EL CINE DENTRO DEL CINE Guía didáctica 1. Encuestar a las personas mayores cercanas (yayas, abuelos, etc.) sobre sus primeros recuerdos del cine (puede hacerse antes o después de ver la película). 2. Realizar después de ver la película su memoria narrativa, diferenciando claramente el tiempo presente del pasado. 3. Comenta la estructura (partes) y los recursos narrativos (flash-back) 4. ¿Qué recurso(s) se utiliza para enlazar las secuencias? 5. ¿Te parece buena la elección de los dos actores que dan vida a Salvatore? 6. Análisis de los personajes secundarios incidiendo en su valor simbólico. 7. Reflexión sobre la música y su empleo en la película, ¿tal vez se abusa de ella demasiado para emocionarnos? 8. El cine dentro del cine 9. El cine como “espejo” de la realidad. 10. Ponle otro título a la película. 11. Compara Cinema Paradiso con otra película que trata sobre cine, “Vivir rodando” LAS PREGUNTAS SON PISTAS PARA QUE TU LAS DESARROLLES PROCURA DARLE UN TRATAMIENTO LITERARIO O AL MENOS PERIODÍSTICO A TU COMENTARIO. CINEMA PARADISO (Giuseppe Tornatore, 1989) Italia-Francia, 1989. Director: Giuseppe Tornatore. Productor: Mino Barbera, Franco Cristaldi y Giovanna Romagnoli. Guión: Giuseppe Tornatore. Fotografía: Blasco Giorato. Música: Ennio Morricone y Andrea Morricone. Música: Ennio Morricone y Andrea Morricone. Montaje: Mario Morra. Duración: 123 min. Intérpretes: Philippe Noiret (Alfredo), Salvatore Cascio (Salvatore niño), Marco Leonardi (Salvatore adolescente), Jacques Perrin (Salvatore Adulto), Leopoldo Trieste (Padre Adelfio), Antonella Attili (Maria), Isa Danieli (Anna), Agnese Nano (Elena adolescente), Pupella Maggio (Maria anciana). Nostalgia En 1989, tras haber obtenido un Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes y haber logrado asimismo el Globo de Oro al Mejor Film de habla no inglesa, Cinema Paradiso fue propuesta como candidata para el Premio de la Academia Norteamericana a mejor film en la misma categoría. La película, segunda obra del joven realizador italiano Giuseppe Tornatore, por aquel entonces prácticamente desconocido, había obtenido paradójicamente en su estreno en Italia una fría acogida tanto por parte de la crítica como por el público. Fue a consecuencia del triunfo obtenido en los Óscars, que el film consiguió finalmente con su reestreno una amplia y merecida aceptación, no sólo en su país, sino también en el resto de Europa, hecho que la convirtió en uno de los filmes de mayor prestigio en nuestro continente en los últimos años. Esta paradoja no es extraña en el mundo del celuloide, y de todos es sabido que la consecución de un premio en algunos festivales de renombre es casi una carta verde inmediata a la consideración por parte de la totalidad de la audiencia, ya sea ésta amateur o profesional. Cinema Paradiso es ante todo una oda de amor al cine, canto de devoción a un oficio que Tornatore comparte con el protagonista del film, Salvatore. La historia posee unos evidentes rasgos autobiográficos, puesto que, además de coincidir en el mismo oficio, personaje y director provienen ambos de pequeñas poblaciones situadas en Sicilia. El director, al igual que el niño de la película (a quien todos llaman Totó), sintió su pasión por el cine ya de bien pequeño, cuando su abuelo le llevó a ver Los Diez Mandamientos. El cineasta quería rememorar aquellos tiempos en los que ir al cine era todo un acontecimiento: aquellos días se han acabado y si usamos en clase esta película tenemos antes que hablar de la importancia social que el cine llegó a tener, baste como ejemplo que en los años 50, en Valderrobres (Teruel) se decía: qué raro es, no va ni al cine. No podemos olvidar que nuestra nostalgia es cultural y generacional, por lo que la película con adolescentes y jóvenes no funcionará igual que con adultos; lo que no impide su uso en clase, insistimos, siempre y cuando se contextualice: el cine era la ocasión de salir, de acercarse al otro sexo, muchas veces el baile venía a continuación y en la misma sala; también era una formas de aprender comportamientos y cultura, de soñar; un lugar en el que se estaba caliente, etc. El film es una historia cargada de nostalgia sobre la inevitable pérdida para la época actual de una serie de vivencias que los espectadores de hoy en día ya no comparten con los de antaño. Al igual que sucede en películas como Amarcord, de Fellini (Ídem, 1974), The Last Picture Show, de Peter Bodganovich (Ídem, 1971), o El Espíritu de la Colmena de Victor Erice, 1973( de esta es muy aprovechable la llegada del cinero ambulante con el camión, el pregón informando de la película y el ver como la gente llena el salón llevando sus sillas de casa. Después de verla podemos animar a que pregunten a sus mayores y aún encontraremos algún abuelo, alguna abuela que eso lo ha vivido), el film de Tornatore se adentra en una de esas salas de pueblo, donde la gente se reunía para asistir boquiabiertos a la proyección de las historias que les hacían soñar y olvidarse de sus preocupaciones. La película construye gran parte de su argumento alrededor de un largo flashback, conjunto de recuerdos que el Salvatore ya adulto, encumbrado en su profesión por una carrera como cineasta repleta de éxitos y reconocimiento, rememora a raíz de la noticia de la muerte de Alfredo (Philippe Noiret), su mentor y amigo desde niño, quien le enseñó el oficio de proyeccionista en el cine Paradiso de su pueblo, y quien sobre todo le inculcó el enorme amor que Salvatore siente hacia el séptimo arte. La historia se desarrolla en tres partes: la primera de ellas es la correspondiente a la infancia de Totó hasta el momento en que consigue que Alfredo le enseñe el oficio y tenga que suplir su puesto a consecuencia de un incendio que ha dejado ciego. La segunda parte narra la adolescencia del joven Salvatore, la vivencia de su gran amor de juventud por Elena hasta su partida hacia Roma en busca del sueño de ser director. El último tercio del film es el regreso de Salvatore a Giancaldo para asistir al entierro de Alfredo, y el temido enfrentamiento tras treinta años de ausencia ante la realidad actual de sus recuerdos. Y es que Alfredo ya se lo dijo antes de su partida hacia Roma: "has de ausentarte mucho tiempo, muchísimos años para encontrar a tu vuelta a tu gente, la tierra donde naciste..." Salvatore ha esperado todo este tiempo, olvidándose de todo y de todos como le pidió su amigo, evitando caer en las redes de una nostalgia que le impediría mirar hacia delante. Pero ahora Salvatore rememora su pasado, y este viaje a los rincones de su memoria es simbolizado por Tornatore mediante una de las metáforas más bellas del film: el ovillo de lana que su madre arrastra con ella cuando él llega y pica a su puerta, el hilo que deshace poco a poco el jersey que ella teje, como los recuerdos van deshaciendo el camino emprendido por el joven Totó treinta años atrás. Salvatore ha cambiado, como los nuevos tiempos, pero su pueblo sigue siendo el mismo, su familia y su gente son aún aquellos que él dejó atrás en el andén de la estación, sólo el tiempo ha dejado huella en sus rostros. Sentado a la mesa, junto a su familia, Salvatore se sabe a kilómetros de distancia de ellos, y Tornatore filma magistralmente el fragmento, aislando en un plano la figura del director, enfatizando la distancia que le separa de su familia, un precio quizás muy alto por la consecución de su sueño – esto en una lectura connotativa cargada de símbolos. Aunque la nostalgia por un tiempo pasado, por la muerte del cine como elemento de cohesión entre seres muy diversos y como maravilloso espectáculo popular, fuese el eje temático del film, el realizador italiano no pretendió en ningún momento articular una crítica contra la televisión, el vídeo o los medios que han eliminado la antigua emoción que suponía asistir al cine. Tornatore volvía la vista atrás a través de su película con mucho cariño y con evidente sensación de tristeza, pero su obra está del todo exenta de cualquier sentimiento de rencor o menosprecio hacia los nuevos tiempos, subyaciendo tan sólo una enorme nostalgia hacia los recuerdos del realizador-personaje, vivencias que pertenecen a la memoria colectiva de muchos, y que se perderían para siempre de no ser rememoradas y homenajeadas por cineastas como él. El director habla en todo momento con el corazón en la mano, obsequiándonos con muchas escenas que han hecho que este film se haga inolvidable. De entre ellas, dos se destacan con especial relevancia: la proyección que Alfredo realiza sobre la pared de la plaza para aquellos que no han podido entrar en el cine, momento de enorme belleza expresiva y formal en el que las imágenes se suceden ante los atónitos y embelesados ojos de los habitantes presentes en el lugar; la otra gran escena, sin duda alguna la mejor del film, es la que lo cierra, en la que Salvatore proyecta el legado que le dejó Alfredo antes de morir, una bobina de película construida a base de los descartes que el cura del pueblo obligaba a eliminar de los filmes proyectados, compendio de besos y abrazos entre actores que nunca fueron disfrutados por la audiencia y que ahora Salvatore visiona con evidente emoción en sus ojos. A destacar la música de Ennio Morricone, cuya bella melodía envuelve de dulzura algunos de los mejores momentos del film. Tornatore consigue la identificación del espectador gracias a sus personajes, genialmente interpretados por los actores (en especial el perfecto Noiret y el pequeño Salvatore Cascio, que enamora con sus ojillos vivaces y su pícara sonrisa), no tan sólo los principales, sino también la galería de secundarios que pueblan el film, los habitantes del pueblo que acompañan a Salvatore en su enamoramiento cinematográfico, desde el que recita de memoria las frases de las películas hasta el cura que las censura, pasando por el dueño del cine, el burgués que escupe a la plebe sentada en el gallinero, o el mendigo que se cree dueño de una plaza que en verdad es su propia casa. Otros personajes, que interactúan a la perfección con los habitantes del pueblo y sus vidas, son aquellos que emergen del tragaluz en forma de fauces leoninas, aquél agujero que esconde tantas sorpresas, alegrías y tristezas, instantes emocionantes que permiten admirar las hazañas de John Wayne o Kirk Douglas, vivir la dura realidad de los pescadores de la Terra Trema, reír con Chaplin, llorar con Yvonne Sanson, o soñar con la piel de Silvana Mangano o Brigitte Bardot (referencias que nuestro alumnado no tiene). Tras este cajón de sastre, la figura del proyeccionista actúa como maestro de ceremonias, consolando su soledad a base de conversaciones imaginarias con los adorados personajes, o tal vez con un niño insistente y travieso que intenta aprender su oficio, para así saborear uno tras otro los sueños en los que la pantalla consigue sumergirle. Totó se duerme de pie cada mañana mientras ayuda al párroco como monaguillo, y es que se pasa las noches soñando despierto, asistiendo a un mundo imaginario que le fascina y le ha atrapado para siempre. El mismo mundo que todos conocemos y disfrutamos, un mundo irreal que se hace palpable y cercano cuando es saboreado con ojos ávidos de nuevas sensaciones. Quizás los pequeños cines, aquellas salas oscuras en las que se podía sentir en el aire la fascinación de cientos de atentas miradas, han ido muriendo como el Paradiso, derribados por el abandono de sus espectadores en favor de la pequeña pantalla o la multiplicidad de ellas, viciándose el nuevo aire con el hedor de las palomitas y el sonido de algún que otro móvil. Pero el espíritu se mantiene intacto, la emoción que emana del mágico tragaluz no ha muerto ni morirá jamás, y el cine para nosotros, como para Totó, Alfredo o Salvatore, sigue siendo un paraíso de infinita belleza, la más hermosa representación de todos nuestros sueños.