El feminismo tardío de Clint Eastwood: a propósito de Gran Torino (La Opinión, 13-6-09) La historia de la película podría ser, justamente, la transformación que un hombre, Wat Kowaski , racista, machista, que desprecia a sus vecinos hmong, va sufriendo cuando el contacto con los otros se hace más estrecho. En concreto, su relación con los dos hermanos adolescentes Thao, el chico, y su hermana Sue. Kowaski se erige poco a poco en defensor de estos dos jóvenes frente a la influencia nefasta de su primo, que pertenece a una banda de pendencieros desarraigados y violentos, a la que parece que Thao estuviese abocado, casi como una obligación, para construir su deficiente identidad masculina. Frente a ese destino, Kowaski va a significar la posibilidad de escapar del determinismo de clase, de conquistar una masculinidad que no pase por la violencia, pero cuya parodia, lo que constituye la escena de la barbería, es un guiño que Clint Eastwood le hace a los valores machistas convencionales, lleno de maestría cinematográfica, de cinismo y de comicidad. Ser un auténtico hombre, se ríe el director de sí mismo, es entrar en la barbería intercambiando insultos con el barbero, que también es otro auténtico hombre, hablar de banalidades con porte autosuficiente, y salir con el mismo estilo de fanfarrón. Esto es, muy poquita cosa. Porque, por otra parte, y por debajo de su porte socarrona, de sus escupitajos (que, y aquí otro guiño del nuevo feminismo de Eastwwod, son sistemáticamente superados en longitud y puntería por la abuela de sus amigos Thao y Sue, una mujer tan cascarrabias como él mismo), y su desdén, lo que Kowaski va a descubrir es el afecto y el sacrificio. Como en las películas de Lars Von Triers, donde las mujeres se inmolan en conductas autodestructivas en pro de un ideal de amor maternal (Bailando en la oscuridad), o erótico (Rompiendo las olas), la grandeza de Kowaski consistirá en inmolarse para garantizar el futuro de sus jóvenes amigos, para asegurar la indeterminación de ese futuro, es decir, un cierto grado de libertad. Y, como nos sucedió con Lars Von Triers, nos interrogamos sobre la necesidad de ese sacrificio, de esa inmolación autodestructiva, que siempre nos pareció un exceso. Es como si Clint Eastwood nos dejase un testamento cinematográfico donde la heroicidad ya no pasa por la autodefensa, por erigirse en el brazo ejecutor de una ley que siempre parece funcionar tarde y mal, sino como auto- inmolación , tal y como, convencionalmente, venía siendo para las mujeres desde los mitos clásicos. Desde mi punto de vista, Gran Torino representa un canto a una cierta feminidad; como si el viejo cineasta, a sus 80 años, se interrogase sobre los varones masculinos que él mismo ha representado, en su estereotipo de 1/2 El feminismo tardío de Clint Eastwood: a propósito de Gran Torino (La Opinión, 13-6-09) inmutabilidad y valentía, y decidiese que por ahí, por la insensibilidad y la valentía, no van las cosas. Aunque no sabemos si irán por el camino que Kowaski emprende. Porque su sacrificio, el desprecio que muestra por su propia vida, al ofrecerla como única solución frente al destino preescrito de Thao, es también producto del fracaso de otras relaciones: las familiares. Kowaski desprecia a sus hijos. Y es aquí donde cabe traer a colación otro testamento insuperable, el de Igmar Bergman en Saraband. Tanto Bergman como Eastwood, como por otra parte sucede con infinitud de escritores que superan los ochenta, descreen de los lazos familiares. La familia parece finalmente ser un infierno, y los lazos que creíamos más sólidos, se muestran como los más turbios y despiadados. ¿Es ese el final que puede esperarse de una masculinidad que no ha tenido apenas vínculos con los hijos?,¿Es la terrible desilusión de unos hijos adultos -cuyo interés por el padre es sólo pecuniario- el efecto del alejamiento de los afectos impuesto convencionalmente a los padres? La desesperante diferencia entre esos hijos y sus progenitores, una diferencia que ninguno de los directores parece capaz de negociar, ¿es el fruto de un desconocimiento mutuo?, ¿del analfabetismo afectivo de que hizo gala la masculinidad convencional? Hombres ancianos, solos, cuya crueldad aparente parece finalmente descubrirse como la mascarada de un interior desierto, en el que su rol de hombres les ha obligado a instalarse; dos directores que, cercanos ya a la muerte, denuncian con pesar este hecho, intentando un acercamiento afectivo a los otros que nunca supieran hacer antes. Es como si Kowaski buscase su redención como padre en la tutela de Thao, no repetir las mismos errores que con sus hijos biológicos, proponiéndose, entre otras muchas cosas, conseguir el afecto del adolescente, salvarle con su generosa entrega; de ahí que su espléndido coche, su Gran Torino, sea para él. Lola López Mondéjar, escritora y psicoanalista. Miembro del Foro Ciudadano de la Región de Murcia www.lolamondejar.com www.forociudadano.org 2/2