Romper tabúes en torno a modelos familiares. Familias que den la talla ¿Modelos familiares? En teoría, se pueden defender muchos. Pero la realidad revela los costes sociales de unos y las ventajas de otros. Por eso, no sorprende que, ante el déficit de humanidad en sociedades altamente tecnificadas, se redescubran valores olvidados de la familia: una fecundidad que asegure el futuro, una crianza de los hijos que no los sobreproteja y una revalorización del trabajo de quienes cuidan a los más frágiles. Maria Pia Chirinos ACEPRENSA ¿No se han probado ya todo tipo de soluciones sociológicas, pedagógicas y psicológicas para el "buen funcionamiento" familiar? Efectivamente, y quizá por eso la nueva propuesta llame poderosamente la atención: atreverse a echar mano de algunas soluciones que hasta hace muy poco se consideraban "tabúes" y hoy aparecen como extraordinariamente eficaces para devolver a la sociedad su rostro más humano: su rostro familiar. ¿El futuro? Más niños "Aseguremos el futuro de nuestro país. Más niños. Mejor educación. Familias fuertes": probablemente quien lea este "slogan" no dude en colocarlo en un época hace tiempo superada. Añadamos unas cuantas frases más para reforzar esta sospecha: "Fundar una familia, tener hijos y más adelante, nietos: ésta es y seguirá siendo para la mayoría de las personas el fundamento decisivo para una vida feliz. Sólo familias con hijos pueden asegurar la continuidad de nuestra sociedad. Un país sin niños es en todo sentido un país sin futuro, desde el punto de vista social, económico y cultural. Sólo una sociedad amiga de los niños puede ser dinámica y crecer con fuerza"… Descubramos el enigma. Se trata del borrador del nuevo programa del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), presentado en su primera reunión en Mainz después de las recientes elecciones generales. Sustituirá al de 1989, y se espera disponer del texto definitivo en febrero de 2007 y aprobarlo en la asamblea del partido en otoño siguiente. Sería ingenuo pensar que el SPD modifica su programa a la ligera. Aunque los motivos puedan ser variopintos y no del todo convincentes, la decisión parece bien madurada después de rendirse ante la evidencia. En primer lugar, una población alemana que envejece y no asegura el recambio generacional. Los hogares unipersonales son mayoría, seguidos por los de dos y tres personas; y, aunque muchos quieren tener hijos, no se atreven o no consiguen realizar sus deseos. A esta población pretende dirigirse el SPD, ayudando a crear condiciones sociales, laborales y educativas que faciliten la paternidad. ¿Cómo lo lograrán? Un primer paso positivo nada despreciable ya se ha adoptado: la coalición gobernante –democristiana y socialdemócrata– acaba de aprobar medidas fiscales de apoyo a la familia con hijos. La herencia de los Gates Otro axioma arraigado nos dice que si queremos a nuestros hijos, hay que evitarles todos los obstáculos innecesarios, que tanto han dificultado nuestros éxitos. Lo mejor que les podemos ofrecer es una existencia sin problemas… Tras cuarenta años de la así llamada "paternidad responsable", quizá haya llegado el momento de hacer cuentas con el reparto de la tarta. Hoy empieza a comprenderse que un trozo demasiado grande puede sentar mal. La revista "Time" en su último número de 2005, al designar a los "Personajes del año" señala acerca de los elegidos: "Lo peor que harían en favor de sus hijos sería dejarles en herencia todo el dinero que tienen"… ¿Quiénes son estos padres? Los archimillonarios Bill Gates y su esposa Melinda, que llegaron a esta convicción después de leer en "Fortune" los peligros de la riqueza cuando se accede a ella por herencia; tesis que confirmó lo que ya habían visto en su escuela de élite en Seattle: "realmente, los chicos más ricos no eran los más motivados". Por si quedasen sombras de duda para los Gates, pueden leer "Businessweek" (9-01-2006), dedicada a los mejores resultados económicos del año: las mejores empresas, los mejores "businessmen"… En el artículo sobre las "Best ideas", la primera y, por tanto, la más novedosa es ésta: "Trata a tus hijos bien, pero pon límites a su herencia". Y añade: "dinero y juventud pueden ser una combinación poco saludable. De hecho, según la sabiduría popular, hoy en día recibir en mano un cheque 'suculento', por el simple hecho de ser parte de una familia que puede hacerlo, no hace bien a nadie". Volvemos a lo de siempre: el crecimiento en las virtudes humanas es inseparable del riesgo, de los obstáculos, también de los errores que nos ayudan a rectificar, e incluso depende de situaciones en apariencia negativas como la escasez de dinero. Una vida protegida de todo riesgo produce personalidades inmaduras, psíquicamente débiles, con escasos recursos para superar situaciones difíciles que hoy en día invaden la vida profesional, familiar, etc., sin pedir permiso. Los Gates no están dispuestos a que sus hijos caigan en esto y hay ejemplos recientes: baste señalar el caso de un heredero de la FIAT en Italia, envuelto en problemas de drogas. Luego, no siempre la tarta entera es lo mejor para los hijos. Más bien parece lo contrario. Liderazgo aprendido en la familia A la recién estrenada ministra de la Familia alemana, Ursula von der Leyen, médico y madre de siete hijos, el "Frankfurter Allgemeine Zeitung" (27-12-2005) le preguntaba: ¿acaso no es verdad que la veneración por el "soltero independiente" que hay en Alemania se basa justo en la renuncia a los hijos? La respuesta va al grano: "Las aptitudes de liderazgo –capacidad de trabajo, de organización, sentido de responsabilidad– se adquieren fundamentalmente, no en la profesión, sino en la familia y en cargos no remunerados. Una empresa que quiera hacer surgir personalidades directivas que a la vez sean humanamente ricas, debería preocuparse de que esas personas tengan tiempo y lugar para ser también padre o madre". Es lo que Alasdair MacIntyre llama la dependencia del animal racional: sólo llegaremos a ser agentes racionales independientes que trabajan eficazmente en servicio de la sociedad y del bien común, si reconocemos nuestra condición vulnerable, que también puede llamarse relacional y dependiente (1). La verdad, por tanto, parece más bien ésta: las auténticas personalidades, fuertes y llenas de iniciativa y liderazgo, se forjan antes, mucho antes: en el seno de una familia, y mejor aún si ésta consta de varias generaciones con necesidades y exigencias diversas. El aprendizaje que supone un trabajo en servicio de los demás, sin remuneración, sin poner condiciones, sin previsión y en contra de planes personales, hace de la familia la mejor escuela para preparar ciudadanos de cara a un mercado laboral competitivo. Ante la abundancia de personas incapaces de asumir compromisos, de trabajar en equipo…, no hay más remedio que admitir el fallo de una educación que ha olvidado virtudes tan básicas como la generosidad, el espíritu de sacrificio, la paciencia, la templanza, tan facilitadas en el ámbito de una familia en la que no todo se encuentra dado. Una realidad olvidada: el cuidado La familia es algo mucho más serio que ese frágil conglomerado de sentimentalismo que se nos ofrece en las telenovelas. La familia hace posible una felicidad que poco tiene que ver con el individualismo reinante y menos aún con una libertad absoluta, donde no hay lugar ni para vínculos ni para el verdadero amor. Todos dependemos de todos. No somos invulnerables ni perfectos, sino dependientes, y esto se advierte de modo dramático en tantas situaciones de extrema pobreza, de desastres naturales, en los que –como explica también MacIntyre– la virtud cristiana de la misericordia nos ayuda a comprender que todos somos iguales en esa fragilidad y en esa dependencia. Pero no basta actuar en momentos extraordinarios. El Consejo de Bioética del Presidente de los Estados Unidos (Aceprensa 125/05) pone el dedo en la llaga a propósito de poblaciones con más ancianos que nunca: "El modo como cuidemos a los mayores en situación de dependencia será lo que pruebe si la vida moderna ha producido no sólo lo mejor para nosotros sino si, además, nos ha hecho mejores seres humanos: más deseosos de aceptar nuestras obligaciones para cuidar a los demás y para estar más dispuestos a llevar el peso del cuidado". Por eso, "una sociedad que aprecia la autonomía, la libertad personal, el éxito profesional, ¿será capaz de reconciliarlas con la dependencia, la autonomía disminuida y la responsabilidad por los demás?" (2). Ésta es también la denuncia del sociólogo italiano Pierpaolo Donati quien, ante la deshumanización de la sociedad tecnificada, sugiere poner en práctica la relación humana del cuidado, del "care", que una máquina es incapaz de brindar (3). Cómo haya que entender este cuidado: ésa es la cuestión. Una primera respuesta negativa sería ésta: no se reduce ni a un sentimiento, ni a una acción estrictamente intuitiva, de "amateur". El cuidado es un trabajo que exige preparación, inteligencia práctica, iniciativa, ejercicio, conocimiento. De nuevo son los asesores de Bush los que lo explican: "sería una ironía trágica que, habiendo forjado grandes oportunidades para el éxito individualista, hubiésemos producido un mundo que necesita más que nunca de" caregivers", pero, a la vez, que ha perdido el camino para generarlos" (4). Por eso, "si queremos buenos "caregivers", entonces hemos de honrar y apreciar este trabajo, en vez de verlo como una labor poco profesional o indigna" (5). Es decir, habrá que reconocer en aquellos trabajos que procuran un bienestar, incluso corporal, su dimensión profesional y su especial trascendencia; y actuar coherentemente: buena remuneración, formación en escuelas profesionales de nivel, velar por su aprecio en los medios de comunicación, etc. Pero sería erróneo identificar la necesidad de "caregivers" (en castellano es difícil la traducción: sería algo así como "cuidadores") con situaciones extremas. Su presencia es indispensable en todas las circunstancias de la vida, también en las cotidianas, cuyo descuido puede deshumanizar más de lo que parece al hombre moderno. Haberlo olvidado ha hecho que se pierdan grandes oportunidades educativas. No sólo para lo excepcional Por eso hay que llegar antes y revalorizar los trabajos en la casa, que afrontan, desde el cuidado, esa fragilidad ordinaria pero vital y decisiva para el desarrollo de la persona. No parece exagerado afirmar que el aprecio hacia estas labores en servicio de la persona y el reconocimiento de su influencia en el bienestar corporal y espiritual, constituyen una buena piedra de toque para comprobar si una sociedad ha comprendido a fondo la importancia del cuidado como clave ética. Mostrar familias que funcionen siguiendo consejos de la sabiduría secular, ayer devaluados, hoy en alza, puede ser un buen modo de favorecer esta institución. Todo parece indicar que aquellas familias con menos recursos o numerosas, o las que dan importancia al hogar y privilegian el cuidado, son las que forjarán personas responsables, maduras, con virtudes humanas y cívicas. Por tanto, no hay que despreciar esta batalla práctica por la familia, que se vencerá cuando la familia demuestre ser lo que es: ese tejido vivo y originario de la realidad social, que sana y humaniza ámbitos laborales, políticos, económicos, desgastados por la exaltación del bienestar material o del progreso tecnológico.