VIRTUALIDADES DE UNA ECONOMÍA ÉTICA Por: GUILLERMO HOYOS VÁSQUEZ Departamento de Filosofía Universidad Nacional de Colombia Consejo de Dirección de la Fundación Social "La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, así como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento" (John Rawls, Teoría de la justicia, 1972) Al reabrir en nuestros días la discusión acerca de los princi-pios filosó-ficos de la econo-mía política, John Rawls en su Teoría de la justicia (1971) afirma enfáticamente que el problema de la justicia como fundamento de la socie-dad no es exclusi-vamente un asunto solucionable en términos de racionalidad económica. La justi-cia como "equidad" no es una simple conse-cuencia del utilitarismo: en efecto, como rezan sus dos principios, apunta primero que todo a la igualdad de libertades civiles y políticas, y luego a la equidad en rela-ción con los bienes primarios y con las oportuni-dades materiales y socia-les. Con respec-to a éstas últimas juegan un papel determinan-te la educación y el fortalecimiento de la dimensión cultural de la sociedad. Queremos enmarcar el tema de las virtualidades de una economía ética en una reflexión filosófica acerca del sentido de la justicia como equidad en la sociedad contemporánea para comprender desde una visión más integral el sentido de la actividad económica (1). Hemos elegido luego el ejemplo de un grupo de empresas, la Fundación Social, que a los 85 años, orientada por una axiología, desarrolla una actividad económica y social muy notable (2). Nos acercamos luego a las virtualidades de las empresas desde una perspectiva ética indicando algunos elementos que constituyen una ética para ciudadanos(3). Nos preguntamos finalmente por el sentido de la presencia de la empresa desde su responsabilidad social en la sociedad civil (4). Pensamos que si hay empresas que buscan una función social de la gestión económica, no sólo puede ser válido replicar el modelo, sino que sobre todo gana sentido la pregunta acerca de la viabilidad de modelos concretos de sociedad orientados por planteamientos éticos análogos a la concepción rawlsiana de la teoría de la justicia como equidad. 1.- Justicia como equidad: un programa ético-político. Lo más novedoso de los planteamientos de John Rawls en su Teoría de la justicia es que sin justicia como equidad la sociedad moderna no es viable. Se requiere por tanto de un renovado contrato social, muy semejante al propuesto por Kant y Rousseau en los inicios de la modernidad. Para pensar en la posibilidad de dicho contrato, los representates de quienes componemos la sociedad civil adoptan hipotéti-ca-mente una posición origi-naria, en la cual se pudiera decidir imparcial-mente acerca de los princi-pios que fundaran una sociedad bien ordenada. La neutrali-dad necesaria para dicha elección se lograría si los contratan-tes ignoraran en la posición originaria, gracias a un 'velo de ignoran-cia', sus cualidades específi-cas, sus competencias e intere-ses, su grado de inteligen-cia, sus inclina-ciones, sus convicciones morales y concepciones del bien, el tipo de grupo social al que pertenecen, etc., es decir, todo aquello que es contingente o heredado, puede atribuirse al azar y pudiera influir de alguna forma en el contrato. Gracias a un 'equilibrio reflexivo' cada uno de los contratantes puede asumir razonablemente lo que a partir de tal posición origi-na-ria pudiera ser acordado como mínimo para consti-tuir una sociedad justa. De esta forma el contrato podría llevar al acuerdo sobre dos principios fundamentales de la sociedad propios del liberalismo democrático: 1) Cada persona tiene un derecho igual al esquema más exten-sivo de libertades básicas iguales compatible con un esquema similar de libertades para todos. 2) Las desigual-dades sociales y económicas que favorecen a algunos deben enmarcarse en políticas, de las cuales pueda espe-rar-se el mayor beneficio para los menos aventajados, de suerte que cada vez correspon-dan más a posi-ciones y oficios abiertos para todos bajo condicio-nes de igualdad impar-cial de oportunidades (Rawls 1993, p. 271). Estos dos principios permiten organizar la distribución equitati-va de los bienes primarios para el progreso integral de las personas y de la sociedad, según la siguiente lista (ibid., p. 181): a) derechos y libertades fundamentales; b) libertad de movimiento y de escogencia de ocupa-ción entre diversas oportunidades; c) poderes y prerrogativas de oficios y posiciones de respon-sabilidad en las instituciones de la estructura básica de la sociedad; d) ingresos y bienestar; e) bases sociales de la autoestima. Estas bases de la justicia para una sociedad bien ordenada requieren ciudadanos con una concepción del bien, por la cual deciden en sus vidas racionalmente y a ello orientan sus actividades; así mismo tienen una cualidad moral que consiste en reconocer las ventajas de la cooperación social para la realización de sus fines. Es por tanto razonable el que en la vida se obre teniendo también en cuenta los puntos de vista de otros ciudadanos, así para ello fuere necesario renunciar a un punto de vista totalmente personal, para poderse poner en la perspectiva de los otros y obrar en consonancia con las posibilidades de cooperación. Lo que nos mueve a la cooperación no es ni el egoísmo, ni el altruismo, sino el sentido de reciprocidad o solidaridad. Esta cooperación para la construcción de la sociedad moderna se dificulta hoy todavía más por el hecho de que hay varias concepciones omnicom-prensi-vas vigentes en la sociedad contemporánea, tanto desde el punto de vista religioso, como moral y filosófico. Ante esto se pregunta Rawls si todavía es posible un consenso entrecruzado, acerca de las bases de la sociedad, que no se contradi-ga, pero que tampoco se tenga que identi-ficar con ninguna de esas cosmovisiones: "¿Cómo es posible que exista por tiempo prolongado una sociedad estable y justa de ciudadanos libres e iguales profunda-mente divididos por doctrinas razonables, aunque incompati-bles, de índole religiosa, filosófica y moral? En otras palabras: ¿Cómo es posible que puedan convivir doctrinas omnicomprensivas profun-da-mente opuestas aunque razona-bles y que todas ellas acepten la concepción políti-ca de un régimen consti-tucio-nal?" (Rawls 1993, p. XVIII). Dicho de otra manera: ¿es posible cons-truir sociedad a partir de una pluralidad de metarre-latos con los que se identi-fi-can, según sus diversas concepciones del bien, las personas y los grupos sociales? ¿Es posible que una sociedad sin basarse en ninguna de las concepciones omnicomprensivas goce de la estabi-lidad necesaria para un desarrollo social de la convivencia, el bienestar y la realización de las personas? Rawls responde reconstruyendo sus tesis de la Teoría de la justicia en el marco del liberalismo político. Se parte de una actitud de pluralismo razonable, el cual consiste en reconocer no porque 'toca', ni como un 'modus viven-di' recomenda-do por Hobbes, ni siquiera como algo tolerable, esta diver-sidad de opiniones en lo religioso, moral y filosófi-co, y por tanto también en lo jurídico y en lo político; por el contra-rio, el reconocimiento de la diversidad ha de ser razonable, alegre diría yo, basado en las razones y motivos que nos llevan a considerar como un bien, no como mal menor, dicho pluralismo. Es bueno, inclusi-ve para la perso-na, que haya diver-sas concepcio-nes del bien y sea posible corregir la propia, cambiar en un momento dado de dioses y demonios, de cosmovisio-nes tanto filosó-ficas, como morales y religiosas. De esta forma la tematización de lo que Rawls llama los "obstácu-los de la razón" (la historicidad y perspectividad del conoci-mien-to, especialmente en relación con los valores y las opciones morales y políticas) (Rawls 1993, pp. 56-57), lo lleva a establecer una distin-ción entre la racionalidad medios-fines, y lo razonable, que corresponde a la competencia moral de las perso-nas, como miembros de una sociedad, capaces de comprometerse autónomamente en procesos de cooperación, que favorecen a quienes partici-pan en ellos. Es así como se puede construir un liberalismo político, sobre la base de un pluralis-mo razonable, a partir de un consenso sobre mínimos en la sociedad civil atravesada por una razón pública. Estos mínimos constituyen la justicia como equidad, acordada ahora ya no desde una concepción moral como la de Kant, en contra de concepciones morales como la del utilitarismo, sino concertada con base en el pluralismo razonable (reconocimiento mutuo), a partir del cual es posible llegar al consenso entrecruzado acerca de los fundamentos y compromisos que hagan viable una sociedad bien ordenada. La propuesta política, no moral, para resolver los problemas de la sociedad contemporánea supone que es posible llegar a acuerdos sobre la justicia como equidad, para que ésta sea la base de la cooperación social. Esta justicia implica igualdad de libertades y la voluntad política de concertar un acceso a los bienes primarios según procesos que si bien han de significar ventajas a los más favorecidos deben al mismo tiempo promover en mayor grado a los menos favorecidos. La propuesta no se basa en ninguna de las concepciones filosóficas o morales de quienes integran la sociedad, sino que precisamente pretende poder comprometerlos a todos por el bien de la convivencia social que favorece a cada uno y promete la estabilidad necesaria para realizar sus planes de vida. Pensamos que esta propuesta responde éticamente al problema central de la economía política de los clásicos de la modernidad. 2.- ¿Para qué axiología? Desde esta especie de imagen utópica de la sociedad quiero presentar una experiencia de empresas orientadas por una axiología: la Fundación Social. Fundada hace 85 años en 1911 en Colombia, con el nombre de Círculo de Obreros, por el Padre Jesuita Jesús María Campoamor, oriundo de la Coruña, y gracias a su esfuerzo de 35 años, hoy la Fundación Social, entidad sin ánimo de lucro, cuenta con 14 importantes empresas en los diversos campos de la gestión financiera y de servicios (un banco, corporación de ahorro y vivienda, seguros, salud, campo prestacional, programadora de TV, constructora, fiduciaria, leasing, recreación, construcción). Hay que tomar en cuenta ante todo algunas de las intuiciones revolucionarias del jesuíta español Campoamor, al fundar en 1911 en Bogotá el Círculo de Obreros y la Caja de Ahorros del Círculo de Obreros; ellas han marcado sin duda el desarrollo posterior de la obra. Se convocó a obreras y obreros y a personas pudientes para responder de manera concreta a las situaciones de pobreza en que se encontraban las clases populares. Se trataba ya desde entonces de un modelo de promoción autofinanciado, en el que lo económico no era fin en sí mismo, sino medio para el logro de objetivos sociales: éstos se obtenían mediante la cooperación de diversos sectores sociales y la participación amplia de las clases populares. Los recursos necesarios para dicha labor no procedían sólo de aportes voluntarios sino que eran el producto del ahorro organizado, del cual a la vez se beneficiaban las mismas clases populares. "En efecto, la concepción original de la Caja de Ahorros era precisamente ésta: pequeñas economías puestas en común que debían revertir en beneficio de aquellos que pertenecientes en su mayoría especialmente a los sectores pobres habían hecho una provisión solidaria para mejorar su calidad de vida. Las mutualidades, las cooperativas de producción y de consumo, la construcción del barrio Villa Javier en Bogotá, son, entre otras, muestras de experiencias que eran posibles sólo a través de la unión, la cohesión comunitaria y las responsabilidades compartidas" (Documento Axiológico, p. 12). Por último habría que señalar el campo de trabajo abierto por Campoamor a la mujer ya desde aquella época: "Las Marías" fueron jóvenes de los sectores populares, en especial campesinas, formadas en el espíritu de la obra para asumir las responsabilidades de administración y servicio en la gran mayoría de actividades desarrolladas por el Círculo de Obreros y la Caja de Ahorros: eran cajeras, maestras, vendedoras, administradoras, contadoras, supervisoras de fondos de ahorro, etc. Hoy en día, a diferencia de la mayoría de obras de este estilo, no hablamos de una serie de empresas que tengan una fundación para hacer obras sociales, sino todo lo contrario: se trata de una Fundación, presidida por un Consejo Directivo (con énfasis en lo administrativo y financiero) y un Consejo Social (con énfasis en lo ético y social) que posee una serie de empresas, generadoras de riqueza, ellas mismas con el reto de orientarse por una ética de la solidaridad y la equidad, capaces de satisfacer necesidades socialmente prioritarias y participar como actores de la sociedad civil. La totalidad de las ganancias de las empresas, después de atender a las necesidades de inversión y de eventual expansión en el mercado, se destinan a los programas sociales. Estas son algunas de las cifras de la Fundación Social y sus empresas: .Activos: U.S.$2.100 millones de dólares. .Empleados: 9.872 .Oficinas: 454 .Ciudades: 57 .Clientes: 3 millones (Colombia tiene 36 millones de habitantes. La misión de la Fundación Social es influir en la superación de las causas estructurales de la pobreza en Colombia. Pretende colaborar en esto en tres escenarios: desde sus empresas productivas, en sus empresas sociales y buscando un impacto público político de mayor alcance que su propia acción, que en cierta forma sirva de multiplicador y sobre todo enfatice el sentido político de la justicia como equidad: 1) La gestión empresarial orientada hacia la búsqueda de la justicia como equidad: además de las cifras que se dieron antes, hay que destacar su dinámica que se refleja tanto en el incremento en el último año de cerca del 40% en los activos consolidados, como en la utilidad final que alcanzó los 32 millones de dólares. Ultimamente se han hecho asociaciones importantes con empresas de Chile y Ecuador y especialmente con el AIG, American International Group, para actuar conjuntamente en el sector prestacional y de seguros de vida. En el interior de las empresas se busca el compromiso de los colaboradores y se fomenta el diálogo y la participación, buscando mejorar la calidad en el servicio. Esto va complementado con un proyecto cultural y con políticas de formación continuada, que facilitan a la vez la estabilidad y progreso mediante la posibilidad de rotación que ofrecen las diversas empresas. Se desarrolla la equidad en la remuneración de quienes devengan menos gracias a una política salarial y prestacional más integral, de suerte que con los beneficios extrasalariales (en vivienda, educación, seguros, salud) que otorgan las diversas empresas de la Fundación, se compensen en parte las diferencias de salario. En relación con el público es propósito institucional de la Fundación el dirigir sus servicios y ofertas hacia las clases sociales menos favorecidas, lo que no ha significado deterioro en la calidad de los productos o en la cartera. Se busca dar la oportunidad a personas de menos recursos de poder ejercer sus derechos económicos como ciudadanos plenos en una sociedad en la que hay muchos excluidos. Por ejemplo en la Caja Social de Ahorros, hoy entidad bancaria, ¾ partes de los ahorros (U.S.$300.000 millones) provienen de los estratos medio-bajo y bajo; el dinero que ofrece al público se distribuye en un 91% en créditos de menos de U.S.$30.000, cuando en el resto del sistema bancario colombiano sólo el 31% son de esta cuantía. La Constructora COLMENA concentra sus esfuerzos en vivienda para los estratos bajos (el 55% de su actividad, 503 viviendas en 1995); se está diseñando un plan de préstamo para construcción de vivienda de interés social. La Corporación de Ahorro y Vivienda COLMENA lidera este programa a nivel nacional. Salud COLMENA ubica sus servicios en un 75% entre usuarios de los estratos más bajos; Censantías COLMENA en un 88%; Pensiones COLMENA en el 93%. En este mismo capítulo habría que destacar la reciente creación de la empresa mixta Ciudad Verde en asocio con Cooperativas de Recicladores para el tratamiento de basuras y creación de empleos. 2) Programas sociales financiados por la Fundación: éstos tienen como objetivo que los pobres desarrollen sus potencialidades de participación, organización y autonomía y sus capacidades de gestión, negociación y concertación, de tal manera que tomen control de sus propias vidas y se incorporen con iniciativa y poder a los circuitos de mercado y a la vida económica, cultural y socio-política del país. Se pretende así superar el problema de exclusión, causa estructural de la pobreza (Informe de actividades 1995, p. 20). Para lograr estos objetivos se han fijado como prioridades: la organización y participación de los sectores populares en la conformación de la sociedad civil; asesoría y cooperación en microempresas de muy diversa índole; trabajo con recicladores de varias ciudades y en grupos comunales de medio ambiente; apoyo a experiencias de innovación educativa, especialmente mediante producción de ayudas audiovisuales. En este capítulo es importante destacar la colaboración con procesos de reinserción a la vida civil de guerrilleros que han firmado la paz. 3) Generación de pensamiento en relación con la problemática social desde una perspectiva ética e influencia activa en la opinión pública desde la concepción de lo que es hacer empresa en función de las necesidades de los más pobres. Se busca influir en decisiones que tienen que ver con el desarrollo de los marcos institucionales y la definición de políticas que garanticen la participación de los sectores populares en la construcción de un nuevo proyecto de país. Se quiere además sistematizar nuestra experiencia invitando a replicarla, si se quiere, corregida y aumentada. La misma empresa de televisión de la Fundación ha demostrado que es posible competir en el medio con programas de mucha calidad (dramatizados, juveniles, opinión), que transmiten valores y motivan el compromiso ciudadano. La presencia cada vez más intensa de la Fundación en el debate público la involucró, en unión con otras importantes Organizaciones No Gubernamentales (ONG's), ya desde los años previos a la nueva Constitución de los Colombianos (1991) en los procesos de participación ciudadana que más influyeron en su preparación. Esto la ha comprometido en el desarrollo legislativo de la misma en áreas como la educación, la seguridad social, la pequeña y mediana empresa, la planeación orgánica, el ordenamiento territorial y la reforma política. Por esto mismo colaboradores de la Fundación Social participan en el sistema nacional de planeación en diversas regiones del país. Finalmente en el Centro Colombiano de Filantropía, creado por la Fundación, y gracias a su participación activa en el grupo de Empresarios por la Paz, y la organización de eventos académicos con invitados nacionales y extranjeros destacados, convoca la Fundación a explorar caminos alternativos para fortalecer la participación democrática para una sociedad bien ordenada. Precisamente en este contexto, no era posible ignorar la actual crisis política colombiana que no es otra cosa que una manifestación dramática de la carencia de legitimidad de los partidos, de muchas de las instituciones y en general de la clase política. La Fundación formó parte activa, en unión con el sector más representativo de los gremios económicos del país y de otras asociaciones de la sociedad civil, de la Veheduría Ciudadana que siguió de cerca y criticó el desarrollo del juicio que en la Cámara de Representantes se hizo al Presidente. "La Fundación Social excomulga al Presidente Samper" fue el titular de los principales diarios, cuando los Consejos Directivo y Social expresaron su censura moral y política a la intervención de dineros del narcotráfico en la pasada campaña presidencial. No hubiera sido coherente asumir una posición ético-política con respecto al desarrollo del país y permanecer en silencio ante la corrupción. Hemos indicado los tres escenarios complementarios en los que la Fundación pretende, desde su posición ético-política, ayudar a romper las causas estructurales de la pobreza: las empresas, los programas sociales y el espacio de lo público. Tanto el balance financiero como el balance social nos permiten afirmar que sí se puede hacer empresa económica rentable para el desarrollo con equidad de una sociedad. En esto, como dijera un directivo, no se busca ser en relación con otros: "ni mejores, ni peores, simplemente diferentes". Esto ha permitido a la Fundación Social ser cada vez más explícita en su voluntad de intervención gracias a su compromiso axiológico, el cual cobra carácter institucional: "que la vida digna sea posible (sin exclusiones), incluidas las generaciones futuras. Para ello invita a la práctica de la solidaridad y la responsabilidad" (Querubin 1994, p. 15). Esta voluntad institucional de la Fundación social implica las siguientes opciones de profundo contenido ético (Cf. Ibid.): a) reorientar el interés privado hacia el servicio público, es decir mostrar cómo los recursos y esfuerzos privados pueden llegar a tener una función significativa en relación con el bien común; b) superar la oposición entre lo económico exitoso y la promoción social, mostrando cómo lo económico es medio eficaz de desarrollo social integral; c) destruir la disyuntiva entre productividad y competencia por un lado, y por otro la solidaridad como tejido social. La rentabilidad de las empresas no perjudica a los más pobres; por el contrario, es tiene sentido hacer empresa en el capitalismo para ganar excedentes que sirvan para el fomento de la cultura democrática y se conviertan en beneficio de los más pobres; d) en suma, la axiología de la Fundación Social imprime a su trabajo un sentido integral de desarrollo social: en las empresas, con los programas sociales y mediante la intervención pública. Ciertamente la eticidad de la Fundación Social, desde su origen, su historia y su actual identidad está inspirada en los valores cristianos. Esta opción no va en contra del pluralismo razonable, dado que éste no impide el que los motivos de la acción social, de acuerdo con los mínimos en los que se funda la sociedad bien ordenada, sean los de una orientación moral. Hay quienes piensan que el liberalismo mismo posee la fuerza motivacional requerida para comprometerse con dicho proyecto. Las versiones comunitaristas exageran al exigir una fundamentación moral de la política para una sociedad bien ordenada. La ética discursiva, desarrollada como ética de la sociedad civil y de las organizaciones muestra que es posible ir conformando la sociedad bien ordenada a partir de la política deliberativa. Pensamos que un presupuesto de todas estas opciones éticas es una economía que trascienda los intereses de las empresas para ayudar a buscar soluciones de justicia como equidad para el bien de la sociedad en su conjunto. 3.- Ética de las organizaciones y ética para ciudadanos. Presentamos en el marco de una concepción política de la justicia como equidad una experiencia de gestión económica que puede ser replicada con variantes en otros países y cuya axiología puede ser modificada en otras empresas. En este caso el compromiso institucional por transformar las causas estructurales de la pobreza es una opción moral por un sentido integral de la justicia como equidad: desarrollarlo implica orientarse hacia la promoción de los así llamados derechos humanos de segunda generación, los derechos socio-económicos, sin los cuales hoy no podemos hablar de ciudadanía plena. Lo interesante de un modelo como el propuesto es que nos permite distinguir analíticamente entre las virtualidades de una gestión empresarial que hace explícita su dimensión ética y las posibilidades que pueden seguirse de allí, dependiendo de otros factores: por ejemplo, morales, como puede ser el del altruismo, o políticos, como puede ser el de la participación ciudadana y la intervención del Estado en materia fiscal. En la perspectiva rawlsiana de la justicia como equidad, la economía tiene una función social gracias al principio de la diferencia que nos indica que sin alterar las libertades y derechos fundamentales de los ciudadanos, es posible desarrollar políticas que permitan el que a los beneficios de los más favorecidos correspondan proporcionalmente mayores beneficios para los menos favorecidos. Esto corresponde al sentido de solidaridad o de reciprocidad que se requiere para que la cooperación social responda al ideal de autonomía y de sociedad bien ordenada. De aquí se sigue la estabilidad de dicho modelo societal. Veamos ahora las características de lo que llamamos ética para ciudadanos, ética de la sociedad civil (Cortina 1994), como presupuesto de una gestión empresarial, que en el marco de un liberalismo político aspire a comprometer en una obra común a directivas y colaboradores en búsqueda del progreso social. Nuestro punto de partida es una fenomenología de los sentimientos morales, como fueron presentados en el ya clásico trabajo de P. F. Strawson de 1962 "Libertad y resentimiento". Casi al terminar dicho trabajo dice: "es una lástima que hablar de sentimientos morales haya caído en desgracia" (Strawson 1974, pág. 24). Pensamos que esto ha cambiado por influjo de la tematización del mundo de la vida como contexto general de reflexión acerca de las más diversas actividades humanas. Hoy somos más sensibles ante la injusticia, la violación de los derechos humanos o la corrupción. Esta renovada "sensibilidad moral" nos ha llevado a pensar que la gestión económica no es independiente de una valoración ética no sólo de los procedimientos, ni siquiera sólo de las interacciones que dinamizan la empresa, sino que hay que poder evaluar las finalidades y los resultados de lo económico con respecto al todo social. Al analizar los sentimientos morales como se presentan en la vida ordinaria, se cae en lugares comunes, pero esto, como enfatiza Strawson, tiene sus ventajas, ya que mantiene "frente a nuestras mentes algo que fácilmente se olvida cuando estamos comprometidos en filosofía, especialmente en nuestro frío y contemporáneo estilo, a saber, lo que significa estar realmente envuelto en relaciones interpersonales ordinarias, ya sea desde las más íntimas, hasta las más casuales" (Ibid., pág. 6). Strawson elige tres sentimientos que adquieren significación especial con respecto a la conciencia moral. Comienza no casualmente por el "resentimiento" como mi sentimiento al ser ofendido por otro, cuando al mismo tiempo considero que él efectivamente estaba en sus cabales. En efecto, puedo suspender mi actitud resentida frente al otro cuando las circunstancias me llevan a concluir que en esa acción no podía controlarse, que en cierta manera no era dueño de sí, 'no era él' (Ibid., págs. 7-8). Independientemente de todos los matices que pudieran discutirse en psicología acerca de estos fenómenos, interesa destacar el contraste entre "la actitud, (o gama de actitudes), de estar envuelto o participar en una relación humana, y lo que debería llamarse la actitud objetiva (o gama de actitudes) hacia otro ser humano". Esto último es verlo, tal vez, "como un objeto de política social, como un sujeto al que, en el amplio sentido del término, debería someterse a tratamiento... La actitud objetiva podría ser emocionalmente matizada de muchas maneras pero no de todas (...): no puede incluir el rango de sentimientos de reacción y actitudes que pertenecen al compromiso y la participación con otros en relaciones humanas inter-personales; no puede incluir resentimiento, gratitud, perdón, angustia, o la clase de amor que algunas veces dos adultos dicen sentir recíprocamente el uno por el otro. Si su actitud hacia alguien es completamente objetiva, entonces aunque usted pudiera pelear con él, usted no podría querellar con él, y aunque pudiera hablar con él, inclusive negociar, usted no podría razonar con él. Usted puede a lo sumo pretender que querella o que razona con él" (Ibid., pág. 9). Pero si es posible razonar, entonces podemos reclamar ante la injusticia de la que somos objeto y justificar nuestro resentimiento frente a conductas que vayan contra nuestros derechos. El resentimiento devela una interrelación originaria en la que nos encontramos en el mundo de la vida, la cual es violada por aquel con quien nos resentimos porque consideramos que él es consciente de haber querido romper ese vínculo humano. Un segundo sentimiento destacado por Strawson es el de "indignación". La sentimos usted y yo cuando nos damos cuenta que un tercero injuria a otro tercero como si lo hubiera hecho con usted o conmigo. Lo interesante en este sentimiento es que 'la materia' de la ofensa es considerada independientemente de que tuviera que ver con nosotros mismos; en este escenario somos espectadores, pero no de algo objetivo, sino de algo intersubjetivo, y la indignación nos descubre una especie de implícito de solidaridad humana. Si cambiamos de nuevo de actitud hacia la participación personal en el mundo social, podemos tematizar un tercer sentimiento, el de culpa, en el cual nos avergonzamos de la ofensa provocada a otro. Ahora somos nosotros los agentes, no los pacientes ni los observadores, de acciones que lesionan derechos de otros, que se me presentan a mí como un ámbito de obligaciones. Varios aspectos habría que resaltar en este análisis fenomenológico de los sentimientos morales: ante todo el que se trate de sentimientos en situaciones concretas que nos descubren en su forma negativa una especie de trasfondo lesionado, un a priori de las relaciones humanas en el mundo de la vida cotidiana; cuando analizamos lo que nos manifiestan estos sentimientos en la situación de compromiso de los actores, nos encontramos con una dimensión interpersonal que determina el sentido mismo de nuestro comportamiento; en cierta forma podríamos ya hablar a partir de lo que nos dan los sentimientos de una especie de "intuición valorativa", de esa sensibilidad social que nos lleva a justificar como correctas o incorrectas determinadas acciones y nos permite argumentar en favor de determinadas formas de organización como más o menos éticas en relación con el todo social. Los sentimientos analizados y sus contrapartidas positivas, el agradecimiento, el perdón, el reconocimiento, la solidaridad, etc., constituyen una especie de sistema de relaciones interpersonales, que dan cohesión a las organizaciones y al tejido social. Al asumir Jürgen Habermas esta fenomenología de los sentimientos morales como punto de partida de una ética discursiva, destaca cómo estos sentimientos sólo se dan en actitud de participación en la sociedad; son a la vez personales y nos develan nuestra vinculación interpersonal; quien los vivencia reconoce que cualquier otro en las mismas circunstancias tendría los mismos sentimientos: son generalizables porque tienen vocación comunicativa. Por esto no se modifican con simples compensaciones materiales, sino que exigen explicaciones, excusas, reconocimiento con base en razones y motivos. Esta relación íntima de los sentimientos morales con la competencia comunicativa es la que permite a la ética discursiva tomarlos como base psicológica de una especie de 'inducción' en el que se pase de experiencias, vivencias, en las que se nos da el hecho moral, a normas éticas en las que se expresan principios de acción. Habermas se acerca atrevidamente a Kant y descubre en el imperativo categórico algo así como un puente o transformador moral, en el cual se parte de experiencias conformadas por sentimientos, las máximas como principio subjetivo de nuestras acciones, para llegar gracias a la voluntad libre a leyes universales. La reformulación comunicativa del principio de universalización de la moral es bien conocida: "En lugar de proponer a todos los demás una máxima como válida y que quiero que sea ley general, tengo que presentarles a todos los demás mi máxima con el objeto de que comprueben discursivamente su pretensión de universalidad. El peso se traslada de aquello que cada uno puede querer sin contradicción como ley general, a lo que todos de común acuerdo quieren reconocer como norma universal" (McCarthy en Habermas 1985, p. 88). Quiere decir que el puente se construye comunicativamente y que en el diálogo radica toda fundamentación posible de la ética. El mismo Habermas propone como fundamento discursivo común tanto de la moral, por un lado, como, por otro, de la ética, la política y el derecho, el siguiente principio: "sólo son válidas aquellas normas de acción con las que pudieran estar de acuerdo como participan-tes en discursos racio-nales todos aquellos que de alguna forma pudieran ser afectados por dichas normas" (Habermas 1992, p. 138). En la sociedad contemporánea, como lo habíamos anotado antes, compiten diversos tipos de justificación moral de las acciones. Hay filósofos que se esfuerzan por reivindicar un sólo modelo, pero lo más frecuente en la vida cotidiana es que se crucen diversas razones y motivos. Precisamente por la significación que ha cobrado la economía en la sociedad moderna, quizá el escenario más complejo y el de los más fecundos desafíos para la acción desde el punto de vista ético, es el de la empresa. Veamos cómo se conjugan y entrecruzan allí diversas formas de argumentación moral. a) El utilitarismo, muy relacionado con los orígenes de la economía moderna, ha vuelto a cobrar importancia en el esfuerzo actual por reivindicar el sentido positivo de la ética: a él se debe mucho de la actual inquietud por la eficiencia, la productividad, la calidad total. Recientemente Richard M. Hare, acudiendo sugestivamente al mismo Kant, ha formulado así el principio del utilitarismo: "Si, como lo exige Kant, consideramos la humanidad como un fin y en consecuencia tomamos los fines de todos los hombres como nuestros, tendremos que procurar fomentar todos estos fines de igual forma. Esto es lo que nos inculca también el utilitarista. Es decir: si encontramos mucha gente que será afectada por nuestras acciones y que persiguen otras metas o tienen otras preferencias, tenemos que pensar para nuestras acciones máximas que podamos aceptar como leyes universales. Estas serán precisamente aquellas, cuya aplicación a todas las situaciones en las que hipotéticamente pudiéramos encontrarnos, fuera la que más fácilmente pudiéramos aceptar. Serán por tanto aquellas máximas que con respecto a los fines y preferencias de las personas, entre quienes una cualquiera podría ser uno de nosotros mismos, en todas aquellas situaciones en todo sentido pueden motivar a realizar lo mejor. Y esto de nuevo está en consonancia con el pensamiento utilitarista". Se trata de urgir el sentido de transformador moral del utilitarismo, de la racionalidad medios-fin, de la satisfacción de las preferencias de las mayorías. Naturalmente que la propuesta utilitarista, así se la relacione de manera tan habilidosa con el kantismo, tiene sus límites, en tendencias egoístas, en modelos desarrollistas a ultranza, o en economías que sólo buscan la utilidad ignorando su función social. El utilitarismo entendido como necesidad de buscar las preferencias más universales podría considerarse la forma más usual y coherente de un uso pragmático de la razón práctica, necesario desde todo punto de vista, pero limitado, dado que hay que relacionarlo con los otros usos de la razón: el ético y el moral. b) El comunitarismo considera la sociedad concreta a la que pertenezco como transformador moral. Con base en él podemos comprender que la gestión económica se realiza en instituciones de carne y hueso con tradiciones, historia, identidades y pertenencias en un contexto determinado. Momento inicial de todo proceso comunicativo es el que podríamos llamar nivel hermenéutico de la comunicación y del uso del lenguaje, en el cual se da la comprensión de sentido. Este momento hermenéutico del proceso comunicativo, en el que radica toda posibilidad de contextualización, puede ser pasado a la ligera por quienes pretenden poner toda la fuerza de lo moral en el consenso o en el contrato, pero precisamente por ello es necesario fortalecerlo, para que el momento consensual no desdibuje la fuerza de las diferencias, propia de los fenómenos morales. En este origen de la comunicación en la comprensión hermenéutica se basan las morales comunita-ristas para reclamar que la comuni-dad, las tradiciones, el contexto socio-cultural, la polis, son el principio puente: "Lo que importa ahora -enfatiza MacIntyre (1987, p. 322)- es la construcción de formas locales de comunidad, dentro de las cuales la civilidad, la vida moral y la vida intelectual puedan sostenerse a través de las edades oscuras que caen ya sobre nosotros (...) En nuestra época los bárbaros no nos esperan al otro lado de las fronteras, sino que llevan gobernándonos hace algún tiempo. Y nuestra falta de conciencia en ello constituye parte de nuestra difícil situación". El valor que en una empresa pueda tener una determinada axiología, una tradición, una marca determina el sentido de pertenencia de sus colaboradores de tal forma que sus compromisos responden en gran parte a la fuerza motivacional que pueda provocar la identificación con ella. El influjo de concepciones comunitaristas en la ética actual ha significado una mayor sensibilidad por la solidaridad empresarial, la cual cohesiona, fortalece en la competencia y crea mística en la organización. Pero de nuevo, sólo el reconocimiento de las mediaciones necesarias de la pertenencia nos permite reconocer la verdad del comunitarismo para poder encontrar sus límites allí donde el contexto se consolida como dogma. El comunitarismo puede terminar en intolerancia, competencia desleal y fanatismo. c) El neocontractualismo nos recuerda que la economía es el espacio privilegiado para los contratos. Esta forma de argumentar ha clarificado el sentido de la concertación en el interior de la empresa y hacia el exterior, para compensar procesos de competencia que podrían terminar en la destrucción mutua. La capacidad comunicativa busca superar el contextualismo en aquellos casos en los cuales los conflictos o las acciones comunes exigen algún tipo de consenso. Los acuerdos sobre mínimos están en la tradición del "contrato social", en la cual se apoyan las propuestas neocontractualistas. Se trata de ver si para lograr una sociedad bien ordenada es posible llegar a un consenso entrecruzado a partir de un pluralismo razonable. La estructura subyacente al contrato social es la comunicación. Ahora bien, en el momento que tanto la comunicación al servicio del consenso, como el contrato social tiendan a abolutizarse, se corre el peligro de que en nombre de las mayorías se niegue la posibilidad del disenso y los derechos de la minorías. La consolidación del contrato social en torno a unos mínimos puede constituirse en paradigma de orden y paz, cuando de hecho los motivos del desorden social y de la violencia pueden estar en la no realización concreta de los derechos fundamenta-les. Por ello mismo, las necesidades materiales, las desigualdades sociales, la pobreza absoluta, la exclusión cultural y política de poblaciones enteras debe ser agenda prioritaria, para quienes aspiran a que la concepción política de justicia y sus principios fundamentales sean principios reales de la convivencia ciudadana. Mientras no se logre efectivamente esto, hay lugar para las diversas formas de manifes-tación del disenso legítimo. d) Una economía movida por la búsqueda de utilidades, determinada por la tradición de sus instituciones, orientada por la posibilidad de llegar a concertaciones, amenaza con quedarse en la mera funcionalidad de sus participantes, si no se dinamiza en procesos comunicativos, críticos, innovadores. En el interior de las organizaciones la comunicación es la posibilidad no sólo de obtener información, sino de llegar discursivamente a procedimientos concertados. Partiendo de la comunicación, se puede ahora afirmar que un elemento integrante del principio puente son las tradiciones y los contextos en los que se conforman situaciones moralmente relevantes. Esta es la verdad de un comunitarismo de estirpe republicana. Pero también forma parte del principio puente la posibilidad del contrato social, en lo cual radica la verdad del contractualismo de herencia liberal. Pero también los utilitaristas, quizá en sus planteamientos más pragmáticos, por ello mismo más independientes de posiciones ideológicas o políticas, reclaman ser tenidos en cuenta en este intento "sincretista" de ofrecer razones y motivos para la acción correcta de los ciudadanos y la conformación de instituciones y organizaciones de la sociedad civil. Se busca ahora la relación entre estas propuestas éticas en la competencia comunicativa. Si el principio puente se cohesiona, se amarra gracias a la comunicación, ésta debe partir del uso informador del lenguaje, en búsqueda de lo mejor para las mayorías, como lo propone el utilitarismo, y del sentido contextualizador de la dimensión expresiva y simbólica del mismo lenguaje, como lo reclaman los comunitaristas, para intentar dar razones y motivos, un uso de lenguaje diferente, en el cual se articula el "poder de la comunica-ción" y la fuerza de la argumentación. Esta debe orientarse a solucionar conflictos y conso-lidar propuestas con base en acuer-dos sobre mínimos, según lo postula el neocontractualismo, que nos lleven por convicción a lo correcto y equitati-vo. La competencia argumenta-dora no desdibuja el primer aspecto, el de la constatación de las preferencias, menos el de la compleji-dad de las situaciones; la argumentación busca, a partir de su comprensión, llevar a acuerdos con base en las mejores razones, vinieren de donde vinieren. La actividad argumentativa en moral es en sí misma normativa, lo que indica que en ética el principio dialogal es fundamental. Pero inclusive la comunicación pueden llegar a constituirse en princi-pio puente único, válido por sí mismo, y convertirse así en algo meramente formal, no muy distinto de la pura forma del imperativo categóri-co. La condición para que la comuni-cación no se formalice es su vinculación con los aspec-tos pragmáticos de las decisiones con base en preferencias, la explicitación del condicionamiento contextualizador del lenguaje y el reconocimiento de las diversas posibilidades de llegar a acuerdos sobre mínimos, con base en formas de expresión más ricas que las de la mera lógica formal, como son, entre otras, la retórica, la negociación, los movimientos sociales, la misma desobediencia civil, etc. La relación entre consenso y disenso debe ser pensada con especial cuidado. Absolutizar el consenso es privar a la ética de su dinámica, caer en nuevas formas de dogmatismo y autoritarismo. Absolutizar el sentido del disenso es darle la razón al escepticismo radical y al anarquismo ciego. La relación y la complementariedad de las dos posiciones pone en movimiento la argumentación moral. Todo consenso debe dejar necesariamente lugares de disenso y todo disenso debe significar posibilidad de buscar diferencias y nuevos caminos para aquellos acuerdos que se consideren necesarios. 4.- La justicia como equidad y los derechos socio-económicos. Las reflexiones anteriores estaban orientadas a mostrar de qué manera se puede ir conformando una ética de las organizaciones gracias al uso pragmático, ético y moral de la razón práctica. Sin ignorar las virtualidades de empresas sin ánimo de lucro que buscan una solución radical al problema de la pobreza, nos queda por preguntar hasta dónde puede una economía inspirada en una ética de la sociedad civil aportar a que los principios de la justicia como equidad vayan siendo realidad en la sociedad contemporánea. ¿Qué orientación debería tener una ética empresarial que busque ser coherente con la función social de la propiedad en el sentido de ir propiciando formas de participación en consonancia con los derechos socio-económicos de los menos favorecidos, cuya realización es condición para una sociedad bien ordenada? El tema es conocido en la tradición liberal como el de los derechos humanos de segunda generación: "derechos fun-da-men-tales al acceso a condicio-nes de vida, que estén garantizadas social, técnica y ecológica-mente en una medida que corres-ponda a las necesidades, según las circun-tancias del caso, para poder ejercer en igual-dad de oportu-nidades los derechos ciudada-nos" (Habermas 1992, pp.155-157). Se trata entonces de explici-tar coherentemente qué normati-vidad se da a partir de una concepción de la sociedad, basada en los derechos humanos funda-mentales, con respecto al ordenamiento socio-económico de la misma. Si se acepta que "la utopía que tiene más probabilidad de romper con la lógica de la guerra es la utopía de los derechos humanos" (Nino en Motta 1995, 3), habría que partir del reconocimiento de que la causa fundamental de la violencia en sociedades, en las cuales la pobreza absoluta es obstáculo primordial para el "contrato social", no es tanto "ideológica", cuanto socio-económica. Se trata de algo que determina en última instan-cia la violencia institucionalizada, la delincuencia, la corrup-ción y venalidad públi-cas, la impunidad. Todavía en su Liberalismo político J. Rawls (1993) reconoce la importancia de los derechos socio-económicos, inclu-sive como posibilidad de que lexicográficamente fueran previos a los derechos civiles y a las liber-tades políticas (p.7). Además tiene en cuenta el reclamo de los demócratas radicales y los socialis-tas de que los derechos humanos y las libertades básicas serían conciencia falsa, si no se diera un mínimo de equidad ecónomica: "si bien puede parecer que los ciudadanos son efecti-va-mente iguales, son dema-siado amplias las desigualdades sociales y económicas que pueden surgir", lo cual puede llegar a signifi-car que "los que tienen mayor responsabilidad y riqueza pueden contro-lar el curso de la legis-lación en su propio provecho" (p. 325). Pero Rawls considera que una solución que priorice los aspectos de equidad económica es "o irracional, o superflua, o socialmente divisoria" (p. 329). Prefiere por tanto apostar a procedimientos políticos correctos, es decir, a una concepción procedimental de la justicia, de modo que si se cumplen las reglas del juego, la justicia como equidad, (subordinado naturalmente el segundo principio al primero), según el principio de la diferen-cia, produzca los efectos redistributivos esperados: "El papel del segundo principio de justicia consis-te en asegurar una equitativa igual-dad de oportu-nidades y regular el sistema social y económico para un uso adecuado de los recur-sos sociales y una producción efi-ciente y reparto equitativo de los medios para los fines de los ciudada-nos" (p. 368). Es aquí donde amenaza la falacia del liberalismo político. Esta no consiste ni siquiera en ser "ciego a las diferencias", puesto que éstas bien pueden ser reconocidas desde un "pluralismo razonable" y ser concertadas para lograr un "consenso entrecruzado" en torno a los derechos humanos con base en experiencias que nos obligan a rechazar la barbarie. La "crux" siguen siendo los derechos socio-económicos, origen de la barba-rie, como lo demuestra la persistencia de los conflic-tos internos y externos, generados en última instancia en la pobreza absoluta y en las abismales diferencias económicas, así haya finalizado la guerra fría. El economista Amartya Sen se viene ocupando de este asunto fundamental para las naciones pobres (Sen 1995a, 203-214): el de los derechos civiles y políticos en relación con el crecimiento ecónomico de un país. No tienen razón los desarrollistas que piensan que las libertades políticas básicas y los derechos civiles en los países pobres impiden el progreso económi-co, como si para lograr mayor progreso un gobierno eficiente tuviera que acallar toda oposición. Los derechos políticos de los más pobres no son incompati-bles con el creci-miento económico; por el contrario, existe una estrecha cone-xión entre derechos humanos y políti-cos y la preven-ción de mayores desastres socia-les, dado que dichos dere-chos dan a la gente la oportunidad no sólo de hacer cosas por su propio bien sino que la llevan a fijarse cada vez con mayor compromiso en los intereses generales de la sociedad civil, cuya defensa requiere de la acción pública de todos. Además hay que tener en cuenta la función constructiva que cumplen los derechos civiles y políticos para conformar una sociedad civil fuerte, capaz de denunciar los abusos y la corrupción, de reconocer sus necesida-des económicas y de organi-zarse para buscar vías de solución a los problemas de la comuni-dad. En palabras de Sen: "los derechos políticos, incluyen-do la libertad de expresión y de discusión no sólo son fundamen-tales para inducir la respuesta política a las necesidades económicas, sino que son definitivos para la concep-tualización de las mismas necesidades económicas. Y esta función constructiva puede ser vista como un aspecto central de la importancia de los derechos elementales que hacen posible que los ciudadanos inte-ractúen y conformen los valores y las prioridades" (Sen 1995a, 209). Esto permite a Sen concretar el sentido de la justicia como equidad, planteando (Sen 1995, p. 168) el problema de la pobreza en términos de una falta de capacidad. El principio de la justicia como equidad tiene que ver con la garantía de un mínimo de bienestar y un mínimo de libertades individuales; esto puede ponerse en relación con demandas más básicas de una organización social buena o justa. En este contexto "la reorientación de un enfoque centrado en los ingresos a un enfoque centrado en las capacidades, nos suministra una mejor comprensión del desafío de la pobreza. Suministra una guía más clara para sopesar las prioridades de la política de lucha contra la pobreza y también nos permite comprender mejor la génesis de la probreza en circunstancias en las que no cabía esperar su persistencia...". Al concebir la economía en función de la justicia como equidad de capacidades, es decir como capaz de responder a los derechos socio-económicos de los menos favorecidos, se están asumiendo la política y el derecho desde una perspectiva de participación democrática como fuente de legititimidad también para los movimientos sociales y otras formas no convencionales de política. Si se pregunta por qué las costumbres pedagógicas, comunicativas y contrac-tuales legiti-man ciertos valores y formas de ejercicio del poder, no hay que responder desde visiones morales omnicomprensivas, dado que hay principios éticos, el de la solidaridad y el de la reciprocidad, no entendidos moralmente, sino social y políticamente. Habermas habla de la "fuerza inte-gradora social de la solidaridad", de la cual dice que no se toma moralmente, sino como "concepto de una teoría social" (1992, p. 163), la cual a la vez se funda en la reciprocidad propia de la inte-racción comunicati-va. Se trata de la misma recipro-cidad, que para Rawls (1993, p. 16) en el medio entre el altruis-mo moralista y el puro interés egoísta, funda la coopera-ción social, que no sólo evita la guerra, sino que favore-ce el bien de los asociados. Una fundamentación y articulación comunicativa de los derechos humanos tiene la ventaja de salirle al paso al peligro de asimi-lar "derechos" a bienes (Habermas 1992, p. 505 ss.). Los bienes se distribuyen, pero los derechos sólo se disfrutan en la medida en que se ejercen. La autodeter-minación indivi-dual se constituye sóla-mente en el ejercicio de los derechos, que se siguen o son el presupuesto de normas legítima-men-te establecidas. Por ello no se puede desvincu-lar el reclamo de derechos subjeti-vos de aquella autonomía públi-ca, que ejercen los ciudadanos al parti-cipar en los procesos políticos en general y en la legis-lación misma. La ventaja de un planteamiento en términos de "poder participati-vo", más que de distribución de bienes, es el sentido emanci-pa-torio de tal concepción: la autonomía de las personas y de los grupos, la legitimidad de las luchas sociales y el sentido normativo del derecho a partir de un uso ético de la razón. Se logra así un planteamiento complejo en términos de sociedad civil, en la cual lo público, lo privado, lo comuni-tario, el mercado, las empresas, el Estado, los movimientos sociales se interrelacionan para animar el sentido de la políti-ca deliberati-va y de la democracia participa-ti-va. CONCLUSION Creo haber mostrado cómo una empresa orientada por principios eticos es apta "para" un desarrollo social con equidad, es decir para hacer viables los principios de la justicia. La orientación ética comienza por la sensibilidad social de la empresa frente a las necesidades básicas y a las desigualdades imperantes. La respuesta de la economía es la creación de trabajo digno, el desarrollo económico y la disposición de aceptar políticas redistributivas; la respuesta de la empresa, de acuerdo con los tres usos de la razón práctica, es su eficiencia (uso pragmático), el compromiso solidario con la comunidad (uso ético) y la búsqueda de acuerdos en el horizonte de lo justo (uso moral); todo ello en un ambiente de comunicación que respete las diferencias, reconozca a colaboradores y clientes como interlocutores válidos y haga de la comunicación el camino para solucionar los conflicos y acordar sus programas. Una comprensión de la justicia como equidad, más que en el sentido de bienes primarios, en términos de oportunidades y desarrollo de capacidades, obliga a un replanteamiento de la tradición de la economía política: efectivamente la economía desempeña un papel primordial en la conformación de una sociedad bien ordenada, es decir basada en principios de justicia como equidad. Esto ya es una concepción ética de la economía, cuyas virtualidades no se agotan en la pura gestión productiva exitosa y eficiente, sino que la abren a una nueva perspectiva en la que se puede asumir intencionalmente su función social. Para ello es necesario desarrollar modelos específicos de gestión económica para una nación, los cuales pudieran ser incorporados, como lo hemos sugerido antes, en el sentido radical de la democracia participativa. Esta eticidad motivacional en relación con lo económico lleva a Mary Douglas en su obra "¿Cómo piensan las instituciones?" a criticar al liberalismo político: "Si la llamada comunidad de la teoría de la justicia es de tal clase que nunca logra penetrar en la mente de sus miembros, si las experiencias que se hacen en común en dicha comunidad no tienen ningún influjo en los deseos y no aportan nada a su autoimagen y autocompren-sión, ni siquiera a su concep-ción de méritos, entonces quiere decir que hay algo que no funciona en dicha teoría". Es lo mismo que lleva a R. Dworkin a reivindicar que una concepción política de la justicia compromete convicciones éticas: "la política liberal surge no cuando se dejan de lado algunas de ellas, sino, al contrario, cuando se activan plenamente aquellas convicciones éticas que son más globales y filosóficas. Desde este punto de vista, la ética y la política están interre-lacionadas de tal forma que algunas de las cuestio-nes de mayor alcance acerca del carácter de la buena vida son también cuestiones políticas" (Dworkin 1993, 65). "Vivir bien tiene una dimensión social, y no vivo tan bien si vivo en una comunidad en la que otros consideran que mis esfuerzos por llevar una buena vida son empeños que carecen de impor-tancia. En realidad, resulta insultante para todo el mundo un sistema político y económico consagrado a la desigualdad, incluso para aquellos cuyos recursos se benefician de la injusti-cia, porque una estructura comunitaria que presupone que el reto de vivir es hipotético y superficial niega la autodefinición, que es parte de la dignidad" (Dworkin 1993, 179). Ante esto la pragmática vergonzante del neoliberalis-mo ciertamente tendría por lo menos que ser menos triunfalista, para reconocer que modernización a toda costa, olvidando lo más sustantivo de la modernidad, no puede ser fin último del liberalismo. BIBLIOGRAFÍA Cortina, Adela (1993). Etica aplicada y democracia radical. Madrid, Tecnos. Cortina, Adela (1994). Etica de la empresa. Madrid, Trotta. Cortina, Adela (1994). La ética de la sociedad civil. Madrid, Anaya. Documento Axiológico (1995). Fundación social y sus empresas. Una trayectoria y una voluntad al servicio de los pobres. Bogotá, Fundación Social. Douglas, Mary (1991). 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