DIFERENCIAS DE GÉNERO EN LAS MITOLOGÍAS COMPARADAS: LA NADA Y EL TODO Juan Romanella Publicado en Afrodita, Apolo y Esculapio 2004 El origen del mito. La eterna dualidad La nada y el todo, la noche y el día, la luna y el sol, la muerte y el nacimiento, la tierra y el cielo, la recompensa y el castigo, la mujer y el hombre, la religión y el mito, todo parece ser una eterna dualidad entre géneros. Cada cultura que buscó una explicación a su existencia, cada civilización que quiso fijar en el tiempo su espacio de vida, cada grupo humano que imaginó su génesis y buscó su trascendencia, estableció luchas y alianzas continuas entre lo femenino y lo masculino. El principio mismo del mundo es parte de esa lucha entre el caos y la quietud aparente del orden. Un país de hielo y otro de fuego separados por un abismo para los nórdicos. Gea la tierra y Eros príncipe del amor, unidos por una fuerza creadora que amalgama elementos para engendrar la vida en la mitología griega. El Yin, la fuerza negativa, femenina y húmeda, el Yang, la fuerza positiva, masculina y seca, donde los atributos de polaridad se refieren a la propiedad de atracción y los de humedad y sequedad a la capacidad de nivelarse y compensarse. Dos fuerzas opuestas contenidas por una tercera, el Tao, el camino o sendero de los dioses, conceptualmente inalcanzable para el pensamiento humano. El Tao existe antes que el cielo y la tierra, es la madre de la creación, la fuerza femenina que contiene a ambos géneros. El Taoísmo, nacido de la mitología china, pone lo femenino como ente abarcativo y contenedor de todo lo creado, tangible e intangible. El silencio y las tinieblas fueron el origen del mundo para el pueblo Maya. Es la palabra la que dará el soplo vital al universo. Las palabras pronunciadas por los progenitores Tepeu, Gucumatz, Ixmucané e Ixpiyacoc, por el corazón del cielo y los abuelos del amanecer. La mitología Azteca, también abunda en deidades duales, Tezcatlipoca, que representa el aliento vital, pero también a las más furiosas tempestades, quizá aludiendo al traumático paso de la vida intrauterina a la cotidiana lucha por la subsistencia. El mito del origen dual Deidades que se arrogan manejar las fortunas individuales de los hombres y también su miseria y hambre, o más dramáticamente el destino venturoso de toda la civilización, y el cataclismo indiferente. Cada mundo tenía su propio sol, su deidad reinante hasta la destrucción anunciada, y un renacer, con un nuevo sol, con un nuevo tiempo y con un final inexorable. Anteponían una visión cosmogónica que la evangelización transformó de “fuerza” en “gran espíritu”, para acercarla a un concepto judeo cristiano que no aceptaba un inicio del todo y un principio del orden, basado en “fuerzas” Para los Sioux, la fuerza del universo, sin personificar, sin masculinidad ni femineidad, era la génesis de todo lo misterioso, de lo sagrado, la perfecta unión entre lo natural y lo sobrenatural. Plantearon muy primitivamente, con algunos siglos de antelación, la idea del universo nacido de un caos, una original presentación del Rip Bang. El mito del matriarcado y el patriarcado Las religiones primitivas destacan el origen matriarcal de lo "creado". Otros mitos relacionan la pérdida de dones, suertes y beneficios, a la actitud desafiante de la mujer y a la poca oposición a desoír órdenes divinas de los hombres Los ritos y sacrificios a la diosa tierra, mantenían en armonía al dios cielo, un matriarcado muy frecuente en las familias de los dioses. A partir de una turquesa, el Dios que Habla creó a la diosa conocida por los Navajos, como la Mujer Cambiante. También creó a los padres de esta diosa, el Niño de la Larga Vida y la Niña de la Felicidad. La Mujer Cambiante, se casó con el sol, y lo lleva en sus espaldas durante al día, para dejarlo colgado en la pared oeste de su divina morada al atardecer. Tuvo dos hijos gemelos con su esposo el sol, Matador de Monstruos y Nacido para el Agua. Los hermanos luchan contra todo tipo de mal que pretenda destruir la naturaleza, venciendo en todas sus luchas salvo contra la Vejez, el Frío y el Hambre. Pese a tan extenuante trabajo que hace envejecer diariamente a la diosa, ella no convive con el sol, y utiliza la noche para volver a su estado juvenil antes de cada nuevo amanecer. En otro ejemplo, Rangi el cielo, y Papa la tierra, copularon para crear a los dioses Maoríes. Pero es Papa la que sigue rigiendo los destinos terrenales de todos los seres. El monte femenino Fuyi en la mitología japonesa, tuvo una agria disputa con su vecino el masculino monte Haku. El monje de la luz infinita, debió dirimir sobre la máxima altura que ambos miembros de la pétrea pareja se adjudicaban. El monje, en su infinita sabiduría, usó principios elementales de la física de los planos inclinados y con la invalorable ayuda gravitatoria, dio por ganador al masculino Haku. La poco dulce Fuji, optó por dar por terminada la reyerta, rompiendo el cráneo de Haku en ocho partes, que conforman sus actuales ocho picos (por supuesto, ahora todos más bajos que la cima del Fuji). En Venezuela, Amalivaca fue el dios creador de las tribus Caribes y Tamanacos, del río Orinoco y del viento. Este amigable dios, dotó a la humanidad de la inmortalidad, que luego fue perdida por la desconfianza de una anciana. La anciana no fue la creadora, sino la responsable de la falta de supervivencia. Prometeo, en la mitología griega, benefició al hombre entregándole el Fuego sagrado que había robado del Olimpo, con el que dotó a los hombres de Inteligencia. Zeus, enfurecido por el robo, castigó a los hombres enviándoles a la primera mujer, Pandora. Ella traía un regalo divino cedido por todos los dioses del Olimpo, la famosa caja de Pandora. En griego Pan Dora significa " todos los regalos". Conocido es el desenlace de la apertura de la caja, que dejó libres a todos los males en la tierra, quedando sólo la esperanza encerrada, cuando presa de horror, Pandora cerró presurosa la caja. En los montes de Euskal Herria, la mitología vasca, ubica a Mari, una divinidad de sexo femenino, con la capacidad de volar. La cultura vasca es anterior al cristianismo, por lo que queda claro que el nombre de la diosa no guarda relación con el de María, la madre de Jesús. Mari, en este contexto, proviene de Maidi (las almas errantes de los antepasados, que realizaban visitas nocturnas a sus antiguos hogares y familiares). Otros estudios sobre este milenario mito, explican el origen del nombre, por cercanía fonética a Maire o Maide (unos genios de los montes, que se dedicaban a construir dólmenes). Al igual que la diversificación cristiana de María, en decenas de cultos virginales, Mari ha adoptado distintos nombres, tantos como montes en la región vasca. Curiosamente la diosa encarna también una trilogía, que abarca las condiciones de Señora, Bruja o Dama. Para los Inuit, una etnia esquimal, el sol con su brillo y calor es absolutamente femenino. La luna es el hermano que en los principios de los tiempos violó a su refulgente hermana celeste. No extraña que en estas elevadas latitudes, se una el concepto de hogar y protección, con el tibio sol que tan poco baña sus tierras. Más cerca del Ecuador, y con el sol que se refleja en miles de km2 de silicio, Kanapipi es la gran madre de los territorios orientales australianos. Los aborígenes la representan como una deidad femenina, sumamente erótica, que adquiere el saber universal al devorarse a sus hijas. La figura masculina está ausente entre los dioses principales, en esta protocultura. En la caribeña Haití, contraponiendo al matriarcado australiano, Ogoun, terrible dios guerrero y figura principal en el consejo de los dioses, es el dueño de los Loas. Se trata de figuras invisibles sin sexo, que desplazan el alma de los hombres y les confieren inmortalidad. Para los escandinavos Yggdrasill, el gran árbol cósmico, sostiene los nueve mundos, el de los dioses guerreros masculinos, el de los dioses de la fertilidad claramente femeninos, el reino de los elfos de la luz de ambos géneros, la tierra media donde viven hombres y mujeres, el mundo de los gigantes, todos con fenotipo masculino, la tierra de los enanos, hombres y mujeres, la tierra de los elfos negros, sólo hombres, el reino de los muertos generosamente abierto a hombres y mujeres y el fuego primigenio feroz y asexuado. Los nueve mundos, peligran por el ataque que cabras, ciervos y dragones infligen al árbol sagrado. No sólo la creación sino la salvación se debe a las tres Normas, entidades femeninas que simbolizan el Destino, el Ser y la Necesidad. Las tres riegan diariamente al atacado árbol, con agua que extraen del pozo del destino. En la visión opuesta hay pocos hombres "creadores" primitivos. En la India, Visnú, dios protector engendra a Brahma y Shiva, quines nacen poco ortodoxamente del ombligo y de la frente del propio Visnú. Brahma, dios masculino, representa la creación, la vida, el nacimiento, la fertilidad. Shiva, con su femineidad, es la representación del dios destructor. Recorriendo el mundo a través de sus mitologías, es interesante ver que las fuerzas creadoras, son casi siempre femeninas, y cuando no, corresponden a dioses con características propias de las hembras, ya que engendran y dan a luz, no siempre respetando aspectos anatómicos clásicos, a nuevos dioses o criaturas fantásticas que aseguran la continuidad del mundo. Consignemos que en todas las religiones primitivas la deidad primigenia que dota de vida es femenina. Sin embargo, la evolución de los mitos termina siempre anteponiendo figuras masculinas que aparecen como "el Dios" más importante. Así, comienzan siglos más tarde los "patriarcados". Casi todas las religiones actuales ya no veneran a la "diosa primitiva" sino que temen, obedecen, ruegan, ofrecen sacrificios y mueren por dioses masculinos omnipresentes y omnipotentes. Es decir que el origen del patriarcado religioso es muy posterior al matriarcado mitológico. No debiera sorprende que esto reproduzca la historia de la valoración de cada género a lo largo y a lo ancho de la historia de la humanidad. La línea de corte o el cisma entre matriarcado y patriarcado es paralela entre la concepción sobre los dioses venerados en cada momento histórico y la reformulación de determinados roles entre los seres humanos de distinto sexo. Parece corroborarse que cada civilización crea a sus "dioses" a su imagen y semejanza, en forma antonómica a lo asegurado por nuestra tradición judeocristiana. El mito sobre el origen dual de los cuerpos celestes El origen de la tierra, el cielo, los océanos, el sol y la luna, junto a los demás cuerpos celestes, y la propia existencia del hombre, necesitaban de una explicación que amalgamara en un aspecto lógico el caos imperante. El sol, con luz prestada por reacciones nucleares, y la luna por reflejo de ese préstamo, alumbraron mitos y creencias desde el origen de la humanidad. En el antiguo Egipto, Isis la diosa luna, detiene a Ra, el dios sol, en su órbita, produciendo el caos y la oscuridad en la tierra. En medio de tal confusión, Ra envía a Thot a curar a Horus, hijo de Isis muerto por la picadura de un escorpión. Isis, la expresión máxima de la femineidad y de la seducción, es quien maneja el carro de Ra en el cielo, es la dueña del tiempo, y como en nuestros días, dominar el tiempo es símbolo de poder. Isis proviene de un linaje de dualidad que se remonta al principio mismo de la creación. Sus padres fueron Geb, la tierra y Nut la diosa de los cuerpos celestes. Geb y Nut eran de hecho una entidad hasta que fueron separados por Shu, dios del aire, que a su vez integraba una trinidad atmosférica (algunos miles de años antes que otras trinidades) con Tefnut, diosa de la humedad y con Atum, una forma de Ra que representaba al sol del atardecer, creado por el mismo Ra. Para ser coherente con su individualismo trinitario, Ra también creó a los abuelos de Isis, a partir de su masturbación. Otras fuentes, no hacen referencia a ésta visión heliopolitana de la cosmogonía, sino que se basan en un concepto hermopolitano. Este término, que nos remite al dios griego Hermes, se usaba para referirse a las ciudades que los egipcios dedicaban al dios Thot, adaptado luego por los griegos por semejanza a Hermes. Esta rebeldía teológica, se sustentaba en cuatro parejas. Num y Nauet, el caos y las aguas, Kut y Kuaket, las tinieblas, Heh y Hehet, el espacio y finalmente Nia y Niat representando la vida y lo oculto. Entre las cuatro parejas engendraron un huevo, de donde nació Ra el sol. No hay información cierta sobre la paternidad de alguna de las cuatro parejas divinas, quizá una cromatografía del espectro solar pueda suplir un estudio de ADN. En otro capítulo, en la mitología japonesa, Tsuki Yomi, es el dios luna, masculino, nacido del ojo derecho de Izanagi, el ser primordial, de su mismo sexo. El dios Luna vivía en el paraíso con su hermana la diosa sol Amaterasu. La diosa Sol, envió a su hermano luna, a visitar a la diosa de los alimentos Uke Mochi. Esta en un desgraciado episodio gastronómico, le ofreció a la Luna, un menú extraído de su boca y nariz. Tal fue el enojo de la Luna ante tan poco atractivo manjar, que decidió matar a Uke Mochi. El espanto que produjo este acto en la sensible diosa Sol, motivó su eterno alejamiento, jurando que nunca volvería a ver a su hermano Luna. Sin embargo, los eclipses y otras posiciones relativas astronómicas, parecen indicar un principio de reconciliación. En el norte de Perú, la tribu Chimu le confiere a la luna Quillapa Huillac en su rol femenino, más poder que al brillante sol. Su reinado nocturno y la posibilidad observada de eclipsarlo, no dejaba dudas sobre su predominio. Alnilan, la estrella central del cinturón del cazador (cuadrilátero de Orión), representa al demonio, felizmente controlado por Alnitak y Mintaka, las dos estrellas laterales del grupo conocido en nuestras tierras como las "tres Marías". Esta ardua y peligrosa tarea, fue encomendada por la diosa Luna a esos lejanos soles. El sol, la luna y la aurora, comparten a Titán como padre y a Tía como madre, en la mitología griega, sin embargo son parte del grupo de las divinidades menores. Los tres hermanos fueron muy enamoradizos, al igual que la mayoría de los habitantes del monte Olimpo. Selene, la luna tuvo dos hijos con Zeus el dios supremo, el que fue seducido por un mar de oro, producto del reflejo de su luz (fraternalmente cedida por su hermano sol) sobre el mar. Considerando que estos reflejos nos llevan a imaginar un mar de plata antes que de oro, cabe preguntarse si no estamos frente a un enredo familiar de ayudas entre hermanos para emparentarse con el poder. Los primitivos habitantes de Senegal, tenían a los dos cuerpos celestes como centro de sus deidades, pero al igual que muchas otras culturas, la supremacía no era sinónimo de primigenia. El sol y la luna, eran custodiados por sus ignotas madres. Estas madres solían bañarse desnudas en las refrescantes aguas del lago Rose, donde un día fueron observadas por los curiosos sol y luna. El sol apartó rápidamente su mirada, pero la luna no pudo dejar de mirar a las madres bañistas. La madre del sol, complacida por el respeto a la intimidad que su hijo demostró poseer, decidió premiarlo haciéndolo tan refulgente como para que ningún humano pudiese mirarlo directamente. La mamá de la luna, castigó a su hija por su curiosidad, permitiendo que su pobre brillo la hiciera visible a los ojos humanos. Viajando hacia el sur del continente americano, los Tehuelches parten del caos y la penumbra inicial, con un ser supremo, Kooch, que en medio del mar creó una chispa para iluminar la noche permanente. Nació así el sol, masculino, luz y calor. La luz, el viento y las nubes, conforman la base de la trilogía de esta etnia. Con el correr del tiempo, Kooch creó a la luna Keenyenkon, para mitigar la oscuridad cuando el sol descansaba. El sol y la luna, evitaban verse y usaban a las nubes como mensajeras de sus palabras. Tal intercambio creó la lógica curiosidad y, poco a poco, se fueron acercando hasta el inevitable día del eclipse que trajo asombro, curiosidad y el embarazo de la luna. De ese pasional encuentro cósmico, ansió Auca, única estrella con nombre en la mitología tehuelche. (Se trata del planeta Júpiter). El pueblo Azteca, se proclamaba "el pueblo del sol", su vida estaba estrechamente ligada a mantener alimentada a la refulgente estrella, masculina, guerrera, ávida de corazones ofrecidos en sacrificio para que el universo entero subsista. Este pueblo consideraba que el sol renacía cada medianoche, escoltado por un deslumbrante cortejo formado por los espíritus de todos los guerreros muertos en combate. Este majestuoso grupo recorría, así, el camino hasta el amanecer. Curiosamente, cuando la mayoría de las culturas tomaban al día como una etapa de vida del sol, los Aztecas creían que luego del amanecer comenzaba la agonía solar. De hecho el sol era ya un cadáver al mediodía. El destellante cuerpo del sol muerto, era transportado desde el cenit hasta el horizonte, por un cortejo formado por las mujeres muertas durante el parto. Y siempre, la dualidad femenina-masculina en la base...Hombres guerreros para el sol vivo, mujeres parturientas para el sol muerto, en ambos casos, el concepto apuntaba a la renovación, al ciclo infinito del orden natural. El mito sobre el origen de la pareja humana Es interesante bucear en mitologías primitivas y poco conocidas para reconocer el origen de la pareja hombre-mujer terrenales. Para los viejos tibetanos, los primeros pobladores fueron un mono y una diablesa. De la zoofílica unión, nacieron seres mitad mono y mitad humano que fueron reencarnando hasta llegar, evolución y genes por medio, a un aspecto totalmente humano. Parece ser que no todos los dioses crearon parejas de mortales para multiplicar la especie, algunos prefirieron participar activamente. La tribu Akposo de Togo, relata que su dios Uwolowu, creó una mujer con quien tuvo un hijo, y esta pareja fue el origen de la humanidad. Los Ibibio de Nigeria, se refieren a una diosa Madre, femenina, abarcadora, creadora, como la base y centro de todo lo vivo. Elegía hombres distintos para distintas funciones. La mayoría de los mitos africanos, ponen a la mujer en la función básica de creación, relacionando casi siempre aspectos fantásticos con mujeres reales, vírgenes o incluso estériles, que por contacto con algún dios, dan origen a una frondosa descendencia que puebla la tierra. Es increíblemente llamativa la cercanía conceptual de estos antiquísimos mitos, probablemente nacidos en la cuna del primigenio hombre, con el que se adaptó y adoptó en la mayoría de las religiones posteriores a la era mitológica. Mitos muy antiguos y de poblaciones lejanas como los Akamba, los Luo, los Yoruba o los Bambuti, tienen a la mujer como protagonista principal, poniendo al hombre en segundo plano, incluso en muchos casos sin siquiera mencionar sus nombres. Reuniendo el origen dual de los cuerpos celestes con la pareja es atrayente la humanización de estos mitos simultáneos. Así, en la atrayente mitología celta, el sol tiene una representación femenina, una mujer rubia que da calor, vida y sentimientos a su amante. La luna, masculina, es el amante renacido del fuego solar; es el dios celta que rescata cada noche a su amante, el sol femenino, de la prisión del dios de la noche que intenta impedir el nacimiento de cada día. Los Pilagás, en el Chaco argentino, también dan a la luna un género masculino. El hombre luna está casado con una mujer humana, que al morir se transmuta en "el lucero", el desacreditado planeta Júpiter, que en muchas culturas es confundido con una estrella. Para otros indígenas de la región, los Matacos y los Tobas, las mujeres están en un plano diferente al del hombre al situarlas en el cielo, a algunas, y debajo de la superficie terrestre, a otras. Un verdadero anticipo de la dualidad ángel y demonio. El primer hombre que tuvo relaciones con una mujer, eligió a una del cielo. Parece ser que el despecho sufrido por las mujeres subterráneas, provocó la muerte del desdichado devorado por hormigas. Sin embargo consideran que el creador de lo natural, el Dueño de las Aguas, tiene caracterización masculina. Revisando ahora mitologías más difundidas Leto, embarazada por el promiscuo Zeus, sufrió la prohibición impuesta por la celosa Hera, de dar a luz en cualquier lugar donde llegaran los rayos solares. Trasformada en codorniz, vagando por el mundo, llegó a la isla de Ortigia, rebautizada como Delos (irónicamente "la brillante", para quien no podía parir bajo luz solar) donde recibió la ayuda de Poseidón, que formó una bóveda con olas para tapar el sol. Allí dió a luz a los gemelos Artemisa y Apolo. Artemisa nació en primer lugar, ayudando ella misma al nacimiento de su hermano, quedando tan impresionada con el parto, que le hizo convertirse en una diosa virgen que despreciaba los amores masculinos. Para ello, siempre se negó a engordar para evitar formas abundantes femeninas. Para algunos, es la diosa original de la anorexia nerviosa. El mito sobre la dualidad del origen del bien y el mal Dos espíritus, el bien y el mal, conforman el dualismo plasmado en los 17 Gathos, los cantos que forman la primigenia citología iraní. La lucha se personifica en Ahura Mazda y Ahirman, la luz y la oscuridad, los gemelos hijos del dios del tiempo, último ser que vivió en el vacío original, en la nada anterior al universo. Recordemos que la más conocida base dual o teoría de los contrarios es la del Yin y el Yang. El Yin es la fuerza negativa, femenina y húmeda; el Yang es la fuerza positiva, masculina y seca, donde los atributos de polaridad se refieren a la propiedad de atracción y los de humedad y sequedad a la capacidad de nivelarse y compensarse. Sólo en la unión se nivelan el bien y el mal. La unidad trasciende la dualidad. Los mitos sobre la dualidad en la destrucción y la reconstrucción del mundo. Los mitos de destrucción del mundo, tienen habitualmente a parejas hombre mujer, como protagonistas, evidentemente por la necesidad de renacimiento de la población, sin una nueva intervención de deidades para lograr nacimientos poco anatómicos. Deucalión y Pirra, en los mitos griegos, huyeron junto con algunos animales en un arca. Curioso mito en que la pareja no es la base de la gestación. Deucalión arroja piedras al agua que se transforman en los nuevos hombres, mientras que las mujeres nacen de las piedras arrojadas por su mujer Pirra. Noé, su familia y dos animales de cada especie para la tradición Judeo Cristiana es otra duplicación del mito. Las aguas del Euximio, cubrieron toda la Samotracia en la época de los argonautas, donde sólo un grupo de hombres se salvó, por lo que se necesitó de la ayuda divina para las nuevas generaciones. Un sólo hombre y una mujer, sin nombres que trascendieran, fueron los salvados de las aguas según la mitología eslava. Los pueblos en la costa de Brasil, refieren que un poderoso extranjero que odiaba en extremo a sus antecesores, los hizo morir a todos por medio de una inundación, excepto dos, que reservó para engendrar nuevos hombres y mujeres. Diluvios como los que hacen desaparecer la Atlántida, la India o la China, refieren siempre a grupos muy pequeños de hombres y mujeres que son la base de una nueva humanidad. Dioses femeninos y masculinos vistos como responsables de la aparición de los dos sexos humanos. Hombres y mujeres que se salvan en pareja de cataclismos, generalmente acuáticos provocados por las mismas divinidades. Posibilidad única para que la vida humana continúe fluyendo, sin necesidad futura de nuevas intervenciones divinas. La mitología del futuro Todos los mitos, todas las bases religiosas, parecen sustentarse en los principios de la humanidad, modificarse, adaptarse, sobrevivir en grupos humanos mediante ritos o formando parte de libros, científicos, religiosos o de cuentos. Pareciera que vivimos en una era exenta de mitos, pareciera que llegamos al equilibrio entre lo fantástico y lo real, manteniendo así esta eterna dualidad. Sin embargo, los mitos renacen, transmutan, conviven y nos asombran, aun ante la dificultad de reconocerlos. La teletransportación, años atrás era parte de la ficción en series televisivas, pero mucho años antes, era parte de los atributos divinos de distintos dioses mitológicos y de otros que sustentan religiones actuales. Parece ser el límite actual por el que la ciencia explora y se aventura, queriendo transmutar mitos en explicaciones razonadas, medibles, repetibles y cotidianas. La transferencia de estados cuánticos, la base de las futuras computadoras de qubits, subió un escalón más en la escalera cuántica cuando Anton Zeilinger, al mando de un grupo de científicos del Instituto de Información y Óptica Cuántica de Innsbruck, conectaron dos laboratorios mediante 800 metros de fibra óptica tendidos por debajo del río Danubio. Por medio de complejos procesos se logró la transferencia en condiciones ambientales normales, de las propiedades de un fotón a otro. Un punto que une este acontecimiento científico con la dualidad hombre-mujer, al margen de la dualidad del spin de los fotones, es que los laboratorios en ambas orillas del Danubio, se bautizaron como Alice y Bob. En la ciencia física y en la criptografía, es común el usar los nombres Alice y Bob para definir a dos puntos, obviamente, el A y el B. En el mundo de la criptografía, Alice es el origen de la información secreta que desea transmitirse y Bob es el receptor. El usar personajes de distinto género, facilita referirse a ellos como “Ella” y “El”, mejorando así la confidencialidad buscada. En este extremo, en este límite de la mitología atrapada ahora por la ciencia que busca el secreto del fuego sagrado, del Prometeo que manipula fotones y de la Pandora que ahora controla la esperanza, en esta inflexión del conocimiento Alice parece seguir generando la información y Bob recibiéndola, pero ninguno funciona en soledad como nunca funcionó el caos inicial con una sola deidad.