LA EMPATIA (l)

Anuncio
LA EMPATIA
Todo ser humano necesita tejer a su alrededor relaciones humanas
satisfactorias, tanto las familiares como las ajenas a este ámbito. El
bienestar emocional depende, en buena medida de la capacidad que se
tenga por conseguir este objetivo. Es seguramente la comprensión de los
sentimientos de los demás la llave por una convivencia satisfactoria, a parte,
desde luego, del conocimiento de la propia manera de ser, que incluye
calidades y limitaciones. Toda esta comprensión no depende de la simpatía,
que nace muchas veces espontáneamente, sino de lo que denominamos
empatía.
La empatía es el esfuerzo que realizamos por reconocer y comprender los
sentimientos y actitudes de las personas, así como las circunstancias que los
afectan en un momento determinado. Ciertamente que, cuando calzamos los
zapatos de los demás y andamos juntos un rato estamos siendo empáticos.
Gandhi nos lo recordaba cuando decía: “las tres cuartas partes de las
miserias y malos entendidos en el mundo se acabarían si las personas se
pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista”.
¿No se comprenderían mejor las alegrías y preocupaciones de los familiares
y amigos y estaríamos más capacitados para animar y ayudar? Es cierto,
también, que al salir de nuestro egoísmo por estar por los otros disfrutamos
d’una grande felicidad.
Recuerdo una amiga mía que me explicaba que a medio hablar de un
conflicto que tenía con su madre le había dicho (seguro que con muy buena
voluntad): “no te preocupes con el tiempo esto se arregla”. El caso es que
aquella joven no se había notado nada comprendida, necesitaba de la
empatía y del conocimiento de su madre de la totalidad de su problema.
Esto parece la situación de aquel pobre enfermo que a punto de ir al
quirófano, por una operación de riesgo, se le dice con cara alegre (también
con muy buena voluntad) “todo se resolverá inmediatamente”, cuando esta
esperando una persona que le haga lado con serenidad y cariño y que
comprenda su sufrimiento.
Podría ser habitual que no supusiera ningún problema expresar lo que
sentimos o queremos o tratar las discrepancias, incluidos los conflictos,
cuando el interlocutor es un amigo o un compañero de trabajo, en el caso de
que haya una buena sintonía, pero se puede hacer más complicado con
algún familiar. A menudo querríamos resolver el problema y nos
preguntamos el por qué de aquella situación: “¿por qué no puedo
comunicarme con este hijo?”, o bien “cuando le aviso de algo, ¿por qué no
me deja hablar?”. La solución la encontraremos reflexionando para saber
que es lo que realmente necesita en aquel momento.
Aun así todos tenemos carencias para encontrar el momento ideal por
reencontrar la confianza y supone un esfuerzo que da buenos resultados, si
nos fijamos en la empatía que es, sin duda, una habilidad que nos ayuda a
leer emocionalmente al más próximo. Sería deseable y casi parece natural
que entre familiares no hubiera problemas de convivencia. Los vínculos que
dan el calor familiar hacen que haya una notable confianza que no se
encuentra en otros entornos. Por eso es por lo que cuando encontramos que
tenemos la sensación de mala relación con algún familiar, el dolor es más
fuerte; incluso nos puede afectar la salud.
John Cacioppo, profesor de Psicología de Chicago nos dice: “Las relaciones
más importantes en nuestras vidas y las que más incidencias parece que
tienen sobre la salud son las que mantenemos con las personas que
convivimos cotidianamente”. Pues animémonos a mantener una actitud
empática que nos proporcionará paz y armonía en’l ámbito familiar y social.
Los hermanos son el mejor regalo para conseguir que aprendan a
comunicarse entre ellos y el complemento más valioso para su educación
emocional. Cuando un crío aun no sabe hablar, sus hermanos van
entendiendo y distinguiendo lo que necesita. Es una intuición que va
creciendo y que aplicarán en el trato de familiares, compañeros de su colegio
y amigos.
Cuando profundizamos más en la empatía - yo la primera, puesto que al
escribir lo reflexiono -, podremos mejorar la comunicación con los hijos y
con todo el mundo de nuestro entorno. Tenemos la gran solución y el núcleo
de una buena convivencia
Hemos de reconocer que cuando vamos acelerados por el trabajo tenemos
menos posibilidades de vivir la empatía; podría ser que al pensar demasiado
en las propias ocupaciones, dejáramos de lado los que primero nos
necesitan. “Miramos por la ventana el ruido de la calle y nos olvidamos de
alguien que está a nuestro lado y necesita nuestra compañía”, nos recuerda
el filósofo André Frossard.
Ante todo no podemos olvidar, que desde la vertiente de persistir en el
esfuerzo por comprender a los demás, hace falta no estar pendientes de
nuestro estado de ánimo sino del de los que nos rodean, en este caso, y en
primer lugar el de nuestros hijos. La realidad es que si esperáramos a tener
buen humor para ser empáticos, nos costaría encontrar el momento para
tener una actitud de disponibilidad que reclama el tema que tratamos.
Llegamos a la conclusión, después de probar toda clase de “recetas”
educativas que, dedicar tiempo y saber escuchar son las llaves de esta
cualidad.
Me parece interesante, en el tema que tratamos, reflexionar en que puede
perjudicar la empatía el hecho de que, en alguna ocasión podemos
encontrarnos con hijos nuestros que tienen una extremada timidez y nos
cuesta entender que les pasa. Es la timidez, como un miedo a demostrar
cómo se es, inquietarse preocupándose que podrán decir de ellos o como les
juzgaran los demás. Y para estos hijos según como sea la mirada de padres
o profesores ante sus actuaciones les puede resultar verdaderamente
amenazadora. No pretendo dar la culpa a los padres pero si que, con la
intención de poner remedio, me parece que esta timidez puede venir de
haberles dado más responsabilidades de las que podían asumir y que no
eran adecuadas a su edad ni temperamento y esto habría propiciado el
quedar decepcionados por no poderlas cumplir. O bien por una
sobreprotecció excesiva que no los haya dejado tener iniciativas para poder
valorar lo que han hecho, evidentemente de manera positiva.
Todas las dificultades de nuestros hijos las podemos mejorar con la empatía
hacia ellos. Tenemos que tomar la resolución de tener una buena disposición
para sentir lo que ellos sienten. Los ejemplos anteriores de pedir más de las
responsabilidades que puedan asumir o bien de la sobreprotección se
acentúan cuando nos encontramos con niños muy vergonzosos que lo son
por temperamento, y de forma innata tienden a la timidez, pero pueden
aprender pronto a superarla, como sugeriremos en el siguiente párrafo.
Tienen los hijos un ámbito adecuado para sobreponerse a esta vergüenza:
es la escuela y la tenemos que saber potenciar. Por ejemplo, si tienen de
recitar una lección en público o participar en el aula oralmente delante del
profesor y varios compañeros, poco a poco, aprenderán que no los ha
pasado nada, que lo pueden hacer bien, y con esta experiencia irán cogiendo
confianza y llegar a ser personas seguras.
Es importante que los niños y los adolescentes vayan, también, solucionando
todos los problemas cotidianos y ordinarios de conflictos que tengan en el
hogar y en la escuela, sin una intervención directa de los padres, a no ser
que viéramos que fuera necesaria por tratarse de conflictos extraordinarios.
Es también una buena ayuda que tenga alguna actividad de tiempo libre,
que les guste, para conocer más niños y relacionarse. Al mismo tiempo
enseñarle a compartir, invitando amigos a casa y hacer que se interese por
las cosas de los demás, especialmente si no tiene muchos hermanos. Todas
las formas de sociabilidad ayudan a pequeños y a adultos a llevar a la
práctica la empatía. Y desde luego recibir siempre a los hijos, principalmente
a la vuelta del colegio, con una actitud alegre y sonriente por facilitar su
confidencia y a la vez ejercitar todos los sentidos para adivinar y entender
que les sucede.
Victoria Cardona Romeu
Profesora y educadora familiar
Descargar