La teoría: una práctica política Por Josefina Bolis ¿Qué es una teoría? Una teoría puede considerarse una serie de leyes o de hipótesis sobre un fenómeno. Si bien la palabra proviene del griego theorien, que significa “observar”, en la actualidad se utiliza para designar la capacidad de comprender, asimilar y describir algo. Las teorías conforman un sistema lógico, una serie de postulados, razonamientos, conceptos o proposiciones relacionados entre sí, que explican una situación dada y pueden llegar a predecir otras de igual índole. Partiremos aquí del presupuesto de que una teoría es algo que se construye desde un campo de saberes determinado y en un momento histórico específico para explicar una porción de la realidad. En el marco de las ciencias sociales, las teorías aparecen como modalidad de interpretación de las relaciones humanas. ¿Cuál es la relación de una teoría con la realidad social? Para abordar esta pregunta, nos encontramos con un primer problema: ¿son iguales todas las sociedades? ¿Las relaciones entre los hombres han permanecido inmutables a través del tiempo o son parte de un proceso en permanente transformación? Por ejemplo, ¿puede sernos útil una teoría elaborada en el marco de la Alemania nazi para leer los procesos latinoamericanos actuales? En ese sentido, nos ilustra Gilles Deleuze: La práctica se concebía como una aplicación de la teoría, como una consecuencia, o bien, al contrario, como inspiradora de la teoría, como si ella misma fuese creadora para una forma de teoría. De cualquier modo, sus relaciones se concebían bajo la forma de un proceso de totalización, tanto en un sentido como en el otro. Es posible que, para nosotros, la cuestión se plantee de otra manera. Las relaciones teoría-práctica son mucho más parciales y fragmentarias. Por una parte una teoría siempre es local, relativa a un pequeño campo, aunque puede ser aplicada a otro, más o menos lejano. La relación de aplicación nunca es de semejanza. (1985:7) Las teorías se han caracterizado por tener vocación totalizadora, esto es, pretenden revelar lo universal –el todo social-, desde lo particular –un fenómeno situado-. Por situación vamos a entender un contexto histórico, económico, político, cultural concreto. Sin embargo, así planteada, esta posición encierra nuevos peligros, que tienen que ver con la relativización de todo saber sobre lo social, en otras palabras, se arguye que la verdad depende de la perspectiva con que se la mira. Esta posición epistemológica coincide con la aparición de un nuevo paradigma, que algunos han llamado posmodernidad, y que se describe como la caída de las certezas. Esto origina una crisis en las ciencias sociales, que Florencia Saintout, describe de esta manera: Si se vuelve atrás, aparece la frase de Francis Bacon, o atribuida a Bacon, de Saber es Poder: quien sabe –el sujeto de la razón- puede acceder a la naturaleza, dominarla. Pero esta frase, o más bien el significado de esta frase, entra en crisis también: Poder es Saber, será la inversión. Es un juego de palabras pero no es un juego inocente: el poder es el que legitima el saber. Ya no es la concepción optimista de la modernidad de que el saber depende de un sujeto que conoce por medio de la razón el objeto, sino que el saber es una red de relaciones, de juegos, de poder (los juegos de lenguaje de Wittgenstein o narraciones de Lyotard). Desde aquí, la ciencia podrá ser una narración (una entre otras) legitimada por los grandes relatos de la filosofía. (1998:39) ¿Para qué sirve una teoría? Intentando situarnos en la intersección o en la tensión entre ambas posturas –entre el absolutismo científico y la dispersión total de sentidos- podemos pensar en la utilidad de producir teorías, en su finalidad práctica. Entendiéndolo así, Deleuze propone pensar las teorías como una caja de herramientas1: No tiene nada que ver con el significante… Es preciso que eso sirva, que funcione. Y no para sí misma. Si no hay gente para servirse de ella, empezando por el mismo teórico que entonces deja de ser teórico, es que no vale nada, o que no ha llegado su momento. No se vuelve a una teoría, se hacen otras, hay otras por hacer. (1985:10) Retomando a Proust, el autor propone pensar a las teorías como unos lentes que usamos para ver lo que hay afuera. Si los que nos ponemos no nos sirven, hay que dejarlos y tomar otros. Hay que elegir el aparato para percibir la realidad que, según Proust, forzosamente es un aparato de combate. 1 Retomamos la metáfora de la “caja de herramientas” con la reserva de no reducir a las teorías a un mero instrumento. En tanto, no es producto únicamente de la voluntad seleccionar qué herramientas tomar y cuáles dejar, ni es una actividad sencilla trasladarse de una hacia otra, puesto que las teorías devienen en cosmovisiones complejas –entendidas como modos de pensar y de actuar en el mundo- y, como forman parte de las racionalidades de una época, tienden a hacerse invisibles ante los ojos del teórico. Siguiendo la imagen de Proust, para comprender cómo las teorías utilizadas pasan a confundirse con la misma realidad, pensemos en una persona que usa por mucho tiempo unos lentes hasta olvidarse que los lleva puestos. Lo anterior nos introduce a otro interrogante fundamental: ¿cuál es el rol del teórico? ¿Qué responsabilidad debe tener el intelectual para con aquella realidad que estudia? Michel Foucault considera que las masas no necesitan al intelectual para saber, ya que ellas saben muy bien. No obstante, existe un poder que invalida el discurso y el saber de las masas: El papel del intelectual ya no consiste en colocarse “un poco adelante o al lado” para decir la verdad muda de todos; más bien consiste en luchar contra las formas de poder allí donde es a la vez su objeto e instrumento: en el orden del “saber”, de la “verdad”, de la “conciencia”, del “discurso”. Por ello, la teoría no expresará, no traducirá, no aplicará una práctica, es una práctica. (1985:9) Pensar a las teorías como una práctica, es decir, en el carácter productivo de la teoría en la realidad social, nos deriva a dos cuestionamientos claves: cómo es posible transformar la realidad a través de las teorías y en qué medida la realidad que conocemos no ha sido ya transformada por ellas. Esta última pregunta corresponde al planteo crucial que envolvió a las ciencias sociales a partir del llamado giro discursivo de la segunda mitad del siglo XX en donde, según Saintout, el lenguaje deja de ser transparencia, reflejo de la realidad y se transforma en constructor, en parte de esa realidad: Se desplaza la pregunta por el descubrimiento –en la escena de la naturaleza-, hacia la atribución de los significados –en la escena humana de las convenciones, los acuerdos, la acción social-. Se podría decir, muy simplificadamente, que entra en crisis un modelo que va de la no-significación hacia la significación y se reemplaza por otro donde la significación procede, en principio por lo menos, de la significación a la significación. (1998:39) ¿Quiénes hacen teoría? El teórico no es un individuo aislado de su contexto histórico-político, de su comunidad académica o de sus grupos de interés, y el conocimiento que produce nunca surge de la nada, siempre se basa en teorías anteriores y en discursos que circulan en la sociedad que habita. Deleuze se pregunta: ¿Quién habla y quién actúa? Siempre es una multiplicidad incluso en la persona que habla o actúa. Todos nosotros somos grupúsculos. Ya no hay representación, sólo hay acción, acción de la teoría, acción de la práctica en relaciones de relevos o redes. (1985:8) En el mismo sentido, Eliseo Verón propone pensar a los textos fundacionales como un proceso sin fundador: Se trata de comprender que el surgimiento de una práctica de producción de conocimientos relativa a un campo determinado de lo real, en tanto fenómeno histórico 1) No tiene la unidad de un acontecimiento; es un proceso y no un acontecimiento en singular; 2) No tiene la unidad de un acto, cuyo origen sería un agente humano singularizado; 3) No tiene la unidad de un lugar ni de un espacio (aun textual), por lo tanto es inútil buscarlo en “alguna parte”. (1993:27) Por ello, Verón propone pensar a un texto dentro de una red interdiscursiva, que se encuentra en un desajuste perpetuo entre dos “gramáticas”: las condiciones de producción y las de reconocimiento de cierto texto. Este tejido en el que se encuentra un discurso es siempre variable, ya que si bien las relaciones de producción -las lecturas anteriores a realización de cierto texto- comprenden un conjunto finito, el proceso de reconocimiento siempre es abierto -siempre podrá haber discursos posteriores sobre ese texto- y estos textos nuevos modificarán el estado de la red interdiscursiva. ¿Qué relación tienen las teorías con lo político? Como enunciamos anteriormente, las teorías están en íntima relación con su contexto, por lo que no debe sorprendernos encontrar teorías contrapuestas, enfrentadas o contradictorias. Es allí donde se percibe su carácter político. Según Chantal Mouffe lo político es la dimensión del antagonismo constitutivo de las sociedades humanas: El punto de partida de mi análisis es nuestra actual incapacidad para percibir de un modo político los problemas que enfrentan nuestras sociedades. Lo que quiero decir con esto es que las cuestiones políticas no son meros asuntos técnicos destinados a ser resueltos por expertos. Las cuestiones propiamente políticas siempre implican decisiones que requieren que optemos entre alternativas en conflicto.(2007:16) Cuando estudiamos la realidad social, siempre optamos por observarla en el marco de tal o cual teoría, la analizamos a la luz de cierto concepto, elegimos extraer los datos con un método u otro. Por ejemplo, para saber qué piensan los estudiantes de periodismo sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual podemos decidir hacer una encuesta a cincuenta alumnos de primer año donde deban responder “a favor” o “en contra”; o podemos realizar una entrevista en profundidad a cinco de ellos donde indaguemos su grado de conocimiento sobre la medida, las razones que otorgan a su impulso, la perspectiva que poseen de su aplicación, etc. Luego, elegiremos sistematizar estos datos en un gráfico o quizás se hará un análisis discursivo de las palabras empleadas por los entrevistados. Estas decisiones entre varias alternativas son claramente políticas. Desde una perspectiva marxista, Louis Althusser sostiene la relación de la filosofía con la ciencia y el carácter fundamentalmente político de la filosofía: 1) Las posiciones de clase que se enfrentan en la lucha de clases están “representadas” en el dominio de las ideologías prácticas (ideologías religiosa, moral, jurídica, política, estética, etc.) por medio de concepciones del mundo de tendencia antagónica (…) Todo hombre posee, espontáneamente, una concepción del mundo. 2) Las concepciones del mundo están representadas en el dominio de la teoría (ciencias + ideologías “teóricas” de las cuales se impregnan las ciencias y los científicos) por medio de la filosofía. La filosofía representa la lucha de clases en la teoría (…) Ningún hombre es espontáneamente un filósofo, pero puede llegar a serlo. 3) La filosofía existe desde que existe el dominio teórico, desde que existe una ciencia (en sentido estricto). Sin ciencia no habría filosofía sino sólo concepciones del mundo. (2005:17) Teorías sobre la opinión pública: autores situados e implicancias políticas Para poder construir un instrumento de interpretación -una teoría- sobre la opinión pública, resulta imprescindible remontarnos al conocimiento producido previamente en torno a este fenómeno. En el presente trabajo, abordaremos muy sintéticamente tres modelos teóricos que proponen el estudio de la opinión pública dentro de una teoría general de la sociedad: el modelo normativo de Jürgen Habermas, el modelo psico-sociológico de Elisabeth Noelle-Neumann y el modelo funcionalista de Niklas Luhmann. Empecemos por señalar que los tres modelos tienen en común dos cuestiones fundamentales. La primera, es que sus formulaciones son superadoras de las investigaciones empíricas y cuantitativas de opinión que reducían su estudio a los sondeos y encuestas. Estas metodologías, que tuvieron su auge entre 1930 y 1960, aunque siguen siendo ampliamente utilizadas, conciben a la opinión pública como un objeto, susceptible de ser clasificado y medido y, por lo tanto, subestiman el contexto social en el cual las opiniones se formulan. Luis Badía sintetiza que “la investigación empírica de opinión pública no puede estudiar la opinión pública en el marco de sus procesos sociales de formación, circulación y expresión”. La segunda cuestión que nos gustaría remarcar, es que los tres modelos comparten una concepción de la sociedad basada en el consenso. Esto es, que las formaciones sociales logran cierta estabilidad y cohesión -por lo menos en sus formas ideales-, puesto que forman un sistema unificado de normas, creencias y valores. Analicemos en detalle esta afirmación presentando las tres teorías sobre la opinión pública antes mencionadas. Noelle-Neumann postula la teoría de la espiral del silencio para describir cómo los individuos pueden percibir emocionalmente –y, por lo tanto, irracionalmente- cuáles son las opiniones dominantes; y evidenciar cómo se adhieren a ellas por miedo al aislamiento social. “Si la gente cree que su propia opinión forma parte de un consenso 2 , se expresa con confianza en conversaciones públicas y privadas (…). Y, a la inversa, cuando la gente se siente en minoría se vuelve precavida y silenciosa”, distingue Noelle-Neumann. Badía desarrolla ésta idea: La opinión pública ha de entenderse socio-psicológicamente como una forma básica de control social que promueve la integración social: la opinión pública designa el control social o censura moral que de una manera efectiva todos los individuos de una sociedad se hallan en condiciones de reconocer intuitivamente. Se trata de un consenso elemental que no tiene que ver con ningún pacto social que se alcanzaría racional o reflexivamente. (1996:66) 3 Por otro lado, Habermas concibe a la opinión pública crítica como aquella que resulta del diálogo e interacción racional, plural y sin manipulaciones, a través de la cual los ciudadanos acuerdan sobre las cuestiones de interés general en el marco de la democracia. Una de las críticas a esta postura es que se corresponde con el pensamiento ilustrado que concibe que es posible que los sujetos, haciendo uso pleno de su capacidad de raciocinio, tengan una opinión autónoma y libre de coerciones. Observemos como sitúa Badía la teoría habermasiana: Habermas se propone la reconstrucción del proyecto histórico-filosófico de la Modernidad de atribuir a la opinión pública la función de legitimar el dominio político por medio de un proceso crítico de comunicación sustentado en los principios de la argumentación y del consenso racionalmente motivado. Si para Noelle-Neumann el consenso social supone el correlato del miedo al aislamiento, para Habermas deriva de la acción comunicativa, esto es, de una orientación que responde al interés cognoscitivo por un entendimiento recíproco.(1996:69)4 Por último, Luhmann entiende, desde una perspectiva funcionalista, que la opinión pública es la tematización común que permite el diálogo político-social. Es decir, el cuerpo social se relaciona con la opinión pública dentro de un sistema todo-parte, donde la opinión pública es un aspecto particular -parte- de la sociedad –todo-. Esta parte de la estructura social tiene funciones determinadas (señala los temas de interés general para reducir la complejidad, focaliza lo importante como un “haz de luz” sobre el escenario social); que pueden derivar en disfunciones (si no señalara los temas comunes de preocupación cada grupo se comandaría por sus motivaciones particulares). José Luis Dader explica: 2 El destacado nos pertenece. Ídem. 4 Ídem. 3 Para este autor la opinión pública no es siquiera el consenso o acuerdo sobre el contenido concreto de unas opiniones, sino el consenso o acuerdo más preliminar sobre el reconocimiento de unos temas como de interés general. (1992:106) 5 Podemos percibir que más allá de sus enormes diferencias, los tres modelos analizados coinciden en indicar que la sociedad es de naturaleza consensual, que se basa en cierto orden o armonía. La opinión pública aparece como una forma de controlar (Noelle-Neumann), de lograr (Habermas) o de evidenciar (Luhmann) ese orden. Sin embargo, existen otros modelos cuya idea fundacional es que la sociedad se erige en torno al conflicto. Para estos posicionamientos, lo inherente al todo social es la presencia de intereses diferentes u opuestos, grupos en tensión, posiciones de sujeto contradictorias o antagónicas, sin que esto signifique un enfrentamiento abierto. El conflicto no implicaría someter a los individuos a coerciones y manipulaciones, no produciría censura moral ni sería síntoma de una disfunción social; por el contrario, es concebido como el motor de los procesos sociales. A propósito de ello, Mouffe, retomando el postulado de Carl Schmitt que propone la esencia de la política está en el conflicto amigo/enemigo o nosotros/ellos, dice: Un punto clave en el enfoque de Schmitt es que, al mostrar que todo consenso se basa en actos de exclusión, nos demuestra la imposibilidad de un consenso “racional” totalmente inclusivo. Ahora bien, como ya señalé, junto al individualismo, el otro rasgo central de gran parte del pensamiento liberal es la creencia racionalista en la posibilidad de un consenso universal basado en la razón. No hay duda entonces de que lo político constituye su punto ciego. Lo político no puede ser comprendido por el racionalismo liberal, por la sencilla razón de que todo racionalismo consistente necesita negar la irreductibilidad del antagonismo. (2007:18) ¿Puede la opinión pública expresar estos intereses en pugna? ¿Tendremos que hablar, entonces, de opiniones públicas? Si el consenso ya no es más que una apariencia o una situación precaria e inestable, deberemos, de aquí en adelante, replantearnos si el concepto de opinión pública sigue siendo útil para describir como circulan y se relacionan los discursos en una sociedad. Bibliografía 5 Ídem. ALTHUSSER, Louis; La filosofía como arma de la revolución, México D.F., Siglo Veintiuno Editores, 2005. BADÍA, Luis; La opinión pública como problema, Madrid, Revista Voces y cultura N° 10, 1996. DADER, José Luis; El concepto problemático de la Opinión Pública, Principales enfoques sobre el objeto formal de la especialidad. En: “El periodista en el espacio público”, Barcelona, Bosch, 1992. FOUCAULT, Michel; Un Diálogo Sobre El Poder, “Un Diálogo Sobre El Poder y otras conversaciones”, por Gilles Deleuze y Michel Foucault, Madrid, Ed. Alianza Materiales, 1985. MOUFFE, Chantal, En torno a lo político, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007. SAINTOUT, Florencia; Los estudios de la recepción en América Latina, La Plata, Ediciones Periodismo y Comunicación, 1998. VERÓN, Eliseo; La semiosis social, Barcelona, Editorial Gedisa, 1993.