Kant. El esquematismo. La imaginación productiva Jacinto Rivera de Rosales Guía de la Crítica de la razón pura. UNED, 1992 En la reflexión kantiana nos hacemos conscientes de la elaboración imaginativa que está a la base de toda interpretación y de toda cultura, incluso de los conceptos más científicos. Esto hará fortuna en el primer Fichte y en los románticos, para pasar después a ser exagerado y distorsionado, a pretenderse que todo es ilusión, máscara, pura metáfora engañadora. El criticismo se opone tanto al dogmatismo que quiere fundar la verdad en la cosa en sí, en un punto de vista divino, como al escepticismo, el cual, dándose cuenta de que no es posible alcanzar ese punto de vista, piensa entonces que sólo nos queda la subjetividad empírica, o la creación ilusoria de nuestras representaciones. Filosofando a la altura del hombre, la imaginación productiva no es engaño, sino posibilidad de conciencia y vida, nos dice Fichte, pues ella nos proporciona la única verdad posible. La diferencia entre imagen y esquema la podemos apreciar también cuando Kant nos dice que el esquema de construcción de un triángulo es válido para todo triángulo, mientras no sucedería así con la imagen de un triángulo, la cual sería necesariamente de una clase concreta… El esquema sería aquello que nos permite formar y reconocer como unificables distintas imágenes de una misma clase de objetos, de un mismo concepto. Tenemos así una gradación: Concepto –– esquema ––imagen–– multiplicidad de lo sensible (de un objeto concreto) Salto de concreción o salto de abstracción, según vayamos a la derecha o al izquierda de esta gradación. Un momento diferente y creativo en la interpretación objetiva del mundo. […] El esquematismo es “un arte escondido en las profundidades del alma humana, cuyo verdadero manejo difícilmente lograremos sacárselo a la naturaleza y ponerlo al descubierto ante nuestros ojos”, pues es una función de la que raras veces llegamos a ser conscientes”. La razón de ello es que hemos olvidado ese momento creativo y de configuración de sentido porque ya lo repetimos mecánicamente, apoyados ya en el la idealidad abstraída y seca del concepto que en el esfuerzo vivo e imaginativo. Juicio reflexionante: Del esfuerzo imaginativo somos más conscientes en la acción que Kant denomina “juicio reflexionante” (KU), cuando aún carecemos de concepto bajo el cual subsumir algo que se nos presenta y que no comprendemos qué pueda ser, o sea, cuando se nos parece la realidad de lo otro sin suficiente mediación interpretativa, incluso a veces como algo siniestro e inquietante. La imaginación está cerca de la sensación, del sentir y del sentimiento. Lo captamos en el placer o alivio cuando lo logramos subsumir bajo un esquema y regla interpretativos y sabemos entonces a qué atenernos. El placer de la conquista de sentido. (Cuando se nos aclaran y armonizan las ideas después de un largo estudio). En este último caso, solemos conceptualizar dicho esfuerzo imaginativo y sus reglas o esquemas de síntesis convirtiéndolo en método). […] Este juego de la imaginación se nos hace más patente en la experiencia estética, por ejemplo, ante un hermoso paisaje, por donde la vista vaga sin rumbo, sin la sujeción de un concepto determinado. O en la inadecuación de lo sublime respecto a las capacidades de la imaginación. Y su acción en cuanto imaginación productiva se nos muestra más aún en la creación del artista; allí su síntesis es una obra (de arte) y no una mera regla ideal de comprensión, una síntesis cuya unidad no puede ser repetida ni abstraída conceptualmente, expresando en su concreción y exposición simbólica una riqueza inagotable e irreductible a conceptos, “que hace pensar más de lo que se pueda decir con palabras en un determinado concepto”. El gozo estético de lo bello procede de la imaginación, que configura y produce formas habituales. Pero, mientras que en lo estético las formas son propiamente individuales, en el ámbito objetivo y teórico nos esforzamos por conseguir esquemas repetibles, conceptualizables, a fin de facilitarnos la tarea de ordenar y dominar técnicamente el mundo. […] Frente a la inmensidad del objeto sublime que me sobrepasa, yo siento la pequeñez de mi yo empírico, pero a la vez la grandeza y el destino de superior (moral) de mi yo originario, por lo cual resulta ser un modo estético de comprender esa diferencia que aquí se ha establecido sólo desde el ámbito teórico. Originariamente soy autoconciencia, apercepción transcendental, idealidad por la que sé que soy y sé que conozco y pienso; pero además sé, gracias a la conciencia moral, que soy libre, volente, fuerza o realidad originaria, según lo estudia la KpV. […] Frente a la incalculable extensión espacio–temporal de la naturaleza (“el cielo estrellado ante mí”), que supera mi imaginación en su intento de captación objetiva y sensible, yo comprendo, con un sentimiento agridulce, que Kant denomina sublime matemático, la aún más ilimitada idealidad de mi pensamiento, de mi razón. Y ante la fuerza desatada de algunos sucesos naturales (cataratas, aludes, volcanes, tormentas, etc.) yo siento la pequeñez de mi fuerza física, pero, a la vez la grandeza moral de mi realidad originaria y libre, llamada a darse a sí misma su propio destino (sublime matemático). […] Kant se dio cuenta entonces que el espacio y el tiempo no bastaban para unir lo múltiple, pues ellos mismos lo son, sino que era necesaria una acción transcendental, una síntesis de las percepciones a cargo de la imaginación productiva; es decir, que la sensibilidad nos proporciona sólo un caos de sensaciones y es necesario interpretarlas según esquemas. “Que la imaginación es un ingrediente necesario de la percepción misma, en eso no ha pensado aún ningún psicólogo. Ello se debe en parte a que se ha limitado esta facultad sólo a las reproducciones [o sea, sólo se había descubierto la imaginación reproductiva o empírica, pero no su función transcendental], y en parte porque se pensaba que los sentidos no nos proporcionan sólo impresiones hace falta algo más, a saber, una función que las sintetice” (KrV A 120, nota). […] En la reflexión kantiana nos hacemos conscientes de la elaboración imaginativa que está a la base de toda interpretación y de toda cultura, incluso de los conceptos más científicos. Esto hará fortuna en el primer Fichte y en los románticos, para pasar después a ser exagerado y distorsionado, a pretenderse que todo es ilusión, máscara, pura metáfora engañadora. El criticismo se opone tanto al dogmatismo que quiere fundar la verdad en la cosa en sí, en un punto de vista divino, como al escepticismo, el cual, dándose cuenta de que no es posible alcanzar ese punto de vista, piensa entonces que sólo nos queda la subjetividad empírica, o la creación ilusoria de nuestras representaciones. Filosofando a la altura del hombre, la imaginación productiva no es engaño, sino posibilidad de conciencia y vida, nos dice Fichte, pues ella nos proporciona la única verdad posible.