Reformar las reformas en América Latina RICARDO FFRENCH-DAVIS No hay modelos económicos puros. Pero sí hay rasgos predominantes que le dan un sello a una forma de hacer economía. América Latina escogió, en los años recientes, una forma de economía de mercado basada en la aplicación del llamado "Consenso de Washington". La moda predominante ha involucrado, en medio de diversas virtudes y aciertos, la repetición de costosos errores. En particular, en el manejo macroeconómico; en el diseño de las reformas financieras, y en la insuficiencia de los esfuerzos para completar mercados. Un mercado "incompleto" no funciona bien porque tiene segmentos o instituciones inexistentes o subdesarrollados. El resultado es una fuerte inestabilidad del empleo y la producción, una mayor diferenciación entre ricos y pobres, y un crecimiento promedio modesto: sólo 3% en este decenio y con una profunda desigualdad. Existe una necesidad urgente de reformar las reformas para mejorar el desempeño económico y social. El modelo neoliberal abordó correctamente diversos problemas reales, de gran significación, que se desarrollaron en los últimos decenios. Esas fallas habían generado desequilibrios costosos, tales como la formación de enormes déficit fiscales, hiperinflaciones, deterioro de las empresas públicas, tasas de interés reales muy negativas, perfil arbitrario de la protección comercial y demasiadas decisiones microeconómicas centralizadas por las autoridades nacionales. Sin embargo, modificaciones muy aconsejables pueden ser hechas de un modo ineficiente e inequitativo. Ello es lo que ha ocurrido frecuentemente con algunas reformas neoliberales cargadas de ideologismo, que reflejan una mala comprensión de cómo funcionan los mercados. El enfoque de moda supone que los desequilibrios estructurales no existen, salvo aquéllos generados por la intervención estatal. Estos supuestos llevan a subestimar los efectos negativos sobre la formación de capital, la tasa de utilización del PIB potencial, y la distribución de oportunidades entre la población; todos éstos son efectos negativos, que los procesos de ajuste neoliberal tienden a generar ante los shocks externos y la inestabilidad que ellos conllevan. Este enfoque ignora las posiciones intermedias entre los extremos de la liberalización indiscriminada y el intervencionismo arbitrario. Un ejemplo muy actual es el planteamiento de que las únicas opciones de política cambiaría son una tasa fija permanente o una tasa totalmente libre; la verdad que ninguno de los dos extremos es recomendable. Además, el enfoque neoliberal peca de un excesivo cortoplacismo. Ello ha sido reforzado por el hecho que el diseño de políticas macroeconómicas está excesivamente influido por especialistas bien entrenados en microfinanzas y no en macroeconomía; las repetidas crisis acentúan esa grave dependencia. Urge concentrar los esfuerzos en avanzar, con mayor eficiencia, por la senda de reformas impregnadas de un pragmatismo adecuado para un desarrollo con equidad y para el fortalecimiento de la democracia, en vez de que las políticas nacionales queden cautivas de la opinión de inversionistas de corto plazo o volátiles, que representan menos del 5% de todo lo que invierte cada año América Latina. Con frecuencia, las críticas al neoliberalismo tienden a caracterizarse por la falta de propuestas concretas. Hemos desarrollado un análisis sistemáticamente orientado hacia el diseño y aplicación pragmática de políticas económicas, tomando en consideración el funcionamiento real de los mercados y la diversidad en la capacidad de respuesta de los diferentes agentes económicos. Existen diversas dimensiones de heterogeneidad estructural que influyen de manera fundamental en los efectos de las políticas. Entre otras, la heterogeneidad en el grado de apertura y estabilidad de los variados mercados externos; heterogeneidad entre las etapas expansiva y contractiva del ciclo económico; heterogeneidad de las respuestas a los incentivos que muestran diversas regiones y segmentos del mercado (empresas grandes y pequeñas, rurales y urbanas, incipientes y maduras, consumidores y productores, inversionistas productivos y especulativos), y heterogeneidad de los efectos de la trayectoria del ajuste sobre las diferentes combinaciones de objetivos; ello implica que no hay un equilibrio único, sino equilibrios múltiples. En suma, entonces, hay espacio para escoger e influir en la morfología de los mercados. De allí surge la recomendación de contribuir a mejorar el funcionamiento de los mercados, fortaleciendo la importancia de los horizontes de más largo plazo y los factores "productivistas". Un espacio fundamental le cabe a la regulación de los movimientos de capitales y a la aplicación de una política de desarrollo productivo que incluya el perfeccionamiento sistemático de los mercados de factores (trabajadores, empresarios pequeños y medianos, capital de largo plazo, etcétera) y estimule la asignación de los recursos hacia la inversión en capital físico y humano, para así mejorar deliberadamente la "distribución" de la productividad y las oportunidades en la sociedad, y promover la adquisición de ventajas competitivas. Políticas mesoeconómicas, tales como la capacitación de la mano de obra, los incentivos a la creación y difusión del conocimiento técnico, y el espacio para las pequeñas y medianas empresas son esenciales para extender gradualmente la productividad a sectores cada vez más amplios de la sociedad. Nuestro enfoque exige la presencia de un sector privado progresivamente dinámico y moderno, junto con una inserción activa en los mercados mundiales y también un Estado eficiente, exigiéndole cada día mayor productividad. Las reformas no deben convertirse en un fin en sí mismas, sino en un medio para el progreso. Deberían identificarse explícitamente los resultados que se persiguen, y luego exigirse una rendición de cuentas. Por ejemplo, si se aplica una reforma financiera en el mercado de capitales, a fin de aumentar el ahorro y elevar el volumen y la calidad de la inversión, los responsables no deberían contentarse si aumenta el ahorro financiero mientras el ahorro nacional disminuye (como sucedió en Chile entre la reforma financiera de 1975 y la crisis en 1982), y si la inversión productiva debe enfrentar el desmantelamiento de segmentos de largo plazo del mercado de capitales y tasas de interés reales notablemente elevadas e inestables. Asimismo, la liberalización de la cuenta de capitales, con el ingreso de considerables flujos externos, ha traído aparejados muchos casos de caída del ahorro interno, atrasos cambiarios y déficit externos crecientes, y ha devenido en crisis cambiarias y bancarias seguidas por rescates de cargo gubernamental con altos costos. Es sorprendente que los errores cometidos en las reformas financieras de Argentina y Chile en los años setenta se hayan repetido en muchos otros países de la región desde mediados de los ochenta, y en países de Asia durante este decenio. La evolución de las reformas y sus efectos revelan graves sesgos y carencias, haciendo necesaria una nueva agenda -de reformas a las reformas- y la búsqueda sistemática de políticas más eficaces. Ricardo Ffrench-Davis es asesor de CEPAL y profesor de la Universidad de Chile; ex director del Banco Central de Chile, es autor de Macroeconomía, comercio, finanzas: para reformar las reformas en América Latina, recientemente publicado por McGraw-Hill. Diario El País, España.