India: economía, política y otras novedades Juan José Zaballa Ex Consejero Comercial de la embajada de España en India (Artículo escrito para Carta de Asia Economía) Las reformas económicas de julio de 1991 supusieron para India, según Gurcharan Das 1, una revolución de intensidad y efectos comparables a los la independencia de 1947, pues si ésta implicó la sustitución del "Raj" británico por la democracia más poblada de la tierra, aquéllas representaron la superación del modelo "nehruniano" de economía mixta, la introducción de criterios de mercado como mecanismo de asignación de recursos y la apertura de la economía al comercio exterior y la inversión extranjera. A partir de entonces cambió la imagen económica de la India en el mundo entero, subiéndose a la ola del despegue económico asiático, conjuntamente con los "dragones del sudeste asiático" y China. La crisis asiática de 1997 no supuso para India la tragedia que representó para los "dragones", manteniéndose el crecimiento de su economía. No faltaron voces que señalaron que lo que antaño era debilidad, en esas circunstancias supuso una fortaleza, argumentando que la aún escasa liberalización de la economía india actuó de aislamiento frente a la crisis. Otra segunda característica del proceso de reformas económicas indias es que han tenido un motor esencialmente político. Nacen fruto de las circunstancias, una auténtica crisis de balanza de pagos, y son implantadas, fuera de todo programa electoral, por el Gobierno del Partido del Congreso, gran paradoja, heredero directo del pensamiento de Nehru. El desalojo de este partido del poder, y su sustitución por los gobiernos de izquierda de Gowda y Gujral, implicó una notable ralentización de las reformas, particularmente, en dos ámbitos muy concretos como son el proceso de privatizaciones y la apertura exterior de la economía. Ello supuso que la India perdió momento, desmarcándose, en gran medida, del proceso de reactivación económica que se fue consolidando en Malasia, Tailandia y Singapur. La llegada al Gobierno del Bharatiya Janata Party, de inspiración nacionalista hindú, impuso un período de dudas y vacilaciones por dos motivos. En primer lugar, porque dicho partido alcanza el poder en el marco de una coalición, la National Democratic Alliance, que agrupa a 22 partidos dispersos y variopintos. En segundo lugar, porque el propio BJP arrastraba una profunda contradicción entre su ideología y la realidad sociológica de su base electoral. Así, su ideología nacionalista, 1 Gurcharan Das; “India Unbound”; Knopf, 2001. 1 sorprendentemente, había abrazado el concepto ghandiano de "swadeshi" o autosuficiencia. La sorpresa surge del hecho de que el asesino de Ghandi, Nathuram Godse, militaba activamente en el Rashtriya Swayansevak Sang, organización que sirve de referencia ideológica del BJP y semillero de dirigentes. Esta concepción autárquica y dirigista de la economía contrasta con una base electoral formada por una creciente clase media disgustada por el intervensionismo y dirigismo de la burocracia económica y sumamente crítica con un esquema de acumulación hecha a costa el consumidor, históricamente castigado por la escasa calidad y limitada diversidad de productos que el sistema pone a su disposición en el mercado. El resultado de esta dialéctica ha resultado, en líneas generales, bastante satisfactorio, en el sentido de que la economía india ha sido capaz de combinar tasas de crecimiento de entre el 4 y el 6% con una notabilísima liberalización de su política comercial, eliminando el fantasma secular de las restricciones cuantitativas, y con un progresivo acercamiento de su política de control de cambios a una libertad por cuenta de capital. Sin embargo, siempre que hay luces se producen sombras y, en este caso, las sombras han sido una titubeante política de privatizaciones y un cierto fracaso en la política de captación de inversiones. Ciertamente, fue toda una señal de voluntad política el nombramiento de un ministro para las Privatizaciones, Arun Shourie, un periodista que ha demostrado una enorme capacidad política, a pesar de tener que enfrentarse a una intensa oposición tanto externa como, sorprendentemente, interna dentro de la propia coalición de Gobierno. Este conflicto está siendo máximo en el caso de las privatizaciones de HPCL y BPCL, dos compañías del sector petrolífero, con importantes beneficios, pero competidoras con el sector privado. En gran medida, la indiscutida capacidad política del Ministro Shourie es fiel reflejo de la prioridad que ha conferido a la política de privatizaciones el Primer Ministro Vajpayee. En el caso de la captación inversiones extranjeras, India es, claramente, un "underachiever" cuya frustración se acrecienta al ver la capacidad y el dinamismo que en este campo ha demostrado su principal rival geoestratégico: China. Así, durante el ejercicio fiscal 2001-2002, India captó inversión extranjera directa por un importe total de 4,06 millardos de dólares, lo que representó un aumento del 65% con respecto al ejercicio anterior, pero aún muy lejos de la cifra oficial china, diez veces superior. Sin embargo, esta abrumadora diferencia ha de ser puesta en solfa por dos vías. En primer lugar, surgen ciertas dudas acerca del origen geográfico de la inversión en China: gran parte de los flujos captados tienen origen chino, canalizados a través de Hong Kong. En segundo lugar, el volumen de inversión extranjera directa captada por India 2 representa el 1,7% del PIB, frente al 2% en el caso chino, una diferencia, relativamente, poco significativa. España no representa sino una fracción mínima de la inversión extranjera directa captada por India. Los motivos para esta relativa insignificancia hay que buscarlas tanto en los objetivos de la inversión española en el exterior como en las características del mercado indio. Un análisis agregado de la inversión española en el exterior demuestra que su objetivo general ha sido, históricamente, la explotación de las potencialidades de los mercados interiores de los países en que se ubica. Esto contrasta con los objetivos declarados de la política india de captación de inversiones extranjeras que, siguiendo el modelo de los países del sudeste asiático, se orienta hacia la generación de capacidad exportadora (“computer chips, yes; potato chips, no”). La contradicción es evidente, pero se acrecienta cuando se complementa este estudio con un análisis sectorial. Efectivamente, la inversión española en el exterior se concentra en sectores que la economía india no ha liberalizado o lo ha hecho de manera incipiente. Este es el caso, por ejemplo, de la energía, en sus vertientes de generación y, sobre todo, transporte y distribución; tratamiento de aguas y servicios sanitarios urbanos; comercialización, sector aún afectado por las leyes de protección al “small scale sector”; prensa; etc. En estos momentos, hay dos realidades innegables dentro del fenómeno de la inversión española en el exterior, el fenómeno estructural más novedoso y significativo de la economía española de la última década. La primera es su constancia, pues España continúa, a pesar una importante reducción mundial de los flujos de inversión directa en 2001, aumentando su cuota de participación en la inversión directa mundial; y, en segundo lugar, que estamos asistiendo a un fenómeno de creciente diversificación geográfica de la inversión española en el exterior, tras una gran concentración en Iberoamérica. A partir de estas dos realidades, resulta previsible que los flujos que los flujos de inversión directa española hacia la India se vean sustancialmente incrementados en los próximos años. Lo contrario llevará a ambas partes a derramar lágrimas por las oportunidades perdidas. 3