rastrear a dónde ha ido a parar la capacidad de los medios de comunicación para constituir identidades: si los medios funcionaron como reproductores del discurso oficial, cómo identificarse con el discurso de los represores. ¿Es posible separar ambas instancias? ¿O siempre está presente esta fractura traumática en los sujetos constituidos de esta manera? Al mismo tiempo, cabe pensar que la reflexión sobre la relación entre memoria / medios de comunicación e identidad cultural durante este período, rompe necesariamente con cualquier posible nostalgia y vuelve más evidente algo que puede quedar opacado en otros discursos y es que las identidades están constituidas por elementos contradictorios. Lo que nos constituye en tanto sujetos no es necesariamente bueno y lo que la memoria organiza en forma de relato que le da continuidad a los recuerdos y que generalmente está teñido de nostalgia, tampoco puede valorarse de otra forma por ello. El círculo epistemológico que implica la afirmación contraria, no debiera exigir mayores aclaraciones si no fuera por la omnipresencia de un discurso que constata antes que interroga la existencia de identidades culturales por doquier. 12 Identidades fracturadas, culposas o negadas que buscan su afirmación en la memoria de una resistencia frecuentemente construida o la provocación de una nostalgia “cultural” que haga abstracción de la política. De esta manera se ha llegado, por ejemplo, a la reivindicación del cine de la dictadura que ponía en escena a los parapoliciales en tanto cine bizarro y celebración del kitch. Creo que nada ilustra mejor esta tendencia -en el caso de los medios argentinos- que la existencia de un canal completo dedicado a la reposición de la programación de televisión y cine nacionales de otras épocas, llamado “Volver”. Se trata de una incitación a la nostalgia que no distingue períodos históricos ni vaivenes políticos de los medios: repone comedias familiares de los 60, junto a telenovelas de la última dictadura y cine de la transición a la democracia. Todo cabe dentro de la programación y todo es material para la “memoria”. La distinción que he señalado a propósito de las dos investigaciones a las que he hecho referencia en este trabajo intentan colocar una alerta en relación con la acumulación fácil de materiales para la memoria. Obvio es decir que la relación de las audiencias con los medios es contingente y que es necesario analizar cada caso en forma específica. El momento de construcción de una identidad cultural, su emergencia histórica tiene, sin duda, algo de epicidad o cuanto menos, en el caso de la etapa de instalación de la TV, de utopías tecnológicas promovidas por las expectativas ligadas a un medio incipiente. El período de la dictadura, en cambio, sólo puede promover discursos similares respecto de la capacidad de resistencia frente a los discursos dominantes. Se ha analizado, por ejemplo, la capacidad de la música rock producida en el país para aglutinar los jóvenes durante ese período (Vila, 1985; Alabarces, 1993). Resulta imposible pensar que la televisión pudiera formar parte de un registro similar. La comparación de la función de los medios de comunicación durante estas dos etapas puede servir, de esta manera para distinguir procesos de construcción de la memoria prácticamente opuestos. No se trata de valorar uno sobre otro: resulta tan sospechosa la nostalgia de una televisión lejana, como la exaltación de una resistencia construida a posteriori. En ambos casos la relación entre memoria / medios de comunicación e identidades exige ser cuestionada. La hegemonía mediática no deja de funcionar retrospectivamente y la acumulación de fragmentos de memoria no debiera ser una legitimación en sí misma. Cabe observar –junto a Huyssen- que “la creencia conservadora de que la musealización cultural puede ofrecer compensación para los estragos que causa la acelerada modernización en el mundo social es demasiado ideológica. No reconoce que la cultura industrial desestabiliza cualquier tipo de seguridad que pudiera ofrecer el mismo pasado”. La yuxtaposición es 13 desalentadora. Sin embargo, también puede brindar una pista: hoy más que nunca memoria y amnesia no son términos opuestos ni contradictorios. Se encuentran en los mismos parajes y resulta indispensable pensar sus implicancias de manera simultánea. Bibliografía citada Alabarces, Pablo, Entre gatos y violadores. El rock nacional en la cultura argentina, Buenos Aires, Colihue, 1993. Eagleton, Terry, Las ilusiones del posmodernismo, Buenos Aires, Paidós, 1997. Halbwachs, Maurice, La mémoire collective, Albin Michel, Paris, 1997. Huyssen, Andreas, “La cultura de la memoria: medios, política y amnesia” en: Revista de Crítica Cultural, Nº 18, Santiago de Chile, junio 1999, pp. 8-15. Jameson, Fredric, El giro cultural, Buenos Aires, Manantial, 1999. Mata, María Cristina, “Radio: Memorias de la recepción. Aproximaciones a la identidad de los sectores populares” en: Diálogos Nº 30, Lima, FELAFACS, junio de 1991. Nora, Pierre (dir.) , Les Lieux de mémoire, Les Frances, Paris, Gallimard, 1992. Ricoeur, Paul, La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido, Madrid, Arrecife, 1999. Sarlo, Beatriz, “Política, ideología y figuración literaria”, en: AA.VV., Ficción y política. La narrativa argentina durante el proceso militar, Buenos Aires, Alianza, 1987. Silverstone, Roger, Television and everyday life. London and New York: Routledge, 1994 (trad. esp. Amorrortu, 1996). Sturken, Marita, Tangled memories, Berkeley, University of California Press, 1997. 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