La ciudad somos todos Gobernar la ciudad, desde una perspectiva interna, será gestionar con habilidad y liderazgo la red de actores urbanos, densificándola, tramándola y haciéndola crecer en la dirección deseada. La ciudad somos todos. Y el primer paso para una convivencia democrática es la institucionalidad de la ciudadanía. Es decir que todo ciudadano tenga derecho a vivir dentro de una sociedad abierta y disfrutar de ella sin dificultades. La desigual distribución de los recursos y privilegios de una sociedad origina consecuencias funestas dentro de la histórica vida urbana de la ciudadanía que muchas veces piensa que ya no tiene lideres en quien creer ni a partidos a quien pertenecer. La inmigración, la pobreza y la exclusión social son tres fenómenos que requieren de una sensibilidad ciudadana que se refleje en el gobierno municipal como ente integrador de la sociedad, cuyas políticas de gestión deben ser mas que participativas, valientes para afrontar los retos de una convivencia armónica en esta diversidad social. En esta economía mundializada, los sectores con más bajos recursos económicos y por ende con carencia de vivienda y salud añadidos a un déficit educativo generan desigualdades de convivencia que muchas veces ponen en peligro el régimen democrático, como un rechazo social a un gobierno municipal que no satisface sus necesidades. De ahí que dentro de un sistema mundial de ofertas y mercado se hace necesario pensar en lo local como el núcleo de la interacción participativa para ofrecer oportunidades de atención a sus necesidades. La ciudad es el ámbito adecuado para conseguir el objetivo de la convivencia intercultural e interclasista dentro de una ciudadanía pública compartida que posibilite el reconocimiento de sus derechos sociales. El mundo moderno ha ido propiciando la perdida de identidad colectiva de la comunidad urbana que a su vez ha producido sentimiento de inseguridad que repliega a los vecinos hacia la esfera de lo privado. Aislados e indiferentes a los problemas de los demás, lo que podríamos llamar “convivencia dentro de la soledad cívica”. Para conseguir la igualdad de oportunidades y luchar contra las discriminaciones hay al menos dos líneas de actuación. La primera poner en práctica políticas de participación y capacitación y por otro lado diseñar políticas que permita reducir el desigual acceso a los recursos. Mas cerca de la gente Uno de los objetivos de la gestión local tiene que ser la valoración de las iniciativas, los recursos y las capacidades de la población, para que contribuyan lo más eficientemente posible al desarrollo local. Para que ese esfuerzo constructivo sea integral hay que cumplir requisitos técnicos y legales. Esto pasa por que la sociedad civil esté informada y cumpla las leyes y reglamentos de la materia. Para lograr esos objetivos necesitamos masificar la información sobre las normas municipales y sus procedimientos. Es ahí donde nace el urbanito, como un programa especial que fomente la participación no sólo en la idea de pedir sino también en la acción de dar. Busca dinamizar y comprometer a una población que ve que sus propuestas han sido tomadas en cuenta por lo que se sentirán identificadas y dispuestas a trabajar conjuntamente, apoyándose e involucrándose, en las acciones conducentes al desarrollo de la comunidad. El trabajo participativo, como todo trabajo de campo y de gestión, tiene sus riesgos tanto dentro como fuera. Tiene que enfrentar a la apatía de mucha gente, tiene que enfrentar la desinformación de una comunidad que no se explica por qué no se le informa. Si bien la experiencia indica que la participación vecinal puede complicar las cosas, haciendo que éstas sean más lentas, también es cierto que tendremos más iniciativas para resolver los problemas de la manera más práctica, pues las personas que viven los problemas tienen ideas preconcebidas de cómo resolverlos. La labor del Programa Urbanito se circunscribe a actividades de coordinación de la gestión de los grupos organizados, desarrollar acciones tendientes a proyectos de inversión y de saneamiento con la comunidad misma y con la población en su conjunto. El Programa proyecta la ejecución de labores, previa coordinación con los representantes de los territorios vecinales municipales, elegidos por votación, y con los representantes de las organizaciones de base, organizados en diversas formas asociativas con fines de desarrollo y mejora de su sector. Su proyección es hacia los sectores urbanos informales, que de alguna manera desarrollan sus actividades, con la finalidad de orientarlos hacia el saneamiento de los inmuebles que ocupan y la regularización de las edificaciones consolidadas que allí han levantado. Ello va ha permitir incorporarlos a la formalidad en beneficio de la comunidad porque capitaliza sus posesiones así como permite ensanchar la base tributaria del municipio. Juntas Vecinales En el primer caso se hace necesario recuperar la noción de políticas de presencia, de participación en el espacio publico en relación con los grupos desposeídos de poder y personalizar la atención actuando de manera integral y coordinada sobre lugares y áreas territoriales. El gobernante debe estar mas cerca de la gente. La expresión de las juntas vecinales nos hacen reflexionar sobre el trato de la política local y la participación ciudadana permite no solo reducir los niveles de desigualdad sino a dar un tratamiento adecuado a las cuestiones de pobreza y de seguridad ciudadana. Es interesante poder contrastar los diferentes enfoques y estrategias que se viene poniendo en práctica y evaluar en aras de un buen gobierno capaz de integrar las diferencias y facilitar la convivencia de sus ciudadanos. La ciudadanía es el espinazo del orden social democrático de la modernidad, por esa misma razón infiere sentido de nuestra historia. La condición de ciudadano es el mayor logro de la civilización moderna. Eso presupone la fraternidad para pensar en lo público, identificar los problemas sociales y programar soluciones para mejorarlas. Es decir ni la filosofía política, ni la filosofía moral bastan. Es necesario hacerse también con una sociología de la fraternidad. De ahí que se hace necesaria la participación de la sociedad civil en espacios vacíos que muchas veces la clase gobernante ha manejado de manera indiferente. Ello marca también que tipo de líderes exige los tiempos actuales. La participación ciudadana es el cernidor que puede distinguir y evaluar las actividades sacrificadas o interesadas de nuestros gobernantes, cuya elección no siempre resulta la correcta y después sufrimos las consecuencias. La lógica de la descentralización es que municipalidades como institución pública mas cerca de la gente, deben poder solucionar conflictos para los cuales no siempre disponen de los recursos adecuados. Sin embargo un gobierno que no atiende las necesidades públicas no lo hace solamente por una insuficiencia presupuestaria, sino que las políticas participativas están condicionadas por dificultades que es bueno eliminar. Somos una comunidad global y para convivir debemos cumplir reglas equitativas y justas, que atiendan tanto a los pobres como a los demás y reflejen un sentimiento básico de decencia política y garantice un gobierno con justicia social. La planificación estratégica urbana La necesidad de sus ciudadanos y gobierno de dar respuesta a una serie de retos y nuevas situaciones que conviertan el territorio en un elemento básico de competitividad, obliga a que el buen funcionamiento de la ciudad ya no sea solo un campo de batalla entre diferentes opciones electorales sino que se convierte en parte del activo de todos. Es así como nace la planificación estratégica entendida en realidad más como una forma de gestión que solamente como una forma de planificación de la ciudad, donde los agentes sociales: vecinos, sindicatos, empresarios, administraciones, asociaciones, etc. pasan a ser sujetos activos de la transformación urbana. Su participación no es solo de consulta o deliberante, sino que toman parte del proceso de toma de decisiones y son responsables directos o co-responsables de la financiación y/o ejecución de determinados proyectos que son estratégicos para el conjunto de la ciudad. Esta participación activa de los agentes sociales obliga a pasar de una gestión pública donde no solo participan en el proceso de decisión los empelados públicos y las empresas especializadas sino también los consumidores, usuarios y beneficiarios del territorio. El plan estratégico de una comunidad urbana, formulado y monitoreado con amplia participación, es un instrumento genérico de gobierno de la ciudad cuando se parte de la premisa que ésta se compone de muchos actores interdependientes. Se trata de saber a dónde queremos ir, diseñar el camino, identificar los medios que cada actor debe aportar y poner en marcha un plan de acción. Pero resulta tanto o más interesante constatar que un proceso de planificación estratégica participativa, bien conducido, sirve además para generar un nuevo modelo de gobernabilidad urbana, un nuevo paradigma de gobernabilidad basado en la cultura de la colaboración en red, de la pro-actividad, de la participación activa, de la negociación transparente, etc. El proceso de planificación estratégica se ha revelado como un eficaz acelerador de la superación de los viejos modelos jerárquicos, basados en una supuesta autosuficiencia de la administración municipal, para dar paso a nuevos modelos de gobernabilidad urbana basados en el ”pacto de ciudad”, en la gestión de redes y en la cooperación público-privada. En la ciudad, la participación genera legitimidad y es escuela de ciudadanía. Las técnicas de planificación estratégica ven la ciudad como el espacio donde es posible construir consensos y compartir objetivos comunes, donde existe la posibilidad de polarizar las voluntades de los actores hacia objetivos globales declarados y deseables a través de métodos participativos. La participación (especialmente la participación orientada al consenso) es la mejor fuente de legitimidad de las políticas públicas en nuestras ciudades. Ello es un argumento más para asegurar la presencia del máximo de actores de la ciudad. Resulta de especial interés favorecer la articulación y si conviene la institucionalización de sectores que, siendo importantes, no están organizados. Es preferible tener el interlocutor en la mesa de negociaciones que un enemigo difuso e incontrolado escondido en cualquier rincón de la ciudad. Finalmente, y quizás lo más interesante, existen pruebas empíricas evidentes de que una metodología correcta de participación genera confianza e induce cambios de actitudes en los actores lo suficiente importantes como para que pueda hablarse de cultura de participación, cultura estratégica o cultura de colaboración. Una vez instalada, esta nueva actitud se reproduce y se expande. En este sentido, de forma muy acertada, muchas ciudades no hablan de plan estratégico sino de “Proyecto de Ciudad” “Agenda de Ciudad” o “Pacto de Ciudad”. El plan no es lo importante, es una simple herramienta, lo importante es el pacto. Son muchas las ciudades cuyo plan estratégico o pacto de ciudad ha superado con éxito grandes cambios de color político en el gobierno municipal, es decir, cambió el alcalde, cambió el partido político en el poder, pero se mantuvieron los criterios estratégicos que habían sido pactados. En cierta forma, podría decirse que esta capacidad de superación del ciclo electoral es la prueba de la calidad del pacto y de que se han pactado los comunes denominadores básicos de la ciudad, de que la comunidad urbana ha sabido seleccionar lo importante de lo accidental, lo estratégico de lo táctico. IDEAS FUERZA Cierto que una correcta administración municipal es condición sine qua non para un buen gobierno de la ciudad, pero no es suficiente. Cierto que la correcta prestación de servicios públicos (agua, residuos, limpieza, tráfico, fiestas populares, etc.) es imprescindible para el bienestar de la ciudadanía y el desarrollo económico. La potestad reguladora es básicamente reactiva y escasamente pro-activa. Cierto, además que el presupuesto municipal y su maquinaria administrativa son y han de ser un auxilio importante para “gobernar la ciudad”. Gobernar la ciudad, en síntesis, es convertirse en impulsor del cambio deseado en base a gestionar la red de actores locales. La gestión relacional puede definirse como el arte de maximizar sistemáticamente las relaciones de cooperación entre actores. Las redes espontáneas de relaciones adquieren en la ciudad notables sesgos espaciales, sociales y/o culturales. Las posibilidades de densificar la red y tramar más la vida civil en una ciudad, son muy grandes; la “reserva” de posibilidades de colaboración no explotadas es inagotable. Agregar nuevos miembros a una red o interconectar redes, genera grandes sinergias en la vida urbana. Las percepciones negativas entre actores poco relacionados son una importante barrera a la cooperación. El objetivo del líder influyendo en las percepciones no es imponer la suya, sino conseguir un ajuste mutuo entre las percepciones de los actores que les predisponga a la colaboración. En el mundo abierto y globalizado en que operamos las situaciones de enroque político resultan, tarde o temprano, suicidas. El plan estratégico no es ley, es pacto. La aprobación del plan es la firma de un pacto de ciudad. El método participativo es importante porque: otorga legitimidad a las propuestas, o da visión global de ciudad a los actores, o prepara y compromete a los actores para la acción, o genera cultura de participación y colaboración en red o es escuela de ciudadanía. El proceso de planificación estratégica orientado al Pacto de Ciudad es una gran operación ciudadana que, utilizando técnicas de gestión de redes, promueve un amplia participación de todos los actores urbanos y que da como resultado, además de la formulación de un plan, la maduración de un nuevo modelo de gobernabilidad urbana. El Pacto de Ciudad, firmado después de un sólido proceso participativo, es el mejor instrumento para superar las visiones de corto alcance que el ciclo electoral induce en los gobernantes. o