CIMIENTOS DE UNA ÉTICA PARA CONSTRUIR RIQUEZA (Compilación de textos) La construcción de riqueza requiere fundamentos éticos, y éstos pueden provenir de diferentes canteras o escuelas filosóficas entre las cuáles se pueden establecer formas de diálogo aunque en algunos aspectos sean incompatibles entre sí. La búsqueda del bien, del bienestar, de la comodidad, de felicidad y de placer intenso y siempre renovado, constituye una especie de atmósfera propicia para diversas posturas filosóficas. Al explorar estos fundamentos éticos, a donde apuntamos es a reflexionar sobre que la búsqueda del bien ético, incluída la riqueza, no es sólo espiritual, es corporal, sensible. No nos podemos librar de la sensación, sino por medio de la muerte. Y frente a la sensación corpórea, como el hecho de su negación, la muerte, hay un lastre de creencias y de ideologías que requieren decantarse en un modo de vida asumido éticamente. Requerimos abordar el edificio a partir del legado del pensamiento del siglo XX y de la reflexión paralela a la filosofía clásica, acerca de la prosperidad y el éxito. Pero también necesitamos revisar los cimientos. De las tradiciones éticas anteriores al siglo XX pudiéremos enumerar por un lado el hedonismo, el epicureismo, el sensualismo y por otra parte, el ascetismo, al estoicismo y el misticismo. Considerado como concepción o actitud práctica que hace del placer la razón de ser o la norma última de la vida, el hedonismo reviste diferentes formas según las varias etapas y estilos de civilización. Prolongando un progreso continuo, acelerada por la ambición de la ciencia y de la técnica, la civilización contemporánea ha generalizado los bienes de consumo e intensifica el gusto del vivir y la aspiración a la comodidad. Dentro de este clima universal de bienestar, que en sí no es incompatible con la ética, se manifiestan las formas de hedonismo siempre presentes en las épocas y regiones de abundancia y lujo. Implica el ascetismo, el estoicismo y el misticismo una protesta contra todo desenfreno que, poseído de disgusto por las miserias de la vida presente, aspira a librarse de ella lo más pronto posible y recomienda que se prepare la vida contemplativa mediante el ejercicio de las virtudes prácticas. El ascetismo, el estoicismo, el misticismo, y la filosofía neoplatónica lucharán en vano contra el dique insuperable de nuestra sensibilidad, elemento del cual no se puede ni debe prescindir en el concepto ético. Pero en su búsqueda dejan una estela de heroísmo en la lucha contra las impresiones sensibles perturban al justo en el cumplimiento de su deber. Dejan también el ascetismo, el estoicismo y el misticismo una propuesta a la vida contemplativa y el éxtasis hasta el punto de reivindicar históricamente el derecho al ocio, al descanso, sin caer en el extremo de despreciar las virtudes prácticas. Hedonismo, Epicureismo y Sensualismo En sentido estricto se define como hedonismo toda doctrina que considera el placer (hedoné en griego) como fin supremo de la vida. Sin embargo, la propia ambigüedad del concepto de placer hace que tal propuesta de estilo de vida pueda realizarse desde muy distintas perspectivas. Se formularon dos importantes teorías hedonistas en la antigua Grecia. Los cirenaicos, o hedonismo egoísta, abrazaban una doctrina en que la satisfacción de los deseos personales inmediatos, sin tener en cuenta a otras personas, se consideraba el supremo fin de la existencia. El conocimiento, de acuerdo con los cirenaicos, pertenece a las efímeras sensaciones del momento, y por lo tanto es inútil formular un sistema de valores morales donde la conveniencia de los placeres presentes es sopesada frente al dolor que pueden causar en el futuro. De forma diferente al hedonismo egoísta, los epicúreos, o hedonistas racionales, sostenían que el placer verdadero es alcanzable tan sólo por la razón. Hacían hincapié en las virtudes del dominio de sí mismo y de la prudencia. Estas dos corrientes sobrevivieron sin cambios trascendentales hasta los tiempos modernos. En los siglos XVIII y XIX los filósofos británicos Jeremy Bentham, James Mill y John Stuart Mill propusieron la doctrina del hedonismo universal, más conocido como utilitarismo1. De acuerdo con esta teoría, el criterio final del comportamiento humano es el bien social, y el principio que guía la conducta moral individual es la lealtad a aquello que proporciona y favorece el bienestar del mayor número de persona. En la antigüedad, la propuesta hedonista más importante es la de Epicuro y su escuela. En este punto es preciso tener cuidado pues podría parecer que Epicuro está a favor de una vida preocupada por conseguir variados e intensos placeres, especialmente los corporales. Sin embargo, pocos filósofos han 1 Utilitarismo (del latín, utilis, 'útil'), en el ámbito de la ética, la doctrina según la cual lo que es útil es bueno, y por lo tanto, el valor ético de la conducta está determinado por el carácter práctico de sus resultados. El término utilitarismo se aplica con mayor propiedad al planteamiento que sostiene que el objetivo supremo de la acción moral es el logro de la mayor felicidad para el más amplio número de personas. Este objetivo fue también considerado como fin de toda legislación y como criterio último de toda institución social. En general, la teoría utilitarista de la ética se opone a otras doctrinas éticas en las que algún sentido interno o facultad, a menudo denominada conciencia, actúa como árbitro absoluto de lo correcto y lo incorrecto. El utilitarismo está asimismo en desacuerdo con la opinión que afirma que las distinciones morales dependen de la voluntad de Dios y que el placer que proporciona un acto al individuo que lo lleva a cabo es la prueba decisiva del bien y del mal. defendido esa interpretación y Epicuro no es uno de ellos. Epicuro no recomienda buscar siempre y en todo momento el placer o rehuir el dolor. Su propuesta es más bien utilizar la razón para examinar de forma serena y cuidadosa el beneficio o el daño que se siguen de cada una de nuestras apetencias y acciones. Se trata de ser inteligentes en la búsqueda de placeres y en la evitación de dolores, de algo así como una“aritmética del placer”: hay que hacer un cálculo de los placeres y los dolores que se siguen de la realización de un deseo. Los placeres más valiosos son los puros o no mezclados con dolores, y no se pueden identificar con placeres momentáneos sino con los que comprometen estados duraderos del alma. Como consecuencia de la valoración racional de los placeres y los dolores, el epicureísmo acabó recomendado los “placeres del alma” (como la conversación entre amigos), antes que los “placeres del cuerpo”, y una vida de moderación en las pasiones (ataraxia). El criterio ético que permite discernir el hedonismo, es reconociendo el sentido positivo del placer dentro de una visión racional de equilibrio y desarrollo de la persona y especialmente en la concepción sobre el recto uso de las cosas de la tierra de una auténtica visión del amor en todas sus dimensiones espirituales y sensibles, frente al hedonismo entendido como simple «culto del placer». Ajeno a todo dualismo maniqueísta, el placer tiene un sentido positivo en el uso de las cosas aunque debe estar moderado por la razón. Se trata de una doctrina filosófica basada en la supresión total del dolor de sus vidas. El hedonísmo posee subcorrientes extremas, como es el caso de los epicúreos. Bajo el término general de hedonismo se ha tendido a agrupar a diversos pensadores separados, en realidad, por notables diferencias. Se distinguen básicamente dos formas de hedonismo, el ético y el psicológico. Una acertada definición del primero la ofreció Richard B. Brandt, uno de los filósofos modernos que mayor atención dedicaron a este tema, quien afirmó que ¿una cosa es intrínsecamente deseable (indeseable) si y sólo si y en la medida en que es placentera (no placentera)?. Por lo que se refiere al hedonismo psicológico, son varias las doctrinas existentes según la determinación temporal del placer. La teoría del placer de los fines o ¿hedonismo psicológico del futuro? sostiene que el placer personal es el único fin último de una persona. En el siglo XIX el hedonismo adquirió un enfoque político liberal, propuesto por Jeremías Bentham, según el cual los individuos guiados por su egoismo buscan su propio placer y evitan el dolor, es deber del estado procurar que los individuos alcancen su propio placer, bajo la concepción de que la sumatoria del placer de los individuos es el bien común. En un sentido más restringido, el hedonismo se diferencia del utilitarismo, fundamentalmente, porque el primero cifra el bien en el placer individual, mientras que el segundo afirma como bien sumo el placer, el bienestar y la utilidad sociales; el hedonismo tiene carácter individualista, el utilitarismo es de índole socialista (en el sentido etimológico de la palabra). Dentro del hedonismo en sentido estricto se pueden distinguir dos formas del mismo, de acuerdo con los dos significados que tiene el término placer. Éste designa, ya el placer sensible o inferior, ya el placer espiritual o superior. En consecuencia, habrá dos formas de hedonismo, llamadas hedonismo absoluto y hedonismo mitigado, o eudemonismo. 2 Las líneas que estructuran el hedonismo absoluto son las siguientes: 1) El placer es el bien, el dolor es el mal (Sexto Empírico, Adversus mathematicos, VIII,199). 2) Dentro de los diversos placeres tiene supremacía el sensible (Diógenes Laercio, II, 90); se admite la existencia de placeres del espíritu, pero la naturaleza de sumo bien es propia de los placeres sensibles, dado que la intensidad de éstos es muy superior a la de aquellos. 3) En el seno del placer sensible, únicamente hemos de buscar el placer presente (paron pathos), ya que el pasado se ha destruido y no existe, mientras que el futuro es dudoso y no sabemos con certeza si será (Ateneo, XII, 544). 4) La misión de la virtud en este sistema es exclusivamente la de elegir, entre los posibles placeres presentes que estén ante nosotros, el más intenso. Tal es el papel que Aristipo otorga a la fronesis, la prudencia. 5) La única superación de este radical hedonismo se halla en la afirmación de Aristipo de que el hombre sabio y prudente, aunque busque y desee el placer, lo domina y no llega a estar esclavizado por él: «tengo, no soy tenido» (Diógenes Laercio, II, 75). Es la postura que permite ver un atisbo de racionalidad en el hombre hedonista. Hedonismo mitigado. Sostiene que el placer es el bien del hombre, pero da una clara preferencia al placer espiritual sobre el sensible. Es la doctrina ética de Epicuro (v.) y los epicúreos (v.). Sus puntos fundamentales son: 1) Primacía del placer espiritual sobre el sensible, de la chara sobre la hedone. 2) Distinción, dentro del placer, entre el de movimiento y el de reposo. El primero se produce al satisfacer una necesidad, un deseo; el segundo, al haber eliminado todas las apetencias. El hedonismo mitigado da más valor a este último. Por ello dirá Epicuro: «Si quieres hacer rico a Pitocles, no aumentes sus riquezas, sino disminuye sus deseos» (H. Usener, Epicurea, Leipzig 1897, 135). 3) Determinación de una aritmética del placer sobre las siguientes reglas primordiales: a) aceptar el placer presente, si no produce un dolor ulterior más intenso; b) rehuir el dolor presente que no pueda producir en el futuro un placer más intenso; c) aceptar un dolor presente que origine un placer futuro más intenso; d) rehuir un placer presente que lleve aparejado un dolor futuro de mayor intensidad. La búsqueda del placer en esta forma de hedonismo no se limita a la 2 www.100cia.com/Enciclopedia/ Hedonismo ciega consecución del placer presente; se establece un principio de racionalidad, al hacer intervenir en el deseo del placer la moderación que puede suponer la previsión del futuro. 4) La misión de la virtud dentro de este hedonismo queda limitada a una prudente regulación de la conducta humana, encaminada a facilitar la aplicación en cada caso concreto de esa aritmética del placer. Tal es la misión que Epicuro asigna a la fronesis, la prudencia. 5) Basado en estas directrices morales, el hombre podrá alcanzar su fin último, que para el hedonismo mitigado es la ausencia de dolor (aponia), que nos dará la tranquilidad de ánimo (ataraxia), en lo que radica la felicidad (eudaimonia). Ascetismo, estoicismo, misticismo La ética consumista pudiera ver el ascetismo hoy como una posición extremista, irrazonable e innecesaria. Sin embargo, el rechazo a la inmoderación y a la intemperancia en la satisfacción de las necesidades, el lujo superfluo, el reducir la vida a la consecución del placer, pudiera llevarnos hoy a reivindicarnos con propuestas ascéticas. En sentido estricto se define como género de vida caracterizado por una sobriedad extrema en la satisfacción de las necesidades, por una renuncia máxima, dentro de lo posible, a todos los bienes con el fin de alcanzar un ideal moral o religioso. (del griego áskhtikóç: que se adiestra). Suele presentarse con un tinte señaladamente espiritualista, por cuya razón se presumía que se debían sólo contrariar las necesidades, apetitos e instintos del cuerpo. En la Grecia antigua, se llamaba en un principio ascetismo al ejercicio de la virtud. El ascetismo es un elemento importante del budismo y el brahmanismo. En los primeros siglos del cristianismo, se daba el nombre de ascetas a quienes hacían vida solitaria, dedicados a flagelarse, ayunar y rezar. Durante el período de la Reforma, cambió el ideal ascético de los primeros tiempos del cristianismo y de la Edad Media. El protestantismo propugnó un «ascetismo mundano». Los primeros movimientos campesinos y obreros exhortaban al ascetismo, lo cual constituía una manera de protestar contra el lujo y la ociosidad de las clases dominantes. Como sistema filosófico preceptúa al hombre, no dirigir sus necesidades a una satisfacción morigerada, subordinándolas a la razón y al deber, sino contrariarlas enteramente, o por lo menos oponerse a ellas hasta el límite que consientan las fuerzas propias. Aspira, fundada en el menosprecio del cuerpo, a asegurar, por medio de los sufrimientos físicos (especie de reacción curativa o recurso terapéutico), el triunfo del alma sobre los instintos y las pasiones. La moral ascética es la apoteosis del subjetivismo, pues, aunque aparenta fundarse en principios objetivos u ontológicos, concibe estos principios por medio de una inducción analógica tocada del vicio del antropomorfismo. Puede distinguirse desde luego, teniendo en cuenta el alcance de los principios que abstractamente concibe el sujeto, el ascetismo hijo de concepciones exclusivamente racionales, encaminadas a desenvolver todas las energías del alma, emancipadas de la servidumbre abstractamente supuesta del cuerpo y de la naturaleza exterior (ascetismo metafísico o filosófico, el propio de toda la Edad Antigua), del que se funda en el dogma de la expiación y que sólo toma como objetivo apaciguar la cólera divina por medio de sufrimientos y privaciones voluntarias (ascetismo teológico o religioso, el propio de toda la Edad Media) y también del ascetismo, que huye, tocado de cierta nostalgia y hastío de la vida sensible, del comercio social y que se inspira en determinadas concepciones empírico-inductivas de la realidad (ascetismo cosmológico o pesimista, que reproduce como eco lejano del antiguo Nirwana). El ascetismo tiene un abolengo muy dilatado. En la India, casi todas las cosmogonías recomiendan la vida contemplativa y estiman la meditación y el éxtasis como condiciones superiores a las que se revelan al contacto de la vida práctica, cuyas impurezas degradan. Pero donde adquiere relieve innegable el ascetismo filosófico es en Grecia. Se hallan los primeros gérmenes del ascetismo en la Filosofía de Pitágoras, que recomienda la purificación del alma. Sus mitos y símbolos y aun la existencia algo misteriosa de la asociación pitagórica respetaban en los animales el principio de la vida, erróneamente confundido con el principio espiritual, e imponían a sus adeptos la abstinencia de la carne y hasta de los vegetales, cuando recordaban a la imaginación algún ser vivo. Recomendaban además los pitagóricos el sacrificio de la voluntad, y su silencio proverbial era condición y a la vez resultado de su vida contemplativa. Para los pitagóricos, en el esfuerzo que el hombre debe emplear para conseguir la sabiduría o la virtud, consiste la purificación del alma. La escuela cínica y especialmente su fundador Antístenes aspiran a emancipar al hombre de las leyes de la naturaleza y a hacerle independiente de la sociedad, menospreciando los afectos de la familia y el amor de la patria, exaltando el subjetivismo individual y desviando al hombre de la vida práctica. Los estoicos completan el principio de Antístenes, refiriéndolo a su sistema general filosófico y exponiendo el ascetismo con un carácter lógico, que ha hecho tradicional la significación de la llamada pasividad estoica, o lo impasible de la razón a todas las variaciones inherentes a la vida práctica. La insensibilidad absoluta que los estoicos recomiendan frente a todos los males y todos los bienes de la vida, su menosprecio de los actos exteriores y su indiferencia de los intereses terrenos sobreexcitan el sentimiento de la personalidad subjetiva, declarando que ésta debe ser independiente de sus semejantes y del mundo exterior. Evitando los lazos con unos y con el otro, el ascetismo queda establecido desde luego como doctrina moral que se deriva del sentido general de su concepción filosófica. De un valor inestimable para el Estoicismo la naturaleza humana, entiende Zenón que la virtud se basta a sí misma, que encuentra en sí su propia satisfacción. Gratuita est virtus, virtutis prœmium ipsa virtus. La voluntad concentrada en sí sufre la necesidad universal y se abstiene de lo que es contrario a esta necesidad: Sustine et abstine. Contra las vicisitudes exteriores, azares de la fortuna o imposiciones del hombre, opone la voluntad su propio esfuerzo que, en medio de los tormentos y de la muerte misma, se siente más noble que el que mata y triunfa. Pero donde llega al desarrollo más completo el ascetismo es en la Escuela de Alejandría. Al ideal propio de la vida humana, la acción, el movimiento, la variedad en la unidad, opone el Neoplatonismo la unidad abstracta y vacía de la nada. Plotino prescinde por completo de la sensibilidad (sensación o sentimiento) y hace residir la dicha en la perfección del ser. Tiene esta doctrina semejanza evidente con la de los estoicos, y a ellas o a ambas puede referirse también la de Fichte. Tiene razón el Neoplatonismo de Plotino (y con él Fichte) cuando desecha la sensación y el sentimiento como base de la felicidad, que requiere un fundamento superior; pero lo que desconoce u olvida es que toda virtud y toda perfección producen necesariamente su eco en la sensibilidad, indivisible en la comunidad de vida de todas nuestras energías. El ascetismo moderno, que representa principalmente Schopenhauer, es cosmológico. Para Schopenhauer «la Metafísica es la Cosmología» (todo lo físico es metafísico) y el todo, la colectividad, el altruismo (désele el nombre que se quiera) sustituye a la dogmática y fe cristianas. La esperanza lejana del ascetismo cristiano, el giro a larga fecha, en que se sacrifica la vida presente a la consecución de la futura, eterna y perdurable, están suplantados en este ascetismo cosmológico por un menosprecio constante e inalterable de todo lo individual y fenomenal, llegándose a divinizar en cierto modo la colectividad, donde hemos de encontrar, no en concepción antropomórfica vida semejante a la actual, sino anulación de todo lo que es origen de mal y absorción en el seno de esa misma colectividad, con un descanso y negación del ser fenomenal, que no tienen límite. Reconociendo, dice Schopenhauer, la vacuidad del destino humano que no se plenifica con destino ulterior (de donde se engendra el dejo pesimista y el acento de nostalgia y hastío, que caracterizan el pensar y sentir contemporáneos), la voluntad humana se someterá al descanso mediante la realización intelectual de lo que une el conjunto (idea del todo). La renuncia de nuestros propios fines implicará la del deseo de vivir (anulación de la vida práctica), que es lo que representa el ascetismo. Supone éste, en primer término, la negación del apetito sexual, después con los ayunos y mortificaciones de la carne, la de la vida individual, que ciegamente busca placeres ilusorios, y por último la caridad que obliga a prescindir de sí mismo y de su vida para ocuparse sólo de los sufrimientos de los demás. Caracteres diferenciales de mayor o menor alcance tiene la ascética moderna comparada con el Pesimismo de Schopenhauer; pero su nota más saliente, hablando siempre de la producida fuera de las vías católicas, es que dimana no de una dogmática religiosa o de una fe, sino de una concepción empírico-ideal del mundo, que puede y debe ser considerada únicamente como una síntesis prematura. Si en el orden especulativo o intelectual estas teorías son síntesis prematuras, cuya justificación espera siempre su última palabra de los innegables progresos de las ciencias naturales; si se hallan en el aire, porque su base terrenal y empírica es susceptible de indefinida ampliación, y finalmente si pensamiento y vida, en esta tendencia a secularizarse emancipándose de toda imposición dogmática, aún buscan con voraz diligencia brújula y derrotero por donde dirigir y encaminar la especulación; fácilmente se concibe cuán deleznables serán estas bases, que en el orden especulativo no se justifican, cuando se pretende que sirvan de sostén y soporte al orden práctico, más complejo y menos simple que aquél. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Cicerón Marco Tulio De lo Fines, de lo Bueno y de lo Malo, Libro Versión en español de Sergio Sotomayor Prat, en www.atomicswerve.net/jardin/finibus/index.html Primro (106-45 BC) Anderson Eric, El Hedonismo y la Vida Feliz, La teoría epicúrea del placer, en http://www.atomic-swerve.net/jardin/hedonismo.html El Hedonismo y la Vida Feliz: La teoría epicúrea del placer Por Erik Anderson (Traducción al español de Sergio Sotomayor Prat). Ver: http://www.atomic-swerve.net/jardin/hedonismo.html Epicuro de Samos (341-270 AC) es aclamado universalmente como el filósofo campeón del hedonismo, pero su real visión sobre el tema del placer no es comúnmente comprendida. Muchos historiadores medievales lo representan como un glotón licencioso, mientras que muchos de los modernos lo describen como un predicador de "placeres con moderación", o incluso como un asceta. Ninguna de estas representaciones es correcta. Sin embargo, la doctrina que él enseñó hace largo tiempo en su jardín en Atenas es igualmente inspiradora y convincente aún en nuestros días y, por tanto, digna de nuestra investigación. Epicuro abogaba por una vida de continuo placer como clave para la felicidad—el objetivo de sus enseñanzas morales. Su gran perspicacia para satisfacer este fin consistía en identificar el límite de nuestra habilidad para experimentar el placer en cualquier momento. Él estipuló que a partir de un determinado nivel máximo no es posible que el placer tenga un incremento de intensidad, aunque es probable que las sensaciones que sostienen este dichoso pináculo del placer varíen continuamente. Él denominó a esta experiencia punta como ataraxia—palabra griega que significa "imperturbabilidad". Esta es una importante definición, toda vez que la noción de placer es comúnmente concebida como la de algo que excita los sentidos—pero este no es siempre el caso. Epicuro clasificó a los placeres sensuales como placeres en movimiento; ellos nos mueven a su vez hacia otro tipo de placer: el estado de ataraxia, que es placentero por sí mismo. Él no urgió a sus estudiantes a embarcarse precipitadamente en una persecución interminable de la estimulación transitoria, sino más bien en la búsqueda de una saciedad perdurable. Esta propuesta no significaba desestimar la sensualidad como vicio, sino establecer, más bien, la relación adecuada entre los tipos de placer. Para Epicuro la presencia del placer es sinónimo de ausencia de dolor, o de cualquier tipo de aflicción: el hambre, la tensión sexual, el aburrimiento, etc. El proceso de eliminar estos problemas ciertamente conlleva placeres sensuales, Epicuro una vez escribió: "Yo no sé cómo puedo concebir lo bueno, si elimino los placeres del gusto, y elimino los placeres del amor, y elimino los placeres del oído, y elimino las emociones placenteras causadas por la visión de una hermosa forma". Sin embargo, por más estimulante que sea este proceso, se trata sólo de un medio para perseguir un fin: la satisfacción. Considerar esta persecución como un fin en sí mismo, por contraste, inevitablemente nos conduciría a las ansiedades de la adicción. "Ningún placer es algo malo en sí", Epicuro continua diciéndonos en sus Doctrinas Principales, "pero los medios que producen algunos placeres conllevan alteraciones que muchas veces son mayores que los mismos placeres". Para ayudar a la especie humana a escoger sabiamente sus placeres, sabemos que Epicuro escribió un libro titulado "Sobre opción y abstinencia", pero este manuscrito no ha llegado a nosotros. Afortunadamente, sí contamos con otros trabajos suyos (junto con los comentarios de otros seguidores del epicureísmo a través de la historia), suficientes para capacitarnos en la reconstrucción de sus buenos consejos. Una máxima que ha llegado hasta nosotros, tomada de las Doctrinas Principales, sirve como buen punto de partida: "Entre los deseos, algunos son naturales y necesarios, algunos naturales y no necesarios, y otros ni naturales ni necesarios, sólo consagrados a la opinión vana". Nuestra disposición hacia cada uno de estos casos determina si estamos aptos para intensificar o minar nuestra felicidad a través del tiempo. La clase de los deseos "naturales y necesarios" es la de aquellas ansias que necesariamente conducen a mayores penas si no son satisfechas; sin embargo, en circunstancias normales, ellas pueden ser satisfechas de manera más bien fácil. Estas incluyen nuestras necesidades físicas básicas—principal entre ellas está la alimentación (con respecto a esto, Epicuro escribió su epigrama de mayor notoriedad: "la felicidad comienza en el estómago", un dicho que originó la imagen de Epicuro, históricamente imprecisa, como conocedor culinario y dio origen a que en el idioma Inglés se acuñase la palabra "epicure" para referirse a una persona de gustos refinados, especialmente en el comer y el beber). La salud, el abrigo y el sentido de seguridad también pertenecen a esta categoría. La clase de deseos "naturales e innecesarios" son aquellas ansias que no necesariamente conducen a mayor sufrimiento si no son satisfechas, aunque, una vez más, su satisfacción pudiera obtenerse fácilmente. Estos apetitos son aquellos de naturaleza recreativa: la gratificación sexual, la conversación placentera, las artes, los deportes, los viajes, etc. Finalmente, la clase de deseos "innaturales e innecesarios" corresponden a aquellas ansias que no necesariamente conducen a un mayor sufrimiento de no ser satisfechas, antes bien se materializan al precio de una carga permanente, tal es el caso de la fama, el poder político, la riqueza extraordinaria y otras ambiciones que conllevan los atavíos del prestigio. Al tratar con cada una de las clases de deseos, Epicuro recomienda las siguientes estrategias: [1] Deberíamos intentar satisfacer los deseos necesarios de la forma más económica posible. Así, una dieta predominantemente simple y nutritiva satisfará el hambre y la salud, una morada modesta puede adecuadamente proveer bienestar físico, y las buenas amistades mucho servirán para ayudarse mutuamente en tiempos de infortunio. El estudio de la naturaleza del universo, de forma tal que podamos confiadamente rechazar los absurdos de las supersticiones, es también esencial para mejorar nuestro sentido de seguridad. [2] Nuestra eficiencia al enfrentar lo anterior nos da más libertad y recursos para explorar la gran variedad de deseos "naturales e innecesarios". Podemos perseguir esto hasta la satisfacción de nuestro corazón, es decir, hasta el punto del placer máximo — pero no más allá, no sea que interferamos con nuestros objetivos establecidos en [1]. Por ejemplo, nunca deberíamos arriesgar nuestra salud, nuestras amistades, nuestras finanzas o nuestra condición legal por perseguir un deseo innecesario. Ante tal coyuntura lo mejor es desviar nuestra atención hacia algún otro deseo en esta abundante categoría a fin de no admitir que nuestros placeres se mezclen con las perspectivas de un sufrimiento futuro. [3] Finalmente, llegamos a los deseos "innaturales e innecesarios", para los cuales el consejo de Epicuro es inequívoco : deberíamos evitarlos por completo. El placer producido por la satisfacción de deseos innaturales es demasiado efímero para ser digno de nuestra persecución cuando se les compara con el largo alcance de los respectivos costos. Podemos, por ejemplo, paladear los logros de la fama; sin embargo, en nuestro siglo ya lo sabemos, aunque duren sólo quince minutos luego puede que tengamos que soportar a los cazadores de noticias por un larguísimo tiempo. El poder político atrae a usurpadores y asesinos; la riqueza opulenta atrae a ladrones y políticos (o a los recolectores de impuestos). No es novedad alguna que una máxima epicúrea sentencie: "¡Vive en el anonimato!". Aunque buena cuantía de este consejo parezca del más mínimo sentido común, ¿cuántos de nosotros hemos tratado muy a menudo de vivir fuera del sentido común: conduciéndonos más allá de nuestros medios, actuando en contra de nuestro buen juicio para cubrir las apariencias, convirtiéndonos en alcohólicos, trabajólicos, adictos a la comida chatarra — aunque lo "sabemos bien"? Hay una gran cantidad de moralistas que nos imploran que conduzcamos nuestros asuntos más sabiamente, pero somos propensos a rechazar sus métodos: ellos condenan nuestro deseo natural por el placer como pecaminoso, y luego continúan encasillando la moralidad en términos de intereses abstractos de la "sociedad", o por los obscuros edictos de una deidad invisible. Cuando nos ajustamos a este camino, ¿estamos más inclinados a someternos o a rebelarnos a ese consejo, ante la exasperación del momento? El mensaje epicúreo, sin embargo, con su enfoque sobre el placer como base natural de la moralidad, tiene más fuerza para resistir. Cuando un epicúreo contempla el placer lo hace ponderando más ampliamente el cómo lograr que éste se maximice. Él puede abstenerse de ciertos placeres, pero actúa así para ganar aún más placer en el futuro, de manera alguna para desechar el placer en sí mismo. Es más, cualquiera de nosotros puede entrar en contacto con nuestros sentimientos en cualquier situación, si nos molestamos en hacer una pausa en busca de un momento de introspección — todos estamos calificados para convertirnos en nuestros propios intérpretes morales. En el antiguo mundo del Mediterráneo, la filosofía epicúrea ganó un sinnúmero de adherentes. Fue una escuela de pensamiento muy prominente por un lapso de siete siglos después de la muerte de Epicuro, pero, subsiguientemente, fue forzada a una virtual inexistencia ante la violenta embestida de la Edad Media. Fue durante ese sombrío período de la historia cuando la especie humana desacreditó, perdió y destruyó la mayor parte de los escritos de Epicuro. Hoy, contrariamente, al rayar el alba de la era de la información, las remanentes doctrinas epicúreas están disponibles en todo el mundo a través de Internet, en documentos interconectados con el nuevo formato de hipertexto. El ideal de felicidad en virtud de los placeres perpetuos puede nuevamente llegar a ser prominente. (www.epicurus.info, sitio conducido por Eric Anderson, en inglés)