INDIOS RANQUELES La historia de Río Cuarto no estaría completa si no hacemos referencia a quienes habitaron estas tierras, antes y después de la llegada de los que fueron denominados conquistadores, descubridores, civilizadores o invasores. Según hallazgos arqueológicos encontrados, con una antigüedad de más de 8.000 años, otras culturas de las que poco se sabe, poblaron la región antes que los comechingones en las serranías vecinas y antes que los pampas en la llanura que se extiende entre los ríos Tercero y Quinto. Aquellos pueblos primitivos desaparecieron sin conocerse las causas. Existe bibliografía muy interesante sobre la raigambre indígena de nuestra historia, que nos dice sobre aquellos seres humanos, riocuartenses que habitaron este suelo, que lo amaron y lucharon para defenderse del invasor. Especialmente he consultado un suplemento especial del desaparecido diario “La Calle”, de fecha 11 de noviembre de 1981, editado con motivo del 195º aniversario de la fundación de nuestra ciudad, y los fascículos coleccionables “Perfil histórico de la ciudad”, editados por el diario “Puntal” con motivo de cumplir la ciudad 200 años (fsc. 1, pags. 2, 3 y 4), y del historiador Carlos Mayol Laferrer los fascículos 11: “El Imperio Ranquel (I)” y 12: “El Imperio Ranquel (II)”. Asimismo es importante el estudio realizado por Germán C. Canuhé, de Ranqül, La Pampa, sobre el aborigen argentino, basado fundamentalmente en la historia escrita sobre la Nación Mamülche por un viajero chileno, Don Luis de la Cruz, que dejó un diario de viaje de lo que vio y vivió al cruzar el hábitat de los aborígenes. También dejó un testimonio escrito Don Justo Molina, que acompañó en un viaje a Luis de la Cruz. Estas referencias se pueden consultar en las páginas de Internet que se mencionan al final de esta nota. Germán C. Canuhé: Reorganizador del Pueblo Indígena en la Pampa desde 1983; fundador y Presidente de la Organización Aborigen Mariano Rosas, 1998; impulsor de la creación de la Federación India del Centro de Argentina; ganador del concurso “Tiks en la Historia”, seleccionado por la Embajada de Canadá, declarado de interés parlamentario por el Congreso de la Nación. De acuerdo a las fuentes consultadas, en la época de la llegada de los españoles, la parte llana comprendida al sur de Mendoza hasta el sur de Santa Fe, y noroeste de Buenos Aires, incluyendo el sur de San Luis, era patrimonio de los grupos indígenas que los españoles denominaron “Pampas”, conocidos como talu-het, que se traduce como “algarroberos”, según lo afirma el padre Cabrera en su obra “Córdoba de Tucumán”. Tenían también otra denominación: “muturos”, según el jesuita Fray Lucas Queda, que existían entre los ríos Tercero y Quinto. Estos aborígenes eran, según Carlos Mayol Laferrere, tehuelches septentrionales, que no eran araucanos. Otros autores sostienen que serían querandies y puelches. Los tehuelches septentrionales o Günün-a-Küra o Guenaken se encontraban desde el río Chubut hacia el norte, y los tehuelches meridionales o Aonikenk habitaban hacia el sur de dicho río hasta el estrecho de Magallanes. Otro pueblo amerindio que habita actualmente en Chile y Argentina, es el araucano o auca (rebelde) estaba integrado por diversas parcialidades: mapuches, picunches, pehuenches, huilliches, que ocupaban el territorio chileno, desde los valles centrales hasta Chiloé, y el argentino, primitivamente entre los ríos Limay y Colorado, y después en dirección norte hasta Tunuyán y el Cuarto, en dirección este hasta el Océano Atlántico, y por el sur hasta las regiones magallánicas (Fuentes: Enciclopedias de la Lengua Castellana). Según Germán C. Canuhé, la situación política que encontró De la Cruz en 1806, es la siguiente: Al Oeste, hasta el Pacífico, los pehuenches (Gente de los Pinares) cuyo jefe, Puelman, lo acompañó en su viaje. Al sur del Río Negro, los Tue Huili ches (Tehuelches) del norte, cuyo jefe era Guerahueque. Al sur de ellos, lindando con los Magallánicos, estaban los Tue Huili ches (Tehuelches) del sur, cuyo jefe era Cagnicolo. Luego los Magallánicos. En el Centro estaban los Mamülches o Rankülches (Habitantes del Mamül Mapü, País del Monte), cuyo jefe era Carripilún, el Ranquelino. Agrega Canuhé, que recién en 1961, en un Parlamento convocado por los aborígenes en San Martín de los Andes, sus hermanos del sur decidieron denominarse “Mapuches”, y que en el Centro de Argentina, los Mamülches o Rankülches ni lo heredaron ni lo aceptaron. Como se podrá deducir, los términos Mamülches y Rankülches indicados por Germán C. Canhué, se refieren a los Mapuches y Ranqueles, como lo denominan otros historiadores. Los pampas desarrollaban un activo comercio con los pehuenches de Chile, intercambiando los bienes obtenidos en los asaltos a tropas, arrias, galeras, estancias y puestos rurales de la frontera, por otros tipos de armas que los indios chilenos les ofrecían. Con la natural codicia de obtener esos bienes directamente, los pehuenches poco a poco fueron migrando hacia este lado de los Andes, al principio tal vez, con la tolerancia de los pampas. Hacia 1725 vivían ya entre los pampas dos caciques pehuenches, no pasando estos indios chilenos de 70 familias que se instalaron en lugares muy característicos en los que predominaban los cañaverales, de allí que, según algunos autores, alrededor de 1750 comenzaron a ser denominados ranqueles, que sería lo mismo que “gente del carrizal”. (Fuentes: “Perfil histórico de la ciudad” –diario “Puntal”- Año 1986, fascículo Nº 6, pag. 22/23). De acuerdo a las fuentes obtenidas por Carlos Mayol Laferrere, el nombre Ranquel parece derivar de ranquil, región geográfica de Neuquén, hábitat de algunas tribus pehuenches. A su vez, ranquil en voz mapuche, corruptela de rauca o rancul, usada por los indígenas para designar a la cortadera o paja de penacho, una gramínea que crece en lugares húmedos a orillas de los ríos y costas de los arroyos. Los pehuenches conjuntamente con los huilliches, mantenían ya una guerra cerrada contra los primitivos habitantes de estas regiones, los pampas, quienes para salvarse de la extinción, se vieron obligados a refugiarse entre los hacendados blancos, constituyendo las “tribus amigas”, a la que aluden la documentación de la última parte del siglo XVIII y parte del XX. Los ranqueles vivían en una extensa región central del país, a la que le daban el nombre de Mamuelmapu o Mamül Mapü que en su lengua significa “país del árbol” o “país del monte”, que abarcaba buena parte de la actual provincia de La Pampa y extremo sur de Córdoba y San Luis, con una superficie aproximada de 3.700 leguas cuadradas. Se infiere entonces, que los indios chilenos pehuenches y huilliches, según algunos autores, o bien los pehuenches habitantes del Norte de Neuquén, procedentes de la región de Ranquil, como lo señala Mayol Laferrere, fueron los que tomaron la denominación de Indios Ranqueles. Fueron sus principales caciques ( Según Canuhé se denominaban Lonko Che –“Lonko”: Jefe, y “Che”: Gente-): Carrilipum o Carripilún, pehuenche ranquilino, que en los años 1789 o 1790 se estableció en el Mamuelmapu. Según algunos autores, con Carripilún nace el verdadero Imperio Ranquelino. Firmó tratados de paz con Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza. Mantuvo a raya a los Tehuelches, y a los Pehuenches, aliados de España. Viajó con De la Cruz a entrevistarse con el Virrey Sobremonte, para autorizar un camino entre Chile y Buenos Aires. Las invasiones inglesas frustraron el encuentro. Fue visitado por Chiclana en Noviembre de 1819, enviado por el Supremo Gobierno de las Provincias Unidas, para conseguir una alianza. Muerto Carripilún el 13 de marzo de 1820, los ranqueles llamaron en su auxilio a Llancatrur o Yanquetruz, de origen huilliche, que se puso al frente de sus lanzas, revestido de la máxima autoridad militar. Era la época en que los ranqueles sostenían una lucha ininterrumpida, cruel, despiadada, a lo largo de un cuarto de siglo desde 1827 hasta 1852, contra don Juan Manuel de Rosas, comandante de milicias y estanciero –después gobernador- de la provincia de Buenos Aires. Uno de los hechos más destacados es la derrota que Yanquetruz le infringió a Rosas, en su frustrada “1ra. Conquista del Desierto”. Rosas alentó el establecimiento de otros indios chilenos (Boroanos y Calvucura) con el objeto de valerse de ellos para destruir a los ranqueles del Mamuelmapu, por no haber aceptado someterse a su dominio. De acuerdo al historiador Mayol Laferrére, Rosas también contaba con el auxilio de los caciques amigos Venancio Coihuepan y Melinquer. Con 290 indios de dichos caciques y la tropa al mando de los coroneles Martiniano Rodríguez y Francisco Sosa, al amanecer del 21 de noviembre de 1835, atacaron los toldos de Llanquetruz y Pichuin, sin éxito, pues advertidos sobre su marcha se retiraron en dirección al Chadileubu. En los toldos de Payne lograron reducir a 313 individuos de sus familias. Los ranqueles se fortalecieron militarmente con la masiva inmigración de unitarios, a partir de 1835, destacándose el coronel Manuel Baigorria, ex alferez de manco Paz, que disciplinó los ejércitos indígenas, y así defendieron sus hogares y sus fronteras, vengando los agravios que diariamente recibían de Rosas y de sus aliados, los gobernadores de Córdoba, San Luis y Mendoza. Con posterioridad a la derrota de Rosas, el coronel Manuel Baigorria volvió a la civilización después de veinte años de convivir con los ranqueles. El coronel Manuel Baigorria fue padrino de Manuel Baigorria, alias Baigorrita, que era hijo del cacique Pichuin. Después de duras campañas lanzadas por Rosas, la heroica resistencia de los ranqueles pareció llegar a su fin con la muerte de Yanquetruz, ocurrida en forma natural a fines de 1836. Le sucedió su hijo Pichuin o Pichún, en la misión de encabezar las lanzas ranquelinas. En la conducción política prevaleció el cacique Painegner (sobrino de Yanquetruz), conocido como Painé o Payne o Painé Nürü (Zorro Celeste), otros historiadores lo escriben Painé Guor o Guer (el Zorro Azul). Painé logró mantener unido a su pueblo bajo su insobornable autoridad. Continuó la lucha sin tregua contra Rosas y otros estancieros de Buenos Aires, especialmente por la matanza indiscriminada de animales vacunos, a los que sacrificaban únicamente para sacarles el cuero, que vendían a Inglaterra. Painé falleció el 15 de septiembre de 1844. Un dato curioso es el que relata Mayol Laferrére en su nota sobre las exequias del cacique Painé, y que en síntesis es el siguiente: De acuerdo a sus tradiciones, con motivo de los funerales de Painé, fueron inmoladas 71 indias, de las cuales 22 fueron personalizadas con sus nombres u otras señas particulares, y 49 no se identificaron, señalando solamente el toldo y el capitanejo a que pertenecían. Le sucedió su hijo mayor Callvünao o Calvaiû, más conocido por los nombres españolizados de Calbanao, Calban o Galban. De la unión de Callvünao y la cautiva Rosario Saa, nació Felipe Mariano Rosas, conocido como “Indio Felipe Rosas” (una calle de nuestra ciudad lleva su nombre). Fue bautizado y terminó el colegio secundario. Después abrió una escuela particular, y posteriormente fue maestro de la Escuela Municipal del Barrio Hipódromo (después Domingo F. Sarmiento). Se casó con Eufemia Fernández que le dio cinco hijos. Falleció en Río Cuarto el 15 de enero de 1894. (Fuentes: Libro: “Hombres y Mujeres de Río Cuarto”, páginas 64/65, editado por Gonzalo Otero Pizarro). A la muerte de Callvünao, la sucesión imperial recayó en su hermano Paguitrur o Panguitruz Nürü (Zorro Cazador de Leones) o Panghitruz Guor (Zorro Cazador de Pumas). Siendo chico fue hecho prisionero y entregado a Juan Manuel de Rosas, quién lo toma a su cargo, lo hace bautizar, pasa a ser su ahijado y adopta el nombre de Mariano Rosas. Transcurridos unos años en la Estancia El Pino, se escapa a su tierra. Según Canuhé, Panguitruz fue hecho prisionero por el cacique Yanguelen, que tenía a su cargo la frontera norte, quién se pasó a la “civilización”, recibiendo tierras del gobierno. Considerada esa actitud como una traición a su pueblo, Pichuin quiso cumplir con el deseo de su padre, Yanquetruz, de hacerle pagar con su vida su traición. Como Yanguelen conocía la forma de pelear de su antiguo pueblo, logró vencer a Pichuin, tomando prisioneros, entre los que estaba Panguitruz Nürü, que entregó a Juan Manuel de Rosas. Posteriormente en un enfrentamiento, Painé mata a Yanguelen. Mariano Rosas continuó la alianza con Urquiza, batiéndose los ranqueles en Cepeda al lado del entrerriano. Después de la batalla de Pavón (1861) donde las tropas de Buenos Aires mandadas por Mitre vencieron a las de la Confederación, a las órdenes de Urquiza, muy pronto los porteños dieron muestras de sus intenciones lanzando sobre los ranqueles una formidable invasión al mando del coronel Julio de Vedia. Con ello quedó definitivamente rota la paz, y no dejó a Mariano Rosas otra alternativa que la de organizarse para su defensa. Se sucedieron continuas ofensivas (malones) quedando las poblaciones fronterizas arrasadas por el furor ranquel, replegándose el ejército de línea a los antiguos reductos del río Cuarto y Santa Catalina. A comienzos de 1865, el gobierno argentino solicitó la paralización de las hostilidades. Mariano Rosas exigió condiciones, demandando la entrega de yeguas, vacas y alimentos en concepto de indemnización. Se convino un tratado de amistad, ratificado en sus aduares el 18 de junio de 1865. Pero el gobierno argentino no pudo cumplir con lo estipulado, por cuyo motivo, transcurridos dos trimestres sin compensación alguna, Mariano Rosas consideró nulos los tratados y reanudó las hostilidades, calificándose como tremendas las expediciones lanzadas durante el año 1866, sobre el departamento Río Cuarto. Después los ranqueles se retiraron a sus montes y comenzaron sondeos para establecer una paz duradera. Las tratativas maduraron con la llegada a Río Cuarto del coronel Lucio V. Mansilla, designado jefe de frontera. En su célebre excursión a los indios ranqueles, a fines de marzo de 1870, después de marchar unos 400 kilómetros desde el fuerte Sarmiento, al sur de Córdoba hasta Leuvucó, al norte de La Pampa, Mansilla concertó en ese lugar un Tratado de Paz con Mariano Rosas, secundado por jefes como Baigorrita, descendiente de Yanketruz, y Nahuel, conocido como Ramón Cabral, el “Platero”. Dicho Tratado, desgraciadamente no fue ratificado ni reconocido por el gobierno del presidente Sarmiento. En el verano de 1874, el pueblo ranquelino sufrió las terribles consecuencias de la viruela. A pesar de esta calamidad, Mariano Rosas no aceptó abandonar sus tierras, como se lo sugirió una vez más el Gobierno Nacional. Respetado por los cristianos y por su pueblo, transcurrieron los últimos días de Mariano Rosas, en el mismo suelo que lo vio nacer, falleciendo el 18 de agosto de 1877. A la muerte de Mariano, su sucesor fue su hermano Epungner o Epugner o Epumer, pero fue hecho prisionero en diciembre de 1878. Huaiquigner, segundo hijo de Mariano Rosas, asumió la delicada misión de conducir a su pueblo al exilio. En Agosto de 1882 tiene lugar el último enfrentamiento armado con las fuerzas nacionales. Yanquimil, el más prestigioso entre los sobrevivientes combatió en Cochi Cô (Agua Dulce), y aunque se retiró vencedor, se dio cuenta que la guerra estaba perdida y se entregó en marzo de 1883. Así, profundamente desmoralizados, los ranqueles que otrora fueran los dueños de las llanuras, montañas y ríos de nuestra pampa, buscaban un refugio para seguir viviendo. Después de una penosa travesía, perdiendo caballada, y con la deserción de numerosos cautivos, en marzo se acercaron al Neuquén, y entraron finalmente a la tierra de sus antepasados: los pehuenches. Otros fueron enviados a Tucumán, a los ingenios. A Martín García a fabricar adoquines. Al Chaco, a los campos como peones, y a otros lugares. Algunos Rankülches que acompañaron a Baigorria cuando retorna a la civilización en 1852, son bautizados con ese apellido, en el Fuerte 3 de Febrero y se afincan en San Luis. Canuhé relata en su estudio varios episodios ocurridos entre las distintas tribus y contra los distintos gobiernos nacionales y provinciales, los enfrentamientos, tratados de paz y traiciones que se sucedieron. Describe la traición del General Julio Argentino Roca en la denominada “Expedición al Desierto”. Mientras se aprobaba el Tratado de Paz del 24 de Julio de 1878 con Epu Nürü (hermano de Mariano Rosas) y Baigorrita, y convencía a Ramón Cabral a que se pasara a la civilización, preparaba sigilosamente el Ejército Argentino de Ocupación. Hizo caso omiso del artículo 65, inciso 17 de la Constitución Nacional que ordenaba “mantener el trato pacífico con los indios...”, ordenando emboscar a las dos comisiones que marchaban al Río Cuarto por el cumplimiento del Tratado. Una fue aniquilada, la otra hecha prisionera. Baigorrita en “sobre aviso”, intentó ganar la cordillera, pero en julio de 1879 logran acorralarlo. Gravemente herido sigue peleando hasta que es hecho prisionero. Una y otra vez se arrojó del caballo que lo transportaba, hasta que tuvieron que ultimarlo. Tenía 40 años. Y de las traiciones entre los mismos indios, relata la del cacique Cafulcurá o Callvucurá. Los estancieros pactaron con indios de la región de Boroa, Chile, para custodiar la frontera. Cuando percibieron la alianza entre Boroganos y Ranqueles, que hubiera sido perjudicial para ellos y los intereses que representaban, trataron con Cafulcurá, de la región de Llaima, en Chile, concretando éste una traición el 9 de setiembre de 1834, en Masallé que terminó con la vida de los caciques Rondeau, Melín y otros jefes Boroganos. El cacique Coliqueo logró escapar y se guareció en el Mamuelmapu. Caído Rosas en 1852, Cafulcurá volvió a ser el gran jefe indio que siempre debió haber sido. En la obra “Quarto Río”, Revista de la Junta Municipal de Historia. Año 1 – Nº 1 – Diciembre de 1996, el historiador Carlos Mayol Laferrére escribe la nota “Cacicazgo de Payne (1836-1844) de Acuerdo con la Documentación de la Frontera de Córdoba – Su Muerte y Exequias”, donde hace un pormenorizado relato sobre los acontecimientos ocurridos durante el cacicazgo de Painé o Payne, especialmente la diplomacia desplegada por este gran cacique ranquelino en su trato con las autoridades nacionales y provinciales. Mayol Laferrére transcribe los mensajes o cartas que se intercambiaban en distintas oportunidades, todas ellas con la finalidad de llegar a un ideal estado de paz. De tan interesante narración, transcribo resumen de una parte de dicha historia: Los ranqueles del cacique Payne mantenían una fluida correspondencia con los unitarios cordobeses, y aspiraban a tener relaciones pacíficas con ellos, a despecho de tener que denunciar las intenciones de los parciales de Pichuin y sus aliados chilenos. Pero todo cambió cuando asume la gobernación de la provincia Manuel López, incondicional amigo de Juan Manuel de Rosas. El cacique Carrane, aviniéndose a alcanzar la paz, envió indios de lanza y familias a entrevistarse con el gobernador López, en el fuerte de La Carlota, donde se había establecido. López se lo comunica a Rosas, quién sostiene que nada de paces con los ranqueles, solamente la guerra y el exterminio para ellos. Consigue que Manuel López cambie de opinión y éste envía una expedición a la laguna del Cuero a sorprender a la gente de Carrane, al que finalmente apresan en Muluarte. Los que no fueron muertos, por orden de Rosas fueron llevados prisioneros a Buenos Aires, donde les esperaba un trágico final también. Antes, persuadido López que los indios que tiene a su lado en La Carlota lo iban a traicionar, los hace víctima de una de las masacres más horribles de que se tenga noticia, asesinando a 156 indios de pelea y 33 indias viejas y tomados prisioneros unos ciento sesenta personas de chusma. A partir de 1840, Rosas modificó su política para con los ranqueles. En su estudio sobre esa situación, Mayol Laferrére expresa que encontró en el Archivo Histórico de Córdoba, valiosa correspondencia tendiente a lograr un acercamiento para pacificar las fronteras, especialmente la de Buenos Aires. Se logró un Tratado de Paz entre los caciques ranqueles y pehuenches y el Gobernador Rosas, que se interrumpió a raíz del apoyo que los ranqueles le dieron a los generales unitarios Lamadrid y Lavalle cuando invadieron Córdoba. Por su parte el coronel Baigorria con sus lanzas ranqueles y unos pocos unitarios, el 11 de noviembre de 1840 tomaron el pueblo y el gobierno de San Luis. Derrotados los unitarios y repuestas las autoridades federales, trataron de recomponer las relaciones de cualquier modo. En 1842, Payne no podía controlar a Pichuin y Baigorria, que invadían en las fronteras de San Luis y Buenos Aires, lo que era motivo de reclamos por parte del Gobernador López hacia Payne. Y así transcurrió la historia de los aborígenes de estas tierras, de la que dan cuenta distintos historiadores. Lo que he relatado es solo una pequeña parte de esa historia, pues la misma se remonta al siglo XVI, y es imposible poder contarla en una obra que solo tiene la intención de que, por lo menos los riocuartenses, tenga una idea de quienes fueron los indios ranqueles, que seguramente han sentido mencionar ese nombre muchas veces. Para quién tenga interés en ampliar sus conocimientos, puede consultar la bibliografía y páginas de Internet que menciono al final. No hay dudas de que los aborígenes lucharon para defender sus vidas y las tierras que poseían, contra los españoles que eran los invasores y posteriormente contra las autoridades provinciales y nacionales. Transcurrieron aproximadamente 350 años, en que se alternaron épocas de guerra y de paz, de alianzas y traiciones entre los mismos aborígenes, y entre éstos y los distintos gobiernos. Sucedieron hechos crueles como en toda guerra, matanzas irracionales e injustas en ambas partes. Así como los indios tomaban prisioneros y los mantenían cautivos, también los españoles y luego los gobiernos argentinos, procedían de igual manera, intercambiándose cautivos en base a tratados de paz. Si revisamos la historia desde la antigüedad, veremos que la actitud de los grupos humanos ha sido siempre la misma. A fuerza de invasiones y guerras se fueron consolidando los nuevas poblaciones, sometiendo a los vencidos o adaptándose éstos a las nuevas costumbres que imponían los vencedores. A veces se sublevaban y lograban recuperar sus territorios, pero quedaba la cultura que durante muchos años desarrollaban los conquistadores. En el caso de los aborígenes, debemos pensar que también ellos fueron invasores que llegaron a estas tierras desde distintos lugares, desplazando a los antiguos ocupantes, que como lo digo al principio, se remonta a 8.000 años aproximadamente, de acuerdo a hallazgos arqueológicos. Para quién tenga interés en ampliar conocimientos con respecto a los aborígenes, pueden consultar en Internet la página http://www.lavozdelinterior.net/2004/1019/suplementos/temas/nota277183_1.htm de la Voz del Interior On Line, titulada La triste historia de los aborígenes argentinos, por Esteban Dómina. Transcribo algunos pasajes de dicha nota: “...Los conquistadores impusieron los inhumanos regímenes de explotación y servidumbre conocidos bajo el nombre de encomiendas, mita y yanaconazgo; los que en poco tiempo, diezmaron la población aborigen”. “...La Asamblea del año 1813 dio por terminada de manera definitiva el sistema de encomiendas, mita, yanaconazgo y cualquier otra forma de explotación servil de los indígenas”. “...En 1813, Juan Manuel de Rosas encabezó la primera campaña al desierto...Las poblaciones indígenas que halló a su paso fueron acorraladas, destruidas y sometidas. El saldo –publicado en la Gazeta Mercantil del 24 de diciembre de 1833- fue de 3.200 indios muertos y 1.200 prisioneros. Los miles de leguas reconquistadas fueron repartidas discrecionalmente entre vencedores, sus amigos y partidarios. Así nacieron muchos de los latifundios que subsisten hasta hoy, y surgió la llamada oligarquía terrateniente de la provincia de Buenos Aires”. “...El pensamiento dominante en ese tiempo era que la República Argentina no necesitaba de sus indios y que por esa razón en el país moderno no había lugar para ellos...A esa época corresponde la publicación del Martín Fierro, el poema gauchesco que recoge el grito desgarrador de las víctimas de la civilización en ciernes”. “...La clase dirigente de entonces, de filiación liberal y con la mirada puesta en Europa, despreciaba la cultura autóctona. Según esta visión, los indígenas de nuestro país eran inferiores a los del resto de América”. “...Gran parte del territorio que seguía en manos de los aborígenes, eran tierras fértiles y de gran valor económico, que los dueños del poder querían recuperar para parcelar, alambrar y tender líneas férreas”. “...La triste realidad es que los indios están amenazando constantemente la propiedad, el hogar y la vida de los cristianos, ¿Y qué han hecho éstos, qué han hecho los gobiernos, qué ha hecho la civilización en bien de una raza desheredada que roba, mata y destruye, forzada a ello por la dura ley de la necesidad? “...El brazo ejecutor de la operación de mayor alcance contra el indio, fue Julio Argentino Roca...Lo mismo que había sucedido con los españoles, el enfrentamiento fue desigual. La flecha, la lanza y las boleadoras nada pudieron hacer contra el fusil Remington y el cañón Krupp”. “...Roca llegó con seis mil hombres hasta las márgenes del Río Negro, y el 25 de mayo de 1879 se izó el pabellón Nacional en la isla Choele Choel. El saldo hasta ese momento era de 1.313 indios de lanza muertos, 1.271 prisioneros, 10.513 indios de chusma cautivos y 1.049 reducidos”. “...En esta segunda etapa, cientos de caciques, capitanejos y jefes guerreros fueron pasados por las armas y tribus enteras fueron trasladadas, desmembradas o reducidas a la servidumbre”. “...Entretanto, los estancieros ingleses comenzaban a instalarse en la Patagonia, desatando una feroz cacería de indios y poniendo precio al par de orejas de tehuelche, mapuche, ona o yagán. Al mismo tiempo, el hombre blanco contagiaba a los nativos sus enfermedades y sus malos hábitos, como el alcoholismo”. “...Han pasado más de 100 años desde que concluyeron las guerras contra el indio y el mejor reconocimiento de la deuda moral que pesa sobre todos nosotros está reflejada en la Constitución Nacional, reformada en 1994, en el artículo 75, inciso 17: Corresponde al Congreso: reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes o embargos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que lo afecten. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones”. “...¿Qué hubiera pasado si se aplicaba esta sabia receta 150 años atrás?”. Fuentes: http://www.argentour.com/tehuelches.htm http://www.aborigenargentino.com.ar/modules.php?name=Sections&op=viewarticle&ar tid=20 http://www.geocities.com/territoriosocial/AO113.html?200527 http://www.lavozdelinterior.net/2004/1019/suplementos/temas/nota277183_1.htm “Perfil histórico de la ciudad”-diario Puntal – Año 1986 – pag.22/23 “Hombres y Mujeres de Río Cuarto” editado por Gonzalo Otero Pizarro. Enciclopedia Ilustrada de la Lengua Castellana. Editorial Sopena Argentina. “Quarto Río”, Revista de la Junta Municipal de Historia. Año 1 – Nº 1 – Diciembre de 1996 (Nota de Carlos Mayol Laferrére, pags. 87 a 123).