Badiou Por Jorge Alemán Cuando la filosofía ya había postulado su fin inexorable, cuando ensayaba una y otra vez su propia terapéutica con respecto a ese fin, cuando conjugaba los distintos modos en que la experiencia del fin puede ser atravesada, cuando dormía el sueño de su historia consumada y extenuada por el trabajo de examen filológico de su tradición, cuando lidiaba con su espectro culpable, cuando ya solo habitaba en la academia y el saber enciclopédico, ese saber que como una profesión más, no interpela a la vida en sus apuestas decisivas. Fue entonces que un acontecimiento, como una excepción en el estado de situación de los siglos XX y XXI, emergió un deseo de filosofía. Alguien que decidió habitar su nombre en la elección por una filosofía clásica, sistemática, y a su vez, radicalmente nueva. Clásica, porque en ella se abordan sin rodeos retóricos, todas las cuestiones eternas referidas “al ser en tanto que ser”. Sistemática, porque la coherencia formal de sus articulaciones, se presenta en cualquier tema, por coyuntural que sea. Y así, la ocasión queda trabajada, pulida como un diamante, esclarecida por la verdad lógica que explicita su aparecer. Y nueva, porque nunca retrocede, nunca dimite en su anhelo de contemporaneidad, en su vocación por atrapar lo real, que aquí y ahora exige ser pensado. Esta excepción, lleva el nombre de Alain Badiou y el acto filosófico que cifra su deseo, ha surgido, como lo indica uno de los términos cruciales de su andadura, como un acontecimiento. De un modo imprevisto, incalculable, sin que pudiera ser totalmente deducido, a partir de los elementos dominantes del estado de la situación. Se podrán establecer sus referencias clásicas al origen de la filosofía, sus maestros franceses contemporáneos y los distintos vectores y secuencias teóricas que constituyen sus antecedentes. Pero Alain Badiou es un acontecimiento que corta el paño filosófico de su propio tiempo, donde su operación filosófica, su invención, encuentra un orden de composición que se presenta en el mundo desbordando a sus antecedentes. Dando curso a excepciones que caracterizan a la filosofía con nombres inéditos: Platonismo de lo Múltiple, Materialismo de la Excepción, Dialéctica Materialista de la Verdad, Comunismo de la Idea. Dilucidar el alcance de estas nominaciones, captarlas en sus tensiones dialécticas, implica un denso recorrido que separa la noción dialéctica de su versión hegeliana, en La Teoría del Sujeto (1982), en el Ser y el Acontecimiento (1988), en Lógica de los Mundos (2006) y en sus distintas apreciaciones actuales sobre la Inmanencia de las Verdades. Tratándose de un pensador nuevo y distinto, está sin embargo implícita, a lo largo de toda su obra, una definición de aquello en lo que la filosofía consiste. Es evidente que el título “El Ser y el Acontecimiento” invita a establecer una serie con lo clásicos “Ser y Tiempo” de Heidegger y “El Ser y la Nada” de Sartre, y es perfectamente posible aceptar que en Badiou existe una clara reformulación del proyecto heideggeriano de atravesar la historia del Ser como olvido, devolviéndole, en el caso de Heidegger, su potencia reveladora al Decir del poema. Así como también encontramos una respuesta a aquel Sartre que se propone la refundación del psicoanálisis a partir de la asunción de un proyecto que le permita al Sujeto afrontar aquello que está condenado a elegir. Pero más allá de estas reformulaciones de Badiou, que nunca son meras críticas a sus antecesores, sino toma de decisiones con respecto a la creación de un Universo Simbólico nuevo, donde lo inconmensurable encuentra su estatuto lógico, encontramos en el Ser y el Acontecimiento un programa donde la filosofía vuelve a ser definida en su raíz, como si fuera por primera vez. Evoquemos, solo para recordar la singularidad irreductible de esta obra, los términos que la constituyen, aún sabiendo que la tematización obligada de estos términos excede el gesto de alabanza teórica que nos proponemos dirigir a Alain Badiou. La Ontología Matemática de lo Múltiple Puro, la Teoría del Acontecimiento como suplemento excepcional y azaroso, la esencia de la verdad como procedimiento genérico, el sujeto como fragmento local de una verdad, el retorno de la verdad sobre el campo del saber a través de un forzamiento. Aún recuerdo, que hace muchos años atrás, en una de las calles de Buenos Aires, Raúl Cerdeiras, a quien le deberemos siempre la transmisión del pensamiento de Badiou en la Argentina y en lengua española, me dijo que el Ser y el Acontecimiento, una vez transcurridos Heidegger y Sartre, era la obra filosófica mayor del siglo XX y que el futuro le pertenecía. Ahora sabemos que tenía razón. De algún modo, podemos tener una medida de ello cuando comprobamos la forma en que el Ser y el Acontecimiento funciona como un laboratorio, una fábrica de conceptos, de distintos textos que desarrollan, enriquecen, recomponen distintos trayectos y secuencias del Ser y el Acontecimiento. En la “Ética” (1994) y en San Pablo (1997), estableciendo la lógica del compromiso subjetivo en un procedimiento de verdad. Evocando a Pablo, lo que sucede cuando la gracia del Señor llega como un ladrón en la mitad de la noche para luego afrontar cómo debemos hacernos cargo de esa transmisión para todos. En Le Nombre et Les Nombres (1991), los distintos procedimientos matemáticos que permiten mostrar a las matemáticas como la verdadera morada del Ser, Condiciones (1991), donde ya se despliegan distintos registros, del fecundo diálogo con la enseñanza antifilosófica de Lacan. Diálogo que establece en Badiou ese trayecto que le impone considerar al amor, una de las cuatro condiciones de la filosofía, y por ello, decididamente más relevante, en tanto experiencia del Dos, que la funciones subjetivas del goce y el deseo. El Compendio de Metapolítica (1992), donde la política es un pensamiento presentado como una actividad subjetiva, capaz de producir nuevas verdades, siempre que se distancie de las categorías internas del consenso. Esa política, que según Badiou, debe ser pensada como el conjunto de procesos que permiten al colectivo humano discernir posibilidades nuevas con respecto a su destino. Posibilidades que deben situarse, por fuera de la forma Partido, o del principio termidoriano, función de cesación de esa política que se consagra tanto a una concepción conservadora de la ley como a una disposición de seguridad en el control de la situación. En suma, hay política para Badiou, cuando la figura central de la misma es el militante. Por último, el Pequeño manual de Inestética, donde el procedimiento artístico encuentra su examen pertinente; Mallarmé y Pessoa son convocados una y otra vez, como aquel arte donde la verdad se manifiesta, separado de la inclinación post – romántica, impregnada por el miedo a la muerte y la finitud. Pero no encontramos en estos textos, referidos a los célebres cuatro acontecimientos; científicos, políticos, artísticos y amorosos, ninguna filosofía política, ninguna filosofía del arte, ninguna filosofía de las ciencias, ninguna sexología. Siempre se tratará de cortar lo que estas suturas especializadas han impuesto en el orden filosófico dominante para que entonces los acontecimientos puedan abrirse a la posibilidad de una verdad. En este aspecto, el deseo del filósofo, es un deseo de despertar al coraje que lo real de la excepción exige. Despertar, mientras el mundo duerme en su crisis, que no es otra cosa que el encubrimiento de un nuevo modo de Acumulación del Capital. A pesar de la velocidad, del carácter vertiginoso de las transformaciones tecnológicas, del reordenamiento constante de las funciones simbólicas, el mundo duerme. Duerme en la velocidad de las imágenes que arrastran a las vidas al dolor de la inconsistencia sin apuesta, duerme el mundo entre sus opiniones, en el espectáculo que reparte cuerpos y lenguajes sin verdad, en las creaciones del consenso y los sondeos, en el frenesí evaluador de las agencias que humillan a los políticos, en la sexualidad comunicada y ofrecida a todas las libertades regidas por el principio de lo útil, el mundo duerme aún decretándose a sí mismo como libre, en la circulación codificada de la mercancía. Duerme en las imágenes desconectadas de la época de la planetarización de la mirada, duerme donde la vida se ha entregado a la seguridad del cálculo y sin embargo es destrozada por el devenir que la ahoga en el cambio continuo del capital concentrado bajo la dirección del capital financiero. Se puede dormir mientras hay mucho ruido en el suceder contínuo de los escándalos, porque sólo la Idea despierta a la organización que sea capaz de hacerse cargo del acontecimiento y su procedimiento de verdad. O de otro modo, por fin, se despierta cuando la iniciativa popular logra sostenerse en la fuerza de una Idea. A partir del deseo de despertar de Badiou, el siglo XXI pone en juego la siguiente posibilidad, esta apuesta sin garantías: si existe la Filosofía es porque de un modo u otro, un proyecto colectivo – igualitario, radicalmente distinto al instaurado por el Capital, puede tener lugar. Alain Badiou denomina a esto la Hipótesis Comunista. Por todo esto, la situación filosófica dominante del siglo XX, aún determinada por las distintas encrucijadas de la hermenéutica, el positivismo lógico y la deconstrucción, o dicho de una manera más explícita, la hermenéutica y su tradición filológica – interpretativa, en relación a las metáforas dominantes en los textos clásicos, el positivismo lógico y sus diversos intentos de curar a la filosofía de los equívocos del sentido, la deconstrucción y su proyecto de desestabilización teórica de los grandes filosofemas hegemónicos, remiten, a pesar de sus diferencias evidentes en cuanto a proyectos filosóficos consumados, a una Retórica General. Así la designa Alan Badiou, esa retórica que no está en condiciones ni está preparada para lo que exige actualmente el Acto filosófico y su transmisión. Este podría ser el diagnóstico de Badiou siempre presente en sus manifiestos, ha existido un estado de la situación filosófica que sólo la revuelta lógica del deseo del filósofo puede quebrar, para establecer las condiciones de una nueva elección teórica que le otorgue al nombre de Filosofía la dignidad que le permita recuperar su fuerza original, distanciándola de la sofística del giro lingüístico propia del Materialismo Democrático que solo representa a los cuerpos y a los lenguajes a condición de rechazar la verdad. El Acontecimiento, como suplemento excepcional de la situación es, lo hemos dicho antes, uno de los términos más populares en la obra de Alain Badiou. Pero a este respecto, se deben tener en cuenta las distintas transformaciones que dicho término suscita en el discurrir del sistema Badiouiano, y que podemos resumir en el interrogante crucial que el propio Badiou realiza en el prefacio del Ser y el Acontecimiento: ¿quién nombra el acontecimiento, si el acontecimiento es lo que constituye al Sujeto y no al revés? ¿Quién puede nombrarlo desde su estructura interna si se trata de un emergente nuevo? ¿Cuál es la disposición que debe existir en el Sujeto para estar abierto a la posibilidad del Acontecimiento? Más allá de la complejidad de las distintas respuestas que Badiou ensaya con respecto a estos interrogantes, en cualquier caso, el término Acontecimiento nos revela que en el sistema de Alain Badiou, la filosofía no se engendra a partir de sí misma. El sistema de Badiou, empleando una expresión lacaniana, es no – todo, pues mantiene una relación dialéctica con un exterior excepcional que podríamos considerar “extimo” a la filosofía. En este aspecto es importante despejar, lo que se pueden considerar algunas confusiones, a veces presentes, en algunas divulgaciones de su obra. La posibilidad que genera el Acontecimiento exige siempre la tarea de la formalización de las consecuencias del mismo en el mundo. La ruptura que el Acontecimiento instituye como corte de la situación es la creación de la posibilidad de que se instaure un procedimiento de verdad, pero nunca es el creador milagroso del procedimiento en sí mismo. El Acontecimiento no es una gracia que trabaja por sí sola, exige siempre la prueba de la “composibilidad” de los procedimientos. Procedimientos acompañados por distintos afectos, entusiasmo para la política, evocando la tradición kantiana que señala al entusiasmo como el afecto no patológico surgido en los días de la revolución, alegría para el saber matemático, placer para el arte, felicidad para el amor, que experimenta, aún a sabiendas de la imposibilidad de la relación sexual postulada por Lacan, la experiencia del punto de encuentro a partir de la disyunción. Pero estos afectos deben ser captados en su fenomenología específica, despojados de toda promesa de elevación, incluso la misma experiencia de eternidad o inmortalidad invocada por Badiou, esa que nos separa de nuestra condición animal, no está suturada a ningún Dios, ya sea el de la religión, el de los filósofos o el de los poetas. No obstante, esta vez la ausencia de Dios traducida por la implacable infinitud laica que las matemáticas nos entregan, no conduce ni al escepticismo ni al nihilismo ni al relativismo. El temple de ánimo de Badiou está más allá del optimismo y el pesimismo, si se nos permite situar de este modo el lugar de un coraje sin esperanzas. Tomando la voz de nuestro poeta argentino, diremos con él y Badiou que siempre el coraje es mejor, cuando nos permite distanciar a la condición humana del orden dominante que la quiere someter a la vida del animal. Por ello, la fidelidad no es un contrato, es el acto por el cual nos comprometemos con las consecuencias diversas de un acontecimiento, nombrándolo, reconociéndolo en sus marcas singulares y, finalmente, incorporándonos. Aunque también se puede reaccionar borrando el acontecimiento u obscurecerlo, queriéndolo nombrar en su totalidad, olvidando su carácter indiscernible. Celebramos en el acaecer de esta nueva obra filosófica, este punto de coraje que intenta, a través de los distintos medios teóricos a su alcance, plantear que finalmente la máxima abstracta de la filosofía es la igualdad absoluta. La filosofía de Badiou, de un modo insólito para el panorama intelectual contemporáneo, incluye instrumentos filosóficos de una potencia inusual, a saber: una lectura detalladísima y original del momento fundacional platónico llevado violentamente al confín de lo múltiple, una lectura de las matemáticas modernas con el propósito de constituir una ontología del Ser, una construcción de la lógica a partir del modo en que los objetos aparecen en el mundo volviéndose compatibles entre sí. Una construcción de la filosofía que no retrocede frente a la antifilosofía de Lacan, que se hace cargo de la ruptura propuesta por Lacan entre la verdad y el sentido, que asume el problemático nudo entre el acto sin garantías y la transmisión integral del matema, que indaga en Lacan la lógica no regida por el principio de contradicción de su famoso axioma “no hay relación sexual”, y que sin embargo se atreve a afrontar la verdad de la experiencia amorosa como algo distinto de un mero velo con respecto a dicha imposibilidad. Una construcción filosófica que reconoce en Heidegger al último filósofo de la serie que se constituye en el universal de la filosofía, y a quien le discute, de un modo riguroso e inédito, el verdadero alcance que tienen los postulados del atravesamiento de la Metafísica por el decir del poema. Para Badiou, es la multiplicidad sin Uno, o lo que él llama el Múltiple Puro captado por las matemáticas, aquello que verdaderamente puede romper con la subordinación metafísica del Ser a lo Uno. El decir aún sacralizado del poema, sutura en Heidegger de la filosofía al poema, no permite abrir en la diferencia óntica – ontológica, una vía distinta a la establecida en la identidad entre el Uno y el Ser. El olvido del Ser que atraviesa, según Heidegger, a toda la filosofía, se abre en Badiou a otra consideración que lo altera severamente. El verdadero olvido en la historia de la filosofía, es el olvido del matema que permite pensar a la multiplicidad sin estar compuesta por Unos, como multiplicidad de multiplicidades. La ontología del Ser en tanto que Ser, solo rompe con el reinado metafísico del Ser como Uno si se distancia de las definiciones filosóficas e ingresa en la axiomatización de lo múltiple sin Uno y su infinitud. Como hemos dicho, son muchos los instrumentos filosóficos que funcionan en Badiou como un tratamiento preliminar a su elaboración filosófica. Sin duda, uno de los modos de captar la potencia de su obra es cuando la misma se realiza discutiendo paso por paso el atravesamiento del fin de la metafísica propuesto por Heidegger y la antifilosofía sugerida por Lacan. Pero a su vez, no podemos olvidar su relación con quien él considera su maestro, Louis Althusser. En este caso, sólo nos referiremos a esos últimos textos donde Althusser habla de una corriente subterránea del materialismo, que ha sido relegada y olvidada por la historia. Se trata de la lluvia de átomos que se efectúa antes del surgimiento del mundo, se trata de los primeros materialistas como Epicuro y Lucrecio, se trata del “clinamen” que con su repentino desvío contingente provoca en la lluvia de átomos un choque en el vacío, y a partir de allí, la configuración de un mundo. Este materialismo aleatorio y contingente, apartado de la teleología hegeliana que impregna, según Althusser, al materialismo dialéctico, es una nueva llave, una nueva palanca que nos permite cambiar la gravitación del materialismo filosófico en la historia. Cómo no ver en el desarrollo de Alain Badiou una respuesta construida reglón por reglón, en su dialéctica materialista de la excepción, una respuesta donde esta vez el materialismo abandona su soporte físico y se abre a la dimensión ontológica propia del matema. En definitiva, la aventura filosófica de ese vigilante nocturno que es Badiou, despierta, por fin, en la filosofía transformándola hasta las últimas consecuencias con su noción de verdad. Para que la verdad obedezca al mandato radical de la máxima igualitaria que postula que todo ser hablante es igual a otro ser hablante. De este modo, tal vez podamos apreciar el trayecto que va de la excepción aleatoria del acontecimiento al “para todos – igualitario”, donde Badiou ensaya una y otra vez sobre el fondo de nuestra contemporaneidad la formulación de una hipótesis comunista apropiada al deseo de despertar en la historia. Para compatibilizar la verdad con la máxima igualitaria es necesario que la verdad se disponga y se sostenga en tres atributos que hasta ahora hemos intentado ir presentando por distintos ángulos y travesías teóricas de la obra de Badiou. Primero: la verdad depende de su surgimiento y no de una estructura. Esto implica reordenar la oposición verdad – saber, presente como hemos dicho antes, tanto en Heidegger como en Lacan, en una nueva composición conceptual. Segundo: toda verdad es universal, en un sentido radical, a saber, la misma prescribe un para todos – igualitario, puro, sin determinaciones particulares. Esto será lo que constituye su carácter genérico. Pero esta universalidad será diferenciada a lo largo de toda la obra de Badiou de la dialéctica perteneciente al Absoluto hegeliano. Tercero: la verdad constituye a su sujeto y no a la inversa. Y esto será sin duda, lo que se puede denominar la dimensión militante de la verdad, de tal manera que el nudo verdad, sujeto, militancia, exigirá interrogarse por el tipo de organización política que se pueda hacer cargo de dicho anudamiento, especialmente cuando se prescribe que la forma Partido, sometida según Badiou a la forma Estado, es incapaz de mantenerse a la altura de la relación entre la verdad y su subjetivación. Finalmente, para Alain Badiou, la filosofía es esa disciplina del pensamiento que parte de la convicción singular de que si hay verdad universal hay posibilidad de alcanzar una vida verdadera, una vida más feliz que la del tirano o la del bandido financiero. Una vida verdadera que pueda circular entre las verdades matemáticas, amorosas, artísticas y políticas, intentando darles su composición para que ellas mismas establezcan un orden en el confín de la experiencia. En suma, aquello que pueda tener el valor de una elección sin atenuantes. Somos testigos privilegiados del comienzo de una filosofía de la igualdad en el siglo XXI donde el rigor de su procedimiento sistemático no es mortificante, porque el sistema debe siempre tratar dialécticamente a lo excepcional. Esto puede constituir la señal de que no todo está dicho en los tiempos que vienen. Su propia filosofía puede ser el síntoma de una resurrección donde la verdad juegue otra vez su partida igualitaria. Por esto lo saludamos, con gratitud y orgullo de haber conocido su obra, Alain Badiou, porque la filosofía se apropia de su nombre para encontrar su lugar en el tiempo de su resurgimiento. Alain Badiou, frío como el matema, como el artista entregado a un legado que no se termina de descifrar del todo, como el amante atravesado por el encuentro que hace del amor una experiencia que permite captar al mundo desde el Dos irreductible. Fiel y decidido como un militante.