TEMA 1 Preguntas fundamentales sobre Jesús proclamado como el Cristo Descarga del documento I. OBJETIVO Definir el punto de partida de toda reflexión sistemática sobre Jesús de Nazaret proclamado como el Cristo. II. CONTENIDO 1. Introducción El acercamiento a la figura de Jesucristo no está exento de dificultades. En un mismo vocablo, ‘Jesu-Cristo’, afirmamos dos expresiones plenas de un contenido no fáciles de desentrañar y mucho menos de articular. Nos encontramos ante una realidad personal sumamente compleja. El razonamiento teológico sobre esta realidad ha motivado la necesidad de una ‘ciencia específica’ en el ámbito de la Teología. A la reflexión teológica y sistemática sobre Jesucristo la hemos denominado ‘Cristología’. La Cristología, al igual que todo razonamiento científico con pretensión de ofrecer una sistematización en el área de los conocimientos que ofrece, tiene unas claves fundamentales de las que partir. Aquí entramos, de lleno, en el objetivo que nos hemos propuesto en la presente lección: ‘Definir’ nuestro punto de partida en el desarrollo del pensamiento sobre Jesucristo. ‘Definir’ una realidad determinada es ‘delimitar’ o ‘determinar’, o incluso, ‘indicar los fines o límites (conceptuales) de tal realidad’. La verdad de Jesucristo requiere también ser ‘definida’ a partir de unos límites determinados. Sobre Jesucristo no se puede decir cualquier cosa. La tradición cristiana se ha preocupado de ‘poner límites’ a los razonamientos cristológicos. Este quehacer reflexivo, lejos de verse encadenado en sus propios límites, adquiere rigor racional y respecto científico, cuando logra consensuar el punto de partida sobre lo que quiere reflexionar. Cuando afirmamos la necesidad de ‘poner límites’, sobre la realidad que estamos reflexionando, no hacemos mención a la ‘falta de libertad’ en nuestra investigación cristológica. Todo lo contrario, estamos afirmando con toda claridad, el rigor científico y reflexivo que debe imperar en la investigación. El reclamo de este rigor surge con especial fuerza en nuestros días, cuando muchos se permiten la arrogancia de afirmar sobre Jesucristo cualquier cosa. Para evitar sesgos innecesarios que puedan, a su vez, despistar nuestro acercamiento a Jesucristo, consideramos que son elementos básicos de nuestra construcción cristológica las siguientes apreciaciones: 1. Nuestro punto de partida no está en una idea racional más o menos bien estructurada, sino en una persona: Jesús de Nazaret. Su persona será el núcleo de partida, no sólo de nuestra adhesión personal, sino también de nuestra racionalidad. 2. La experiencia de los primeros cristianos será igualmente decisiva en nuestro acercamiento emocional (afectivo) y racional a Jesús de Nazaret. Nosotros también confesamos, desde nuestra fe, que Jesús es el Cristo. 3. Pero, el recorrido que nosotros podemos hacer hacia Jesús de Nazaret parte del Cristo. Del Cristo de la fe al Jesús de la historia. Nos hemos formado ya en la formulación de las verdades sobre Jesucristo. Sin embargo, el proceso de los primeros seguidores de Jesús es el contrario: en el Jesús de la historia proclaman al Cristo de la fe. Esto nos va a exigir: La clarificación de algunos conceptos fundamentales en relación con la historia misma de Jesús: su persona, su mensaje y todo aquello que forma parte de su propia existencia. El esfuerzo mental necesario para poder hacer el recorrido en las dos direcciones: del Cristo a Jesús y de Jesús al Cristo. Mostrar más racionalmente el proceso que va de Cristo a Jesús y de Jesús a Cristo facilitará la credibilidad misma de los creyentes cristianos en medio de sus contemporáneos. Por ello, esta apuesta o esfuerzo mental debe estar claro en la actitud intelectual (y pastoral) de todo creyente. 4. Estos recorridos en torno a Jesucristo fomentaron muchas preguntas a los creyentes a lo largo de la historia. Podríamos decir que la pregunta clave y común a todas las demás ha sido la siguiente: ¿Cuál es la identidad de Jesús de Nazaret, proclamado como el Cristo? 5. Estamos ante una pregunta fundamental, ya que ofrece una primera orientación de análisis y estudio sobre Jesús, objeto de la presente lección. Es una orientación caracterizada por lo vivencial y testimonial. Tiene como función primordial el ‘recuerdo’ del Jesús de Nazaret relatado por los Evangelios. Ese ‘recuerdo’ será nuestro punto de partida. Convenimos en que toda aproximación a Jesucristo debe iniciarse en la experiencia pascual de los Evangelios. Nos aproximamos a ese recuerdo desde las reflexiones que los propios evangelios nos proporcionan. 2. Punto de Partida: La Identidad1 de Jesús de Nazaret Una reflexión sobre la identidad de Jesús intenta responder a una pregunta elemental en la relación personal que los individuos establecen entre sí, aquella que hace referencia a la ‘identidad personal’ de un sujeto. Este elemento es común al estudio que se puede realizar sobre cualquier personaje de la historia. Con respecto a Jesús surge, en los creyentes, con mayor densidad: ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’. La persona de Jesús de Nazaret ha sido una de las figuras más controvertidas2 en la historia de la humanidad. En unos ha despertado grandes adhesiones (hasta han dado su vida por los ideales que se reflejan en El), otros han ‘vomitado’ su sólo recuerdo. Predomina, eso sí, un gran respeto y admiración por su figura y su mensaje, incluso en los más escépticos y críticos. Toda controversia sobre Jesús surge cuando se convierte en ‘objeto’3 de discusión y análisis (su persona, sus mensajes, su contexto histórico, su raza y su utilización por unos y por otros). Por esta razón nos proponemos, ahora, ‘recordar’ el origen de Jesús. Un origen que será analizado más exhaustivamente en los temas sucesivos. Aquí simplemente queremos reflejar el consenso teológico que hoy existe cuando se afirma que no se puede hacer una reflexión sobre Jesucristo sin tener en cuenta la realidad histórica de Jesús de Nazaret. Toda elaboración cristológica sistemática deberá tener como referente principal a su persona. Esto nos obliga a fijar la atención en las primeras fuentes. Éstas no son otras que el propio Jesús y el contexto socio-cultural en el que vive. Jesús ha tenido una historia, ha proclamado un mensaje, ha realizado determinadas acciones más o menos significativas para sus contemporáneos y ha muerto en una cruz4. Sus discípulos, después de su muerte proclamaron que había resucitado. Todos ellos son elementos que justifican una preocupación investigadora sobre el propio Jesús. Los creyentes podrán encontrar en dicha inquietud argumentos suficientes que den razones a su fe, estimulando su adhesión. La ‘seguridad’ de todo el proceso creyente en Jesús tiene lugar en la fuerza testimonial5 de los primeros discípulos. Algunos de sus contemporáneos han dado testimonio no sólo de su existencia sino también de su Mencionamos el término ‘identidad’. ‘Cualidad de idéntico’. La identidad es el conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás’. ‘Es la conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás’. 2 ‘Controvertido’ hace referencia a aquello ‘que es objeto de discusión y da lugar a opiniones contrapuestas’. Jesús de Nazaret ha sido, es y será ‘objeto’ de discusión entre los creyentes y no creyentes. Este personaje se ha convertido en ‘objeto’ de estudio y análisis. También en ‘objeto’ de crítica, algunas de las veces, estimulante; otras, en cambio, de desprecio. 3 Entendemos por ‘objeto’ todo lo que puede ser materia de conocimiento o sensibilidad de parte de un sujeto, incluso éste mismo. Un sujeto cualquiera se convierte en objeto de conocimiento cuando es analizado por la razón como elemento de investigación y estudio. En este sentido Jesucristo se convierte, para nosotros, en objeto de análisis. Jesucristo será, a su vez, ‘objeto de estudio para la ciencia cristológica’. 4 No está de más insistir, en la actualidad, sobre la existencia real de Jesús en el siglo I de nuestra era. Son muchos los contemporáneos que se siguen haciendo esta pregunta ¿Existió realmente Jesús o es un invento más de nuestra tradición? A lo largo de la historia esta inquietud también estuvo presente, incluso para importantes pensadores. 5 Hemos mencionado la expresión ‘fuerza testimonial’. A este respecto, es preciso advertir que el contenido de esta expresión, y que será analizado a lo largo del curso, es ‘el laboratorio’ de los argumentos creyentes. El poder argumental del lenguaje testimonial tiene más fuerza ‘en lo que esconde’ o no dice explícitamente que en lo que manifiesta en su literalidad. La argumentación 1 2 mensaje. Por ello, la relación ‘existencia’ y ‘mensaje’ será decisiva a la hora de establecer una adecuada cristología. En dicha relación podemos desentrañar la identidad de Jesús y consecuentemente responder, de una forma más adecuada, a la pregunta con la que iniciábamos este apartado: ‘Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo? Puesto que no se puede separar a una persona de lo que dice, y mucho menos de lo que hace, tendremos que ensayar una articulación sobre la persona de Jesús desde el abordaje de las cuestiones fundamentales que plantean aquellos que han dado testimonio de su existencia. De este modo tenemos que: Con respecto a ‘la existencia’, nos vemos confrontados con la ‘entidad personal de Jesús’. Se ofrecen, a este respecto, un marco de respuestas muy variopinto a considerar a Jesús como: ‘Mago’, ‘Mesías’, ‘Excéntrico’, ‘Rebelde’, ‘Terrorista del sistema’, ‘Contestatario’, ‘Revolucionario’, ‘Extraterrestre, etc. Con respecto a su ‘mensaje’, también se añaden otras dificultades no menos importantes. Los análisis lingüísticos, teológicos y exegéticos tienen ante sí ‘un mar de dificultades’. Máxime cuando lo que afirma el mensaje ha sido recogido y reproducido por otros. Se aplica a Jesús un contenido que previamente ha ‘atravesado’ la mente y el corazón de los que lo recibieron, a su vez de modo indirecto, por otros. La correspondencia entre ‘existencia’ de Jesús y ‘mensaje’ tiene que contar inevitablemente con los ‘sesgos’ de terceros. ‘Jesucristo no ha dejado nada escrito de su puño y letra’. Desde las inquietudes anteriormente mencionadas nos vemos en la imperiosa necesidad de establecer algunas claves fundamentales en nuestro acercamiento a Jesús de Nazaret. Señalamos aquellas huellas que el propio hombre ha creado o generado. Hay una ‘huella’ fundamental: los textos del Nuevo Testamento. Los textos del Nuevo Testamento no son mera literatura, pero aunque lo fuesen, merecerían nuestro respeto a la hora de acercarnos a Jesús de Nazaret. Esta es su ‘huella’, ‘su vestigio’. Y éste simple ‘quehacer’ de la conciencia humana que algunos autores han realizado merece nuestra escucha atenta. Nadie puede negarnos que los textos del Nuevo Testamento existen y que existen con entidad histórica, cultural y religiosa. Este es ya un hecho objetivo en sí mismo. Establecemos dos claves de acercamiento a dichos textos: Una de nuestras claves fundamentales estará en la comprensión6 de los textos evangélicos; por ello, nuestro acercamiento al Nuevo Testamento, a los hechos narrados y contados será imprescindible. No podemos hablar de Jesucristo al margen del Jesús de los Evangelios. [Esta evidencia se ha olvidado en algunos momentos de la historia y se olvida, con frecuencia, en la actualidad]. Tampoco debemos olvidar, segunda clave, ‘el material’ que nos proporciona el Nuevo Testamento para dicha comprensión. Un material que, rozando lo poético, presenta un soporte inmaterial y sutil: La Palabra. El arte del lenguaje, como todas las artes, procede de una necesidad primaria: la de comunicarse. Podemos decir de la Poesía o de los diversos géneros del lenguaje a la hora de ‘pronunciar palabras’, lo mismo que de la Música o de cualquier otro arte, que se excede de tal modo a su empeño inicial y se aparta de tal manera de sus orígenes, que en este exceso al ‘ir más allá’ está precisamente su arte. 3. El Nuevo Testamento y sus preguntas fundamentales Aceptando como punto de partida de nuestra reflexión critológica el NT, es necesario mostrar7, de cara a nuestros contemporáneos, la apuesta elegida. Los razonamientos, a este respecto serán decisivos. Ya no son suficientes ni mucho menos evidentes, las afirmaciones que el NT hace sobre Jesús. Más allá de la literalidad textual –que en su momento dio lugar a una historia sagrada de Jesucristo- será necesario ahondar y ayudar a nuestros contemporáneos a profundizar sobre lo que el texto no dice, pero que deja entrever. En otros términos, sobre lo que el texto esconde. Para ello disponemos de una clave de interpretación –hoy en día ampliamente aceptada- a tener en cuenta en nuestra lectura de los textos del NT. : La experiencia de la Resurrección de Jesús. La dimensión Pascual orienta todo nuestro acercamiento a Jesús de Nazaret. testimonial será la prueba mostrativa y demostrativa de los argumentos creyentes. En dicha forma de argumentar se muestra la objetividad de los contenidos afirmados por los sujetos. 6 Fijamos nuestra atención en el vocablo ‘comprender’. ¿Qué queremos decir con tal palabra?, ‘Comprender es abrazar, es ceñir, es rodear por todas partes algo’. Es ‘entender’, ‘es alcanzar’, ‘es penetrar’. Por eso la ‘comprensión’ es la facultad, la capacidad o perspicacia para entender y penetrar las cosas’. 7 ‘Mostrar’ es ‘manifestar o poner a la vista algo; enseñarlo o señalarlo para que se vea. Es convencer de su certidumbre. 3 3.1. La experiencia Pascual del Evangelio El conocimiento que nosotros podemos tener hoy sobre Jesús está mediatizado por la experiencia pascual de los testimonios de aquellos que expresaron mayor proximidad al maestro de Galilea. Porque, conocer a alguien no es sólo conocer sus obras, sus palabras, sino sobre todo y ante todo ‘compartir el propio conocimiento que tiene de sí mismo, su proyecto de vida y sus ideales últimos’. Algo hay que asumir sin dilación: aquellos que no son contemporáneos de la persona de la que se habla no tienen más remedio que acudir a los testimonios de quienes la han conocido, compartido su destino y trasmitido sus recuerdos. Es la clave testimonial la que posibilita, a su vez, nuestras preguntas sobre Jesús. Los propios discípulos, desde la experiencia pascual, comienzan a hacerse preguntas. Intentan una respuesta desde la interpretación que ellos hacen de la vida de Jesús. Una interpretación ‘interesada’ a la profundidad de su fe. Cuando decimos ‘interesada’ no estamos restando valor, en absoluto, a la autenticidad de su testimonio. Todo lo contrario lo ensalzamos al ser ellos también creyentes que intentan razonar su fe o dar razón de aquello en lo que creen. ¿Y vosotros, quién decís que soy yo?, es una de las preguntas más ilustrativas que lanza el propio Evangelio en boca de Jesús. Esta expresión viene recogida por Mateo (16, 15) y por Marcos (8, 29). Ambos evangelistas sitúan el texto que contiene la pregunta antes de anunciar (o atisbar) su pasión inminente. Ambos recogen, en primer lugar, la opinión de la gente sobre Jesús. Podemos observar cómo esta opinión ya es diversa en su origen. Asistimos ya, desde los orígenes, a un proceso de reflexión y de discernimiento8. En ese proceso de discernimiento la experiencia pascual (que también analizaremos en su momento) empuja a la formulación de ‘Jesús es el Cristo’. Una formulación que intenta ya responder a la pregunta: ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?9. Nos situamos, por tanto, ante una pregunta y una respuesta. Con respecto a la pregunta es preciso advertir lo siguiente: ya en el AT aparece una preocupación creciente por los nombres que pudiesen identificar a Dios o decir algo de El. Con respecto a la respuesta nos hacemos eco de las palabras escritas por el propio Jacques Dupuis cuando nos ilustra con lo siguiente: “Todo consistía en atribuir al hombre Jesús, cuyo nombre propio era Yeshua (Yesua), un título particular (Masiah, el Ungido, el Cristo), tomado de la terminología teológica del Antiguo Testamento. Así nace la confesión de fe ‘Jesús es el Cristo’, que más tarde evolucionaría semánticamente en la aposición ‘Jesús-el-Cristo’ y posteriormente en el nombre compuesto ‘Jesucristo’ ”10. ‘Jesús-el-Cristo’. Tenemos tres vocablos que, posteriormente, de fusionaron en uno: ‘Jesucristo’. Efectivamente, habría que hablar del sustantivo ‘Jesús’, del artículo ‘el’ y del adjetivo ‘Cristo’. En estos momentos sólo vamos hacer mención del artículo ‘EL’. Punto de unión de los otros dos vocablos. ‘El’ es el singular de ‘Elhohim’. Es el nombre común de Dios. Es la misma raíz que en árabe ‘Allah’. ‘El’ simboliza ‘el poder’. Era el gran Dios de la creación entre los cananeos y fenicios. Por eso, la historia de las religiones, considera que la expresión ‘El’, aplicada a Dios es de las más antiguas. Era el dios-padre de los hombres, se representaba sentado en su trono y con cuernos, símbolo del poder y de la fuerza. Es preciso advertir, a este respecto, cómo las respuestas de la gente son todas ellas veraces en cierto sentido. Algo dicen de Jesús aunque no lo digan todo o su apreciación sea muy limitada. Algo parecido puede estar ocurriendo en nuestra actualidad. Son muchos los caminos para llegar a Jesús de Nazaret. Probablemente la mayoría de ellos limitadamente válidos si responden a criterios de honestidad y de búsqueda sincera, pero insuficientes. El meollo de la cuestión no está en que Cristo sea un profeta, un discípulo de Juan el Bautista. El meollo de la cuestión está en la afirmación de que Jesús es el Cristo. De ahí que la afirmación de Pedro sea tajante, para el autor del texto: ‘Tú eres el Cristo’ (Mc 8, 29) o ‘Tú eres el Hijo de Dios vivo’ (Mt 16, 16). Algunos han considerado esta afirmación de Pedro como la primera afirmación cristológica. 9 La expresión ... quién decís que soy yo’, nos evoca la afirmación del AT a propósito del discernimiento de Dios: ‘Yo soy el que soy’ o ‘yo soy me envía a vosotros’. Estamos haciendo referencia al texto de Ex. 3, 13-15 que dice: “Contestó Moisés a Dios: ‘Si voy a los israelitas y les digo: ‘El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’; cuando me pregunten: ‘¿Cuál es su nombre? ¿qué les responderé?’. Dijo Dios a Moisés: ‘yo soy el que soy’. Y añadió: ‘Así dirás a los israelitas: ‘Yo soy’ me ha enviado a vosotros’. Siguió Dios diciendo a Moisés: ‘Así dirás a los israelitas: Yahvé, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación”. 10 Dupuis, J., Introducción a la Cristología, Estella, Verbo Divino, 1998, p. 6. El propio autor añade en la misma página que ‘casos semejantes no faltan en la historia de las religiones; el de Gautama el Buda es particularmente sorprendente. Así como la fe cristiana dio a Jesús el título de ‘el Ungido’, de la misma manera la tradición budista honró a Gautama con el de ‘el Buda’ (‘el iluminado’). Una tradición, por tanto, ha evolucionado desde el Yeshua de la historia al Cristo de la fe, y la otra desde el Gautama de la historia (Shakyamuni) al Buda de la fe (Amida Buda). En ambos casos las tradiciones religiosas que se ha derivado han tomado su nombre de los títulos dados a sus fundadores: cristianismo y budismo’. 8 4 En la expresión que nos ocupa, ‘Jesús-el-Cristo’, el artículo ‘el’ hace de unión entre ‘Jesús’ y ‘Cristo’. El paso de Jesús a Cristo lo hacen los discípulos cuando lo proclaman como Dios. La fuerza de Dios, en Jesús, pasa al Cristo. Dios mismo –Cristo mismo- se ha manifestado plenamente en Jesús. ‘El’ nos recuerda la tradición religiosa en la que surge, con la inevitable evolución, la confesión de fe en Jesucristo como el máximo ‘Poder’ y la máxima ‘Fuerza’. El poder y la fuerza de lo divino ya no es una realidad despótica, como reflejaba la sola expresión El en la antigüedad. Ahora es una fuerza cargada de humanidad (Jesús) y de poder (Cristo), al expresarse en términos de elección, apuesta, bendición, unción. Es un poder, en sí mismo, ya bendecido. Como poder bendecido, a su vez, también bendice. Bendecido al beneficiarse la propia humanidad de Jesús. Con poder de bendición al convertirse El mismo en ‘el Cristo’. La afirmación de ‘Jesús-el-Cristo’, fruto de la evolución de una tradición, es similar a la evolución de otras tradiciones religiosas en sus respectivos personajes relevantes. En esto se repite el mismo esquema procesual. Pero, en el caso de Jesucristo encontramos una clara diferencia. En esta diferencia estará una de las claves fundamentales de la lectura que sobre Jesucristo queremos iniciar: ‘Jesús se convierte él mismo en el camino’. En otros términos, Jesús es él mismo el salvador’11. 3.2. El valor kerigmático de algunos textos neotestamentarios Los primeros siglos de extensión misionera por parte de las comunidades cristianas tuvieron que provocar una reflexión cristológica, ante las dificultades racionales y de credibilidad que las culturas del momento propiciaban (Fundamentalmente la judía y la griega). Estas exigencias de credibilidad fomentaron las primeras especulaciones cristológicas de los Hechos de los Apóstoles y de las Cartas Apostólicas. La reflexión apostólica tiene que mostrar verazmente12, los hechos acaecidos en Jesús de Nazaret (Incluida la resurrección). Resulta ilustrativo, a este respecto, las dificultades que el propio San Pablo encuentra en el Areópago de Atenas cuando se propone anunciar a Jesucristo. Es conocido el pasaje de los Hechos de los Apóstoles 17, 16-34 y cuya lectura te recomendamos. San Pablo centra en Jesús, en el Jesús histórico, la divinidad de Dios: ‘Por el hombre que El (Dios) ha destinado, ha dado garantía a todos resucitándolo de entre los muertos’. En este relato, confesión de fe ferviente del propio San Pablo, se establece un razonamiento cristológico sobre la divinidad de Jesús en conexión con su humanidad. El mismo que ha resucitado es el mismo que ha vivido y experimentado la humanidad. La afirmación anterior se ve más claramente en otros pasajes del mismo libro de los Hechos de los Apóstoles. Se expresa claramente en los kerigmas13 cristológicos. Pongamos como ejemplo Hch 2, 22-24 y Hch 3, 12-26. Esta afirmación aplicada a Jesucristo explica la diferencia que hay, con respecto al Budismo por ejemplo: Aunque la tradición budista se ha exaltado al rango de Gautama-el-Buda, no es equivalente al que la tradición cristiana atribuye a Jesús-el-Cristo. Cierto que Gautama predicó un mensaje de liberación (Dharma), como Jesús predicó la Buena Nueva del Reino de Dios. Gautama, además, actuó con la autoridad que le confería una eminente experiencia religiosa (nirvana), mientras que Jesús lo hizo desde la propia autoridad nacida de su experiencia de Dios como Abba. Sin embargo, si Gautama es salvador, lo es en cuanto que es ‘el iluminado’, cuyo ejemplo muestra a los demás el camino a la liberación; Jesús, por otra parte, es el camino. Desde la era apostólica en adelante, la fe cristiana ha profesado que él es el Salvador universal. Y, al hacerlo, la Iglesia apostólica pretendió introducir y anunciar lo que Dios mismo había hecho por la humanidad en la persona y en el acontecimiento de Jesucristo. 12 La etimología del vocablo ‘Verdad’ muestra lo siguiente: 1) Desde el punto de vista hebreo: ‘Aman’, ‘Amén’= ‘EMET’ (Verdad), significa: ‘ser sólido’, seguro, digno de confianza. Verdad es la cualidad de lo que es estable, probado, en lo que uno se puede apoyar. Si algo es verdadero es estable y para siempre, por eso está relacionada la verdad con la fidelidad; la fidelidad de una persona es la que nos induce a fiarnos de ella. ¿Cuál es el ‘emet’ (verdad) de Dios? Siempre va muy ligada a la historia de un pueblo. Una intervención de Dios en el pueblo, por eso Yahvé es el Dios fiel. El ‘Emet’ de Dios caracteriza además la Palabra de Dios y su ley. David dice a Yahvé ‘tus palabras son verdad’. ‘Emet’ de los hombres, también va en relación con la fidelidad. Hombres de verdad son hombres de confianza. También se habla de ‘verdad revelada’. Aquella que hace referencia a la doctrina de Dios. Aquí verdad se convierte en sinónimo de sabiduría. Puesto que verdad se relaciona también con el plan de Dios, adquiere o se relaciona con el término Misterio (Desentrañar la Verdad. Conocer la Verdad encerrada en el Misterio). 2) Desde el punto de vista griego: Verdad (Aletheia) lleva consigo el sentido de sinceridad. Fidelidad a la promesa. ‘La verdad de Dios es el cumplimiento de sus promesas en Cristo’. Por eso llegar al conocimiento de la verdad es adherirse al Evangelio. 13 La palabra ‘Kerigma’ se deriva del sustantivo ‘kéryx’, cuya primera traducción sería ‘heraldo’, ‘pregonero’. En Homero se encuentra la figura de ‘kéryx’ junto al verbo derivado ‘kerýssein’: el heraldo tiene su lugar en la corte. Todo príncipe tiene su heraldo propio, a veces más de uno. Las condiciones exigidas en un heraldo eran, en primer lugar, una hermosa voz; pero la característica esencial de la 11 5 En estos kerigmas cristológicos vemos más claramente el proceso que va del Jesús histórico al Cristo de la fe. Este paso da lugar a la cristología o reflexión racional sobre Jesucristo. Como podemos observar, el anuncio kerigmático de los primeros creyentes en Jesucristo incide especialmente en la dimensión de ‘acontecimiento’14. El Kerigma, más que la recitación de un credo, es la proclamación de un acontecimiento. Y este acontecimiento adviene a aquella sociedad como algo nuevo e incordiante para su clase dirigente o para aquellos que no quisieron entender lo nuevo que estaba emergiendo. 4. Algunas conclusiones El desarrollo de la presente lección nos ha llevado a la consideración de tres conclusiones. Las dos primeras retoman, de forma resumida, el contenido fundamental del tema. La tercera conclusión que se propone quiere iniciar una reflexión necesaria, y a desarrollar en temas sucesivos, a en la conciencia cristiana. No resulta suficiente la toma de conciencia personal y comunitaria sobre el Jesús pascual transmitido por los primeros cristianos, también resulta urgente y necesario hacer esa experiencia inicial objeto de credibilidad en la cultura contemporánea. 1. No podemos elaborar una reflexión sistemática sobre Jesucristo o cristología sin tener en cuenta a Jesús de Nazaret y todos los interrogantes que este personaje ha planteado a los primeros testigos de la resurrección. Esta conclusión delimita nuestro acercamiento a Jesús por dos motivos: Porque sólo podemos elaborar una Cristología a partir de la mediación del testimonio de fe que algunos, los primeros creyentes, nos han dejado en su palabra escrita. (Los relatos Neotestamentarios). Porque los ‘vestigios’ históricos que podemos saber sobre la persona de Jesús se ven ‘mediatizados’ por la clave testimonial de los discípulos, cuando proclaman que Jesús es el Cristo. En los Evangelios no hay una biografía objetiva sobre Jesús, hay una exaltación testimonial del Cristo que se apoya en algunos rasgos humanos de Jesús de Nazaret. 2. La delimitación anterior nos lleva al análisis de algunos textos neotestamentarios. Estos textos adquieren, para nosotros, un valor pedagógico a la hora de fijar los límites de nuestro quehacer cristológico. La transmisión del testimonio (1º Jn 1, 1-4) adquiere un valor kerigmático al ser proclamado y anunciado a aquellos que no han vivido la misma experiencia (Hch 2, 22-24; Hch 3, 12-26). Esas expresiones kerigmáticas se convierten para nosotros – no sólo para los oyentes iniciales- en un valor doctrinal (Hch 17, 16-34). 3. El valor doctrinal de las afirmaciones kerigmáticas, fruto de una expresión testimonial de la fe, pasa inevitablemente por la credibilidad. La doctrina sobre Jesucristo (ciencia y vida) debe expresarse de modo creíble. En el proceso de credibilidad nos vemos obligados a establecer un diálogo con las exigencias racionales de cada época (Como así lo hicieron los primeros cristianos ante el mundo cultural y religioso de los judíos y griegos). Habremos de elegir algunas claves contemporáneas a tener en cuenta en el proceso de nuestros razonamientos cristológicos, si queremos ser ‘más creíbles’ en el mundo contemporáneo. noticia que propaga consiste en que ésta no proviene del heraldo, sino de una potencia superior. El heraldo no refiere su propia opinión, sino que es el portavoz de su señor. En la Grecia antigua no había una neta distinción entre religión y política; por eso, el heraldo político se le atribuye una importancia religiosa. Cuando un Kéryx va a un país extranjero, está no sólo bajo la protección de su pueblo, que ofrece su garantía por él si le sucede algo, sino también bajo la especial tutela de la divinidad. Y esta dimensión religiosa del heraldo era tal, que en la sesión del Consejo, en la movilización del ejército, es el heraldo el que ofrece el sacrificio y recita la oración. El mismo heraldo, que debe preocuparse de la calma y del orden, ejerce también esta función cultural. Podemos, pues, decir que el heraldo reviste también una importancia sacral. 14 ¿Qué se entiende por ‘acontecimiento’? El ‘acontecimiento’ es ‘el hecho o suceso, especialmente cuando reviste cierta importancia’. Por eso ‘acontecer’ es ‘suceder’ (efectuar un hecho). ‘Acontecer’ es el ‘acaecimiento’, ‘la sucesión de los acontecimientos’. El ‘acontecer de cada día’. El acontecimiento está en estrecha relación con ‘la acción’. Un ejemplo bien sencillo: ‘Si yo levanto el brazo y digo ‘que levanto el brazo’, lo que hago es describir un movimiento. Pero si digo ‘estiro el brazo para mostrar que me despido de vosotros’, lo que hago es describir una acción desde el punto de vista del agente que la hace. El movimiento del brazo sólo se describe. Cuando se trata de una acción el enunciado se interpreta, teniendo a la vista una intencionalidad. Aquí hay una pluralidad de significaciones que queda orientada en el enunciado. Todo relato de acción es un acontecimiento interpretado. Hay una acción humana interpretada en un texto. 6