DIMENSIÓN FAMILIA Constatamos que: Pensar en la Dimensión Familia es pensar en términos de mi prójimo más próximo, en Dios Padre y Madre, en la parábola del hijo pródigo y del padre que se regocija encontrando al hijo extraviado. Nosotros aprendemos las palabras padre y madre en el seno familiar. Allí conformamos nuestra imagen de familia, de amor, de donación. En la familia se enseña a orar, a tener fe y a obrar en ese espíritu. Es importante entonces preguntarse por el mundo de los afectos primarios, porque lo que no hacemos al interior de nuestra familia, tampoco lo podemos hacer afuera. Pero en el afuera las relaciones de poder se manejan de otra manera. Hay una horizontalidad diferente. Compartir, celebrar, acompañar, consolar, comprender, dialogar en el microclima familiar es más fácil, porque hay una historia común. Cuando salimos al exterior y convivimos con otros, que traen historias diferentes, costumbres diferentes, afectividades diferentes, las cosas cambian. En el ámbito familiar coexisten dos tipos de amor: el de correspondencia o reciprocidad y el de donación o entrega. La donación de sí en un hijo o en un esposo se da naturalmente. En una comunidad hay que acordar qué tipo de entrega se hace y cuál es el objetivo que se persigue. Por eso nos preguntamos: Si no tengo presencia con mi familia ¿con quién? Si no soy generoso/a dentro de mi grupo familiar ¿dónde? ¿Cómo vivo yo mi maternidad/paternidad hoy? ¿Escucho a mis hijos y soy capaz de estimularlos a obrar como lo hizo María? ¿Ejercito la presencia en los distintos momentos del crecimiento de mis hijos? María y José, respetuosos de la Ley, llevan al Niño al templo. Y yo: ¿Doy a conocer la fe en Jesús a mis hijos? ¿La vivimos en familia? Los textos bíblicos que nos iluminan para profundizar en este tema son los que tienen que ver con la Sagrada Familia. Allí constatamos el rol de José, protector, defensor de la familia en el exilio en Egipto; y más tarde buscando al niño perdido. María, aceptando la voluntad del Padre y solícita con su prima Isabel, guarda a cada paso en su corazón la experiencia junto a Jesús. Lo activa en las bodas de Caná, Lo acompaña en su predicación y al pie de la cruz. Es fiel con los discípulos en Pentecostés. LA (IN)DEFINICIÓN DE LA FAMILIA1 (adaptación para EDAL, Pochy Villanueva) Antes de ser uno mismo, se es «hijo» o «hija» de X o Y, se nace en el seno de una «familia». Antes de ser socialmente cualquier otra cosa, se es identificado por un «apellido». En todas partes, las primeras palabras que el niño aprende -«papá», «mamá»- son las voces, cargadas de sentido, que designan a sus padres y a sus madres; después vienen los demás vocablos del parentesco.../…. Sobre todo cómo 1 GRACIA FUSTER, Enrique; MUSITU OCHOA, Gonzalo (2000). Psicología social de la familia. Cap. 2: La (in)definición de la familia. Ediciones Paidós Ibérica S.A. Barcelona. Pp. 35-62 no extrapolar a partir de la propia experiencia y deducir que la familia debe ser la misma para todos, en todas las sociedades (Francoise Zonabend, 1988). Cuando se afirma que la familia constituye la célula básica de la sociedad, a la cual da cohesión y estabilidad, ¿se ha dicho todo? Tal vez se olvida: El entorno social y su representación, los límites demográficos, las condiciones de la producción, pero también la dinámica de las condiciones de alianza y el marco político que son en grados diversos lo que determinan su naturaleza, su lugar y su importancia... en el conjunto de los procesos sociales. Así definida, la institución familiar es una realidad positiva que se inscribe en el curso de la historia y se modifica con el paso del tiempo. Glassner (1988) Qué es una familia nos puede parecer obvio. Es parte del estereotipo esperar que en nuestra sociedad la compañía, la actividad sexual, el cuidado y apoyo mutuo, la educación y cuidado de los hijos sea parte esencial de la familia nuclear, la más predominante, en el mundo occidental. Este concepto hace referencia a la familia como una pequeña unidad que se configura a partir de las relaciones entre un hombre y una mujer legalmente unidos por la institución del matrimonio como marido y mujer. Cuando un niño nace de esta pareja se crea la familia nuclear. Esta unidad comparte una residencia común y su estructura está determinada por vínculos de afecto, identidad común y apoyo mutuo. Esta forma de concebir la familia, que es parte del «sentido común» y en consecuencia algo que se da por supuesto, puede ser, sin embargo, el reflejo de las creencias tradicionales respecto de cómo se configuran las relaciones sexuales, emocionales y parentales. Este sistema de creencias puede que no sea en absoluto una ayuda para revelar cómo diferentes personas organizan en realidad sus vidas. Sin embargo, es clara la idea de que la familia nuclear retiene en su significado una potencia tal que todas las otras formas de familia posibles tienden a definirse con referencia a ella. Una gran mayoría asume que la forma nuclear es la más dominante en la sociedad contemporánea. Como resultado de este supuesto, la tendencia a definir otras formas como «inusuales», «desviantes» e incluso «patológicas» es significativamente mayor. El «discurso de la familia» dispone de un gran poder para significar lo que es normal y lo que es inaceptable. La dificultad con el concepto de «la familia» estriba en que normalmente asumimos la preeminencia de la familia nuclear y expresamos la creencia de que comprendemos su significado, pero el análisis más superficial revela una gran diversidad de formas de familia que poco o nada tienen que ver con el concepto mayoritariamente compartido. Lograr una definición «aceptable» se hace más difícil cuanto mejor se conocen las variaciones históricas y culturales, así como también la realidad contemporánea de formas familiares alternativas o acuerdos de vida domésticos. Algunos consideran que este «obstructor» sólo puede superarse refiriéndose a «familias» más que a «la familia» (Berger y Berger, 1993). Asumir esta nueva categoría supondría estimular y apoyar una aceptación de la diversidad y una renuncia a adscribir superioridad moral a una forma de, familia sobre otra u otras. Pensar en estos términos supondría aceptar en un mismo espacio semántico y moral a: - las familias adoptivas, - las familias monoparentales, - las familias homosexuales, - las familias cohabitantes, - las familias reconstituidas, etc., siempre y cuando, obviamente, haya hijos. Sino, hablaremos de matrimonio, acuerdos de convivencia o simplemente parejas. ¿Qué es lo opuesto a «la familia»? Por ejemplo, algunas parejas homosexuales puede que rechacen activamente la connotación de familia porque han tomado la decisión de vivir fuera de sus confines tradicionalmente definidos. En otras palabras, la forma en que algunas personas deciden vivir sus vidas es una resistencia directa a la «familia» y por extensión a las relaciones y roles de padremadre-hijo/a. Gittins (1985) hace una distinción que podría ser de utilidad. Considera que las personas definen sus acuerdos domésticos de muchas formas diferentes, algunas de las cuales podrían ser consideradas como «familias» por aquellas personas que viven de acuerdo con ella. Sin embargo, «la familia» la consideran como un objeto ideológico, un estereotipo producido y potenciado con la finalidad de ejercer ciertos tipos de control social. Las políticas institucionales, las leyes y el bienestar se construyen y promulgan a partir de esta forma estereotipada y no tanto porque es la norma, sino para que sea la norma. Podríamos incluso ir más lejos e identificar «la familia» como parte de un discurso de control, es decir, como parte de un modo de hablar sobre relaciones sociales que permite definir los roles que las personas desempeñarán y las estructuras de poder que se crearán dentro de ellas. Definir, por ejemplo, a personas como «padre», «madre» e «hijo/a» más que como «mujer adulta», «varón adulto» o «niño» o «niña», tiene profundas connotaciones de obligatoriedad y compromiso, y también de definición de sus relaciones asimétricas, que perfectamente podrían no considerarse como algo que se da por supuesto (Muncie y Sapsford, 1995; Dallos, 1995). Origen y universalidad de la familia Morgan (1878/1970), en su obra La sociedad primitiva, establece una serie de etapas: 1. 2. Un estadio de promiscuidad sexual sin trabas caracterizado por la ausencia total de regulaciones conyugales. La familia consanguínea. Es la primera etapa de la familia en la que reina todavía la promiscuidad sexual entre hermanos y hermanas, pero en la que padres e hijos quedan excluidos del comercio sexual recíproco. Es la primera manifestación del tabú del incesto, que en este caso se refiere exclusivamente a padres e hijos, y supone el inicio de una vida social 3. 4. 5. totalmente humana. La familia panalúa, en la que la prohibición del comercio sexual recíproco se extiende a los hermanos y hermanas. De esta manera se amplía la extensión del tabú del incesto. En esta fase aparece el matrimonio por grupos. La familia sindiásmica, en la que el hombre vive con una sola mujer, aunque la poligamia y la infidelidad ocasionales sean un derecho para el hombre. Esta forma de matrimonio la hallamos en el origen del matrimonio monogámico del mundo moderno. En esta fase el vínculo conyugal se disuelve con suma facilidad, pasando los hijos a pertenecer a la madre. La familia monogámica. Este tipo de familia nace de la familia sindiásmica. Se funda en el poder del hombre, un poder de origen económico subyacente en el control masculino de la propiedad privada, y el objetivo es procrear hijos de una paternidad cierta con fines hereditarios. (la teoría de Morgan y Engels fueron elaboradas en el siglo pasado, en un momento en que estaban surgiendo las ciencias sociales y, en consecuencia, estos científicos no disponían de muchos de los datos y hechos…/… Una de las críticas más serias que se han hecho a sus teorías es que hayan considerado la evolución de una institución social como la familia de modo unilateral, asumiendo que todos los pueblos de la tierra siguen el orden de las etapas que proponen desde la visión occidental) Murdock (1968), considera que la familia es un grupo social caracterizado por la residencia común, la cooperación económica y la reproducción. Ese grupo incluye adultos de ambos sexos, de los cuales al menos dos mantienen relaciones sexuales socialmente aprobadas, y uno o más hijos, propios o adoptados, de los adultos que cohabitan sexualmente. Esta definición permite salvar el obstáculo constituido por la existencia de sociedades no monogámicas, poliándricas o poligínicas, pero no contempla todas las formas de aprobación social del sexo y la procreación. Así, por ejemplo, entre los banaro de Nueva Guinea, la mujer obtiene su primer hijo de un amigo del marido, y sólo después el esposo tiene acceso sexual a la mujer. A pesar de la existencia de formas de vínculos polígamas, Murdock considera que cada una se puede reducir a una forma nuclear, principalmente, porque son funcionales para la supervivencia de la sociedad. Aunque su investigación minó los cimientos del ideal cristiano occidental de amor-matrimonio-familia en la medida en que constató que sesenta y cinco de las doscientas cincuenta sociedades permitían libertad completa en las cuestiones sexuales y sólo el 54 % desaprobaban explícitamente la unión sexual premarital, la cuestión de la supervivencia permanecía como el objetivo primordial. Argüía que las relaciones sexuales, la reproducción y el apoyo al niño se ejecutan mejor si se fusionan en una institución única. En oposición a estos argumentos, otros antropólogos han constatado la presencia de sociedades donde o bien no existen los vínculos conyugales o, más comúnmente, el padre está ausente y participa poco de la educación del hijo. El descubrimiento de tales formas ha llevado a algunos a argumentar que la familia nuclear es un acuerdo social y no una forma universal y determinada biológicamente. La instancia más comúnmente citada es la de los Nayar, una casta guerrera de la India. Fox (1967) constata que en esta comunidad los roles del compañero/a sexual, padre/madre biológico y padre/madre social no son desempeñados por sólo dos personas como sucede en la familia nuclear, debido a que los hombres nayares están permanentemente comprometidos en cuestiones bélicas y se ausentan con frecuencia y durante largo tiempo del hogar. Como resultado, el sexo no se relaciona con el matrimonio y ninguno de ellos tiene necesariamente algo que ver con la unidad doméstica familiar. Los hombres nayares, en consecuencia, no tienen derechos particulares de vinculación con sus mujeres e hijos y, por esta razón, la familia nuclear no está institucionalizada como una unidad de consumo, legal, productiva, residencial o de socialización. La investigación intercultural no apoya de esta manera la ambigua noción de «la familia» como una norma universal. Sin embargo, no tenemos que buscar fuera ejemplos tan exóticos para descubrir variaciones de la familia nuclear fundamentada biológicamente. Un modelo que cada vez tiene mayor protagonismo en las sociedades industriales occidentales son los emparejamientos de convivencia que están sustituyendo a la monogamia y, también, las familias monoparentales en las que un vínculo conyugal o bien se ha roto, o bien nunca se ha iniciado. El incremento de las madres divorciadas que viven solas constituye parte de este surgimiento, pero también se constatan aumentos significativos en estos últimos años en la proporción de familias encabezadas por madres que nunca han contraído matrimonio. Cambio y diversidad de las familias Venimos constatando cómo el concepto de familia es complejo y difícil de delimitar y lo es más si añadimos ahora la multiplicidad de formas y funciones familiares que varían en función de las épocas históricas, de unas culturas a otras, e incluso en grupos y colectivos dentro de una misma cultura. La familia está ligada a los procesos de transformación de la cultura contemporánea. Si en el presente podemos hablar al mismo tiempo de una cultura global junto a una gran diversidad de formas culturales, la familia participa tanto de esta multiplicidad de sentidos como de la relativa homogeneización de comportamientos. La familia ha dejado de ser el punto de referencia estable de un mundo definido por la movilidad geográfica y social de los individuos y participa de la misma fragmentación y fluidez que la sociedad contemporánea. Porque la familia como parte de los diferentes procesos históricos no es ni un receptor pasivo de los cambios sociales ni el elemento inmutable de un mundo en constante transformación. La familia en la sociedad actual viene definida por la diversidad y también por la cohesión y la solidaridad. El individuo tiene, en mayor medida que en el pasado, capacidad de elección en cuanto a sus formas de vida y de convivencia. También han cambiado las relaciones personales que configuran la familia. Cada vez se exige en ellas un mayor compromiso emocional y una mayor sinceridad (Alberdi, 1995). Familia nuclear y familia extensa: el discurso ideológico El discurso ideológico en el pasado y en el momento actual gira en torno a dos tipos simplificados de familia supuestamente idealizados que forman parte de la imaginería popular y de algunos científicos sociales: por una parte, la gran familia extensa de antaño, y, por otra, la familia reducida contemporánea, o familia nuclear. Para Segalen éste es un contraste maniqueo entre lo que era bueno y lo que es malo. Así, los «buenos» valores familiares corresponden a la gran familia extensa de antaño: por ejemplo, la presencia de abuelos asegura la continuidad familiar, facilita los cuidados y la educación de los hijos. Sin embargo, la pareja contemporánea, en la que los esposos trabajan, no puede conocer la verdadera vida familiar, los hijos son confiados a la guardería, a la escuela, a la calle, lo que crea la delincuencia juvenil, drogodependencias, etc., y todo, por que dicen que la transmisión familiar ya no existe. Esta dicotomía de lo bueno y lo malo no resiste un examen riguroso. En la imaginería popular se tiene la idea de que en el pasado las mujeres tenían gran cantidad de hijos y, en consecuencia, que las familias eran muy numerosas, lo cual no se ajusta en absoluto a la realidad. En épocas pasadas, el matrimonio a una edad elevada, la mortalidad infantil, la mortalidad de las mujeres en los partos, las penurias económicas y el hambre reducían la fecundidad femenina hasta el punto que durante mucho tiempo la población antigua aumentaba muy poco, asegurando a duras penas su reproducción. El trabajo de Laslett y el grupo de Cambridge sobre la historia de la población ha cuestionado la idea de que la industrialización provocó una disminución en el tamaño medio de la familia. En un estudio cuantitativo utilizando listas de habitantes de 150 comunidades inglesas desde el siglo XVI al XIX, Laslett y Wall (1972) constataron que el promedio del tamaño familiar permanecía casi constante en aproximadamente 4,75 personas. Las claves de la diversidad familiar Las diferencias demográficas, económicas y las condiciones del hogar entre las distintas naciones del mundo tienen con frecuencia efectos importantes en el desarrollo y formación de la familia. Así, por ejemplo, en los países del mundo desarrollado, la mayor esperanza de vida, las menores tasas de mortalidad infantil, los mayores niveles de educación y la mayor incorporación de la mujer al mundo laboral han significado que la mujer no se defina exclusivamente por su rol en la familia y que se posponga el matrimonio y la maternidad. Por el contrario, una esperanza de vida menor, una mayor mortalidad infantil, menor educación, una economía basada en la agricultura ha significado para muchas mujeres en el tercer mundo que sus vidas se definan en términos de matrimonio y de cuidadoras de los hijos, puesto que cualquier otra opción tiene enormes dificultades (Naciones Unidas, 1991). Rapoport y Rapoport (1982) identifican cinco fuentes de diversidad en las familias: - Organización interna: la diversidad sería el resultado de diversos patrones del trabajo doméstico o del trabajo fuera del hogar y, por tanto, de la naturaleza y extensión del trabajo no remunerado en el hogar. Cultura: variaciones en las conductas, creencias y prácticas como resultado de afiliaciones culturales, étnicas, políticas o religiosas. Clase social: diferencias en la disponibilidad de recursos materiales y sociales. Período histórico: resultado de las experiencias particulares que tienen las personas nacidas en un período histórico determinado. Ciclo vital: cambios como resultado de los sucesos que tienen lugar a lo largo del ciclo vital (tener hijos, si los hijos son bebés o adolescentes). Ha habido una clara tendencia hacia la disminución del tamaño familiar y del hogar en la mayor parte de los países occidentales. Los hijos ya no son un elemento esencial en la supervivencia económica de la familia, probablemente como consecuencia del desarrollo industrial y de los sistemas de protección del gobierno. La disminución de los niveles de mortalidad de los hijos también ha contribuido a que las proporciones de nacimiento sean inferiores a las de antaño. Aquí hemos introducido dos conceptos que revelan por qué una definición de familia universalmente compartida es muy difícil de lograr. En primer lugar, es importante distinguir entre «el hogar» y «la familia». Ball (1974) define el hogar como una categoría espacial donde un grupo de personas, o una persona, están vinculadas a un lugar particular. Por otra parte, las familias se perciben generalmente como grupos de personas que están vinculadas por lazos de sangre y, para algunos, todavía una gran mayoría, de matrimonio (en un estudio de Cruz Cantero [1995] la mayoría de las personas encuestadas piensan que los hijos son la principal razón para tomar la decisión de casarse y un 50% considera que quienes quieran tener hijos deberían hacerlo; no obstante, un 54 % considera que tener hijos no es la principal razón del matrimonio). Sin embargo, hogar y familia no tienen los mismos límites o extensión. Las familias forman, normalmente, hogares, pero, como bien sabemos, esto no siempre es así, aunque es lo más común. Los padres se pueden separar; pueden enviar a los hijos a una escuela privada; y también un grupo de parentesco puede localizarse en varios hogares y puede vivir bajo el mismo techo, y puede también que no se consideren a sí mismos, en todas las circunstancias, como una familia. Los parientes mayores que viven con una familia nuclear puede que no se consideren a sí mismos como parte de esa familia y puede, o puede que no, que sean considerados así por la familia nuclear en la que viven. Puede encontrarse al menos una tendencia uniforme y común en la evolución de los patrones de la vida familiar y es la convergencia hacia la diversidad y un mayor reconocimiento de esa diversidad. Es erróneo creer que existe un modelo único de familia, que es el que se transforma a consecuencia de la actuación de factores exógenos tan notorios como la actividad profesional de las mujeres, la secularización, o la introducción y liberalización del divorcio. No es así, sino que en nuestras sociedades se dan siempre, con grados de vigencia diferentes, diversos modelos matrimoniales, cada uno de los cuales posee su propia lógica interna. La comprensión de ellos y de sus respectivas lógicas nos permite apreciar la coherencia y el sentido de comportamientos y de actitudes que, a menudo, se descalifican o ensalzan exageradamente, con criterios ideológicos más que científicos Funciones de «las familias» Lluís Flaquer (1998) dirá que: «La importancia de la familia en el mundo actual radica en que de ella depende la fijación de las aspiraciones, valores y motivaciones de los individuos y en que, por otra parte, resulta responsable en gran medida de su estabilidad emocional, tanto en la infancia como en la vida adulta» (pág. 36). Este autor, sin pretender establecer un catálogo exhaustivo de las funciones de la familia, señala algunas de las actividades que resultan de importancia considerable: «El grupo familiar se constituye como agregado de ocio y consumo, de plataforma de ubicación social, de núcleo de relación social, de palanca para la constitución del patrimonio, de cauce para hallar empleo, de punto de apoyo y de recurso de amparo en caso de crisis y de unidad de prestación de cuidados asistenciales y de salud» (pág. 130). Para la mayoría de la población, la cualidad esencial de la vida familiar es un acuerdo o compromiso emocional. Las «buenas familias» se supone que proporcionan intimidad (proximidad, relaciones satisfactorias), promueven la educación de los hijos y la escolarización, potencian el bienestar material de sus miembros, su salud física y mental y su autoestima (Jones y otros, 1995; Alberdi, 1995). El declive de «la familia»: los pesimistas Además del discurso ideológico en contra de la familia, se han escuchado a lo largo de la historia expresiones cargadas de pesimismo, donde la connotación ahora es, por una parte, la desaparición de la familia como consecuencia de la pérdida de funciones asumidas, como ya hemos dicho anteriormente, por el Estado Providencia y, por otra, por un desgarro aparente que se refleja en sus múltiples formas. La familia en plena forma: los optimistas También hay un conjunto importante de autores, para quienes los cambios que se pueden observar en las familias son signos de adaptación y desarrollo. Los cambios que han ocurrido y que continuarán ocurriendo en la familia son signos de una cualidad saludable y experimental de la familia al adaptarse a las condiciones de la sociedad moderna y de otras instituciones sociales. Conclusión La función clave de la familia es su habilidad para constituirse en red o soporte emocional de la persona y para las relaciones complementarias y satisfactorias. Se podría decir, desde el bando de los optimistas, que si bien los cambios en las formas familiares están aconteciendo de manera muy rápida en este final de siglo hay más divorcio, más cohabitación sin matrimonio, más padres/madres solteros/as, etc., y, en consecuencia, proporcionalmente menos familias «convencionales» y la legislación para facilitar el divorcio y el tratamiento de las parejas cohabitantes como casadas ha contribuido probablemente a esta situaciónno hay, sin embargo, una evidencia clara que sugiera que se esté evitando el matrimonio y la educación de los hijos, o que el ideal de una pareja felizmente casada con hijos no se encuentre entre las expectativas más añoradas de un gran sector de la población. Después de examinar las dificultades que plantea la definición de la familia, compartimos la idea de que no existe una única definición, o que la diversidad de la vida familiar no puede reducirse en una única definición. Más bien éstas dependen del marco teórico y de los planteamientos epistemológicos que asume el investigador, así como del contexto sociocultural en el que se encuentra.