LA ENTREVISTA Joan Carles Melich «Auschwitz muestra la humanidad del mal» Por Caterine Galaz ¿Es posible que hechos y masacres que despertaron el desgarro queden en el pasado como eventos importantes, pero que no nos impliquen en nuestro diario vivir actual y en nuestra forma de relacionarnos? Al parecer, esta paradoja es una de las grandes incógnitas después de sesenta años de la liberación de Auschwitz, uno de los campos de concentración nazi que se convirtió en símbolo del horror. El doctor en Ciencias de la Educación y profesor de filosofía y antropología de la educación de la Universidad Autónoma de Barcelona, Joan Carles Melich muestra en su libro «La lección de Auschwitz» algunas vías éticas pedagógicas que aún quedan por aprender de este evento histórico. Se conmemoran 60 años de la liberación de Auschwitz, ¿qué lecciones éticas podemos extraer ahora que estamos en el inicio de un nuevo siglo? Para mí Auschwitz muestra lo que sería el fin de la Modernidad o en términos más filosóficos o culturales, el fin de la Ilustración. Esto quiere decir que en la Ilustración aparece un nuevo absoluto, que sustituye al absoluto premoderno de Dios, que es el de la Razón, del Progreso, de la Historia con mayúscula, esa Historia que avanza hacia un fin mejor, hacia un progreso moral. Lo que muestra Auschwitz es que eso no es verdad, porque a diferencia de otras barbaries de la Historia, Auschwitz no nace en un lugar de analfabetización, en un mundo salvaje, sino que nace en el corazón de la civilización europea. Auschwitz no hubiera sido posible sin la razón ilustrada, es una consecuencia perversa de la Ilustración. No quiero decir con esto, que la Ilustración necesariamente tenga que conducir a Auschwitz, lo que sí, que sin unos elementos claves de la Ilustración, no hubiera sido posible. En ese sentido, ¿qué condiciones políticas, sociales e incluso éticas se veían en el contexto de ese momento para que se llegara a esta industria de la muerte? Yo diría básicamente dos. La primera es el auge de la razón tecnológica o instrumental. Cuando la razón acaba reduciéndose a razón instrumental, es decir, al cálculo de medios-fines, entonces hay una perversión de la razón. Esto lo puso de manifiesto Max Horkheimer en su obra «Crítica de la Razón instrumental». En esta línea también, está el auge del sistema tecnológico, es decir, cuando la tecnología deja de ser un medio para convertirse en un sistema social. En los últimos años, sobre todo, la tecnología se ha convertido en una forma de vida, con valores, es una concepción del mundo, es un logos. El segundo elemento fundamental es la organización burocrática, es decir la sociedad completamente administrada. Auschwitz no hubiera sido posible sin una organización burocrática de funcionarios. El asesino de este campo de concentración no es un asesino especialmente sádico, es un burócrata. Por citar un ejemplo conocido, es el de Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS. Si se lee el libro de Hannah Arendt «Eichmann en Jerusalén», se ve claramente que Eichmann es un burócrata, no un hombre especialmente sádico, sino que la muerte aparece como una muerte administrada burocráticamente con sus funcionarios. Por tanto el campo de concentración es una fábrica, de matar, pero fábrica, donde se producen cadáveres en cadena. ¿Cree que Auschwitz ha cambiado la forma en que cohabitamos o todavía no se ha aprendido de este hecho? Yo creo que no hemos aprendido la lección de Auschwitz. Es un campo de concentración, pero también es mucho más que eso. Es una manera de entender las relaciones humanas, de ver el mundo. Auschwitz está demasiado presente todavía. Tenemos casos recientes como el de la ex Yugoslavia o incluso Guantánamo, pero nos parece como algo muy lejos, como si hubiéramos superado esta noción. Yo creo que no, creo que Auschwitz es actual porque las condiciones que lo posibilitaron siguen estando muy presentes. Hoy día vivimos incluso en una sociedad mucho más tecnologizada que la que produjo Auschwitz y vivimos en una sociedad totalmente administrada. Esa visión del mundo administrado, que incluso Kafka antes del nazismo puso de manifiesto, avanzándose a esa lógica, yo creo que no la hemos superado sino todo lo contrario. Es urgente en ese sentido, hacer una pedagogía desenmascaradora y muy crítica a esta nueva lógica. ¿Considera que es un símbolo olvidado, utilizado más políticamente que para aprender de la historia? El nombre de Auschwitz se está utilizando demasiado. Dice Tzvetan Todorov que cuando uno utiliza la palabra nazi como sinónimo de canalla, toda la lección de Auschwitz se ha perdido. Auschwitz no se puede aplicar a todo, no es cualquier cosa. No cualquier acto de violencia puede equipararse a lo que sería el nazismo. Me parece que ni la ética, ni la pedagogía han extraído ninguna lección de Auschwitz porque no han reflexionado suficientemente sobre lo que ha significado. Desde el punto de vista pedagógico es necesario replantear la educación a partir de este evento. ¿Esto tiene que ver con el rol de la memoria colectiva? Sí. Primero está la cuestión de la pedagogía de la memoria. Creo que hay cuatro puntos centrales: memoria, testimonio, hospitalidad y deseo. Entendiéndose que la memoria no es simplemente el recuerdo del pasado. La pedagogía de la memoria es una pedagogía del tiempo: del pasado, de presente y también del futuro. La memoria no puede confundirse con el recuerdo. La memoria es más que el recuerdo, la memoria también es olvido porque nunca recordamos absolutamente. Somos finitos. La memoria es crítica del presente. Y la memoria se dispara hacia el futuro. Tiene una dimensión utópica. ¿Como forma ejemplificadora? Sí. La dimensión de que el horror no vuelva a repetirse, de que el mal y la muerte no tengan la última palabra. Por tanto, la memoria se dispara hacia el futuro. La memoria tiene una dimensión utópica negativa, que no te dice: hay que avanzar hacia un mundo mejor, sino que hay que avanzar hacia un mundo donde el horror ya no vuelva a darse, porque no tenemos idea del bien, sino experiencia del mal. Una ética de la memoria es una ética negativa. Otro punto de esta educación es la figura del testimonio como categoría pedagógica. La sociedad tecnológica entiende que el educador es un experto, un técnico en educación. Yo por el contrario, reivindico al maestro como testimonio, como aquel que es capaz de transmitir una experiencia. El tercer punto es la ética de la hospitalidad. Entender que la relación educativa es una relación de acogimiento, de responsabilidad en el sentido de respuesta al otro. El autor que mejor ha desarrollado esta ética ha sido Emmanuel Levinas y en cierto sentido también Jacques Derrida. Finalmente está la pedagogía del deseo. Es decir que frente a una pedagogía kantiana inspirada en el deber, en el imperativo categórico, una educación después de Auschwitz propondría una pedagogía del deseo, en el sentido de Horkheimer, el deseo de que ni el mal ni la muerte tengan la última palabra, o el deseo de un mundo mejor, de que otro mundo es posible, un deseo utópico, que nunca podrá alcanzarse definitivamente. ¿Cree que es resentimientos? posible afianzar una memoria que no genere Efectivamente es difícil. Ese es uno de los grandes peligros de la memoria. Paul Ricoeur en su libro sobre la memoria, habla del perdón. Aquí hay un tema a considerar. El peligro de la memoria es el resentimiento y por tanto el odio y la venganza. Una pedagogía de la memoria tiene que contemplar las condiciones del perdón. El perdón es algo que uno puede conceder, pero que nadie le puede obligar a conceder. Yo puedo perdonar lo que a mí me afecta pero no lo que afecta al otro. El perdón no se puede pedir porque no se puede obligar a perdonar, es algo que uno tiene que decidir sobre sí mismo. Pero es importante aprender a perdonar. En ocasiones necesitamos activar el perdón, aunque no olvidemos, perdonar es necesario para poder mirar hacia delante, porque si no, uno queda anclado en la venganza. En un momento hay que decir: a partir de aquí empezamos de nuevo. El peligro de la memoria es el resentimiento y por tanto el odio y la venganza. Una pedagogía de la memoria tiene que contemplar las condiciones del perdón. Estamos en una dinámica mundial donde la memoria queda como al margen, no hay una recuperación de la memoria histórica, se afianza esta idea del «todo vale», «todo está permitido». ¿Qué tipo de pedagogía y ética se puede fomentar frente a esta corriente? Hay que fomentar la lectura de los testimonios de los supervivientes, de la escucha. Tenemos unos documentos fundamentales que invitaría a leer y ver como los de Primo Levi, películas como «Shoah» de Claude Lanzmann donde se entrevistan a supervivientes. Es necesario escuchar la palabra del testimonio sobre todo en un mundo donde lo importante es la novedad, lo importante es el presente y el futuro, donde lo viejo no juega ningún papel, donde lo que importa es lo nuevo. Yo no reivindico lo antiguo, lo que digo es que el ser humano necesita del tiempo: de lo antiguo, de lo actual y de lo que vendrá. La vida humana no puede privilegiar una dimensión del tiempo por encima de las demás. Vivimos en una pedagogía donde lo que interesa es el futuro. El nuevo ídolo pedagógico es el futuro. Yo reivindico una pedagogía del tiempo, no sólo del pasado, no una pedagogía nostálgica, sino de pasado, presente y futuro. Hace poco tiempo se estrenó la película «El Hundimiento», una de las primeras películas alemanas realizadas en torno a la figura de Hitler y ha recibido críticas respecto de la imagen humana que se da de él. ¿Cuál es su visión frente a esto? Creo que es una crítica errónea porque precisamente unas de las lecciones de Auschwitz es la humanidad del mal. Si la película muestra a un Hitler con rostro humano es el gran acierto de la película porque la lección de Auschwitz es que el mal tiene un rostro humano. Al final de «Si esto es un hombre», Primo Levi dice: «ustedes me preguntarán como eran los SS, y yo les responderé que eran gente corriente como nosotros, ni buenos ni malos, gente común, algunos buenos padres de familia, gente que se emocionaba escuchando música, gente que leía, gente bien educada». Ese es el problema. El horror de Auschwitz es que no es fruto de la irracionalidad sino el resultado de la razón, de un tipo de razón. Una pedagogía después de Auschwitz tendría que centrarse en la cuestión de la sensibilidad. Hoy se habla mucho de las emociones y yo prefiero hablar de la sensibilidad. Vivimos en una sociedad donde hay un gran privilegio de la emoción y un descenso de la sensibilidad. La emoción es más biológica, más instantánea, la sensibilidad es una manera de ser, de tratar al mundo, al otro y a ti mismo. Una ética después de Auchwitz está más cerca de la sensibilidad que de la razón, más bien, de una razón sensible RED DE PENSAMIENTOS: ALGUNAS FRASES DICHAS «Todos decimos ya hace tiempo que la nuestra es "la sociedad de la información y la comunicación". Algunos incluso se atreven a decir que es la sociedad del conocimiento. Estaría bien que lo fuera. En todo caso, es cierto que los líderes políticos y sociales subrayan la importancia de la educación para la sociedad del futuro. Con la Revolución Industrial fueron importantes las materias primas y los medios para su elaboración y transformación en productos acabados. En plena revolución tecnológica, sabemos que lo más decisivo es aportar conocimientos para el diseño, la construcción y realización de nuevos productos, de nuevos bienes y servicios. Observamos, sin embargo, que el deseo de innovación, la prisa por ocupar mercados, la competitividad como valor sustantivo, están acelerando los procesos de enseñanza y de búsqueda que, en cambio, tendrían que ser lentos, madurados, reposados. Es verdad, pues, que se valora la cultura, pero a menudo se trata de aquella cultura que tiene salida, que ayuda a encontrar puestos de trabajo, la de la búsqueda aplicada. Entonces es fácil que la reflexión crítica se vea como una rémora inútil. Y es que muchos piensan que, de aquí a poco, serán la ciencia y la tecnología las que nos señalen las decisiones éticas y sociales que deberemos tomar. Es la extraña paradoja que afirma que la ciencia y la tecnología son ideológicamente neutrales y que a la vez sostiene que de ellas se ha de esperar directrices sociales y morales».