LA NATURALEZA Y ORGANIZACIÓN DEL PROFESIONAL "DESEABLE" DEL PROFESORADO. CONOCIMIENTO Ana Rivero García. Rafael Porlán Ariza. Dpto. Didáctica de las Ciencias. Universidad de Sevilla. Avda. Ciudad Jardín, 22. 41005, Sevilla. Miembros del grupo DIE y de la Red IRES. Esta publicación es resultado parcial del Proyecto PB97-0737 financiado por la CICYT. Resumen: Los profesores son agentes imprescindibles en cualquier proceso de mejora educativa. Siendo conscientes de ello, es de gran interés para nosotros intentar comprender mejor el conocimiento con el que los profesores desarrollamos nuestra labor así como los procesos mediante los cuales se puede favorecer su evolución y progreso. Esta perspectiva epistemológica centrada en la caracterización del conocimiento profesional, tanto del que mayoritariamente existe como del que proponemos como deseable, nos parece que puede resultar bastante fecunda para comprender y orientar los procesos de desarrollo profesional. En este trabajo, en concreto, presentamos nuestra propuesta de conocimiento profesional deseable, enmarcada en un modelo formativo determinado (coherente con un enfoque constructivista e investigativo), haciendo hincapié en su naturaleza práctica, las fuentes de información más relevantes de las que se debe nutrir y la organización que puede permitir que se vaya conformando como un conocimiento válido, peculiar y específico para la profesión docente. 1. UNA MIRADA FORMATIVOS. EPISTEMOLÓGICA SOBRE LOS MODELOS En diferentes trabajos anteriores hemos analizado desde distintas perspectivas la formación del profesorado. Por ejemplo, en relación con la manera de intervenir en los procesos de enseñanza-aprendizaje hemos caracterizado cuatro modelos didácticos y perfiles profesionales: tradicional, tecnológico, espontaneísta-activista e investigativo (Porlán y Martín, 1991). Por otra parte, hemos analizado cómo una determinada visión del cambio social (tecnológica, activista, etc.) influye en las concepciones que se tengan acerca del cambio escolar y profesional, de manera que las concepciones educativas suelen ser manifestaciones particulares de ideologías más globales (Porlán y García, 1990). También hemos planteado, en diferentes momentos, y con diferentes matices, una clasificación de las tendencias de formación del profesorado coherente con los diferentes modelos didácticos mencionados y con sus correspondientes imágenes acerca del profesor y de la naturaleza del saber profesional (Grupo Investigación en la Escuela, 1991). Fruto de todo este proceso, estamos realizando en el último período un análisis de las tendencias existentes en la formación del profesorado tomando como criterio prioritario, aunque no único, las concepciones epistemológicas que las fundamentan y les dan sentido (Porlán y Rivero, 1998). Desde esta perspectiva presentamos a continuación un análisis en el que distinguimos cuatro modelos en función del tipo de saber que consideran prioritario en la formulación del conocimiento profesional. 1.1 Modelos basados en la primacía del saber académico. También llamados tradicionales (Martín del Pozo, 1994), formales (Demailly, 1991), transmisivos (Yus, 1993), enciclopédicos (Pérez Gómez, 1992), etc. Son modelos en los que el único saber relevante para la enseñanza es el saber disciplinar (tanto el de las disciplinas relacionadas con los contenidos curriculares, como el de las ciencias de la educación). Ignoran o menosprecian otros saberes y, especialmente, el saber del profesor y parten del supuesto de que es posible transmitir los significados de las disciplinas a través de su exposición ordenada, de manera que pasen de la mente del experto a la mente del profesor sin sufrir modificaciones, deformaciones, interpretaciones o mutilaciones significativas. En este sentido, Furió (1994) plantea la necesidad de cuestionar la yuxtaposición de saberes académicos que predomina en estos enfoques. Efectivamente, a pesar del carácter integrado del trabajo profesional, la formación se concibe como un proceso de adición fragmentada de parcelas disciplinares, e incluso, con frecuencia, de conceptos de una misma disciplina. Sería el caso de las actividades de formación (tan abundantes tanto en la formación inicial como en la permanente del profesorado) en la que se aportan unos cuantos contenidos de Psicología, otros de Didáctica General, otros de Didáctica Específica, otros de la propia materia, etc., todo ello respetando las diversas estructuras de origen de cada una de las disciplinas y ordenados sin más lógica que la puramente organizativa (compatibilidades de horarios, disponibilidad de ponentes, etc.). Este autor plantea que, precisamente, una visión como la que aquí se describe, que identifica saber académico con saber profesional, es la causa de que no se cuestione durante la formación el pensamiento docente de sentido común que tanta influencia ejerce en la actividad profesional. Estos modelos carecen de una fundamentación explícita, pero implícitamente son deudores de concepciones epistemológicas próximas a un cierto absolutismo racionalista (el conocimiento verdadero y superior está en el conjunto de teorías producidas por la racionalidad científica), y con concepciones del aprendizaje profesional basadas en la apropiación formal de significados abstractos (aprender la profesión significa apropiarse, tal cual, de los significados verdaderos de las disciplinas) (Porlán, 1989). Establecen, por tanto, una relación mecánica y lineal entre la teoría y la acción profesional, ya que parecen confundir "saber" con "saber enseñar" (Pérez Gómez, 1992). Todo ello conduce a que, de hecho, los profesores formados en este enfoque tiendan, sin más, a exponer en la escuela los contenidos científicos que a ellos les expusieron, sin que los planteamientos de las ciencias de la educación, que también recibieron, y que son frecuentemente incompatibles con esa forma transmisiva de enseñar, ejerzan una influencia determinante (no obstante, la diferente proporción de disciplinas de contenidos y de disciplinas de las ciencias de la educación en la formación inicial de los profesores de primaria y de secundaria es tan acusada, que estas reflexiones tendrían que ser matizadas para uno y otro caso). En síntesis, y en relación con la cuestión central que nos interesa -la formulación de una teoría del conocimiento profesional que oriente los procesos de formación del profesorado- podemos concluir resaltando que los enfoques basados en el saber académico realizan un ejercicio de reducción y simplificación epistemológica al identificar conocimiento profesional con saber disciplinar, y al concebirlo como el resultado de la mera yuxtaposición de contenidos científicos y psicopedagógicos en proporciones adecuadas al nivel educativo de referencia. Esto desarma al profesorado ante la complejidad de los problemas de la profesión y favorece la persistencia de modelos caducos de enseñanza-aprendizaje. 1.2 Modelos basados en la primacía del saber tecnológico. Los enfoques basados en el saber tecnológico se diferencian de los académicos en que reconocen la dimensión práctica de la actividad docente, y se parecen a ellos en la supremacía que otorgan al saber disciplinar. Son modelos que adolecen de un reduccionismo epistemológico racionalista e instrumental, ya que no identifican el conocimiento profesional con los saberes disciplinares de manera directa, sino a través de un conjunto de competencias técnicas que se derivan de ellas determinadas y diseñadas por expertos, de tal manera que los profesores no son usuarios directos de las disciplinas sino de sus derivados técnicos, o dicho de otra manera, de sus implicaciones para la práctica (técnicas para la selección de contenidos y objetivos, métodos concretos de enseñanza, técnicas de evaluación, etc.). La enseñanza, según esto, no es un ámbito para la reproducción mecánica del saber académico, sino una tecnología y, como tal, está constituida por saberes funcionales que los profesores han de dominar para desempeñar correctamente su labor. De esta forma, la relación entre la teoría psicopedagógica y la acción profesional sigue siendo, como en el caso de los modelos que priman el saber académico, unidireccional y jerárquica, aunque, en este caso, no directa sino mediada por el saber técnico-didáctico que operativiza los significados teóricos y los convierte en productos utilizables por los profesores. Sin embargo, con frecuencia, esta concepción técnica del trabajo docente no incluye, ni resuelve, los aspectos relacionados con la formación asociada a los contenidos curriculares. Aun en el caso de que los conocimientos didácticos se plantearan desde una perspectiva técnica como la aquí descrita, ¿cómo se deberían plantear los conocimientos asociados a los contenidos curriculares?, ¿cómo se relacionarían unos con otros?, ¿cómo sería una formación técnica en los contenidos de las disciplinas? Los modelos tecnológicos proponen una solución funcional para la capacitación didáctica y metodológica del profesorado, pero no dan respuesta clara a la capacitación en la materia, capacitación que, o no existirá, o seguirá siendo de corte tradicional. El otro gran "olvido" de estos enfoques es que la enseñanza no es una actividad neutra, sino que está cargada de conflictos ideológicos (Imbernón, 1994) que no son susceptibles de resolverse con una técnica determinada. Pérez Gómez (1992) comparte y amplia este punto de vista, estableciendo dos argumentos básicos para demostrar que el saber tecnológico no es adecuado para resolver los problemas específicos de la profesión docente. En primer lugar, porque la naturaleza humana y social de los fenómenos educativos no permite considerarlos como objetos técnicos, ya que la complejidad que los caracteriza y su vinculación con valores los hace irreductibles a cuestiones meramente instrumentales. En segundo lugar, porque no existe una única teoría científica que pueda dar cuenta de los problemas específicos de los procesos de enseñanza-aprendizaje, problemas que no sólo son de naturaleza interdisciplinar, sino que además trascienden el marco estrictamente científico. 1.3 Modelos basados en la primacía del saber fenomenológico En este apartado incluimos un conjunto de modelos que han sido denominados también de formas diversas: activistas, espontaneístas (García Díaz, 1986), periféricos (Pérez Gómez, 1992), informales (Demailly, 1991), procesuales (Escudero, 1992), etc. Se les considera activistas porque suelen primar la acción sobre la reflexión, y la intervención sobre la planificación y el seguimiento. También se les llama espontaneístas porque consideran el aprendizaje profesional como un proceso que, si se dan las condiciones adecuadas, ocurre espontáneamente (se aprende a enseñar enseñando, se aprende a innovar innovando), sin necesidad de un diseño específico, de una orientación o ayuda externa: de un método. Esto explica que determinados autores los cataloguen como informales, ya que adolecen de un programa más o menos formalizado e institucionalizado o, si lo tienen, no funciona. Por último, se les considera procesuales porque enfatizan los aspectos procedimentales frente a los conceptuales. Son modelos que priman el saber fenomenológico, basado en la experiencia profesional y desarrollado en el contexto escolar, frente al saber académico y tecnológico. Comparten con los enfoque técnicos la idea de que el saber profesional deseable no se basa en la apropiación formal de los contenidos de las ciencias de la educación, pero difieren de ellos en el hecho de que dicha idea, lejos de conducirles a buscar las implicaciones técnicas del saber académico, les lleva a romper los vínculos con cualquier racionalidad externa a la escuela, sea ésta científica o técnica. En este caso, la intervención profesional se nutre de sí misma, en una circularidad recurrente que es origen y consecuencia de sus limitaciones. Desde un punto de vista epistemológico, estos modelos guardan coherencia, por tanto, con el inductivismo ingenuo (la teoría es mera especulación, el auténtico conocimiento profesional se infiere de la realidad y se alcanza con la experiencia) y el relativismo extremo (las teorías y las técnicas didácticas universales no sirven, todo depende de cada contexto concreto). Desde un punto de vista psicológico se basan en una concepción del aprendizaje profesional basada en la apropiación tácita de significados a partir de la experiencia empírica, sin tener en cuenta las concepciones previas del profesorado y los obstáculos que, a veces, dichas concepciones presentan en relación con su cambio y evolución. La tendencia fenomenológica, al igual que la anterior, ignora el problema específico de la formación relacionada con los contenidos. En el caso de los profesores de primaria, esto es así, entre otras razones, porque se piensa que la clave del aprendizaje profesional no radica en el qué sino en el cómo, bien porque aquél está predeterminado, bien porque es indiferente (el problema no es qué se enseña, sino cómo se enseña), y en el caso de los de secundaria porque se considera que es un problema que ya viene resuelto, dando por supuesto que a lo largo de la licenciatura previa se ha realizado un aprendizaje adecuado y que dicho aprendizaje es el necesario para la profesión docente. Por otro lado, y de acuerdo con Hartnett y Naish (1988), podemos afirmar que una de las críticas fundamentales que se hace a estos enfoques es que la experiencia no es buena per se, ya que el conocimiento que genera está impregnado inevitablemente de los vicios y obstáculos que impone la cultura dominante (Pérez Gómez, 1992), y, por tanto, requiere ciertas condiciones para su desarrollo. Requiere, por ejemplo, un reconocimiento de la necesidad de experiencias concretas diversas que respondan a hipótesis conceptuales diferentes y que aseguren la posibilidad de un contraste crítico. Y requiere también del contraste con conocimientos externos a los que se desprenden de la experiencia, los cuales, aunque sean poco útiles para dirigir directamente la acción educativa, dado que su contexto de producción y justificación es diferente, sí pueden aportar perspectivas poco habituales para analizar la realidad, que iluminen o cuestionen la toma de decisiones. 1.4 Los modelos práctico-críticos: epistemológica integradora. fundamentos para una perspectiva En la mayoría de las propuestas de formación del profesorado se proponen tendencias alternativas que tratan de integrar aspectos parciales de los enfoques científico-técnicos y fenomenológicos y que reciben distintos nombres: enfoques interactivo-reflexivos (Demailly, 1991), críticos (Apple, 1989; Giroux, 1990; Zeichner y Liston, 1990), basados en el análisis (Ferry, 1983), investigativos (Stenhouse, 1984 y 1987; Elliot, 1990), etc. Pérez Gómez (1992) desarrolla extensamente este enfoque, al que atribuye como característica más significativa el reconocimiento de que los problemas complejos y singulares del aula no son resolubles ni mediante una enseñanza basada en la aplicación de procedimientos o competencias técnicas universales, ni mediante la reproducción de rutinas y creencias educativas acríticas y conservadoras. Se trata, por tanto, de promover un modelo de profesor capaz de reflexionar en la acción y sobre la acción (Schön, 1983) y desarrollar un conocimiento profesional que emerja de la práctica y sea fruto de la integración consciente entre saberes contextuales (adquiridos en la experiencia profesional) y saberes formalizados (producto de la investigación académica), resaltando que todos ellos cobran sentido realmente a la luz de los problemas y experiencias del aula. Develay (1994) destaca que estos modelos conducen a una verdadera interacción reguladora entre la teoría y la práctica, yendo y viniendo de la una a la otra a través de procesos de metacognición. En la misma línea, y teniendo en cuenta esas aportaciones y nuestras propias referencias vamos a describir ahora los aspectos esenciales de nuestro modelo, que serán los fundamentos para la elaboración de una teoría del conocimiento profesional que trate de dar respuestas a los problemas básicos de la profesión (Grupo Investigación en la Escuela, 1991; Martín del Pozo, 1994; Porlán y Martín, 1994; Porlán y otros 1996 y Porlán, Rivero y Martín del Pozo, 1997) y que desarrollaremos en el resto del artículo. Los referentes teóricos metadisciplinares que fundamentan nuestro modelo son: a) La perspectiva evolutiva y constructivista del conocimiento (Bachelard, 1938; Toulmin, 1972; Claxton, 1984; Novak, 1987; Porlán, García y Cañal, 1988; Novack, 1991 y Porlán, 1993). Desde esta perspectiva, el conocimiento se genera en relación con problemas o cuestiones relevantes, y desde la interacción y el contraste significativo entre factores internos de las personas o comunidades (teorías personales, creencias, intereses, necesidades, etc.) y factores e influencias externas (otras teorías, experiencias diferentes, otros intereses, etc.). En nuestro caso, los alumnos y profesores, al igual que el resto de las personas, poseen un conjunto de concepciones sobre el medio, en general, y sobre el medio escolar, en particular, que son, al mismo tiempo, herramientas para poder interpretar la realidad y conducirse en ella y barreras que impiden adoptar perspectivas y cursos de acción diferentes. Estas concepciones, y las conductas asociadas a las mismas, evolucionan y cambian a través de un proceso más o menos consciente de reestructuración y construcción de significados, basado en la interacción y el contraste con otras ideas y experiencias con potencialidad formativa situadas dentro de la zona de desarrollo próximo de los sujetos (Vigotsky, 1978). Estos cambios pueden afectar a ámbitos más o menos amplios del conocimiento personal, dependiendo de la cantidad de concepciones implicadas y de la calidad de las mismas, es decir de su importancia relativa respecto al conjunto. La evolución descrita puede favorecerse y acelerarse a través de procesos de investigación dirigidos o autodirigidos, que pongan a los sujetos en situación de: seleccionar problemas adecuados; tomar conciencia de las ideas y conductas propias; considerarlas como hipótesis tentativas; buscar el contraste argumentado y riguroso con otros puntos de vista y con datos procedentes de la realidad; y tomar decisiones reflexionadas acerca de qué ideas cambiar y de por qué hacerlo. (García y García, 1989). Así, las diferentes concepciones que pueden existir sobre un mismo problema, sean éstas procedentes de los alumnos, de los profesores, de las disciplinas o de sectores sociales determinados, no se evalúan respecto a un ideal absoluto de verdad, ni tampoco se consideran todas de igual entidad, sino que se analizan y contrastan en función de su potencialidad para abordar, de manera provisionalmente satisfactoria, dicho problema. En consecuencia, entendemos que aquellos enfoques formativos que priman exclusivamente los factores externos al profesorado (saber académico, lógica disciplinar, eficacia técnica, intereses de política educativa, etc..) no promueven desarrollo constructivo del saber profesional, sino almacenamiento de información poco relevante para la evolución y el cambio escolar. De igual manera, pero en sentido contrario, aquellos modelos que favorecen fundamentalmente los factores internos (experiencia propia, intereses y expectativas personales, creencias ideológicas, etc.) promueven un desarrollo muy limitado, al agotarse en sí mismos, y al tener pocas posibilidades de retroalimentación y contraste. En relación con esto, la formación del profesorado ha de tener en cuenta cuatro aspectos básicos: los problemas prácticos de los profesores, sus concepciones y experiencias, las aportaciones de otras fuentes de conocimiento (conocimientos metadisciplinares, disciplinas científicas, modelos didácticos, valores, técnicas concretas, otras experiencias, etc.), y las interacciones que se pueden establecer entre ellos. b) La perspectiva sistémica y compleja del mundo (Morin, 1977, 1982, 1986 y 1990; García Díaz, 1994 y 1995a). Según este enfoque teórico, tanto las ideas como la realidad, y evidentemente también la realidad escolar, pueden ser consideradas como conjuntos de sistemas en evolución. Dichos sistemas se pueden describir y analizar atendiendo a los elementos que los constituyen, al conjunto de interacciones que se establecen entre ellos, el tipo de organización que adoptan y a los cambios que experimentan a través del tiempo. Desde este punto de vista, las concepciones de alumnos y profesores pueden considerarse como sistemas de ideas en evolución. El contenido de las concepciones puede, a su vez, analizarse atendiendo a su grado de complejidad, situándolo en un gradiente que vaya de lo simple (más reduccionista) a lo complejo (menos reduccionista). El grado de complejidad de un determinado sistema de ideas vendrá determinado por la cantidad y calidad de los elementos (significados) que lo componen y de su interacciones (García Díaz, 1995b). Sin embargo, el sistema cognitivo humano no es homogéneo en cuanto a su grado de complejidad, sino que puede contener zonas de mayor o menor densidad de elementos e interacciones (Norman, 1982). Una misma persona, por ejemplo, puede manifestar diferentes niveles de desarrollo en distintos aspectos de su vida. No obstante, esto no implica la imposibilidad de establecer interacciones e integraciones parciales. Dicho de otra manera, los aprendizajes realizados en un contexto concreto y sobre un asunto determinado, que ha provocado un incremento del grado de complejidad de determinadas concepciones, no se transfieren automática y mecánicamente a otros contextos o a otros asuntos de la misma clase, aunque pueden influir en ellos. Existen un tipo de concepciones especialmente importantes para favorecer la transición de lo simple a lo complejo en los sistemas de ideas: las concepciones sobre las concepciones o, si se prefiere, el conocimiento sobre el conocimiento (Morin, 1986 y Porlán, 1993b). El grado de complejidad de las ideas acerca de la naturaleza de los conocimientos y de sus formas de organización y cambio puede favorecer, en cierta medida, procesos de generalización, transferencia e integración entre ámbitos parciales del conocimiento personal y profesional, tanto en nosotros mismos como en otros. Sin embargo, la compartimentalización del saber científico en marcos rígidos disciplinares y su separación de otras formas de saber, favorece una aproximación exclusivamente analítica y especializada a ciertos fenómenos de la realidad y constituye un obstáculo para el abordaje de fenómenos complejos, más aún cuando, como en el caso de los procesos de formación, se pretende intervenir en ellos. De la misma manera, las actividades de formación pueden ser descritas como procesos sistémicos, de manera que podemos analizar las interacciones que se dan entre los diferentes elementos que las componen (fundamentos, objetivos, contenidos, actividades, evaluación, relaciones formador-profesores, etc.). Esto permite detectar mejor los reduccionismos que hemos descrito en apartados anteriores (predominio de los contenidos académicos, de una visión tecnológica de los objetivos, de las actividades, de lo ideológico, etc..) y tratar de superarlos formulando hipótesis de intervención más equilibradas, integradoras y complejas. c) La perspectiva crítica (Habermas, 1968a, 1981a y 1981b; Carr y Kemmis, 1983 y Appel, 1986). Para esta corriente de pensamiento, las ideas y las conductas de las personas, y los procesos de contraste y comunicación entre ellas, no son neutrales; de tal manera que la transición que postulamos de lo simple a lo complejo no garantiza por sí sola la consecución de los fines formativos. Una visión más compleja del medio natural, por ejemplo, no presupone necesariamente el respeto al equilibrio de los ecosistemas, o un análisis sistémico y complejo de las formaciones sociales neocapitalistas no asegura la solidaridad activa con el tercer mundo. Por lo tanto, consideramos que los procesos de construcción de significados hacia una visión más compleja del mundo son una condición necesaria para el desarrollo de alumnos y profesores, pero no suficiente. Adoptar una perspectiva crítica implica reconocer la relación íntima que existe entre intereses y conocimientos, de manera que las deformaciones y limitaciones que tenemos como consecuencia de nuestras concepciones sobre el mundo (las barreras que decíamos al principio), no son sólo el resultado de una visión más o menos simplificada de la realidad, sino que también son la consecuencia de nuestros particulares intereses como individuos, grupo de edad, sexo, raza, especie, grupo profesional y clase social. Vemos y vivimos la vida de una determinada manera no sólo porque tengamos una racionalidad más o menos compleja, sino también porque adoptamos una posición inevitablemente interesada (condicionada por determinados intereses) ante ella (Habermas, 1968b). Al mismo tiempo, el conocimiento, que responde a intereses y cosmovisiones determinadas, se genera dentro de estructuras de poder que lo limitan y condicionan. Esto explica la existencia de concepciones socialmente hegemónicas en muchos planos de la vida y, concretamente, en aquellos relacionados con la educación y con la formación de profesores. Esta hegemonía, por tanto, no es el fruto de un consenso reflexivo y democrático que trata de integrar posturas diferentes o de seleccionar aquellas más adecuadas, ni es la consecuencia de una negociación y comunicación horizontal de significados, sino el resultado de procesos de alienación e interiorización, sutilmente autoritarios, según los cuales las personas tienden a identificar tácitamente una determinada forma de pensar con la forma natural de pensar y una cosmovisión particular con la única visión posible del mundo. Por contra, pensamos que una concepción crítica de la enseñanza y de la formación del profesorado ha de basarse en una visión integradora de las relaciones entre ciencia, ideología y cotidianidad, y en el desarrollo de los principios de autonomía, diversidad y negociación rigurosa y democrática de significados. La importancia de esta reflexión radica en que pone en primer plano la cuestión de los fines y valores y los relaciona con la toma de decisiones y la acción. No basta con construir y complejizar el conocimiento: finalmente hay que decidir qué hacer, por qué hacerlo y para qué hacerlo (Apple, 1979). 2. NUESTRA PERSPECTIVA DEL CONOCIMIENTO PROFESIONAL. En el punto anterior nos hemos detenido en analizar cómo se concibe, desde diferentes modelos de formación del profesorado, el saber característico de la profesión docente. En dicho análisis ha predominado un enfoque epistemológico, que ha puesto en evidencia la necesidad de elaborar una teoría alternativa que caracterice el conocimiento de los profesores, tanto el que mayoritariamente existe (conocimiento profesional dominante), como el que consideramos que debería existir (conocimiento profesional deseable). En este punto, vamos a intentar exponer nuestro punto de vista acerca de cuál es la naturaleza particular de este conocimiento, de qué fuentes se nutre y cómo se organiza y evoluciona, esperando con ello apuntar argumentos de interés para este relevante debate. 2.1 Características del conocimiento profesional dominante (mayoritario). Dado que el componente ideológico del saber profesional está presente tanto en los conocimientos generados en el contexto académico como en los generados en el contexto experiencial, vamos a considerar, en atención a esos dos orígenes, que los elementos que constituyen el conocimiento profesional de los profesores se corresponde con dos tipos de saberes: los saberes formalizados o académicos, a los que han accedido a través, principalmente, de la formación inicial, y los saberes experienciales, elaborados a partir del ejercicio de su propia actividad docente, de su experiencia como alumnos y, en general, del contacto con la cultura dominante en su medio social. Caracterizamos a continuación cada uno de estos dos componentes para el caso del conocimiento profesional que es mayoritario y que queremos mejorar en los procesos de formación. a) Los saberes formalizados Nos referimos a aquellos saberes metadisciplinares y disciplinares que pertenecen al ámbito del conocimiento científico-técnico y que, como decíamos anteriormente, el profesor elabora de forma más o menos racional a través del estudio en la formación inicial (Porlán y Martín, 1994). Diversos investigadores han señalado reiteradamente, en relación con estos saberes, su inadecuación a la formación de profesores. En el caso de la ciencia por ejemplo, su estudio suele tener en cuenta únicamente los productos de la misma (conceptos, leyes, teorías,...), desatendiendo tanto la evolución histórica de esos conceptos, como el análisis de su construcción, de los procesos metodológicos implicados y del contexto social y político en el que se han desarrollado (Porlán y Martín, 1994). Como indican Désaultes y otros (1993) "La formación de los profesores es la mayoría de las veces estrechamente disciplinar y comporta pocas aperturas sobre las interpretaciones contemporáneas de las ciencias que proponen los trabajos de epistemología, historia, sociología y antropología de las ciencias" (p. 55). Además, en esta formación científica, incluso los saberes relativos al ámbito educativo se presentan disociados, de manera que hay un divorcio entre las disciplinas del curriculum por un lado y la pedagogía, la psicología y las didácticas específicas por otro. b) El saber experiencial Una parte importante de este conocimiento lo constituyen las concepciones implícitas del profesor, que suele ser un conocimiento tácito, concreto e irreflexivo que se va construyendo, bien por la interiorización mimética (Porlán y Martín, 1994), o por impregnación ambiental (Gil, 1993) a partir de formas de actuación docente observadas durante los años en que se fue alumno, bien por procesos más o menos intuitivos de ensayo y error durante el trabajo en el aula (Porlán, 1989; Porlán y Martín, 1994). Este componente tácito del conocimiento experiencial es resaltado también por Bromme (1988), para el que una parte de los conocimientos profesionales "pueden estar en la base de una actuación sin que uno se haya percatado nunca de poseerlos" (p. 27). Así, nos encontramos que, formando parte del conocimiento de los profesores, existen concepciones (sobre todo las referidas al conocimiento, a la enseñanza y al aprendizaje) elaboradas de forma no reflexiva a partir de su propia experiencia, como algo natural, evidente y, por tanto, fuera de todo cuestionamiento y crítica. Los profesores no son conscientes de estas concepciones (Thompson, 1984; Rodrigo, Rodríguez y Marrero, 1993) y, dado que difícilmente se puede modificar aquello que no es explícito, resultan resistentes al cambio. Las concepciones implícitas más frecuentes suelen corresponderse con los estereotipos sociales dominantes ya que, como plantea Gimeno (1993), cuando un profesor se incorpora a la enseñanza institucionalizada, se encuentra con multitud de condiciones ya dadas (especialización del curriculum, espacios escolares cerrados, organización rígida de los tiempos, tipo de evaluación exigida, etc.) que facilitan el surgimiento de determinados conocimientos, fácilmente adaptables a ellas, y dificultan la elaboración de otros, que implican cierta confrontación con las mismas. No olvidemos además que estas mismas condiciones las ha vivido también el profesor durante su estancia en la institución como alumno, lo cual juega un importante papel en la configuración del conocimiento empírico del profesor. Sin embargo, no todo el conocimiento tácito experiencial de los profesores posee estas características que hemos mencionado hasta ahora. De hecho, como plantean Schön (1983) y Stenhouse (1983), este saber de los profesores también posee elementos creativos e intuitivos que permiten al profesor desenvolverse hábilmente en las numerosas situaciones problemáticas que la práctica plantea, y que escapa en cierta medida de la rutina y de los estereotipos sociales dominantes. Por último, queremos señalar que el conocimiento experiencial no siempre es tácito. Los profesores elaboran también concepciones explícitas que parten y se dirigen a la acción y en las que está presente un cierto nivel de reflexión. Nos referimos, en primer lugar, al conjunto de principios, concepciones, metáforas e imágenes que poseen los profesores acerca de las diferentes variables presentes en su experiencia profesional (por ejemplo, los alumnos tienen que sentirse a gusto en la clase). No se trata, por tanto, de saberes relacionados con pautas de actuación concreta, sino de otros tipos de saberes que, con una orientación clara hacia la práctica, conllevan también una cierta carga explicativa y de reflexión. 2.2. Características del conocimiento profesional deseable (de referencia) Una vez analizados los componentes habituales del conocimiento profesional realmente existente y su bajo nivel de integración y organización, pasaremos a continuación a describir la naturaleza epistemológica del conocimiento profesional que consideramos deseable, las fuentes que pueden nutrir dicho conocimiento y las características generales que debe tener para favorecer un alto grado de integración y organización de sus contenidos. El conocimiento de los profesores, al igual que otros conocimientos como el de los médicos o el de los jueces, es un tipo de conocimiento práctico, profesionalizado y dirigido a la intervención en ámbitos sociales. Según lo dicho, el conocimiento docente es un conocimiento práctico en la medida en que la naturaleza de los problemas que debe abordar son los relacionados con la práctica de la enseñanza. Como veremos más adelante, estos problemas están relacionados en gran medida con la toma de decisiones sobre el curriculum antes, durante y después de la intervención, por lo tanto existe una importante relación entre conocimiento profesional y desarrollo curricular. Es decir, este saber debe estar constituido por un conjunto de teorías prácticas organizadas en torno a cuestiones del tipo: finalidades de la educación en la etapa obligatoria, naturaleza del conocimiento escolar, hipótesis sobre el proceso de construcción y seguimiento de dicho conocimiento, etc., y generadas a través del contraste, la integración y la reconstrucción de contenidos formativos procedentes de diferentes fuentes. En el conocimiento que consideramos deseable, las fuentes principales son el conocimiento disciplinar, el conocimiento metadisciplinar y la experiencia profesional. A continuación analizamos cada una de ellas, aunque nos centraremos en las que consideramos de mayor relevancia para la construcción del conocimiento profesional deseable. a) La relevancia de los saberes metadisciplinares Estos saberes se refieren, como hemos indicando en el punto anterior, a teorías generales y cosmovisiones (constructivismo epistemológico, complejidad, evolucionismo, relativismo, etc.), que disponen de un alto grado de integración de tipo generalista y, al mismo tiempo, tienen "efectos muy concretos sobre la práctica didáctica" (Bromme, 1988). Esta posibilidad de influir en aspectos muy diversos de la práctica permite, por ejemplo, establecer relaciones adecuadas entre los diferentes tipos de conocimientos que intervienen en la enseñanza de las ciencias (el conocimiento científico, el del alumno, el del curriculum, el conocimiento social, etc.). En el sistema de ideas que proponemos como conocimiento profesional deseable, uno de los ejes orientadores es, pues, el conjunto de los saberes metadisciplinares, es decir, aquellos campos del saber que estudian las disciplinas y el conocimiento en general, o algunos ámbitos del mismo (conocimiento científico, conocimiento cotidiano, etc.) (Porlán y otros, 1996), así como las cosmovisiones ideológicas que presentan un alto grado de organización interna. Ejemplos de estas perspectivas metadisciplinares serían el marxismo, el ecologismo, el constructivismo epistemológico, la teoría general de sistemas o la epistemología de la complejidad. El conocimiento metadisciplinar no sólo se refiere a una cierta manera de indagar sobre la realidad o de analizar el contenido de las ciencias disciplinares, sino que también tiene sus propios contenidos: los saberes relativos a la historia de las disciplinas (sus paradigmas, los obstáculos para el cambio...) o a la sociología de las disciplinas (interacciones entre los sistemas de ideas propios de las disciplinas y los sistemas políticos y económicos), los saberes relativos al conocimiento en general (organización y evolución de paradigmas como el racionalismo, el positivismo, el relativismo, …), etc. En relación con el saber metadisciplinar, y en el caso del profesor de ciencias es muy relevante que su formación contemple el desarrollo de una determinada concepción epistemológica acerca de la ciencia y sus mecanismos de evolución acordes con los actuales planteamientos acerca del conocimiento científico, así como el conocimiento de la historia de la ciencia, centrado en los problemas y obstáculos que originaron la construcción de los conocimientos científicos y en la comprensión del contexto social, histórico e ideológico donde se insertó cada problemática, sin lo cual dichos conocimientos aparecen como arbitrarios (Gil, 1993). Queremos destacar que estas nociones metadisciplinares suponen un alto grado de integración de tipo generalista (Porlán y otros, 1996) sin ser reduccionista, ya que utilizan un criterio de homología fundamental, en el sentido de que los sistemas, sean físicos, biológicos o sociales (entre los que incluimos el sistema escolar), comparten unas ciertas dimensiones y categorías que son comunes a todos ellos (Martínez, 1993). El interés de estas nociones metadisciplinares es evidente, pues pueden actuar como categorías organizadoras en distintos ámbitos relacionados con el saber profesional: como organizadores de ese mismo conocimiento profesional, del conocimiento escolar, en la caracterización del curriculum, en la caracterización del medio escolar, en la del medio natural y social, etc. (García, Martín y Rivero, 1996). También habría que incluir, en este plano metadisciplinar, las ideologías, como una fuente esencial del conocimiento profesional. La educación obligatoria tiene la responsabilidad, ciertamente compartida, de formar ciudadanos que actúen de forma crítica y responsable en los numerosos problemas que el medio plantea. Esto implica que los alumnos deben construir conocimientos y también valores, tales como la justicia, solidaridad, actitud democrática, etc. Pero, desde luego, no se puede enseñar la justicia siendo injusto, ni la solidaridad siendo individualista, ni la democracia siendo un tirano. Como plantea Santos (1995), "el compromiso de la escuela empieza por la exigencia de encarnar en sus estructuras y funcionamiento los valores que desea defender y promover en la sociedad" (p. 42). Es decir, el profesor tiene que ser consciente en cualquier decisión que adopte, en lo teórico y en lo práctico, de las repercusiones ideológicas que plantea y de los valores que directa e indirectamente está promoviendo. No puede eludir, por tanto, un debate ideológico escudándose en que sólo se ocupa del "saber", porque, como plantea Foucault (1979), ningún saber es independiente de unas determinadas relaciones de poder. El profesor no sólo debe comprender los fenómenos relacionados con la enseñanza y aprendizaje de las materias y conocer y saber realizar las actuaciones que pueden ser más adecuadas, necesita también decidir para qué y por qué hacerlo, es decir, necesita cuestionarse los fines y valores de su actuación, cuestiones en las que la perspectiva ideológica debe estar presente. b) Los saberes disciplinares: la didáctica de las ciencias como saber de síntesis Son muchas las disciplinas que aportan significados relevantes para el conocimiento profesional: las disciplinas relacionadas con la materia (Biología, Geología, Geografía, Matemáticas, etc.), las relacionadas con la enseñanza (Pedagogía, Teoría del Curriculum, Historia de la Educación, Didáctica Específicas...), las relacionadas con el aprendizaje (Psicología) y las relacionadas con el estudio de los sistemas educativos (Sociología de la Educación, Política Educativa, Economía Educativa...). Evidentemente, para nosotros es inabordable en este trabajo el hacer un análisis de todas y cada una de ellas, en relación con sus aportaciones al conocimiento profesional, tarea que más bien nos parece un trabajo colectivo constituido por diversas aportaciones parciales y graduales. Por tanto sólo nos detendremos de forma más pormenorizada en el análisis de las Didácticas Específicas, por su relevancia para la formulación del conocimiento profesional deseable dado su carácter de saber de síntesis. Las Didácticas Específicas las entendemos como un saber aplicado (Porlán y otros, 1996), en el sentido de que su función genuina es la elaboración de modelos didácticos, que no sólo se definen por una dimensión descriptivo-explicativa de la realidad escolar, sino porque además presentan una vertiente normativa, en forma de hipótesis curriculares y propuestas de actuación en el aula. El conocimiento propio de las Didácticas Específicas sería lo que Bromme (1988) denomina como un conocimiento mixto, en el sentido de que los conocimientos se aúnan con los relacionados con la materia que se enseña. Esta unión de conocimientos no supone, desde nuestro punto de vista, y utilizando una analogía, una mezcla física entre ellos, sino más bien una reacción química, que permite la "aparición" de un cuerpo de conocimientos "genuino". Las Didácticas Específicas utilizan y reinterpretan los conocimientos científicos y psicopedagógicos elaborados en sus disciplinas correspondientes para explicar los procesos de enseñanza y aprendizaje de las distintas materias y para proponer pautas concretas de diseño y desarrollo curricular. Es decir, son un saber de síntesis de los diferentes tipos de conocimientos que hemos analizado hasta ahora o dicho en otras palabras, el conocimiento más específico de la profesión docente (Marcelo, 1992). Además de un saber de integración, es un saber para la acción. Por ejemplo, si se considera el conocimiento escolar como un conocimiento de distinta naturaleza epistemológica que el conocimiento científico y el conocimiento cotidiano (Rodrigo, 1994), lo que implica que su formulación debe ser una integración genuina de esos y otros tipos de saberes (Grupo Investigación en la Escuela, 1991) (dimensión explicativa), una posible propuesta de acción coherente con este planteamiento (dimensión normativa) podría ser que, en la selección de los contenidos a trabajar en el aula, se tuviera en cuenta no sólo los contenidos que científicamente son relevantes, sino también las concepciones y experiencias de los alumnos y la problemática social relevante (Grupo Investigación en la Escuela, 1991). Más concreto aún, si se considera que las concepciones de los alumnos tienen que ser tenidas en cuenta en la selección de los contenidos, podríamos proponer la exploración y expresión de las mismas como una tarea a realizar cuando se trabaja una nueva problemática en el aula. Descendiendo más, podemos proponer una serie de técnicas diversas para la exploración de concepciones de los alumnos (cuestionarios de diversos tipos, entrevistas, asambleas, actividad exploratoria, etc.), cada una de ellas con una serie de potencialidades y limitaciones que aconsejan o no su uso en función de determinadas condiciones (objetivo concreto de la exploración, destrezas del profesor, tiempo disponible, hábitos de los alumnos, capacidades de los alumnos, recursos que se hayan utilizado anteriormente, etc.). En cualquier caso, como se puede deducir, no concebimos la dimensión normativa de las Didácticas Específicas como una emisión de recetas rutinarias, sino como "programas de acción" (Gimeno, 1989) de diverso grado de complejidad. En resumen, es una fuente que aporta conocimientos integrados y próximos a la práctica, específicos para la enseñanza y aprendizaje de las materias en situaciones escolares, y pautas más o menos complejas, no esquemáticas ni rígidas, de actuación concreta. Ayudan, por tanto, a superar una dificultad que se presenta frecuentemente en la formación del profesorado, lo que Furió y otros (1992) describen como "la tendencia a considerar la formación del profesorado como suma de una formación científica básica y una formación psico-socio-pedagógica general" (p. 10). Pero el interés de las Didácticas Específicas no se centra exclusivamente en aspectos relacionados con el aprendizaje de los alumnos, sino también con el de los profesores. Este interés no es meramente especulativo (Furió, 1994), sino que se hace totalmente necesario a la luz de las numerosas investigaciones que dan cuenta de la importancia que tiene éste como mediador del proceso de enseñanza-aprendizaje, aspecto ya comentado con anterioridad. Por último, podemos afirmar que en ellas se viene realizando un importante esfuerzo de integración de los saberes teóricos, lo que Astolfi y Develay (1989) denominan un proceso de apertura interdisciplinar, tomando como referencia determinados problemas prácticos (el fracaso del aprendizaje, la falta de interés de los alumnos, etc.), así como un esfuerzo de profundización en el conocimiento de los saberes personales de los alumnos y profesores. Por tanto, estas disciplinas son un referente importantísimo en la determinación de la naturaleza, estructura y evolución del conocimiento profesional deseable, constituyendo así otro de los ejes orientadores de su formulación (Gil, 1993; Furió, 1994, Porlán y Martín, 1994 y Porlán y otros, 1996). c) La experiencia profesional: La concreción del conocimiento profesional en el saber curricular Como ya vimos en la caracterización del conocimiento profesional que mayoritariamente poseen los profesores, el saber experiencial es una fuente importantísima de conocimientos, constituyendo en aquel caso el referente decisivo. No vamos a repetir aquí lo que ya dijimos anteriormente respecto a los distintos tipos de saberes que forman parte del conocimiento experiencial. Lo que queremos señalar en este punto es que siendo todos los saberes incluidos en el conocimiento experiencial de igual importancia, consideramos que los saberes curriculares suponen un primer nivel de integración y transformación de significados, que los hace especialmente relevantes para la construcción del conocimiento práctico profesional deseable. Nos referimos al conjunto de ideas, hipótesis de trabajo y técnicas concretas que se ponen conscientemente en juego en el diseño, aplicación y seguimiento del curriculum, tales como: - Conocer la existencia de concepciones en los alumnos, así como su utilización didáctica. - Conocer cómo se determina, organiza y secuencia el conocimiento escolar. - Saber diseñar un programa de actividades válido para la investigación de problemas interesantes y con potencialidad para el aprendizaje, que tenga en cuenta las hipótesis de progresión asociadas a dichos problemas, incluyendo tanto actividades de expresión, contraste y cuestionamiento de las concepciones de los alumnos como actividades de recapitulación, aplicación y generalización de las nuevas adquisiciones a otros contextos - Saber dirigir el proceso de investigación del alumno, creando el clima de trabajo apropiado, facilitando la continua reformulación de los problemas y el contraste y cuestionamiento de sus concepciones. - Saber qué y cómo evaluar, teniendo en cuenta la necesidad de un ajuste adecuado entre el proceso de enseñanza y el de aprendizaje, conociendo las estrategias apropiadas para hacer un seguimiento de la evolución de las ideas de los alumnos y para regular todo el proceso. El saber curricular es, por tanto, otro eje orientador del saber práctico profesional, dado que supone una importante integración de saberes para la acción y que presenta la posibilidad de incrementar, a través de estudios de casos, el conocimiento empírico de experiencias alternativas de enseñanza y de formación del profesorado. Sin embargo, el sesgo hacia la intervención y la tendencia frecuente a no fundamentar suficientemente las hipótesis curriculares, hacen que sean necesarios esfuerzos de integración superiores. Pues bien, el conocimiento práctico profesional que consideramos deseable es, por tanto, la resultante de un complejo proceso de interacciones e integraciones de diferente nivel y naturaleza, organizado en torno a los problemas de la práctica profesional (ver figura 1). Esta integración no es una mera yuxtaposición de contenidos procedentes de las diversas fuentes, sino que implica una profunda tarea de reelaboración y transformación epistemológica y didáctica que puede realizarse en varios niveles (Martín del Pozo, 1994). Los saberes metadisciplinares, los saberes procedentes de las Didácticas Específicas y los saberes curriculares constituyen ya por sí mismos integraciones parciales que, como veremos en los apartados siguientes, facilitan procesos de integración de nivel superior. 3. CÓMO DESEABLE. ORGANIZAMOS EL CONOCIMIENTO PROFESIONAL El conocimiento profesional que proponemos como deseable, como todo sistema de ideas, posee una cierta organización, que podemos establecer en diferentes niveles de concreción, desde una perspectiva más general, hasta niveles de estructuración más concretos. Proponemos tres niveles de articulación, que describimos a continuación. 3.1 Nivel de conocimientos metadisciplinares profesionales. En la medida en que el conocimiento profesional es un sistema, consideramos que en él se pueden determinar una serie de conceptos, procedimientos y valores que pueden actuar como ejes organizadores del mismo al nivel de mayor generalidad. Estos conceptos, procedimientos y actitudes metadisciplinares serían: a) Conceptos generales tales como: elemento, interacción, organización, cambio, etc., que permite utilizar una estructura conceptual única para comprender y explicar la realidad natural, para interpretar el funcionamiento del aula, para concebir el curriculum o para comprender las ideas de los alumnos y de los profesores. b) Procedimientos generales del tipo: reconocer y formular problemas, tomar conciencia de las ideas propias, contrastar con informaciones y datos, reorganizar las ideas, aplicar los conocimientos, etc., que permiten utilizar una misma estrategia para orientar el aprendizaje de los alumnos, para promover el propio desarrollo profesional y para comprender la naturaleza de los procedimientos científicos. c) Valores generales tales como: autonomía, respeto a la diversidad, negociación y cooperación crítica y rigurosa, etc., permite utilizar los mismos criterios para organizar el funcionamiento del aula, para interpretar la relación entre el conocimiento escolar, el científico y el cotidiano y para regular el aprendizaje colectivo de los alumnos y la formación de profesores. 3.2 Modelo didáctico de referencia. Como plantean Giordan y De Vecchi (1987), cualquier objeto de estudio, por muy bien delimitado que esté, está integrado y mantiene estrechas relaciones con un amplio campo de conocimientos, que constituyen el aura conceptual del mismo. Este aura está definido por la red de interacciones entre las ideas y se puede representar a través de las tramas de contenidos (Astolfi y Develay, 1989) o mapas conceptuales (Novak y Gowin, 1984). En el mismo sentido que estos autores, nosotros proponemos un segundo nivel de organización del conocimiento profesional en una trama básica de referencia, en la que pretendemos recoger los grandes núcleos del conocimiento profesional, así como las interacciones entre ellos. En este nivel de estructuración es donde se pone claramente de manifiesto la transformación heurística (Bromme, 1988) o transposición didáctica (Martinand, 1989) que han de sufrir los distintos saberes que aportan significados al conocimiento profesional, pues ya no se estructuran según la lógica de sus respectivos campos de conocimiento, ni por supuesto se yuxtaponen unos a otros, sino que, por el contrario, proponemos organizarlos en relación a la problemática profesional relevante. Así, la trama de máximo nivel de formulación reflejará los contenidos básicos de un modelo didáctico basado en la "Investigación en la Escuela" (Grupo Investigación en la Escuela, 1991). Este nivel de organización del conocimiento profesional tiene un carácter global y sintético. El modelo didáctico personal es la referencia para definir, investigar y resolver tentativamente los problemas prácticos y, al mismo tiempo, se reconstruye y evoluciona permanentemente en este proceso. 3.3 Los ámbitos de investigación profesional. Los dos niveles que hemos descrito hasta ahora están muy alejados de la organización aditiva del conocimiento profesional dominante y, por sí solos, son más útiles para equipos de profesores y formadores de avanzado desarrollo profesional. El conocimiento de los profesores se organiza también en otro nivel más concreto, vinculado a intereses inmediatos y funcionales (Cañal, 1994), a problemáticas específicas, a las condiciones del contexto, etc. ... Es a lo que denominamos Ámbitos de Investigación Profesional, que se corresponden con problemas relevantes y cuya investigación permite la organización, construcción y desarrollo del saber docente. Estos problemas son de carácter práctico, conectan con los intereses y experiencias del profesorado y a la vez requieren la participación de otros saberes distintos del experiencial para su resolución, de manera que también son potentes desde el punto de vista del conocimiento profesional deseable, ya que favorecen aproximaciones parciales al modelo didáctico de referencia y a los conocimientos metadisciplinares. En este sentido, Gimeno (1993) plantea que la conciencia profesional se vertebra y acrecienta en relación al trabajo con redes de dilemas profesionales, entendidos éstos como puntos conflictivos en el conocimiento del profesor, referidos a los distintos campos en los que interviene. La investigación de problemas permite organizar redes de subproblemas para trabajar en un contexto concreto, esquemas de conocimiento profesional para la intervención y un conjunto de recursos didácticos (artículos de lectura, instrumentos para detectar concepciones de los alumnos, obstáculos y pautas de actuación más frecuentes, planes y secuencias de actividades que ayuden a superar los obstáculos, etc.) que sirvan de apoyo en el proceso de reconstrucción del conocimiento y de la actuación de los profesores. Son ejemplos de ámbitos de investigación profesional los siguientes: a) En relación a las materias escolares: ¿Qué sabemos sobre determinados tópicos del currículo escolar?, ¿qué contenidos están implicados y qué relaciones existen entre ellos?, ¿qué formulaciones diferentes existen de los contenidos implicados? ¿Qué idea tenemos sobre las características del conocimiento disciplinar?, ¿qué son las disciplinas?, ¿cómo se construyen y por qué cambian? ¿Qué sabemos de otras formas de conocimiento relevantes para el contexto escolar?, ¿qué tipos de conocimientos intervienen en el contexto escolar?, ¿qué relaciones existen entre ellos? (Martín del Pozo, 1999). b) En relación a las ideas de los alumnos: ¿Cuál es la naturaleza de las ideas de los alumnos?, ¿son incoherentes, arbitrarias y poco consistentes?, ¿siguen modelos generales, o son siempre ideas concretas relativas a situaciones y contenidos específicos?, ¿son comunes a muchos alumnos o hay una gran diversidad? ¿Cómo cambian las ideas de los alumnos?, ¿cómo cuestionarlas sin caer en el modelo de sustitución del error?, ¿qué estrategia de aprendizaje conviene potenciar en cada situación y ante cada contenido concreto? ¿Qué técnicas y estrategias son útiles para explorar y analizar las ideas de los alumnos? (García Díaz, J.E., 1999). c) En relación a la formulación de contenidos escolares: ¿Cuál es y cuál debería ser la función social de la escuela obligatoria?, ¿qué modelo de desarrollo humano y social tomamos como referencia para nuestra actividad profesional?, ¿cuál es el papel de las disciplinas en la formación básica de los ciudadanos? ¿Qué fuentes utilizamos y cuáles deberíamos utilizar en la elaboración de los contenidos escolares?, ¿qué plantea al respecto la legislación y los libros de texto?, ¿quién debe formular el conocimiento deseable para nuestros alumnos? ¿Cómo debemos formular, organizar y presentar el conocimiento escolar?, ¿con qué grado de extensión y profundidad?, ¿qué tipos de conocimientos debemos considerar? (Porlán, R., 1999) d) En relación a la metodología de enseñanza: ¿Cómo debería ser y qué debería orientar una secuencia de actividades?, ¿cómo formular una hipótesis realista de conocimiento escolar deseable que tenga en cuenta el punto de partida de los alumnos, sus expectativas e intereses potenciales?, ¿qué hipótesis de progresión se debe establecer para superar las posibles dificultades de aprendizaje y cómo hacerlo?, ¿qué actividades, y en qué secuencia, pueden favorecer el cambio y la evolución significativa de las ideas de los alumnos?, ¿qué momentos metodológicos existen y en qué se fundamentan? ¿Cómo gestionar y regular la dinámica del aula? (Azcárate, P., 1999). e) En relación a la evaluación: ¿Qué modelos existen de evaluación y en qué se fundamentan?, ¿qué concepción de la evaluación es compatible con un enfoque investigativo de la enseñanza?, ¿en qué medida la evaluación permite someter a contraste empírico nuestras hipótesis curriculares y, a la larga nuestro saber práctico profesional?, ¿cómo evaluar de manera adecuada el aprendizaje de los alumnos?, ¿qué datos tomar y cómo hacerlo para obtener información fundamentada sobre el curriculum en la acción? ¿Qué papel han de jugar alumnos y profesores en el proceso de evaluación y toma de decisiones?, etc. f) En relación a la planificación y desarrollo de unidades didácticas: ¿Cómo establecer relaciones significativas y coherentes entre el qué, el cómo y la evaluación?, ¿qué modelos de planificación de unidades didácticas existen y en qué se fundamentan?, ¿cómo garantizar que el desarrollo de la unidad didáctica tiene sentido y coherencia para el profesor y también para los alumnos?, etc. g) En relación a la planificación de un curso completo: ¿Qué hipótesis de progresión general se puede establecer y en base a qué criterios?, ¿cómo seleccionar y organizar los distintos objetos de estudio de forma coherente con la hipótesis de progresión general y de manera que, además, podamos atender la dinámica del aula?, ¿qué modelos de organización de cursos existen y en qué se fundamentan?, ¿qué distintos momentos o fases podemos distinguir a lo largo de un curso y en base a qué criterios?, etc. h) En relación a la definición del modelo didáctico personal: ¿Cuáles son mis principios didácticos generales?, ¿qué conocimientos los fundamentan?, ¿qué grado de coherencia existe entre mis principios y fundamentos?, ¿qué normas para la acción se deducen de ellos?, ¿qué tipos de relaciones deben existir entre mi modelo didáctico y mi actuación profesional concreta?, etc. La organización que acabamos de describir permite una construcción gradual del conocimiento, en la medida en que el recorrido por los distintos ámbitos supone la emergencia de conocimientos nuevos, pero también la elaboración continua de los mismos conocimientos metadisciplinares y del modelo didáctico personal, a los que desde cada ámbito nos aproximamos de forma gradual. Esta construcción progresiva permite a su vez una nueva reinterpretación de los conocimientos más específicos, describiéndose así un camino constante de lo particular a lo general y de lo general a lo particular. 4. EJEMPLIFICANDO LA FORMACIÓN DE PROFESORES EN TORNO A LOS ÁMBITOS DE INVESTIGACIÓN PROFESIONAL. A continuación intentaremos mostrar, aunque sea someramente, un posible desarrollo de un problema de los que acabamos de enunciar. Por ejemplo, en el ámbito relacionado con los contenidos de enseñanza, podríamos desarrollar una propuesta de formación tal como la que se esquematiza en el cuadro 1. En el plan de actividades se distinguen tres momentos o fases metodológicas: iniciación, contraste y reestructuración. Para cada uno de ellos se proponen las actividades que realizarían los profesores, las que realizaría el formador para poder orientar el proceso y los obstáculos que suponemos van a estar presentes dificultando el cambio en la dirección que nosotros deseamos. Como se desprende de la propuesta de actividades, algunos de los procedimientos y valores metadisciplinares a que hemos hecho referencia anteriormente están muy presentes (resolución de problemas, contrastar ideas, rigor, autonomía, negociación…) La “dirección deseable” que nos gustaría que tomase el proceso formativo es la que se recoge en el mapa conceptual que esquematizamos en la figura 2. En él se puede observar que para su desarrollo habría que integrar, desde una perspectiva de enseñante, conocimientos que pueden provenir de la Didáctica de las Ciencias, la Epistemología, la Didáctica General, la Psicología, la Experiencia profesional,… También se puede observar el papel organizador de algunos metaconocimientos (diversidad, interacción, cambio, etc.). De esta manera, trabajando en torno a los problemas de los ámbitos de investigación profesional, dotamos de un sentido peculiar (profesional) a las informaciones provenientes de distintas fuentes y vamos construyendo un modelo didáctico de referencia, aproximándonos paulatinamente en todo este proceso a los conocimientos metadisciplinares. BIBLIOGRAFÍA. APPLE, M.W. (1979). Ideology and curriculum. Routledge y Kegan Paul. (Trad. cast. Ideología y currículum. Madrid: Akal, 1986). APPEL, M.W. (1989). Maestros y textos. Barcelona: Paidos-MEC. ASTOLFI, J. P. y DEVELAY, M. (1989). La didactique des sciences. París: PUF. AZCÁRATE, P. (1999). Metodología de enseñanza. Cuadernos de Pedagogía 276, 7278. BACHELARD, G. (1938). La formation de l´esprit scientifique. Librairie Philosophique J. Wrin. (Trad. cast. La formación del espíritu científico. Buenos Aires: Argos, 1948). BROMME, R. (1988). Conocimientos profesionales de los profesores. Enseñanza de las Ciencias, 6 (1), 19-29. 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