LA VIDA SIN DIOS ES ABURRIDA*** No hace mucho estaba hablando con un buen amigo, estábamos celebrando un acontecimiento familiar y me dijo a bocajarro: "Yo no sé lo que quiere Dios de mí, Y ten por seguro que no pienso hacer nada para saberlo. Si Él quiere, que me lo haga ver. Pero desde luego será sin mi ayuda". Yo me quedé entre sorprendido y extrañado pues me llamaba la atención que, un hombre de sus condiciones, no se diera cuenta de que todo en su vida era luz, dones y bendiciones de Dios. Le comenté que tenía tanta luz que estaba ciego, pero su ceguera era debida precisamente al resplandor que le rodeaba. ¡Cómo no se daba cuenta! Dios le había llenado de dones y talentos: sus padres, sus hermanos, su mujer, sus hijos, sus estudios, el colegio al que había ido de pequeño, la carrera universitaria, su posición social, su trabajo actual. Todo eso eran manifestaciones del amor que Dios le tenía. Por consiguiente ya le estaba diciendo lo que quería de él: su correspondencia amorosa a ese amor. ¿Qué más puede hacer Dios para despertarnos de! sueño insulso en el que vivimos? ¿Por qué tanto miedo a los planes que Dios pueda tener sobre nosotros, si en su cumplimiento está nuestra felicidad? ¡Cuánta resistencia al querer de nuestro Padre Dios! Al hacerme la pregunta "¿Qué quiere Dios de mí?", como yo no tengo la respuesta, con frecuencia manifiesto mi miedo a preguntarle "¿Qué quieres de mí?". Él sí lo sabe. Pero ante todo quiere verme dispuesto a corresponder amorosamente, con ganas o sin ganas, a su inmenso amor por mí. Y ese corresponder amorosa- mente no es compatible con el vago deseo de ser bueno, de no hacer cosas malas. No es aceptable que el comportamiento ante una persona amada sea sólo de inactividad, a la espera de que me diga lo que quiere de mí. O, peor todavía, que sólo me preocupe de no ofenderla en algo grave. Es un extraño amor el que no me empuja a estar pendiente de cómo puedo agradarle sin que me lo diga expresamente. ¡Cuántas personas se contentan con creer que son buenas y no se plantean ser mejores! A todas ellas van dedicadas las consideraciones que se recogen en este libro. Una buena parte de ellas se deben a la lectura y meditación de Isaac Riera ("Convertir la vida" ) y Rick Warren ("La vida con propósito"). Otras han sido saca- das de guiones de meditaciones que he predicado en varias ocasiones y que fundamentalmente, como es lógico, recogen muchos pensamientos de san Josemaría Escrivá, que ha sido mi Padre, maestro y guía a lo largo de toda mi vida. He dividido el libro en cuatro partes pero conservando la enumeración correlativa de los pequeños capítulos. El propósito es agrupar éstos de forma que así tengan más sentido. La primera parte va dedicada a lo que Dios ha hecho por nosotros y lo que quiere de nosotros. Entiendo es el mejor punto de partida, pues para un hijo de Dios la vida tiene sentido si la vivimos con Cristo, porque somos hijos de Dios. Somos por Dios, somos de Dios y so- mos para Dios, como diría san Ignacio. En la segunda parte, al considerar los obstáculos del hombre para alcanzar su fin, me detengo en la necesidad que tiene nuestra vida de conversión. Pero no de una o dos, o tres, sino de constantes conversiones cada día, lo que lleva al análisis de la gran enfermedad que se encuentra por todas partes y es causa de la mayoría de los males de los hombres: la tibieza. Termina la segunda parte considerando la purificación que o la hacemos durante nuestra existencia terrena, o la tendremos que hacer después de muertos, podríamos decir que el hombre tiene dos grandes enemigos en su vida para alcanzar el fin para el que ha sido creado: el pecado y la tibieza. El pecado va comprendido en el capítulo largo dedicado a la conversión. En la tercera parte considero los fines de nuestra vida y cómo solo los alcanzaremos si vivimos con Cristo, intentando profundizar en la gran paradoja en la que consiste vivir en cristiano, hoy en día, más que en tiempos pretéritos. La mayor gloria a Dios es nuestra entrega pero no se dará si falta el amor que necesariamente pasa por enamorarse de Cristo, que a su vez conlleva unas paradojas que conviene entender y comprender. Cada uno recibe según sea su recipiente. Cuanto mayor sea éste más recibimos, por eso me detengo a desentrañar las antinomias o paradojas del Reino de Cristo. Por último, la cuarta parte está dedicada al esfuerzo que debemos poner de nuestra parte y la consecuencia de la lucha, que es la paz y la alegría. La paz es consecuencia de la guerra -la lucha contra nosotros mismos-, y la alegría es consecuencia de la paz. He reducido a un solo capítulo aquello a lo que otros dedican todo un libro: el plan de vida. Me detengo en avisar sobre la naturaleza de la tentación y el daño que nos hace la imaginación, sin ser nosotros conscientes; y adelanto un gran descubrimiento que hice en un momento concreto de mi vida: cuando caemos en la cuenta que podíamos amar más, o haber dedicado más esfuerzo, o haber puesto más diligencia, debemos alegrarnos pues ese mismo caer en la cuenta ya es amor de Dios. Dios quiere nuestras debilidades y defectos y son camino de santidad y pasan a ser virtud cuando sabemos entregar a Dios nuestra nada. *** Curry Roca. Juan Manuel Roca Suárez-lnclan (Madrid 1948) es licenciado en Derecha (1970) y Doctor en Derecho Canónico (1995). Sacerdote desde 1995, llevo más de cuarenta años dedicándose o labores formativas con gente de todas las edades. Ha sido profesor de Ético y Capellán en lo Facultad de Derecho de la Universidad de Navarro. Ahora es Capellán del Colegia Gaztelueta. También es autor de Como acertar con mi vida, EUNSA, (lª ed. 2002, 2ªed. 2003)