EL CRISTIANISMO HISPANO (SU ORIGEN Y REPERCUSIÓN EN LA SOCIEDAD HISPANA Y EN LA IGLESIA UNIVERSAL) Director: José María Blázquez Influjo del cristianismo hispano en la iglesia universal. Osio. Dámaso. Orosio. Prudencio (Conferencia IV) OSIO Osio es la gran figura del cristianismo hispano en el S. IV y una de las más influyentes de la Iglesia Universal en su siglo. Los datos sobre fecha y lugar de nacimiento y de su ordenación episcopal son inciertos. Debió nacer hacia el año 256, según dato deducido de las afirmaciones de Atanasio o de Sulpicio Severo, de Febadio de Agen y de Isidoro de Sevilla. Los escritores antiguos mencionan a Osio como el obispo de Córdoba o de Hispania. Atanasio fue su gran amigo, y afirma (Hist. arr. 43) que marchó a su patria y a su Iglesia. Su ordenación episcopal debió situarse entre los años 290-295. Participó en el Sínodo de Iliberri, ocupando en él el segundo puesto. En otros manuscritos figura en undécimo lugar. Durante la persecución de la Tetrarquía, bajo el colega de Diocleciano, Maximiano, confesó la fe, según afirma Osio en carta al emperador Constancio, conservada por Atanasio (Hist. arr. 44). Osio y los donatistas Nada se sabe de la actividad de Osio hasta que, acompañando a Constantino, participó en el problema donatista. El donatismo fue un problema fundamentalmente del norte de África. En el año 311 murió Mensurio, obispo de Cartago. Fue elegido para sucederle su diácono, Ceciliano, que contaba desde antiguo con opositores, por el rigor en aplicar la disciplina eclesiástica referente al culto a los mártires. Una enemiga personal fue la dama, rica y poderosa, de nombre Lucila, que con sus seguidores, no aceptó la comunión con Ceciliano. Pronto, los obispos de Numidia se reunieron en Cartago para condenar y deponer del episcopado a Ceciliano. Lucila logró que los obispos eligieran al criado suyo, el lector Mayorino. Se ha supuesto que esta dama era también hispana, pero los autores principales que tratan los orígenes del donatismo, Agustín, Optato de Milevi y el Proceso Contra Silvano, no la mencionan como tal. Los donatistas se negaron a comulgar con los obispos que consideraban apóstatas o acogedores de los apóstatas. Pronto se probó que entre los oponentes a Ceciliano había traidores durante la persecución, que habían entregado los libros y los vasos sagrados. W.H. Frend, el gran estudioso del donatismo, lo consideró un movimiento de protesta, pero esta tesis no tuvo aceptación. La sede de Cartago, en el año 212, contaba con dos obispos, Ceciliano y Mayorino, que murió enseguida, siendo sustituido por Donato, que fue el verdadero organizador de la Iglesia separada, a la que dio el nombre con que se la conoce en la Historia. Nada se sabe en concreto de la intervención de Osio en la lucha contra los donatistas. Su intervención debió ser eficaz, pues Agustín (Contr. epist. Parm. 1.5.10), indica que –según Parmeniano, sucesor de Donato-, Osio apoyó a Ceciliano y logró que se unieran a su comunión muchos obispos. Es muy probable que Osio inclinara a Constantino a favor de Ceciliano. En una carta de Constantino a Ceciliano se menciona un documento que Osio envió a Ceciliano sobre la distribución de cierta cantidad de dinero (Eus. HE. X.6). Los donatistas enviaron unos libelos contra Ceciliano al procónsul de África, Anullinus, que lo remitió al emperador. En este escrito los donatistas pedían al emperador que los juzgaran obispos de las Gallias, donde el problema donatista no existía. Constantino ordenó que ambas partes acudieran a un tribunal, que se reunió en Roma, formado por tres obispos galos bajo la presidencia del obispo de Roma, Melquiades, en el año 313. El tribunal falló en favor de Ceciliano, sentencia que los donatistas rechazaron. Constantino determinó reunir un concilio en Arlés en 314, al que Osio no asistió. El concilio volvió a condenar a los donatistas, que pelaron nuevamente al emperador, quien en 316 tomó algunas diligencias y confirmó a Ceciliano como obispo de Cartago. El emperador era la suprema apelación en materia religiosa. No existía otra. Osio y los arrianos Nada se conoce de la actuación de Osio hasta el año 325, fecha del Concilio de Nicea. M. Sotomayor cree que es probable que permaneciera todo el tiempo junto a Constantino y que fuera ya su consejero principal en la legislación religiosa, muy numerosa, de estos años, y favorable al cristianismo, como las disposiciones en favor del clero, la concesión de inmunidad eclesiástica, la creación de tribunales para las causas de los laicos, las medidas contrarias a los cismas y a las herejías, la restitución de los bienes a la Iglesia, y la exención de las cargas públicas a los clérigos. Es hipótesis muy aceptable, pues, en un problema concreto, la constitución referente a la manumisión de los esclavos en la Iglesia fue redactada personalmente por Osio. Constantino nombró a Osio presidente del Concilio de Nicea, sin duda por haber sido su consejero en los años anteriores en asuntos religiosos. No existe otra explicación posible. En el año 324 el patriarca de Alejandría, Alejandro, condenó a su presbítero Arrio, que negaba la divinidad de Cristo. Defendía que había sido creado de la nada, por lo tanto, había un tiempo en que no había existido y era mudable. Constantino escribió a ambos litigantes, exhortándoles a la concordia. El portador de la carta fue Osio, que se desplazó a Alejandría a lograr la paz (Eus. Vita. Const. 2.68; Socr. HE. 1.7; Soz. HE. 1.16). Constantino, para lograr la paz de la Iglesia, convocó en Nicea un Concilio, el primero ecuménico de la Historia de la Iglesia. Eusebio ha descrito detalladamente la inauguración. El emperador, en el centro de la sala, sentado en un trono de oro, abrió el Concilio. Eusebio de Cesarea pronunció el discurso de apertura. Constantino dirigió, quizás, unas palabras de salutación, animó a los obispos a la concordia y dio la palabra al presidente del Concilio, Osio, según Atanasio (Hist. arr. 42; Apol. de fuga 5). El emperador ofreció un banquete a los asistentes, y proclamó su teología política: “Yo soy el obispo de los de fuera”. Constantino no estuvo presente en las discusiones. El funcionario de palacio, Filomeno, controlaba las votaciones. Constantino, sin proponer los términos precisos, sólo intentó reconstruir la unidad de la Iglesia. Eusebio (HE. III.8) menciona 250 participantes. Eustacio (Frag. 32) calculó 270 Padres Sinodales. Constantino (Socr.HE. 1.9) y Atanasio (Apol. carr. 23) ascienden la cifra a 300. Hilario de Poitiers da la cifra de 318 (Atan. Synod. 86). Casi todos los asistentes procedían del Oriente y de Egipto. De Occidente sólo participaron Osio y dos delegados romanos, Bito y Vincenzo. El obispo de Roma era muy viejo. Estuvo también presente el sofista Asterio (Ruf. HE. 1.5; Soz. HE. 1.17, Socr. 1-8). Del Illirico llegó una decena de participantes. De Persia vino un obispo, otro del Cáucaso, y algunos obispos del Ponto y de Gothia. El Concilio fue verdaderamente ecuménico. V.C. de Clercq, el mejor historiador de Osio, se plantea cuatro preguntas: La idea de convocar un concilio ¿fue idea de Osio? ¿Presidió Osio el Concilio? Su participación en el símbolo y en la aceptación del término homousios, “consustancial” aplicado al Hijo. ¿Propuso Osio algunos de los cánones disciplinares? Constantino convocó el Concilio. Lógicamente, la idea de la convocatoria fue promovida por el principal consejero en asuntos eclesiásticos, Osio, aunque es muy probable que fuera, igualmente, promovida por el obispo de Alejandría. El presidente del Concilio fue Osio, citado en primer lugar en todas las listas, lo que indica que era de absoluta confianza de Constantino y su principal consejero en asuntos eclesiásticos. Se está mal informado sobre la elaboración del símbolo de Nicea. Parece que varios obispos presentaron los símbolos de sus Iglesias. Uno de estos obispos fue Eusebio de Cesarea, según propia afirmación. Ninguno de los símbolos fue aceptado al no excluir suficientemente los errores de Arrio. Finalmente, partiendo de estos símbolos, se aprobó un símbolo con tres expresiones que condenaban las doctrinas de Arrio: Engendrado, no hecho. Consustancial al Padre. Es dudosa la participación de Osio en la aceptación de estas tres expresiones. Hay que admitir que fue decisivo su influjo en la tercera expresión, “consustancial”, que fue el gran caballo de batalla en todas las disputas del S. IV, como indican los historiadores Sócrates y Sozomeno, que continuaron la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, y que fueron testigos de las duras luchas que narran, que hemos descrito en otros trabajos nuestros. Atanasio (Hist. arr. 42) y Filostorgio (Hist. ecl. 1.7), historiador arriano, confirman que Osio fue el principal artífice de las definiciones contra Arrio en el Concilio. V.C. de Clercq escribe que fueron los arrianos los que dieron pie a que los Padres Conciliares, y el mismo Osio, introdujeran el término homousios como el más claro contra los errores de Arrio. Esto se deduce claramente de lo que cuenta Ambrosio, obispo de Milán (De fide 3.15), que escribió que Eusebio de Nicomedia afirmaba que “decimos que es verdadero Hijo y no creado. Es como confesar que es consustancial al Padre”. Leída esta afirmación de Eusebio, los Padres Conciliares propusieron este término en el símbolo, al caer en la cuenta de que lo tenían los adversarios para cercenar la cabeza de su nefanda herejía, con la misma espada que ellos habían desenvainado. La fórmula afirmaba la divinidad de Cristo. Atanasio (Hist. arr. 42; Apol. de fuga 5) atribuye un papel importante a la discusión. Veintidós obispos votaron en contra, según Filostorgio (HE. 1.8 a), y diecisiete, según Sozomeno (HE. II.20). Arrio y dos obispos que le apoyaron, Segundo de Tolemaide y Teona de Marmarice, fueron desterrados. Muchos obispos orientales, después de celebrado el Concilio, se opusieron al término “consustancial”. La influencia de Osio en la legislación disciplinar, muy probablemente, es aceptable, al ser el presidente del Concilio y el consejero del emperador. Varios cánones de Nicea recuerdan a otros de Elvira y de Arlés, que Osio, estos últimos, con seguridad conocía. M. Sotomayor da la lista de este parentesco: el canon 2 de Nicea y el 24 de Elvira, el 3 de Nicea y el 27 de Elvira; el 5 de Nicea y el 53 de Elvira; el 9 y 10 de Nicea y el 76 de Elvira, el 17 de Nicea y el 20 de Elvira; el 5 de Nicea y el 16 de Arlés; el 15 y 16 de Nicea y el 20 y 21 de Arlés; el 17 de Nicea y el 12 de Arlés. La influencia de los cánones de Elvira en el de Nicea y, por lo tanto, en la Iglesia universal, fue grande. Falló el intento de Osio de imponer el celibato a los obispos, a los presbíteros y a los diáconos. Osio después de Nicea Después de Nicea, Osio parece que se retiró una buena temporada a su sede episcopal de Córdoba, y no participó en las luchas entre arrianos y seguidores del credo de Nicea: condena de Atanasio, del 335, por los obispos orientales reunidos en Tiro y en Jerusalem; nueva condena de Atanasio por el Concilio de Antioquía, del 339. En 343 se reunieron en Tréveris, Atanasio, Máximo y Osio. Poco después, los emperadores Constancio y Constante convocaron el Concilio de Sárdica, para reunir a todos los obispos del Imperio. Osio y el Concilio de Sárdica Lo presidió Osio, que contaba más de ochenta años. La situación era explosiva. El grupo de obispos antinicenos no cedía. Entre éstos, estaban Usacio, obispo de Singidunum, en Mesia, y Valente, de Mursa, en Panonia. Los obispos antinicenos obstaculizaban el Concilio, y planeaban llegar y retirarse inmediatamente. Osio exhortó a los disidentes a presentar las quejas que tuvieran contra Atanasio, al que se juzgaría con justicia; más aún, propuso que, si continuaban rechazándolo, llevaría a Atanasio a España (Atan. Hist. arr. 44). Los obispos orientales presentaron la exigencia de que los obispos occidentales rompiesen la comunión con Atanasio y con los restantes condenados, en Tiro (Soz. HE. 40), lo que sabía muy bien que no sería aceptado. El Concilio de Sárdica quedó así reducido a una reunión, fundamentalmente de obispos occidentales. Se ha calculado que los participantes fueron unos noventa. Cinco procedían de sedes hispanas: Anianus, de Cástulo (Jaén); Florentius, de Mérida; Domitianus, de Astúrica Augusta; Castus, de Caesaraugusta, y Praetextatus, de Barcelona. La epístola sinodal (2) describe la personalidad de Osio, despreciado por los seguidores de Arrio, al que califican de venerable anciano, dignísimo, de toda reverencia por su edad, su confesión, su fe, tan largamente probada; por los trabajos que ha soportado para utilidad de la Iglesia. Se conoce otro documento importante: el decreto emitido por los obispos arrianos, presentado antes de retirarse del Concilio contra Atanasio y Osio, al que condenan por comulgar con Marcelo de Ancira y con Atanasio, y por causa de Marco, al que causó graves injurias siempre, y porque ha defendido con todas sus fuerzas a todos los malos condenados justamente por sus crímenes; porque convivió en Oriente con delincuentes y perjuros... Osio, defensor empedernido de delincuentes, se vinculó desde el principio a éstos y otros semejantes, alineándose así contra la Iglesia, y apoyando a los enemigos de Dios. No se puede dar un juicio más demoledor sobre la personalidad de Osio. Las calumnias entre unos obispos y otros eran frecuentísimas. El juicio de Atanasio (Apol. de fuga 5), que le conoció y trató, es altamente laudatorio: del gran Osio, varón verdaderamente santo, confesor de feliz ancianidad, no es necesario que hable... No es un anciano desconocido, sino el más y mejor conocido de todos. ¿Qué sínodo no dirigió? Hablando con propiedad, persuadió a todos. ¿Qué Iglesia hay que no tenga los más bellos recuerdos de su patrocinio? ¿Quién se le acercó entristecido que no se alejase de él reconfortado? ¿Qué necesitado le pidió algo y se fue sin conseguirlo? Los juicios que emitieron Sócrates –historiador laico de Constantinopla- y Teodoreto de Cirro –obispo- en sus Historias Eclesiásticas, son altamente laudatorios sobre la personalidad de Osio. Sócrates le presenta como obispo de Córdoba, consejero, mensajero y enviado a Alejandría (HE. I.VII.1; III.VII.11); presidente de los Concilios de Nicea 1 (HE. I.XIII.12); de Sárdica (HE. II.XX.8); de Sirmio (HE. II.XXIX); desterrado y obligado a firmar la fórmula de Sirmio (HE. II.XXXI.1-14). Teodoreto, obispo de Cirro, en su Historia Eclesiástica (II.8.8), llama a Osio “venerable”, al que los años, la confesión y las penas sufridas le hacían digno de todo honor y respeto. En el segundo párrafo (HE. II.15.5), copia el texto de la Apología de Atanasio sobre Osio, ya mencionada, que es aceptar las grandes alabanzas que el obispo de Alejandría hacía sobre las virtudes de Osio. Los cánones del Concilio de Sárdica se deben a Osio o a su influjo. Tanto V.C. de Clercq como M. Sotomayor acuden a los cánones de Sárdica para el conocimiento de la personalidad de Osio que, según Isidoro de Sevilla (De vir. ill. 4), fue el autor de muchos cánones. Osio casi siempre propone y razona sobre los temas. Debido a su gran prestigio, los Padres Conciliares aceptaban los temas y la redacción de Osio. Los cánones son documentos originales de la mentalidad de Osio. Todos demuestran una gran moderación, amabilidad; una constante solicitud por los pobres, por los afligidos y los oprimidos; un fuerte sentido de la justicia y un espíritu de observación de la naturaleza humana. Señalan los cánones, magníficamente, todas las grandes virtudes de la personalidad de Osio. La mayoría de los cánones se refieren a la disciplina eclesiástica, como a los viajes de los obispos a la corte imperial para tratar asuntos eclesiásticos, a los traslados de unos obispos de sede, al absentismo de las sedes y a la ordenación. Los dos cánones más importantes son el tercero y el cuarto, que se refieren a los procesos eclesiásticos entre obispos, y a la apelación a Roma. En las Actas Conciliares, se hace constar expresamente la intervención de Osio: “El obispo Osio dijo: También hay que prohibir esto: si en una provincia un obispo tiene pleito con un hermano suyo en el episcopado, que ninguno de los dos llame a obispos de otra provincia. Si algún obispo es juzgado en alguna causa y piensa que tiene buenas razones para que esa causa se revise, si os parece bien, honremos la memoria del santísimo apóstol Pedro: que escriban al obispo de Roma los que examinan la causa o los obispos de la provincia vecina. Si el obispo de Roma juzga que debe revisarse el juicio, que se revise y determine para ello los jueces. Si aprueba el juicio y no cree que deba revisarse, quedará confirmado. ¿Os parece bien así a todos? El sínodo respondió: “Nos parece bien”. El obispo Gaudencio dijo: “Si os parece bien, habrá que añadir a esta santa determinación los que sigue: cuando algún obispo sea depuesto por los obispos de las sedes vecinas y alegue que va a tratar el asunto en Roma, que no se ordene otro en lugar del que ha apelado hasta que la causa sea sentenciada por el obispo de Roma... El obispo Osio dijo: “Parece bien que, en el caso que un obispo sea acusado, juzgado por el sínodo de los obispos de su región, depuesto de su grado y apele y acuda al obispo de Roma, si éste juzga que se debe revisar la causa, que se digne escribir a los obispos de la provincia limítrofe para que sean ellos los que examinen todo con su diligencia y decidan según la verdad. También podrá el obispo depuesto, si así lo prefiere, pedir al obispo de Roma que envíe un presbítero como legado suyo. El obispo de Roma podrá enviar, si quiere, legados con su autoridad, que están presentes en la revisión del juicio por los obispos. Si creen que bastan los obispos para poder poner fin al asunto, hará lo que juzgase mejor en su sapientísimo juicio”. M. Sotomayor concede importancia al canon quinto para conocer la personalidad humana que señala la función social de los obispos. Dice así, según las Actas: “El obispo Osio dijo: ...Es honesto que el obispo preste su intercesión en favor de los oprimidos por alguna iniquidad, como por ejemplo, si una viuda sufre o un pupilo es expoliado... Con frecuencia acuden a la misericordia de la Iglesia las víctimas de la injusticia, y también los condenados con motivo al exilio o a otra pena cualquiera. A todos éstos hay que ayudarles y, sin duda, hay que interceder por ellos”. También es significativa la decisión del Concilio de Sárdica de que no es lícito ordenar, sin más, un obispo en las aldeas o pequeñas ciudades donde es suficiente un solo presbítero. Porque no es necesario que haya allí un obispo, con descrédito del nombre y autoridad. Este canon sería aplicable, decenios después a los priscilianistas, que ordenaban obispos en comunidades pequeñas. El Concilio de Sárdica declaró a Atanasio y a los demás condenados, inocentes, y depuso de sus sedes y condenó a los ya citados Ursacio de Singiduno y Valente de Mursa. Osio y los protagonistas del Concilio, Gaudencio de Naisso, Protógenes de Sárdica, Massimino de Tréveri, y los legados romanos, hicieron aprobar a la asamblea una legislación que justificaba la intervención del obispo de Roma. También se prohibió recibir a los clérigos condenados en otras sedes. Sin embargo, el obispo de Roma podía recibir a los refugiados perseguidos que apelasen a Roma. Mientras tanto, el obispo que apelaba podía mantener su sede episcopal. El obispo de Roma se reservaba el derecho de nombrar los jueces. Esta propuesta procedía de Osio. El proceso seguía las normas del derecho imperial, que se convertía en modelo. Igualmente, condenó el Concilio a los que separaban al Logos (Cristo) del Padre. La condena iba contra la confesión de Antioquía y contra los subordinacionistas. Se condenaba también a los que no reconocían al Hijo como verdadero Hijo y como Dios. Rechazaba las tres hipóstasis, es decir, las tres sustancias, y aceptaba una única hipóstasis, sustancia. El Hijo no era por adopción, sino engendrado desde la eternidad. El Concilio afirmaba la unidad divina. Osio y Protógenes de Sárdica propusieron al Concilio una nueva forma de fe, según indican las dos cartas dirigidas al obispo de Roma, Julio, para completar y concretar la fórmula de Nicea, debido al tiempo transcurrido y a los nuevos problemas planteados por los arrianos. No parece que pueda considerarse documento propio del Concilio. Atanasio, en el año 362, afirmó que en el Concilio de Sárdica no se promulgó ningún símbolo. Algunos propusieron un texto, que el Concilio rechazó. Los orientales no admitieron el Concilio de Sárdica. Constancio favorecía abiertamente el arrianismo. En Occidente tampoco tuvo mucho influjo. Al decir de Gregorio Nacianceno, ningún concilio de la Historia de la Iglesia había servido para nada, sino para poner las cosas peor de lo que estaban, como sucedió con los Concilios de Nicea y de Sárdica. Con el arrianismo dentro del Imperio acabó Teodosio I (CT.XVI.1.23), años 380 y 381. Osio después del Concilio de Sárdica Después del Concilio de Sárdica, Osio volvió a su sede de Córdoba. Contaba más de noventa años. Liberio, obispo de Roma, le envió una carta informándole de las claudicaciones de los obispos galos en Arlés, año 352, ante las presiones de Constancio, condenando a Atanasio. Últimos años de Osio Los seguidores de Arrio convencieron a Constancio de que era necesario condenar nuevamente a Atanasio. La fuente principal para estos años es la Historia de los arrianos (42-46) de Atanasio, que una vez más alaba la amistad y refuerza la veneración que siempre tuvo por Osio. Se queja de que los arrianos no respetan al venerable anciano, ya centenario, que era padre de los obispos y confesor de la fe; ni su antigüedad, de más de setenta años, de episcopado. Creían los arrianos que con su palabra y su fe era capaz de persuadir a todos contra ellos, pues todos los sínodos que presidió, se acomodaban a sus decisiones. Osio era muy hábil en persuadir a los contrarios. Constantino obligó a Osio a ir a Milán. Le pidió que condenase a Atanasio y entrara en comunión con los arrianos. Osio se negó y persuadió al emperador. Después se marchó a Córdoba. Los arrianos no cesaron en su empeño, y Constantino envió varias cartas a Osio e intentó persuadirlo. Unas veces adulándole y otras amenazándole. Atanasio insertó en su Historia de los arrianos un documento original de Osio, dirigido a Constancio, que indica la entrega del obispo cordobés. “Ya antes he confesado la fe, cuando comenzó la persecución bajo tu abuelo Maximiano. Y si tú me persigues, también ahora estoy dispuesto a soportar todo lo que sea necesario o a verter mi sangre inocente para dar testimonio de la verdad. No comprendo cómo puedes escribir y amenazar así. No escribas más de esa manera, no apoyes las opiniones de Arrio, no hagas caso a los orientales ni creas a los de Ursacio y Valente. Lo que ellos hablan no lo dicen por causa de Atanasio, sino por su propia herejía. Créeme a mí, Constancio, que soy tu abuelo en edad. Estuve en el Concilio de Sárdica cuando tú y tu hermano, de feliz memoria, nos reunisteis... ¿Por qué oyes de nuevo a los detractores de Atanasio? ¿Por qué soportas a Ursacio y Valente, si hicieron entonces penitencia y confesaron por escrito que lo habían calumniado? Y confesaron sin ser coaccionados con violencias, como dicen; sin soldados que les urgiesen, sin que nada supiese tu hermano, que con él no se usaban, ni mucho menos, estos métodos que se usan ahora. Marcharon a Roma espontáneamente y escribieron su confesión en presencia del obispo con sus presbíteros. Y antes habían escrito ya a Atanasio una carta amigable y pacífica. Arguyen de violencia y reconocen que la violencia es mala. Tú tampoco la apruebas. Pues entonces no la emplees, no envíes cartas y legados, deja libres a los exiliados. Si no, reprochas la coacción y ellos sufren mayor. ¿Cuándo obró así Constante? ¿Qué obispo tuvo que ir al exilio? ¿Cuándo se entrometió en un litigio eclesiástico? ¿Qué palatino suyo obligó nunca a nadie a firmar contra otro, para que digan semejante cosa los de Valente? Cesa ya, te lo ruego, y acuérdate de que eres hombre mortal. Teme al día del juicio. Consérvate limpio para esa ocasión. No te metas en los asuntos eclesiásticos. En este terreno no debes darnos órdenes, sino aprender de nosotros. A ti te ha dado Dios el Imperio; los asuntos de la Iglesia nos los confió a nosotros. El que usurpa tu poder se opone a la disposición de Dios. Pero, si tú haces lo mismo con el de la Iglesia, eres culpable de gran crimen. Está escrito: “Dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”. Ni a nosotros, por tanto, nos es lícito gobernar en lo terreno, ni tú, ¡oh, emperador!, tienes potestad de ofrecer. Me estoy ocupando de tu salvación cuando escribo todo esto. Sobre lo que me has escrito, éste es mi pensamiento: yo no me uno a los arrianos y además anatematizo su herejía; ni voy a escribir contra Atanasio, declarado ya inocente por nosotros, por la iglesia de los romanos y por todo el sínodo. Tú mismo lo viste así, y, en consecuencia, lo llamaste y dispusiste que volviese con honor a su patria e iglesia... Cesa, pues, Constancio, te lo ruego; hazme caso, porque es esto lo que yo debo decirte, y lo que tú no debes despreciar”. Según la descripción de Atanasio, se mantuvo firme y escribió a otros obispos, animándoles a dar la vida antes que traicionar la fe. Les ponía Osio, como ejemplo, a Atanasio, al obispo de Roma, Liberio, y a otros muchos. Constancio intentó que otros partidarios de Osio firmaran la condena, sin conseguirlo. Constancio llamó a Osio a Sirmio, y le retuvo durante un año. Según Atanasio, tanta fue la violencia que empleó, tanto tiempo lo retuvo que, abrumado, aceptó la comunión con Ursacio y Valente, aunque no aceptó nunca firmar condena de Atanasio. Ni siquiera le dejó tranquilo. Pronto corrió la voz que Osio había firmado la fórmula heterodoxa de Sirmio, del año 357, que rechazaba el término “consustancial” y se afirmaba que el Padre es mayor que el Hijo. V.C. de Clercq y M. Sotomayor son de la opinión de que Osio firmó la fórmula de Sirmio porque ya no era libre de hecho. Se ignora cuándo y dónde murió Osio. Atanasio defendió la apostasía de su amigo Osio, debida a la debilidad de su edad, de más de cien años. El Libellus precum (9-10), escrito en 384, dirigido al emperador Teodosio I, redactado por dos presbíteros romanos, Marcelino y Faustino, presenta una versión de la muerte de Osio, que la crítica no acepta: “Llamado Osio por el emperador Constancio, a causa de la querella de Potamio (obispo de Lisboa), aterrorizado por las amenazas, y temiendo a su edad padecer el destierro y perder sus riquezas, se entrega a la impiedad, y al cabo de sus años prevarica en la fe y vuelve a España con mayor autoridad, y con el encargo terrible del emperador de mandar al destierro a cuántos no quieran comunicar con el en su prevaricación. Un fiel mensajero llevó a oídos del santo y constantísimo obispo de Elvira, Gregorio, la apostasía de Osio. Aquel, con los ojos fijos en la fe y en el juicio divino, se negó a participar en ella. Pero Osio, quien, después de su caída, no podía sufrir la firmeza inquebrantable del que defendía su fe, cita a los tribunales públicos a Gregorio, esperando poderle doblegar con los mismos tormentos a que él cedió. Era a la sazón vicario (de España) Clementino, quien por insinuación de Osio y mandato general del emperador, instó oficialmente a San Gregorio a que compareciera en su presencia en la ciudad de Córdoba... Osio, al intentar dar la sentencia, tuerce la boca, dislocándose al mismo tiempo la cerviz, cae de su estrado en tierra, y espira, o, como otros dicen, enmudeció. De allí se le saca como muerto”. Osio, en Occidente, fue olvidado como hereje. Su nombre fue borrado de los dípticos de su Iglesia de Córdoba. Ningún calendario hispano le menciona. La Iglesia griega, al contrario, en sus calendarios, le veneran como santo. BIBLIOGRAFÍA V.C. de Clercq, Ossio of Cordova, Washington, 1954 V. Domínguez del Val, Osio de Córdoba, Rev. Esp. Teol. 18, 1958, 141-165, 261-281. J. Fernández Ubiña, Osio de Córdoba, el Imperio y la Iglesia del siglo IV, Gerión 18, 2000, 475-508. Ch. Pietri, Storia del cristianesimo. Religione-Política-Cultura. La nascita di una cristianità (250-430), Roma, 2000, 266-279, 291-292, 294, 313-314. DÁMASO Niñez y juventud Fue obispo de Roma del 366 al 384. El Liber pontificalis, que recoge una serie de noticias biográficas que, en la parte primera, va de Pedro a Silverio (536537), compuesto bajo Vigilio (537-555), le considera de origen hispano. Su padre era un clérigo de Roma que murió siendo joven Dámaso. Su madre, Laurentia, pertenecía al orden de las viudas (Epigr. 10). En tiempos del obispo de Roma Liberio (352-366), era diácono, y fue acusado de haber apoyado al antipapa Félix, impuesto por el emperador Constancio en lugar de Liberio, que fue desterrado (365). Era dueño de un pequeño patrimonio rural en la Italia central. Las luchas por el episcopado de Roma El destierro de Liberio motivó la polémica elección de Dámaso a la sede episcopal de Roma, que ocasionó una gran violencia asesina. El historiador cuenta con fuentes contemporáneas –paganas y cristianas- de primer orden, que describen cómo obtuvo Dámaso la sede episcopal de Roma. El último gran historiador de Roma, Ammiano Marcelino, pagano, pero no anticristiano (XXVII.3.11-15), describe la simultánea elección de Dámaso y de Ursino a la sede romana, en los siguientes términos: “Su sucesor fue Vivencio, quien previamente había sido cuestor del palacio imperial, persona íntegra y prudente, nacida en Panonia. Su administración se desarrolló de forma tranquila y pacífica, sin que faltase ningún tipo de abastecimiento. Pero también él se vio inmerso en el terror de cruentas sediciones populares provocadas por el siguiente hecho. Dámaso y Ursino, deseosos por encima de cualquier límite humano de apoderarse de la sede episcopal, se enfrentaban de manera violentísima por sus aspiraciones opuestas. Como los partidarios de uno y otro habían llegado a enfrentamientos que provocaban heridos y muertos, Vivencio, que se veía incapaz de frenar o de mitigar este proceso, se retiró a una residencia fuera de la ciudad obligado por la violencia. En el enfrentamiento resultó vencedor Dámaso por la fuerza del partido que le apoyaba. Es un dato cierto que en la basílica de Sicinino, en donde hay una asamblea de rito cristiano, en un solo día se descubrieron 137 cadáveres de personas que había perecido y que la plebe que había estado largo tiempo enfierecida fue después calmada con dificultad. Y no niego yo, teniendo en cuenta el fasto de la vida de la Urbe, que cuantos aspiran a disfrutarlo tengan que luchar con todas sus fuerzas para alcanzar lo que desean, puesto que una vez que hayan logrado su objetivo, vivirán tan libres de preocupaciones que podrán enriquecerse gracias a las ofrendas de las matronas, podrán presentarse en público sentados en carruajes y ricamente vestidos y podrán organizar banquetes más fastuosos que los de los reyes. Pero podrían ser verdaderamente felices si, despreciando la grandeza de la Urbe con la que encubren sus vicios, vivieran imitando a algunos obispos de provincias a quienes la moderación en la comida y en la bebida, la simplicidad de su vestido y sus ojos entornados mirando siempre al suelo recomiendan por su honestidad y buenas costumbres a la eterna divinidad y a sus verdaderos adoradores”. El último párrafo describe la vida fastuosa de Dámaso siendo obispo de Roma. El documento cristiano se lee en los Gesta inter Liberium et Felicem. Es el documento mejor informado y que describe los terribles sucesos más minuciosamente. Coincide con Ammiano Marcelino en lo fundamental. La descripción de los hechos es favorable a Ursino. La historiografía moderna le reconoce documento de valor histórico. Comienzan los Gesta mencionando el destierro a que fueron condenados por Constancio muchos obispos contrarios a Arrio: Atanasio, Liberio de Roma, Eusebio de Vercelli, Lucifer de Cagliari, Hilario de Poitiers. Dámaso simuló acompañar a su obispo Liberio, pero después huyó durante el viaje y volvió a Roma. En la capital se comprometieron el pueblo, el clero y Dámaso que, mientras viviera Liberio, no tendrían otro obispo. El clero, sin ningún derecho, aceptó al archidiácono Félix en el puesto de Liberio. Al pueblo desagradó esta elección y se negó a participar en el desfile. Dos años después visitó Constancio Roma y el pueblo intercedió por Liberio. El emperador le prometió que volvería del destierro. Al tercer año, Liberio volvió. El pueblo le recibió con gran alegría, mientras Félix, estigmatizado por el senado y el pueblo, fue expulsado de la ciudad. Poco después apoyado por el clero, Félix intentó instalarse en la Basílica de Julio, en el Trastevere. El pueblo y los senadores le expulsaron. Ocho años después, en 365, Liberio murió. Los presbíteros y diáconos, Ursinio, Amancio y Lupo, y el pueblo partidario de Liberio durante el destierro, comenzaron a reunirse en la Basílica de Julio, y pidieron que el diácono Ursino fuera ordenado obispo en sustitución de Liberio. Pero el partido contrario, reunido en Lucina, reclamó en el puesto de Félix a Dámaso. Éste siempre había ambicionado el episcopado, y se enteró de la propuesta. Contrató a sueldo a todos los cocheros de las cuadrigas, a la plebe inculta, y, armados con bastones, irrumpieron en la Basílica de Julio. Durante tres días mataron a los fieles allí reunidos. Siete días después Dámaso, acompañado de todos los perjuros y de los gladiadores que había comprado con grandes sumas de dinero, ocupó la Basílica de Letrán y allí fue ordenado obispo. Mediante el soborno del juez de la ciudad, Vivencio, y del prefecto de la Annona, Juliano, logró que Ursino, ordenado ya obispo, fuera desterrado en compañía de Amancio y de Lupo. Después, Dámaso comenzó a reducir con bastonazos y matanzas a la plebe romana que no quería entregarse. Se esforzó por desterrar de Roma a siete presbíteros, y los llevó a la Basílica de Liberio. Dámaso reunió mediante perfidias a los gladiadores, a los cocheros de las cuadrigas, a los sepultureros y a todo el clero con hachas y bastones, y sitió la Basílica en octubre del 366 y provocó una gran batalla. Forzaron e incendiaron las puertas para entrar. Algunos acompañantes destruyeron el techo de la Basílica y asesinaron al pueblo a pedradas. Después, los partidarios de Dámaso irrumpieron en la Basílica y asesinaron a 160 del pueblo, hombres y mujeres, e hirieron a muchos, que murieron. Ninguno de los partidarios de Dámaso murió. A continuación, la plebe cantó salmos en honor de los difuntos. La plebe reunida en la Basílica de Liberio pidió al emperador que volvieran a Roma todos los obispos; que se abriese una inspección de lo sucedido. Dámaso había causado cinco guerras, que se le expulsase. El autor de la Gesta indica que era amado de las matronas y se le llamaba “chulo de señoras”. Enterado el emperador Valentiniano de lo sucedido, permitió el retorno de los desterrados. Volvieron, en 367, Ursino y los diáconos Amancio y Lupo, a los que la plebe recibió con alegría. Dámaso sobornó a todo el palacio imperial para impedir que sus crímenes llegaran a oídos del emperador. El emperador, ignorante de lo sucedido, ordenó por edicto mantener a Ursino en el destierro. Ursino se encaminó de nuevo al destierro. El pueblo, sin temer al emperador ni a las autoridades de Roma, se reunió en los cementerios de los mártires. Dámaso irrumpió y mató a muchos. Este suceso desagradó mucho a los obispos de Italia. Dámaso invitó a muchos obispos a la fiesta de su aniversario. Algunos acudieron, a los que suplicó mediante dinero, que condenasen a Ursino. Los obispos se negaron. Esta descripción detallada señala, bien, algunos de los graves problemas de la Iglesia del S. IV: la lucha por alcanzar el episcopado, debido a los honores, riquezas y privilegios de que gozaba. Estas luchas no retrocedían ni ante batallas campales entre los partidarios ni ante asesinatos ni ante los sobornos, incluso a la corte imperial. La intervención del emperador en estas luchas llevaba al destierro al partido perdedor. Dámaso era un hombre ansioso de poder eclesiástico y de riqueza. Como muy bien indica R. Teja, alguna disposición del emperador va contra esta avaricia de dinero del clero romano (CT. XVI.2.20), que prohíbe al clero romano aceptar herencias. Dámaso era un hombre sin escrúpulos para cometer crímenes con el fin de lograr sus deseos. Tampoco era muy cristiana la vida que llevaba. Una tercera versión es la de Rufino (HE. III.10), favorable a Dámaso, que completa los acontecimientos de la primera versión de un pagano, y la segunda favorable a Ursino. Es la siguiente: “Después de Liberio ocupó el pontificado en la ciudad de Roma Dámaso, por sucesión directa. Pero un cierto Ursino, diácono de la misma iglesia, no soportando que Dámaso hubiese sido preferido a él, explotó con tanto furor que se hizo consagrar obispo en la basílica denominada de Sicinino. Había persuadido para ello a un obispo, muy inexperto y poco instruido, y había reunido una banda de gente turbulenta y bastante sediciosa, transgrediendo de este modo toda ley, orden y tradición. Por todo ello surgió una rebelión tan fuerte y se produjeron enfrentamientos tan apasionados, pues la población apoyaba al uno o al otro, que incluso los lugares de oración se llenaron de sangre humana. Todo esto, debido también al apoyo prestado por el prefecto Maximino, un hombre de naturaleza feroz, terminó por transformarse en hostilidad abierta contra el obispo bueno e inocente, hasta el punto que se llegó a someter a tortura a los clérigos. Pero Dios, que apoya la inocencia, intervino y, de este modo, el castigo recayó sobre la cabeza de aquellos que habían tramado esta serie de engaños”. Dámaso y la evolución del papado Dámaso, con Inocencio I y León, contribuyó a la evolución del papado. Declaró a Roma sede apostólica, pero este nombramiento carecía de valor, pues las principales Iglesias se habían declarado mucho antes sedes apostólicas. Dámaso y el culto a los mártires Se desconoce el influjo de Dámaso en la liturgia. Intervino en la organización del culto a los mártires. Colocó sus composiciones poéticas sobre las tumbas de los mártires. La poesía de Dámaso tiene las características de la epigrafía funeraria y epigráfica. Demuestra una calidad literaria de primer orden, con influjos virgilianos. La poesía de Dámaso influyó en todos los grandes literatos cristianos del S. IV; en Prudencio, Paulino de Nola, Ambrosio, Jerónimo y en Agustín. Desarrolló el culto en la mayoría de los cementerios comunitarios, a excepción, quizás, de la Vía Latina. Se organizaron los talleres de San Clemente y Santa Pudenciana. Construyó un baptisterio en San Pedro. Política exterior También intervino Dámaso en los acontecimientos fuera de Roma. Entre los años 368-372 reunió al episcopado seguidor del credo de Nicea y condenó nuevamente a Aussencio de Milán. En el año 378, un concilio celebrado en Roma, solicitó que el emperador, directamente, juzgase al obispo de Roma en materia penal. Esta solicitud evitaba la intervención del Concilio de Aquileya (381), organizado por Ambrosio de Milán. Dámaso envió a las Galias la primera decretal de un obispo de Roma. Trataba problemas de disciplina eclesiástica, que habían consultado. Se negó a recibir a Prisciliano, al igual que Ambrosio, posiblemente por ser un obispo huido de su metropolitano, que no había asistido a su consagración episcopal. Dámaso también intervino en los asuntos del Oriente. Entró en comunión con la Iglesia de Paulino de Antioquía, orillando a Melecio, que apoyaba a Basilio de Cesarea. Rompió con el sacerdote de Antioquía, Vital, que favorecía las ideas de Apolinar de Laodicea, autor de la primera gran herejía cristológica, nacido en Siria en torno al 310, íntimo amigo de Atanasio, obispo de Laodicea en el año 361, escritor fecundo, luchador infatigable junto a Basilio de Cesarea y Atanasio contra los arrianos, defensor de una única unidad real y biológica de Cristo, que unía directamente la divinidad con su cuerpo, y forma una sola naturaleza. Convocó Dámaso un concilio en Roma, en 377, que publicó un volumen en que se rechazaban las ideas de Apolinar de Laodicea y de las pneumatoquias (contra el Espíritu). En el año 380, el emperador hispano Teodosio publicó un edicto (CT. XVI.1.2), que vinculaba la unidad católica con la comunión con Dámaso y con Pedro de Alejandría. En 382 Dámaso reunió un concilio en Roma, en el que, por vez primera se vinculaba la frase dicha por Jesús a Pedro (Mt. 16.18) con el primado romano. Esta teoría no la aceptó nadie. El canon 28 del Concilio de Calcedonia, celebrado en 451 y que reunió unos seiscientos obispos, estableció dos primados de honor, no de jurisdicción: el de Roma, por haber sido la antigua capital del Imperio, y el de Constantinopla, por serlo en la actualidad. De Pedro no se acordó nadie. Himero, obispo de Tarragona, dirigió una carta a Dámaso consultándole algunos puntos de disciplina eclesiástica. Muerto Dámaso, le contestó su sucesor Sinicio. Es la primera decretal conservada de Roma. Los asuntos tratados iluminan la situación de la Iglesia hispana en la que vivió Prisciano. Estos asuntos son los siguientes: no rebautizar a los bautizados por los arrianos. Este problema enfrentó a Cipriano con Esteban, obispo de Roma; sobre los apóstatas, que sean sometidos a penitencia si se convierten; sobre los monjes y monjas, que no guardan entre ellos la castidad y que tienen hijos, había que arrojarles de la comunidad monástica y de las reuniones eclesiásticas, y meterlos en la cárcel. El problema fue frecuente en la Iglesia primitiva, y fue abordado por Atanasio en su Carta a las vírgenes que fueron a Jerusalem y volvieron, y por Juan Crisóstomo, poco después de ser consagrado patriarca de Constantinopla, en la carta pastoral que lleva por título Virgenes subintroductae. En la segunda Carta trata el mismo tema. Compara las casas donde viven con burdeles; sobre los jóvenes que entran al servicio de la Iglesia; no bautizar, salvo casos de necesidad, fuera de Pascua o Pentecostés; prohibición de romper los esponsales para contraer otras nupcias; no reconciliar los pecadores graves admitidos una vez a la penitencia y culpables de reincidir, salvo a la hora de la muerte; prohibición del celibato eclesiástico; prohibición de ordenar a hombres casados muchas veces, o esposos de viudas, o admitidos a la penitencia; admisión de monjes al clero, pero no al episcopado. El monacato era frecuentemente cantera de obispos. Sinicio coloca las decretales romanas al mismo nivel que los decretos de los concilios. Traducción de las Sagradas Escrituras al latín Dámaso tuvo como secretario a Jerónimo, que por indicación suya tradujo las Sagradas Escrituras al latín, traducción llamada Vulgata, usada hasta la Reforma Protestante, y en la Iglesia Católica, hasta la actualidad. BIBLIOGRAFÍA Ch. Pietri, Roma Christiane. Recherches sur l’Église de Rome (311-440), Roma, 1976, I, capítulos VI-X. J. Fontaine, Naissance de la poésie dans l’Occident chrétien, París, 1981, 111125. R. Teja, El cristianismo primitivo en la sociedad romana, Madrid, 1990, 185192. OROSIO Según Genadio (De viris ill. XXXIX, compuesto en torno al 500), Orosio era presbítero hispano. Avito de Praga, en Gallaecia, le llama “mi presbítero”, y como la invasión bárbara del 409-412 afectó a Gallaecia, se ha decidido que Orosio nació en la zona de Braga. Se desconoce el año de su nacimiento; habrá que colocarlo entre los años 375 y 380, ya que, según la citada decretal de Siricio, en España no se podían ordenar presbíteros antes de haber cumplido los 30 años. El primer dato sobre su vida es del año 414, cuando llegó a Hipona, ciudad de la que era obispo Agustín. En 415, por consejo de éste, marchó a Palestina y visitó a Jerónimo. Se vio implicado en la controversia anti-pelagiana por imprudencia del monje de Belén. En el año 416 volvió a Occidente, trayendo la preciada reliquia del cuerpo de Esteban el protomártir (Hch. 6.8-15; 7.53-60). Desembarcó en Menorca con la reliquia. Con esta llegada se obligó a la floreciente comunidad judía de la isla a bautizarse, siendo la primera conversión judía forzada conocida en la Historia (Ses. De Min. Migne XX.752). En este mismo año volvió a Hipona, y entre 416 y 417 se dedicó a redactar su obra Historias contra los paganos, por encargo de Agustín. Obras Orosio compuso tres obras: Commonitorium de onore Priscillianistarum et Origenistarum, que es un breve tratado que envió a Agustín contra las herejías de Prisciliano y de Orígenes, tal como se habían difundido en España. La segunda obra es el Liber apologeticus contra los pelagianos, que es la única fuente sobre la citada reunión de Jerusalén del 415, bajo la presidencia del obispo Juan, donde se discutieron las ideas de Pelagio, estando él presente. La tercera obra es la Historiarum adversus paganos libri VII, que es la principal obra de Orosio y la más antigua Historia Universal cristiana. Concepción de Orosio de la Historia La finalidad de las tres Historias, desde los orígenes a la Edad Contemporánea, era apologética. Mientras el cristianismo fue desconocido, reinó en el mundo la muerte. Con el nacimiento de Cristo, la muerte quedó paralizada, y con el triunfo del cristianismo, encadenada. Cuando gobernó no existió más la muerte. Naturalmente, esto último sucedería después de la venida del Anticristo y del Juicio Universal. Orosio recuerda a los cristianos que el mundo no es la verdadera patria. Orosio considera al Imperio Romano el último de los reinos de la tierra. Todo lo que acaece en el mundo es guiado por la divina providencia, a la que debe el hombre remitirse continuamente. El mal siempre es reconducible. Orosio comienza sus Historias con una descripción del Orbe. Se suceden en el gobierno del mundo los cuatro imperios universales. Roma es para Orosio el gozne de la Historia del mundo. Al componente cristiano que Orosio da a la Historia, añade un componente romano. A partir de Pirro, la Historia Romana ocupa el primer lugar. Orosio insiste en que la Historia del pasado está más llena de calamidades que la del presente. Orosio tiene una concepción universalista de la Historia. Un concepto universal de la Historia tuvieron Herodoto y Polibio. Eforo, en torno al 540 a.C., tuvo también un carácter universalista de la Historia. El siciliano Diodoro Sículo pretendió, al igual que Orosio, hacer una Historia desde los orígenes a su tiempo. Para Trogo Pompeyo, conocido por el Epítome de Justino, la Historia actúa bajo un plano bien preciso. Los destinos de los grandes imperios de los asirios, de los medos, de los persas y de los macedonios, son una línea fundamental del proceso histórico. El apéndice serían los partos y el Occidente. La Historia romana la trata el historiador galo sólo marginalmente. No existía en esta Historia el concepto, como entre los cristianos, de un desarrollo lineal de la Historia y un fin, sino una visión cíclica. Sesto Julio Africano escribió la primera Chronographia cristiana, desde los orígenes al 220. Es un cuadro sinóptico de datos, muy leído en el Oriente griego. Más creativa es la Crónica de Eusebio, que comienza con Abraham y va hasta su época. Sulpicio Severo concede una importancia a la Historia de la salvación, y da poca importancia a la Historia profana. Orosio no sólo tiene una concepción teológica de la Historia, sino, principalmente, le da una finalidad apologética. Las Historias se dirigen principalmente a los paganos y a los cristianos escépticos y que dudan. Orosio presenta la argumentación de Agustín, preferentemente teológica, en los sucesos de la Historia profana. Por esta razón, los pensamientos teológicos son escasos en la obra de Orosio. También, las citas bíblicas son raras. Los paganos, a través de sus filósofos, llegaron a la creencia en Dios. Orosio se pregunta por qué Dios ha permitido tantas calamidades; responde que la humanidad, en principio, fue creada para la paz, pero abusó de la bondad del Creador. El historiador dejó bien claro que la feroz persecución contra los cristianos retrasó el triunfo del cristianismo. Orosio conocía bien la situación del paganismo en su tiempo, que no había desaparecido a pesar de los edictos de Teodosio: en 381, contra los paganos y apóstatas (CT. XVI.7.1-2); en 385, contra el paganismo (CT. XVI.10.9); en391, prohibición de las ceremonias paganas en Roma (CT. XVI.10.10); extensivas a Egipto (CT. XVI.10.11); prohibición de hecho del paganismo (CT. XVI.10.12). Ataca a Apolo y a las Vestales; a los espectáculos, que eran rituales en honor de la Triada Capitolina, Júpiter, Minerva y Juno, en principio. La polémica de Orosio se dirige, principalmente, a los paganos, y no a las personas cultas. Fuentes de las Historias de Orosio La principal es la ya mencionada de Trogo Pompeyo. No leyó a muchos autores que nombra. No conoció a los historiadores griegos, pues, muy probablemente, desconocía el griego. Algunas fuentes las debió citar de memoria, como las Sagradas Escrituras, Virgilio, Cicerón, Ovidio o la Ciudad de Dios. Para el Oriente, la fuente principal fue Trogo Pompeyo. En el libro primero se rastrean huellas de la Biblia y, posiblemente, de Tácito. Algunas noticias deben remontar a la Crónaca de Eusebio, en la versión de Jerónimo, que fue el modelo para el libro VII. No es seguro que fuera utilizada para los libros I-VI. No coincide exactamente, por lo que se ha supuesto que utilizó una edición abreviada, hecha por monjes egipcios. Para la Historia de Roma, libros II, 4, las fuentes principales fueron Trogo Pompeyo y Livio. Para los libros VI-VII se ha pensado en un compendio de Livio. Además de Eutropio, Floro, y el autor de las Periochae, aunque en las Historias de Orosio se leen datos que no aparecen en estos tres últimos historiadores. Igualmente, hay divergencias con Livio. Las fuente principales para el período 9 a.C.-378, son Jerónimo y Eutropio, y Rufino para el libro VII. Para los libros VI.21 y VII.3-10, las fuentes podrían ser, además de Eutropio y Rufino, Suetonio y Tácito. Para la Historia contemporánea, a partir del 379, Orosio se pudo basar en informaciones orales o en datos conocidos por él. Orosio y Agustín Agustín lo silenció, muy probablemente, por no estar de acuerdo con su visión de la Historia. Solo le cita una vez. Agustín desconoce la teoría de los cuatro imperios, que según la divina providencia, gobernaron sucesivamente el mundo. En Agustín no se encuentran huellas de la llamada teología de Augusto. Tampoco admite el obispo de Hipona la aceptación incondicional del Imperio Romano. Agustín no se plantea el problema de los bárbaros. Orosio no se hace intérprete del pensamiento de Agustín. Se ha explicado el silencio de Agustín como un rechazo del pensamiento de Orosio. Como A. Lippold indica, podría deberse a que Agustín se dirige a gentes interesadas en problemas teológicos y filosóficos, y Orosio, en los paganos y a gentes no necesariamente cultas. Agustín muestra una distancia de Roma; Orosio, todo lo contrario. La diferencia profunda entre Orosio y Agustín, es que el primero es optimista y el segundo, pesimista, como lo fueron los contemporáneos Jerónimo y Ambrosio. Desde Jesús y Pablo hasta finales del S. IV, todos fueron optimistas, los escritores del Nuevo Testamento, los apologistas, la escuela de Alejandría –con Clemente y Orígenes-, todos los Capadocios, y Pelagio. A finales del S. IV, este optimismo desapareció. Agustín, que es uno de los grandes colosos del cristianismo que ha influido poderosamente en Occidente hasta el S. XXI, acabó siendo un sombrío determinista, próximo a Calvino en lo referente a la salvación; un antiintelectual que odiaba la cultura clásica; él, que había sido profesor de cultura en Cartago. También se convirtió en un maniático sexual, todo lo contrario al Nuevo Testamento, donde no se lee ningún rechazo a la sexualidad humana, ni ninguna valoración de la castidad. Su mortal enemigo, Juliano de Eilanum, obispo cultísimo, defensor de Pelagio, le acusó de púnico y de maniqueísmo. El saqueo de Roma del 410, hizo una profunda impresión en todos los contemporáneos, que nunca dirigieron esta destrucción. Difusión de las Historias contra los paganos De las Historias se conservan más de 200 manuscritos medievales. Con la Cronaca de Jerónimo, son las obras más leídas en el Medioevo para el conocimiento de la Antigüedad. Las Historias de Orosio fueron muy leídas durante toda la Edad Media hasta el Renacimiento. Las Historias de Orosio fueron muy consultadas poco después de su muerte. Posiblemente, lo fueron por Próspero de Aquitania, seguido de Agustín; casi ciertamente por Simmaco, en torno al 500, por Cassiodoro y por Jordanes, en su Historia de Roma; por Marcelino Comes y por Gregorio de Tours, en el S. VI, y en el S. VII por Beda, monje anglosajón; por los cronistas posteriores y por Paolo Diácono; por la Cronaca, en torno al 830, de Frechulfo de Liseuse; por Otón, obispo de Frisinga, el mayor historiador de la época; por Onorio de Augustodino y por Godoffredo de Viterbo, de finales del S. XII. Lectores de Orosio fueron las grandes figuras de Juan de Salisbury, Dante y Petrarca. En el S. IX se tradujeron libremente las Historias al anglosajón. En el S. X, el califa de Córdoba se hizo traducir las Historias. En 1471 se publicó la primera impresión. Entre 1471 y 1738 se editaron 25 ediciones. Hasta el S. XVIII, Orosio fue valorado por los eruditos. A partir de la primera mitad del S. XIX, su valoración fue negativa. En la Historiografía moderna, Orosio tuvo poco eco. Lo estudiaron los filólogos. Después de la Segunda Guerra Mundial, el interés por Orosio como historiador, revivió. BIBLIOGRAFÍA A. Lippold, Orosio. La Storia contra i pagani, I-II, 1976. F. Fabbrini, Paolo Orosio. Uno storico, Roma, 1979. P. Martínez Cavero, El pensamiento histórico y antropológico de Orosio, Antg. Crist. XIX, 2002. E. Sánchez Salor, Orosio. Historias, Madrid, 1982. M. Sotomayor, Historia de la Iglesia en España. I. La Iglesia en el España romana y visigoda, Madrid, 1979, 337-347. PRUDENCIO Es el mayor poeta cristiano de la Antigüedad Tardía y el que más influjo tuvo después. Su nombre completo era Aurelio Prudencio Clemente. Los datos seguros sobre su vida se leen en el Prefacio que puso al comienzo de sus obras. Otras noticias sueltas se pueden encontrar en sus poesías, Peristephanon, Apotheosis, y Contra orationem Symmachi. Nació en el año 348. El poeta afirma en Apoth. 449-453 que su niñez coincidió con el gobierno de Juliano el Apóstata (361-363). Durante mucho tiempo se ha supuesto que nació en Caesaraugusta (Zaragoza), pero hoy día se cree que el lugar de nacimiento fue Calagurris (Calahorra). Se piensa que nació en una familia acomodada cristiana, ya que nunca habló en todas sus poesías de su conversión. Ejerció la carrera administrativa, pues dos veces (Praef. 16-18) afirma que ha llevado las riendas de dos nobles ciudades, ignorándose el nombre de las ciudades. Alcanzó un puesto importante en la corte del emperador (Praef. 19-21), como consejero del emperador, tal vez el de comes primi ordinis, que debió desempeñar en Milán. En la última década del S. IV determinó retirarse de la vida pública y consagrarse a Cristo, mediante una obra poética de carácter cristiano. En los años 401-402 visitó Roma. Este viaje lo debió hacer desde Milán, pues visitó la tumba de Casiano, que se encontraba en Foruna Cornelia (actualmente, Imola), sobre la Vía Emilia (Perist. IV. 1-4). Se desconoce la fecha exacta de su muerte, sólo se sabe por Praef. 1-3, que en los años 404-405 tenía 57 años. Educación Prudencio recibió una buena educación retórica, que le capacitó para desempeñar altos cargos en la administración. Conocía bien los grandes poetas de la literatura latina, como Virgilio y Horacio, además de Ovidio, Lucrecio y Catulo, y poetas posteriores como Lucano y los poetas de la época flavia. En segundo plano se percibe, en la poesía de Prudencio, el influjo de la poesía neotérica del S. IV: Optaciano Porfirio y Ausonio. La poesía de Prudencio es la heredera de toda la poesía cristiana anterior, de Juvenco – también de origen hispano-, de los epigramas de Dámaso, de los himnos de Hilario y de Ambrosio, y de Paulino de Nola, aunque el influjo de este último en Prudencio es muy difícil de detectar. Se supone que Prudencio conocía la lengua griega debido a la gran cantidad de palabras griegas que abundan en su poesía. Prudencio debió comenzar a componer poesías antes de abandonar la vida pública. La composición de su poesía se extendería a lo largo de los años. En el Praefacio afirma que compuso himnos todos los días, y no pasó una noche sin cantar al Señor. Combatió la herejía y defendió la fe católica. J. Fontaine cree que esta estrofa alude a la colección lírica del Cathemerinon, su título, y parece evocar los poemas didácticos y teológicos en hexámetros de la Apotheosis y de la Hamartigenia. Igualmente, anuncia la polémica antipagana de sus dos libros épicos Contra Symmaco, el gran orador de Roma, de gran prestigio en la ciudad y gran sostenedor del paganismo. El asunto del altar de la Victoria fue uno de los problemas cruciales en la lucha del cristianismo contra el paganismo en la Tarde Antigüedad. Prudencio intervino en esta lucha feroz con dos libros, lo que indica que no estaba al margen de los grandes problemas religiosos de su época. La estatua de la Victoria, desde tiempos de Augusto, presidía la gran sala donde se reunía el senado en Roma. En el año 357, Constancio ordenó retirarla, con gran disgusto por parte de la mayoría de los senadores, que eran paganos todavía. Nuevamente, se colocó en su lugar, ignorándose cómo y cuándo. Graciano la mandó retirar en el año 382. Esta orden es una de las medidas que el emperador tomó contra el paganismo, como renunciar al título de pontífice máximo, destinar al correo imperial el presupuesto destinado al mantenimiento de los sacerdotes paganos y de las Vestales, confiscar las propiedades de los templos, suprimir las subvenciones a sus fiestas religiosas y los privilegios de exención de sus sacerdotes. Simmaco fue el encargado de visitar al emperador y evitar la aplicación de la disposición imperial. Graciano no le recibió, prevenido por Ambrosio, a quien había informado Dámaso. Al año siguiente murió Graciano, asesinado por el usurpador Máximo. Le sucedió Valentiniano II, joven de doce años de edad, al que acudió Simmaco sin conseguir reponer la estatua de la Victoria en su antiguo lugar, ante la oposición enérgica de Ambrosio. El usurpador Eugenio cumplió el deseo de los senadores paganos. En 394, Teodosio venció a Eugenio y la cuestión quedó zanjada. Prudencio, en su refutación a Simmaco, tiene presente la relación de Simmaco, que se ha conservado, y la refutación de Ambrosio, que es fundamentalmente negativa y polémica contra los senadores paganos. Prudencio es más persuasivo; separa cultura humana y religiosa pagana, que Simmaco y los senadores paganos consideraban inseparables. Ataca a los dioses paganos. Los triunfos de Roma no son obra de los dioses. Estas ideas habían aparecido en la Apología cristiana de finales del S. II. En el Octario (20-27) del abogado de Roma Minucio Félix se lee: “No ha sido esta superstición (el paganismo) la que ha dado a los romanos el imperio del mundo. Sus templos tienen, ocupan y poseen el botín de la violencia. Sus templos son fruto del botín de las ciudades que arruinaron. No es la religión la que ha hecho grandes a los romanos, sino la impiedad de sus sacrificios”. Su contemporáneo, Tertuliano, en la Apología (26), en el año 197, defiende las mismas ideas. Refuta la creencia generalizada de que los romanos rigen el mundo porque adoran a sus ídolos. En el Peristephanon celebra mediante himnos la pasión y el culto de los mártires romanos (Pedro y Pablo, Inés) e hispanos, principalmente. La Psycomachia es una epopeya alegórica de la lucha entre los vicios y las virtudes. El Dittochaeon versa sobre el alimento de los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. La poesía de Prudencio tiene dos facetas: una de carácter lírico y otra de carácter didáctico y épico. Los poemas largos están compuestos en hexámetros. Toda su poesía, sin embargo, tiene unidad. Prudencio concibe su poema como una ofrenda lírica a Dios. La poesía se vincula con la liturgia, sin ser composiciones litúrgicas. Es una poesía culta y refinada, obra de un laico. J. Fontaine puntualiza que es una síntesis de las diferentes corrientes de la tradición poética latina, tal como se había perpetuado en el S. IV, que queda en la poesía latina como un vasto panorama, con un fondo de gusto clásico de los poetas latinos antes mencionados. Señala el estudio francés que, posiblemente, es el mejor conocedor actual de la obra de Prudencio, que el genio del poeta hispano consiste en asumir al servicio del proyecto que se ha planteado, las diversas poéticas y estilos de la triple producción, intentando darles unidad. No se puede reducir la obra a un neoclasicismo del Alto Imperio. Prudencio, como ya se indicó, está imbuido de las corrientes poéticas de la Antigüedad Tardía. La poesía lírica de Prudencio indica bien claramente su proyecto espiritual. El Peristephanon es una narración lírica y dramática del culto a los mártires, utilizando las Actas y las Passiones, muchas veces novelescas, de los mártires. Usa, igualmente, leyendas de tradición oral. De particular importancia dentro de las composiciones poéticas de Prudencio son las descripciones de la iconografía de los frescos y mosaicos coloreados de la iglesias, dedicados a los mártires, como la de Imola, en honor de Casiano; de Roma, para venerar a Pedro y a Pablo; de Mérida, para el culto a Eulalia. Como ha indicado él mismo, Prudencio utiliza los hexámetros frecuentemente en sus mejores poesías. El poeta maneja con soltura todo tipo de metros. Las estrofas del Peristephanon son tres tetrámetros trocaicos catalécticos. Los dos libros contra Simmaco están compuestos en versos asclepiadeos menores; el prefacio y el resto, en versos hexámetros. En el prefacio del Hamartigenia empleó el poeta trímetros yámbicos utilizados monósticamente, y en el poema, hexámetros dactílicos. En la Apoteosis, Prudencio utilizó hexámetros en el prefacio I, y dísticos formados por senarios yámbicos y dímetros yámbicos acatalécticos; el resto del poema tiene hexámetros dactílicos, que eran el metro de la poesía didáctica. Finalmente, el Cathemerinon está escrito en estrofas trísticas, formadas por gliconio, asclepiadeo menor y asclepiadeo mayor. Carecía Prudencio del genio teológico de Ambrosio o de Hilario. J. Fontaine piensa que el poeta cristiano quería ser un Lucrecio de la doctrina cristiana, en la estructura de su demostración, como en las formas y en el vocabulario. En los dos libros Contra Simmaco usa una retórica satírica -siguiendo a Lucano y a Juvenal- contra el paganismo, exaltando el cristianismo. En la Psycomachia presenta una serie de enfrentamientos personificados entre vicios y virtudes. La poesía de Prudencio alcanzó la más alta cumbre a finales del S. IV, y fue el modelo a imitar en siglos posteriores. Influjo y pervivencia de la obra poética de Prudencio Prudencio fue el gran poeta cristiano hasta el Renacimiento. Menciones Sidonio Apolinar, a mediados del S. IV, le menciona junto a Homero. Gennadio, entre 480-450, cita sus obras en De viris ilustribus. Avito le imita. Gregorio de Tours, en el S. VI, le copia. Isidoro de Sevilla (560-696), le compara con los grandes clásicos. Beda (672-735) ilustra su obra De arte metrica con ejemplos sacados de la poesía de Prudencio. En el S. IX, Teodulfo de Orleans recomienda a sus sacerdotes leer a Prudencio. Acuino (735-804), encargado de la educación de Carlomagno, leyó a Prudencio en la escuela monacal de York. Rabano Mauro alaba mucho al vate hispano. Imitadores de Prudencio San Orencio, obispo y poeta hispano del S. IV, imitó la obra de Prudencio. Paulino de Nola, Paulino de Pella, Paulino de Petricordia, Próspero de Aquitania y Pedro Crisólogo conocieron la poesía de Prudencio. Julián de Toledo la menciona en el S. VII. A principios del S. IX, Paulino de Aquileya se apoya en Prudencio, que se estudiaba en las escuelas monacales de Reichanau, de St. Gallen, etc. En el S. X, Eugenio Vulgarius de Nápoles imitó la técnica métrica de Prudencio. Bruno de Colonia, muerto en 968 y hermano del emperador Otón I, fue un gran admirador de Prudencio. El S. XI contó con muchos admiradores de Prudencio: Ademar de Chabannes, Adam de Bremen, Anselmo de Besate, etc. La poesía alegórica de los siglos XII y XIII gustaba mucho de Prudencio, Abelardo, Pedro Compostelano, etc. Los dramas litúrgicos medievales, el santoral eclesiástico y la pintura de los artistas están inspirados frecuentemente en la poesía de Prudencio. Las obras ascéticas medievales acusan, igualmente, el influjo de Prudencio. La influencia de la obra de Prudencio es clara en el Libro del Buen Amor, en la pelea de don Carnal con la Cuaresma y en el Conflicto de los vicios y las virtudes de Ambrosio Autpertus, que murió en 778. En el teatro sacro medieval se imitó a Prudencio. Erasmo comentó los himnos XI y XII del Cathemerinon. El gran humanista español Luis Vives conoce bien a Prudencio. A partir del Renacimiento, los eruditos se ocuparon de la poesía de Prudencio. BIBLIOGRAFÍA J. Fontaine, Études sur la poésie latine tardive. D’Ausone a Prudence, París, 1980, 184-212, 415-507. J. Fontaine, Naissance de la poésie dans l’Occident Chrétien, París, 1981, 177209. A. Ortega, I. Rodríguez, Obras completas de Aurelio Prudencio, Madrid, 1981. M. Sotomayor, Historia de la Iglesia en España. I. La Iglesia en la España romana y visigoda, Madrid, 1979, 318-333.