Posiciones acerca de la existencia de Dios Acerca de la existencia de Dios hay muchas posturas que van desde el que cree o niega su existencia porque sí, sin preguntarse más o el que no se plantea la cuestión o no le importa lo más mínimo. Posturas que aceptan la existencia de Dios porque lo han recibido como tradición o porque tengan esa suerte o que son agnósticas (si existe es su problema pero no puedo saber nada más) no aportan nada a quien quiere ver desde fuera alguna luz. Pero ¿se puede saber algo más? ¿En qué se diferencia la postura de un ateo que quiere basar realmente su ateismo de la de un teísta que igualmente quiere tener alguna base en su creencia? El principio de la causa incausada que puede ser suficiente para muchas personas, sin embargo es negada por no pocas otras. La razón no sé cual es, quizás la desconfianza en el propio conocimiento, el problema del mal en el mundo, etc. Esto ha conducido a no pocos ateos a pensar que cosas como la materia tienen su propia preexistencia (su propia esencia en el existir) de manera que esta materia es una cosa real, inerte y preexistente. Y eso es lo que hay en buena parte de la sociedad, al menos para quienes se plantean las cuestiones mínimamente. ¿Ha habido alguna aportación al tema? Pues hay una que parece que no tiene relación, pero en sí encierra un avance neto. Ya con Einstein se vio que la energía tenía una determinada proporcionalidad con la masa: E = m.c2. Pero entonces se pensaba generalmente que la energía era una cierta propiedad de la materia, que era lo verdaderamente preexistente. Sin embargo, los progresivos estudios sobre la composición del átomo, de las partículas subatómicas y de las partículas que podrían llamarse sub-subatómicas han mostrado cada vez mejor que la materia viene a ser una especie de “concreción” momentánea de la energía y que es ésta la que se encuentra en la base de la materia y no al contrario. ¿Se puede estudiar la naturaleza de la energía? No. Se puede estudiar sus efectos y modos de actuar. Si uno se mira a sí mismo y se mira el propio cuerpo lo ve formado por materia pero que se mueve – está vivo – gracias a un constante flujo y actuación de la energía, dentro de un medio en el que la energía es la que actúa constantemente: la gravedad, el calor, la electricidad, el movimiento, etc., etc., son manifestaciones constantes de la energía. Vivimos en un medio en que la energía actúa de muy diversas formas que incluso se pueden medir, pero el estudio de la energía en sí se escapa completamente. Los físicos pueden estudiar el paso de energía a materia y al contrario, pero cuando se enfrentan con lo que es la sustancia de la energía no pueden avanzar lo más mínimo, al menos hoy día. Al ser algo inmaterial, anterior a la materia, se escapa de todos los métodos de estudio actualmente existentes. A partir del conocimiento de que la energía precede a la existencia de la materia, cualquier concepción previa de tipo “materialista” debe dejar paso a otra de tipo “energicista”, pues es lo que actualmente aparece en la base de la existencia de las cosas. Por ello, un ateo que realmente se plantee las cosas no puede decir que la materia preexiste. Ha de poner su “fe” en la energía o en lo que haya antes, pues no puede saber, no podemos saber, si antes de la energía hay algo más. Es actualmente un campo totalmente vedado a la ciencia. Con esto tenemos que un ateo consecuente ha de basar su explicación del origen del Universo en la energía o en la que lo soporte. Es decir, ha de “creer” en su explicación del origen del Universo en un algo inmaterial y que existe de por sí. Y vemos que curiosamente esta postura le ha acercado de forma notable a un teísta que también intente comprender. El teísta igualmente acepta la existencia de algo inmaterial, que existe por sí mismo, y a lo que da los nombres de Dios (viene de Zeus) o Yavhe (yo soy) o Alá (él es), etc. Los segundos nombres citados encierran en sí una cierta definición de Dios y son más convenientes. Entonces, ¿cuál es la diferencia de un ateo y un teísta si los dos han de aceptar un universo creado y constantemente soportado por algo inmaterial y que tiene su existencia en sí mismo? Pues ha de ser en las propiedades que dan a esta esencia o Esencia. Estamos ante algo que ha dado el asombroso salto de no ser a ser (es un salto de una capacidad infinita) y sin embargo se pueden dar al menos dos posturas: el ateo ha de pensar que esta esencia inmaterial y preexistente no tiene otras propiedades que su propio ser. Tan solo eso o poco más. Al teísta que contempla ese salto del no ser al ser, le parece que si se tiene esa capacidad infinita ¿cómo no va a tener otras capacidades como la de ser autoconsciente y la de amar, entre otras? ¿Cómo se puede ser infinito y sordo y ciego e inanimado? Parece un contrasentido. En resumen: las posturas actuales de un ateo y de un teísta que piensen están relativamente próximas: tan “solo” varían en las “propiedades” que conceden a la esencia/Esencia, pero ambos han de coincidir en la existencia y preexistencia de ese algo inmaterial, se llame como se llame. Ya no puede haber materialistas en el sentido estricto de la palabra. Y en mi opinión la hipótesis científica más plausible es la que, una vez verificada la existencia/preexistencia de algo inmaterial, lo más lógico es que posea todas las propiedades que se han atribuido a Dios. En consecuencia, la existencia de Dios es lo que me parece más verosímil hoy día. Carlos Sanz de Galdeano Equiza Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra (CSIC-Univ. Granada). 18071. Granada (España-Spain). "Los científicos y la religión" ARTÍCULO DE FRANCISCO LORCA, EN IDEAL DE GRANADA, MIERCOLES 28 DE FEBRERO DE 2007 De vez en cuando los científicos nos sorprenden gratamente con sus declaraciones. No me refiero sólo a sus investigaciones y descubrimientos, que también, sino a sus reflexiones sobre la realidad y la vida, que a veces llaman la atención por no estar en sintonía con las posturas habituales o por no guardar continuidad con planteamientos anteriores. Estos pronunciamientos son significativos porque dejan entrever que quizá algo esté cambiando en las históricamente convulsas y complejas relaciones de la ciencia con el pensamiento filosófico y sobre todo religioso. Hace unos meses, el sociobiólogo E. O. Wilson, famoso por sus estudios sobre el comportamiento comunitario de las hormigas y por afirmar con contundencia que sólo somos simios dotados de conciencia, publicaba su libro 'La creación'. Pero la noticia llamativa es que ahora ha decidido reunirse con diferentes líderes religiosos para trabajar conjuntamente por la preservación de la naturaleza y la concienciación ecológica, pues piensa que la religión y la ciencia son los dos grandes motores de la humanidad. También el conocido matemático de Oxford Roger Penrose ('El camino a la realidad'), en una reciente entrevista en 'XL Semanal', además de reconocer con sinceridad las limitaciones actuales de la ciencia y sus discrepancias con teorías como los universos paralelos o la mecánica cuántica, mostraba su respeto por lo religioso y no descartaba la posibilidad de una colaboración entre ciencia y religión. Para algunos científicos parece que comienza a no ser tabú ni vergonzante hablar de religión. Y no sólo eso, algunos hasta se atreven a manifestar su aprecio por lo espiritual, aunque sólo sea en un sentido genérico en consonancia con las corrientes orientalistas y místicas tan de moda ahora en el mundo occidental. No hay más que leer los trabajos de autores como Paul Davis ('La mente de Dios'), Francisco J. Rubia ('La conexión divina') o Ken Wilber ('Breve historia de todas las cosas'). Recuerdo que allá por el año 92, en la Universidad Pontificia de Salamanca, J. L. Ruiz de la Peña lamentaba la escasa atención que los científicos prestan al pensamiento teológico. A los que asistíamos a su curso sobre 'La pregunta por el sentido' nos sorprendió el interés de este teólogo por el discurso de la ciencia. Lamentablemente, aún hoy, la dificultad para entablar un auténtico diálogo entre lo científico y lo religioso viene propiciada en muchas ocasiones por prejuicios e ignorancias. Un buen ejemplo puede ser el último libro de Eduardo Punset, 'El alma está en el cerebro'. El ambiguo título —tal vez intencionado— parece sugerir, para regocijo del materialista y sorpresa del creyente, que el alma y el cerebro son la misma cosa. Pero la cuestión está en que para el cristiano no debería haber ninguna dificultad en esta expresión, pues desde una antropología unitaria y bíblica afirmar la interdependencia de lo físico y lo espiritual es pertinente. Que el alma, como principio espiritual, está en relación con el cerebro pero no es el cerebro ni se identifica con él, es compatible con la teología católica. Este tipo de malentendidos, que en este caso implica presuponer que la antropología religiosa es dualista (alma y cuerpo separados, y hasta platónicamente enfrentados), es lo que muchas veces dificulta un verdadero encuentro entre la religión y la ciencia. Como señala Fernando Mesquida lo que sucede es que «algunas mentalidades siguen todavía ancladas en los mismos esquemas de pensamiento y creencias que reactivamente se suscitaron en la sociedad victoriana del siglo XIX». Y no sólo en el ámbito religioso, donde unos no han superado la lectura literalista de la Biblia, sino también en el científico donde otros se mantienen en posturas materialistas excluyentes. Jorge Wagensberg, director del Museo de la Ciencia de Barcelona, propone que «nunca te preguntes el por qué de las cosas, sino el cómo». Puede ser una frase ingeniosa, pero poco realista. El ser humano está interesado en conocer los mecanismos del cosmos y de la mente, pero también en su origen y finalidad. Por eso la experiencia religiosa brota desde la racionalidad y necesidad de totalidad, preocupándose no sólo por el hecho de la muerte sino por el sentido de la vida. Hasta F. Nietzsche llegó a decir que «quien tiene un por qué para vivir puede soportar cualquier cómo». Los científicos materialistas deberían reconocer que hacer una lectura atea de sus investigaciones no es más que una hipótesis metafísica —en definitiva una creencia— sobre la realidad, y que desde una actitud sincera la visión cristiana (Dios como ser personal, que crea, se revela, salva e interviene en el mundo a través del hombre) es al menos tan respetable como la suya. Lo evidente es que el Misterio nos envuelve y nos interpela. Y que al final, la confianza — fiarse de, creer en— es lo que cuenta en la vida. Ciencia y religión fueron rivales durante mucho tiempo, desconocidas un largo periodo, y ahora ojalá comiencen a ser compañeras de viaje. Entre ambas no debe haber conflicto, ni sólo independencia y diálogo, sino integración. Estudios como el de Denis Edwards en 'El Dios de la evolución' son muy alentadores. La ciencia siempre será necesaria para conocer lo penúltimo, el cómo de la realidad, pero sólo la apertura a lo trascendente nos llevará a situarnos en el por y para qué, en aquello que confiere sentido último a la existencia.