Modelos en Psicopatología Patología grave en la infancia. Analía Cacciari, Sandra Cedrón, Horacio Martinez I. Introducción. Reunimos bajo este título a los cuadros psicopatológicos con consecuencias graves para el desarrollo de la vida psíquica, y a los que estudiaremos bajo dos grandes rótulos: psicosis y debilidad mental. Ya en los inicios de la psiquiatría moderna hallamos menciones relativas a estos cuadros. Por ejemplo en el año 1800, y en el interior de su informe presentado ante la Sociedad de los Observadores del Hombre respecto del niño conocido como el salvaje del Aveyron, Pinel describe a un muchacho de 12 años de edad, que es “la imagen misma del idiotismo. Ríe o llora por efecto de una imitación puramente mecánica y sólo parece sensible a las necesidades físicas. Ejecuta servilmente todo lo que se le ordena y responde con un sí un no, sin ningún tipo de discernimiento a las preguntas que se le formulan”.1 El idiotismo, congénito o adquirido precózmente, destruye para siempre las facultades psíquicas y, en la opinión de Pinel, nada puede esperarse de estos niños, que deberán por tanto ser confinados en un hospicio. El monismo que impregna sus ideas, y lo lleva a reducir la vida psíquica a la actividad cerebral, está en el centro de estas conclusiones: un cerebro deficiente o lesionado nunca dará por resultado una actividad psíquica normal.2 Cualquier tentativa de hipotetizar una posible modificación de este estado, como el que intentará Itard con el ya mencionado salvaje del Aveyron, presupondrá la instalación de una concepción teórica del psiquismo que entienda que éste sólo alcanza su desarrollo a partir de los elementos que el entorno humano va proveyendo, en un lento pasaje del estado de naturaleza a la cultura. Serán los inicios de un tipo de educación “especial”, que buscará establecer criterios firmes para la evaluación de la inteligencia normal (a través de la psicometría), pudiendo de esta forma determinar los déficit de cada niño en cada una de las funciones de su psiquismo, creando luego una pedagogía especial que busca estimular con precisión las áreas deficitarias.3 Por otra parte, y en lo relativo a la psicosis infantil, también hallamos menciones en los primeros tratados dedicados a la demencia precoz. Así, Kraepelin dirá que “la enfermedad generalmente comienza en los años del desarrollo sexual, aunque muchas veces las primeras manifestaciones leves pueden rastrearse en la infancia”.4 A su vez, Bleuler afirmará: “hay tempranas anomalías del carácter que pueden demostrarse, en cuidadosas historias de casos, en más de la mitad de los individuos que luego se hacen esquizofrénicos: la tendencia al aislamiento, grados moderados o severos de 1 El salvaje del Aveyron: psiquiatría y pedagogía en el iluminismo tardío. C.E.A.L. , Buenos Aires, 1991. “Relación” de Pinel en páginas 25 a 42. 2 En esta misma línea, y ya a fines del siglo XIX, Krafft Ebing construirá el gran grupo de las psicosis por retardo del desarrollo psíquico, dentro del cual hallarán cabida el idiotismo, la imbecilidad, el cretinismo y la locura moral, y que culminarán, en la 8ª edición del tratado de Kraepelin, bajo el rótulo de oligofrenias. 3 Ver: J. Itard: Memoria sobre los primeros progresos de Víctor del Aveyron. (En: El salvaje del Aveyron..., op. cit.) 4 E. Kraepelin: Demencia precoz. (Polemos, Buenos Aires, 1996). Tomado de la 8ª edición de su “Tratado de Psiquiatría”, 1909/13. 1 irritabilidad. Se hicieron notar ya en la infancia la mostrarse incapaces de jugar con los demás niños, y hacerlo en cambio a su propia manera. Es verdad que muchas esquizofrenias pueden remontarse hasta los primeros años de la vida del paciente, y que muchas enfermedades manifiestas son simples intensificaciones de un carácter ya existente. Me parece probable que estas anomalías autistas del carácter constituyan los primeros síntomas de la enfermedad, y no sean meramente expresiones de una predisposición a ella. Las peculiares características intelectuales inducen a menudo a los compañeros de estos candidatos a la esquizofrenia a considerarlos ‘locos’ en un período muy temprano. Mis diez compañeros de escuela que más tarde se volvieron esquizofrénicos eran muy diferentes de los otros muchachos”.5 Vemos reaparecer en estas tesis al monismo pineliano: un cerebro enfermo sólo podrá manifestar enfermedad, y si se saben leer los signos, estos se hallarán presentes en las conductas más tempranas. Para encontrar un planteo similar al de Itard, (es decir, un planteo que tome en cuenta el espacio social como aquel que ha de aportar los elementos esenciales para el desarrollo de las funciones psíquicas, y que por tanto toma al cerebro como dato de partida, necesario pero de ningún modo concluyente para pronosticar el futuro del individuo) hará falta esperar la llegada del psicoanálisis. La teoría psicoanalítica será la primera que intente situar el correlato entre las aportaciones del medio y el desarrollo psíquico, y que por tanto proponga una lectura de la psicopatología infantil en términos de perturbaciones del desarrollo. De allí que todos los aportes que el psicoanálisis hará tendrán como punto de partida una teoría del desarrollo psíquico, fundamentalmente de la instancia del Yo. Proponemos un recorrido por las diversas postulaciones al respecto. II. La psicosis infantil para el Psicoanálisis. a. M. Klein y A. Freud. Ya en sus primeros textos (La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo, La psicoterapia de la psicosis, ambos de 1930) Klein relaciona los trastornos psíquicos graves de la infancia con detenciones del desarrollo o bien con regresiones a estadios anteriores que habían sido superados. Siguiendo los presupuestos de Abraham, piensa la patología grave como el modo en que el yo temprano hace frente a las exigencias de las pulsiones, y va construyendo así su propia teoría de las “posiciones” en donde las primeras etapas de la vida infantil ponen en juego angustias y mecanismos de defensa “psicóticos”. La detención del desarrollo en estas posiciones, o la regresión a ellas, resultarían patológicas tanto en la infancia como en la vida adulta. “En la primera realidad del niño no es exageración decir que el mundo es un pecho y un vientre lleno de objetos peligrosos, peligrosos a causa del impulso del propio niño a atacarlos. En tanto que el curso normal del desarrollo del yo es evaluar gradualmente los objetos externos a través de una escala realista de valores, para el psicótico, el mundo (...) es valorado en el nivel original; es decir, que para el psicótico el mundo es todavía un vientre poblado de objetos peligrosos”.6 La patología grave del niño no se diferencia de una manera neta de la patología grave en el adulto; por el contrario, podríamos afirmar que tanto el niño como el adulto, cuando enferman gravemente, lo hacen por estancarse o bien por regresar a una determinada fase del desarrollo, que será la que determina, en última instancia, las características del cuadro clínico. Así, para Klein, no habrá diferencias apreciables entre niños y adultos tanto en el plano psicopatológico como en el modelo de cura a proponer para uno y otro. 5 6 E. Bleuler: Demencia precoz. El grupo de las esquizofrenias. (Lúmen – Hormé, Buenos Aires, 1993). M. Klein: La psicoterapia de la psicosis. (En: Obras Completas, Paidós, Buenos Aires, 1990) 2 Si bien Anna Freud basa mucho de su teoría en la búsqueda de diferencias entre el niño y el adulto, tanto en las manifestaciones clínicas como en los métodos terapéuticos necesarios para curar esas dolencias en uno y otro caso, encontramos, a su vez, en su obra, algunas ideas similares a las de Klein respecto a considerar la patología como detención del desarrollo: “(...) se puede evaluar el grado de desarrollo y las necesarias indicaciones terapéuticas en el niño a través del escrutinio, por un lado, de los impulsos libidinales y agresivos, y por el otro, del yo y del superyó de la personalidad infantil por medio de signos que indiquen, según la adaptación del yo, su precocidad o su retardo. Con la secuencia de las fases de la libido y una lista de las funciones del yo en el trasfondo de su mente, esta tarea no es en modo alguno imposible ni siquiera difícil de realizar para el analista de niños”.7 Ahora bien: así como M. Klein basa su modo de comprender la patología grave en el niño en la teoría de las fases de la evolución de la libido y del yo de Abraham, A. Freud toma en cuenta las ideas de Abraham, pero a ellas les suma los desarrollos de la Escuela Norteamericana (fundamentalmente de Hartmann y Kris), las que agregan, como función principal del yo, la adaptación de los requerimientos del ello a las posibilidades y normativas de la realidad exterior. En este contexto teórico, los criterios para la evaluación de la “severidad” de las enfermedades psíquicas en la infancia cobran un matiz especial: “El analista de niños también halla dificultades cuando procede a medir la gravedad de los trastornos por medio de los criterios empleados comúnmente con los adultos, es decir, un examen de los síntomas existentes, una evaluación del sufrimiento por ellos provocado y la interferencia resultante en importantes funciones. (...) Muchas de las inhibiciones, síntomas y ansiedades de los niños son originadas no por procesos de naturaleza realmente patológica sino, como demostraremos más adelante, por las tensiones y presiones inherentes a los procesos de desarrollo. (...) En el niño no existe un nivel estable de funcionamiento de ningún campo o en ningún momento determinado; es decir, que no existen puntos de referencia sobre los cuales basar la evaluación. (...) El nivel de la capacidad funcional del niño fluctúa de manera incesante. Debido a las alteraciones producidas por el desarrollo y a los cambios en la intensidad de las presiones internas y externas, las posiciones óptimas se alcanzan, se pierden y se restablecen repetidamente”.8 Resumiendo, podemos afirmar que para A. Freud todo el proceso de desarrollo psíquico infantil está caracterizado por la inestabilidad; que por tanto, los criterios que sirven firmemente para determinar la presencia de patología psíquica en el adulto (síntomas, sufrimiento, pérdida de funciones psíquicas) no son útiles en el caso de niños, y que por lo tanto la psicopatología infantil debería repensar sus criterios diagnósticos basándose en una teoría del desarrollo psíquico que tomara en cuenta las fluctuaciones propias de ese período. ¿Cómo determinar, entonces, y a partir de qué criterios, la presencia de patología grave en la infancia?: “Existe sólo un factor en la niñez cuyo daño puede considerarse de suficiente importancia en este sentido y nos referimos a su capacidad de avanzar en pasos progresivos hasta que la maduración, el desarrollo en todos los campos de la personalidad y la adaptación a la comunidad social hayan sido completados. Los desequilibrios mentales pueden considerarse normales siempre y cuando estos procesos vitales se conserven intactos; en cambio deben ser tomados seriamente tan pronto 7 8 A. Freud: (1965) Normalidad y patología en la niñez. (Paidós, Buenos Aires, 1993) Ídem anterior. 3 como afecten al mismo desarrollo, sea con demora, con reversión o con parálisis completa”.9 Es decir que la gravedad en la infancia ha de medirse en términos de perturbación severa del desarrollo, entendiendo que el desarrollo psíquico del niño puede sufrir avances y retrocesos, pero que no debe detenerse o involucionar, pues esto traería como resultado la conformación de un psiquismo perturbado. En las teorías posteriores veremos reaparecer una y otra vez estos criterios: el niño como un ser “incompleto”, el desarrollo como lo propio de su acontecer, las detenciones del desarrollo como el fundamento de la patología grave. Lo que resta es caracterizar los puntos de detención, a fin de delimitar con precisión las particularidades de cada cuadro clínico. Lo que no hallamos en estas autoras, y habrá de incluirse como un aspecto fundamental para pensar la etiología de estos cuadros clínicos, es la función del medio ambiente, y sobre todo de la familia, respecto del proceso de desarrollo psíquico del niño. b. Donald Winnicott. Para Winnicott el medio ambiente ocupa un lugar central, tanto en el desarrollo del psiquismo como en la producción de patología: “El desarrollo emocional del individuo es precario, y cuando todo va bien implica gran dolor además de alegría, y entra en juego el factor de la suerte. En algunos casos vemos que la provisión ambiental fue suficientemente buena. Surgen dificultades a cada minuto, pero con un empeño especial de adaptación a la necesidad el daño puede prontamente enmendarse. El niño empieza a reunir pruebas de que cuando las cosas son espantosas pueden ser enderezadas; de que hay alguien que le tiene consideración (...) Así es la vida, y si así puede describirse la vida del niño, podemos pensar en términos de salud, olvidándonos de los detalles de los síntomas y las categorías correspondientes a la psiquiatría adulta (...). Del otro lado vemos la mala salud, o sea una provisión ambiental incapaz de mantenerse, ya sea por defectos en el campo de la confiabilidad o porque las tensiones y las provocaciones que impone el niño (y luego los niños) al crecer son excesivas para los seres humanos que en su conjunto componen el ambiente emocional, con lo cual los innumerables daños y los momentos de agonía por los que atraviesa el niño en su vida no son enmendados permanentemente; en lugar de ello, se acumulan los agravios, y el niño tiene que erigir defensas contra estos. Aquí hay mala salud en el sentido psiquiátrico, y por más que el cuerpo esté sano y funcione bien, abreva la catástrofe”.10 Nuevamente vemos aparecer aquí la idea que plantea que los criterios psicopatológicos de la psiquiatría de adultos difieren totalmente de los de la psicopatología infantil; que ésta debe tomar en cuenta, fundamentalmente, las posibilidades del niño de completar el desarrollo de su psiquismo, pero incluyendo ahora la función del ambiente suficientemente bueno, capaz de proveer lo necesario para que este desarrollo se produzca sin dejar huellas de patología. Tal es la importancia que Winnicott ha de darle al ambiente, que sus criterios diagnósticos se basarán exclusivamente en la evaluación del mismo: “Debemos saber qué cosas ocurren en el niño cuando un buen marco se desbarata y también cuando ese marco adecuado jamás existió, y ello implica estudiar todo el tema del desarrollo emocional 9 Ídem anterior. D. W. Winnicott: (1970) Psiquiatría infantil, asistencia social y cuidado alternativo. (En: “Acerca de los niños”, Paidós, Buenos Aires, 1998). 10 4 del individuo. (...) Las seis categorías que enumero a continuación pueden resultar útiles como métodos para clasificar los casos y hogares desechos: a) Un hogar bueno corriente, desintegrado por un accidente sufrido por uno de los progenitores o por ambos. b) Un hogar desecho por la separación de los padres, que son buenos como tales. c) Un hogar desecho por la separación de los padres, que no son buenos como tales. d) Hogar incompleto por ausencia del padre (hijo ilegítimo). La madre es buena; los abuelos pueden asumir un rol parental o contribuir en alguna medida. e) Hogar incompleto por ausencia del padre (hijo ilegítimo). La madre no es buena. f) Nunca hubo hogar alguno. (...) Tratamos de evitar toda evaluación del problema basada en los síntomas del niño, o en el grado en que el niño se convierte en una molestia, o en los sentimientos que la situación despierta en nosotros, pues tales consideraciones suelen inducir a error”.11 En función de estos criterios, y respecto de la patología grave, el primer signo que Winnicott establece es la pérdida de un marco familiar que haya provisto lo necesario. A los niños afectados de esta falta los caracteriza como deprivados. El segundo signo a establecer será el de si alguna vez existió o no para ese niño en particular un marco familiar proveedor. En el primer caso (hubo un medio familiar que luego se perdió), “las bases de la salud mental del niño quizás estén ya bien establecidas, de modo que la enfermedad provocada por la deprivación se produjo en un período de salud”. En el segundo caso (nunca hubo un medio familiar proveedor) el niño “carece de toda experiencia sana que pueda redescubrir en un nuevo ambiente y, además, puede haber existido un manejo tan complejo o deficiente de la temprana infancia, que las bases para la salud mental en términos de estructura de la personalidad y sentido de la realidad sean muy escasas”.12 De esta forma, la noción de deprivación ocupa un lugar central en el pensamiento psicopatológico de Winnicott, y de ella han de desprenderse las categorías de conducta antisocial y de esquizofrenia infantil. Veamos su distinción: “La tendencia antisocial nace de una deprivación; la finalidad del acto antisocial es remediar el efecto de la deprivación negándola. (...) Debe hacerse hincapié en que la tendencia antisocial está fundada en una deprivación y no en una privación. Ésta última produce otro resultado: si la ración básica de ambiente facilitador es deficiente, se distorsiona el proceso de maduración y el resultado no es un defecto en el carácter, sino en la personalidad. La etiología de la tendencia antisocial comprende un período inicial de desarrollo personal satisfactorio y una falla ulterior del ambiente facilitador (...). Es obvio que la deprivación no distorsionó la organización del yo del niño (psicosis), pero sí lo movió a obligar al ambiente a reconocer el hecho de su deprivación”.13 Resumiremos las ideas hasta aquí plasmadas a través del siguiente cuadro: 11 D. W. Winnicott: (1950) El niño deprivado y cómo compensarlo por la pérdida de una vida familiar. (En: “Deprivación y delincuencia”, Paidós, Buenos Aires, 1998). 12 Ídem anterior. 13 D. W. Winnicott: (1965) La disociación revelada en una consulta terapéutica. (En: “Deprivación y delincuencia”, op. cit.) 5 Cuadro clínico Tendencia antisocial Provisión ambiental Existió y se perdió. Efecto de la falla en el psiquismo Deprivación (afecta el carácter) Esquizofrenia infantil Nunca existió. Privación (afecta la personalidad) Avancemos ahora en la forma en que Winnicott caracteriza a la esquizofrenia infantil. Para ello deberemos detenernos un instante en las postulaciones de otro autor contemporáneo de Winnicott, y con quien él debatirá en torno a este tema. A principios de los años ’40 el psiquiatra norteamericano, aunque de origen austríaco, Leo Kanner, establece un nuevo cuadro clínico, el autismo infantil precoz. Lo considera un cuadro diferente de la esquizofrenia infantil, y lo caracteriza como una afección psicógena en la que el niño es incapaz, desde el nacimiento, de establecer contacto con su ambiente. Propone, a su vez, cinco grandes signos para reconocer esta patología: 1. El comienzo precoz de los trastornos (desde los dos primeros años de vida). 2. El aislamiento extremo. 3. La necesidad de inmutabilidad. 4. Las estereotipias gestuales. 5. Los trastornos del lenguaje (el niño no habla, o bien emite una jerga desprovista de significado).14 Después de haber postulado el origen psicógeno del autismo, Kanner va modificando sus hipótesis etiológicas hacia el organicismo. Winnicott debate con estas postulaciones en varios textos. Tomaremos algunas de sus afirmaciones propuestas en un trabajo leído en un congreso sobre “La psicosis en la infancia” llevadas a cabo en París en 1967.15 Winnicott criticará inicialmente la propuesta de Kanner de establecer, a través del término autismo, un nuevo cuadro clínico. Como ocurrió con la esquizofrenia entre los pacientes adultos, el establecimiento de la categoría trae aparejado por parte de los médicos una tranquilidad: ahora saben frente a qué cosa están, y dejan de preguntarse. “Esta afección”, dirá Winnicott, “no tiene límites claros y creo que no debería considerársela una enfermedad”. Para él se trata de manifestaciones infantiles que nos hablan de algo que no anda bien. Pero podría ser que luego el cuadro evolucione favorablemente. En cambio, si sobre él se dictaminan categorías psicopatológicas, estas puedan traer como efecto indeseado el estancamiento del cuadro. A su vez, la postulación de una etiología orgánica incrementará la resistencia, tanto en los profesionales y en los padres de los niños autistas, de tomar en consideración la incidencia de los procesos de desarrollo emocional del niño en el ambiente en que tienen lugar. Luego de estas críticas propone una serie de puntos que considera centrales en su forma de encarar el tema: a. No es conveniente encarar la etiología de estos cuadros en términos de regresión. Prefiere entenderlos como organizaciones defensivas, surgidas para evitar la recurrencia de un tipo de angustia a la que Winnicott califica de impensable. b. Esta angustia impensable, de naturaleza muy primitiva, aconteció, como fenómeno vivido por el niño, en períodos de extrema dependencia y confianza, antes de que se establezca una neta distinción entre el yo y el mundo. Puede tratarse, por tanto, y 14 Tomado de E. Roudinesco: Diccionario de Psicoanálisis. (Paidós, Buenos Aires, 1998) D. Winnicott: (1967) La etiología de la esquizofrenia infantil en términos de la falla adaptativa. (En: “Acerca de los niños”, Paidós, Buenos Aires, 1999). 15 6 como lo dirá Bettelheim, de una fortaleza vacía, o bien puede tratarse de un primer núcleo del yo que se defiende de las condiciones y experiencias asociadas a este tipo de angustia. c. Los factores etiológicos deberían buscarse en la incapacidad de la madre para identificarse con su bebé y proveerle así lo que éste necesita, sumado a un odio inconciente de la madre hacia el niño, que la llevaría a actuar con él a través de formaciones reactivas (entendidas como un efecto sintomático de un deseo reprimido). d. La labor terapéutica con niños autistas debería consistir en una provisión ambiental que buscara restaurar el statu quo ante, seguida de un prolongado período de confiabilidad que permitiera al niño recuperar su seguridad en el ambiente, desmantelando sus defensas. c. Bruno Bettelheim y la Escuela Ortogénica de Chicago A partir de su propia experiencia como prisionero de un campo de concentración16, Bruno Bettelheim elabora algunas tesis interesantes respecto de la psicopatología infantil. Evocando estas experiencias describe lo que denomina una "situación extrema", esto es una situación destructora que culmina en la deshumanización del individuo. Se pregunta entonces si los autistas no han atravesado una situación extrema que los ha llevado a retirarse del mundo. Su objetivo terapéutico, entonces, será crear un ámbito positivo que favorezca la reconstrucción de la personalidad, a partir de vivencias que modifiquen el proceso psicótico. Según Bettelheim, la causa que origina el autismo sería la correcta interpretación que el niño hace de los sentimientos negativos (odio y rechazo inconsciente) de las personas que lo rodean, de los que por su inmadurez no puede defenderse. Este sería el punto en el que conecta su teoría con las vivencias de los prisioneros, con la diferencia que en el caso de estos últimos la amenaza es exterior mientras que para los niños autistas se trata de una realidad interna que viven como la única representación posible del mundo. A esta conexión le suma otra experiencia que, entre1932 y 1938, tiene con dos niños autistas que aloja en su propia casa. Con el fin de convertir esta convivencia en terapéutica acomodó su hogar a las necesidades de los pequeños. Después de largos años de trabajo con niños psicóticos, Bettelheim había comprobado que un medio ambiente institucional especial podía arrojar excelentes resultados en los tratamientos con este tipo de pacientes. A partir de 1950 incluyó también a niños con diagnóstico de autismo en la Escuela Ortogénica Sonia Shankman, dependiente de la Universidad de Chicago de la que fuera su director desde 1944 hasta 1990 (año de su muerte). Los grupos nunca superaban los seis u ocho niños. Las herramientas básicas para el trabajo eran la escucha y el respeto. La institución debía hacerse cargo del paciente en forma global y el terapeuta debía ofrecerse como objeto permanente para que el niño pudiera estructurar su personalidad en torno a su imagen. En función a la idea de “rechazo inconsciente” de los padres, a los que caracteriza como seres que sólo cubren las necesidades del niño, aun en demasía, pero sin aportar el afecto requerido para su humanización, Bettelheim propone la separación del niño de su grupo familiar y la sustitución del mismo por el dispositivto institucional. De este modo, su institución se convirtió en "un lugar para renacer". Al igual que Mannoni se inspiró en el psicoanálisis, pero él se define como un humanista cuyo enfoque psicológico existencial se centra en el sufrimiento y las necesidades de sus pacientes. Describe su trabajo y el de sus colaboradores como el de humildes educadores. En oposición a lo 16 Desde Junio de 1938 hasta abril de 1939 vivirá en carne propia la experiencia de ser un prisionero de los campos de concentración nazi, primero en Dachau y posteriormente en Buchenwald. 7 que en general veía en otras instituciones propone entrar en el mundo del niño en lugar de forzarlo a adaptarse al mundo adulto. Bettelheim discutirá con Kanner el diagnóstico de esquizofrenia infantil y le opondrá a su teoría eitológica organicista una causa psíquica. d. Margaret Mahler. Esta psicoanalista que desarrolló su obra fundamental sobre el autismo en los Estados Unidos en la década del ’50, enrolada en los postulados de la Psicología del Yo, nació en Hungría en 1897. Estudió pediatría en Budapest, donde conoció a Ferenczi, y viajó luego a Viena para formarse como psicoanalista. Con Aichhorn creo un centro de orientación infantil. Se formó en los seminarios de Anna Freud, emigrando en 1938 a América. En 1957 crea un centro de ayuda e investigación sobre los procesos de individuación y separación, uno de los puntos centrales de sus teorizaciones. Rescataremos algunas de sus concepciones originales, sintetizadas en su artículo “Psicosis infantil temprana: los sindromes simbiótico y autista” de 1965.17 Puntuaremos primero, esquemáticamente, su teoría del desarrollo normal temprano, para luego analizar la forma en que concibe la patología. Para Mahler, como para toda la corriente psicoanalítica norteamericana de la década del ’50, la tarea fundamental del aparato psíquico es la de adaptarse a los parámetros de la realidad exterior compartida, tarea que estará a cargo del Yo, el que a su vez se desarrollará a partir de pautas de evolución predeterminadas biológicamente. Como el recién nacido presenta “un organismo inmaduro, casi puramente biológico, con respuestas instintuales a estímulos (...), y sin un yo”, es imprescindible el auxilio externo de la madre. La empatía de ésta servirá a los fines de crear una “unidad cerrada” madre – hijo. Las primeras semanas de vida son caracterizadas por Mahler como una fase de “autismo normal”, en la cual “el pequeño no hace ninguna distinción perceptible entre realidad interior y realidad exterior”. Esta fase será seguida (entre los 2 y 8 meses de vida aproximadamente) por otra, denominada “simbiótica”, y en la cual “el pequeño va adquiriendo oscuramente conciencia de que lo que alivia sus tensiones (...) procede del mundo exterior, en tanto que la acumulación penosa de tensiones procede de su interior”. Sin embargo, aún en ésta fase el sí mismo del bebé y su madre se hallan fusionados. Paulatinamente, a partir del sexto mes de vida, se irá instaurando el “proceso de separación – individuación, que culmina durante el segundo año de vida en un desligamiento gradual de la simbiosis”. Meses 0 2 Fase autística 6 8 12 Proceso de separación - individuación Fase simbiótica Sin Yo Yo cada vez más diferenciado Este simple esquema es homologable a los descriptos por Klein, A. Freud, Winnicott, al describir el primer año de vida. Sin embargo, vemos que, en tanto éste último autor pone el acento en la capacidad de la madre para lograr el desarrollo emocional del bebé a partir de su adecuación a las necesidades de éste, Mahler insistirá en la “madurez del sistema nervioso central” como factor fundamental, y coincidiendo con L. Bender, pos17 En: “Estudios 1” (Paidós, Buenos Aires, 1984). 8 tulará que la psicosis “consiste (o supone) una falla funcional de la parte del sistema nervioso central que controla, gobierna e integra (en otras palabras, una falla funcional del ‘yo’)”, reproduciendo de este modo las hipótesis de Bleuler. Tomando esa falla del sistema nervioso central como hipótesis etiológica fundamental, lo que resta es caracterizar los diversos cuadros de psicosis infantil en función del momento evolutivo en que eclosionan: “Repitamos mi tesis principal: creo que, desde los puntos de vista genético, dinámico y estructural, la dificultad capital – la que parece cardinal – es la incapacidad del niño psicótico para utilizar el yo materno exterior en la estructuración de su yo rudimentario”. Tomaremos ahora de otro texto suyo18 las caracterizaciones de los cuadros de autismo infantil precoz y del sindrome psicótico simbiótico. Autismo infantil precoz: “estos niños permanecen fijados (o por regresión retornan a esa fase) en la fase autística de la vida uterina o (...) retornan a un estado fetal aún más arcaico de funcionamiento. Entre las comprobaciones clínicas que corroboran la dinámica que acabamos de describir se encuentran la inadecuada sensibilidad periférica al dolor y también signos que indican insuficiencia de la circulación sanguínea periférica. Junto con esta característica deficiencia de catexia del sensorio se comprueba una falta de estratificación jerárquica de libidinización zonal. Esto es evidente por la relativa pobreza de actividades autoeróticas, y también por la facilidad con que las posiciones libidinales pueden sustituirse unas a otras. En lugar de las actividades autoeróticas, estos niños muestran hábitos autoagresivos, como golpearse la cabeza, morderse y dañarse de otros modos. (...) Como consecuencia de esta falta de catexia del sistema perceptivo conciente, estos niños son completamente impenetrables a la voz y a los mandatos de su madre; tampoco parecen ver a nadie, miran a través de uno. (...) La incapacidad de estos niños de utilizar a la socia simbiótica les hace necesario hallar mecanismos sustitutivos de adaptación para sobrevivir, y esas formaciones sustitutivas representan la sintomatología del autismo infantil precoz”. Sindrome psicótico simbiótico: “representa una fijación o regresión al segundo estadio indiferenciado de la unidad madre – hijo, que es el estadio de fusión simbiótica omnipotente delusoria con el objeto que satisface necesidades. (...) El cuadro psicótico simbiótico se desarrolla la más de las veces con crisis de reacción catastróficas y de pánico que jalonan su curso. A diferencia de la persistente impenetrabilidad de los casos autísticos, la anamnesis de estos psicóticos simbióticos muestra inequívocos signos de una deficiente barrera contra los estímulos, una insuficiencia de la contracatexia protectora del sistema perceptivo conciente, con hipersensibilidad, lábil homeostasis, crecida vulnerabilidad del yo y daño de muchas funciones, en especial de la función defensiva represiva del yo. El más ligero trauma adicional determina que el quebradizo y rudimentario yo se fragmente. (...) La falta de distinción entre el proceso primario y el secundario, así como el predominio del principio del placer, persisten. La realidad interior y la realidad exterior están fundidas a causa de la formación no cohesiva de los límites del sí mismo; de ahí que la frontera simbiótica original común del sí mismo y el mundo objetal, del hijo y la madre, se conserve más allá de la edad simbiótica, y que el yo no pueda cumplir las tareas evolutivas que determinarían mayor autodiferenciación y separación de la madre. En consecuencia, estos niños no alcanzan la fase de separación – individuación, que en el niño normal es el primer nivel de sentido (subjetivo pero importantísimo) de la entidad individual y la identidad”. Autismo y simbiosis: dos perturbaciones extremas de la identidad” (1958), incluido en el libro ya mencionado. 18 9 e. Frances Tustin. Esta autora inglesa de inspiración kleiniana, renovó las concepciones psicoanalíticas acerca del autismo a partir de la década del ’70. Al decir de E. Roudinesco 19: “Aportó en la década de 1970 una mirada nueva sobre la cuestión, al proponer la clasificación del autismo en tres grupos: el autismo primario anormal, resultado de una carencia afectiva primordial y caracterizado por una indiferenciación del cuerpo del niño y el de la madre; el autismo secundario de caparazón20, correspondiente en términos generales a la definición de Kanner, y el autismo secundario regresivo, que sería una forma de esquizofrenia basada en una identificación proyectiva21”. Al igual que Mahler, describirá una fase de autismo primario normal, en la cual el niño tiene poca conciencia del mundo exterior como tal. La percepción inicial del sí mismo se da en términos de “corriente de sensaciones”: “Al principio suele ocurrir que el cuerpo no parece existir como tal sino sólo como un conjunto de órganos separados, tales como las manos, la boca, los brazos, el vientre”.22 El infante normal logra superar este estado gracias a un paulatino proceso de integración, facilitado por sus disposiciones innatas y por los cuidados prodigados por la madre. Comparte con Winnicott el valor que el medio posee en términos de producción de autismo patológico, caracterizando como elementos etiológicos la falta (total o parcial) de cuidados elementales. Estos también pueden deberse a incapacidades del niño, del tipo de la sordera, la ceguera, la incapacidad mental. “Los pequeños necesitan de sus padres y, en particular, de una madre que se halle capacitada para soportar las dificultades y frustraciones inevitables derivadas de su diferenciación del mundo externo, y asociadas a diferenciaciones intrapsíquicas. Los padres, o un miembro de la pareja que sea demasiado maleable, pueden impedir que los citados procesos se desarrollen satisfactoriamente”.23 Este proceso, similar al descripto por Mahler en términos de individuación – separación, es el que permite al niño salir de la fase de autismo normal. Su impedimento determinará la aparición del autismo patológico (lo que puede considerarse como una prolongación en el tiempo de las características del autismo normal, cuando éstas ya deberían ser superadas y reemplazadas por otros proceso psíquicos). “Un tipo de crianza poco flexible y con características posiblemente seductoras para el niño suele hacer que éste quede estancado en un estado de autismo durante un tiempo indebidamente prolongado, pero cuando tropieza con el hecho incontrovertible de la separación física suele sufrir una sacudida penosa. Esa sacudida suele llevarlo a desarrollar procesos autistas secundarios. (...) La expresión acuñada por Winnicott de ‘maternaje lo bastante bueno’ resulta muy adecuada y útil. Los niños que no reciben una crianza ‘lo bastante buena’ para ellos suelen desarrollar procesos autistas secundarios. En el caso de algunos, el desarrollo de dichos procesos puede haber estado precedido por un estancamiento en la etapa del autismo primario durante un tiempo anormalmente largo”. También retoma de Winnicott la noción de “depresión psicótica”, ligada al concepto que definimos más arriba, hablando de Winnicott, en términos de “angustia impensable”, aquella que acontece “cuando se produce una separación en una época anterior al momento en que el bebé ha llegado a una etapa de su desarrollo emocional que pue19 E. Roudinesco: Diccionario de Psicoanálisis. (Op. Cit.) “Encapsulado”, según la traducción de Paidós. 21 Modo específico de proyección e identificación, postulado por Klein en 1946, que consiste en introducir la propia persona en el objeto, para dañarlo. 22 F. Tustin: (1972) Autismo y psicosis infantiles. (Paidós, Barcelona, 1984). Capítulo 5. 23 Op. Cit. Capítulo 7. 20 10 da equiparlo de manera adecuada para encarar esa pérdida”.24 Esta depresión puede configurar el punto en que se inicia la detención del desarrollo emocional en los niños “atípicos”. La clasificación de los cuadros autistas llevada a cabo por Tustin, y preanunciada en la citan anterior tomada de Roudinesco, supone: 1. Autismo primario anormal: es una prolongación anormal del autismo primario, que puede derivar en un Autismo Secundario Encapsulado. 2. Autismo secundario encapsulado: “Este tipo de autismo se desarrolla como defensa contra la sensación de pánico asociada a una separación física de características insoportables”. El niño desarrollará una diferenciación excesiva entre el yo y el no yo, al modo de una barrera aislante. Este tipo de autismo se asocia con una interrupción del desarrollo, y reúne la semiología descripta por Kanner bajo el rótulo de “autismo infantil precoz”. 3. Autismo secundario regresivo: a diferencia del anterior, su etiología se vincula con una regresión. El niño logra ciertas pautas de desarrollo, aunque sobre bases muy endebles, manteniendo en muchos aspectos de su personalidad características autistas que lo mantiene fuera del alcance de las influencias externas negativas. Se trata de un niño pasivo, del tipo de los bebés “demasiado buenos”. “Llega un momento en que esa adaptación excesivamente satisfactoria de madre y bebé entre sí (un bebé ‘modelo’ y una madre ‘modelo’) se torna insostenible. El desarrollo del pequeño, basado hasta ese entonces en una relación artificial, se interrumpe por completo, y se produce una regresión en la personalidad que ha logrado un desarrollo muy débil. (...) Una característica diferencial saliente de este tipo regresivo de autismo es la huida hacia un mundo de fantasías estrechamente asociadas con sensaciones físicas”. Tustin asocia este cuadro con la esquizofrenia infantil. Una última caracterización diferencial de cada cuadro la lleva a plantear: En el autismo regresivo, antes de producirse la regresión el niño ha tenido conciencia de la separación física durante un período prolongado. En el autismo encapsulado la separación se experimentó de manera sumamente dolorosa, luego de lo cual se produce un “atrincheramiento” tras una barrera que les impide experimentarla nuevamente. En el autismo primario anormal apenas han experimentado separaciones. El autismo regresivo se asocia con desintegración, mientras que el encapsulado se asocia con una rápida integración a partir de un estado previo de falta de integración. En el autismo regresivo los procesos de escisión excesiva fragmentan el objeto y el yo. En los autismos primario anormal y encapsulado la dicotomía yo – objetos es anulada, o nunca se ha establecido fehacientemente. f. Maud Mannoni. Maud Mannoni se ubicará en una encrucijada única en el campo del psicoanálisis con niños, ya que ha de recibir a la vez, y sin que ello implique resistencias ni contradicciones, las influencias de la obra y la práctica clínica de Lacan, Dolto y Winnicott. Analizante y discípula del primero, durante una década acompañará a Dolto en su consulta del hospital Trousseau, mientras supervisa sus casos con Winnicott. Para sintetizar sus aportes referidos a la patología grave en la infancia, reseñaremos la recapitulación que la propia autora realiza acerca de su derrotero intelectual en el libro 24 D. Winnicott: (1958) Collected Papers (citado por Tustin en la obra comentada). 11 autobiográfico “Lo que falta en la verdad para ser dicha”25. Comenzaremos con una cita que resalta el modo particular en que Mannoni entiende la relación entre el discurso familiar y el surgimiento de síntomas en el hijo: “Por mi parte, he comenzado a atribuir gran importancia a la escucha del drama familiar que envuelve al síntoma – hijo. Pues a menudo sólo es posible ‘curar’ al niño si el analista desplaza el problema por el que los padres han venido a consultarlo. Así, lo que surge a veces en el revelamiento de una situación es la enfermedad de uno u otro de los padres, ‘enfermedad’ que los trastornos del hijo cumplían la función de taponar. Por eso, el niño por el que los padres consultan no deja de saber con qué precio va a pagarse su curación”. Esta premisa la lleva a postular que “la indicación de cura no debe estar determinada por el síntoma que el niño presenta sino que debe fundarse en el discurso colectivo proferido con respecto a este niño. Lo que hay que oír es, en efecto, la índole de la demanda que se articula a partir del lugar de angustia que constituye este ‘niño que no es como los demás’, aquel que, por medio de su síntoma, muy a menudo sirve para ocultar un drama familiar que lo desborda”. La noción de drama familiar se presenta así como una forma de destacar el valor etiológico que posee el discurso familiar que funciona como secreto (es decir, como discurso inconciente) para ese niño, comandando entonces la producción de síntomas. A diferencia de las primeras analistas de niños que interpretaban los síntomas de estos como producciones de su “propio” inconciente, ligado a la emergencia de pulsiones sexuales, Mannoni pensará este inconciente, a la manera de Lacan, como un lenguaje que se articula a espaldas del niño, en una dimensión de “no sabido” que sin embargo resulta eficaz a la hora de producir efectos sintomáticos. En sus primeros pasos como analista recalará en varias instituciones: un externado médico – pedagógico para niños débiles mentales y autistas durante los años 1963-1967, la clínica de Ville – Évrard en 1964, un asilo para esquizofrénicos crónicos. De estas experiencias institucionales extraerá una serie de enseñanzas. Dirá acerca de ellas: “Solo un cuestionamiento radical de la Institución puede sacar de dificultades a los psicóticos. (...) Influida por Winnicott, con quien me encuentro regularmente en Londres, comprendo que ciertos jóvenes pacientes tienen ante todo necesidad de un lugar donde tener de qué vivir afectivamente. Pues el análisis no es posible si primero no existe un mínimo de seguridad en lo cotidiano de una vida”. Esta idea se hará cada vez más fuerte a partir de sucesivas experiencias de fracaso: el psicoanalista poco puede hacer por esos pacientes encerrados de por vida en instituciones de características asilares. “Prisionera de la institución, siento ahora la dimensión de mi impotencia. Pacientes cuya internación se remonta a 20 años atrás y que han hecho del manicomio su hogar, no desean salir de él”. Para ésta época, y por recomendación del propio Winnicott, visita Kingsley Hall, la institución antipsiquiátrica de Laing en Londres. Las experiencias de la antipsiquiatría, junto con la renovación que el lacanismo plantea respecto a los estándares de la teoría psicoanalítica clásica, la empujarán a fundar una institución de características revolucionarias en las afueras de París: en 1969 fundará la Escuela experimental de Bonneuil. “Al crear Bonneuil, quisimos crear un lugar que rompiese con las estructuras institucionales existentes, un lugar donde pudiese existir un espacio para la creación y la fantasía; un lugar, por último, abierto al mundo exterior. (...) Muy pronto nos percatamos de que deberemos afrontar dos clases de dificultades. Una de ellas reside en el riesgo de desembocar en estructuras de tipo asilar, por aceptar el anhelo de ciertos pacientes (o de padres de pacientes): que nada cambie. Ahora bien, sólo el permanente cuestio25 M. Mannoni: (1988) Lo que falta a la verdad para ser dicha. (Nueva Visión, Buenos Aires, 1992) 12 namiento del marco institucional (...) permite aminorar los riesgos de desviación hacia un modo de gobierno autoritario y de efectos esclerosantes. (...) Una institución (...) corre siempre el riesgo de volcarse hacia una forma de totalitarismo que, tarde o temprano, segrega la muerte. La otra dificultad con la que tropezamos fue dejar que se instalara en Bonneuil cierto espontaneísmo cuyo principal peligro habría sido pulverizar los referentes analíticos que dan sostén a la palabra de los asistentes, hasta el extremo de que los pacientes se quedaran sin apoyo”. Dentro de éste marco de prácticas, ¿cómo concibe Mannoni la psicosis? “Él psicótico (y lo mismo sucede con el niño) es traído al analista por aquellos que lo rodean. Por consiguiente, no se puede (...) hacer abstracción de la historia y de la forma en que un sujeto testimonia en ocasiones, sin saberlo, los efectos de una simbólica falseada ya desde tres generaciones antes. (...) Cuando la enfermedad estalla, en realidad lo que sale a la luz es un drama, un no dicho que se pone a hablar en la violencia del síntoma (...). El sujeto sólo podrá reencontrar una palabra que le sea propia si indaga en los vocablos que, en la sombra, transmitieron, cargaron, ocultaron la historia de una familia (las sustituciones secretas de hijos, de padres, los muertos camuflados, las desapariciones no verbalizadas, etc.). Entonces, sólo al precio de abrir los ojos (...) se hace posible un acceso al Yo a través de un proceso de desidentificación, es decir, de desprendimiento del sujeto de un drama que es el de otro”. Sintetizando, para finalizar, su postura, diremos que la patología en general se instala en el niño a raíz de un obstáculo en la circulación de la palabra al nivel de las generaciones anteriores. El niño, sin poseer un saber conciente al respecto, conformará su vida (su destino, sus identificaciones, su Yo) alienándose en las configuraciones que ese secreto familiar le determinan. La Escuela Experimental de Bonneuil - sur - Marne A una hora del centro de París se encuentra la escuela experimental y hospital de día de Bonneuil - sur - Marne para niños psicóticos y autistas. "Bonneuil", como simplemente se la llama, fue fundada en 1969. El equipo de contratados de la institución está compuesto en su mayoría por analistas y artesanos, algunos maestros y unos pocos administrativos. El movimiento antipsiquiátrico, la revuelta estudiantil de mayo del ‘68, Jacques Lacan y la teoría psicoanalítica fueron los ejes de un proyecto que pronto se constituyó en una alternativa para "los diferentes" frente a la única opción posible hasta entonces: el asilo. Hasta 1975, todos trabajan ad - honorem para dar forma a lo que dieron en llamar una "institución estallada". A partir de allí, y debido a la imposibilidad de seguir sosteniéndose sin ayuda económica del Estado pasan a depender de la Seguridad Social. Conservan, sin embargo, el carácter de institución "experimental" y anexan el status de Hospital de día, con hogares terapéuticos nocturnos. El estallido de la institución pretende romper con el modelo de funcionamiento propio de las Instituciones Totalizantes que reproducen el accionar de las familias psicóticas. En lugar de ofrecer una permanencia, que inmortalice la conservación de lo adquirido con fines de preservar la herencia recibida, se proyecta la concreción de diferentes polos26 que permiten a los niños construir sus propios espacios potenciales. Es precisamente en los trayectos entre los diferentes polos que los niños de Bonneuil comienzan a estructurar sus propios espacios imaginarios, fallidos hasta allí como consecuencia de sus cuadros patológicos. Con ese ir y volver reproducen - como en el juego del Fort-Da freudiano - un espacio significante, en el que pueden perderse para darse la ilusión de renacer como sujetos, en el 26 Los diferentes polos son: la escuela, los hogares familiares y los terapéuticos nocturnos, las familias sustitutas del interior, las sesiones analíticas y los puestos de trabajo en París. 13 nivel de una escansión presencia - ausencia. Pero, "a diferencia del juego del Fort-Da, no es la madre la que se va sino el niño el que es puesto en la situación de abandonarla, y de irse de Bonneuil. El nacimiento de un sujeto pasa en cierto modo por la ausencia imaginaria de un objeto y la marca significante que produce”.27 El movimiento permanente entre los polos permite la manifestación lenta pero segura, de efectos de sujeto. Estos solo son posibles cuando se logra, a cualquier precio, que el otro no los atrape como objetos de deseo. Se instaura de este modo una dialéctica en la que los adultos de Bonneuil, contratados y residentes, buscan captar en el sujeto una dimensión deseante, que posibilite que los jóvenes abandonen el terreno de la necesidad. A partir de los subsidios de la Seguridad Social, el recurso a la satisfacción de necesidades es utilizado por lo general, como coartada para no vivir. Dejar de ser rígidos objetos creados para convertirse en sujetos creativos, libres para pensar y crecer, es la propuesta que los niños reciben al ingresar a Bonneuil. Sin embargo, la mira está siempre puesta en el exterior. El arte no es considerado un medio o un instrumento para comprender, explicar o curar, sino como la opción menos estructurada para el advenimiento de un sujeto deseante, que hasta allí vivía cobijado en un cuerpo muerto sin palabras. La noción de institución estallada, que define y marca a Bonneuil, busca transformar el discurso instituido en torno a la locura, sacando provecho de todos los hechos insólitos que allí ocurren. En lugar de ofrecer una permanencia rígida, el encuadre libre y contenedor, propone aberturas, brechas que permiten el movimiento hacia el exterior y hacen que el sujeto pueda preguntarse por lo que quiere. Vivir en la Escuela Experimental de Bonneuil - sur - Marne, implica atreverse a comprobar que solo a partir de la emergencia de efectos de sujeto es posible encontrar, tal vez, una respuesta diferente a la locura. III. La debilidad mental Como lo hemos reseñado en nuestra introducción, la categoría de Debilidad Mental ya ocupa un lugar en las primeras clasificaciones psicopatológicas de principios del siglo XIX, las que, bajo el rótulo de Idiotismo, hacían referencia a aquellos cuadros en los que predominaba el deterioro de las funciones de la inteligencia. En las nosografías de principios del siglo XX fue rebautizada con el nombre de Oligofrenia (Kraepelin, 1913). A partir de la existencia de la enseñanza obligatoria y del desarrollo de los test psicométricos se han establecido escalas que definen niveles de oligofrenia, clasificándose los retrasos en términos de “profundos”, “graves”, “moderados” y “ligeros”28. Dentro de ésta clasificación suele designarse como “debilidad mental” a los casos encuadrados en el ítems “ligeros” o “leves” (Cociente intelectual entre 50 y 75). “Para Binet y Simon es débil mental el niño que puede comunicarse verbalmente y por escrito con los demás, y que presenta un retraso escolar de 2 años, si tiene menos de 9 años, o de 3 si tienes más de 9, siempre que este retraso no sea debido a una insuficiente escolaridad. Cuando llegan a la edad adulta, su edad mental oscila entre los 7 y 10 años”29. Será Morel uno de los primeros en plantear el vínculo etiológico entre la debilidad mental y la degeneración hereditaria, entendiendo a aquella como uno de los últimos signos patognomónicos de la tara degenerativa. Si bien en la corriente alemana de principios de siglo XX su teoría pierde potencia, el hecho de que Kraepelin ubicara a las oligofrenias 27 Maud y Octave Mannoni: El estallido de las instituciones. (Cuadernos S. Freud, Buenos Aires, 1973) Clasificación de la O.M.S. de 1969, citada por J. De Ajuriaguerra: (1973) Manual de Psiquiatría infantil. (Toray – Masson, Barcelona, 1980) 29 J. De Ajuriaguerra, op. cit. 28 14 dentro del grupo de enfermedades endógenas mantiene sobre aquellas la sospecha de degeneración. Por su parte, el psicoanálisis incluye tempranamente el problema de la inteligencia en relación con sus hipótesis etiológicas. Ya en sus “Tres ensayos para una teoría sexual”, de 1905, Freud relaciona la “actividad investigativa y cognoscitiva” con un tipo particular de pulsión, llamada “de saber” o “epistemofílica”, de carácter sexual. En un texto posterior (“Un recuerdo infantil de Leonardo De Vinci”, de 1910), Freud sostiene: “muchos niños, quizá la mayoría, (...) atraviesan a partir de los tres años un estadio que podríamos calificar de período de la investigación sexual infantil. El deseo de saber no despierta, que sepamos, espontáneamente en los niños de esta edad, sino que es provocado por la impresión de un suceso importante: el nacimiento de un hermano o el temor a tal posibilidad, considerada por el niño como una amenaza de sus intereses egoístas. La investigación recae sobre el problema del origen de los niños (...). Averiguamos así con asombro que el niño rehusa creer los datos que sobre esta materia le suelen ser proporcionados; por ejemplo, la fábula de la cigüeña, tan significativa mitológicamente, y que este acto de incredulidad inicia su independencia intelectual y a veces su oposición al adulto, al que no perdonará ya nunca su engaño”. Retengamos, de este análisis freudiano, dos datos: en primer lugar, el planteo que vincula al nacimiento de la curiosidad intelectual con el problema del origen de la vida, y por tanto, con la sexualidad humana. En segundo lugar, que será a partir de estas primeras investigaciones que el niño conseguirá “iniciar su independencia intelectual”, lo que nos indica que hasta ese momento, el niño depende intelectualmente de sus padres, que funcionan como Otros omnisapientes. En el mismo texto que estamos citando Freud concluye que la “investigación del origen de los niños tiene que fracasar necesariamente y es abandonada con el convencimiento de que nunca conducirá a la solución deseada. La impresión de este fracaso de la primera tentativa de independencia intelectual parece ser muy duradera y deprimente”. Ahora bien: ¿por qué es necesario que fracase esta primer tentativa? Freud responderá, en primer lugar, que el fracaso acontece porque el niño no halla en su propia constitución sexual infantil las respuestas que lo conduzcan hacia una solución satisfactoria. Pero a este argumento debemos sumar otro: el niño se niega, en ese período, a abandonar su teoría “falocéntrica” para dar lugar a los efectos del complejo de castración (que, entre otras cosas, permite situar con más justeza la diferencia de los sexos y el papel de cada uno en la procreación). Es decir que el niño abandona su investigación por razones que podemos calificar de narcisistas, y en este sentido, al rechazar los datos de la realidad y colocar en su lugar sus teorías sexuales infantiles (fantasías), abre el camino a la neurosis. De esta forma podemos entender la afirmación siguiente, que sostiene que, a partir de este primer fracaso, la pulsión de saber puede seguir tres caminos posibles: 1. La inhibición neurótica, que suma a la represión acaecida sobre este primer brote de pulsión de saber, los efectos posteriores de la educación, que generan una “intensa coerción religiosa del pensamiento”. En éste nivel Freud habla de “Debilidad intelectual”. 2. La sexualización del pensamiento, es decir, un proceso por el cual la represión de la pulsión de saber fracasa y “la investigación sexual reprimida retorna desde lo inconciente en forma de obsesión investigadora, disfrazada y coartada, desde luego, pero lo bastante poderosa para sexualizar el pensamiento mismo y acentuar las operaciones intelectuales con el placer y la angustia de los procesos propiamente sexuales”. 15 3. La sublimación, que permite escapar tanto a la inhibición del pensamiento como a su sexualización, eludiendo el carácter neurótico de las dos alternativas anteriores. Se trataría de un cambio en los fines de la pulsión de saber, que consiguen “desexualizarla”. Vemos, por tanto, que para Freud existe un fuerte lazo entre “debilidad mental” y neurosis: la primera sería el resultado de la segunda, en términos de una “inhibición” de la inteligencia. La única salida posible pareciera ser la sublimación. Varios autores post freudianos han de retomar esta idea, llegando a sostener que las posibilidades de éxito en la escolarización irán de la mano de la capacidad sublimatoria del niño, y por el contrario, que las dificultades intelectuales pueden hallar su raíz en las fijaciones edípicas del niño. A partir de las propuestas de Lacan referidas al modo de entender el Complejo de Edipo30, es posible retomar un punto que apareciera esbozado en los planteos freudianos. Nos referimos al tema de la “independencia intelectual”, es decir, a los modos en que el niño logra desasirse del Otro entendido en este caso como lugar del Saber. Muchos teóricos postlacanianos (entre ellos Robert Lefort) han planteado, en relación con la debilidad mental, un problema de este tipo: así, la debilidad mental se entendería como la imposibilidad de quebrantar el lazo con un Otro omnipotente en materia de saber, respecto al cual el niño débil funciona como un apéndice, que no logra nunca su independencia. No deja de ser una nueva forma de encarar el problema de la castración, ahora entendida como “los efectos sobre el Otro”, es decir, su barradura, hecho que implicaría el cuestionamiento de lo absoluto del saber del Otro, y que por lo tanto abriría las puertas hacia la independencia intelectual del niño. En esta dirección, Maud Mannoni se ha interrogado acerca del vínculo entre el débil mental y su madre. “En el enfoque del problema del atraso mental”, dirá31, “el psicoanálisis, sin negar el papel del factor orgánico en muchos casos, no lo selecciona como una explicación radical. Todo ser disminuido es considerado en principio como un sujeto hablante. Este sujeto no es el de la necesidad ni tampoco el del comportamiento, y ni siquiera es el del conocimiento. Es un sujeto que por su palabra dirige un llamado, trata de hacerse oír (aunque fuese a través del rechazo), y en cierto modo se constituye en relación con el Otro. A través de su discurso le habla al Otro de sí mismo, de una manera mentirosa, patética, triste o vacía... poco importa. En el niño atrasado, como en el psicótico, se requieren condiciones técnicas precisas para que ese discurso aparezca en la cura. En efecto, se crea un tipo de relación con la madre tan peculiar, que uno no puede ser escuchado sin la otra”. Más adelante agrega: “Sin saberlo, el sujeto confía en su discurso una forma peculiar de relación con la madre (o con su sustituto). Su enfermedad constituye el lugar mismo de la angustia materna, una angustia privilegiada que por lo general obstaculiza la evolución edípica normal. Este valor que la madre confiere a determinada forma de enfermedad es lo que transforma a ésta en objeto de intercambio de un modo perverso, puesto que el niño, rechazando una verdadera situación triangular, se escapa de ese modo simultáneamente a la castración. Hay pues una erotización de cierto vínculo con la madre que puede ocurrir en los primerísimos meses de la vida del niño(...)” Nos referimos sobre todo a los planteos que aparecen en el Seminario 5 “Las formaciones del inconciente”. 31 M. Mannoni: (1967) El niño, su enfermedad y los otros. Apéndice 1: “La debilidad mental cuestionada”. (Nueva Visión, Buenos Aires, 1998) 30 16 En estos planteos surge con fuerza la siguiente hipótesis: las diversas deficiencias que pueda presentar un niño, tanto a nivel físico como psíquico, no determinan necesariamente su status de “débil mental”. Su “debilidad” ha de depender del lugar que aquellas deficiencias ocupen en las fantasías maternas. Un niño con deficiencias puede, de todas formas, adquirir el status de “sujeto” del que habla el psicoanálisis lacaniano. Pero ese status no está garantizado en cualquier caso; antes bien, es un producto de las operaciones del complejo de castración. Y será en los avatares de éste complejo donde se juegue la suerte del niño, en tanto pueda posicionarse como sujeto (avalado por el Otro), o quede alienado en el lugar de objeto (sosteniendo, en este caso, la imposibilidad de barradura del Otro). 17