¿Y si el cura después le cuenta a alguien mis pecados?… La Iglesia cuida tanto este asunto que aplica la pena más grade que existe en el Derecho Canónico –la excomunión- al sacerdote que dijese algo que conoce por la confesión. Hay sacerdotes que han muerto por no revelar el contenido de una confesión. Modo de confesarse Examen de conciencia: es un análisis de cómo ha sido nuestra relación con Dios y con los demás desde nuestra última confesión. Las personas están obligadas siempre a seguir la voz de su conciencia en su actuar. La confesión es una gran liberación. Quien nos escucha es el Señor, y lo hace con una misericordia infinita. Debemos confesar todos los pecados mortales, desde la última confesión bien hecha. Si temes olvidarte algún pecado o no sabes cómo expresarte, pide al sacerdote que te pregunte y te ayude. Puedes servirte de un examen de conciencia escrito como el que se adjunta con este pliego. Dolor por los pecados cometidos: esta parte es fundamental. De ella, si es sincera, nacerá un propósito de mejorar. Puede ayudarnos esta oración: Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser Vos quién sois, Bondad infinita y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del Infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta. Amén. Modo de confesarse: Al arrodillarse en el confesionario, se dice: Ave María Purísima, u otro saludo. Y se hace la señal de la Cruz. También se puede añadir esta jaculatoria: Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo. Se puede empezar la confesión de los pecados así: Hace tanto tiempo que no me confieso... Luego, con sencillez, se sigue directamente: me acuso de estos pecados… diciéndolos uno tras otro de manera sencilla y clara. Es preferible empezar por el que más cuesta decir. Pide ayuda al sacerdote si lo necesitas. Hay que decir todos los pecados graves o mortales que se recuerdan desde la última confesión, indicando en lo posible el número de veces que se ha cometido. No es lo mismo haber robado una vez que veinte. Hay que escuchar bien los consejos y la penitencia que indica el confesor. Preguntar en todo momento, con confianza, lo que se quiera. Antes de recibir la absolución, es conveniente manifestar el dolor de los pecados diciendo, por ejemplo: Jesús, Hijo de Dios, apiádate de mí que soy un pecador. La absolución del sacerdote es una oración preciosa. En un momento dado dice: Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Se responde: Amén. RECUPERAR LA ALEGRÍA La necesidad del perdón de mis pecados Todos tenemos muchas cosas buenas, pero al mismo tiempo la presencia del mal en nuestra vida es un hecho: tenemos cierta inclinación al mal y también defectos. Esto es evidente y Dios lo sabe. De todas formas, toda situación humana, por grave que nos parezca, puede ser perdonada por la misericordia de Dios. La única condición es que rechacemos el pecado cometido, que nos arrepintamos. Como le pasó al muchacho de la parábola que Jesús cuenta: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Y, levantándose, partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano."El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado." La confesión es un encuentro personal con la misericordia de Dios en la persona de un sacerdote. La confesión no la necesita Dios, sino que la necesitamos cada uno de nosotros. Volvemos a casa, recuperamos la alegría y le damos a Dios la alegría de podernos perdonar y celebrar una fiesta con nosotros. Confesarse es razonable y muy conveniente Hagamos ahora un pequeño elenco de motivos por los que es así. Porque Jesús dio a los apóstoles el poder de perdonar los pecados. “Recibid el Espíritu Santo. A los que les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados, a los que no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar” (Jn 20 22.23). De modo que no soy yo quien decide cómo conseguir el perdón, sino Dios el que decidió a quién tengo que acudir. Porque la confesión es un encuentro con Cristo. El sacerdote actúa en nombre y en la persona de Cristo. Porque en la confesión uno se reconcilia con la Iglesia. El pecado no sólo ofende a Dios, sino también a la Iglesia. El sacerdote está también ahí como representante de la Iglesia. Necesitamos vivir en estado de gracia. El pecado mortal destruye la vida de la gracia, y la recuperamos en la confesión, básicamente por dos motivos: porque nos podemos morir, y porque necesitamos comulgar para estar cerca de Dios y para poder comulgar hemos de estar libres de pecados mortales. Necesitamos dejar el mal que hemos hecho. La confesión es vital para mejorar. Necesitamos paz interior. Negar la culpa no la elimina; sólo la esconde. Necesitamos aclararnos a nosotros mismos. Es una protección contra el autoengaño (es fácil engañarse a uno mismo) y para lograr objetividad (nadie es buen juez en causa propia) Necesitamos saber si estamos en condiciones de ser perdonados. Podríamos si no poder llegar a pensar que estamos perdonados cuando ni siquiera podemos estarlo. Necesitamos saber que hemos sido perdonados Una confirmación exterior, sensible, de que Dios ha aceptado nuestro arrepentimiento. Tenemos derecho a que nos escuchen Hay momentos en que necesitamos que nos animen y fortalezcan Algunos “motivos” para no confesarse ¿Quién es el cura para perdonar los pecados…? Sólo Dios puede perdonarlos Dios dio ese poder a los apóstoles. Yo me confieso directamente con Dios, sin intermediarios. Pero… ¿cómo sabes que Dios acepta tu arrepentimiento? ¿Cómo sabes que estás en condiciones de ser perdonado? ¿Por qué le voy a decir mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo? No vamos a confesarnos porque el sacerdote sea santo e inmaculado, sino porque nos pude dar la absolución. Además, como pecador que es también, nos comprende mejor. Me da vergüenza... Hay que superarla. El diablo quita la vergüenza para pecar y la devuelve aumentada para pedir perdón. Siempre me confieso de lo mismo… También es normal… sería terrible ir cambiando constantemente de defectos. Confesarme no sirve de nada, sigo cometiendo los pecados que confieso… El hecho de que uno se ensucie, no hace concluir que es inútil bañarse. Gracias a ello, no va acumulando suciedad. Pedir perdón nos hace mejores. Sé que voy a volver a pecar… Lo que muestra que no estoy arrepentido: lo único que Dios me pide es que me arrepienta del pecado cometido, con decisión sincera de rechazar el pecado.