Acerca de las adicciones y las prácticas actuales Lic. Nys Bassi Psicoanalista del Centro Dos En los últimos tiempos –y aunque esta práctica es milenaria- pareciera haberse incrementado la utilización de sustancias que, actuando al nivel del soma, producen fuertes modificaciones en el estado anímico. Freud, en el escrito “El malestar en la cultura” publicado en 1930, dice: “Tal como nos ha sido impuesta la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles. Para soportarla, no podemos pasarnos sin lenitivos. Los hay quizás de tres especies: distracciones poderosas que nos hacen parecer pequeña nuestra miseria, satisfacciones sustitutivas que la reducen, narcóticos que nos tornan insensibles a ella. Alguno cualquiera de estos remedios nos es indispensable”. Es decir, todos estamos sujetos a esta condición: la “vida nos ha sido impuesta”. Freud se pregunta “¿…Qué esperan los hombres de la vida, qué pretenden alcanzar en ella?”. ¿Quien no se ha formulado este interrogante en relación a su propia existencia? El creador del psicoanálisis responde: “aspiran a ser felices, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo. Esto implica por un lado evitar el dolor y el displacer, y por otro experimentar intensas sensaciones placenteras”. Continúa más adelante diciendo que el sufrimiento nos amenaza de tres lados: desde el propio cuerpo, que condenado a la decadencia y a la aniquilación ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; y de las relaciones con otros seres humanos. El sufrimiento que emana de esta última fuente quizá nos sea más doloroso que cualquier otro. Todo sufrimiento –narra el texto freudiano- no es más que una sensación, y lo sentimos en virtud de ciertas disposiciones de nuestro organismo, por lo tanto el más poderoso modo de evitarlo es influir a nivel del soma. El más crudo pero efectivo de los métodos destinados a producir modificación es el químico: la intoxicación proporciona sensaciones placenteras, modificando las condiciones de nuestra sensibilidad, de manera tal que nos impide percibir sensaciones desagradables. No sólo se les debe el placer inmediato, sino también una muy anhelada medida de la independencia frente al mundo exterior. Los hombres saben que con este “quitapenas” siempre podrían escapar del peso de la realidad, refugiándose en un mundo que ofrezca mejores condiciones para su sensibilidad. También se sabe que precisamente esta cualidad de los estupefacientes, es la que entraña su peligro y su nocividad. Es importante precisar que en la teoría freudiana la realidad tomó el estatuto de realidad psíquica, término técnico que intenta dar cuenta de la constitución del sujeto en el campo del Otro. Pero para comprender esta disquisición me resulta necesario producir un rodeo que recuerda algunas cuestiones acerca del inicio del psicoanálisis como método terapéutico, para luego efectuar un esbozo que permita clarificar las bases de la constitución de la subjetividad y su realidad psíquica1. Freud se interrogó acerca de algunas presentaciones sintomáticas frente a las cuales la medicina de su época no lograba resultados eficaces. Escucha en donde la medicina hace oídos sordos, le da lugar a lo que las pacientes tienen para decir, y se encuentra con el valor y efecto de la palabra, en ella se desliza una verdad. Los síntomas tienen una historia, ligada a las vivencias y relaciones intensas relatadas por las pacientes. Frente a la queja, Freud pregunta: ¿qué tiene usted que ver con esto de lo cual se queja?, dándole la posibilidad a un sujeto de hacerse responsable de su padecer y modificar las condiciones que le provocan sufrimiento. Freud interviene en los dichos, pero los efectos se leen en el cuerpo y en la vida de los pacientes. Para el psicoanálisis el cuerpo no está por fuera del lenguaje. La cría humana, para poder constituirse como sujeto, necesita en el origen significar algo para alguien; es porque alguien la desea que se torna significante. En este lazo se funda un sujeto y se produce una transmisión. La cría se identifica a eso esperado de él. La madre, en función de asistente como la denominó Freud-, le otorga un cuerpo, una imagen anticipada que le permite al bebé construir una unidad donde había sensaciones aisladas, caóticas. La madre -o el sustituto materno- va descifrando, otorgando sentido a lo que ubica como necesidad en su hijo, con sus descifrados le provee significados a lo que era solo llanto (Dice: “tiene sueño”, “frío”, “hambre”, “ganas de mimos”, etc). La madre demanda que esto sea así y 1 Los párrafos siguientes fueron extraídos de un texto publicado con anterioridad por la misma autora. 1 responde en consecuencia, dando una respuesta a lo mismo que ella esta demandando; entonces acuna, alimenta, abriga, acaricia, etc. Estos actos significantes van recortando un cuerpo. El cuerpo -para el psicoanálisis- está hecho de palabras, palabras que provienen del Otro; recuerden lo que cité del texto freudiano: “la vida nos es impuesta”, lo que se nos impone -tiempo necesario de la constitución subjetiva- genera condiciones de existencia. Las adicciones, al igual que todas las problemáticas subjetivas, muestran esta ligazón del cuerpo con la demanda del Otro. El sufrimiento que emana de las relaciones con otros seres humanos es quizá -al decir de Freud- el más doloroso. El primer lazo es con quien encarna la función Otro; como efecto se recorta un lugar en el mundo para un sujeto. A partir de allí, el modo vincular que se establezca con otros estará teñido por esas marcas y el dolor que pueda haber conllevado. Actualmente, en el abordaje de los sujetos que presentan compromiso con las substancias tóxicas, existen dispositivos variados. Los mismos sustentan su modo particular de praxis en diferentes marcos teóricos, los cuales -a su vez- comprenden distintas nociones acerca de la constitución de un sujeto. Algunos, aún cuando estén dentro del campo de la psicología, están impregnados por la concepción médica o sociológica acerca de la causalidad en juego. Es así como las intervenciones -muchas veces- están dirigidas a producir la abstinencia del tóxico utilizado por quien consulta, siendo en ocasiones reemplazado por otro -un psicofármaco prescripto por un psiquiatra- considerado menos nocivo, hasta tanto se produce como esperado fin terapéutico la abstinencia permanente de cualquier sustancia. También son frecuentes en estos abordajes los episodios llamados “recaídas”: el síntoma2 vuelve a aparecer. Los abordajes grupales suelen formar parte de estos dispositivos, debido a que se los considera -en términos del mercado- más efectivos y económicos (supuestamente, en menor tiempo se está prestando atención a mayor número de pacientes, utilizando sólo uno o dos profesionales) Si bien, en determinados momentos de algunos cuadros es necesaria la internación en algún dispositivo que lo permita, como así también la intervención de un médico psiquiatra que medique (apuntando de este modo a una modificación del estado anímico a través de un químico y su incidencia somática), estas intervenciones -en un tratamiento psicoanalítico- tienen el propósito de favorecer las condiciones para que un sujeto pueda llegar a la entrevista con el analista, lugar en donde se apuesta a que ese sujeto se encuentre con la verdad que se desliza en sus dichos. Este es el paso que dio Freud: escuchó en el padecimiento físico la representación de un padecimiento subjetivo. Él mismo ya había comprobado que el consumo de sustancias tóxicas no implica necesariamente el desarrollo de una adicción, sino que -como toda problemática subjetiva- está determinada por la historia de quien padece y por el lugar que sostiene en relación al Otro; hay una decisión de sostenerse en ese lugar. Responsabilizarse de esta decisión le posibilita a un sujeto producir un movimiento para pasar a otro lugar, modificando de este modo las condiciones de su existencia. Es importante aclarar que si bien un sujeto es responsable, no está comandado por el yo de la voluntad, sino por fijaciones inconscientes que desconoce. Para operar a este nivel es necesario un particular rodeo por la palabra, que permite reconstruir la causalidad en juego. Este es un modo de ubicar la diferencia entre realidad psíquica y “objetiva”, a la cual sectores importantes de la ciencia hoy en día también han renunciado3. El sujeto se ve desde donde es mirado por el Otro, es desde allí desde donde también habla.4 Es otra la localización en cuestión puesta en juego en la causalidad psíquica, no un sitio cerebral o sector social, sino un lugar en el Otro ligado a las particularidades del vínculo con quien encarnó esa función, lugar que hace cuerpo pero que no está en el cuerpo, lugar desconocido en general para la medicina. Esta disciplina históricamente intentó ligar las causas del sufrimiento psíquico a factores orgánicos, desde las taxonomías, hasta los neurotransmisores y la más moderna genética. Sin embargo, a pesar de que la medicina trata de despojar al paciente del saber acerca de su sufrimiento, poniendo este saber del lado de la ciencia, y por lo tanto callando al sujeto, este último resiste y se hace escuchar, mostrando el límite de estas intervenciones 2 Teniendo en cuenta que se trata de una neurosis, ya que en una psicosis el consumo puede ocupar un lugar restitutivo, diferente al carácter metafórico del síntoma. 3 Para ubicar este movimiento pueden remitirse a los trabajos de epistemólogos como Kuhn -con su concepción paradigmática de la ciencia-, Feyerabend o Lakatos. 4 Lacan en el Seminario XI. 2 Por otra parte, si consideramos que se trata de modificar el contexto o la sociedad en su conjunto para que el sujeto pueda mejorar su existencia, estamos desoyendo la realidad psíquica, cayendo en terapéuticas estandarizadas que borran la particularidad jugada en cada historia, intentando de este modo el imposible de homogenizar el deseo respondiendo a ideales. El sujeto y sus padecimientos -aún cuando se manifiesten en el cuerpo- no pueden ser reducidos al organismo ni a los determinantes sociológicos. Freud dice que lo reprimido retorna, las famosas “recaídas” -presentes en dispositivos que no permiten que el sujeto se encuentre con la verdad que encierra el síntoma- dan cuenta y testimonio de que aquello a lo que no se le da lugar retorna, mostrando el fracaso de dispositivos y terapéuticas estandarizadas. Para el psicoanálisis el abordaje es de uno en uno. Freud encontró que sólo interviniendo en el vínculo entre el analista y el paciente, este último puede advertirse de su posición. Para finalizar, sostengo que, en tiempo de eficacia medida en números anónimos, darle la palabra al sujeto no es sólo una modalidad de intervención sino una apuesta ética. 3