G nero/Comunicaci n/Cultura: modelos y perspectivas en el campo del saber en Ciencias Sociales

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AVATARES de la comunicación y la cultura, Nº 5. ISSN 1853-5925. Junio de 2013
Género/Comunicación/Cultura: modelos y perspectivas en el campo del saber en Ciencias
Sociales
Por María Belén Rosales*
Los estudios de la mujer y de género nacen en la región latinoamericana en espacios extraacadémicos, en las llamadas Organizaciones No Gubernamentales. Es en la década del 80 cuando
comienzan a instalarse en la esfera de preocupación de los gobiernos y en los 90 cuando se
incorporan con distintos grados de formalización en la academia.
Los estudios tanto teóricos como de investigación de las mujeres son el punto de arranque de los
estudios posteriores sobre el género, a pesar de que se las constituía en un único y aislado objeto de
análisis, sin incorporarlas en un contexto relacionado con lo socio-cultural y/o simbólico. La
presión de los movimientos feministas mostró la importancia de considerar al “género” como una
categoría indispensable en el análisis social.
Las académicas tenían objetivo político: distinguir que las características humanas consideradas
"femeninas" eran adquiridas por las mujeres mediante un complejo proceso individual y social, en
vez de derivarse "naturalmente" de su sexo. Suponían que con la distinción entre sexo y género se
podía enfrentar mejor el determinismo biológico y se ampliaba la base teórica argumentativa a favor
de la igualdad de las mujeres (Lamas, 1998).
Por entonces, en la sociología clásica se significaba a los sujetos como construidos culturalmente a
través del proceso de socialización, desempeñando roles asignados a su sexo y reproduciendo de
forma monótona el orden social. Hoy, esa concepción está siendo revisada y se puede afirmar que
los sujetos son construidos y deconstruidos permanentemente, a través de los procesos de
reproducción, como los de resistencias, resignificación y transformación.
La teoría, entonces, sirve para analizar cómo identidades y subjetividades se articulan y
desarticulan, y para entender la cuestión del lenguaje, el discurso y la representación como aquellas
mediaciones simbólicas que son fundamentales para distanciarse de la naturalización del cuerpo y la
representación de identidades prisioneras del binarismo de género.
*
Lic. en Comunicación Social, Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional
de la Plata. Becaria Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CIC).
Integrante del Laboratorio de Comunicación y género (FPyCS. UNLP). Coordinadora del Observatorio de
comunicación y género (FPyCS. UNLP).
mabelen.rosales@gmail.com
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Durante estas últimas décadas, los debates sobre las diferencias y las identidades atraviesan
momentos claves, tal como lo plantea Nancy Fraser “el primer momento abarca desde los finales de
los setenta hasta mediados de los ochenta y centra su atención en la diferencia de géneros. El
segundo llega hasta los inicios de los noventa y el nudo rector será la diferencia entre las mujeres.
El último, es el momento en que nos encontramos hoy, y su cuestión central es el de las múltiples
diferencias”. (Fraser, l992)
Es de destacar la influencia en esta mirada de Michel Foucault y sus análisis sobre el poder, la crisis
de la representación, el anuncio de la muerte del Hombre, que implica no solamente la desaparición
de un ser que ha dominado en el campo del pensamiento sino también en el ámbito de lo genérico, y
los estudios sobre la sexualidad como discurso normalizador (1).
Desde entonces “género” funciona como una herramienta teórica útil para el análisis conceptual de
un conjunto de problemas vinculados, en principio, a la situación de segregación y discriminación
de las mujeres y luego como plataforma sobre la que se desarrollan las teorías de la identidad
sexual.
Tras varias décadas de luchas de organizaciones de mujeres y extensos debates teóricos al interior
de la academia, el concepto de género aparece hoy vinculado a un modo de organización de las
normas culturales pasadas y futuras y un modo de situarse uno mismo con respecto de esas normas,
más precisamente como sostiene Judith Butler, una de las pioneras de la teoría queer, “un estilo
activo de vivir el propio cuerpo en el mundo, como un acto de creación radical” (Butler, 1986).
Manuel Castells afirma que el género dentro de la misma relación dinámica de poder se cruza con
otros referentes simbólicos en la constitución de la propia subjetividad. Este anti-esencialismo,
contrario a la uniformidad de la feminidad como nueva forma de dominación cultural, se abre a la
libre expresión de las diferencias reales entre las mujeres, permitiendo recombinaciones diversas
como la encarnada, por ejemplo, en una ¨feminista lesbiana negra¨. Hace posible, en suma, el
análisis deconstructivo crítico del carácter complejo de las diversas relaciones de poder que nos
atraviesan atendiendo no sólo a cuestiones de género y sexualidad, sino también, de etnia, cultura,
religión, lengua, nacionalidad e, incluso, de situación económico-social particular. (Castells, 1998)
En consonancia, Butler el autor señala que la articulación entre etnias, sexos y economías, “implica
todavía continuar planteando la cuestión de la “identidad”, pero no ya como una posición
preestablecida ni como una entidad uniforme”; sino como “un mapa dinámico de poder en el cual se
constituyen y/o suprimen, se despliegan y/o se paralizan las identidades” (Butler, 2002: 176). (2)
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Desde estas nuevas miradas, por “género” puede entenderse la construcción sociocultural e histórica
que define y da sentido a la sexualidad, y que conforma un sistema de poder que se realiza por
medio de operaciones complejas, a través de normas, tradiciones, prácticas, valores, estereotipos,
que se producen y reproducen en los discursos públicos que circulan en las instituciones sociales y
que habilitan, limitan y/o restringen las prácticas, esquemas de percepción y conductas de los/las
individuos/as como seres sexuados desde una concepción heteronormativa y androcéntrica.
Estas reflexiones significaron una ruptura de la conciencia ingenua y el paso hacia una visión más
crítica que condujo a la necesidad de superar las desigualdades, entendiendo que las
discriminaciones, cualquiera sea su tipo y origen, no tienen por qué seguir siendo datos de nuestra
realidad. Por ello, un análisis sobre la problemática de género, requiere realizar una reflexión sobre
el lugar que históricamente han tenido o ha sido asignado a las mujeres y la amplia diáspora de
sexualidades en la sociedad. En este punto, surge la pregunta por las articulaciones posibles entre el
desarrollo histórico de las teorías sobre género y el campo de la comunicación como planteo
epistemológico en las prácticas de producción social de sentidos y saberes.
Desarrollo sincrónico de los modelos explicativos de la comunicación y las teorías de género
A fin de explorar el desarrollo epistemológico de las teorías de comunicación y de género partimos
de situarnos en una línea imaginaria de tiempo. En esta línea, podríamos identificar un primer
momento:
-Período 1930-1950: dentro del campo de la comunicación tiene lugar el desarrollo del “Modelo
Informacional”. Shannon y Weaver desarrollan la teoría matemática de la información a fines de la
década de 40 en los Estados Unidos. Surgía así el modelo informacional con énfasis en la
transmisión de información. Luego, Roman Jakobson dio una dimensión comunicativa al modelo
matemático al incorporar a él las nociones de contexto en que se produce la trasmisión, al
diferenciar las funciones que puede cumplir el lenguaje, etc. Los teóricos funcionalistas de la Mass
Communication Research comienzan a considerar, el papel que juegan los grupos de pertenencia de
los individuos en las operaciones de interpretación de los mensajes y particularmente sobre sus
efectos desarrollando el modelo informacional con énfasis en los efectos. En ambos casos, la
comunicación es entendida como un fenómeno lineal: la centralidad está puesta en el emisor (desde
un lugar de poder), no hay pregunta por el interlocutor, por quién es el otro, el receptor era así una
figura subsidiaria. La noción de feedback (en las teorías de los efectos) sólo apunta a comprobar la
fidelidad del mensaje (si ha llegado tal cual se requería). La preocupación es lograr el efecto
deseado y la modificación de las conductas.
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En los modelos informacionales se considera que la comunicación es lineal y por lo cual los ajustes
deben realizarse o en los mensajes o en las herramientas. En este marco, los medios masivos eran
vistos como meros transportadores de señales.
A comienzos del período temporal antes mencionado, las investigaciones realizadas por Margaret
Mead en los años 30 en tres sociedades de Nueva Guinea constataron que no todas las sociedades
estaban organizadas de forma patriarcal, y en ese sentido la distribución de los roles entre mujeres y
hombres era diferente a las de las sociedades occidentales, con lo cual hace un primer
cuestionamiento al carácter "natural" de las diferencias entre ellos, incluyendo las físicas. Así
comenzaba a tomar forma el interés por el género desde un marco explicativo cuyas raíces eran el
objetivismo y la neutralidad ajustadas a las reglas del positivismo imperante, podríamos considerar
que el eje central de estos estudios es la distinción naturaleza/cultura, anclado en el modelo binario
de la sexualidad y el género.
Años más tarde, el segundo sexo de Simone de Beauvoir (1949) denunció el papel preponderante en
que los modos de socialización intervienen en la distinción biológica de “mujeres” y “varones”. A
partir de aquí, se construyó la analogía: “el sexo es al género como la naturaleza a la cultura”.
Las nuevas realidades de género que se hacen evidentes en la sociedad. En los años 50 el análisis de
estos problemas estaba muy marcado por el enfoque biológico, si bien en Beauvoir hay una mirada
crítica a la sociedad y a la forma en que ésta se estructura.
-Período 1950-1960: surge la “Teoría crítica”, se denomina así al cuerpo teórico principal de los
filósofos y otros pensadores de diferentes disciplinas adscritos a la Escuela de Frankfurt que
retomaban la teoría marxista, una teoría de la crítica del intelectual hacia el acercamiento teórico a
la realidad, sus exponentes principales eran: Theodor Adorno, Walter Benjamin, Max Horkheimer,
Herbert Marcuse, Jürgen Habermas, Erich Fromm, entre otros.
Una de las principales críticas del momento está dirigida al paradigma de los efectos. Los cultural
studies ingleses permitieron una superación del modelo informacional de la comunicación. Los
representantes de la teoría crítica introdujeron nociones tales como la de ideología y manipulación.
Es entonces cuando se da paso del estudio de los objetos a las lógicas de acción y se estudia la
comunicación como una relación de sentido y de poder que se materializan en los contenidos y las
formas de los medios
Pasquali y Freire reciben la influencia de la Escuela de Frankfurt, el marxismo, el estructuralismo,
la semiología, y desde su propio marco comienzan a ver a la comunicación de masas no sólo como
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instrumento de dominación sino también como estrategia para la liberación, construyendo lo que
sería un Modelo de comunicación con énfasis en el proceso.
Para los teóricos e investigadores latinoamericanos, la verdadera comunicación no está dada por un
emisor que habla y un receptor que escucha, sino por dos o más seres o comunidades humanas que
intercambian y comparten experiencias, conocimientos, sentimientos. De allí que se abriera la
posibilidad a pensar en la reivindicación de los sectores dominados, hasta ahora excluidos de las
grandes redes transmisoras. La polémica, tenía y aún tiene –en Argentina desde la sanción de la Ley
de Medios Audiovisuales- una fuerte dimensión social y política. Los medios masivos comienzan a
ser pensados como formas de organización cultural, donde se hacen presentes las resistencias de los
sectores dominados.
En los ´60 y ´70, la influencia de Estados Unidos en pleno proyecto de La Alianza para el Progreso
propone el uso que se hace de la comunicación desde una mirada difusionista. La comunicación se
ve como insumo estratégico del cambio, desde los parámetros e intereses de la gran potencia
americana y tomando como base epistemológica a las teorías funcionalistas.
En simultáneo, surgen en el ámbito académico los “Estudios de la mujer”,
desde diferentes
disciplinas se va a posar la mirada sobre la construcción social de la diferencia sexual.
En este momento, se produce una ruptura con el pensamiento que prevalecía en la ciencia acerca de
la mujer, que fueron los expuestos por Margaret Mead y Simone de Beauvoir en el “El segundo
sexo”, desde el cuestionamiento al esencialismo y la ahistoricidad.
Retomado el aporte de Beauvoir las feministas de la “Primera ola” que se produce en Estados
Unidos y ciertos países de Europa a partir de los años 60 del siglo XX, de la mano de la liberación
sexual van a dar cuenta en sus estudios de la situación particular de la mujer visibilizándola como
sujeto social en la historia. Por otro lado, los llamados “Estudios Feministas” estarían orientados a
estudiar la situación de segregación y discriminación de las mujeres.
Las primeras historiadoras feministas, que hicieron la crítica a la historia excluyente de las mujeres,
rechazaron el esencialismo biológico como explicación de la desigualdad entre los sexos, y
descubrieron el poder de los discursos en la construcción social de la diferencia sexual, es decir, el
género.
-Período 1970-1980: en este fragmento temporal, las principales tendencias de estudio en América
Latina están orientadas a averiguar cómo se realiza la interacción entre la audiencia y la TV,
tomando en cuenta el conjunto de mediaciones que se enlazan en lo cotidiano y en las prácticas
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sociales, explorar las articulaciones que se establecen entre las prácticas de comunicación y los
movimientos sociales, considerando las mediaciones del contexto cultural de los receptores.
Algunos exponentes de la línea teórica que articula la relación Comunicación/Cultura son Héctor
Schmucler, Jesús Martín Barbero y Néstor García Canclini.
Abriendo las posibilidades de un Modelo de Comunicación con énfasis en los procesos culturales
Barbero argumenta que mensajes, canales, emisor y receptor son parte de lo cultural, desaparecen
como entidades separadas y deben estudiarse inmersos en las prácticas cotidianas. El concepto de
“mediaciones” del contexto cultural de los receptores abre la posibilidad de analizar las condiciones
de recepción, las competencias, interactuaciones simbólicas y las capacidades reflexivas y prácticas
de los sujetos.
Pensar la comunicación como producción social de sentidos permite ampliar la mirada hacia el
terreno de la cultura. Es decir que, reconocemos los procesos culturales, como aquellos espacios
dentro de los cuales se produce una lucha por el sentido, donde los sujetos (individuales o
colectivos) interpelan y se ven interpelados en una puja constante por la significación. (Mata, 1985)
De allí que se asume el carácter no lineal de la circulación del sentido. Es decir, los discursos
generan un campo de efectos posibles y los medios masivos, en este marco, son vistos como parte
constitutiva de la trama discursiva, la trama de sentidos de una sociedad .
Reconocer a la cultura como el espacio de lucha por el sentido, como un campo de negociaciones y
tensiones, como el lugar desde el cual se configura la identidad, nos obliga a reconocer a la
comunicación desde una mirada diferente que implica recuperar el contexto desde el cual los sujetos
le dan sentido a sus prácticas.
Lo masivo, es desde esta perspectiva, la lógica cultural y comunicativa que todo lo impregna, un
modo de producción de la cultura, el ámbito cultural de la Comunicación.
Comienzan a analizarse las nuevas modalidades que asume la socialización de los individuos en
una sociedad de masas. Un ejemplo de esto puede ser las transformaciones que operan en la vida
cotidiana de las amas de casa radioescuchas en los años 40´, quienes comienzan a hacerse eco de los
acontecimientos públicos, de la información periodística en torno hechos de la realidad social que
hasta el momento era privativa de los hombres.
De modo sincrónico, en Estados Unidos se acuñaba la palabra “gender” (género) para designar lo
culturalmente construido sobre la diferencia sexual, subrayándose una clara oposición entre el
“sexo” en tanto dato biológico, dimórfico, natural y el “género”, entendido como “sexo vivido y
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socio-culturalmente construido”. Desde el análisis de la diferencia de géneros, se construía el
esquema conceptual denominado “el sistema sexo-género”.
Las académicas suponían que con la distinción entre sexo y género se podía enfrentar mejor el
determinismo biológico y se ampliaba la base teórica argumentativa a favor de la igualdad de las
mujeres. El género se instituye como una categoría indispensable en el análisis social.
-Período 1990-2012: la comunicación se erige como campo de disputa del poder, como espacio
político. Con el énfasis en la cultura y los procesos de producción de sentidos y diálogos de saberes,
la comunicación también se piensa como campo de disputa para “dar batalla” a los sentidos
hegemónicos acuñados históricamente. Se retoma e intensifica la discusión acerca de los medios
masivos de comunicación y proliferan los “micromedios” con el auge de las nuevas tecnologías
(Internet, redes sociales). Se abren nuevos lugares de disputa y otras posibilidades de decir en el
campo de la hegemonía discursiva. (Mata, 1985)
El hito de esta discusión es la aprobación de la nueva Ley de Servicios Audiovisuales que apunta
democratizar la monopolización de los medios, recuperar la producción de contenidos locales y
regionales y definir por ejemplo la necesidad de “revisar” las desigualdades presentes en los
discursos mediáticos, entre ellos las de género.
En torno al género, investigadores/as de diversas academias en Estados Unidos y América latina
comienzan a vislumbrar las múltiples diferencias de la mano del Feminismo multicultural, el
ingreso de otras voces de mujeres que intervienen fuera de la visión occidental, blanca, europea y
heterosexual: son las mujeres inmigrantes, negras, judías, lesbianas, islámicas, orientales,
latinoamericanas.
A mediados de la década del 80 comenzó a desestabilizarse la categoría de “diferencia sexual”
debido a las críticas que apuntaron al modo en que se naturalizaba binariamente a los sexos, lo que
refuerza las operaciones de dominación, exclusión y asimetría socio -simbólica dominante, cerrando
todo concepto de justicia.
Emergen así nuevos campos de investigación como los estudios sobre la identidad sexual y la
diversidad sexual. Surgen los Queer Studies, cuyos principales exponentes reivindican la idea de
que las identidades son siempre múltiples y compuestas por un infinito número de instancias
(orientación sexual, raza, clase, género, edad, nacionalidad, etc) y que toda identidad es una
construcción inestable (el género se constituye en un producto paródico, inestable, performativo que
se resignifica constantemente, se constituye en un término no normativo).
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La revisión postmoderna de los supuestos de la Modernidad
y la pérdida de sentido de los
conceptos pilares del pensamiento de la Ilustración, abre camino a la crítica postestructuralista, a los
modelos representacionales del lenguaje. La orientación metodológica hunde sus raíces en el “giro
linguístico” y el deconstructivismo, el estudio de los significados codificados en el lenguaje de los
discursos,
permite
romper
con
la
división
dicotómica
estructural.
Esta transición, remite a la “muerte” del sujeto como supuesto estable, ahistórico y universal
(antropocentrismo) y abre el juego a otras posibilidades de ser y estar en el mundo. Se rechazó la
distinción de sexo-género y comenzó a utilizarse sólo “género”. El concepto de “igualdad” es
desplazado y se habla de la “diferencia”, instituyendo el concepto de “equidad” que entiende la
diversidad como valor.
Se desarrollan estudios históricos y antropológicos que muestran cómo los géneros adquieren
determinación histórica y son variables. Se considera a los géneros mismos constructos culturales
que instituyen los cuerpos. Es decir, los cuerpos mismos se modifican o “constituyen” por la acción
normativa socio-cultural de estereotipos.
Se produce un renovado interés por el cuerpo y las categorías sexuales, que hasta entonces se
habían aceptado acríticamente como un dato biológico-natural. Se abrió así un espacio que desafió
la estabilidad del binarismo sexual y del concepto mismo de “naturaleza”.
Judith Butler en “El género en disputa”, considera necesario desestabilizar conceptos como “mujer”
y “varón” para mostrar de qué manera la realidad socio-cultural los constriñe discursivamente,
produciendo sus cuerpos en y dentro de las categorías del sexo binario, originario y naturalizado.
Para esta autora, el cuerpo es una inscripción narrativa, histórica, que soporta todos los modos
institucionalizados de control. Las relaciones de poder-discurso fabrican cuerpos, cuya persistencia
(sus contornos, sus distinciones y sus movimientos) constituyen materialidad.
Deconstruir en todos los órdenes a los sujetos y a su materialidad implica deconstruir también la
singular relación sexo/género/ deseo y promover la ruptura de cadenas de determinaciones
discursivas para que se resuelvan en cuerpos dinámicos e inconstantes, producto de la fantasía
entendida como libertad. Desde estos lineamientos, se instituye la crítica a lo que se denominó “la
institución de la heterosexualidad compulsiva”.
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Cruces entre el género y los estudios culturales
El desarrollo de los estudios culturales en cruce con los de género ha mostrado mayor atención en
Estados Unidos con teóricos provenientes de distintas zonas del mundo, muchas de ellas,
poscoloniales o en Europa, con las corrientes francesas y anglosajonas.
Desde el Centro de Estudios Contemporáneos de la Universidad de Birmingham David Morley
(1986) analiza Nationwide (revista de noticias de TV) y Dorothy Hobson (1982) estudia
Crossroads. En ellos se observan menos los contenidos y los canales de los medios, y mucho más la
familia, la mujer televidente de soap operas (telenovelas). La visión del hombre y de la mujer
varían con respecto a la casa. Para el hombre la casa es un lugar de descanso; para la mujer es lugar
de trabajo, en el que debe preparar la comida y atender a los hijos. El hombre y la mujer perciben
diversas cosas de las mismas soap operas (Sorice, 2005: 138). Así nació el “criticismo feminista
cultural de la TV”.
Los investigadores de Birmingham, en vez de investigar “cuántas personas” ven tal programa de
televisión, como harían los funcionalistas, prefieren ver “cómo” lo ven y “qué hacen” con las
transmisiones que han visto (Sorice, 2005: 145). El interés se centra en las dinámicas de disfrute
interpretando o usando lo visto en televisión. El fijarse en “cuántas personas” considera a la
audiencia como pasiva; el fijarse en el “cómo” y en el “qué hacer”, la considera como activa.
También se hallan en este paradigma las investigaciones de Mary Ellen Brown (1994) sobre el
disfrute femenino de las soap operas. Éstas son de tipo patriarcal, pero las mujeres producen en
grupo formas de resistencia: desde poner en ridículo las conductas machistas hasta el develar los
estereotipos.
Ella distingue dos formas de disfrute: el “placer activo” de oposición “táctica” a los modelos
machistas dominantes, como oposición a corto plazo, y el “placer reactivo”, que se organiza
estratégicamente frente a tales modelos, como oposición a largo plazo.
Receptora del post-estructuralismo francés, Donna Haraway (3) (1991)
trabaja la figura del
cygborg como una figura política que señala la ilusión óptica que separa la ciencia ficción de la
realidad y propone deconstruir las categorías científicas para analizarla. Desde el feminismo
postmoderno, perspectiva fundamental en los estudios culturales, la investigadora estadounidense
construye el espacio significante del Cyborg como la afirmación ilimitada de una vida más allá de la
naturaleza en el restringido sentido dualista, tarea de crítica de la metafísica occidental.
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Su “Manifiesto Cyborg” es un documento interesante para evaluar la renovación de la crítica al
pensamiento conservador que tiende a “naturalizar” y en tal sentido, a deshistorizar las categorías a
través de las cuales pensamos el mundo.
Transformaciones en el campo de la comunicación: el género y los estudios culturales en el
contexto latinoamericano
En América Latina, como correlato de la crisis del paradigma de la modernidad, se abre en el
campo de la comunicación una ruptura con los saberes funcionalistas configurados durante la
Ilustración. Los años 70 son clave en este cambio de perspectiva en la medida en que se comienza a
evidenciar el debate en los medios políticos y académicos en torno a la cuestión de la “alteridad”.
En los ámbitos políticos y sociales, esos debates ganan terreno a partir de los movimientos
anticoloniales, étnicos, raciales, de las mujeres, de las identidades sexuales, que se instalan con
fuerza, emergiendo como políticas que, también, acceden a ámbitos de poder y de saber, la
conocida ecuación planteada por Michel Foucault.
Para los estudiosos de la comunicación resultan de particular relevancia los aportes de los estudios
de la cultura y el poder producidos desde América Latina las categorías para pensar el consumo y la
economía política de los intercambios simbólicos con la teoría del imperialismo cultural; las
pertenencias culturales como mediaciones clave para la recepción e interpretación del mundo; los
medios de comunicación como dispositivos de poder e instituciones culturales, las identidades
como categorías socio-culturalmente construidas.
Martín Barbero y García Canclini , señalaban la importancia de pensar lo cultural y lo
comunicacional en América Latina desde la experiencia de las clases populares en lo urbano, propia
de una expansión más de la modernidad y la ideología neoliberal. Es aquí cuando entra en juego la
teoría sociocultural del consumo integrando teorías económicas, psicoanalíticas, antropológicas,
sociológicas y comunicacionales. (García Canclini, 1995)
Es por ello que la lectura ideológica fue la arena de estudio que los llevaron a tratar de desentrañar
el proceso de recepción como un proceso de negociación. La hegemonía de vertiente gramsciana
pondrá el énfasis en la fuerza del individuo como un producto socio cultural, donde se pondrá en
juego los sentidos propios de su cultura o las subculturas en las cuales se inserta y participa, y que
son los indicios de comprender la historia misma de la dominación, la tensión permanente por la
lucha de los sentidos de la vida social y la constitución de identidades.
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La analista cultural Beatriz Sarlo (1985) señala que en la Argentina de principios del siglo XX, los
folletines, esas breves historias sentimentales a modo de las telenovelas actuales, eran leídas por
mujeres jóvenes de la época, quienes encontraban allí un espacio vinculado a la ensoñación del
amor romántico y de aprendizaje para los roles tradicionales de género.
En Latinoamérica la telenovela sigue siendo el formato mediático que más estrechamente se asocia
con el consumo femenino de medios, incluso a pesar de la creciente diversificación.
En el libro Mujeres e industrias culturales, trabajo realizado por la investigadora belga-chilena
Michèle Mattelart (1982), la autora se pregunta por la forma de actuar de los medios y la cultura de
masas sobre la mujer, y por el tipo y función de la imagen de mujer que movilizan estos medios.
La tesis plantea que la mujer es uno de los blancos predilectos de la comunicación de masas, que
intenta, mediante un nuevo orden de representación simbólica, lograr que cumpla dos funciones
generales que el sistema les tiene asignadas:
Por un lado, la misión de pacificar, equilibrar y resolver ciertas contradicciones especiales del
sistema en familia, educación, etc; con la exaltación del matrimonio, del sacrificio, del valor, de la
abnegación, del deber cumplido, del amor (que puede superar las diferencias de clase), etc. Por otro
lado, debe asumir e interiorizar el papel de pilar de la economía de apoyo, reconstrucción de la
fuerza de trabajo mediante el trabajo invisible, devaluado y no pagado,
que asegura el
funcionamiento del sistema.
Los medios son el lugar privilegiado de cristalización ideológica en el que, en palabras de Mattelart,
“se fagocitan los elementos disruptores, se abosorben las representaciones que rompen con la regla
e introducen en el desorden”.
En relación a los estudios culturales, la comunicación y su intersección con la cuestión del género,
Rossana Reguillo advierte un foco problemático en las denominadas “políticas de reconocimiento”.
Para la autora el problema persistente en los estudios de la cultura en su interface con la
comunicación es “cómo hacer hablar de manera productiva y creativa a las “diferencias”, es decir,
los procesos de pertenencia diversa no como constitutivos de la acción (…) sino estos procesos de
diferenciación y pertenencias como mediaciones y dinamizadores de la acción (la multicausalidad:
qué significa ser mujer en un entorno androcéntrico, qué significa y qué papel juega en la dinámica
social la pertenencia étnica como filtro cultural para la acción). Hay en este nivel un conjunto de
tareas pendientes y lagunas peligrosas. El discurso crítico de la comunicación con respecto por
ejemplo del género es una ausencia lamentable” (Reguillo, 2004).
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Los estudios culturales hacen posible el “cruce” de las teorías feministas, coloniales y
postcoloniales, sociosemióticas, de la crítica literaria, de teorías críticas de la recepción y de una
nutrida representación de la antropología simbólica, entre otras importantes posiciones que
confluyen en este ámbito. Según Reguillo al desmarcarse de anclajes disciplinarios van a
constituirse como una “comunidad de hablantes” que traen a la escena de la discusión marcos
diferenciales desde los cuales hacen visible las intersecciones entre tres asuntos que van a resultar
claves: la importancia central del sujeto que actúa en un marco constreñido por el poder; la
necesidad de “deconstruir” los procesos de normalización que históricamente construidos han
definido como “naturales” los procesos de exclusión, marginación, dominación; y, la vinculación
clave entre los “productos” de la cultura y sus productores, de donde viene el énfasis que se pone en
ciertas perspectivas de los estudios culturales en el análisis cultural situado. Estas tres dimensiones
o ámbitos, pueden ser leídos desde tres ópticas conceptuales: la subjetividad (el sujeto), el poder (la
política) y la cultura (lo simbólico) (Reguillo, 2004).
En suma, los estudios culturales y los estudios de género tienen un conjunto amplio de
planteamientos comunes, entre los mismos puede destacarse: los cuestionamientos sobre la
identidad como esencia sustancial y estática, las relaciones de la cultura con el poder, el
empoderamiento que surge desde los márgenes, la interculturalidad y el multiculturalismo, la
transversalidad de las disciplinas (o de las antidisciplinas), la hibridación, las fragilidades del sujeto
moderno y su desgarramiento contemporáneo.
A modo de conclusiones:
Las ideologías sexuales impregnan todo el universo de significaciones y de representaciones que se
despliega en torno a nociones como igualdad y diferencia; democracia; ciudadanía; participación y
representación, etc. Y es en ese horizonte de lo cultural donde (también) lo emancipatorio toma
forma, ya que no hay cambios políticos radicales sin una interrogación acerca de los modos de
expresarse, de representarse y de comunicarse de las identidades a través de los discursos sociales.
Es ahí donde se da la batalla entre lo hegemónico y lo contrahegemónico, lo dominante y lo
subalterno, lo legitimado y lo excluido, y donde la pregunta por la incorporación del género en la
formación de investigadores/as en ciencias sociales y en comunicación se hace necesaria.
El terreno del discurso social, la cultura y la comunicación es terreno de negociaciones, conflictos y
acuerdos del orden del sentido. En este contexto, la comunicación aparece como vehículo para la
transformación social y el género, no sólo como una categoría de análisis, sino también como una
dimensión que está encarnada en los cuerpos y las subjetividades y que es necesario indagar para
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comprender las posibilidades de acción de los/las individuos/as y la capacidad de apropiarse,
negociar o cuestionar el orden social, entre la reproducción de su lógica y la capacidad de
transformarlo.
El punto central a poner en cuestión es el reduccionismo implicado en discursos que presentan
construcciones estereotipadas de género: hablar de conformación de subjetividades implica hacer
manifiesto que toda identidad se estructura sobre la base de una multiplicidad de variables entre las
que el sexo biológico y el género son sólo unas de entre variadas posibilidades. Estas formas
discursivas restringen la posibilidad de pensar en términos de identidades múltiples, donde la
conformación identitaria de las personas se vincula a campos de experiencia más amplios que la
diferencia sexual.
La reproducción y reactualización de prejuicios culturalmente arraigados respecto del género y las
identidades genéricas de las personas impacta en la reactualización de las diversas formas de
violencia que vemos en la vida cotidiana. Pensar desde el diálogo entre la comunicación y el género
no sólo implica fortalecer la mirada crítica en relación a los sentidos hegemónicos que reproducen
los medios masivos, sino también orientar la mirada sobre las prácticas de investigación, de
producción comunicativa, de planificación y gestión de la comunicación en distintas organizaciones
y en los espacios de formación y capacitación en comunicación.
El surgimiento de los estudios de género fue y es una contribución para indagar en las causas de las
desigualdades, dando cuenta de las multiplicidad de identidades. El género surge como territorio de
producción de sentidos en disputa en múltiples espacios, en el plano de la teoría y de las prácticas
sociales.
Acudimos a un contexto, donde los discursos y las instituciones ya no pueden interpelar a una sola
dimensión de nuestra identidad, ni pensarla de manera fija e invariante, comienza a cuestionarse el
modelo binario rígido de la sexualidad humana, a darse revisiones cada vez más profundas de las
instituciones sociales y a elaborarse discursos que buscan un modo de ser y estar en el mundo que
nos represente a todxs. Porque promover prácticas que incluyan una perspectiva crítica de género
contribuye a subvertir prejuicios, estereotipos e, inclusive, estigmas sociales que aún hoy
condicionan y reproducen la exclusión social. Este es el desafío para aportar a una comunicación
popular, alterativa y verdaderamente transformadora.
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Notas:
1) En el plano académico, filósofos franceses postestructuralistas como Foucault, Deleuze, Barthes,
Derrida y Kristeva intensificaron la discusión sobre la crisis y el descentramiento de la noción de
sujeto, introduciendo, como temas centrales del debate académico, las ideas de marginalidad,
alteridad y diferencia.
2) Con Butler surge la idea de que el género no es estático, se define y se redefine continuamente,
es un proceso dinámico y continuo, ella habla de la performatividad del género, es decir, a través de
la repetición de una serie de actos el género va cambiando; contrariamente a como se lo definía,
como estático, dicotómico, lo masculino y lo femenino.
3) Donna Haraway es una de las figuras más originales y controvertidas en el heterogéneo campo de
los estudios culturales de la ciencia y la tecnología. Entre la historia de la ciencia, la crítica
feminista y el análisis social, la obra de Haraway constituye una lúcida e incisiva reflexión sobre las
complejas relaciones entre la ciencia, la tecnología y la sociedad.
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