CL AR A El día amaneció oscuro y nublado. Cuando Clara se despertó, miró a la ventana, las gotas de agua caían cada vez más rápido y dispersas sobre la ropa tendida. No se quer ía levantar, era lunes y tenía examen de matemáticas, per o ella se sent ía trist e y algo le reconcom ía en su inter ior. Iba a dar un trago de agua, a lo que entró su madre y le dijo: -¿Qué haces aún acostada cariño? No tienes buena cara, ¿t e encuentras bien? -No voy a ir a clase. – contestó Clara tras un largo sollozo. – ¿Para qué? Si no sir vo par a nada, además, se reirán de m í. - ¿Por qué cielo? No digas eso. - Mírame, est oy gorda. – dijo poniéndose de pie enf rente del espejo. - ¡Per o si est ás muy delgada! - Mamá, no me mientas, yo sé que no lo estoy. ¡No quiero salir de casa nunca más! – dijo Clara llorando. - Espera. Si no me crees a mi, llamemos a tu padre. Rubén, cariño, ¿puedes venir un momento? – dijo Rosa alzando la voz. -¿Qué sucede? – dij o Rubén girándose hacia su hija – ¿Cariño, qué te pasa? Que mala car a tienes, ¿estás llor ando? - Estoy bien papá, no te preocupes. - No Clara, no estás bien. – dijo Rosa – Lo que pasa es que tu hija dice que está gorda y por eso no quiere ir al instituto. ¿Qué opinas sobre eso? - Clara estás muy delgada, si parece que te vayas a romper con solo tocarte. Esto que dices es una tonter ía, si no quieres ir al inst ituto porque tienes un examen o algo importante dilo, pero con est o no bromees. - Papá, no estoy bromeando. Estoy gorda, pero vosotros no me lo decís porque sois mis padr es y no queréis her ir me… Después de terminar y reanudar una y otr a vez esta conversación, Rosa y Rubén decidier on dejar que se quedase en casa. “Por un día, no pasa nada. Ya se le pasar á” pensar on. Al día siguiente, sucedió lo m ismo, pero Clara dejó de comer, decía que tenía que volver a estar delgada como antes, y que tal y com o estaba no volver ía a salir a la calle. Sus padr es estaban muy preocupados por la act itud repent ina de su hija mayor, así que decidier on que necesitaba ayuda prof esional. Su médico de cabecera le hizo unas pruebas, que duraron unos diez m inutos. El resultado fue inmediato. La niña estaba completamente sana, pero tenía síntomas de anor exia. Recomendaron a Clara que f uese a terapia para conocer el motivo por el que se encontraba en este estado. Los prim eros días sólo hablaron de su inf ancia y sobr e la convivencia en casa. El psicólogo llegó a la conclusión de que Clara no tenía ningún problema en casa, ni ninguna secuela de su inf ancia que hubiese provocado est a actit ud. Un día Ricardo, el psicólogo, le preguntó que desde cuando se sent ía oronda. Ella le contestó diciendo que sus compañeros le gast aban bromas ref eridas a su peso, per o acabó r econociendo que la ver dadera causa er a la ruptura con su novio, Juan. Ricardo se quedó pensativo, mientras contemplaba la trist eza ref lejada en la cara de la m uchacha. -¿Has hablado con Juan desde entonces? ¿Él te ha dicho que estás gorda? – le preguntó Ricardo. -No, pero él me dejó, y f ue porque lo est oy. Un chico como él no querr ía nunca a una chica como yo. Hay muchas más y mejores que yo, más guapas, más delgadas y más inteligentes. -Eso es lo que tú piensas. Estoy seguro de que no es así, si lo pref ieres, dile que venga un día. Hablaremos de este tema y ver ás que él no lo dejó por esa razón, seguro que hay otra por la que lo hizo. Ella asintió y llevó a Juan a la siguiente sesión. Cuando Juan se ent eró de lo que le pasaba a Clar a, rompió a llorar con sentim iento de culpa, arrepint iéndose de haber le dado a entender que no quer ía estar con ella por esas causas. Juan aclaró que no le dejó por otra chica, ni por que estuviese gorda, t odo lo contrar io, era preciosa y estaba delgada, per o no quer ía seguir con esa relación porque se dio cuenta de que eran demasiado jóvenes. Él no quer ía ninguna relación hasta ser un poco m ás maduro y tener las cosas más claras. Clara lo entendió, y después de darse un beso y llorar mientras se abr azaban, prometier on cont arse las cosas que les preocupaban a cada uno y hablar por lo menos una vez a la semana, ya f uese por teléf ono o en persona. Gracias a esta conversación, Clar a volvió a verse tal y como era y aunque le costó, superó el pr oblema. Cuando terminó las sesiones, Ricardo le dijo que nunca olvidase esto: “ La solución al pr oblema, es la raíz de él.” Andrea Bellocq Usón