Consumo cultural en Iberoamérica: mucho se conoce, poco se toma en cuenta SÁBADO 02 DE MAYO DE 2009 Javier Andrés Machicado* Desde el momento en que la cultura empieza a ser considerada como un sector económico susceptible de incorporar procesos industriales en la producción de bienes y servicios de contenido creativo, se ha querido conocer el funcionamiento de las cadenas de valor que hacen posible su consumo. En Iberoamérica se empezó a generar desde hace más de una década todo tipo de diagnósticos sobre lo que definía la oferta cultural. Desde el punto de vista de la ciencia económica hubo una preocupación por conocer aspectos relacionados con el impacto económico de las industrias culturales como la producción de bienes y servicios, su aporte al producto nacional, el empleo que generan, el comercio que propician, entre muchos otros aspectos. Los estudios fueron hechos en países como Argentina, Brasil, Colombia, Chile, España, Venezuela o Uruguay desde instituciones como el Convenio Andrés Bello y la OMPI, entre otras. Sin embargo, la parte de la cadena de valor menos estudiada y comprendida desde lo económico, aunque abordada de manera teórica desde ciencias como la sociología, fue la demanda que hace el público de estos bienes y servicios como punto de llegada de la cadena de producción cultural. Estos estudios solo serían desarrollados años después. Consumo cultural desde las ciencias sociales En los países de la región se partió de una visión de consumo cultural asociada al análisis sociológico y comunicacional, aportada principalmente por Jesús Martín Barbero y Néstor García Canclini. Para Guillermo Sunkel** “Martín Barbero y García Canclini (…) contribuyeron a generar la inflexión teóricometodológica desde el énfasis en el mensaje como estructura ideológica a los procesos de consumo.” En ese sentido, para estos autores estos procesos de consumo cultural se forman en la mediación entre la lógica del sistema productivo de las industrias culturales (oferta) y las lógicas de los usos y apropiaciones sociales de los productos culturales (consumo o demanda). En pocas palabras, vale tanto o más preguntarse cómo se consumen los productos culturales que preguntarse qué productos culturales se consumen. Otro de los importantes aportes de estos autores es la definición de consumo cultural como el consumo que se hace de los bienes y servicios cuyo valor simbólico es mayor a su valor de uso. Es una definición que sugiere que esos bienes y servicios son valorados no por su capacidad de satisfacer necesidades materiales, sino por la valoración que los individuos hacen de los contenidos simbólicos que soportan los diversos formatos a través de los cuales se consumen. Un libro, un disco, en el formato que sea, se consume rara vez por su capacidad de satisfacer necesidades utilitarias de los individuos o por el valor material de sus componentes. Desde la visión del consumo cultural aportada por Martín Barbero y García Canclini el consumo de estos bienes se da como un proceso a través del cual los individuos de la sociedad producen sentidos. Hay un valor social de los bienes y servicios culturales que va más allá de la satisfacción material que justifica el que sean consumidos. Los aportes anteriores se pueden reinterpretar para decir que el consumo cultural se genera gracias a los contenidos creativos que permiten la producción de sentido social. Sin la existencia de los creadores que llenen de contenido los bienes y servicios ofrecidos por las industrias culturales el consumo cultural carecería de sentido. Esto nos permite reformular el concepto de consumo cultural como el consumo de bienes y servicios cuyas creaciones están protegidas por el derecho de autor. El lugar desde donde se estudia el consumo cultural Desde ese momento hubo una preocupación por conocer las dinámicas de consumo cultural en la región. Sin embargo, la producción de este conocimiento ha sido desigual en Iberoamérica, y los motivos para realizar este tipo de estudios han sido muy variados. Siguiendo a Verónica Almanza***, en el caso de las industrias culturales más formales o con un peso más importante a nivel de mercado ha prevalecido: “la investigación diseñada como estudios de marketing; es decir, donde se utilizan técnicas de investigación cuantitativas que estudian la audiencia o públicos para mejorar la comercialización de sus propias mercancías, sean culturales o de bienes y servicios, y donde los datos no son dados a conocer, no se hacen públicos, sino que se reservan para el uso de las agencias de publicidad.” Es el caso de estudios para sectores como los medios masivos de comunicación que permiten tomar decisiones sobre la programación en televisión y otros medios, sobre estrategias y planes de campañas publicitarias y en general ayudan al intercambio comercial entre anunciantes y medios de comunicación. Además, el alcance regional de los estudios de medios cubren por lo general a todos los países. Los resultados más generales de estos estudios están a veces al alcance del público con interesantes resultados. Por ejemplo para Colombia en 2008 se reveló la penetración de los diferentes medios en los hogares: la televisión llega al 94% de ellos; la radio al 75%; las revistas independientes al 32% y las de prensa al 19%; la prensa al 31%; internet al 23%; y el cine al 4%.**** Al analizar la penetración de los medios por edades se tiene que la televisión y la radio están presentes en la vida de todos los grupos etarios casi por igual. Mientras que el cine, las revistas y el internet son consumidos principalmente por la población entre 12 y 24 años y su penetración disminuye de manera importante en grupos etarios de más edad. El análisis por nivel socioeconómico revela aspectos también interesantes: la radio y la televisión penetran a todos los grupos de ingreso prácticamente por igual. Mientras que medios como el internet, el cine y las revistas se reservan casi exclusivamente para los grupos con mayores ingresos. Las cifras del ejemplo colombiano no necesariamente representan a toda la región pero muestran aspectos clave de una realidad regional: la televisión y la radio son los medios más presentes en la vida de los hogares sin distingo de edad ni ingresos. El cine y el internet son medios que son consumidos por poblaciones jóvenes y de ingresos altos. Esta evidencia deja entender mucho sobre las brechas generacional y digital y su relación con la inequitativa repartición del ingreso en nuestros países. Por otra parte, ha habido también en las instituciones de gobierno la intención de generar estudios para generar información que les permita diseñar e implementar políticas públicas culturales. Este ha sido el caso de un puñado de países entre los que se incluyen Argentina, Brasil, Colombia, Chile, México o Venezuela. A continuación algunos casos: En Colombia, Chile y México, por sólo nombrar tres casos, la iniciativa de estos estudios pasa por encuestas a través de los institutos nacionales de estadística*****. Aunque los resultados son extensos y detallados existen algunas conclusiones generales comunes entre los países. Son los jóvenes los principales consumidores de bienes y servicios culturales. Esta situación es especialmente clara en el caso de la asistencia a espectáculos en vivo, así como en aquellos bienes y servicios que involucran nuevas tecnologías y tecnologías audiovisuales. En todos los bienes y servicios culturales considerados se produce un aumento progresivo en el consumo a medida que se aumenta en los años de escolaridad. Por último, se produce un aumento progresivo en el consumo a medida que se pasa del nivel socioeconómico más bajo al más alto. En el caso argentino se realizó un estudio sobre consumo cultural en Buenos Aires ****** con un especial énfasis en acceso a contenidos digitales. Algunas conclusiones resaltan que el grado de conexión a la web depende del estrato socioeconómico. Sus consumidores más asiduos son los pertenecientes a las capas altas y crece en sentido directamente proporcional conforme crece el nivel socioeconómico. Como en otros aspectos de la realidad social los estratos de niveles más bajos tienen menor posibilidad de acceso. Con relación a los niveles etarios de conectividad, la población juvenil de Buenos Aires navega regularmente por la web. Sin embargo para aproximadamente el 40% del tramo adulto que va desde los 26 hasta los 35 años la conexión es frecuente aunque en menor medida respecto de los más jóvenes. En Venezuela*******, por su parte, se reveló que mientras el 92% de los hogares ve televisión todos los días y el 71% de ellos oye la radio, solo el 3% asiste a un espectáculo público, el 6% va a librerías, el 4,5% a museos y galerías y el 2,5% al teatro. Lo anterior revela la preferencia por manifestaciones culturales gratuitas en espacios privados en detrimento de manifestaciones culturales costosas en espacios públicos. ¿Qué se sabe sobre el consumo cultural en Iberoamérica? Sin pretender agotar los resultados de los múltiples estudios realizados en la región, en los breves ejemplos anteriores se identifican varios movimientos importantes en las prácticas de consumo cultural en la región. Con Marcelino Bisbal podríamos decir que existen conclusiones bastante generalizadas. Primero, la importancia que va adquiriendo el consumo de contenidos creativos a través de los medios electrónicos de los jóvenes en las ciudades y de ingresos más altos, como lo revela el estudio argentino. Segundo, existe la fuerte segmentación del consumo cultural: los estudios muestran que los niveles de asistencia a manifestaciones culturales fuera y muchas veces dentro del hogar están reservados principalmente para la población con mayor nivel de escolaridad e ingresos, tal como lo muestra los resultados de los estudios de medios referenciados atrás. Lo anterior se complementa con una clara tendencia hacia la atomización de las prácticas de consumo y un desplazamiento del consumo hacia los espacios privados. Además, la masificación de la industria cultural no implica la homogeneización de los públicos, sino más bien una estructura de consumo altamente segmentada donde coexisten grupos, preferencias y hábitos dispares. Según Verónica Almanza, estos estudios de iniciativa pública han servido más para justificar las políticas ya existentes y no para reorientar o cambiar los programas de las políticas culturales. Puesto de otra manera, se sabe qué bienes y servicios culturales se consumen y quiénes los consumen. Pero existe todavía un gran trecho por recorrer para que las políticas públicas subsanen las brechas educacionales y digitales y generen mecanismos de equidad de acceso a contenidos que como los digitales o los cinematográficos permanecen reservados a grupos de altos ingresos y educación. Además, poco se ha avanzado en identificar los procesos de consumo, punto en el cual insistían desde hace más de una década las visiones de tipo sociológico atrás referenciadas. Hay transformaciones muy claras, relacionadas por ejemplo con el hecho de que los jóvenes privilegian el acceso a la cultura a través de las tecnologías digitales. Sin embargo la mayoría de las políticas parecen seguir siendo dirigidas para el consumo de la cultura en formatos analógicos y costosos. ¿Para qué sirve lo que conocemos sobre el consumo cultural? Lamentablemente existe un uso muy limitado de la investigación sobre el consumo cultural para la formulación de políticas culturales. Se trata de una observación un tanto incomprensible pues como lo recalca Sunkel el interés por conocer las dinámicas del consumo cultural en la región ha estado muy relacionado al reconocimiento de que las políticas culturales democráticas requieren estar conectadas con las demandas reales de la población. El uso más importante de este conocimiento debería quizá llevar a reformular las políticas culturales desde un punto de vista dirigista a uno que comprenda las formas de apropiación que la sociedad hace de los contenidos culturales. Y de ahí se desprende un uso relacionado con la necesidad de propender por un mayor y mejor acceso a los contenidos creativos. Mientras que vivimos un increíble aumento en la producción de imágenes, información y datos, propiciado por un conjunto cada vez más amplio de medios, dispositivos y redes, se acentúan las desigualdades en el acceso a las nuevas tecnologías de la comunicación en los países de la región, relacionadas con los bajos niveles de ingreso y educación, producto en buena parte de la ausencia política que hagan frente a este problema. El aporte de la investigación sobre consumos culturales en este sentido es indispensable para resolver aspectos tan importantes como la protección de la diversidad cultural, o la formación de ciudadanos competentes a nivel económico, y conscientes de su papel en la construcción de la ciudadanía * Asesor en temas económicos de ODAI ** “Una mirada otra. La cultura desde el consumo”. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prácticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela, 2002. *** “Los Estudios sobre el Consumo Cultural: Algunas Observaciones.” Revista Razón y palabra. No 47. http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n47/valmanza.html#au. **** Estudio General De Medios EGM 1-2008. http://www.acimcolombia.com/estudios.htm ***** CNCA e INE; Encuesta de Consumo Cultural 2004 - 2005 en Chile; http://www.consejodelacultura.cl/portal/index.php?page=articulo&articulo=3826; DANE, Encuesta de Consumo Cultural en Colombia 2007; http://www.mincultura.gov.co/index.php?idcategoria=8246; Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México; Encuesta nacional de prácticas y consumo culturales; http://sic.conaculta.gob.mx/encuesta/encuesta.zip. ****** http://portal.educ.ar/debates/sociedad/bases-conceptuales/consumo-cultural-en-buenos-aires.php ******* M. Bisbal et al.: El consumo cultural del venezolano, Fundación Centro Gumilla / Conac, Caracas, 1998.