SEXUALIDAD, NORMALIDAD, DISCAPACIDAD La sexualidad es una marca de casi todos los seres vivos; desde los organismos muy simples, a los mas complejos. Los seres humanos, como animales superiores portamos esta característica de ser sexuados, con diferencias genéricas reconocibles a través de nuestros caracteres sexuales primarios (órganos genitales) y secundarios (distribución del vello, de la grasa corporal, etc.) La diferencia entre el hombre y la mujer y los mamíferos superiores no es solamente su capacidad de ser social ni su inteligencia, ya que los primates más evolucionados también presentan ambos atributos, sino que somos seres culturales. El hombre no solo se socializa y aprende las reglas y pautas de su “tribu”, sino que habla y al hablar se cuenta y cuenta a los otros sus experiencias. Al poseer lenguaje, puede crear su propia cultura, su propia comprensión del tiempo (su historicidad) y designar sus propios valores (lo bueno y lo malo). Puede crear sus leyes y puede también cambiarlas. Dentro de este esquema, la sexualidad humana va a adquirir características particulares, que la alejan de lo puramente reproductivo-genital, en la misma medida en que se aleja el hombre de lo puramente animal. Si bien todas las especies utilizan sus órganos genitales con fines reproductivos, es privilegio del hombre trascender este plano, convirtiendo el hecho genital, natural, en un hecho cultural, sujeto a reglas, prohibiciones, permisos, que siempre son relativos y concordantes con la cultura en la que han tenido origen. Solamente la sexualidad humana está ‘organizada’ en torno al placer y satisfacción, y secundariamente a la reproducción. Por esto es que decimos que la sexualidad se aprende, y cada cultura posee los dispositivos para la transmisión del aprendizaje sexual (ritos de pasaje e iniciación, revistas, películas, etc.) Aún dentro de un mismo país, las diferencias culturales varían de acuerdo con las zonas geográficas, las clases sociales e incluso los diferentes barrios donde habitan las personas. Esto nos lleva a decir que hay tantas sexualidades como culturas integran una comunidad; y aún dentro de esto, hay un margen relativamente amplio para las individualidades personales; las cuales, sin embargo, no podrán escapar del marco cultural al cual pertenecen. Con esto se podrá entender que los patrones de normalidad no se pueden reducir a un solo criterio, y que dentro de cada comunidad hay mecanismos sociales que regulan y legitiman las distintas prácticas, entre ellas, las sexuales. De esta manera debemos aceptar que en este momento estamos hablando desde una cultura occidental, cristiana, hispano-latinoamericana, urbana, con fuerte componente inmigratorio. Más particularmente nos situamos en una pequeña ciudad que no es la metrópolis, y que conserva características propias de las ciudades de provincia, con predomino de valores religiosos y familiares. Desde aquí, inscriptos en nuestra realidad cultural, trataré de hacer una breve interrelación entre sexualidad, normalidad y discapacidad. ¿Qué es lo normal? Lamentablemente, para la ortodoxia científica; lo normal es lo que hace la mayoría (normalidad estadística). De lo cual se concluye que en un barrio con mayoría de alcohólicos, el alcoholismo es normal. De aquí surge una conclusión errónea, por partir de premisas erróneas: dado que las personas con discapacidad física o mental son una minoría sus prácticas sexuales deben ser “anormales”; porque no se ubican dentro de lo que sucede con la mayoría (los “normales”). La mayoría estadística y la normalidad estadística (representadas por la curva de Gauss) abarca al 75% de un universo observado. Todo lo que está por fuera, no es “normal”. La conclusión social -errónea- es que aquellos que están por fuera de lo “normal” no deben ni pueden hacer cosas “normales”. Grave error. La realidad cotidiana nos muestra que las personas con discapacidad pueden hacer cosas tan supuestamente normales como cualquier otra persona. ¿Qué sucede entonces? Sucede que el discapacitado de cualquier índole entra dentro de las generales de la ley social de cualquier minoría. La sociedad deposita en las minorías los fantasmas y tabúes que, como mayoría, no admite en sí misma (¡si la mayoría ES normal!) Las minorías étnicas (negros, chilenos, bolivianos, coreanos), las minorías religiosas (judíos, musulmanes, ateos), las minorías sociales (discapacitados físicos, mentales, “locos”) son los distintos, como tales, no “pueden” (según el esquema social) ser “normales”. Es obvia la conclusión que se desprende respecto de la sexualidad de las minorías: al menos, para ser suaves con el calificativo debe ser ‘rara’, y de ser posible, se la debe impedir. Y aclaro de paso que quienes sustentamos posiciones ideológicas que no son las que comparte la mayoría, pasamos a formar parte de una minoría que también es tildada de ‘rara’. Es ingenuo (por no decir hipócrita) sostener que aquello que no nos gusta no existe. Afortunadamente, la Tierra es lo bastante grande como para cobijarnos a todos, y para contener también todas nuestras conductas, incluidas por ende las prácticas sexuales. La sexualidad de las personas con discapacidad existe, y por lo tanto hay sólo una cosa para hacer: respetarla. Respetar la sexualidad del discapacitado en tanto minoría es respetar la integridad del otro, por más que sea distinto a mí. Es acompañar, educar, prevenir, luchar para que todos sus derechos como personas, incluidos los derechos sexuales, sean respetados. Sobre la prevención, una apreciación básica: la educación sexual del discapacitado, tanto mental como físico, puede y debe ser formalizada. Es evidente para cualquier padre o docente especializado que las personas con discapacidad poseen una sexualidad activa, concordante con su desarrollo fisiológico y hormonal. Y es también evidente que no se pueden cerrar los ojos ante esta actividad. Ante esto, la formación en sexualidad tanto de docentes como padres es primordial. Es muy difícil trasmitir información sexual a un niño o adolescente, discapacitado o no si no tenemos en claro aspectos de nuestra propia sexualidad. Es de lamentar que la escasa o nula formación de médicos y educadores contribuya aún mas al sostenimiento de mitos, prejuicios y tabúes. Reclamar por la incorporación, en los programas de estudio de los profesionales de temas y materias sobre sexualidad humana es la única forma de conseguir especialistas capacitados para contener las necesidades y angustias de las familias afectadas. Prácticas sexuales que nos cuesta aceptar (en jóvenes, discapacitados o no) Masturbación Según la encuesta de Masters y Johnson de mediados de la década del ’60, el 90% de los varones y el 70% de las mujeres admitieron masturbarse: este fue un dato revelador, surgido de una encuesta anónima nacional. Separados por grupos de edades y estado civil, las cifras se mantienen relativamente constantes, aumentando en la adolescencia y la vejez. Esto se da por razones obvias: en la primera juventud por falta de pareja constante y en la vejez, por enfermedad o muerte del cónyuge. Sin embargo, el dato quizá mas importante, es que las personas casadas también admiten prácticas autoeróticas. Esto permitirá de alguna manera ‘universalizar’ la cuestión. Paradójicamente, volviendo a la cuestión estadística, serían ‘anormales’ quienes no la practican. Acerca el prejuicio contra la masturbación, es necesario hacer una reflexión histórica. La tradición judeocristiana califica a esta práctica como ‘el pecado de Onán’ (al igual que al coito interrumpido con fines anticonceptivos). De allí el nombre ‘onanismo’, con el cual se designaba al autoerotismo hasta hace algún tiempo. En el Antiguo Testamento está así descripto: “No echarás tu simiente a la tierra”, y ésto era tanto aplicado a la masturbación como al coito interrumpido, que era una forma (la única) de evitar los embarazos. ¿Por qué se condenó esta práctica? La respuesta antropológica es bastante simple. El Pueblo de Israel necesitaba imperiosamente multiplicarse y dejar descendencia de su estirpe. Ubiquémonos en la diáspora, las 12 tribus desperdigadas en el desierto. ¡Cómo iban a permitirse desperdiciar su simiente! Es obvio que en este contexto, la masturbación era un pecado social, pues evitaba la reproducción. El cristianismo retoma esta tradición, y ya en la época medieval queda asociada con el placer erótico, atribuido sobre todo en el caso de las mujeres, al demonio, y por ende satanizada. Etimológicamente, la palabra admite dos orígenes: “manus stuprare” (cometer estupro con la propia mano) o “mans turbare” (provocarse turbación a sí mismo). De cualquier manera, la condena por ‘violar la ley natural’ (al igual que en la homosexualidad, y por el mismo motivo, la ausencia de procreación) aún permanece, en los valores religiosos hasta la época actual. La obtención del placer, asociada al pecado, hace que esta práctica sea admitida en el anonimato y negada públicamente. Varios insultos utilizan el lenguaje popular designándola en forma peyorativa, tanto como a quienes la practican. Desde el conocimiento científico, no hay ninguna ‘contraindicación’ al respecto; la gente no se vuelve loca, ni debilita el intelecto el practicarla; y en realidad en muchos casos el la única forma de mantener una vida sexual activa, sobre todo cuando serios impedimentos físicos o psíquicos impiden obtener un compañero/a sexual. Diríamos que lo único malo del autoerotismo, es ejercitarlo con sensación de culpa. Está plenamente ligado al placer erótico y a la capacidad de fantasear e imaginar situaciones gratificantes que a veces no se pueden obtener por otra vía. Sin embargo, al ser esta una cuestión completamente ligada a creencias religiosas, no podemos (una vez más) erigirnos en jueces de nadie, sino solamente cumplir una función de esclarecimiento y orientación, despojándonos, nosotros mismos, de prejuicios y tabúes. Homosexualidad Hace ya más de 30 años que la OMS dejó de calificar la homosexualidad como una enfermedad, por lo que cabe repetir una vez más que no es una enfermedad. Volvamos al criterio estadístico de ‘normalidad’. Es verdad que en nuestra cultura es una práctica sexual ejercida por una minoría, bastante numerosa por cierto. Se calcula que entre el 10 y el 20% de la población ha tenido algún contacto homosexual en su vida. Sin embargo, en la Grecia clásica, de Platón y Aristóteles, de las artes y la política más excelsas, era considerada la práctica más perfecta del amor. Y al ser ejercida por la mayoría, era ‘normal’. La homosexualidad es la elección de objeto sexual, de compañero/a o partner, del mismo sexo. Es una preferencia sexual. Pero al mismo tiempo, constitutivamente, todos tenemos hormonas y un desarrollo ontogenético de ambos sexos. El embrión humano, si bien porta en sus cromosomas el par que lo dotará de un sexo (XX -femenino- o XY-masculino), hasta que comienza a elaborar y segregar una hormona propia, alrededor de las 8 semanas de gestación, es morfológicamente femenino. De allí el esbozo de glándula mamaria, las tetillas, que tienen los hombres. El aparato genital comienza a desarrollarse en la vida intrauterina, pero reconoce un origen histológico bisexual; que dará origen al pene y los testículos en el varón y al equivalente femenino, el clítoris, la vagina y los ovarios. Sin embargo, a pesar de portar caracteres de ambos sexos, la cultura nos va dotando de “rasgos” femeninos o masculinos (a esto lo llamamos género). Al llegar a la pubertad, con un torrente hormonal muy elevado, el niño o la niña comienza a percibir el deseo sexual. Cuáles son los factores que harán que alguien se incline por una elección homosexual o heterosexual, aún no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que es muy frecuente en esta primera etapa de descubrimiento sexual, que los adolescentes tengan prácticas que se podrían calificar de homosexuales, sin que ésto implique que más adelante, en la elección adulta de objeto sexual se constituya como homosexual. En la adolescencia es frecuente que los varones realicen juegos sexuales con compañeros del mismo sexo, al igual que las niñas. Estos juegos van desde la exhibición mutua de los genitales a prácticas masturbatorias competitivas, que aunque a los adultos nos escandalicen, tienen una finalidad lúdica, exploratoria y preparatoria de la sexualidad adulta. De ninguna manera definen la orientación sexual del adolescente. De la misma manera, no hay indicadores o ‘responsables’ de la elección homosexual. El viejo axioma “padre ausente, madre dominante” es refutado por las historias clínicas de varones y mujeres homosexuales que no han tenido esa configuración familiar. De hecho, vale la pena reiterarlo, no sabemos porque algún varón o mujer decide ser homosexual. Lo que sí sabemos es que no influyen ni las compañías, ni las experiencias tempranas, ni tal o cual tipo de familia. También sabemos que la elección de objeto sexual es un ‘continuo’, con gradaciones; que van del heterosexual puro, al que alguna vez tuvo fantasías homosexuales (lo más común), al que alguna vez tuvo contactos homosexuales, la homosexual ocasional, al bisexual, al heterosexual ocasional, etc. Y que una vez constituida la elección de objeto sexual adulto, esta no se cambia. O sea, dado que no es una enfermedad, no hay tratamiento ni prevención para ella. Es tan imposible convertir a alguien cuya orientación es definidamente homosexual en heterosexual, como cambiar a quien prefiere la compañía sexual del otro sexo en homosexual. Frente a esta realidad, nuevamente, nuestra opción es contener, acompañar, educar. Lic. Silvia C. Scheider Psicóloga - Sexóloga