Documento 1283015

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Facultad de Periodismo y Comunicación Social
El encuentro entre pedagogía y política a la vuelta de la esquina
(Jóvenes y adultos frente al “estudiantazo”)
Por Miriam Kriger1
A finales de junio se presentó en la Biblioteca Nacional el primer libro de la Colección del
Observatorio de Medios y Jóvenes de la Facultad de Periodismo y Comunicación de la UNLP,
titulado “Jóvenes de escarapelas tomar”. Escolaridad, enseñanza de la historia y formación
política en la Argentina contemporánea, del cual soy autora. En él quise mostrar y discutir
algunos de los grandes desafíos que comenzaba a plantear a nuestra sociedad “el ineludible
reencuentro entre pedagogía y política”, después del “2001”. Y me refiero a este hito como
punto de inflexión en los modos en que los argentinos pensamos y sentimos la historia y el
proyecto común, marcando un “antes” y un “después”, desde el “colapso”, el “fracaso” o el
“infierno” hacia una nueva etapa postcrítica que –y este es el reto- podría asumir una
impronta mítico refundacional, o configurarse como una verdadera reconstrucción política.
Tal disyuntiva dejaba para mi en claro la crucialidad que asumía la educación de los “nuevos
ciudadanos” en esa Argentina, poniendo de relieve las prioridades a las que atender. En primer
término, la de rearticular los significados escindidos de “la ciudadanía” y “la política”,
enfrentados desde los 90´ y convertidos ya en el umbral del nuevo milenio en “enemigos
íntimos” (dando lugar al peligroso contrasentido de una ciudadanía antipolítica). En segundo
término, la de propiciar entre los jóvenes una interpretación de nuestro pasado que no
requiriera el sacrificio de la política para salvar a la “Historia” (Unica y triunfal de la nación),
sino por el contrario: que fomentara la comprensión y conjunción de nuestras diversas
historias para habilitar el pensamiento político (motor del proyecto).
Desde esta perspectiva, entiendo que el “estudiantazo” protagonizado por los alumnos de los
secundarios en la Ciudad de Buenos Aires debe ser entendido sobre todo -antes de emitir una
opinión, juicio de valor o análisis – como la expresión de un logro importantísimo: Nada menos
que el encuentro con la política de una nueva generación de muy jóvenes ciudadanos. Un
encuentro de tal intensidad que me atrevo a decir que parece por fin venir a conjurar del todo
aquella ominosa sentencia de que la Dictadura habría asegurado tres generaciones de jóvenes
alejados de la política… Perspectiva desde la cual acontece tal vez antes de lo esperado (sobre
todo por quienes hasta hace muy poco arengaban moralmente a los jóvenes en reclamo de
una participación que hoy les resulta insoportable). O tal vez… no nos habíamos dado cuenta
1
Doctora en Ciencias Sociales (FLACSO, 2007), Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social
(UBA), e investigadora del CONICET. Se desempeña como docente en la Carrera de Ciencias de
la Comunicación (Facultad de Ciencias Sociales, UBA), en el programa de Doctorado en
Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), en la
Especialización en Constructivismo y Educación (FLACSO), y dirige los cursos de posgrado del
Area de Ciencias Sociales del campus virtual de CAICYT CONICET. Es investigadora del equipo
Mario Carretero y José Antonio Castorina, y dirige un grupo de investigación sobre Jóvenes,
Nación y Política (UBA). Es miembro del Comité Editorial de la Revista Argentina de Juventud
realizada por el Observatorio de Jóvenes y Medios de Comunicación de la Facultad de
Periodismo y Comunicación Social (UNLP). Autora de libros artículos y diversas publicaciones
académicas sobre la enseñanza de la historia y la identidad nacional, y la construcción de
identidades políticas y juvenil, y recientemente de Jóvenes de escarapelas tomar. Escolaridad,
comprensión histórica y formación política en la Argentina contemporánea (Edulp, 2010)
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que nuestra última historia había parido en una sola década a los hijos de la democracia y a los
que hoy se llaman a sí mismos “hijos del argentinazo”.
A los primeros los caractericé como “jóvenes de escarapelas tomar”: escolarizados en la
década de los 90¨ (la de la mayor crisis de la educación pública, la desarticulación del Estado y
la Nación, el neoliberalismo, la gobernabilidad y la convertibilidad, el Indulto…), sobrevivientes
de la “caída del mapa” (como se imaginó en su momento al default), testigos del cacerolazo en
el umbral de la adolescencia. Tan argentinos “al palo” como anti políticos, y portadores de un
ideal cívico tributario aún del relato escolar tradicional, donde – como muestra Romero en su
libro sobre la nación en la escuela - la política es disolvente y ajena a la noción de patria.
Me pregunto si podremos llamar a los segundos “jóvenes (muy jóvenes…) de escuelas tomar”:
educados mayormente en la Argentina del “post-2001”, que suele pensarse no solo como una
nueva etapa sino verdaderamente como una otra historia posible. Entre sus rasgos, creo
necesario mencionar: el sentimiento generalizado de mayor identificación con el proyecto
nacional; la salida real de la crisis y el crecimiento económico; la recuperación del rol
protagónico del Estado en la construcción de las identidades y prácticas sociales; el
afianzamiento de la democracia y la gobernabilidad precisamente en un escenario de creciente
conflictividad política; la crisis entre el gobierno y el campo como hito inaugural del
enfrentamiento entre el kirchnerismo y los grandes grupos económicos; la politización y
polarización de la opinión pública en los más diversos ámbitos (públicos y privados); la
derogación de las leyes de Obediencia Debida e Indulto que habilitan el “juicio y castigo” a los
genocidas; la construcción oficial de una memoria histórica de la Dictadura por fuera de la
teoría de los dos demonios y más cerca de una memoria militante (lo que permite exorcizar el
miedo a “meterse en política”, que según encontré en mi trabajo no era asumido como propio
sino como mandato familiar que “tiraba para atrás” el deseo de participar). Y, finalmente: la
recuperación por parte de los ciudadanos de la promesa educativa que, como bien dijo
Florencia Saintout (en El futuro llegó hace rato) había sido devaluada a mera “esperanza”
durante la crisis; pero que hoy se ha transformado en un derecho que el Estado debe asegurar
y el gobierno debe cumplir con dignidad. Un derecho que los ciudadanos -como vemos, muy
tempramente- saben exigir, reclamar, defender. Y si no se da, se “toma”.
……………………….
Mientras pensábamos todavía en la formación política de unos jóvenes, llegaron otros mucho
más jóvenes aún a performarla, decididos a soportar (hacer el aguante a) “la escuela” cuando
mientras sus edificios caían literalmente por su propio peso. No vienen a plantear el triunfo de
la imaginación sino los imperativos de la realidad; no sueñan con sus propios proyectos sino
que se desvelan por los que han hecho otros para ellos, reclamando en primer plano la puesta
en marcha de “las obras” cuyo presupuesto se ha asignado (pero sub-ejecutado). Como
custodios morales insobornables2, exigen lo correcto: que las viandas lleguen, que estén en
buen estado (sin moho), que se cumplan los reglamentos establecidos para renovar
autoridades, etc. Que los adultos “hagan las cosas bien” y ellos puedan ir a la escuela… Lo que
2
Paradójicamente, el PRO fue el partido que en la última campaña con De Narváez como
candidato para las elecciones legislativas en Pcia de Buenos Aires (2009), focalizó sus spots
televisivos especialmente en los jóvenes, con excelentes resultados. En una de esas piezas,
“Voluntarios”, ellos increpan a la gente a acompañarlos (“sólo un día cada dos años”) a
fiscalizar las mesas contra “el fraude”. Véase:
http://www.youtube.com/watch?v=mjnjFPaGZw8&feature=related)
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parece un reclamo moral, una interpelación a cumplir con lo que se espera del rol de cada uno,
adquiere el status de un reclamo político porque al ser enunciado por “los pibes” desarma la
normalidad, su lógica y su dirección. Dicho en sus palabras: “Lo más interesante del conflicto
que estamos protagonizando es cómo éste logró alterar los lugares de cada quien, los roles
que estaban legitimados”3.
Confieso que me abruma este temprano vigor del principio de realidad. Me cuesta aún
imaginar qué sentido puede tener la política si se la desarticula de la utopía. No como un
horizonte inalcanzable hasta el desaliento, sino -como dice Galeano- el que nos alienta a
alcanzarlo corriéndose mientras caminamos. Las primeras grandes utopías sociales no solo
precedieron o anunciaron, sino que verdaderamente habilitaron la historiografía y la política
modernas (del mismo modo que las utopías negativas auguraron su final).
Los alumnos que protestan tienen un piso firme y los pies en la tierra, pero se les viene el
techo encima antes de poder romperlo con la propia cabeza (no hablamos del cambio
climático, sino del cielorraso, para empezar). En este caso reconozcamos que “la única verdad
es la realidad” supera en pertinencia (y adecuación) a “seamos realistas, pidamos lo
imposible”.
No sabemos muy bien cuáles son los significados pero menos aún las prácticas políticas que
estos “muy jóvenes de escuelas tomar” están llevando a cabo. Difícil vaticinar aún si están
reproduciendo, resignificando, inventando (parodiando a Spinoza: nadie sabe de qué es capaz
un cuerpo). Sí es claro que se inauguró una búsqueda en la cual “los militantes” no fueron son
los únicos participantes, y en la que por otro lado es lícito por primera vez en muchos años
levantar banderas partidarias sin que eso deslegitime ni “pudra todo” desde las perspectiva de
los propios jóvenes. Partidarios e independientes conviven (literalmente día y noche) en “la
toma” sin renunciar a las diferencias, como un mosaico cuyo significado se compone en esta
inédita experiencia de democracia directa. Hay conflictos que se dirimen en densas y
ordenadas asambleas, donde cada cual pugna por ganar espacios con sus argumentos, pero
después de votar se respetan las decisiones colectivas.
……………………….
Muchos docentes y padres acompañan a sus hijos, sin necesidad de ponerse en el lugar de
ellos sino en el propio, y a salvo de caer en lo que Bajtin caracterizó como “contaminación
patológica” en la relación con el otro Pero la revulsión que produce este inaudito encuentro en
otros adultos es evidente. (“¿De dónde han salido, a quién se parecen?” “¿Qué dicen?”
“¿Cómo se atreven?” “¿Qué se creen que son?” “¿Quién les mete esas cosas en la
cabeza?””¿En qué país creen que están?”“Pssss… en mi época…”) Parece que los tiempos han
cambiado y ya no se atreven a arengarlos (ni coquetear con falsas invitaciones) por su falta de
participación y su apatía “por todo”. Se han vuelto grandes, ha llegado el momento de
cuidarse de ellos. (Paradójicamente, su descalificación surge del reconocimiento).
Vemos periodistas que intentan falazmente demostrar que “estos pibes no saben nada”
porque no recuerdan unos datos, que suponen indispensables para opinar, protestar, ser
alguien (finalmente, sólo los “buenos” alumnos, los memoriosos, podrían tomar escuelas, los
otros no cuentan con el capital escolar necesario…). Es cierto que la comprensión histórica
tiene mucho que ver con el desarrollo del pensamiento político (y por eso la enseñanza de la
3
Extracto de diálogo entre la agrupación Free (Frente Estudiantil) del Normal N° 4 y el
Colectivo Situaciones / Buenos Aires, septiembre 2010.
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historia es clave para la educación política), pero no se la puede restringir al acto de memorizar
o incorporar información, porque ella implica sobre todo la capacidad de internalizar y
manejar una lógica reflexiva que permita aproximarse al pasado para construir una mirada que
organice significativamente los nexos entre el ayer y el presente, lo distante y lo próximo. En
este sentido, la comprensión de la historia es una herramienta que habilita la formación
política: la posibilidad de comprender la densidad histórica de los sujetos políticos del
presente, de disentir con los significados constitutivos de la realidad social históricamente
construidas y de “renegociarlos”; esto es: de trabajar sobre el desacuerdo para construir
nuevas realidades e historias plurales/propias.
Por último, están los adultos entusiastas, tanto que les toman las “tomas” a los pibes,
reinterpretándolas (como si los estudiantes no hubieran mostrado con creces su capacidad de
argumentar y expresarse) y asignándoles significados que no les son propios (aunque resulten
verosímiles porque se adecuan circunstancialmente a las coordenadas del tablero macro). No
llegan a escuchar ni a comprender esta experiencia en su singularidad, mientras creen hacerse
de una potencia que no es suya, sin darse cuenta que en breve (ya) ni podrán controlarla.
Es preciso entender que estamos ante un movimiento cuya identidad política se construye en
torno a lo juvenil y no a lo partidario. El “estudiantazo” es sobre todo un acontecimiento que
inaugura la experiencia política de toda una generación: sus expectativas, sus deseos, sus
demandas, sus reclamos, que surgen de realidades y prácticas compartidas de los jóvenes,
básicamente referidas a la educación. De modo que aunque el momento de mayor visibilidad
estuvo dirigido contra Macri, y tuvo como argumento más fuerte la sub-ejecución del
presupuesto, que puso en evidencia no la falta de recursos sino la (insoportable) voluntad
política de no dar (frente a lo cual aparece como legítimo tomar); sería un error (o un uso
incorrecto) restringirlo en su vasto horizonte a él. Esto implicaría ignorar el proceso que lo
antecede: la formación de la Coordinadora de Escuelas Secundarias en el 2005, las tomas de
escuelas del 2008, y el rol que le cupo a los dos colegios de la Universidad de Buenos Aires
(especialmente “El Pelle”), en esta movida que hoy –además- se expande a varias facultades
de la misma institución. De modo que, a esta altura, sabemos que el “estudiantazo” no se
terminó y que se dirige potencialmente a todos los adultos que gobiernan, exigiéndoles el
cumplimiento “ya” de obras, promesas, proyectos atrasados; como un derecho impostergable.
O sea: que no es posible amarrar el sentido del “estudiantazo” a fidelidades y coherencias de
otros ámbitos, tensando su legitimidad de acuerdo con las disyuntivas de la gran política. La
legitimidad de las tomas no se puede inferir del signo político del gobierno contra el que se
protesta (coyunturalmente), sino de la justicia y verdad de los reclamos que se hacen, de la
representatividad de las partes en juego, y de la necesidad/pertinencia de adoptar una medida
de fuerza como método de un colectivo (evaluando costos y beneficios) en cada situación y en
cada institución. De modo que si queremos comprender el estudiantazo como experiencia
generacional de quienes se llaman a si mismos “hijos del 2001”, evitemos estar “a favor” o “en
contra” de modo general (lo que, dada la heterogeneidad de la movida, no sería posible casi
para casi ningún adulto que tenga alguna filiación política más amplia). Sus protagonistas no
nos están pidiendo permiso ni mucho menos bendición; pero sí necesitan que los
reconozcamos como interlocutores, los califiquemos (ellos ya lo hicieron) como parte del
asunto (ciudadanos al fin de la “cosa pública”). Una vez allí, podremos acordar o disentir,
acompañar o negarnos a ser parte de sus acciones; y exigir también que nuestras posiciones y
nuestros derechos (como parte del asunto) sean respetados.
……………………….
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Se dice que estamos frente a una crisis de autoridad, y que sin autoridad no hay educación.
Creo que estamos más bien frente a una crisis de trasmisión; y sin transmisión no hay
educación. Ni continuidad: cada generación debe pasarle “la posta” a la que le sigue; la
resistencia patológica a hacerlo ha sido caracterizada por Rascovsky como “filicidio”: una
actitud psíquica profunda y presente en dosis variables en todas las formas de autoridad.
Hoy pienso que lo más importante de este “estudiantazo” es que marca para toda una nueva
generación de ciudadanos argentinos, un hito de iniciación colectiva en la vida política desde la
educación pública. Una experiencia donde la pedagogía, la política y la ciudadanía se
encuentran y comienzan (recién comienzan) a redefinir sus sentidos.
En lo personal, la cave generacional en que lo hacen me resulta ajena y me subyuga a la vez,
aunque no dejo de verle torpezas ni de sentir – intensamente- mis propias pasiones políticas.
Pero intento colocar las diferencias en escala. En mi experiencia de vida, la educación pública
estuvo mayormente y crecientemente amenazada, sobre todo en la universidad. En mis 18
años de docencia en la UBA, hasta hace muy pocos años la consigna de la lucha era siempre
“salvar a la universidad pública” (siempre, porque nunca lo lográbamos). Eso era convivir con
la precariedad: tener que hacer el piso una y otra vez. Pero lo hicimos: sobre ese piso se paran
los estudiantes en la toma, sobre ese piso hacen asambleas de miles, sobre ese piso se
permiten pensar de nuevo la universidad (a su modo, no al mío). Y no se mueve (el piso).
Aguanta. Ellos entonces reclaman por paredes, y no tienen miedo, los fantasmas se fueron.
Evidentemente ganamos, y pasamos la posta. Me doy el gusto de poder celebrar, incluso, mi
desacuerdo…
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