Artículo Revista Conozcamas http://www.conozcamas.cl/julio2001/index.htm Depresión Juvenil "Los jóvenes de hoy no gozan la vida: la consumen. Viven sin ganas de vivir", afirma el sacerdote jesuita Felipe Berríos del Solar, respetado capellán de colegios particulares de Santiago de Chile, quien se ha consagrado a la atención de jóvenes víctimas de la angustia y la desorientación. Esa característica de buena parte de la juventud actual podría conducir a la depresión, un padecimiento que consume la energía vital, ocasiona fracasos escolares, aleja de los amigos, acarrea conflictos con la familia, quita el sabor a la existencia y hace pensar -cuando no ejecutar- en el suicidio. Tradicionalmente la depresión se ha diagnosticado según el modelo estadounidense, basado en trastornos del humor. Pero en 1986, el psiquiatra español Francisco Alonso-Fernández, actual presidente de la Asociación Europea de Psiquiatría Social y catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, amplió ese enfoque y le dio cuatro dimensiones: humor depresivo, anergia (apatía, falta de energía, disfunciones sexuales), distorsión en la comunicación (retraimiento social, mal humor, descuido en el arreglo personal) y ritmopatías (alteraciones del sueño; también se observan profundas fluctuaciones de los síntomas durante el día, sobre todo entre la mañana y la tarde). Con frecuencia, el denominado síndrome del sueño retardado (por el cual una persona suele acostarse a horas muy avanzadas de la noche) y trastornos de la conducta, como la promiscuidad sexual o un comportamiento violento y agresivo, son confundidos con la depresión, principalmente en los jóvenes. ¿Por qué nos deprimimos? En el 80 por ciento de los casos, la depresión surge de manera progresiva y gradual. De síntomas inespecíficos y silenciosos, con frecuencia pasa inadvertida incluso para el propio paciente. A veces la desencadena la muerte de una persona querida, el divorcio de los padres, la traición de un amigo, la pérdida del empleo o cualquier otro factor externo desagradable. Incluso, el acné juvenil es una causa frecuente de depresión (muy explicable, por otra parte, ya que a determinada edad la apariencia física es un factor esencial de la autoestima). De acuerdo con un estudio reciente publicado en el British Journal of Dermatology, casi el 6 por ciento de quienes ven su rostro invadido por granos ha pensado en el suicidio. En otros casos, sin embargo, no hay un motivo aparente para sentirse deprimido: simplemente la persona no tiene ganas de hacer nada, ni de hablar con nadie; llora sin razón y se aísla. En los adolescentes, la depresión suele acompañar ciertos desórdenes de conducta, como anorexia, bulimia, drogadicción, violencia, promiscuidad sexual… En términos generales, se considera que podría ser desencadenada, entre otras, por causas genéticas; por enfermedades antes mortales y hoy crónicas; por efectos secundarios de medicamentos utilizados ahora masivamente; por el consumo de drogas; e incluso por el alargamiento de la vida. Entre los adultos, la mayor parte de los deprimidos tiene más de setenta años. Empero, en la depresión juvenil parecen intervenir otros factores: los cambios acelerados en la forma de vida, en particular, la desintegración familiar y, según la ONU, la lenta ruptura con las tradiciones y las estructuras sociales. Para el psiquiatra Alonso-Fernández, el estrés crónico, causado por las prisas del actual estilo de vida, la sobrecarga emocional en el trabajo y la pobre comunicación interpersonal, que genera una sensación de soledad. Para el padre Berríos, la soledad, el egoísmo exacerbado, signo de la cultura moderna, la inseguridad afectiva y el miedo al fracaso disparan la enfermedad. He aquí un breve resumen de las principales causas relacionadas con la depresión juvenil. El estrés crónico En nuestros días, desde muy temprana edad los escolares viven agobiados por numerosas actividades extracurriculares: clases de natación, de artes marciales, idiomas, danza, piano, gimnasia… Los padres desean que sus hijos sean cada vez mejores en todo; pero en ocasiones, esa exigencia es desproporcionada para la edad y capacidad del muchacho. Así, los jóvenes carecen de tiempo para descansar, para divertirse o destacar en algo definido; dispersan sus esfuerzos sin ton ni son. A la tensión emocional generada por tal carga de obligaciones se suma después la entrada a la adolescencia, hecho por sí solo angustiante debido a los numerosos cambios que trae consigo, tanto físicos como psicológicos. Los jóvenes se convierten en verdaderas fábricas de hormonas, sustancias que tienen una gran influencia en su comportamiento y en la forma en que perciben el mundo. Al ingresar en la enseñanza media, suele haber otro motivo de estrés: el bajo rendimiento escolar, generador de un sentimiento de frustración, fracaso e inferioridad frente a los compañeros…, lo cual empeora el rendimiento. El términos generales, el pobre desempeño en las salas de clase puede obedecer a distintos factores: ambiente escolar inadecuado, mala situación económica familiar, cambios en el entorno, influencia del grupo y causas personales. Entre estas últimas, destacan la angustia existencial y otras inquietudes experimentadas por los adolescentes. Por una parte, ignoran si cuanto ocurre en su cuerpo y en su ánimo es normal; por otra, los absorben las fiestas, los amigos, la apariencia física, el vestuario, la moda… La época del egoísmo Los jóvenes actuales se sienten dueños de su propia vida y tienen la impresión de que el mundo gira a su alrededor. Es un fenómeno cultural. "Todo es un yo, yo, yo, que impide ponerse en el lugar de los demás. A los muchachos les cuesta mucho descubrir al otro, salir de sí mismos; las cosas son valiosas si a ellos les gustan; no valen si les disgustan", reflexiona el sacerdote Berríos, quien para auxiliar a jóvenes en crisis en la ciudad de Santiago se desplaza de un barrio pobre a uno rico, y viceversa. Y se alarma porque cada vez más los parámetros del placer se relacionan con las cosas. "Hay más deseos de consumir la vida que de gozarla." Según el sacerdote, la nuestra es una juventud "salvajemente cómoda, brutalmente sobreprotegida en el aspecto material", pero carente de cariño porque los padres dedican poco tiempo a sus hijos: trabajan más y están menos tiempo en casa. "Los muchachos se sienten solos, poco escuchados, poco atendidos", afirma Berríos. Ahora bien, si la familia es muy cariñosa con el hijo, el medio ambiente machaca al joven que no será aceptado si no tiene tal físico, tal automóvil, tal ropa o si no estudia en cierta universidad. "Cuando se ve a hombres y mujeres en plena juventud que viven sin ganas de vivir, sin tener algo en qué interesarse, uno se da cuenta de que esa es la enfermedad de un mundo excesivamente exigente que no va al ritmo de lo humano." Inseguridad afectiva Son muchos los jóvenes que son hijos de padres divorciados o separados. Este hecho a veces les infunde un miedo latente a enfrentar los conflictos, porque generalmente las peleas antecedieron al desmembramiento familiar. También podría incentivarle el miedo al fracaso, a no cumplir con las expectativas que ellos mismos (o los demás), se (les) han impuesto. En la raíz de ese temor se halla la sensación de no ser amados; la creencia de que sólo serán apreciados por lo que tienen, por su éxito; y de que serán amados siempre y cuando no defrauden al otro. "Los muchachos de hoy se sienten como en deuda", señalan algunos expertos. Esa actitud va acompañada por la falta de tolerancia hacia las propias debilidades y diferencias, y hacia las de los demás. "Los mayores hemos transmitido un tremendo miedo al conflicto, un miedo a la diversidad", afirma el religioso Berríos, y agrega: "Los padres son responsables de todo esto sólo en parte; el fenómeno es cultural, algo que atraviesa a la sociedad entera. Nuestra cultura mide al hombre por lo que aparenta, no por lo que es." Prevención En opinión del doctor Valentín Corcés, responsable de la Unidad de Rehabilitación del Hospital Psiquiátrico de Madrid, con medidas preventivas se reduciría hasta en un 30 por ciento el riesgo de caer en la depresión. Esas medidas deberían ponerse en práctica desde la infancia: robustecer la autoestima; incrementar las relaciones sociales; evitar la vida sedentaria; cultivar alguna afición o deporte (que permita evadirse de situaciones riesgosas o causantes de estrés), y respetar la hora de acostarse. Asimismo, es importante enseñarles a los niños y jóvenes a adaptarse a situaciones de duelo y de pérdida, y a tolerar más la frustración. Además, los jóvenes necesitan tener ideales ("soñar con cosas grandes") y conocer y valorar sus raíces. Los especialistas aconsejan hablarles de los abuelos, de los ancestros en general, para hacerles sentir que pertenecen a "una caravana" de seres humanos; que no están aislados en el mundo. Si se diagnostica y se trata oportunamente, en el 80 por ciento de los casos la depresión registra una gran mejoría en el lapso de un mes, si bien el tratamiento completo suele ser a largo plazo. En éste intervienen los fármacos, la terapia psicológica y la regulación de los hábitos de vida. Es importante mantenerse alerta para detectar en uno mismo o en un pariente o amigo los síntomas de la denominada "enfermedad del siglo". Según Alonso-Fernández, si durante un período de cuando menos catorce días persisten las alteraciones de humor, desesperanza, apatía, falta de energía, mal funcionamiento sexual, aislamiento, alteración del sueño, desaliño e ideas suicidas, vale más consultar a un buen especialista.