Historia de la Comunicación Por Esteban Magnani y Bárbara Panico 2007Introducción “Es imposible no comunicar” dice el primer axioma del “comunicólogo” Paul Watzlawick. Según este principio no existe comportamiento que no comunique, incluso la pasividad dice algo acerca de quien la practica. Toda conducta conlleva una carga de sentido que, según el contexto, puede significar atención, prescindencia, mudez. En definitiva, el mero hecho de estar y ser percibido por otro implica que uno es pensado de alguna forma en particular. Una sentencia ZEN sintetiza esto: “Cuando pienso que ya no pienso en ti sigo pensando en ti. Quiero intentar ahora no pensar que ya no pienso en ti.” Una roca en su inmutabilidad también comunica su existencia aún si esta es inerte; una estrella lejana comunica su luz que trae información, en principio, sobre su existencia y si se la analizara desde un paradigma científico, también hablaría de su distancia, tamaño edad, etc. Queda para los filósofos preguntarse si comunican o no las estrellas que aún no han sido detectadas por ningún telescopio y cuya existencia desconocemos pero ocupa nuestros pensamientos. Sin embargo esa es casi una cuestión semántica, similar a la pregunta acerca de, si en un bosque sin ningún ser vivo, un árbol realmente produce ruido al caer. Todo lo que llega a nosotros está mediado por algún dispositivo más o menos complejo, natural o producto de la tecnología. El color del mundo nos llega por medio de los ojos que perciben la luz que los objetos reflejan, las palabras de nuestro amigo por medio de ondas sonoras que a su vez son decodificadas (o no) por nuestro cerebro, y la comida empieza a tener sabor en cuanto la olfateamos. No existe algo así como el acceso directo al mundo, sin mediaciones; de ahí que el soporte material (las ondas sonoras, los rayos de luz, las moléculas que impactan sobre nuestro olfato, las texturas que afectan las terminales nerviosas de la piel) sea determinante en la forma en que percibimos todo aquello que nos rodea. No puede ser lo mismo el mundo para un sordo que no conoce el sonido de las palabras, un ciego que no conoce los colores, o, incluso alguien que está de mal humor y ve todo a través del tamiz de su enojo. Ojo con esto, no se cómo decirlo para que no suene ofensivo o discriminatorio. Pero no todo se agota en el soporte que atraviesa la información. Aún si diéramos con un soporte transparente, ideal en función de una comunicación plenamente exitosa, la comunicación no sería unívoca de todos modos porque tanto la emisión como la recepción de un mensaje dependen del contexto en el que son producidas, tanto como un araña sólo puede andar por donde su red le permite. Así como pasar por encima de las piernas de un pasajero sentado en el piso de un tren en Buenos Aires no tiene más implicancias que denotar la incomodidad del transporte, en Tailandia semejante comportamiento conlleva un insulto grave: los pies son la parte más baja del cuerpo espiritual y físicamente y poner a alguien por debajo de ellos es un acto degradante. Incluso dentro de una misma cultura la recepción del mismo mensaje puede variar con el tiempo; por ejemplo si alguien asciende al subterráneo porteño del 2007 vestido con chambergo y pañuelo al cuello la mayoría de los pasajeros probablemente suponga que el personaje trabaja en algún lugar de Tango para turistas, en tanto que en la década de los cuarenta esa persona hubiera sido vista como alguien con un estilo de vida aficionado al tango. Tiempo, espacio, cultura, contexto y otras variables, influyen en el camino que tomará un determinado mensaje, aunque es muy difícil saber por anticipado cuál será ese recorrido. Como dicen Lakoff y Johnson "experimentamos nuestro mundo de tal manera que nuestra cultura ya está presente en la experiencia misma". Las distintas escuelas teóricas que han acompañado con sus reflexiones la historia de la comunicación, han oscilado entre la posibilidad de crear el mensaje perfecto que impacte del mismo en todos los individuos y la imposibilidad absoluta de tal cosa en función de la existencia de tantas interpretaciones de un mensaje como grupos culturales existentes en una sociedad. No obstante, este libro intenta ocuparse en particular de aquello que la sociedad acuerda que existe o aquello que está en proceso de ser reconocido como un hecho del cual se comparte el sentido. Sostendremos aquí que el complejo proceso de la comunicación hace que el mundo que nos rodea sea percibido de forma distinta por un ciego, un tailandés, un porteño o un tigre, pero eso no nos impedirá centrarnos en aquellas características del mundo en que vivimos que trascienden a la percepción particular que tenemos sobre él, y que hacen del mundo un conjunto de sentidos compartidos. Entenderemos ese sentido compartido como aquel que posibilita que una comunicación sea considerada en gran parte exitosa y permita, por ejemplo, que los semáforos sean respetados por una abrumadora mayoría de conductores (si esto no ocurriera en el 99,99% de los casos una buena parte de la humanidad habría desaparecido). Es decir que hay varios indicios bastante elocuentes de que existe una realidad con ciertas regularidades, aunque esa realidad sólo sea accesible en forma mediada, aunque haya quienes choquen a pesar de un semáforo y aunque haya quienes crean que los aviones vuelan porque los dioses así lo quieren. No tendremos en cuenta aquí, por tanto, las objeciones acerca de la existencia de un mundo a priori real, más bien nos enfocaremos en las tecnologías de la comunicación para comprender el proceso a través del cual ese mundo se ha convertido históricamente en un conjunto de sentidos compartidos y cómo también esos sentidos están limitados por aquello que puede ser dicho y pensado o no en cada momento histórico. A su vez ese potencial del dispositivo sólo se conocerá realmente en el uso social del mismo del que no puede ser separado. (Importante, reveer). Hasta acá llegué. Comparalo con el documento que me diste para ver los cambios porque borré y cambié cosas. El investigador de la comunicación Raymond Williams realiza una diferenciación terminológica que resultará útil a los fines de este libro: una técnica es una capacidad particular y un aparato es un desarrollo de esa técnica. Por último indica que la tecnología es “en primer lugar, el cuerpo de saberes apropiados para el desarrollo de las capacidades [técnicas] e invenciones mencionadas y, en segundo lugar, un cuerpo de conocimientos y condiciones para el uso práctico y la aplicación de una serie de dispositivos [...] lo que importa, en cada paso, es que la tecnología es siempre, en todo sentido, social”. Es decir que el uso concreto de un determinado dispositivo técnico, un medio en particular como la radio, la palabra o Internet, va a estar determinado tanto por los límites impuestos por las características materiales de dicho medio como por el uso social que se le da, el que a su vez sólo será el encargado de permitir conocer nuevas potencialidades en la medida en que se concretan. Un buen ejemplo de cómo sólo los usos sociales pueden permitir conocer algunas de las potencialidades de un dispositivo puede tomarse de la película “Los dioses deben estar locos” en el que un piloto de un helicóptero lanza una botella de gaseosa por la ventanilla, la que cae en el medio del desierto del Kalahari en el que vive una tribu de bosquimanos para los cuáles todos los bienes son comunales. La botella pasa a ser una herramienta valorada por todos los miembros de la tribu para sus tareas habituales como machar su comida, amasar, transportar, etc.. Como la botella no puede ser copiada se generan peleas por primera vez en la tribu. La botella sigue siendo la misma que el piloto del helicóptero compró en un kiosco, pero sus usos concretos variaron totalmente en el nuevo contexto. Es decir que si bien cada cultura puede darle usos distintos a las invenciones, estas a su vez tienen un limitado número de posibilidades (la botella de gaseosa no podría haberse transformado en un receptor de radio ni en un abrigo), las que sólo se conocen en el uso concreto del dispositivo. Lo mismo puede decirse de los medios de comunicación, en sentido amplio (desde los sentidos hasta Internet), que permiten decir algunas cosas y otras no. Ese será el foco de este libro: rastrear la historia de los soportes de las mediaciones comunicacionales, comprender las potencialidades impresas en su propio desarrollo y en qué medida algunas de estas potencialidades pudieron desarrollarse en los distintos contextos históricos. Por último ¿Por qué un libro de historia de la comunicación en una colección de ciencia? Por un lado la comunicación es una ciencia social en tanto busca modelos que permitan explicar los diversos aspectos de la circulación de la información. Estas reglas son esquivas porque las ciencias sociales y la comunicación en particular están totalmente atadas a la cultura, son inescindibles a ella y se modifican junto a ella. El objeto de estudio cambia y modifica también a la ciencia que contiene y que intenta analizarla, a diferencia de, por ejemplo, la física que analiza con sus matemáticas el mundo de los fenómenos sin ser parte de él ni verse modificado por sus propios resultados. Por otro lado esta amplitud y flexibilidad de la comunicación hacen que existan diversos puntos de vista desde los cuáles encarar la tarea de seguir su recorrido histórico; esto a su vez impacta en que no exista un recorrido principal aceptado por la mayoría a la manera que sí ocurre, por ejemplo, con la astronomía con hitos claros como las teorías de Copérnico, Brahe, Kepler, Galileo y Newton. Por eso cualquier libro, ante la imposibilidad de ser exhaustivo, resultará necesariamente algo arbitrario. Este en particular, como se dijo, ha elegido de mojones para su ruta los distintos que ha utilizado la humanidad para hacer circular información. En definitiva intentará brindar ideas para seguir pensando y para que el lector continúe investigando aquellos puntos que más le interese. lComunicación no verbal “[...] jóvenes y viejos de cualquier raza, hombres o animales, expresan su estado de ánimo con los mismos movimientos” Charles Darwin, “La expresión de las emociones en hombres y animales” Definir algo por lo que no es (en el caso de este subtítulo aquello que no es comunicación verbal) es un problema inicial difícil de resolver. En los hombres el canal privilegiado para la comunicación interpersonal es el lenguaje, pero el mismo va acompañado de un gran número de señales que tienen que ver con la comunicación no verbal de la que es inseparable: cualquier palabra dicha tiene una entonación particular que excede su sentido semántico. Por otra parte también es cierto que la comunicación no verbal puede aparecer aislada de la verbal. Justamente el privilegio entre los hombres del lenguaje ha llevado a que la comunicación no verbal sea mucho más inconciente o “natural” que la verbal. A su vez, cabe aclarar que la comunicación no es un fenómeno exclusivamente humano, sin que se produce también entre animales o entre personas y animales. Es el tipo de comunicación que permite, por ejemplo, que una persona que se detiene en la selva y ve a un tigre pueda adivinar en sus gestos qué intenciones tiene. En todos los casos hay muchos gestos, señales, olores que indican lo que se puede esperar, pequeñas señales, muchas de ellas que sólo serán percibidas inconcientemente y que permitirán entender (en el mejor de los casos) las intenciones del otro. Buena parte de la gestualidad corporal de los hombres tienen paralelos e incluso continuidad con los gestos corporales de algunos animales, sobre todo primates, que permiten suponer que la complejidad gestual del hombre moderno es producto de una larga evolución. Los gestos de sometimiento, como bajar la cabeza, pueden verse en japoneses, argentinos, perros y monos, aunque en el caso del hombre, suelen aparecer más velados o más claros según los códigos sociales. Un caso particularmente famoso de comunicación no verbal de principios del siglo XX fue el del caballo Hans, adquirido por un alemán llamado von Osten en Berlín. Al poco tiempo de comprarlo el animal resolvía sumas de dos números que le indicaba sus dueños dando el resultado con golpes de sus cascos. Al poco tiempo el animal también podía multiplicar, restar e incluso armar palabras en alemán (idioma que parecía comprender perfectamente) con un código inventado por su dueño. El fenómeno alcanzó reputación internacional y una comisión de investigadores conformada por un profesor de fisiología y psicología, un veterinario, un director de circo y oficiales de caballería comprobó que el caballo era capaz de dar las respuestas correctas aún en ausencia de su dueño y entrenador. Finalmente alguien debió sospechar lo que ocurría porque propuso otro experimento: von Osten debía decir un número al caballo en secreto y otro tanto debía hacer un investigador. El caballo debía decir el resultado de la suma de ambas cifras que ninguno de los presentes conocía. Así fue como se descubrió que Hans no constituía la prueba de que los animales pueden comunicarse verbalmente y realizar operaciones matemáticas, sino que era simplemente un caballo muy receptivo a los estados de ánimo de las personas que conocían el resultado y que incocientemente le indicaba con su lenguaje corporal cuándo dejar de hacer golpes de casco. La comunicación no verbal, justamente por ser mayormente inconciente tanto desde la emisión como desde la recepción, genera muchos problemas para su análisis. Por un lado hay quienes creen que el lenguaje corporal no puede ocultar los verdaderos sentimientos y que pueden delatar al emisor de un discurso que intenta decir otra cosa. Un movimiento nervioso de una pierna que acompaña un rostro de profunda atención o unos pies que apuntan a la salida mientras la otra persona habla, pueden demostrar las verdaderas intenciones de quien escucha. También se ha demostrado que resulta más fácil mentir en el teléfono sin ser detectado por el interlocutor que hacerlo en persona. Estos descubrimientos han permitido que se multipliquen los libros y cursos que prometen (falsamente) hacer que cualquier persona pueda leer esos gestos para saber lo que realmente piensan los demás, algo engañoso porque si bien existen gestos bastante universales, las variantes personales y el número de señales contradictorias en una misma persona pueden hacer muy difícil descifrar qué le pasa. Es que en realidad, estos mensajes corporales no suelen aparecer en forma tan clara y coherente sino mezclados entre sí o acompañando un diálogo, por lo que revisten una gran dificultad para ser categorizados y sistematizados (una mano que se extiende para estrechar otra al tiempo que los ojos miran hacia otro lado y los pies se detienen a mayor distancia que la esperable). Tal vez, justamente, la riqueza del lenguaje no verbal resida en esas contradicciones que probablemente son más acordes a la complejidad de sentimientos que generalmente deben simplificarse al traducirse a palabras. Pero más allá de las contradicciones que puede generar con otras formas de comunicación, la no verbal es fundamental en cualquier conversación entre personas que parecerían para un observador ingenuo estar comunicándose exclusivamente con palabras. Un hombre que se acerca a una mujer para preguntarle la hora e iniciar una charla probablemente tenga muchos indicios de cómo es recibido su abordaje sin que la mujer necesite abrir la boca. Sólo en caso de que esas señales sean ignoradas puede que la mujer llegue al punto de expresar verbalmente lo que su cuerpo ya indicaba: “no me moleste más, por favor”. lComunicación animal La comunicación no-verbal es la que prima, por razones obvias, en el mundo animal y en algunos casos han logrado grados de complejidad que brindan verdaderas ventajas a la especie que las desarrollan. En el reino animal queda más en evidencia el extenso número de soportes para estas comunicaciones no verbales que permiten a los animales interactuar con su especie o con miembros de otras y que, como veremos, pueden dar indicios firmes del origen de muchos pequeños gestos humanos. Algunas de los medios de esa comunicación son: Especies de danzas, comunes entre muchas especies de aves, que sirven como cortejo previo al apareo; en su mayoría, estos bailes para el cortejo buscan demostrar a la potencial pareja las virtudes físicas que se poseen y que se podrían transmitir a la descendencia. Señales químicas que indican por ejemplo que una hembra está en celo o que se utilizan para marcar un territorio propio y advertir a otros animales que los invadan que posiblemente sufran un ataque si lo violan. Sonidos que permiten advertir sobre un peligro o que, en algunas ocasiones, expresan el miedo de la potencial víctima de un ataque. También los sonidos que se emiten pueden tener un objetivo de cortejo o advertencia a otros que está dispuesto a defender su espacio. Los pollitos pueden advertir a su madre que tienen hambre o miedo a través de distintos sonidos. Las ballenas pueden realizar largos cantos que, se cree, sirven para mantener al grupo unido. Señales visuales que permiten advertir la presencia del otro y qué actitud tienen: agresiva, defensiva, de cortejo, etc. Por ejemplo, mostrar los colmillos indica al otro que si se sigue acercando corre un serio peligro. El perro que mete la cola entre las piernas o exhibe su cuello desnudo adopta una actitud sumisa frente a otro que se considera el líder para que quede claro que no intenta desafiarlo. Contacto físico que permite un tipo de comunicación generalmente más emocional. Particularmente entre los primates es común que miembros de un mismo clan dediquen mucho tiempo a limpiar a sus compañeros de parásitos, lo que fortalece los vínculos familiares. Y varias formas más de comunicación como las señales eléctricas que emiten algunos peces de río, vibraciones como las que utilizan algunos topos para contactarse con sus compañeros de túnel a túnel, etc.. También existen otros métodos de comunicación animal que prácticamente pueden catalogarse de lenguajes completos ya que responden a códigos complejos con un nivel de abstracción similar al de las palabras, es decir, que en ellos no parece haber una relación directa entre el gesto en sí y lo que se intenta transmitir. Es el caso de las abejas que tienen distintos tipos de danzas (en forma de hoz, circulares o del vientre) para indicar la distancia a la que está el alimento. Algunos experimentos han demostrado que estas danzas forman parte del bagaje que trae cada abeja nueva al nacer pero que no todas las especies comparten exactamente el mismo uso del código. El especialista en abejas y premio Nobel Karl Von Frisch realizó una cruza entre dos especies de abejas; unas de ellas comunes en Italia y las otras en Austria. Ambas especies compartían las mismas danzas para indicar que el alimento estaba cerca o lejos, pero lo que cambiaba era la distancia que cada una de ellas consideraba que se ajustaban a esas categorías. Mientras que las italianas realizaban la danza para “alimento lejos” cuando éste se encontraba a unos 40 metros, su congéneres austríaca consideraba que “lejos” eran 90 metros. Al cruzar ambas especies Von Frisch descubrió que independientemente de su apariencia exterior (fenotipo) las abejas híbridas podían utilizar cualquiera de los dos códigos, lo que podía generar grandes confusiones según quién fuera su “interlocutor”. ?Son las danzas de las abeja un lenguaje tal como el humano? ?O por el hecho de que este grabado de alguna manera en sus genes esta danza no tiene diferencia con un perro mostrando los colmillos? Difícil dar una respuesta. En todo caso muchos de los mecanismos de comunicación animal son la fuente de la que se nutre buena parte de la comunicación no verbal de los seres humanos: las caricias en las que se han trastrocado los primitivos cuidados para despiojar a un hijo, los bailes sensuales con los que se intenta cortejar a una pareja, las serenatas que se cantan para seducir, los perfumes para atraer y demás. lLa verdad del cuerpo La comunicación entre animales pueden dar excelentes indicios del tipo de gestos que evolucionaron junto con el ser humano. Muchos de esos gestos han sufrido un proceso de metamorfosis que dificulta su reconocimiento. Estudios comparativos entre comportamiento animal, sobre todo de primates, y humanos permiten encontrar una raíz común. Estudios de las expresiones faciales de macacos, chimpancés y humanos durante accesos de cólera muestran enormes similitudes. En todos los casos la mirada se fija, el cuerpo se tensa, los labios se aprietan, las cejas descienden. Existen otros casos de relaciones que son menos directos como la sonrisa, uno de los gestos más universales entre las culturas humanas y que hasta puede verse en fetos por medio de ecografías o en niños que han nacido ciegos (aunque hay algunos niños que vivieron sin contacto con otros hombres y no demostraron haber desarrollado o mantenido esa posibilidad) o en animales como los primates e incluso, según argumenta una reciente investigación publicada en Science, en ratas y perros. Se cree que el origen proviene de los juegos de los cachorros de cualquier especie que simulan pelearse haciendo ruidos como de agitación y mostrando los dientes al mismo tiempo en un simulacro de amenaza. Según muchos científicos constituye la risa humana evolucionó de prácticas similares pero fue metamorfoseando lo que originalmente era un símolo de amenaza (mostrar los dientes) a un juego y una forma de indicar amistad. Ahora bien: ?cuántos de estos gestos son naturales y cuántos adquiridos? Como en al mayoría de los casos la respuesta implica una mezcla de ambas fuentes. Se han realizado estudios en niños privados de vista o audición para verificar si comparten estos gestos pese a no haber podido aprenderlos de otros: la respuesta ha sido que incluso los niños que no han visto la sonrisa la manifiestan cuando están contentos y contraen la cara frente al dolor o el enojo. Por otro lado los estudios multiculturales que se han hecho de la gestualidad humana demuestran que son muchos los gestos que se comparten, aunque la intensidad de los mismos pueda estar limitada por distintos tabués culturales. También se ha descubierto que las entonaciones que acompañan el discurso de quien está enojado o alegre pueden interpretarse en forma similar en las distintas culturas aún si no se conoce el idioma. Pequeños gestos como levantar las cejas al comienzo de una carcajada también hjan demostrado se universales. Fotos de expresiones han sido decodificadas en forma similar en distintas culturas con márgenes de diferencia muy similares. Ese tipo de comunicación no verbal que está permanentemente en acción ha pasado, sin embargo, a un segundo plano desplazada por el lenguaje, por lo que se desempeña a un nivel generalmente inconciente en las sociedades modernas. La mayoría de los gestos y movimientos faciales no son concientes, sino que acompañan la propia existencia del cuerpo. Una cara seria, “de póker” que no revela ningún sentimiento comunica justamente eso: una falta de emociones o un ocultamiento de las mismas. Lo mismo puede decirse del tono y volumen de la voz o incluso de fenómenos más sutiles. Un buen ejemplo lo pueden dar un experimento: los investigadores compararon el efecto de dos fotos similares de una misma chica; en una de las fotos se habían agrandado las pupilas sutilmente. Quienes eran sometidos a la prueba indicaban en abrumadora mayoría que una de las fotos les resultaba más atractiva que la otra aunque no podían encontrar la diferencia entre una y otra. Era la foto en la que las pupilas aparecián ligeramente dilatadas. El efecto ya era conocido por las mujeres romanas que, para atraer a los hombres, utilizaban como maquillaje la belladona, una planta alcaloide que dilata las pupilas. Lo mismo ocurre con una enorme cantidad de pequeños mensajes que se emiten y reciben inconcientemente (aunque no unívocamente) en cualquier charla. Si bien muchos de ellos tienen un grado de universalidad bastante amplio, pueden tener matices diferenciales en distintas culturas. Por ejemplo, las distancias personales, sociales o públicas no son las mismas en cada cultura. No es la misma la distancia que se acepta para hablar con la pareja propia, con un conocido en una fiesta o con alguien que hace cola en un banco al interior de la misma cultura, pero tampoco estas distancias son iguales en todas las sociedades, sino que, por ejemplo, quienes pertenecen a culturas latinas, acostumbrados a distancias interpersonales más cortas, suelen resultar invasivos para quiénes pertenecen a culturas sajonas y ven esa misma distancia como una distancia demasiado personal. Un latino que intente ser cortés y generar una calidez en el diálogo, probablemente avance en busca de esa mayor intimidad social haciendo que el sajón retroceda cada vez más generando una especie de persecución que terminará resultando molesta e insatisfactoria para ambos. lFormas de comunicación no verbal Un de los más importantes estudiosos de la comunicación no verbal, el Dr. Mark Knapp, propone un recorrido posible por todas las formas que ésta puede utilizar. El rango es amplio y muchas de las formas en las que se detiene son generalmente desatendidas al menos por la conciencia. Vale la pena hacer un resumen de ellas: Movimientos del cuerpo: incluye lo movimientos de las manos, los gestos con la cabeza, las expresiones faciales, la dirección de los ojos, los tiempos de la mirada, etc. Es decir todos los movimientos del cuerpo que indican más o menos explícitamente, más o menos concientemente, qué es lo que le pasa a quién los genera. A su vez estos gestos están divididos en subcategorías entre las que incluye gestos más o menos estandarizados a los que llama emblemas (girar el índice en círculos al lado de la cabeza para indicar locura) o aquellos que se realizan inconcientemente para obtener seguridad (como girar un lápiz, tocarse la oreja, acariciarse una mano, etc.). Características físicas: el físico de la personas, su cuerpo, el color del pelo o de la piel, etc. dan información sobre la persona y permiten establecer, por ejemplo, la edad, extracto social y probablemente muchas otras cosas más según quién sea el interlocutor. Conducta táctil: las caricias, los golpes, unas manos que guían generan una comunicación. Paralenguaje: el tono de voz, la risa, el llanto, su fuerza, la extensión en la entonación, algunos sonidos que actúan como puntuadores del discurso (“ajá”, “hmm”, etc.); es decir, todo lo que acompaña generalmente a la palabra pero que la enmarca generando más información que la que se transmite a nivel semántico. Proxémica: es el estudio del “uso y la percepción del espacio social y personal”1, es decir, el uso del espacio compartido con otros. Por ejemplo, es común que quienes ejerzan el liderazgo se pongan en un posición más elevada que los otros o que en distintas culturas, como indicábamos más arriba, las distancias aceptadas en situaciones sociales son distintas. Artefactos: en esta categorización también se incluyen elementos externos que se colocan sobre el cuerpo como los anteojos, ropa, un perfume, peluca, etc.. Factores del entorno: se refiere básicamente a todo lo que rodea a dos personas y que contextualizan la comunicación como los muebles, la luz, los olores, la arquitectura del espacio, etc.. 1 Knapp, Mark, 1982.