Mensaje del Domingo 5 de febrero de 2012 – Miremos la enfermedad y los demonios En el evangelio de este Domingo – V del Tiempo Ordinario – (Mc.1,29-39) se nos muestra a Jesús curando enfermos y liberando de los demonios. En la Homilía correspondiente invitamos a abrirse a Jesús que nos cura. En este mensaje, en cambio, queremos hablar de la situación: los enfermos y endemoniados. La cultura moderna está revolucionada por el avance de las ciencias en todos los órdenes. Un aspecto principalísimo de ese avance es la medicina, lo que hace a la curación de las enfermedades. Pensemos que han desaparecido un buen número de enfermedades, que hay vacunas preventivas, que muchísimas infecciones son controlables, que hay calmantes para los dolores como no los ha habido nunca. ¡Qué decir de las intervenciones en el corazón, en la cabeza! ¡Maravillosos son los conocimientos científicos de la humanidad hoy! La fe cristiana católica ve en ello una bendición de Dios, un desarrollo de la voluntad de Dios que nos hizo a su imagen y semejanza, dotados de razón, capaces de ir investigando y comprendiendo los procesos naturales y poder conducirlos. No hay lugar a oponer la ciencia a la fe, sino, al contrario, a dar gracias a Dios por todo el bien conocido y que permite conocer y desarrollar para el bien de la humanidad. Otra cosa son los conocimientos errados y sostenidos sin comprensión, que llevan a contradecir las verdades de la fe o a no vivirlas plenamente. Así, en general, la cultura actual – que no es homogénea – tiende a no mirar suficientemente la condición débil, limitada, necesitada, mortal de los seres humanos. Es verdad, y está bien, que se logra un gran bien con las ciencias médicas, y no sólo debemos usarlas, sino también procurar que lleguen al mayor número posible. Pero también es verdad, que no dejamos de ser hombres ‘enfermables’: que siempre tenemos que vernos con la enfermedad, sea la propia, sea la del prójimo. Más aún somos todos mortales, sujetos a la muerte. Es una falsedad dejar este dato fuera del pensamiento humano, arrinconarlo como si fuera un mero accidente, postergarlo para otro momento. Además la enfermedad no es sólo ‘eso’ que funciona mal en el cuerpo. Es toda la realidad de cansancio, de hastío, de no poder salir de ella cada uno, pero tampoco poder obviar la enfermedad del otro. Y aún más, toda la angustia, la desesperanza, cuando no la rebeldía contra Dios o el afán desesperado por los bienes temporales. También debemos ver a los ‘endemoniados’. Es cierto que en tiempos de Jesús se atribuían más o menos directamente a los demonios muchas situaciones que no se sabían explicar. Para muchas de ellas tiene auxilio la psicología moderna y también la ciencia y medicina psiquiátrica. Gracias sean dadas a Dios. Pero también es cierto que los hombres estamos ‘endemoniados’ de muchas maneras: envidias, rencores, vanidades, oposiciones sin sentido, juicios irracionales, desconfianzas, uso del otro, lujuria, mentira… El hombre no es sólo un cuerpo, el hombre no es sólo psiquis. Es una persona, hay una libertad, un corazón, en él se da un combate entre pecado y gracia, entre ser el centro o reconocer a Dios, entre autosuficiencia y abandono en el amor de Dios y entrega a Él, entre condenación y vida eterna. Aquí sólo sana y salva Jesús, recibido en la fe por la gracia de Dios. El Evangelio de Jesús, el anuncio de Dios viene a reinar, perdonando, sanando, curando, y, definitivamente, haciéndonos partícipes del reino de los cielos es la única esperanza total. Él es la luz del mundo, Él al venir a este mundo ilumina a todo hombre. En él tiene sentido la vida temporal y la vida eterna. Si la ruptura entre fe y cultura es, según Pablo VI, el drama de nuestro tiempo, nuestro deber de cristianos, de evangelizadores, pide que sepamos unir la fe en Jesús y sus consecuencias, su verdad total, con los datos nuevos que ha la cultura moderna. Respetemos la razón, sin vaciar la revelación de Dios, sino llevando todo a la obediencia de la fe, para alabanza de Dios y salvación del hombre.