Juventud (des) extasiada Álex Covarrubias Valdenebro* En verdad dignos de toda atención los resultados sobre adicciones entre jóvenes universitarios del estudio del IMSS conducido por ese gran amigo e inquieto doctor que es Manuel Alberto Santillana. Recordemos los números gruesos. En la Universidad de Sonora 12% de los estudiantes consume mariguana u otro tipo de drogas. Por cuanto al consumo del alcohol, 40% de los hombres y 20% de las mujeres le entran con fruición. Por otro lado, tiene razón mi colega Guillermo Noriega. Los datos no deben usarse para hacer leña de la Unison. Sería un torpe desperdicio. Deben en cambio servirnos para reflexionar por lo que dicen respecto a los comportamientos de los jóvenes en general. ¿Son diferentes los comportamientos respecto a adicciones de los estudiantes de otras universidades públicas, como el ITH, el Cesues o la UTH? ¿Difieren de los de universidades privadas, como el Itesm, la UNO y la Kino? Mi percepción es que no. En un descuido nos llevamos la sorpresa de que hay más adicciones entre cualquiera de estos grupos. Más aún, si estos son los números de los jóvenes universitarios, ¿cuáles son los de los jóvenes fuera de las aulas? ¿y qué tal los de otros niveles educativos, como los de preparatoria y secundaria? Todo esto tendrán que responderlo sucesivos estudios. Para aquellos que siguen sin entender cuál es el valor de las ciencias sociales, son ellas en conjunción con ciencias de la salud y otras disciplinas las que nos deben situar estas problemáticas específicas dentro de cada grupo social. No sólo eso. Nos deben decir qué y cómo hacer para encarar con éxito los tales problemas. Dicho esto quisiera llamar la atención sobre otro dato revelado por el estudio. 40% de los estudiantes, en particular las mujeres, revelan sentirse deprimidas. O padecen depresión. Sobre semejante hecho no se ha comentado mucho, pero en verdad es una cifra alarmante. Tradicionalmente es típico que los jóvenes en general, y los estudiantes en particular, se sienten deprimidos de vez en cuando. Insatisfechos con la vida, agobiados por el presente, tristes con sus logros (en la escuela, en el hogar o en sus relaciones personales), en algún punto el futuro les resulta agobiante. Los estudios internacionales de comportamiento social, válidos para la mayoría de los países, nos indican que alrededor del 10% de los hombres y 20% de las mujeres jóvenes experimentan depresión (en Alloy y otros, por ejemplo). Sabemos también que estas cifras se han disparado grandemente en los últimos años. Pero lo que venimos a aprender es que en el caso de Sonora una elevadísima proporción los jóvenes universitarios están bajo depresión. Aunque el problema de las adicciones es serio, este asunto de la depresión va mucho más lejos pues estamos frente a estados emocionales que paralizan, aíslan y cubren de desesperanza la vida de quien los padece. Las adicciones de los jóvenes no debieran sorprendernos, por lo demás. En una cultura de adultos cínica como la nuestra, en donde se promueve el consumo de alcohol como símbolo de status y el narcotráfico es sinónimo de salida a una realidad sin empleos, empresas ni empresarios, los jóvenes son imitadores cautivos. En Sonora en particular la promoción del consumo de alcohol no tiene par –con las conductas machistas proviniendo del estereotipo del ranchero requintado, ensillado, mujeriego y tomador, perfectamente prefiguradas en una de las cantinas más grandes del País como lo es la Expogan. Las adicciones fomentan la depresión. De manera que es posible que muchos de los jóvenes que se dicen deprimidos sean empujados también por un pertinaz consumo de alcohol o drogas que los dejan con sentimientos de inutilidad y fracaso sin remedio de vez en vez. Dos de los sentimientos más corrosivos de la depresión. Pero la relación es también a la inversa. La depresión fomenta las adicciones. De manera que es posible que muchos de los jóvenes alcohol o droga-dependientes sean llevados a sus vicios por los sentimientos de soledad y culpabilidad sin fin que acompañan su vida cotidiana. Los otros dos sentimientos que muerden hasta desangrar el alma de los deprimidos. Por encima de la cultura y los comportamientos regionales, es muy probable que la depresión de nuestros jóvenes sea mucho más grave que lo que las cifras IMSS indican. Y es posible que esos estados emocionales estén asociados a características de (in) funcionalidad de nuestro mundo contemporáneo que apenas empezamos a intuir. Tenemos hoy un mundo donde la competencia individual, la desvalorización de la política por los políticos, los conflictos y la guerra abierta entre grupos, sociedades y aún naciones crean una realidad demasiado compleja. Nada ni nadie son fáciles de asir, asegurar, conciliar y comprender. Para quien no tiene resuelta la subsistencia, la complejidad deviene en angustia constante, inacabada, abrumante. Lo es con el día a día. Lo es más con el mañana, al que poco se puede apostar. Si a ello sumamos que la revolución de la informática apareja a la era del conocimiento, la era de vidas separadas (niños, jóvenes y adultos, familiares y amigos, pegados a las pantallas pero despegados unos de otros), tenemos entre manos un cóctel altamente combustible. El desencanto con el mundo crece. El hecho es que jóvenes deprimidos y atrapados por los vicios son personalidades atormentadas, antisociales, peleadas con la vida. Pero el hecho mayor es que con una juventud desesperanzada la esperanza de todos se encoge un trecho hasta fruncirnos el horizonte. La juventud del éxtasis de ese escritor que vive de caricaturizar esta bella edad (C.C. Sánchez), queda en muñecos de trapo extasiados. Pero por otras razones.