Hume: Crítica al concepte metafísic de jo o identitat personal J.M. Bermudo: El empirismo (Editorial Montesinos, pp. 101-104) Acabemos esta reflexión sobre Hume con algunas referencias al problema de la identidad personal, que es un tema central entre los filósofos empiristas. Locke había planteado el tema con nitidez (E, I, XXVII), pareciéndole que la complicación del tema sólo se debía «al poco cuidado y a la poca atención» en el uso de las nociones de las cosas. La verdad es que, a su pesar, ni él mismo parece ver tan claro el tema. Prueba de ello es que establece varias distinciones que no sirven para clarificar el problema. Locke, aunque dedica al tema de la identidad todo un largo capítulo, la verdad es que lo resuelve convencionalmente y no sin confusión: «Siendo éstas las premisas para encontrar en qué consiste la identidad personal, debemos ahora considerar qué significa persona. Pienso que ésta es un ser pensante e inteligente, provisto de razón y de reflexión, y que puede considerarse asimismo como una misma cosa pensante en diferentes tiempos y lugares; lo que tan sólo hace porque tiene conciencia, porque es algo inseparable del pensamiento, y que para mí le es esencial, pues es imposible que uno perciba sin percibir que lo hace. Cuando vemos, oímos, olemos, gustamos, sentimos, meditamos o deseamos algo, sabemos que actuamos así. Así sucede siempre con nuestras sensaciones o percepciones actuales, y es precisamente por eso por lo que cada uno es para sí mismo lo que él llama él mismo, sin que se considere en este caso si él mismo se continúa a sí mismo en diversas sustancias o en la misma.» (EHU. II, XXVII, 11) Hume, en cambio, es de una gran coherencia y muy consciente de lo que está en juego en el tema. Frente a los filósofos que «se figuran que lo que llamanos nuestro yo es algo de lo que en todo momento somos íntimamente conscientes, que sentimos su existencia y su continuidad en la existencia y que, más allá de la evidencia de una demostración, sabemos con certeza su perfecta identidad y simplicidad»..., frente a ellas Hume considera que «desgraciadamente todas esas afirmaciones son contrarias a la experiencia». ¿Cómo tener una idea clara y distinta del yo? «Si hay alguna impresión que origine la idea del yo, esa impresión deberá seguir siendo invariablemente idéntica durante toda nuestra vida, pues se supone que el yo existe de este modo. Pero no existe ninguna impresión que sea constante e invariable. Dolor y placer, tristeza y alegría, pasiones y sensaciones se suceden una tras otra, y nunca existen todas al mismo tiempo. Luego la idea del yo no puede derivarse de ninguna de estas impresiones, ni tampoco de ninguna obra. Y en consecuencia, no existe tal idea» (THN,252). Si cada idea es distinta -pues su ser no trasciende a su ser percibido- y lo único que percibimos son nuestras ideas, ¿cuál de ellas sería el yo, si todas son diferentes y ninguna de ellas es continua? Y en buen cartesiano: «Pero todavía más: ¿en qué tendrían que convertirse todas nuestras percepciones particulares, de seguir esa hipótesis? Todas ellas son diferentes, distinguibles y separables entre sí, y pueden ser consideradas por separado y existir por separado: no necesitan de cosa alguna que las sostenga en su existencia. ¿De qué manera pertenecerían entonces al yo, y cómo estarían conectadas con él? En lo que a mí respecta, siempre que penetro más íntimamente en lo que llamo mí mismo tropiezo en todo momento con una u otra percepción, y nunca puedo observar otra cosa que la percepción. Cuando mis percepciones son suprimidas durante algún tiempo, en un sueño, por ejemplo, durante todo ese tiempo no me doy cuenta de mi mismo, y puede decirse que verdaderamente no existo. Y si todas mis percepciones fueran suprimidas por la mente y ya no pudiera pensar, sentir, ver, amar u odiar tras la descomposición de mi cuerpo, mi yo resultaría completamente aniquilado, de modo que no puedo concebir qué más hace falta para convertirme en una perfecta nada.» (THN, 252) Nunca podemos atrapamos a nosotros mismos; nunca podemos ir más allá de las percepciones y tengo obligación de pensar que si mis percepciones desaparecieran, se aniquilaría mi yo. Más aún, ¿qué derecho tenemos a hablar así? Cuando digo «no puedo captar mi yo» parece como si estuviera presuponiendo un sujeto activo que intenta percibirse sin conseguirlo. Pero para Hume: «La mente es una especie de teatro en el que distintas percepciones se presentan en forma sucesiva; pasan, vuelven a pasar, se desvanecen y mezclan en una variedad infinita de posturas y situaciones. No existe en ella con propiedad ni simplicidad en un tiempo, ni identidad a lo largo de momentos diferentes, sea cual sea la inclinación natural que nos lleve a imaginar esa simplicidad e identidad. La comparación del teatro no debe confundimos: son solamente las percepciones las que constituyen la mente, de modo. que no tenemos ni la noción más remota del lugar en que se representan esas escenas, ni tampoco de los materiales de que están compuestas.» (THN, 253) La mente, el «yo pensante», no es ni un lugar donde ocurren los fenómenos (Hume es fiel a la negación del espacio absoluto newtoniano), ni siquiera el escenario donde aparece el centelleo de las ideas, la representación. El «yo pensante» es sólo el nombre de esa representación, de ese aparecer y desaparecer de ideas todas ellas distintas y, en rigor, irrepetibles. Ahora bien, ¿cómo se llega a la ficción de un yo que permanece idéntico a sí mismo y continuo bajo el escenario evanescente? Hume diría que la mente tiende a confundir la sucesión de ideas semejantes con la permanencia o identidad de la percepción. Aunque en cada instante la percepción es distinta, tiende a verla como la misma repetida. Como si se dejara llevar por la pereza, como si fuera más económico o placentero percibir la identidad, como si fuera un trabajo excesivo captar la diferencia en la sucesión de esas ideas semejantes: «Es esta semejanza la causa de la confusión y el error, y la que nos lleva a colocar la noción de identidad en lugar de la de objetos relacionados.» Por tanto, hay una fuerza natural que empuja a la ficción. Y una fuerza tan irreductible que «aunque nos corrijamos constantemente a nosotros mismos mediante la reflexión, volviendo así a un modo más exacto de pensar, no podemos sostener por mucho tiempo nuestra filosofía, ni arrancar de la imaginación ese prejuicio. Ello es asÍ, dirá Hume, y no es malo porque la.naturaleza es sabia. Admitir ese funcionamiento del entendimiento con recursos constantes a la ficción es la buena filosofía, de quien tiene valor de quedarse con las reglas del juego. Lo que le parece inaceptable e infantil es añadir otra ficción para recuperar la fe, como sería imaginar un alma sustrato, sujeto o escenario, una extensión lugar o agente, o simplemente una ley que garantice el orden de la sucesión, la estabilidad y regularidad de la colección. Quedarse sin Naturaleza, sin Dios y sin Alma, sin sustancia y sin sujeto, sin más orden y ley que el orden y la ley de la representación... Y quedarse ante ella sin heroísmo ni dramatización, sino con la conciencia que la filosofía es el momento del juego que no debe afectar al comercio y al trato cotidiano..., ése es, a nuestro entender el mensaje que Hume lanzó. Aunque él mismo corrigiera después sus matices, como si hubiera sido una insolencia ocasional, una rebelión momentánea, un grito escapado de su garganta.