1 Título: EDUCACIÓN Y VIRTUD Resumen: Si la educación es plenitud dinámica del hombre, y como tal un instrumento para que el hombre “viva bien”, esto es que obre bien en relación a su fin, no puede estar dirigida sólo a la inteligencia sino que debe orientarse también a la voluntad, para que ésta no se resista a la dirección de la razón. Ambas potencias espirituales y específicas del hombre deben ser perfeccionadas por las virtudes cardinales. La inteligencia por la prudencia, para que la incline habitualmente al juicio verdadero. La voluntad por la justicia, la fortaleza y la templanza, virtudes morales que inclinan al hombre a obrar habitualmente conforme al bien de la sociedad, buscando con constancia el bien honesto, dominando las pasiones y obteniendo la moderación en todos sus actos. Datos del autor: María L. Lukac de Stier, doctora en Filosofía, Universidad Católica Argentina, Facultad de Filosofía, Sociedad Tomista Argentina. Avda. Alicia Moreau de Justo 1500, Capital Federal. Fax: 4349-0444. E-mail: STA@maggi.cyt.edu.ar Este breve trabajo intenta presentar una propuesta educativa que abarca no sólo al educando sino también al educador, sea éste docente de cualquier ámbito o simplemente padre de familia y por tanto responsable primario de la educación, así como también incluye a las máximas autoridades educativas, sean civiles o eclesiásticas. Si bien ya se ha hablado mucho de educación, conviene tomar en cuenta una definición para establecer un lenguaje común. Entre todas las conocidas prefiero la del pedagogo y amigo mendocino Ruíz Sánchez: "Es la capacidad o aptitud adquirida y estable para ordenar libre y rectamente el falible dinamismo de la interioridad del hombre y de su conducta hacia los bienes individuales y comunes, naturales y sobrenaturales que perfeccionan su naturaleza"1. De acuerdo a esta definición la educación es plenitud dinámica del hombre, y como tal un medio o instrumento para que el hombre viva bien, esto significa que obre bien en relación a su fin. El obrar bien no surge, necesariamente, del conocimiento puramente teórico sino que requiere una buena disposición acerca de los fines. No basta el proceso lógico de la inteligencia a partir de los primeros principios morales captados por la sindéresis, sino que se necesita de una voluntad inclinada habitualmente al bien por las virtudes morales. Ya San Pablo nos recordaba "No hago el bien que quiero sino el mal que no quiero". Por lo antedicho la educación no puede apuntar sólo a la inteligencia, causal entre otras de la falla de nuestro sistema educativo enciclopedista, sino debe orientarse también a la voluntad, para que ésta no se resista a la dirección de la razón. Concretamente, ambas potencias espirituales y específicas del hombre deben ser perfeccionadas. La inteligencia debe serlo por la PRUDENCIA para que incline, habitualmente, la inteligencia práctica al juicio verdadero. La voluntad debe ser perfeccionada por las virtudes morales, a saber: la justicia, la fortaleza y la templanza. Por la JUSTICIA, para que la voluntad no sólo busque su propio bien individual, sino que obre conforme al bien de la sociedad, y el hombre pueda habitualmente renunciar a sus propios intereses frente al Bien Común. Por la FORTALEZA, para que la voluntad se robustezca y busque habitualmente, con 1 Cfr. Ruíz Sánchez, Fundamentos y fines de la Educación, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1976. 2 constancia y sin decaimiento, el Bien Honesto. Por la TEMPLANZA, para que la voluntad regule el apetito sensitivo y domine la concupiscencia. Pero antes de entrar en el análisis de cada una de estas virtudes conviene recordar la noción de virtud, como hábito operativo2 que perfecciona las potencias espirituales para que siempre obren bien. Este hábito se adquiere por la repetición de actos3 que da como resultado la facilidad y permanencia con respecto a la VERDAD y al BIEN. Pasemos ahora a la consideración de la primera de las virtudes cardinales: la prudencia. Esta se define como la recta ratio agibilium, es decir, la recta razón en el obrar4. La prudencia es virtud intelectual porque sus actos perfeccionan el entendimiento5, pero no tiene por finalidad el puro conocer, sino el conocer para obrar bien. El prudente debe conocer tanto los primeros principios universales, que obtiene por la sindéresis, combatiendo así la ignorancia, como las realidades concretas, el aquí y el ahora en el que debe aplicar esos principios, venciendo así la necedad. Aquí propongo una primera reflexión: ¿Apunta nuestra educación a obtener del educando un ser prudente? La respuesta más realista sería decir: "Por sus obras lo veréis". Lamentablemente lo que hoy vemos es o bien ignorancia o bien necedad. Al contestar de este modo queda implícito que desechamos la falsa prudencia entendida como habilidad para eludir al adversario, o saber cuidarse del peligro en orden a la propia conservación. La verdadera prudencia es el arte de gobernarse a sí mismo, obrando bien conforme a una elección recta y no sólo por impulsos o pasiones 6. La virtud de la prudencia perfecciona al hombre en orden a deliberar y elegir los medios que conducen rectamente a su fin último7. Afortunadamente la encíclica de Juan Pablo II, VERITATIS SPLENDOR, insiste muy especialmente en esta temática. Finalmente debemos recordar que la prudencia es la virtud principal de un gobernante, y como educadores debemos preparar a los educandos sea para el gobierno de sí, sea para el gobierno de otros, cualquiera sea el ámbito en el que en un futuro vayan a desempeñarse, sea el más alto en el ámbito civil o eclesiástico, o sea simplemente en el ámbito doméstico. Creo que no es necesario insistir en las dificultades que presenta la sociedad contemporánea en el gobierno de la familia. 2 Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q. 55, a 2, c: "Unde virtus humana non importat ordinem ad esse, sed magis, ad agere. Et ideo de ratione virtutis humanae est quod sit habitus operativus." 3 Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q. 51 a 2, c: "Nam omne quod patitur et movetur ab alio disponitur per actum agentis: unde ex multiplicatis actibus generatur quaedam qualitas in potentia passiva et mota, quae nominatur habitus"; Summa Theologiae, I-II, q. 51, a. 3, c: "Habitus virtutis non potest causari per unum actum, sed per multos". 4 Cfr. Tomás de Aquino, S. Th., I-II, q. 57, a 4, c: "Et ideo ad prudentiam quae est recta ratio agibilium, requiritur quod homo sit bene dispositus circa fines: quod quidem est per appetitum rectum". 5 Cfr. Idem, q. 58, a. 3, ad 1: "prudentia, secundum essentiam suam, est intellectualis virtus. Sed secundum materiam, convenit cum virtutibus moralibus; est enim recta ratio agibilium". 6 Cfr. Idem, I-II, q. 57, a. 5, c: "Bene vivere consistit in bene operari. Ad hoc autem quod aliquis bene operetur, non solum requiritur quid faciat, sed etiam quommodo faciat: ut scilicet, secundum electionem rectum operetur, non solum ex impetu aut passione". 7 Idem: "Ad id autem quod convenienter in finem debitum ordinatur, oportet quod homo directe disponatur per habitum rationis; quia consiliari et eligere, quae sunt eorum quae sunt ad finem, sunt actus rationis. Et ideo necesse est in ratione esse aliquam virtutem intellectualem, per quam perficiatur ratio ad hoc quod convenienter se habeat ad ea quae sunt ad finem. Et haec virtus est prudentia". 3 En cuanto a la relación de la prudencia con las otras virtudes cardinales, debemos recordar que la prudencia es causa, medida y forma de las virtudes morales. Todas ellas dependen de la prudencia. Es "causa" porque participa intrínsecamente, por la deliberación, en todo acto virtuoso. No le señala a la virtud los fines pero sí los medios. Es "medida" porque el "justo medio” en que consiste la virtud es determinado por la razón recta (recta ratio). Y es "forma”, o informa, porque imprime en cada virtud el medio de la razón. Pasemos, ahora, a la primera de las virtudes morales: la justicia. Es el hábito según el cual cada persona, con constante y perpetua voluntad da a cada uno lo suyo, lo debido8. Esto supone que algo es propio de alguien, por lo tanto la justicia presupone y reconoce derechos9, y reconoce al otro como "otro", merecedor de mi respeto. El sujeto de la justicia es la voluntad porque perfecciona a ésta. A diferencia de las otras virtudes morales, rectifica las operaciones exteriores, es decir, contempla los deberes para con el prójimo, que a su vez tiene ciertos derechos. Es, por tanto, la virtud del buen ciudadano, pues mientras otras virtudes morales persiguen el bien de cada individuo particular, la justicia se orienta al bien de los demás. En este punto propongo una nueva reflexión: ¿Educamos en la justicia para que el educando sea justo? ¿En la era de la democracia, contemplan los planes de estudio la virtud del buen ciudadano? ¿Nosotros como educadores reconocemos al otro en su alteridad, o pretendemos que todos sean una proyección de nosotros mismos? Mientras meditamos las respuestas, deseo acotar que el tema de la justicia está, sin embargo, presente entre nosotros aún antes de ejercitarla como virtud, pues parece existir en el hombre, como innata, una aspiración a la justicia, un sentimiento que nos domina aún antes de poder racionalizarlo, pues el hambre y la sed de justicia parecen ser constitutivos de la naturaleza humana, y, fundamentalmente, tenemos conciencia de ellos cuando se lesiona alguno de nuestros derechos. Hay tres formas principales de relación entre los hombres y las tres están ordenadas por la justicia, y de no ser así estaríamos en el reino de la malicia. 1 era. Relación de los individuos entre sí: aquí se da la justicia conmutativa que regula la relación recta de un individuos con otro individuo10. 2da. Relación del Todo Social con los individuos: aquí se da la justicia distributiva que regula la relación de la comunidad, en cuanto tal, para con sus miembros11. 8 Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 58, a. 11, c: "Proprius actus iustitiae nihil est aliud quam reddere unicuique quod suum est". 9 Id. II-II q. 58, a. 1, c: "iustitiae est habitus secundum quem aliquis constanti et perpetua voluntate ius suum unicuique tribuit". 10 Idem, II-II, q.61, a.1, c: "Potest autem ad aliquam partem duplex ordo attendi. Unus quidem partis ad partem: cui similis est ordo unius privatae personae ad aliam. Et nunc ordinem dirigit commutativa iustitia, quae consistit in his quae mutuo fiunt inter duas personas ad invicem". 11 Idem: "Alius ordo attenditur totius ad partes: et huic ordini assimilatur ordo eius quod est commune ad singulas personas. Quem quidem ordinem dirigit iustitia distributiva, quae est distributiva communium secundum proportionalitatem". 4 3ra. Relación de los individuos para con el Todo Social: aquí se da la justicia legal o general que regula la relación de los miembros para con el todo social12. No es ocioso recordar que la virtud implica los tres tipos de justicia, y que no puede ser virtuoso quien ignore o infrinja alguno de ellos. Es conveniente, antes de pasar a la consideración de otra de las virtudes morales, reconocer la superioridad y los límites de la justicia. Entre las virtudes que reciben la denominación de morales, es la justicia la que tiene primacía, pues el hombre que más estrictamente merece ser llamado bueno es el hombre justo. Esta denominación aparece ya usada en el Antiguo Testamento como equivalente de hombre santo. La superioridad de la justicia se explica también por ser difusora del Bien, y por residir como en su sujeto en la parte más noble del alma: el apetito espiritual o voluntad. En cuanto a los límites de la justicia, si bien es presupuesta como virtud, es superada por otras como la virtud de religión y la virtud de pietas. En el primero de los casos de superación el hombre le debe todo a Dios, pero jamás llegará a restituir lo debido, pagar su deuda. No obstante, todo acto religioso, sea la oración, el sacrificio o la entrega, muestra la intención del hombre de responder lo mejor posible al "débito", consciente de no poder cumplir jamás con la "restitutio”13. El segundo caso, la "pietas", también implica una deuda imposible de pagar totalmente. Se da en la relación con los padres y con la patria, a quienes, después de Dios, debemos todo lo que somos14. El otro sentido del límite de la justicia lo determina el estar dispuesto a dar lo que no se está obligado. Ejemplos de esto son: la afabilidad, la alegría para con los otros y, fundamentalmente, la misericordia. Tomás de Aquino sostiene que "la justicia sin misericordia es crueldad" (In Matth. 5, 2). Para que esto nos quede claro basta comparar la Ley del Talión con la Ley de Cristo. Hoy más que nunca, a la luz de los signos de los tiempos, nuestra propuesta educativa debe considerar que para aliviar las injusticias sufridas por nuestros hermanos necesitamos más misericordia que justicia. Consideremos ahora la fortaleza como la virtud del bien arduo. Esta virtud supone la debilidad y vulnerabilidad de la naturaleza humana. Tiene como sujeto al "irascible" que le da al hombre la fuerza para luchar contra cualquier pasión adversa al fin último, y le da firmeza frente a los peligros de muerte. Dispone a la voluntad frente a lo que es conforme a la razón contra los asaltos de las pasiones y fatigas de los trabajos15. Siendo una virtud, le es propio tender siempre al bien, luego el hombre debe enfrentar aun los peligros de muerte por conseguir un bien. El ejemplo supremo de esto es el martirio16. Para no ser malentendido como un gesto de bravuconería, diremos que la fortaleza no es virtud sin la prudencia y sin ponerse al 12 S. Th., II-II, q. 58, a. 5, c: "Et quia ad legem pertinet ordinare in bonum commune... inde est quod talis iustitia, praedicto modo generalis, dicitur iustitia legalis; quia scilicet per eam homo concordat legi ordinanti actus omnium virtutum in bonum commune". 13 S. Th., II-II, q. 80, a 1, c: "quidquid ab homine Deo redditur, debitum est; non tamen potest esse aequale, ut scilicet tantum ei homo reddat quantum debet". 14 S. Th. II-II, q. 80, a.1, c: "parentibus non potest secundum aequalitatem recompensari quod eis debetur". Cfr. S. Th. II-II, q. 122, a.5, ad 1. 15 S. Th. II-II, q. 123, a. 3, c: "Et ideo fortitudo principaliter est circa timores rerum difficilium, quae retrahere possunt voluntatem a sequela rationis". 16 S. Th. II-II, q. 123, a.5, c y ad 1. 5 servicio de la justicia. Santo Tomás nos dice, con gran sabiduría: "El hombre no pone su vida en peligro de muerte más que cuando se trata de conservar la justicia. De ahí que la dignidad de la fortaleza sea una dignidad que depende de la virtud anterior"17. Nuevamente se impone una reflexión: ¿Prepara nuestra educación al hombre para desarrollar esta virtud?, o bien, ¿tiende a evitar todo sacrificio, explicando psicológicamente el mínimo renunciamiento como una patología psicológica, como un masoquismo? Los resultados de la educación actual del “facilismo” están a la vista: miles de ejemplos de cobardía, sea vital (ejemplo: depresiones), moral (ejemplo: desesperanza como pecado contra la Divina Providencia), o mística (ejemplo: falta de heroísmo e ideales que nos lleven al martirio, de ser necesario). Lamentablemente, el cristiano hoy teme siquiera decir que es cristiano. El falso "respeto humano" enseñado por un falso pluralismo y una falsa tolerancia (que tolera al pecado y no al pecador), así como un pacifismo culposo que busca la paz de los cementerios y no la verdad y la justicia de los vivientes, es la más elocuente muestra de pusilanimidad y pérdida del sentido mismo de la fortaleza. Llegamos así a la cuarta de las virtudes cardinales, la templanza, que es la moderación y la medida en el apetito sensible18. Es la virtud que domina y ordena las pasiones, permitiendo a la voluntad abstenerse fácilmente de lo deleitable opuesto al bien moral. Tiene como sujeto al apetito concupiscible. En cuanto a la jerarquía que ocupa dentro de las virtudes cardinales, es la última, sigue a la fortaleza, pues no es en sí la realización del bien. Per se, sólo la prudencia y la justicia producen el bien en el hombre (además de las virtudes teologales) (S. Th. II-II, 157, 4). La moderación, la medida y la castidad no son la perfección del hombre sino que crean los presupuestos necesarios para la realización en el hombre del bien y para su orientación al fin específico, porque mantienen y defienden el orden natural dentro del sujeto humano19. La templanza es la disposición del alma que modera cualquier pasión u operación de modo que no exceda el debido límite, luego no sólo es freno de la concupiscencia y de la lujuria, sino también señorío sobre el dolor, humildad frente a los honores y gloria de este mundo, aceptación de la creatureidad frente a la "omnipotencia" de la ciencia contemporánea, continencia del espíritu frente a la "curiositas”20, etc. La educación hoy, inmersa tan sólo como un apéndice de los medios masivos de comunicación, que permanentemente apuntan al deleite ilimitado de los sentidos hasta llegar al mismo aturdimiento, o adormecimiento, ¿acaso se ha planteado siquiera la propuesta de un cultivo de la templanza para dominar las pasiones que, por la edad, con mayor desorden pujan por adueñarse del adolescente? ¿O bien se estimula la concupiscencia con el pretexto de no reprimir, ni formar "reprimidos", considerando que toda exigencia o límite de nuestra parte responde a un larvado masoquismo? 17 S. Th. II-II, q. 123, a. 12, ad 3. S. Th. II-II, q. 141, a. 2, c: "temperantia retrahit ab his quae contra rationem appetitum alliciunt". Cfr. Idem, a.3. 19 Cfr. S. Th., II-II, q. 141, a.6, c. 20 Cfr. S. Th., II-II, q. 167, a. 1, c. Sto. Tomás presente a la "curiositas” como el vicio al que se opone la "studiositas”. Ver II-II, q. 166, a.1, c. 18 6 Sólo una reformulación de la educación en términos de propuestas de vida que giren en torno a estas cuatro virtudes cardinales, así llamadas porque sobre ellas se apoyan firmemente otras, y en torno a ellas puede construirse al Hombre Nuevo del Evangelio, podrá salvar a nuestra juventud de la ignorancia, la necedad, la malicia, la concupiscencia, la cobardía y la pusilanimidad, a la vez que podrá asegurar una ordenación habitual y connatural de la persona humana a su fin último específico. Prof. Dra. María L. Lukac de Stier Universidad Católica Argentina CONICET