Berlin

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40 años de “Berlin”, el disco de Lou
Reed mutilado por el franquismo
Ánxel Grove
Le quitan a sus hijos / Porque dicen que no es una buena madre / Le quitan a sus
hijos / Porque se acuesta con unos y otras / Y con todos los demás / Como esos
soldados baratos con los que liga frente a mí
La canción, The Kids, sigue siendo un trago difícil de deglutir. Lou Reed canta con
desapegada frialdad, la guitarra steel se mantiene en una contención que no
permite presagiar la tragedia explosiva del último tramo del tema, con el llanto real
de un bebé —el hijo del productor del disco, Bob Ezrin— convertido en voz solista
de esta micro narración sobre una politoxicómana que vende sexo para pagar
vicios y a quien los servicios sociales quitan la custodia de los hijos.
“Berlin” – Lou Reed, 1973
Era la canción más larga y con seguridad una de las mejores de Berlin, el tercer
álbum como solista de Reed, un disco que acaba de cumplir 40 años —fue
publicado en julio de 1973—.
Antes que ningún otro apunte, una constatación: Berlin ha salido honrosamente
triunfante de la prueba del tiempo. Incluso quienes lo tacharon de “porquería” y
“mediocre” hace cuatro décadas, por ejemplo, la revista Rolling Stone (“este es el
último capítulo de una carrera prometedora, adiós, Lou”, escribieron), se han
desdicho y colocan el álbum entre los mejores de su época y, desde luego, entre
los más arriesgados de Reed, uno de esos artistas capaces de lo mejor y también
de lo peor.
Decadente y morboso, el álbum fue concebido como una tragedia temática y con
ciertos afanes bretchianos sobre la muerte, el suicidio, la autodestrucción y el
sexo. Jim y Candy, los protagonistas, son una pareja de perdedores temibles en
un Berlín infernal. Él, proxeneta y maltratador. Ella, prostituta y drogadicta.
No queda aquí rastro de los héroes de celuloide a los que Reed había elevado a
categoría
de
celebridades
en Walk
on
the
Wildside,
del
superventas Transformer de 1972. En Berlin el glam y la brillantina se han
convertido en crónica negra y maldición. “Ahora sabrán que voy en serio”, declaró
el músico por entonces, cansado de que le metiesen en el mismo saco que a su
amigo y excolaborador David Bowie. Reed deseaba ser, con un afán que inició en
el tiempo de The Velvet Underground, una especie de gacetillero urbano a ritmo
de rock y con cierta altura literaria.
Nadie entendió el descenso a los infiernos de Berlín, la crónica del submundo, la
abundancia de realidad, y Reed quedó tocado durante muchos años,
decepcionado, rencoroso y desorientado por las feroces diatribas contra un álbum
en el que se había vaciado para dar lo mejor de sí mismo. Hasta 2006 no tocó en
directo casi ninguna canción del disco. Cuando lo hizo, había transformado la
dramática ópera inicial en un espectáculo que en vez de habitar el subsuelo
celebraba la nostalgia: fue filmada por Julian Schanabel en la películaconcierto Berlin: Live At St. Ann’s Warehouse.
Cuando escuché por primera vez Berlin, el disco acababa de ser editado en
España, pero la maquinaria represiva franquista había suprimido The Kids, la
canción que abre esta entrada. Los cuatro funcionarios-censores de la
llamada Dirección General de la Cultura Popular consideraron que era demasiado
explícita sexualmente. Mantuvieron, paradójicamente, The Bed, que narra el
suicidio de la protagonista.
Supimos como sortear la coacción —siempre era posible grabar un disco no
mutilado que alguien había comprado en Londres o Lisboa—, y Berlin se convirtió
en una pieza de culto en la España tardofranquista, cuando al dictador le quedaba
poca vida y sus cómplices estaban mortalmentre asustados (aunque rabiosos).
Una nota banal sobre la influencia del disco: una niña mexicana-española llamada
Olvido Gara eligió el nombre artístico de Alaska por una de las estrofas del álbum.
LOU REED Berlin
Por José Mª de Jorge
Lou Reed (1942-2013). En su honor, recuperamos esta crítica de su disco más
preciado. En el Rockdelux 43, número de verano de 1988, portada Patti Smith,
Rockdelux publicó un polémico informe sobre la década de los setenta escrito por
Patricia Godes. Complementándolo, unos cuarenta redactores y colaboradores de
la revista escogieron los cien mejores LPs de esa década. Se produjo un empate
en la cabeza entre el “What's Going On” de Marvin Gaye y el “Berlin” de Lou
Reed, vencedores ex aequo de esa lista. En ese mismo número, José Mª de
Jorge comentaba “Berlin”, el mítico disco que tanto marcó la trayectoria de Lou
Reed y la de muchos de sus fans; esta es la crítica que escribió entonces. Años
más tarde, “Berlin” fue seleccionado en el número 21 de los mejores álbumes del
siglo XX en la lista publicada en el Rockdelux 200.
Caos, ruidos, gritos, tumulto generalizado que deja paso suavemente a un coro
que interpreta “Happy birthday”… De esta forma comienza uno de los discos más
grandes de la historia del rock, un disco que representa en un único acto los
instintos más bajos, el dolor, la automisericordia, la tristeza infinita de un ser
(auto) mutilado. La bestia que se arrastra.
Lou Reed se hundió conscientemente en el fango, atravesó los infiernos y se
revolcó en la “mierda” casi seis años después de su incursión velvetiana en zonas
profundas. Si “White Light / White Heat” (1968) es realmente la Biblia Negra del
rock, “Berlin” (1973) no le va a la zaga; es complemento perfecto de aquella, es
otro paseo por el subconsciente, por el lado salvaje de una mente torturada. Pero
en “Berlin” no hay caos, distorsión, ni terrorismo sonoro. Aquí las canciones están
construidas de acuerdo a las reglas: tema de cuatro-cinco minutos de recia
estructura rítmico-melódica con arreglos magistrales de cuerda y/o vientos.
Sin
David
Bowie
y
los
manierismos
afectados
de
su
LP
anterior, “Transformer” (1972), acompañado por un elenco amplísimo de músicos:
Jack Bruce, Aynsley Dunbar, Bob Ezrin (asimismo productor del disco), Steve
Hunter, Tony Levin, Steve Winwood… que no consiguieron, a pesar de su
prestigio, el favor de un público acostumbrado a un Reed disfrazado de payaso ni
el de una crítica que no comprendió este canto a la autodegradación.
“Estuvimos en un pequeño café / Tú pudiste oír las guitarras tocar / Era algo
bonito / Oh, cariño, era el paraíso”. Es el doloroso recuerdo de “Berlin”, el tema
que abre al álbum y le da título, expresado a través de un sugestivo piano y un
Reed susurrándote al oído. Sin tregua se suceden “Lady Day” y “Men Of Good
Fortune”, ambas en un crescendo final de estribillo llevado al infinito.
“Berlin” significó alcanzar una cumbre, o más bien un fondo. Cuestión de realismo
crudo y desnudo. Toda una leyenda.
“Caroline Says I” se edifica sobre un ritmo vivo y un estribillo perfecto situado
entre un coro y una cuerda deslumbrante. La canción más alegre del disco. Tras
ella, y cerrando la primera cara, “Oh, Jim”, un ritmo zigzagueante presidido en
este caso por vientos y un estremecedor susurro final de guitarra acústica-voz.
“Caroline Says II” abre la segunda cara. Versión de “Stephanie Says”, tema de la
época Velvet localizable en “VU” (1985) que con leves caricias de cuerda supone
la antítesis de su primera parte, porque si allí era la alegría contenida, aquí la
belleza se transmuta en añoranza distante.
Pero el latido rockero se recupera en “How Do You Think It Feels” con un
brillante riff de guitarra.
Los dos momentos más sublimes del disco se esconden al final: “The Bed”,
merecedora de la voz de Mo Tucker o Nico, alcanza su punto álgido en el cierre
de coros auténticamente wagnerianos, y “Sad Song” es una canción genial en un
cruce de caminos: pop, rock, lírica, minimalismo… con versos como: “Mirando mi
álbum de fotos / Ella se parece a Mary, Reina de los Escoceses / Me parece
bastante majestuosa / Eso solo demuestra cuánto puedes equivocarte…”. En la
edición española primigenia, la disposición de las canciones es el aquí reseñado,
pero en la copia extranjera original, “How Do You Think It Feels” se sitúa en la
cara A –entre “Carolina Says I” y “Oh, Jim”– y en su lugar aparece una
escalofriante canción, “The Kids”, que la censura española mutiló estúpidamente:
sobrecogedor y desazonante poderío de la tristeza sin fin que destila todo el
disco.
“Berlin” significó alcanzar una cumbre, o más bien un fondo, justificando una
leyenda a la que se recurre bastante últimamente tan sólo por una razón: su
grandeza. Cuestión de realismo crudo y desnudo.
Una obra de arte músico-lírica. Un disco de valor inestimable, de canciones
influyentes y de cualidades inenarrables.
http://www.rockdelux.com/discos/p/lou-reed-berlin.html
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