Del lado de la palabra Resulta que esos números, que ya sospechábamos que eran intercambiables, son el sustituto tecnocrático del logos desde que estalló la crisis y se apagó el eco de aquella famosa sentencia de Sarkozy que todavía hace reír a ministros de economía europeos y ejecutivos del FMI cuando sacan el champán: «Hay que refundar el capitalismo». No hemos recibido de la clase dirigente más palabras desde entonces, si exceptuamos las de Andrea Fabra del otro día. Se han generalizado las ruedas de prensa sin preguntas, o los comunicados sin rueda de prensa, o sobre todo las decisiones sin comunicado. Sí, a veces uno ve en los periódicos el rostro (sin segundas intenciones, esto del ´rostro´) de alguien con cargo, tipo Montoro o Guindos o Draghi o así. Pero si se va uno a lo que dicen, comprueba enseguida que de logos nada. Cifras, índices, primas de riesgo o siglas, clásicamente las de los organismos que ´han tomado la decisión´ por ellos. Porque las decisiones se toman, cómo no, continuamente y a una velocidad de vértigo, y lo que tienen en común es que están encaminadas a despojar a las poblaciones de sus derechos y su bienestar económico para nutrir con esos recursos las arcas del sector financiero, cuyos balances contables fiables obviamente son desconocidos porque «dime los números que necesitamos para cada caso». No hace falta ser un lince para darse cuenta de la canalización deliberada de este inmenso flujo de dinero, ni Ernesto Guevara para preguntar pero vosotros de qué vais. Y preguntar, preguntamos. Oponemos a este expolio alternativas razonables todos los días. No es difícil, porque, recordadlo, tenemos el logos (y a Alberto Garzón) de nuestro lado. Pero recibimos el silencio. En sus diversas formas. Un señor que dice una cosa un día y otra al siguiente practica una de ellas. Otro señor (o el mismo) que culpa de sus propias decisiones a ´la herencia recibida´ y a ´Europa´ al mismo tiempo, una más. Y el hombre sigue: eso no va a pasar (pero al día siguiente, pasa); eso no lo he dicho (pero está en los periódicos y hay vídeos en Youtube); vamos a hacer esto (pero un rato después su ministro dice lo contrario): otra modalidad de silencio. Las notas de las agencias de rating, o las previsiones de crecimiento de las distintas agencias («dime los números que necesitamos para cada caso»), otra. ¿Por qué estáis haciendo lo que hacéis, en qué os basáis para pensar que enviando a funcionarios al paro, bajando los sueldos y liberalizando el despido, la economía va a despegar? Sí, lo han adivinado: silencio. Y en medio de ese clamoroso silencio, la voz de pija analfabeta de la Fabra. Que tampoco es que entre en la categoría de logos, pero que al menos es un mensaje. ¿Y saben qué? Que tampoco ellos, la vieja guardia ´liberal´ y neocon que aún lee a Von Mises y a Ayn Rand, las tienen todas consigo. Son fieles de una extraña religión de mercado que dice que el Espíritu Santo premia a quien trabaja sin cobrar las vacaciones, y que cada vez que una mujer aborta, Dios crea una plaza de funcionario. El Estado es el mal y el modelo escandinavo el séptimo círculo del infierno, donde el diablo en persona le roe la colleja a Olof 1/2 Del lado de la palabra Palme, o algo así, y millones de jornaleros andaluces y gafapastas catalanes arden hasta el fin de los tiempos como merecido castigo por haber vivido a costa del trabajo de los honrados oyentes de la Cope. De repente, todas esas ideas tan claras y bien asentadas que les han contado desde hace años se topan con la realidad, y la realidad es que el IVA les ha subido al 21 para pagar la púa que ha dejado Rodriguito. Y ya ni siquiera penalizando el aborto en caso de malformación fetal se les quita de la cabeza la sospecha de que algo va mal, porque según Milton Friedman eso no debería estar pasando. Porque toda subvención parte de la falacia de «tratar de hacer el bien con el dinero de los demás» (Friedman dixit), y lo que se está llevando crudo la banca es una subvención más grande que un pino, y hay mucho dinero de los demás que ya ha sido arrojado a ese pozo. Claro: «Dime los números que necesitamos para cada caso», como decía López Abad, ese ideólogo. Porque la palabra ideología contiene la otra a que me estoy refiriendo, es decir, ´logos´. Incluso la de los de enfrente, aunque no aguante ni el más leve soplido de la realidad. Para luchar contra una ideología hace falta otra, o, en su defecto, muchas leyes represoras, mucho material antidisturbios y mucho control mediático de todo lo que ocurra. Contra todo ello, y contra el silencio, está la palabra. Nosotros ya hemos elegido bando, y saben qué. Que aquí nos vamos a quedar. (Artículo publicado en Diario La Opinión de Murcia el 9/8/2012: http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2012/08/09/del-lado-de-la-palabra/420568.html) 2/2