La ética de la biblioteca pública en Bogotá (al menos 2) Día: lunes 4 de abril de 2016, hora: Aprox. 6:45 p.m., lugar: Pontificia Universidad Javeriana, específicamente, clase de bibliotecas públicas. En esta clase tuvimos la oportunidad de hablar acerca de los indicadores para la evaluación y planeación en una biblioteca pública. Este tema fue de gran ayuda para los hallazgos de los días siguientes. Las dudas acerca del parcial y la información específica que debía buscar al dirigirme a las 2 bibliotecas públicas que escogí, eran disipadas a medida que transcurría la clase, al menos, eso parecía. El 5 de abril me encontraba en la pequeña y acalorada oficina de mi lugar de trabajo, tenía unos 30 minutos antes de que la horda de estudiantes viniera a inundarme con preguntas. Recordé lo agotador que es el bloque de las 10, en el que la mayoría de usuarios vienen a presentar una tonelada de problemas acerca de plataformas que ellos mismos podrían manejar. No quiero que me malentiendan, me gusta mi trabajo, pero es agotador repetir una y mil veces la misma instrucción a las mismas personas. Pensé que crear un manual para este tipo de casos facilitaría las cosas y entonces comencé a recordar el tipo de población que frecuentemente venía con estos problemas; adolescentes entre los 16 y 18 años, adultos entre los 40 y 50 años y finalmente adultos mayores entre los 60 y 70 años, aproximadamente. El problema estaba en que a los tres tipos de poblaciones siempre se les daba la misma solución de la misma manera, sin embargo, todos funcionan de manera distinta. A pesar de que el pequeño y ajustado laboratorio de mi oficina no se asemeje realmente a una biblioteca pública, este ofrece servicios similares, entonces mi mente comenzó a encaminarse. ¿Cómo podía evaluar las necesidades de la comunidad que hace uso del laboratorio? ¿Tendría que pedir algún tipo de autorización al señor Lutz, director de la biblioteca? ¿Estaría de acuerdo la chica que atiende las necesidades de los usuarios en los bloques de la tarde? Eran muchas preguntas, y había poco tiempo, este sería sólo otro día de trabajo. De camino a la universidad, entre un centenar de sombrillas y melenas mojadas, entendí que la evaluación y planeación de nuestra pequeña ‘biblioteca’ dependía de los datos que arroja el programa de gestión que automatiza la documentación de los préstamos, referencias y registros de consulta en las 4 salas. Por supuesto, sin dejar de lado al concejo que toma todas y cada unas de las decisiones que se relacionen con la planeación de proyectos o cambios en el lugar. Las bibliotecas que agendé desde el miércoles en la noche fueron escogidas por facilidad de acceso (lo lejos o cerca que quedaban de mi trabajo, casa o universidad), descarte por las que había visitado y diferencia en tamaño. Decidí visitar, en primer lugar, la biblioteca pública El Tintal, nunca antes había visitado una biblioteca más al sur de la biblioteca nacional y en segundo lugar, la biblioteca pública Servitá, ubicada al norte de la ciudad, más específicamente en el barrio Usaquén. El 8 de abril, viernes, tomé un día libre para dirigirme a la biblioteca más lejana, tomé un F14 que me dejaría en la estación de Transmilenio directa a la biblioteca. Al bajarme repase mis pregunta, recordé que una se mis compañeras había tenido la oportunidad de hablar con la directora de la biblioteca, tenía su nombre anotado en un papelito (Samdra Castro) y estaba resuelta a hacerle diferentes preguntas. El objetivo principal, más allá de conocer la planeación y evaluación que se realizaba en la biblioteca, era reconocer si los empleados encargados del área de referencia y ayuda al usuario tendrían alguna idea acerca de esto. Fui sincera conmigo, no me interesaba conocer su método de evaluación y planeación, ya había dado por sentado que este sería el mismo en todas las bibliotecas y que se basaría en estadísticas a nivel Bogotá. La sorpresa que me llevé fue inmensa al encontrarme con una empleada confundida ante mi pregunta, por supuesto que conocía a la señora Castro, pero al preguntarle acerca de la información que iba a buscar, ella no tuvo otra respuesta que -‘eso lo panea la directora y la promotora, no sé como funciona, eso es como con una estadística que arroja el sistema, el de Bibliored, ¿lo conoce?’. Ella estaba atareada, (quien creería que un viernes en la tarde la biblioteca estaría llena), sus respuestas fueron breves; ‘no sé’, ‘no estoy muy segura’, ‘ la directora no se encuentra en este momento, pero si le interesa la planeación, hay una agenda cultural que puede mirar’, me indicó la dirección. En resumen, el modelo de catedral propuesto por Raymond (1996) citado en Himanen (2002) se veía, en parte, reflejado en nuestro sistema de bibliotecas públicas. Es una persona o un número reducido de personas quienes realizan la planeación por adelantado, no estaba segura si esta planeación al final se llevara a cabo bajo su propio poder. A las 4:15 p.m. salí de la biblioteca mientras el aire de la maravillosa, helada Bogotá golpeaba mi cabeza, pude haberme quedado más tiempo, haberle preguntado a otras personas, pero la biblioteca estaba tan atiborrada de personas que preferí rendirme. En realidad, sólo quería probar mi punto, la persona encargada del servicio de referencia, no estaba muy enterada acerca del tema. Dentro de una semana me dirigiría a la biblioteca de Usaquén, es una biblioteca más pequeña, aparentemente menos visitada y sólo he ido una o dos veces a verla, la comunicación sería mejor, me sentí esperanzada. En el transcurso de los días, recordé que parte del desarrollo de la crónica sería averiguar acerca de los servicios que ofrece y los que no ofrece las bibliotecas que visitaría. Tuve que revisar el documento de Rodriguez (2013), La biblioteca pública que queremos, mientras leía el capítulo 6 del documento, agradecí al cielo por la comodidad de la lectura, es simple, concreta y amena. Los servicios que encontré en mi corta visita a la biblioteca fueron: la consulta en sala, los servicios de referencia, el préstamo externo de materiales, el acceso a internet y las actividades culturales. Que si me faltó revisar más, por supuesto, que si debía ser más evidente la prestación de estos servicios, definitivamente. ¿ qué hay de aquellos que entran por curiosidad? ¿ cómo los vamos a informar acerca de los servicios de la biblioteca con una empleada tan atareada? El jueves 14 de abril, en una tarde lluviosa de Bogotá, me encaminé a la biblioteca Servitá, no fueron más de 25 minutos para llegar, no recordaba que limitaba con una escuela pública y el hospital Simón Bolívar. Al llegar pude recordar que diferentes instituciones educativas rodeaban la biblioteca, desde un jardín del Bienestar familiar, hasta el colegio Santo Ángel, cruzando la calle de enfrente – ‘no estará vacía’ pensé, además era jueves, debía tener muchos usuarios. Al ingresar, encontré las salas en las que se impartían los cursos y talleres propuestos por la biblioteca, estaba repletos de señoras mayores, vi una que otra jovencita, hombres: el guardia de seguridad que las acompañaba. A las 3:00 ingresé al área de consulta y préstamo de libros, no sin antes tener una conversación breve con la mujer que se encargaba de manejar el área de casilleros en la biblioteca. Le pregunté el nombre de la directora, que ella llamó coordinadora de la biblioteca, a lo que ella respondió, María de Lopera, mientras que en la página quien aparece como coordinadora es Ana Lucía Contreras. En fin, ingresé a la biblioteca con mi pequeño iPod para tomar una que otra fotografía furtiva, el señor sentado detrás de un escritorio, apenas notó mi presencia, estaba concentrado en su computadora. Al acercarme, tuve que presentarme como estudiante de ciencia de la información interesada en realizar una investigación acerca de la planeación y evaluación en las bibliotecas públicas de Bogotá. El señor fue muy amable, me dijo que la directora no se encontraba, pero que si tenía alguna duda que él pudiera resolver, lo haría con el mayor de los gustos. Mi primera pregunta fue – ‘¿Cómo se hace la evaluación de comunidad en la biblioteca?’, al no entender la pregunta, la reformulé – ‘¿Cómo saben qué tipo de población ingresa en la biblioteca?, es decir, la edad de las personas, si son estudiantes, o profesionales, sin hay mamás con niños pequeños’. Él aseguró que era muy difícil saber quiénes eran todas las personas que ingresaban, pero si era fácil saber el número, ya que había unas antenas que contaban cuántas personas ingresaban al día a la biblioteca. Cuando toman alguno de los talleres que la biblioteca ofrecía, aseguró que la asistencia se contaba cuando las personas firmaban una planilla al tomar la clase – ‘Así podemos saber acerca de la popularidad de un taller o cuáles son los que llaman más la atención’. Bien al preguntarle acerca de la planeación de estos talleres y servicios que ofrecía la biblioteca, el señor respondió lo siguiente: la planeación de talleres es hecha por la promotora, la de servicios por la directora y las estadísticas las envía la secretaría de cultura, a partir de estas, la biblioteca ejecuta sus acciones. Al finalizar el día, me encontraba en el estudio de mi casa, frente a mi computadora, sin saber qué escribir. Lo que pude comprobar es que la información era similar, una tal promotora, era quien planeaba la fiesta, la biblioteca recibía la planeación y la ejecutaba, los servicios de ambas bibliotecas no eran visibles para todo el público y por último, quienes planean se asegura, aparentemente, de que se realice. En cuanto al libro de Pekka Himanen, encontré información adaptable a esta situación, pero ya que la idea no era adaptar sino analizar, tuve que releer algunos capítulos que pasaron por mis ojos de manera desapercibida. En conclusión quise analizarlo desde el servicio y encontré que la palabra servicio aparecía 17 veces en la lectura, pero sólo en una ocasión era reflejable a la situación que encontré en ambas bibliotecas. Franklin (1905) citado en Himanen (2002), mencionó particularmente cómo los monjes eran cuestionados en la antigüedad acerca de su servicio, si este estaba siendo prestado para lo supremo realmente. Entonces supuse que lo supremo sería lo que denominaría yo, como lo ideal, es decir, el bienestar y la prestación de un servicio que genuinamente se adaptara a las necesidades de la comunidad que los tomaba. Viéndolo desde esta perspectiva, no supe responder si los servicios que se prestaban en la biblioteca eran planeados para suplir esas necesidades o si simplemente eran en respuesta a un mandato de la suprema, pero entidad que los determinaba. El libro de Himanen (2002) puede ser visto en cada uno de los ámbitos de nuestras vidas, no sólo como usuarios, sino también como empleados. Este autor nos cuestiona acerca de lo que hacemos para contribuir a otros y a nosotros mismos con nuestro trabajo y de la concepción de lo que está bien y lo que está mal según quien lo vea. El domingo en la noche quise creer que habría otro tipo de relación que valdría la pena volverlo a leer en menos de 24 horas, pero fue tan difícil extraer tantas ideas para compararlas con los servicios de nuestras bibliotecas. Decidí cerrar mi computadora y hace unas hora comencé a redactar el millar de ideas que tenía para sintetizarlas en 4 páginas de Word que talvez sólo una persona lea, pero que me permitieron organizar mis ideas para una futura tarea. Maria Paula Lozano Gómez Referencias Himmanen, P., (2002) La http://eprints.rclis.org/12851/1/pekka.pdf ética del Hacker. Recuperado de Rodriguez, G., (2013) La biblioteca pública que queremos. Recuperado de http://www.bibliotecanacional.gov.co/cajaherramientas/sites/default/files/recursos/La%20biblioteca%20publica%20que%20queremos.pdf