EDUCAR PARA LA LIBERTAD P. Roberto Polain Cartier Í N D I C E Presentación 7 Prefacio 9 1. Algo de historia 1.1 Una escuela a la medida del muchacho 1.2 La administración y los programas tradicionales 1.3 Las notas 1.4 Los alumnos 1.5 Los profesores 19 19 20 24 25 27 2. Nuestro mundo y sus perspectivas 2.1 Un mundo marcado por las técnicas y el progreso 2.2 Un mundo a nivel del planeta y del universo 2.3 Dimensiones sociales de nuestra educación 2.4 Una educación basada en el Cristianismo 29 29 32 33 34 3. El sistema escolar y las necesidades de nuestra sociedad 37 3.1 Fracaso del sistema escolar tradicional 39 3.2 Ilusión pedagógica 40 3.3 Cambiar también los muros 44 4. Formar otro tipo de “Maestro” 4.1 Nuestra educación debe cambiar de cara 47 53 5. El método scout de Baden Powell 5.1 El método scout y la educación 5.2 El adolescente de hoy 5.3 La pedagogía de Baden Powell 57 57 58 60 6. La etapa del parvulario 6.1 No quemar etapas 6.2 Psicología de la edad parvularia 63 64 65 7. La etapa del lobato 69 7.1 Aspectos psicológicos de los 8-12 años 7.2 Pedagogía del lobatismo 69 72 8. La etapa del scout 8.1 Aspectos psicológicos de los 12-15 años 8.2 Pedagogía de la edad scout 8.3 Organización 75 75 80 82 9. La etapa de los “grandes” 9.1 Aspectos psicológicos de esta etapa 87 89 10. Adolescencia, ¿edad crítica de la Fe? 93 11. La comunidad al servicio del niño 101 Bibliografía 109 PRESENTACIÓN Con especial alegría presento este libro escrito por el excepcional educador que fue el Padre Roberto Polain Cartier. A pesar de los años transcurridos, este libro mantiene una impresionante actualidad. En sus páginas se hace la fundamentación del scoutismo como pedagogía y como inspiración del colegio “Notre Dame”. Su publicación permitirá que pares de familia, profesores y alumnos se interioricen aún más en los principios e intuiciones que animan nuestra experiencia educacional. Pero además muchos pedagogos podrán ser iluminados por la sabiduría que aquí se manifiesta. Estos cierto también que muchos ex alumnos disfrutarán de esta reedición. Para mí es un agrado presentar esta publicación del Padre Polain por haber tenido el privilegio de ser su alumno hace más de treinta y cinco años, y por haber disfrutado posteriormente de su cálida amistad. P. MIGUEL ORTEGA RIQUELME Rector PRÓLOGO Han pasado casi veinte años desde que el Padre Roberto Polain publicara su libro “Educar para la libertad”, verdadero testamento pedagógico, que hoy presentamos en su segunda edición. Quiero invitarles a leer esta OBRA MÁGICA que multiplicó sus mil primeros ejemplares, llegando a cuántos cientos de personas más, a través del comentario informal, de la noticia que se transmite de unos a otros, en la universidad, en la oficina, en las cenas familiares en que se pregunta “si existe un buen colegio para mis niños”. Y el secreto de esas “ediciones fantasmas” que recorrían convivencias, tertulias, investigaciones académicas, consejos de profesores, se basaba en testimonios de vida que, de alguna manera, tenían como protagonista al sacerdote belga, Rector del Colegio Notre Dame, Capellán Nacional de la Federación de Scouts Católicos, Profesor en el Instituto de Letras y en el Departamento de Psicopedagogía de la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Roberto Polain Cartier llega a Chile como Capellán de un grupo de empresarios belgas que vienen a colonizar esas desoladas tierras de Chile Chico. Educador, varón de aventuras apasionantes, como buen scout, el Padre se dedica con todo su entusiasmo a una vida dura en plena naturaleza austral hasta completar los dos años convenidos, pues en su corazón anidaba un hermoso sueño, cual era fundar un colegio en Santiago, la capital. Monseñor don Jorge Gómez Ugarte lo acoge en el Instituto de Humanidades Luis Campino, donde, además de hacer algunas clases, inicia el scoutismo, formando algunas patrullas. Al año siguiente su sueño se convertiría en una realidad llamada “Notre Dame”... Fundó un colegio “a la medida del niño y del joven”, una familia en que el Rector conoce a todos sus alumnos, acampa con ellos, está presente en los patios, acoge a los mayores en su pieza-oficina, donde la tertulia es rutina diaria. Orienta, anima, conduce. Y cada día en la mañana celebra la Eucaristía con un curso distinto. Quiere comunicar un espíritu de humanidad en que educar al niño en libertad y para el buen uso de su libertad requiere una escenografía encantadora, una casona atractiva, jardines con árboles donde los chiquillos pudieran subirse, rincones donde ellos se escondieran de los “enemigos que los perseguían”, adultos entretenidos y de espíritu joven, que no fueran “hombres serios”, sino que con sentido del humor, adultos contentos con profesión., Su gran sueño: un colegio de niños felices, espontáneos y creativos; solidarios y veraces. El Padre Polain quiere que los jóvenes emerjan de la sombra que hay detrás de las bambalinas del teatro, desde donde ellos miran, y avancen a ocupar el espacio central del escenario, donde deambulan los protagonistas de la obra dramática: Los muchachos... Cuántos testimonios de cuántos niños y jóvenes hablan de amistad, de aventura, del Colegio como “mi segunda casa”, de la promesa y la Ley scout, de los valores de lealtad, fraternidad y cortesía. Hablan de la “CONFIANZA DEPOSITADA EN ELLOS, QUE ELLOS MISMOS DEBÍAN MERECERLA, ASUMIENDO SUS RESPONSABILIDADES”. Y, efectivamente, estábamos viviendo un sistema de confianza, una verdadera aventura educativa, JUNTOS, alumnos y profesores, y ello generaba la noticia que se extendía por doquier. Hay un colegio muy especial en que los alumnos hablan de un castillo embrujado y de sus proyectos para el campamento de primavera, la jornada de curso, la feria de aprendizaje libre o el grupo de teatro. ¡Toda una mística que aúna y entusiasma a los jóvenes moradores de tan singular escuela! Era un muchacho, alumno suyo, quien narraba entusiasmado las aventuras vividas en el último campamento de tropa en “LA LEONERA”, cuando el Padre Polain salió a las tres de la tarde orillando el río Codegua y regresó en la nochecita trayendo de regalo una trucha a cada uno de los cuarenta y cinco scouts para la cena de ese día. Acaso era aquel otro a quien el Padre la había entregado una papeleta “amarilla”1 porque en la quincena su esfuerzo había descendido ostensiblemente; además, sus atrasos y tareas no hechas, demostraban las dificultades por las que estaba pasando. El Padre Polain conducía los Consejos de Profesores en los que “se pasaba revista”, como él decía, a todos los muchachos y así podía sistemáticamente tener un contacto con cada uno de ellos, al momento de la entrega personal de las “papeletas”1. La calidez del momento de encuentro de cada alumno con su Rector motivaba al muchacho a proponerse mejorar el “color” de su papeleta para la próxima quincena. 1 1 Las “papeletas” se pueden asimilar a informes quincenales elaborados por el Consejo de Profesores y que los alumnos reciben en forma personal de manos del Rector del Colegio. El objetivo esencial del Sistema de Papeletas del Colegio “Notre Dame”, es propiciar el conocimiento personal de los muchachos, acompañarlos con palabras de aliento y con mirada crítica en la formación de su personalidad y en el desarrollo de valores. Los colores de las papeletas indican el estado de desarrollo que el niño o joven va logrando en el período de tiempo: Dorada corresponde a Excelente; Rosada, Muy Bueno; Azul, Bueno; Amarilla, Regular; Verde, Deficiente; Blanca, Malo. Así, desde 1952 se fue plasmando el Proyecto Educativo del Colegio Notre Dame, el cual se puede resumir en la frase escrita sobre la piedra que recuerda al Padre Polain, a la entrada del Colegio. “EL NIÑO CREE EN SU COLEGIO, EL COLEGIO CREE EN ÑEL NIÑO”. El Padre Polain falleció el 13 de septiembre de 1978. Solemnemente declara su legado: “Toda la pedagogía del colegio está basada en la confianza. El sistema de confianza no es más que la fe del colegio en las posibilidades del muchacho y la fe del muchacho en la bondad del colegio. El niño cree en su colegio, el colegio cree en el niño. El muchacho cree en la autoridad pese a sus defectos; y la desea. El colegio cree en la libertad, pese a sus riesgos y la practica. Par que esta fe común dé todos sus frutos, se necesita un equipo de Profesores seleccionado y convencido de la bondad del sistema; se necesitan también alumnos que quieran libremente entrar en un ambiente de amistad y Padres de familia dispuestos a colaborar plenamente con el colegio y a vivir su espíritu” (Capítulo 8). El Padre Polain en una síntesis histórica de su experiencia con la sensibilidad que lo caracterizó, agrega: “Hemos vivido los riesgos de una educación para la libertad, y hemos, a veces, conocido el desánimo. Pero muchas más han sido las alegrías que el sistema nos ha brindado”. “El goce inmenso de sentir a los niños felices y confiados, junto a nosotros, no puede compararse más que con la tremenda responsabilidad que tanta fe impone a los educadores” (Cap. 8) Fui discípulo del Padre Polain como profesor del Notre Dame. Viví quince años enseñando castellano, dirigiendo el equipo de teatro, siendo jefe scout y ayudante del equipo de atletismo. Supe de sus consejos, de sus lecciones de pedagogía, de sus felicitaciones y recriminaciones. Un día me llamó el Padre y me pidió que hiciera clases de expresión. Ante mi pregunta acerca de las características de esa nueva asignatura que él estaba creando, me respondió: “Mira, enseña lo que eres y lo que sabes: tu teatro, los mimos, las canciones, juegos, dinámicas, que los alumnos se expresen...”” Ahí aprendí cuán importante es que los chiquillos tengan espacios inventados para ser ellos y desenvolverse dentro de los planes de estudio. Desde 1986 hasta 1996 he sido Rector del Notre Dame. Una experiencia profunda, existencial y apasionante. He vuelto a leer el “Educar para la Libertad”. Ha sido una tertulia reflexiva en la que cada texto que el Padre escribe me hacía rememorar y evaluar una infinidad de episodios que vivimos junto a Enrique, Rafael, Carla, Pedro, Jorge, Rebeca y Rodolfo: mi equipo de gobierno a través de esos años. El trabajo en equipo en la gestión directiva me demostró la presencia de una fuerza espiritual que eleva la probabilidad de que la dirección sea más idónea, por la integración de los talentos de sus integrantes, más acogedora, más participativa y más justa al momento de aconsejar al Rector en la toma de decisiones. Y entendí dónde había estado mi error, cuando le había dado en el blanco. Capté con alegría cuánto ha cambiado el Colegio en estos casi veinte años; cómo no, si es un Colegio donde niños y jóvenes protagonizan el proceso educativo. Sin embargo, con más alegría constaté que profesores y alumnos seguíamos creyendo en la lealtad, la fraternidad y la confianza entre nosotros, que éramos capaces de vivir, como colegio, LA AVENTURA DE LA LIBERTAD. Más que nunca recordé al Padre Roberto: “no es posible educar en libertad, si no es dentro de un marco de orden”. Agregué en el tiempo: un marco, no de cemento, fijo, predispuesto, absoluto, sino que un marco de fibra, conversable, participativo, dialogante, pero una vez acordado constituyente de una forma de actuar exigente, verdadero “rayado de cancha”, reglas de un juego convenido para ser cumplido por profesores y alumnos. Concedo que este aspecto de la vida del Colegio es el más sensible de su vida cotidiana. Aprendí que la idea es ni verticalismos impositivos ni horizontalismos demagógicos en la relación profesor-alumno, sino que la bisectriz que surge del ángulo formado, como una aguja oscilante, que se acerca al muchacho para escucharlo y comprenderlo y se verticaliza para guiarle y exigirle. Descubrí al mismo tiempo que cuando el padre Roberto nos repetía el lema del Colegio y decía AQUÍ FORJAMOS NUESTRAS ARMAS, estaba indicando con su mano derecha el altar de la hermosa capilla del Colegio, donde habita Jesús. Se me reveló un Roberto Polain soñador, idealista precursor y profeta. irremediable, quijote de Lieja, Le refuté algunas de sus propuestas y le pregunté por qué no había realizado algunas de las ideas que plantea en su libro; la verdad es que adhiero a aquellas ideas revolucionarias, pero he comprendido las razones de sus limitantes; tampoco nosotros pudimos llevarlas a cabo. Leer y releer el libro, para quienes vivimos gran parte de la historia, es volver a descubrir el sentido de tantos proyectos realizados. Y es comenzar a entender cuán intensa es la experiencia pedagógica, para el muchacho que vivió su infancia y su adolescencia con nosotros. El Padre Polain en su libro proyecta el sueño educativo que realizó. Posee un estilo algo coloquial, de pronto ideológico: por ahí reflexiona a corazón abierto, expresando lo que realmente siente; más allá inserta textos de apoyo que para él eran iluminadores; describe la psicología de los párvulos, de los niños y adolescentes con gran afecto y observación; analiza la sociedad, mira hacia el futuro, defiende al ser humano, “a todo precio”. Critica el sistema escolar con argumentos contundentes... “Educar para la libertad” es VITAL, fruto de una experiencia vivida a través de 26 años en el “Notre Dame”, y ratificada con otros 17 en el Colegio Cristóbal Colón,2 generando equipos de trabajo, formando profesores, interactuando con padres de familia en el apoyo pedagógico, dialogando con jóvenes... Quiero invitarles formalmente a leer “Educar para la Libertad” con un espíritu de sencillez, no esperando que el libro les revele las claves para nuevas tecnologías educativas de punta o de última generación, sino dispuestos a dejarse invadir por ese misterioso humanismo que transmite el Padre Polain, espíritu que a los educadores, sus discípulos, nos hace redescubrir, con ojos nuevos y corazón abierto, las grandes verdades que han generado energía educativa desde cientos de años: Sabiduría, paciencia, humildad, contemplación, generosidad en el don de sí mismo, respeto por la persona, amor a Dios y libertad. Hay que leerlo pausadamente. Desplegando toda su imaginación. Superando y sobrepasando los paradigmas escolarizantes en que nos educamos. Descubriendo la esencia pedagógica maravillosa de una metodología mal conocida como es el scoutismo, capaz de cautivar los corazones infantiles y juveniles. 2 El Colegio Cristóbal Colón es un establecimiento católico, particular, subvencionado de la comuna de Conchalí, perteneciente al Arzobispado de Santiago desde 1980. Habiendo asumido como su primer rector. Comencé a poner en práctica el modelo pedagógico “La Gran Aventura Educativa”, desarrollado a partir de mi experiencia con el P. Polain en el “Notre Dame”. Puedo afirmar que son dos colegios similares por su inspiración y enfoque educativo, pero diferentes en la forma de concretar los principios que animan su quehacer. Teniendo presente los puntos esenciales que postula la Reforma Educacional que el Ministerio de Educación está impulsando hoy. Observando la historia de estos últimos 45 años, en la proyección de los próximos cincuenta, con el modernismo y el postmodernismo incluido, además del “ECOCOMPUTER-ROBÓTICA-COSMO-CENTRISMO” que nos espera hacia el año 2050... Invitarles a ustedes, padres de familia, cualquiera sea el colegio donde tienen a sus hijos; qué hermoso sería poder parafrasear en vuestra familia al Padre Polain: “Los hijos adolescentes creen en sus padres; los padres creen en sus hijos adolescentes”. Invitarles a ustedes, profesores, a interactuar, pues todos tenemos sueños de una educación distinta en la que jóvenes y adultos crezcamos juntos. Invitarles a ustedes, jóvenes estudiantes de pedagogía; tengo la esperanza que el Padre Polain les entusiasme como lo hizo conmigo. Invitarle a usted, profesor universitario, comunicador social, agente pastoral, educador. Invitarles a ustedes, Comunidad del “Notre Dame”; sirva esta nueva edición del libro para seguir profundizando el proyecto educativo, redescubrir más secretos de la propuesta del Padre Polain que existen en cada página, en cada oración gramatical. ¡Vuestro compromiso, nuestra esperanza, es seguir construyendo “Notre Dame”!. SER CAPAZ DE DESCUBRIR, ASUMIR Y COMPROMETERSE CON LA EDUCACIÓN DE SUS NIÑOS Y ADOLESCENTES. RECONQUISTAR SON CONFIANZA EN NOSOTROS, LOS ADULTOS. COMPRENDERLOS, VALORARLOS, RESPETARLOS, AMARLOS, ES LA GRAN TAREA QUE NOS ENCOMIENDA EL PADARE POLAIN. Si una familia está dispuesta... Si un colegio se atreve... Si un País se entusiasma... ¡Por muchos años más! GERMÁN ABURTO SPITZER Discípulo y Amigo Ex Rector Notre Dame Rector Instituto de Humanidades Luis Campino P R E F A C I O La primera impresión que recibimos de nuestra época y nuestra manera de vivir, es como la de haber subido a un tren cuya marcha se acelera a una velocidad vertiginosa. No sabemos de dónde viene ni a dónde nos llevará. La educación debería ayudar a nuestros jóvenes a descubrir a dónde van y también cuál es el puesto que les corresponde en el tren de la vida. Para eso debemos, nosotros los educadores, descubrirlo también: tal es el objeto de estas charlas y jornadas de reflexión con los padres de familia, alumnos y profesores del Colegio “Notre Dame”, de Santiago, de Chile. A fin de presentarlas en forma de libro, las hemos desarrollado y ordenado en once capítulos. En una primera parte estudiamos algunas características y perspectivas de nuestro mundo de hoy, más adelante intentamos examinar cómo nuestro sistema de educación responde, en cada una de sus etapas, a las exigencias que plantea este mundo. Las ideas que exponemos aquí se han elaborado a base de los apuntes de esas charlas y jornadas realizadas en nuestra comunidad escolar durante estos primeros veinticinco años de nuestra aventura educativa. La mayoría de estas ideas pertenecen a libros y revistas consultados en la época. Es un deber para mí citar las principales fuentes de mi información. El lector encontrará la bibliografía correspondiente a final de este volumen. 1.- ALGO DE HISTORIA 1.1. UNA ESCUELA A LA MEDIDA DEL MUCHACHO Cuando La parroquia de “La Anunciación” me propuso crear un colegio nuevo, empezamos a buscar un local: el ideal del Comité Parroquial era el edificio técnicamente perfecto como se entendía y se construía en Santiago por aquella época. Yo, acompañado de un equipo de chiquillos que formaban una primera patrulla scout, buscamos una “casa”, y la encontramos: una especie de castillo emplazado en medio de un jardín inmenso, lleno de plantas y árboles de toda clase, con un gran espejo de agua, desocupado desde hacía dos años porque tenía reputación de estar “embrujado”... ¡Justo nuestro ideal! El Comité Económico no lo pensaba así, y no podía imaginar un colegio en esa casa: por suerte el buen don Joaquín, párroco de “La Anunciación”, estaba dispuesto a depositar toda su confianza en el nuevo Rector, y compramos la casa. Creo que este primer paso fue importante: era imposible concebir una escuela tradicional en el cuadro de una casa embrujada. Afortunadamente no caímos en el error tan común de instalarnos en una construcción como la gente cree que “debe ser” un colegio, sino como nosotros lo soñábamos. Y el primer grupo de alumnos empezó a participar en la creación de su escuela. Nuestro propósito era que cada curso tuviese su carácter propio y que cada año los alumnos pudieran, con su profesor jefe, arreglar su sala. Por suerte, en nuestro Colegio la arquitectura no impuso la pedagogía y la técnica no primó sobre el hombre. Si a nuestra escuela le ha faltado un buen equipamiento técnico, hemos tratado desde el principio de utilizar lo poco que teníamos y de improvisar e inventar con nuestros alumnos muchos instrumentos pedagógicos: me acuerdo especialmente del tiempo en que trabajamos con Fidel, profesor de matemáticas y física, cuando con algunos alumnos entusiastas construíamos unos aparatos muy extraños. Se dice que nuestra sociedad fabrica clientes para los psicólogos y los psiquiatras y que la escuela contribuye mucho a esta situación... Nosotros pensamos que nuestro papel principal era crear un ambiente escolar que respondiera a la necesidad que experimenta todo joven de sentirse con seguridad, de tener éxito. Organizamos nuestra enseñanza con este objetivo: el sistema de confianza y la educación de la libertad aseguran buenas relaciones humanas que favorecerán al crecimiento y el desarrollo de nuestros alumnos en el sentido más amplio. Recuerdo algunas asambleas de alumnos con profesores y padres, en los años tan difíciles para los educadores durante el gobierno de la Unidad Popular, cuando se presentaba el plan de la Escuela Nacional Unificada (ENU), reuniones en las que nuestros muchachos demostraron una madurez y una seriedad extraordinarias para decidir los caminos que debía seguir el Colegio. Podemos afirmar, sin ninguna exageración, que los muchachos demostraron un criterio y una actitud más serena y menos apasionada que muchos adultos, lo que permitió al establecimiento mantener sus principios sin ninguna dificultad. 1.2. LA ADMINISTRACIÓN Y LOS PROGRAMAS TRADICIONALES Junto con nuestra administración basada en el sistema de grupos, de patrullas y de sus Consejos de tropa, de curso o de Colegio, era necesario tener un cuadro parecido a los demás colegios o liceos; nuestra escuela debía tener un Rector, un Inspector General, un Encargado de las Relaciones Exteriores (Ministerio, exámenes, etc.) y la Gestión Económica. Desde un principio el Rector fue para todos “el Padre”. Creo que este “título” indica que todo descansa en la confianza. Como primer Rector, creí muy importante ser también Profesor Jefe, ya que mil papel principal se realiza en las reuniones semanales que tenemos con los demás Profesores Jefes; en estas reuniones, en un ambiente de amistad que se prolonga habitualmente con el almuerzo, se pasa revista a los problemas que se presentan en cada curso y se busca en conjunto su solución. Como los Profesores Jefes trabajan a horario completo en el Colegio enseñando el ramo de su especialidad en todos los cursos, conocen a todos los alumnos y su opinión tiene mucha importancia. Lo que piensa el “Consejo de profesores”, se manifiesta por las papeletas quincenales que prepara el Profesor Jefe para que el ”Padre”, pueda repartirlas y comentarlas en cada curso. Con estas papeletas, se trata especialmente de ayudar al alumno a conocerse y a formar su personalidad; por eso se destacan más la Lealtad, la Fraternidad y el Carácter (sentido del esfuerzo), que las tradicionales notas de conducta, orden y aplicación. La preocupación principal que tengo como “Padre”, deriva de los problemas de tipo humano y social que recaen en mí de parte de todos los miembros de la Comunidad. Es ciertamente común que en un grupo democrático, una buena parte de la agresividad se concentre en el que dirige; más de una vez lo he experimentado, pero este trabajo es también fuente de grandes alegrías; la confianza que reina en todo el Colegio de manera extraordinaria permite sobrepasar cualquier dificultad. Alegría de colaborar con un equipo de educadores que viven en función de su profesión con una lealtad total. Podemos criticarnos ásperamente entre nosotros, sin que el ambiente de amistad sea alterado en nuestro equipo. Los alumnos manifiestan su amistad de tantas maneras, que alcanzan a crear este ambiente de libertad necesaria para educarse y manifestar su confianza en sus educadores y en el Colegio. En los conflictos inevitables, cuando, después de conocer lo que pensaba la Comunidad, llegaba a la convicción que había que actuar de manera distinta, siempre he encontrado de parte de los profesores y de los alumnos la reacción de amistad que me ha permitido sentirme apoyado. Pero lo más extraordinario de nuestra experiencia de 25 años ha sido ciertamente la confianza de los padres. Todavía hoy me cuesta imaginar cómo los padres han podido comprometerse tan masiva y totalmente para el Colegio. En los momentos más difíciles, he sentido siempre ese apoyo de un gran grupo de adultos que querían creer, a pesar de todo, en la libertad y en la confianza, y que “jugaban el juego” en su casa. Sólo así se ha podido vivir plenamente el espíritu del Evangelio...y estas Misas que hemos tenido con toda la Comunidad, o en cualquier ocasión con alumnos y profesores, ha sido para todos nosotros momentos cumbres, donde nos sentíamos profundamente unidos en la oración y en aquellos cantos maravillosos con que gritábamos nuestra alegría de vivir y formarnos juntos. Muchas veces nos han dicho que nuestro Colegio no representa una “experiencia”, ya que se ha realizado con grupo relativamente reducido, y que no hemos cambiado nada a los programas del Ministerio. Creo que, ante todo, queríamos crear un ambiente distinto, que sería para los alumnos, los profesores y los padres, más rico que el de la escuela corriente. Queríamos ver si era posible realizar un Colegio donde las particularidades y la personalidad de cada uno podrían desarrollarse plenamente. Eso lo enseñaba en mis clases de psicopedagogía; pero había que vivirlo en lo concreto; quizás no era “experimental”, pero no se conquistan la confianza y la libertad con experiencias controladas y evaluadas por una programación detallada y resultados científicamente comprobados. ¿Para qué sirven todas esas experiencias si las escuelas siguen iguales? Querían ver cambios de programas; pero a nosotros nos parecía mucho más importante cambiar el ambiente, el espíritu, el cuadro, y, por otra parte, modificar los sacrosantos programas nos habría acarreado muchas dificultades y controles e impedido la realización de otras cosas que estimamos más vitales. Además, ¿cómo experimentar en los programas, sin saber primero lo que se busca imponiendo tal o cual materia? ¿Cómo apreciar un nuevo programa sin cambiar la forma de los exámenes? Creo que se han exagerado las experiencias muy “científicas”, en que se habla de grupo de control, grupos representativos, etc., cuando a veces bastaría algo de buen sentido y de conocimiento de los jóvenes para prever los resultados, sin necesidad de realizar experimentaciones sobre una promoción entera y, en muchos casos, sin sacar las conclusiones, o hasta sin llevarlas ni siquiera a su término. Parece que se ha olvidado una realidad fundamental: el factor humano. Es por ello que quisimos empezar formando un equipo de profesores, de alumnos y de padres dispuestos a tener relaciones humanas distintas. Nuestro objetivo no era cambiar los programas; sin embargo, nuestro sistema de educación se acomoda mal con los programas actuales que se orientan hacia la eficacia y la especialización. Nuestro fin es el crecimiento y el desarrollo de cada uno en el sentido más amplio. Nuestro camino podría ser el de agrupar las materias (en vez de segmentarlas), llegando quizás a la vieja noción de cultura general. El camino sería, quizás, que grupos de alumnos y de profesores encontraran ellos mismos su programa dentro de las distintas materias. No podemos ceder frente a los expertos y los especialistas que buscan sólo la eficacia y el crecimiento económico; debemos conservar en nuestra educación la visión de conjunto, síntesis que es una necesidad para nuestra juventud y para nuestro tiempo. Una vez realizada esta tarea, que es la del Colegio, tendremos todo el tiempo para preocuparnos de la especialización. Nuestra principal actividad en la experimentación se realiza en disciplinas que no forman directamente parte del programa. El grupo de teatro y de expresión, la música coral e instrumental, han llegado a ser elementos esenciales de la vida de nuestro Colegio. Estas actividades favorecen el espíritu creativo, el quehacer solidario y el desarrollo de la personalidad. Nuestro equipo de expresión no presenta obras escritas por autores profesionales. Las obras que expone, son creadas por nuestros muchachos y reflejan habitualmente su manera de pensar y la visión que tienen del mundo que los rodea: es una manera de expresar en común lo que sienten. El grupo de teatro realiza también cada año, una o dos giras de representaciones en provincia, lo que permite vivir las técnicas de campamento aprendidas en la tropa scout y tener contactos muy provechosos con los habitantes de los pueblos o ciudades que son tan distintos de los de Santiago. Pero las representaciones no son lo más importante de esta enseñanza. Lo esencial es hacer que los muchachos sean conscientes de su propia vida interior y ayudarles a expresar juntos imágenes y sueños con su cuerpo y con su voz. Aquí no caben teorías; todas estas actividades deben ser de tipo creativo y se oponen a la enseñanza demasiado teórica de los programas. Nuestro mundo industrializado mata la actividad creadora, porque esta no parece utilitariamente eficaz ni productiva. La cultura física ocupa evidentemente un papel muy importante en nuestro sistema de educación: nuestro ideal es formar grupos de deportes libres, según la preferencia de los alumnos. Queremos asegurarles una base de formación y darles la posibilidad de escoger a ellos mismos una o algunas actividades deportivas que podrán desarrollar. Muchos de ellos siguieron practicando el deporte escogido después de egresados del Colegio. En esta materia nuestra principal limitación ha sido, desde el principio, la falta de material, pero el entusiasmo y el espíritu de iniciativa de nuestro profesor de educación física, ayudado por los demás maestros, vencieron muchas dificultades. En ciertas ocasiones hemos combinado – con muy buen resultado – la educación física con la música y el teatro. 1.3. LAS NOTAS Todos necesitamos poder apreciar nuestro trabajo, saber en qué estamos. Los padres desean conocer los resultados del trabajo y el comportamiento de sus hijos en el Colegio. Los profesores también necesitan saber si su labor pedagógica logra éxito, si sus alumnos asimilan las materias que ellos enseñan. Pero todo el sistema tradicional de notas y apreciaciones viene habitualmente a echar a perder las buenas relaciones entre alumnos y profesores, son precisamente estas relaciones las que nos parecen fundamentales en nuestro sistema de educación. Es importante que el alumno sepa lo que los profesores piensan de él, de su trabajo y de su actitud, y que pueda conversarlo con ellos. Es importante también que cada uno sea calificado en relación a lo que puede dar y a lo que en realidad ha dado hasta el momento, es decir, en relación consigo mismo. A medida que se va acercando la prueba de aptitud y la salida del Colegio, la mayoría de los muchachos se sentirán más seguros si conocen sus posibilidades reales; a eso tiende todo el trabajo de orientación que ser realiza desde la entrada del niño en el colegio. Nuestro ideal es que las notas de apreciación se asignen de común acuerdo entre alumnos y profesores, muy especialmente cuando se trata de notas de apreciación del carácter. Este procedimiento da lugar a conversaciones muy positivas. Sin embargo, a medida que se acerca el último año de Colegio estamos en la obligación de acostumbrar al muchacho a ser juzgado y calificado sin poder discutir, ya que es la norma que va a encontrar en la vida. Es siempre una gran cosa para un nuevo profesor del Colegio ver la original relación alumno-profesor que nace a partir del momento en que el maestro no es más considerado como un juez. 1.4. LOS ALUMNOS En los primeros años de vida del Colegio no teníamos cursos de preparatorias; nuestros alumnos procedían de otros colegios y se encontraban frente a un sistema para el cual no estaban preparados; muchos se entusiasmaban y encontraban lo que necesitaban para desarrollar su personalidad. Muy especialmente los “casos difíciles”, expulsados de otros establecimientos por falta de disciplina o por “actitudes insolentes y de falta de respeto”, hallaron en nuestro ambiente la manera de desarrollar su personalidad. Necesitaban comprensión, paciencia y especialmente responsabilidades, iniciativas y seguridad. Otros no podían adaptarse a un ambiente de libertad, necesitaban saber exactamente “lo que no se puede hacer”, lo que “Se prohíbe”; necesitaban reglamentos e inspectores, y se retiraban después de algunos meses. Actualmente nuestro Colegio tiene todos los cursos, y ya desde el Kinder la educación de la libertad y de la confianza se realiza de manera armónica; pero el niño se acostumbra tanto al sistema que lo encuentra natural, y por eso, suele declinar en su entusiasmo. Necesitamos, a veces, la llagada de alumnos nuevos en los cursos medios para recordar a nuestros chiquillos todos los valores que tiene nuestro Colegio. Quince a dieciocho años es probablemente la edad más difícil de la vida; hasta hace muy poco los jóvenes de esta edad estaban casi todos en el mundo del trabajo y podían considerarse como miembros útiles de la sociedad. En nuestros días la mayor parte están fuera de ella, y se los mantiene pasivos en un sistema escolar rígido, cuando tienen ya la edad de tomar conciencia de la sociedad en la que viven y de adquirir responsabilidades en ella; dependen económicamente de sus padres y deben aceptar la disciplina de la escuela. Es durante esos años cuando tienen también sus primeras experiencias sexuales, con la inseguridad y angustia correspondientes; es también la edad en la que deben escoger una profesión y un lugar en la sociedad. Durante esos años, muchos de los jóvenes pasan su vida pasivamente sentados en sus salas de clases, llevando una vida tranquila y ordenada..., aparentemente; pero dentro de ellos hay habitualmente desorientación y confusión. Es especialmente eso lo que queríamos cambiar. ¿Lo hemos logrado? Una escuela con más libertad, con menos autoridad ficticia y con menos obligaciones sin sentido. En realidad, nuestro sistema tiene exigencias enormes; esperamos mucho de los profesores, de los alumnos y de los padres. Exigimos que cada uno tome plena responsabilidad de sí mismo y de su trabajo. Contamos con la colaboración de todos para edificar una escuela ideal. Hay, sin embargo, algo que hemos aprendido durante estos 25 años de experiencia: la libertad y la confianza completas son posibles sólo en una “isla”. Muchos, en el “Notre Dame”, vivían en los primeros años una libertad aislada del mundo; esta libertad, este sistema de amistad y de lealtad dejaba al joven que salía del Colegio con la impresión de un paraíso perdido. El contacto con los demás y la satisfacción de sentirse parte de un grupo tiene su precio; exige que se renuncie a muchas pequeñas libertades individuales y que se acepten plenamente las restricciones que impone cualquier colaboración. Nuestros muchachos debían descubrir el difícil camino que va desde una disciplina exterior, donde otros deciden de todo, a la autodisciplina que exige la vida en grupo. Tal fue el papel lento de las preparatorias y del “Colegio Chico”. Nuestros chiquillos habían de aprender, pues, que la libertad y la responsabilidad son una cosa natural que se conquista poco a poco y no una novedad que hay que experimentar de repente sin preparación anterior; también, que en este aprendizaje la familia desempeña un papel muy importante. En general, creo que podemos decir que la cosa resultó, porque hemos permitido a nuestros alumnos ser niños durante su infancia, evitando así el hecho de “quemar etapas”. Hemos podido constatar plenamente la intensa necesidad de juego que tenían no sólo los niños, sino nuestros muchachos de 1º0 o 15 años; es la experiencia del “gran juego” scout. Otro resultado –quizás el más importante- fue el contacto que inmediatamente se estableció entre profesores y alumnos y también con la mayoría de los padres. En las edades de preadolescencia y de adolescencia, los alumnos necesitan contactos verdaderos y profundos con los adultos; este contacto se realizó plenamente. Creo que el Colegio exige de parte de los educadores un compromiso mucho mayor que otros establecimientos. Todo eso favoreció una participación muy significativa de nuestros alumnos en todas las actividades de su escuela. 1.5. LOS PROFESORES Es difícil entrar como profesor en el “Notre Dame”,. Es cierto que el profesor que es “aceptado” en la Comunidad se realiza plenamente y se siente educador, pero es cierto también que la amistad y la confianza de los muchachos se conquista a veces duramente y con experiencias bien amargas. ¡Cuántos profesores nuevos empezaron, llenos de entusiasmo, explicando a sus alumnos que querían ser amigos, entrar plenamente en el “sistema” del Colegio, que iban a trabajar por grupos!, etc. Pero lo que nuestros muchachos esperaban no eran discursos, era un “profe” que “se la podía”, que demostraba ser apasionado por su materia, y que se imponía. No nos equivoquemos: ningún adolescente busca naturalmente el camino fácil. Estaban dispuestos a admirar y a seguir a un educador que demostrara en su papel mismo de profesor, ser alguien que quiere y estima a sus alumnos y que está dispuesto a ayudarlos en cualquier momento; que les exija mucho, precisamente porque espera mucho de ellos. Si además es buen deportista, toca flauta o acordeón, conoce la naturaleza y sabe acampar, tendrá muchas más posibilidades todavía de realizarse plenamente con los muchachos. Algunos de nuestros profesores tuvieron una influencia enorme en los muchachos por el ideal que representaban para ellos como cristianos, como padres de familia, como adultos; pero eso impone una vida enteramente dedicada a su misión de educador. Significa para nosotros renunciar a la seguridad del sistema antiguo con su tradición, su disciplina, y a la tranquilidad de tener sus “horas de servicio” o su “turno”. Para muchos la aventura es demasiado cansadora o insegura. Para unos pocos, la aventura de la educación vivida plenamente en un buen grupo de amigos les permitía encontrar una comprensión y un calor que sobrepasa lo que habían podido imaginar. Para nuestros alumnos teníamos que ser “verdaderos adultos” en toda nuestra vida, es decir, tomar en serio a los niños y a los jóvenes, enfrentarles con toda nuestra personalidad. Cuando se toma a los jóvenes en serio, se pueden escuchar seriamente sus problemas, se les puede decir cosas que a veces duelen, se puede exigir que nos escuchen. Es sobre esta base como nace la confianza y se establece el diálogo. Lo más hermoso que descubre, entonces, el educando es que él mismo está educándose y creciendo. Se descubre que entre educadores es posible crear una relación de confianza auténtica y profunda. Que es posible llegar a conocerse lo suficiente, para poder tranquilamente mostrar sus debilidades y aceptar la ayuda de los demás. Con una colaboración tan completa, los profesores no tendrán que soportar la soledad. Suprimiendo la frontera tradicional entre maestro y alumno, ambos pueden cada día aprender mucho uno del otro. Nuestras reuniones y consejos tienen probablemente muy poca semejanza con los tradicionales “Consejos de profesores”: hay siempre muchas cosas que tratar, pero lo más importante es siempre el problema personal de tal o cual alumno. El hecho de sentirnos juntos nos ha ayudado mucho; creemos que es bueno comer juntos, muy especialmente si a veces las familias de nuestros profesores pueden participar y conocerse entre sí. El ideal es cuando nos reunimos con algunos alumnos y padres de familia, y cantar y reír juntos; o cuando alrededor de la mesa del Señor podemos todos sentirnos muy unidos en la oración y en el canto. 2. NUESTRO MUNDO Y SUS PERSPECTIVAS 2.1 UN MUNDO MARCADO POR LA TÉCNICA Y EL PROGRESO Nadie puede hoy día tener una idea clara de lo que será el mundo de mañana; tal vez sean los autores de libros de ciencia-ficción los que, con su fantasía, se acercan más a la realidad... Basta para nosotros ver en nuestro país las obras que se están construyendo: inmensas represas de Rapel o de Colbún que darán al hombre más poder, el Metro de Santiago, que cambiará totalmente las condiciones de vida; el inmenso esfuerzo para mejorar las viviendas, para darnos cuenta que la técnica, al servicio del hombre, organizará nuestras vidas. Por otra parte, un mundo como el que vemos hoy en los países más desarrollados, muestra los prodigios de inteligencia científica y técnica junto a los peligros que entrañan. No podemos ignorar las nubes amenazantes que se ciernen tanto sobre los países más poderosos como sobre los más pequeños: la bomba H, las arma nucleares, el agotamiento de los recursos naturales, la contaminación del ambiente, la explosión demográfica y la creciente agresividad internacional parece conducir casi inevitablemente a una catástrofe. Indudablemente, ciertas adquisiciones de la humanidad son definitivas, especialmente en el aspecto científico y técnico y es seguro que los hombres del futuro llegarán a dominar cada vez más las leyes de la naturaleza. Pero, ¿con qué fines? ¿Y con qué imprevisibles resultados? Mirando el futuro con optimismo, podemos afirmar: primero, que la suma de los conocimientos irá siempre aumentando y que, paralelamente, los medios de información se irán desarrollando. La humanidad conocerá cada vez más lo que es el mundo y llegará con el tiempo a poder utilizar todas las fuerzas que contiene. Nuestras máquinas electrónicas resuelven en algunos minutos problemas que un equipo de sabios, trabajando durante decenas de años, no llegaría a solucionar. Nuevos inventos surgen en uno y otro dominio de la ciencia, haciendo posible su aplicación a las industrias de paz y a mejorar las condiciones de vida de los hombres. En este mundo más científico y más técnico, los hombres deberán ser necesariamente cada vez más solidarios unos de otros: lo que ocurre en cualquier lugar apartado de la tierra tiene inmediatamente una repercusión, directa o indirecta, en el resto del globo. Vemos que, en el caso de Chile, la economía ha sido, por ejemplo, afectada por los incidentes del petróleo provocados por países lejanos de nosotros, y cualquier movimiento en África o en otros continentes puede incidir en el precio del cobre, base de nuestra economía. Esta solidaridad hace necesaria la especialización en todos los niveles: cada nación vive en relación íntima con las otras: el cobre o la lana de Chile se utilizan en Japón o en Bélgica, y los transistores japoneses están en los puntos más diversos de nuestro país. En nuestra época ya no hay más humanistas que puedan aspirar a un conocimiento enciclopédico de toda la ciencia humana: los sabios ya han desaparecido y han sido reemplazados por los investigadores, quienes, modestamente, en su lugar de un laboratorio especializado, tratan de aclarar un punto limitado de los conocimientos humanos. Todos esos especialistas ignoran los múltiples otros aspectos del conocimiento o de la técnica, pero son miembros de un cuerpo solidario, que es la humanidad. Este mundo más rico en conocimientos y en medios, más solidario, es también más poderoso y dinámico. Este poder, este dinamismo, ¿será para la libertad y la paz o para la esclavitud y la destrucción? Es aquí donde el problema de la libertad del hombre toma una dimensión nueva y el problema fundamental llega a ser el de la educación de estos hombres que dispondrá de tan inmenso poder. ¿Cuántas fuerzas y armas se han acumulado para que los hombres logren matarse mutuamente? ¿Cuántas fábricas siguen acumulando cañones, bombas y misiles? Nuestros hijos, que mañana manejarán fábricas, estudiarán los radares o descubrirán nuevas fuerzas, artefactos e instrumentos, ¿lo harán para construir un mundo mejor o para destruir y sembrar odios...? Eso depende totalmente de nuestra manera de vivir actual y de lo que nosotros, los adultos de hoy, legaremos a nuestros hijos. Y, ¿cuáles son las perspectivas que presentamos, en este sentido, a nuestros hijos? Seguramente, como lo afirman los periódicos, nuestro mundo es dinámico: la producción aumenta constantemente, junto con el nivel de vida. Parecería que el ideal es llegar al standing de los países superdesarrollados; pero, cuando miramos la manera de vivir de esos pueblos, podemos constatar que están lejos de responder al ideal de humanidad al cual aspiramos: una civilización basada en la T.V., en la búsqueda exclusiva de la comodidad, y en la necesidad cada vez mayor por todos los productos de consumo, necesidad que ofrece más bien perspectivas de aburrimiento o atontamiento. Son los jóvenes de hoy los que tendrán que inventar el mundo de mañana y construir esta verdadera fraternidad, que impedirá que pueblos acosados por el hambre y el egoísmo de sus vecinos puedan encender la chispa que aniquilará nuestro mundo... Toda la orientación de nuestra educación será, pues, dar a nuestros jóvenes la posibilidad de adquirir el sentido indispensable de la libertad, del riesgo, de la empresa. Recordarles que Dios nos ha confiado nuestro mundo para dominarlo; que deben aceptar con confianza el desafío de construir un mundo solidario en el que nada se puede hacer si no hay unión entre los hombres. Ofrecerles en nuestra educación, la posibilidad de aceptar libremente estas disciplinas que darán eficacia a su trabajo colectivo. Este mundo que se prepara trae también nuevas exigencias. La caridad ya no es de persona a persona: no basta con alimentar a algunos hambrientos o curar a algunos enfermos. Es necesario, hoy día, inventar nuevas formas de la caridad y de la justicia, y estas formas serán a nivel de las colectividades, de las naciones y la de humanidad entera. 2.2 UN MUNDO A NIVEL DEL PLANETA Y DEL UNIVERSO En el mundo actual el desarrollo de la historia se acelera cada vez más, las distancias ya no existen y cada uno de los hombres está informado de lo que pasa en los mismos instantes del acontecimiento. La población se va multiplicando a un ritmo creciente y miles de hombres sufren hambre. Nuestro mundo cambia sus dimensiones y las naciones descubren que si quieren subsistir deben ser solidarias. Una revista publicó recientemente los cálculos que reducían en un solo año toda la aventura humana, y sus conclusiones son realmente impresionantes. Hace 365 días el hombre apareció en la tierra... Descubrió el fuego hace 220 días y, mucho después, hace sólo 60 días, entra en la edad de la piedra; hace 7 días que vive en las cavernas, y sus primeros escritos tienen 36 horas de edad. La era cristiana empezó sólo hace 24 horas, y hace 40 minutos que se inventó la electricidad. Hace 20 minutos funcionó el primer motor a explosión y el primer sputnik empezó la exploración del espacio hace menos de tres segundos... Evidentemente estos cálculos son muy aproximados, pero indican que nuestra gran revolución técnica ha empezado sólo hace 40 minutos y su carrera se acelera cada vez más. Cuando llegué a Chile, hace unos 25 años, necesité más de dos meses de viaje; ahora hago regularmente este viaje en 24 horas; mañana, con los aviones supersónicos, será más rápido llegar a París que atravesar Santiago en micro. Durante siglos, las noticias demoraban tanto tiempo en llegar que ya no tenían ningún carácter de actualidad; hoy día, por la radio y la T.V., somos espectadores de los acontecimientos mundiales o de los grandes eventos artísticos o deportivos, así como, virtualmente, podemos participar de todos los descubrimientos científicos, pero estamos también sometidos a todas las propagandas políticas o a las informaciones tendenciosas que se van difundiendo por el mundo. Cada día hay cien mil hombres más sobre la tierra: aproximadamente treinta y cinco millones de nuevos habitantes en un año. Para llegar a una población de tres mil millones de hombres se ha necesitado toda la historia de la vida: ¡bastará con treinta años, en el ritmo actual, para duplicar esta cifra! Una de las consecuencias, es que nuestro mundo está poblado casi en un 50% por jóvenes de menos de 20 años. Antes de la guerra del 14 había menos de 50 países independientes en el mundo. Hoy día hay más de cien, y el gran movimiento de independización de los pueblos ha cambiado completamente todo el mapa del mundo. Frente a los “nacionalismos” que hemos conocido en los principios de este siglo y que han provocado tantos conflictos, ha aparecido el sistema de cooperación entre los pueblos..., y ya Europa aparece unida económicamente, como primer paso hacia una política internacional y una supresión de tantas fronteras que dividen nuestra tierra. Parece, además, que el temor de las naciones amenazadas por medios de destrucción cada vez más potentes, les ha llevado a procurar una mejor coexistencia y nuestra edad nuclear está exigiéndole a los hombres a descubrir la única solución, que es la que se basa en la comunidad de los destinos de todas las naciones. Ya la Organización de las Naciones Unidas, a pesar de sus imperfecciones, dibuja el esquema de una sociedad internacional en la que todas las naciones tienen su poder de determinación. Sin embargo, en este mundo internacionalizado, las distancias crecen entre los niveles económicos de los pueblos; un 36% de los habitantes de nuestro mundo poseen el 80% de los recursos mundiales. Esta desigualdad, que aparece ahora más claramente, ofende la justicia de Dios. De tres hombres, dos tienen hambre. En África y en India, más del 75% de los habitantes son analfabetos, y el Perú casi el 50%. La humanidad toma conciencia de su unidad, pero, ¿qué forma va a tomar esta unidad? Los materialismos han fracasado; los totalitarismos, que menoscaban a la persona humana, no han podido construir nada. Es el mensaje de Cristo, el Evangelio con su mandamiento de Amor, el que aparece como la única solución al problema de nuestra comunidad humana. 2.3 DIMENSIONES SOCIALES DE NUESTRA EDUCACIÓN La Encíclica Mater et Magistra, define la socialización: “una multiplicación progresiva de las relaciones en la vida de la sociedad”. Esta socialización puede llevar al desarrollo de las personas, y también ser una amenaza para la humanidad: podemos decir que ella será lo que nosotros la haremos y dependerá en gran parte de la orientación que daremos a la educación de los que hayan de construir esa sociedad. Junto con la socialización aparece el peligro de una masificación, que tiende a limitar las libertades esenciales y el bienestar. Los seguros contra la enfermedad y los accidentes, el progreso de la instrucción, la exagerada comodidad, la “buena vida”, debilitan todo gusto para el riesgo, todo espíritu de aventura. Nuestra posición de cristianos, frente a estas realidades, no puede ser negativa o nostálgica, añorando un pasado que no regresará. Debemos sentirnos responsables de la formación de esta “masa”, ya que, por el Evangelio, somos la levadura que debe preparar el reino de Dios. 2.4 UNA EDUCACIÓN BASADA EN EL CRISTIANISMO Reflexionando sobre estos aspectos de nuestro mundo, nos damos cuenta de que todo está todavía por decidirse; nada está ya concluido. A la humanidad parece que se le presenta de nuevo el problema de nuestros primeros padres; escoger entre el bien y el mal. Efectivamente, comparada con los 500.000 años de nuestra historia, la era cristiana comenzó hace muy poco y su duración de breve; las aplicaciones de la ciencia y de la técnica son de ayer no más. Parece que el ritmo de nuestra historia, que fue muy lento en sus principios, va adquiriendo una velocidad que nos desorienta: la humanidad toda no alcanza a darse cuenta plenamente de su poder y de su porvenir. Ahora no es un individuo, jefe de la humanidad, el que debe escoger. No es el “hombre persona” quien puede elegir su destino: es el “hombre colectivo”, solidario de toda la humanidad, quien optará por lo mejor o lo peor. Y... nada indica que escogerá necesariamente lo peor. El cristiano no tiene nada que temer de los progresos de la ciencia y de la técnica. El peligro no radica en la adquisición de más conocimientos; el peligro sería creer que, con las “verdades provisorias” que vamos acumulando, hemos llegado a poseer toda la Verdad. El poder que la ciencia va otorgando incesantemente al hombre le permite cumplir con su misión providencial de someter el universo y de continuar la obra creadora de Dios. Frente a estas posibilidades, hay también paralelamente el poder de destrucción: las fuerzas del mal. La ciencia lleva consigo la posibilidad de destrucción por la bomba y las armas nucleares: las nuevas condiciones de vida que crea la técnica implican, aunque de manera no tan explosiva, resultados fatales para el hombre, para su vida y su alma; ciencia y técnica pueden oponerse al servicio de la injusticia y de un materialismo, donde los imperativo comerciales priman sobre las necesidades genuinamente humanas. Además, los experimentos de la biología son capaces de cambiar radicalmente la misma fisiología del hombre, con las consecuencias que sólo puede imaginar la ciencia-ficción. Nunca el hombre se había encontrado ante tales posibilidades, y son las fuerzas espirituales las que le permitirán orientarlas hacia el bien. Como lo dice San Pablo: “Todo les pertenece, pero ustedes son Cristo y Cristo es Dios”. Otro aspecto que hemos presentado es el hecho de que se está formando una conciencia mundial, creando una solidaridad de la que los hombres toman poco a poco conciencia. Esta solidaridad puede llegar a ser una preparación al Cuerpo místico del que habla San Pablo, donde cada hombre es a la vez una persona única y la célula de un cuerpo cuya cabeza es Cristo. Este tipo de socialización puede llegar a organizar todo nuestro mundo para una mejor distribución de los bienes materiales y espirituales, un mundo donde haya más justicia y más amor. Todo está ligado íntimamente a la educación que daremos a nuestros hijos: esta esperanza, que nos permitiría integrarnos al plan de Dios, debe formar parte de lo que, nosotros los adultos de hoy, podemos entregar a los hombres de mañana. Toda esta aventura de la humanidad contemporánea ha sido percibida por Teilhard de Chardin: “El mundo se transforma: llega primero a la aparición de la vida, después nace la conciencia individual y, finalmente, la conciencia colectiva, que tiene la misión de continuar esta evolución”. Los esquemas demasiado sencillos que hemos heredados del siglo pasado con su materialismo y su ateísmo, nos parecen pasados de moda y no resisten a la formidable transformación del mundo. Podríamos extraer de todas estas consideraciones que hemos presentado unas actitudes concretas: la primera sería querer comprender, no juzgar y no condenar sin haber primero estudiado con simpatía todos estos aspectos nuevos y hasta revolucionarios que nos desconciertan. La segunda es tener una actitud positiva, optimista y dinámica. No podemos quedar nostálgicamente atados a ideas o prácticas de tiempos pasados, mirando pasar el tren: tenemos nuestro puesto dentro de él y somos responsables de su dirección. Tenemos la misión, como educadores, de participar en la edificación de las estructuras de este mundo. Finalmente, nuestra actitud debe ser, más que nunca, llena de amor y de entusiasmo; no se trata, como en nuestros viejos libros de oración, de huir del pecado en este valle de lágrimas para ganar el cielo; se trata de construir el Reino. Y este Reino lo construiremos juntos, partiendo de todas las posibilidades nuevas que nos da nuestro mundo. Seremos educadores en la medida en que seremos “de nuestro tiempo”, colaborando a la misión de todos los hombres para dominar la tierra y continuar la creación de Dios. 3. EL SISTEMA ESCOLAR Y LAS NECESIDADES DE NUESTRA SOCIEDAD Parece evidente que, en el mundo entero, el sistema escolar está haciendo crisis, quizás precisamente porque en nuestra época hay cada vez menos “escuelas” y todo está denominado por el “sistema” con sus exigencias uniformes, sus controles, inspecciones, comisiones, leyes y exámenes, que han llegado a ser como lo fundamental de la educación estatizada. Las sociedades se han apoderado de nuestra escuela, han creado los sistemas escolares que parecen ser precisamente la caricatura de la verdadera escuela, traicionando muchas veces la educación y orientándola hacia sus intereses o su política del momento y olvidando que su papel es el de preparar a los hombres que tendrán que dirigir, hacer crecer y controlar esta sociedad. Nuestra sociedad está compuesta en un 50% por jóvenes, y parece que la juventud ha dejado de ser el tiempo de transición normal entre la familia y la sociedad para aparecer en el mundo entero como una especie de subcultura juvenil, que es la negación de la educación. Conviene preguntarse si no es precisamente nuestro sistema de educación el que ha provocado esta situación de cierta ruptura con el mundo juvenil. Es significativo que, en muchos países, la escuela sea el centro de conflicto que opone jóvenes y adultos. Los exámenes, en lugar de dar a cada uno oportunidad en la vida, han llegado a confirmar los privilegios socioculturales adquiridos por herencia. Condenar los exámenes nos lleva casi necesariamente a condenar todo nuestro sistema de educación, y el éxito escolar, que en general es reservado a los alumnos que pertenecen a un ambiente socio cultural ya favorecido. En nuestra organización social la juventud queda ubicada en la escuela; conviene recordar que este estatuto escolar de toda la juventud es un hecho social muy nuevo en la historia de la humanidad. Esta escolarización masiva trae una serie de consecuencias que es útil señalar. Primero: esta situación deja a los jóvenes bajo la dependencia económica total de sus padres o de la colectividad; por otra parte, deja a la juventud totalmente sometida a programas y planes de estudio uniformes e impuestos desde arriba, sin posibilidad de iniciativa y sin responsabilidad precisamente en la edad en que el joven quiere vivir, trabajar, crecer y afirmarse. En la edad en que el impulso sexual, muy fuerte, está diferido. Esta dependencia se hace difícilmente soportable en una época que tiende a adelantar la pubertad y a aumentar considerablemente los conocimientos por medio de todos los órganos de comunicación, tal como lo hemos venido señalando. En semejantes condiciones, se entiende que la adolescencia haya dejado de ser un momento de crisis necesaria en una personalidad en formación hacia la edad adulta, para presentares como un tiempo de reacción más o menos fuerte en contra de una vida llena de prohibiciones y de reglas artificiales. Parecería que las generaciones adultas tuvieran interés en mantener a las generaciones nuevas en una situación de espera sin posibilidades de vivir realmente. De esta manera la escuela, agrupando masivamente a toda la juventud, ha creado un grupo social nuevo que poco a poco va descubriendo su identidad. Es como una clase social adolescente; la separación entre juventud y mundo adulto provocada por la escuela es origen de los conflictos de generación que marcan nuestra época. Si bien, aunque los adultos llegan a utilizar esta juventud como un mercado potencial para tantos productos de consumo, no alcanzan, sin embargo, con sus transistores, discos, vestidos y otras frivolidades que han impuesto como necesarias, a suprimir por mucho tiempo en los jóvenes la necesidad de crecer y expresarse. 3.1 FRACASO DEL SISTEMA ESCOLAR TRADICIONAL Por todas partes de nuestro mundo los jóvenes nos han demostrado, a veces por medio de la violencia, su rechazo al sistema actual de nuestras escuelas. La escuela, que debería ser un agente de integración, ha llegado a convertirse en un factor contrario, provocando a veces una ruptura en nuestra sociedad. Esta sociedad se presentaba a principios del siglo como estable y tradicional, y la escuela enseñaba los comportamientos necesarios para entrar de lleno en esta sociedad. Actualmente, con el ritmo cada vez más rápido de progresión de la ciencia y de los medios de comunicación, la adquisición del saber ha llegado a ser una función permanente. La educación ya no puede ser como antes una mera integración de los jóvenes a la sociedad dirigida por los adultos. La escuela no puede seguir siendo el camino único y obligatorio para posibilitar a los jóvenes su acceso al mundo adulto. La psicología escolar concibe frecuentemente la educación como una adaptación casi biológica a la sociedad: así se clasifica a los alumnos en más o menos “adaptados”; ser “adaptado” significa ser normal. Se organizan cursos de recuperación, de perfeccionamiento, de transición, que permitirán al alumno entrar de nuevo en la normalidad del programa, es decir, “ser igual a todos”. Muchas de las imposiciones de los programas no corresponden ya de ninguna manera a las realidades culturales de hoy. Equivale, quizás, a adaptar coercitivamente a nuestra juventud a un mundo enfermo, como ocurrió hace algunos años en nuestro país, cuando se pretendió imponer una educación marxista preparando al alumno para una sociedad marxista. Parece que nuestro proyecto educativo tendría más bien que permitir a los jóvenes ser “ellos mismos”: desarrollar todas sus posibilidades, crear sus propias normas y ser los principales agentes de su propia educación, en lugar de ser meros sujetos manejados por organismos y programas. Podrían, así, prepararse para el papel que desempeñarán en un mundo cada vez más complejo. El ambiente de imposiciones y de represión de la escuela es consecuencia del hecho de que la escuela pretende “hacer adultos”, siendo que el papel verdadero de la educación debería más bien permitir a los jóvenes desarrollar planamente sus posibilidades de niño y de adolescente y no imponerles desde pequeños un molde de adulto reducido. De esta manera se ha desprestigiado el modelo del adulto, hasta tal punto que actualmente son más bien los jóvenes quienes imponen su vocabulario, sus vestidos y hasta su manera de pensar a un mundo adulto desorientado. Cuántos padres imitan la manera de hablar o visten los mismos blue jeans de sus hijos. Imitan sus modales, sus gustos, y en lo posible, su estilo de vida. En un congreso de juventud, los muchachos se quejaban en sus conclusiones de que ya no había más padres o maestros, sino “compinches”, y llegaban a hablar de una generación sin padres. En estas condiciones es bien difícil sostener una educación que toma como modelo al adulto. 3.2 ILUSIÓN PEDAGÓGICA Nuestra escuela ha llegado a aislarse completamente del mundo para el cual prepara a los estudiantes, y ellos mismos llegarán a tener como única función la de asimilar unos conocimientos entre tantos cuya importancia depende, muchas veces, de la autoridad de turno. El antiguo “maestro” ha dejado de ser lo que representa esta bella palabra, para convertirse, en cambio, en un agente delegado de la sociedad, encargado de comunicar a la juventud los conocimientos necesarios al “perfecto ciudadano”. La escuela, repartiendo su sabiduría bien trozada en distintas materias según los programas, impide cualquier espíritu de aventura, de iniciativa, de búsqueda personal, cualquier afán de descubrir cosas nuevas, e impide a todo precio el juego de la imaginación. El alumno que no aprende nada sobre sí mismo, o sobre los hombres o sobre la vida, tiene la impresión de una enorme pérdida de tiempo. Se siente inútil a la sociedad en una época de su vida en la que, según ha leído en los manuales escolares, Alejandro había conquistado el mundo, Mozart había compuesto sus más hermosas melodías y Rimbaud había escrito sus versos más originales. Todas estas consideraciones parecerían indicar que el campo de la educación ha quebrado los muros de la escuela... y que nuestro papel es encontrar otros caminos que correspondan a las necesidades de una época que sigue cambiando a un ritmo acelerado. Parece también que esta búsqueda de caminos nuevos no es sólo tarea de los adultos o de los profesores, sino que necesita la participación de los principales interesados: los jóvenes. Las condiciones de nuestro mundo, parecen indicar que los jóvenes asimilan con mayor profundidad e interés conocimientos más reales en el contacto con el mundo exterior que encerrados entre los muros de una escuela. La experiencia y las estadísticas señalan que, frecuentemente, jóvenes que no terminan sus estudios secundarios alcanzan más rápidamente a obtener una madurez intelectual superior y pierden este carácter de adolescentes atrasados, que es muy propio de nuestros estudiantes de 17 o 18 años. La razón es que la escuela representa sólo un aspecto de la educación: posiblemente el aspecto menos significativo. El principal aspecto queda a cargo de la familia, de los grupos juveniles de toda clase, de la calle y de la misma sociedad. Es la escuela la que impuso su forma de educar, dejando como “extraescolar” todos los demás aspectos de la formación. En nuestra realidad social, la escuela no puede seguir imponiendo su monopolio de la educación: ya hemos mostrado que no se trata de “formar adultos”, ya que el adulto, a su vez, debe seguir formándose. Comunicándonos mutuamente nuestros conocimientos, habilidades y experiencias, ¡todos somos educadores y también educandos! La misma escuela debe llegar a favorecer por sobre sus imposiciones, programas y sistema represivo, la creatividad, la espontaneidad y la imaginación necesarias para adaptarse continuamente a un mundo que cambia. Para eso hay que inventar un nuevo tipo de maestro, que sea capaz de superar una educación meramente formal e impuesta, que se muestra hoy como totalmente ineficaz y caducada. Esta actitud no significa, sin embargo, caer en la exageración de pretender “cambiar por cambiar”, como lo hacen fácilmente educadores llenos de buena voluntad pero muy apartados de la realidad. Hablan de “participación” o de autoridad “no-directiva”, sin llegar a fondo del problema. El niño no ingresa a la escuela para recibir la instrucción que le permitirá ganarse la vida; la escuela no tiene tampoco el fin de formar buenos ciudadanos o buenos cristianos. Ciertamente estas finalidades están entre sus objetivos, pero su finalidad mayor es la de despertar en el joven su vocación intelectual y espiritual, abrirle a la cultura, al humanismo. Si nuestra escuela se impone como un organismo educador “oficial”, queriendo abarcarlo todo, pierde su verdadera finalidad. La palabra “escuela” ha llegado a tener en nuestra época una importancia exagerada; se quiere “escolarizarlo” todo; parecería que ninguna formación es seria si no está entregada por una escuela “oficial”, por profesores “titulados”, con los cartones y los timbres que les acreditan como especialistas. Se ha llegado a crear “autoescuelas” para enseñar a manejar: hasta en nuestros mejores movimientos de juventud se habla de “campamentos-escuela” para formar los dirigente, y parecería que nada serio se puede hacer sin recurrir a los procedimientos escolares: el pizarrón, los cursos colectivos y las clases magistrales, los medios audiovisuales, las sillas y los bancos indispensables para que haya una “verdadera” escuela “reconocida” por la autoridad y que otorga títulos “válidos”. Hay escuelas de esquí, escuelas de atletismo, escuelas de fútbol, y hasta escuelas de belleza y por correspondencia... Tenemos “jardines de infancia”, término que usan los alemanes y que está mucho más cerca de la realidad, pero resulta que hay muchos que desean llamarlos “escuelas maternales”. Y la palabra escuela trae aparejada toda la secuencia de puntaje, exámenes, selección, eliminación, comisiones examinadoras, que han llegado a invadir cualquier actividad organizada para los jóvenes; conjuntos corales grupos de teatro o deportivos juveniles, necesitan contar con su reglamento, su puntaje, su “comisión” de jueces especializados..., es decir, ceñirse al modelo escolar, lo que hace perder la espontaneidad y la riqueza de intercambios que estas reuniones podrían desarrollar. ¿Cómo hablamos tanto de la escuela nueva o de la escuela moderna, siendo que nuestras estructuras escolares han cambiado tan poco en medio siglo? Parece que no hay ningún sector de la actividad humana que se haya adaptado tan mal a una nueva manera de vivir, y que la proliferación de charlas o artículos sobre el tema de los nuevos métodos en educación o sobre una escuela abierta a la realidad, demuestra sólo que la escuela ha seguido siendo un ambiente cerrado, donde los únicos realmente activos son los profesores. Cuando hablamos de la necesidad de una educación permanente debemos darnos cuenta que, si por ella entendemos una extensión de nuestro sistema escolar, sería realmente catastrófico. Si queremos darle un valor real, esta educación permanente debería estar integrada a la vida y, por lo tanto, se trataría ya de algo diferente a la escuela. Por otra parte, esta educación permanente es capaz de constituir el modelo posible para una nueva educación que responda realmente a las necesidades de nuestra sociedad. Un excelente inspector general de un colegio “muy moderno” me mostraba, el año pasado, con gran orgullo su escuela recientemente reconstruida, señalándome que podía controlar fácilmente todo lo que hacían sus 2.000 alumnos y lo que ocurría en las salas de clases. Efectivamente, su colegio parecía un acuario, con sus vidrieras, detrás de las cuales circulaba todo un mundo de profesores y alumnos cuidadosamente vigilados; hasta pude ver en su oficina un sistema muy ingenioso de micrófonos y parlantes que permitía comunicarse con todas las salas para dar sus instrucciones y también para escuchar lo que enseñaban sus profesores. ¿Educación o domesticación? Pensé en la necesidad de que cada escuela fuera realmente una “casa de jóvenes”, donde todos se conocen y donde el educador no es un “inspector”, sino un adulto que comparte la vida y las inquietudes de todos y trata a cada uno por su nombre y su individualidad, no por la lista de los apellidos; donde el profesor no es el “señor tal” o el “profe”, si es que no le toca admitir un sobrenombre que lo califique de antemano. Es Jorge, Roberto, Germán…, un hombre en el que se puede confiar, con su personalidad, su familia, sus cualidades y defectos, y no un ser despersonalizado, tan despersonalizado como los alumnos que esta escuela pretende formar. Se podría objetar que en muchos colegios no ocurre así, que hay extraordinarias realizaciones, que han formado personalidades y que están plenamente abiertos a la vida; pero, podemos preguntarnos: estas realizaciones de tropas scouts, de grupos de teatro, academias, centros de deportes, ¿han sido llevadas a cabo gracias a la escuela o a pesar del sistema escolar? La Iglesia nos ha dado en este sentido el ejemplo de la renovación: la Misa, que hasta hace poco era “seguida” por los fieles como un espectáculo, es ahora una participación en la que todos están comprometidos. Las estructuras de la liturgia han sido modificadas, lo que ha provocado un cambio en las ideas, en la manera de pensar y de vivir, han nacido iniciativas nuevas, que han sido a veces criticadas, pero que, en general, enriquecieron considerablemente las relaciones del hombre con Dios e hicieron vivir más plenamente el espíritu del Evangelio. Nos parece evidentemente muy utópica o exagerada, la posición de ciertos pedagogos que desearían llegar a la supresión de la escuela. Tampoco pensamos que lo realizado en el pasado es malo: es cierto que, a pesar de estructuras pasadas de moda, se han podido llevar a cabo cosas muy positivas. Pero nos parece fundamental si queremos favorecer los cambios necesarios que ya se están produciendo, modificar profundamente las directivas pedagógicas responsables en general del sistema educacional. Una escuela realmente abierta a la vida, debe lograr modificar tan profundamente sus estructuras que llegaría a cambiar la idea misma que nos hacemos de la escuela y ya no cumpliría con las normas habituales impuestas por las autoridades educacionales. 3.3 CAMBIAR TAMBIÉN LOS MUROS Ya hemos hablado de los colegios-acuarios o de los colegios-fábricas, donde los niños no encuentran ningún rincón para esconderse y donde se sienten perdidos en unos edificios tan funcionales, tan utilitarios y deshumanizados. Cuando miramos nuestras salas de clases nos damos cuenta que, en una edad en que la principal preocupación del joven es “crecer”, afirmarse y ser tomado en serio, los edificios parecen nivelar las edades: salvo el tamaño de los bancos (y no siempre), todo es igual desde la primera preparatoria con sus chicos de 6 o 7 años, hasta el último curso Medio, con sus jóvenes de 17 o 18 años. Creemos que es fundamental separarlos en edificios distintos, concebidos de manera distinta, según las edades. Los muros deben también responder a las necesidades de una verdadera educación. El colegio debe llegar a ser, en sus mismos edificios, una casa donde se vive y donde los jóvenes puedan arreglar y modificar su sala según sus intereses. El ideal es que el joven se dé cuenta, al entrar en “su casa”, que ya no se le considera como niño para que haya poca probabilidad de que siga portándose como tal. La irresponsabilidad de muchos de nuestros alumnos se debe, en gran parte, al hecho que la misma estructura material de su escuela no les da conciencia de que van creciendo y madurando. Por otra parte, numerosas escuelas parecen haber sido construidas para desafiar los siglos: los pedagogos piensan, a veces, que sus ideas son definitivas... Sin embargo, ya lo hemos dicho, la educación y la enseñanza están llamadas a cambiar mucho más en nuestra época que antes, si quiere responder a las necesidades y a los progresos de las técnicas de nuestro mundo. Los muros antiguos de muchos colegios, hacen muy difícil los cambios profundos que exigen los adelantos de la pedagogía: parece necesario que los arquitectos escolares construyan edificios cuyo arreglo interior pueda fácilmente transformarse. Un excelente pedagogo me decía recientemente que prefería en lugar de un edificio moderno “definitivo”, como local, un “galpón”, cuya estructura interna podía arreglarse según las necesidades. Hemos hablado de los colegios cuya función primordial parece ser la de reunir a los alumnos para controlarlos: toda su arquitectura parece, en efecto, responder a esta necesidad, siendo que lo esencial de la educación es la comunicación: comunicación de la enseñanza a los alumnos, comunicación de los educadores entre ellos, comunicación de los adultos (profesores y padres, vecinos...) con los jóvenes y, especialmente, comunicación de los jóvenes entre ellos. Los muros deberían permitir el funcionamiento de las actividades que facilitan esta comunicación. Para que esta comunicación sea posible, para que los que forman la comunidad escolar puedan tener contactos y conocerse entre sí, parece también necesario, si los medios económicos lo permiten, que el número de alumnos en cada curso, y también el total de alumnos, profesores y padres de familia de un colegio, sea a “escala humana”, es decir, que tanto los profesores jefes como el rector, puedan conocer y guiar a sus alumnos. Es necesario también, para que esta comunidad sea eficaz, tener lugares de trabajo individual (biblioteca con sala de lectura, laboratorios..) y también las facilidades para el trabajo en grupos, que estimule a los alumnos a dialogar, preguntar y expresarse. Podemos pensar que la escuela, considerada de esta manera, habría de extenderse mucho más allá de sus muros. Tantos de nuestros colegios con sus patios de deportes, teatros, salas, etc., quedan sin utilizarse gran parte del día y están cerrados en ciertos períodos del año, en barrios o pueblos donde la juventud no tiene adónde ir para jugar y formarse. Es útil, además, comprender que una excelente educación no necesita obligatoriamente de locales perfectos; las mejores experiencias pedagógicas se han realizado habitualmente en locales muy simples, en antiguas casas de habitación donde los alumnos, si bien no tenían toda la comodidad, se encontraban, sin embargo, a sus anchas y se sentían responsables de la construcción y mantención de “su casa”. 4. FORMAR OTRO TIPO DE "MAESTRO" "Cada época se caracteriza por sus peculiaridades históricas particulares, configurando un tipo de hombre que es reflejo directo de la época en que vive y se desarrolla. La de hoy es particularmente conflictiva, problemática, dramáticamente compleja. El impacto de la explosión demográfica, el afán desmedido de dominio, el sangriento problema racial, la creciente incomprensión entre los países y la desoladora incomunicación humana, intensifican y agravan las luchas sociales en diversas regiones de la tierra. La miseria y el hambre, han transformado al hombre en un obstinado luchador contra el hombre. El núcleo familiar se ha resentido, dejando puerta abierta a la frustración de la familia, que ya no constituye un factor de unidad ni gesta valores en la medida tradicional, dando origen a uno de los más agudos problemas de las nuevas generaciones. Y en este caótico estado de cosas, la existencia de una precaria situación de los pueblos impide el desarrollo material y espiritual del conglomerado humano; la acción del hombre, en estas especiales circunstancias, parece estéril, inútil y sin esperanza. ¿Cómo encontrar, entonces, un tipo de maestro que encuadre en esta angustiosa situación? Será necesario analizar con mucha atención, serenidad y juicio crítico las premisas fundamentales que permitan configurar un tipo de profesor capaz de enfrentar y enfrentarse a los problemas de su tiempo; que tenga las condiciones personales para compenetrarse a su delicada función; que posea un bagaje de cultura superior para que pueda transmitirlo a las juventudes de mentalidad moderna y espíritu renovador; que sea capaz de erguirse en su real dimensión de educador para que, con su esfuerzo e inteligencia, logre intervenir activamente en el proceso de transformación social". (Documentos de la Superintendencia de Educación, Oficina Técnica). Es muy importante constatar, por el mismo documento que acabamos de citar, que las autoridades educacionales están preocupadas de responder a las exigencias de nuestra sociedad, formando un nuevo tipo de profesor. Es útil, ante todo, esclarecer los fines de nuestra enseñanza: ¿acumular conocimientos "útiles"? pero, ¿qué clase de utilidad? ¿Enseñar a aprender?, ¿enseñar para crear o producir cosas nuevas? No podemos aceptar una educación prisionera de su pasado. Ya hemos planteado que las condiciones de un mundo moderno han acortado las distancias y el tiempo, reduciendo también el esfuerzo y el trabajo del hombre. El mismo heroísmo ha llegado a ser casi dependiente de la técnica y de la ciencia. El héroe de la aventura moderna es el complejo científico de expertos y máquinas que elaboran, verifican y guían la fabricación de un simple aparato doméstico o de un satélite artificial. Es fácil prever que esta técnica reducirá la iniciativa individual y quizás disminuir la libertad del hombre. llegue a Es el desafío hecho por la técnica a nuestra educación. La escuela no puede -parece evidente- seguir en su carrera a este mundo que cambia a velocidad vertiginosa; quizás ni sea deseable que lo haga. Por su estructura y sus objetivos esenciales, la escuela es la fuente donde se alimentan las comunidades regionales, nacionales y humanas, bases del desarrollo de la humanidad. Es normal que la escuela, como la familia o la Iglesia, sea conservadora del patrimonio de sabiduría humana, en la que el niño encontrará su razón de ser y su orientación. Es el fundamento de toda forma de humanismo: sea el humanismo de nuestra cultura clásica, sea un humanismo basado en las culturas modernas o exóticas. Es deseable, a pesar de todo lo que hemos dicho anteriormente, que la escuela ofrezca una cierta resistencia a los entusiasmos exagerados para las ideas de moda, las orientaciones fáciles y las distintas recetas que nuestra sociedad, tan cambiante, presenta sucesivamente. Podemos afirmar con A. Berge: "El verdadero liberalismo en educación consiste en favorecer la evolución armoniosa del niño, en tanto que existe un falso liberalismo demagógico, del que conviene desconfiar, pues se limita a proporcionar satisfacciones limitadas -sin duda no todas despreciables-, pero deja de lado el verdadero problema y, al obrar así, no aporta al individuo ni libertad auténtica ni sentimiento auténtico de libertad". La escuela, respondiendo a las necesidades de nuestra época, tendrá necesariamente una vocación técnica y práctica, conservando, sí, sus raíces en las tradiciones de un humanismo desinteresado pero no deshumanizado. En sus objetivos la escuela no puede contentarse con realizar las tareas que bastaban al mundo de ayer, un mundo que evolucionaba lentamente, en el que las técnicas fundamentales artesanales y las necesidades de la vida cotidiana se transmitían de una generación a otra sin mayores modificaciones ni problemas. Además, en un mundo donde los individuos y las culturas están cada vez más enfrentados, la escuela asume la misión de enseñar la comprensión y la tolerancia, que van más allá no sólo de los regionalismos o nacionalismos habituales sino también más allá de un humanismo clásico y occidental. Frente a estas exigencias educativas, que se presentan como casi contradictorias, el educador tiene un papel bastante difícil, especialmente si está también controlado en su acción por estructuras, métodos y sistemas de enseñanza impuestos y desadaptados, en los que los exámenes y todo el aparato tradicional de calificación y de eliminación aparecen contraproducentes. Habitualmente nuestros sistemas ignoran al alumno como personas: frente a la "administración" todopoderosa, el alumno aparece como una entidad abstracta, lo que impide cualquier acción educativa verdadera. El hombre cuya misión debería ser la de educar, es considerado como dispensador de conocimientos en el cuadro de programas estrechos, controlado por instrucciones oficiales, habitualmente disciplinarias. Además, el peso de los "especialistas" que defienden "su" ramo hace imposible cualquier trabajo de conjunto. En estas condiciones los esfuerzos para realizar una educación verdadera, quedan aislados frente a la ausencia de un proyecto educativo global y cuando las orientaciones pedagógicas ignoran deliberadamente las condiciones concretas de la formación de personalidades. Sólo liberados de las imposiciones actuales, los equipos de profesores podrán elaborar para su escuela, su ambiente, un sistema educativo de acuerdo con sus propias disposiciones y competencias, con la población escolar, las condiciones socioeconómicas de los padres y las condiciones climáticas y geográficas locales. Parece, pues, necesario romper esta unidad ficticia que se ha creado y aceptar que cada colegio, cada comunidad escolar con sus muros, su barrio, sus alumnos, profesores y padres, tengan sus objetivos, sus caminos, sus opciones. Necesitamos también controlar y evaluar el trabajo escolar; conocer sus resultados provoca siempre un esfuerzo para mejorar sus posibilidades; además, como nuestros alumnos están llamados, con no poca frecuencia, a cambiar de colegio, es preciso encontrar elementos objetivos de apreciación que permitan ubicar los alumnos, ya que preconizar la necesidad de suprimir cualquier control sería totalmente utópico. Pero ¿qué controlan actualmente los exámenes? Primero, los conocimientos o contenidos: la cantidad de conocimientos adquiridos en un tema dado. Todos los especialistas en evaluación están de acuerdo en que este procedimiento es muy poco valioso, podríamos agregar que no se justifica pedagógicamente, ya que no implica una verdadera progresión personal y provoca casi necesariamente la clase "magistral" el estudio de memoria, de manuales que son muy poco formativos. Lo que deberíamos poder evaluar son las facultades, las posibilidades y aptitudes para adquirir nuevos conocimientos. Este procedimiento ampliaría considerablemente nuestra visión (que es actualmente demasiado intelectualista), considerando la aplicación del saber en situaciones concretas. Este juicio, que propendería a una verdadera orientación de nuestros alumnos, deberá tener en cuenta la afectividad como elemento esencial en una personalidad en desarrollo, ya que es ella la que predispone a una actitud receptiva y también a una actitud de respuesta; es la que abre la acogida por parte de los educandos a los valores presentados por los educadores y de capacidad de compromiso. Todos estos elementos podrán sólo conocerse en una convivencia, en un intercambio entre adultos y jóvenes, que supone una vida compartida y una verdadera confianza y amistad. Supone también que los profesores sean menos especializados en tal o cual asignatura y más especializados en educación y contactos humanos, para poder llegar a formar con los demás educadores, con los padres de familia y los muchachos, una verdadera comunidad. La formación de los profesores deberá, pues, reestructurarse enteramente bajo este aspecto. Es imposible, para las escuelas universitarias de pedagogía, realizar esta formación. Creemos que el papel de cada colegio y de cada rector es precisamente ser el jefe de un equipo de educadores y crear con ellos el ambiente necesario para que sean verdaderos animadores, cuyo principal papel es el de poner a los grupos de jóvenes en presencia de sus tareas, dejándolos descubrir ellos mismos su modo de trabajar, buscando el diálogo que los llevará a perfeccionarse. Es en la práctica de la educación, como se irán formando nuestros profesores y no únicamente en los libros especializados y teóricos o en las clases magistrales de la universidad. Es la persona misma del educador la que hay que transformar: hasta ahora todos los profesores cumplen casi el mismo trabajo, cualquiera sea su especialidad. El trabajo de cada equipo de profesores y de la comunidad escolar debe favorecer en cada uno el descubrimiento de su personalidad y su actitud frente a las realizaciones educativas. De esta manera, la orientación educativa de cada escuela, será el resultado del trabajo del "consejo de educación" (formado básicamente por los profesores jefes), donde cada uno pueda expresar el resultado de sus relaciones con los jóvenes, proporcionando así una base realista para imprimirle al sistema educativo la orientación que mejor responda a las necesidades del colegio. Este trabajo, por otra parte, no ha de estar reservado únicamente al "consejo de profesores jefes": debe extenderse a todos los miembros directivos de la Comunidad escolar. El ambiente general de cada escuela depende de esta integración, ya que los servicios y los mismos "muros" participan de la formación de un espíritu. El educador será, esencialmente en estas condiciones, el profesor capaz de integrarse y comprometerse en todas las reglas del "juego" creadas por la Comunidad. Es la calidad del equipo y no el valor personal de cada uno de sus miembros lo que estimamos como educativo. El valor real de cada colegio no depende de la cantidad de profesores "titulados"; sin negar la gran importancia y la urgencia de la formación universitaria de nuestros educadores, creemos que la enseñanza y el modelo tradicional universitario no bastan de ninguna manera para formar los educadores que necesitamos. Desde el ámbito de la familia es primordial la calidad de las relaciones entre los padres; y en el colegio habrá fundamentalmente que tomar en cuenta la situación misma del establecimiento y sus posibilidades materiales y humanas para crear un ambiente educativo. Eso significa que, en lugar de reunir los profesores más titulados o recurrir a técnicas pedagógicas modernísimas, el centro de las preocupaciones de cualquier jefe de escuela debe ser el aspecto de la vida cotidiana. Después de insistir en la importancia de las relaciones internas en el colegio, es necesario mostrar la relación del ambiente escolar con la sociedad. En este sentido, parece evidente que se ha caído en la exageración fácil de ensalzar al joven y hacer de la escuela un elemento de oposición a la sociedad. Hemos mostrado que no aprobamos lo que hoy existe, pero aun menos podemos aceptar una actitud meramente "revolucionaria", que es lo opuesto a la educación. Se trata de adaptar, pero sin perder la visión crítica y el dinamismo que permitirán a los jóvenes cambiar las estructuras anticuadas. Invitarles a una cierta estabilidad, donde el educador debe ofrecer suficiente respeto por el niño para no hacer de él un agente de sus propias ideologías. Se trata, pues, de crear un ambiente en el que todos los miembros de la comunidad escolar, y principalmente los mismos jóvenes, sean responsables de su educación. El educador no puede olvidar que su papel es sólo complementario, delegado de la familia y de la sociedad, y que no puede "imponerse" ni pretender ser soberano. Su papel debe más bien tender a independizar sus alumnos, hasta que ya no lo necesiten más. Es oportuno señalar aquí la necesidad de que los educadores se esfuercen por lograr precisión intelectual, para evitar toda ambigüedad. Constituye una costumbre entre los educadores, psicólogos y trabajadores sociales la utilización de un vocabulario especializado, extraído de las numerosas teorías educativas, locuciones y palabras complicadas que les dificultan a los alumnos la comprensión de la realidad. Habitualmente, la relación de las escuelas de pedagogía con el trabajo real de los colegios es muy artificial y teórica. En miras a la "búsqueda" o "investigación", la universidad tiende a separar la teoría de la realidad y los resultados teóricos de largas investigaciones llegan, muchas veces, cuando la realidad ya ha cambiado... Creemos que el investigador pedagógico debe colaborar con el grupo que está investigando, debe formar parte del proceso mismo de evolución. De esta manera se evitará lo que pasa actualmente. Es habitual en los colegios encontrar educadores que sueñan con reconstituir lo pasado, y, en sentido opuesto, hallar a aquellos que elaboran proyectos revolucionarios utópicos, cuidadosamente preparados en seminarios apartados de la realidad: resultando, a la postre, que las víctimas de toda esta confusión son los niños... ya que sus maestros están tan preocupados con los "problemas de la educación" que no tienen tiempo para ocuparse de sus alumnos. 4.1. NUESTRA EDUCACIÓN DEBE CAMBIAR DE CARA Frente a los problemas educacionales que se presentan en nuestra sociedad, parece que ya no se trata de cambiar algunos aspectos de nuestro sistema escolar; es todo el sistema el que debe modificarse y, quizás, debería no haber más “sistema”. Ya hemos mostrado en la primera parte de este análisis que nuestra sociedad estaba en crisis. Ciertos regímenes han dado una orientación política a la educación, y la estrechez de sus puntos de vista no dejó ver el problema real; el ciudadano moderno tiende a ser cada vez más pasivo en una sociedad burocratizada, renunciando fácilmente a su libertad para acogerse a la seguridad. Así deja fácilmente que otros piensen en lugar suyo. La escuela se ha convertido, en numerosos casos, en un agente de destrucción o de ruptura, impidiendo un desarrollo armonioso de nuestra sociedad y estableciendo una barrera entre padres e hijos, dándoles a estos un conjunto de técnicas y estructuras mentales totalmente desconocidas por la generación anterior. De esta manera ha desaparecido la tradicional separación de clases sociales, llegando a formarse una especie de clase social de jóvenes que buscan su realización oponiéndose al mundo adulto a veces por la violencia. Es lo que se ha llamado “lucha generacional”. Participando de una misma cultura, usando los mismos vestidos y el mismo idioma, utilizando los mismos medios de comunicación un joven obrero se siente más cerca de un joven burgués que de los adultos de su propia clase social. Es un fenómeno que ocurre con mayor frecuencia y presión en los países más desarrollados. En una época en que el más rico acepta en principio una cierta repartición de sus bienes por el impuesto progresivo y los impuestos a la producción, nuestra sociedad ha intensificado en educación la escala de promoción individual, es decir, una escala donde reina la ley del más fuerte. Pareciera que nuestra época se caracteriza principalmente por los cambios de estructura. Creemos que estos cambios no pueden ser para la educación cambios puramente cuantitativos, aumentando el número de alumnos, de escuelas y de profesores titulados. Si queremos que la educación cumpla con sus funciones de preparar a los que deben conducir estos cambios de estructura, necesitamos adaptar la educación. La adaptación no se efectuará solamente por el hecho de mejorar los procedimientos técnicos de la educación: es todo un cambio profundo de estructuras lo que debemos ir preparando. Para eso tenemos que aceptar que haya actualmente una yuxtaposición de estructuras, que necesariamente provoca malestar en la sociedad, pero que es indispensable para que surja naturalmente, como ocurrió en otros momentos de la historia, una nueva estructura más lozana y estimulante. Lo que parece ir desapareciendo es una sociedad basada esencialmente en el individualismo, en la especialidad y en el rendimiento que aplastan al hombre. Lo que se va preparando es una sociedad comunitaria, menos centralizada, cuya riqueza esté al servicio de todos. La escuela, con un sistema de trabajo por grupos, da a los más dotados la posibilidad de poner sus conocimientos al servicio de los demás y adquirir así una formación de generosidad que les capacitará después para orientar esta sociedad. El proyecto de una sociedad más fraternal debe interesarnos especialmente como cristianos, ya que corresponde al programa presentado por Cristo en las bienaventuranzas. “No se puede poner vino nuevo en odres viejos...” nos recuerda el Evangelio. De igual modo, nuestra escuela no puede cambiar sólo de apariencia, sino que es toda la estructura de la educación la que cambia y debe llegar a estar mucho menos basada en la “escuela”. En esta nueva estructura, los jóvenes podrían ser integrados más temprano a la sociedad de los adultos y no quedar como apartados de ellos durante toda su adolescencia, y, por otra parte, los adultos seguirían educándose. Nuestra época exige, indudablemente, de los educadores una imaginación creadora, capaz de abrir caminos nuevos para educar a jóvenes y adultos en la vida misma de la sociedad, apoyándose mutuamente en un trabajo creador. El papel del educador de hoy no puede estar únicamente centrado en la formación de los niños y de los jóvenes, debe también trabajar con los adultos, unificando así la comunidad. 5. EL MÉTODO DSCOUT DE BADEN POWELL Un método que responde al desarrollo Psicopedagógico del adolescente de hoy. 5.1 EL MÉTODO SCOUT Y LA EDUCACIÓN El objetivo del scoutismo es participar junto con la familia y la escuela en la educación de los muchachos. La parte que tiene el scoutismo en esta educación está tradicionalmente centrada en los objetivos formulados por su fundador, ROBERT BADEN POWELL: formación del carácter, de la salud, de la habilidad manual, del sentido de la naturaleza y del sentido del servicio a los demás. Este último objetivo incluye en sí toda la animación espiritual. En su método educativo, el scoutismo no pretende formar algunos individuos excepcionalmente brillantes. Su fin, al contrario, es ayudar a la educación de un buen número de niños y adolescentes para que sean, en la edad adulta, “Ciudadanos útiles amantes de Dios”. Para realizar sus objetivos, el scoutismo dispone de un método cuyos elementos pueden agruparse alrededor de tres ejes fundamentales. - La autoeducación, basada en el compromiso personal del muchacho. La educación por la acción. La cogestión: educación del sentido de las responsabilidades. Un cierto número de medios y de técnicas son la base de ese método: - Autoeducación: Ley, Promesa, sistema de etapas en la progresión individual, cuadro imaginativo que ilustra el ideal propuesto. Educación por la acción: Juegos, actividades físicas, técnicas de vida en la naturaleza, técnicas de expresión, técnicas de habilidad manual, paseos y campamentos. - Cogestión: Sistema de patrullas, Consejo de Jefes de patrulla, Corte de honor. Desde el primer año del Colegio, para responder a las necesidades del niño, hemos insistido en ciertos aspectos de estos medios, según las condiciones del momento y la evolución de la sicología o del comportamiento social de los jóvenes. - Se puede encontrar un ejemplo típico en esta adaptación continua en los temas propuestos o en las actividades realizadas durante veinticinco años a través de condiciones políticas o sociales tan distintas. Este proceso continuo de evolución indica nuestra preocupación permanente de adaptar nuestros medios y nuestras técnicas a las condiciones del momento, a las necesidades y a la mentalidad de los jóvenes que viven nuestro método. 5.2 EL ADOLESCENTE DE HOY En el cuadro de nuestro mundo y de nuestra escuela que hemos tratado de describir en los primeros capítulos, podemos buscar los elementos esenciales de la mentalidad y de la manera de vivir de nuestros adolescentes. Nos llaman mucho la atención ciertas características propias de los muchachos de 12 a 15 años. Una observación profunda de los niños de esta edad y el estudio de los trabajos realizados, estos últimos años por educadores, psicólogos y sociólogos, nos han conducido a determinar algunas características: A. En los aspectos especialmente sociológicos: 1. El aumento de la escolaridad: Hace unos quince años, la mayoría de los jóvenes de 12 a 16 años trabajaban. Actualmente el grupo de jóvenes trabajadores se ha reducido considerablemente y el número de escolares ha aumentado, creándose especialmente muchas escuelas técnicas. 2. Las exigencias de la familia se han debilitado: Como ejemplo podemos citar la facilidad de salidas, la liberalidad paternal en cuanto a la hora de regreso de sus hijos, la edad cada vez más temprana de participación en fiestas y reuniones, etc. 3. La multiplicación de nuevas formas de grupos de jóvenes: Por cualquier motivo los jóvenes acostumbran reunirse frecuentemente, adoptando, aun sin deliberación, una actitud de rechazo al mundo adulto: Los adolescentes, buscando solución a su falta de seguridad y a su soledad y oponiéndose a los adultos que parecen no querer entenderlos, han formado un mundo adolescente, que es una característica d nuestra época. 4. El desarrollo y la influencia de los grandes medios de difusión: La radio, la T.V., los discos, los libros y las revistas, estos medios de difusión tienen un doble papel: por una parte, dar a los adolescentes una información más rápida y más extensa; por otra, unificar los grupos de adolescentes, reduciendo las diferencias de los distintos niveles de enseñanza de los ambientes socioeconómicos de las familias. B. Estos diversos fenómenos han producido la reacción de un grupo sociológico distinto: los Teenagers. Su creación ha sido provocada por consideraciones principalmente comerciales, pero su existencia es una realidad. Este grupo de los mayores de 14 años es relativamente homogéneo en su comportamiento, sus centros de interés, su sistema de valores. Destacamos algunas características de este grupo: 1. Una información sobre una cantidad de problemas técnicos, artísticos, deportivos, comerciales, sexuales y hasta políticos. 2. Al lado de esta información, y paradójicamente, constatamos la ausencia de verdadera cultura: se aprende a acumular datos, a criticar: no se aprende a pensar, a crear, a realizar, a construir. El adolescente es más o menos consciente de esta situación. 3. La emancipación temprana de la familia lleva a un comportamiento social netamente independiente. 4. Los centros de interés, para muchos adolescentes, radican en lo audiovisual, las actividades físicas y la técnica. 5. El orden de los valores está debilitado: están compartidos entre el Trabajo y Éxito, el Dinero y la Instrucción, el Amor y la Salud, la Amistad y la Fe. Estos distintos valores se mezclan, se enfrentan de tal manera que es muy difícil para nuestros adolescentes conservar el equilibrio. 6. La clásica “crisis de Fe”, es mucho menos marcada: en muchos casos el joven pasa tranquilamente a la “Fe” exterior y sin problemas, propia de tantos adultos, o bien, sin muchos trastornos, “deja caer todo”. 7. El joven se encuentra entre dos actitudes opuestas; por un lado no quiere singularizarse: nuestra sociedad es muy dura para con los que no son “como los demás”; por otro lado, sufre realmente de su pasividad: se siente con inmensas posibilidades que desearía realizar en su vida. Se siente “inútil” en su sociedad, y eso es grave. Este análisis es ciertamente incompleto: sin embargo, llama la atención sobre algunos fenómenos que se han manifestado en el curso de estos últimos años. Dichos fenómenos nos revelan aspectos muy distintos de la clásica “crisis de la adolescencia”. Nos llevan a revisar continuamente nuestros métodos y las técnicas que utilizamos en educación para adecuarlas a las preocupaciones y a las aspiraciones de nuestros adolescentes. 5.3 LA PEDAGOGÍA DE BADEN POWELL La experiencia de estos treinta años de colegios o casas de juventud, cuyo sistema educativo se fundamenta en el scoutismo, me proporciona el criterio para definir las grandes líneas de este sistema de educación. El conocido lema Ask the boy, es una excelente base y una buena línea de conducta, pero ofrece un peligro en el que se ha caído frecuentemente, en las distintas experiencias pedagógicas: ceder a la facilidad siguiendo la corriente de los hechos o de las modas del momento. Tenemos, por una parte, que tomar en cuenta los gustos y las aspiraciones del muchacho; por otra parte, no podemos dejar de considerar ciertos imperativos pedagógicos que irán, quizás, en contra de estos gustos y de estas aspiraciones. Hecha esta advertencia, examinamos las grandes líneas de una pedagogía scout adaptada al sistema de nuestro Colegio: 1. Los muchachos deben vivir una “aventura” que corresponda a su edad: la tentación de “quemar etapas”, de hacer del niño un adulto chico y del adolescente un “viejo” amargado, antes de tiempo, de poner a su disposición una cantidad de medios educativos que nos harán falta más tarde, es muy grande. ¡Cuántos educadores piensan “hoy”, cuando lo importante es preparar “mañana”! A veces, también, el scoutismo ha caído en un cierto infantilismo, cuando el ideal y la realización de vida propuestos no se adaptan a la realidad de la vida cotidiana en la familia, en el colegio, con los amigos. 2. En algunos años, el niño ya adulto, vivirá en un mundo socializado: el sistema pedagógico debe prepararle para que ocupe su puesto en una sociedad de personas y no en una masa de números impersonales. 3. Es necesario enseñar al joven a utilizar esta independencia, que es una de las características de las que hemos hablado. El método scout puede responder a esta preocupación poniendo en práctica no sólo en la tropa, sino en toda la vida del colegio, y, ojalá, de la familia, una cogestión en la que cada uno tomará una responsabilidad importante. El muchacho es responsable de su patrulla, de su curso y de diversas actividades del colegio (deportes, teatro, coro, liturgia de su curso, etc.) 4. Frente a la falta de cultura verdadera, la tropa scout, junto con la familia y el colegio, podrá dar al joven la oportunidad de acceder a la cultura de su edad, favoreciendo todas las formas receptivas de formación (lectura, cine, teatro, conciertos,...), pero especialmente de manera creativa, dando al adolescente todas las ocasiones de expresión oral, musical, gráfica, escrita o manual. 5. Frente a la pasividad y la impresión de ser “inútil” de nuestros muchachos, podremos darle, en nuestro sistema, ocasión para que construyan ellos mismos s u escuela, su grupo o su rincón de patrullas. Estas realizaciones serán las numerosas “empresas” en las que están llamados a participar. Cada uno tendrá así ocasión de escoger donde manifestar su dinamismo, creando y tomando parte en verdaderas responsabilidades. Cada uno llegará a ser indispensable en su medio ambiente. 6. Frente a un orden de valores trastocados, la Ley y la Promesa o compromiso con el Colegio, podrán tener un papel determinante, a condición de que el estilo de vida que describen sea vivido en la realidad de todos los días. El compromiso o la Promesa se hará a una edad en que el joven haya tenido ya ocasión de medir todas sus exigencias. 7. En lo que toca a la “crisis de Fe”, reaccionamos también positivamente, dando ocasión al muchacho de darse cuenta del contenido de su Fe, de conocer la Persona de Cristo, de descubrir personalmente las riquezas del Evangelio y de confrontarlas con su vida de todos los días. Este descubrimiento y esta confrontación tendrá especial valor si están realizados por grupos de muchachos que tienen el mismo tipo de problemas y de interrogantes. Toda esta pedagogía que hemos presentado ha sido concebida para adoptar, utilizar o corregir ciertas características actuales de los adolescentes. Pues, ya lo hemos dicho, estas características se aplican esencialmente a los muchachos de más de 14 años. Por ese motivo, expondremos más adelante los métodos utilizados para los más chicos. Parecía importante dar primero una visión del adolescente que pretendemos formar en el curso de todo el proceso educativo del Colegio. Los más jóvenes se preparan a vivir este scoutismo, descubriendo poco a poco el sentido de la libertad y d la responsabilidad, el verdadero valor de la amistad y del don de sí, en el cuadro del juego scout: por eso los cursos parvularios, el sistema lobato o el año de los “Rangers”, constarán de actividades y técnicas propias, preparando a vivir la Ley y la Promesa. 6. LA ETAPA DEL PARVULARIO Un autor anónimo citado por la revista “Famille, Collége et Institut”, de Bélgica, lo describe así: “El camino desde la indefensa guagua hasta la grandeza del hombre adulto está encarnado por estas encantadoras creaturas que llamamos: un niño”. Tales niños, aunque de distintos tamaños, contexturas, colores y peso poseen rasgos comunes, gozan plenamente de cada momento del día y protestan con gritos cuando los papás los mandan a la cama. Se los puede encontrar en todas partes de la casa: arriba, abajo, en el jardín o donde menos se nos ocurra. Están siempre en movimiento: andando, saltando, corriendo o trepando. Las mamás hacen de ellos pequeños dioses, las niñitas los odian, los hermanos y las hermanas mayores los toleran y el cielo los guarda... Un niño es la verdad escondida bajo una cara sucia, la belleza con rodillas embarradas, la sabiduría con vestidos rotos y la esperanza del provenir con un petardo en el bolsillo... Para el que quiere concentrarse en su trabajo, el niño pasa a ser primordialmente una molesta fuente de ruido, que persiste de manera incesante e insoportable. Si se reciben visitas y se espera que el niño se luzca, parece que de repente y a propósito se pone mudo y torpe, a veces también es capaz de convertirse en fiera salvaje cuyo único deseo fuera el de destruir al mundo entero y a sí mismo. Nadie se levanta fácilmente más temprano que el niño, y nadie llega tan tarde a la mesa. Sólo él puede encontrar plena satisfacción metiéndose en la mugre; sólo él también realiza la hazaña de esconder en un mismo bolsillo un viejo cortaplumas, una manzana mordida, tres metros de cordel, una caja de fósforos vacía, dos caramelos pegajosos y una pata de pollo. Pero el niño es también un ser maravillosamente mágico. Podemos echarlo de la cocina, más no de nuestro corazón. Lo podemos apartar de nuestras ocupaciones profesionales, pero no de nuestros pensamientos –y, cuando regresamos de noche a la casa con esperanzas decepcionadas y proyectos fracasados, el niño posee ese don maravilloso de renovarlo todo con estas palabras mágicas: “buenas noches, papá...”. 6.1 NO QUEMAR ETAPAS Un hombre es un ser muy completo, resultado de una larga evolución: es normal que necesite muchos años para formarse. En los pueblos primitivos los adultos “se hacen” más rápido, ya que la sociedad es menos exigente. Nuestra civilización técnica necesita hombres cada vez más formados y especializados. Entonces, la educación del niño no puede nunca apurar su desarrollo, debe seguir el ritmo lento de la naturaleza. La planta no crecerá más rápido estirándola, se corre el riesgo de cortarle las raíces. NO ES UN HOMBRE EN MINIATURA... Para llegar a ser hombre, el niño debe primero ser plenamente niño: eso significa que debe, fundamentalmente, jugar. El juego lo incluye todo para él, y es tan importante jugar como respirar o comer. Jugando utiliza todos sus sentidos nuevos para descubrir el mundo que lo rodea: mirando, palpando, gustando, olfateando, escuchando, descubre también todas sus posibilidades. Jugando, imita a los grandes y descubre la sociedad. Jugando, aprende y descubre la civilización. Tratamos, entonces en el “Colegio chico” que el niño viva plenamente su infancia, y, si bien deseamos prepararle para la educación de la libertad, no lo apuramos confiándole responsabilidades o libertad antes de tiempo. Necesitamos una larga preparación a la disciplina de una sociedad de niños para que llegue a ser más tarde responsable de su propia formación. 6.2 PSICOLOGÍA DE LA EDAD PARVULARIA En su primera infancia, hasta los tres años, la guagua manifiesta intereses perceptivos, descubriendo sus sentidos y experimentándolos. Después se imponen los intereses motores: el niño empieza su conquista del mundo aprendiendo a hablar y a andar: son las grandes adquisiciones del segundo y tercer año de edad. Podemos recordar aquí que lo principal de la formación del niño se realiza antes de los seis años: a los cuatro años el niño alcanza el 50% del potencial de su inteligencia. Sin imponer nada a la fuerza, hay, pues, que enseñarle a pensar, a vivir, a desarrollar sus aptitudes y su personalidad, que es única. Ya en la segunda infancia empieza a descubrir su “Yo” y se caracteriza por su egocentrismo: entramos en un período de crisis. El niño afirma su personalidad oponiéndose: es la edad del “No”. Este período se abre con un acontecimiento muy importante en la vida del niño: entra en la escuela. Saliendo del círculo estrecho de su familia va a perder poco a poco su egocentrismo para abrirse a una sociedad nueva. Esta experiencia es a veces difícil, ya que el niño deja de ser el centro del mundo para entrar en una sociedad de niños iguales a él. La profesora reparte su preocupación y sus intereses entre todos los alumnos del curso. La sala de clases, la pelota o el balancín son de todos. Manifiesta gran curiosidad por todo y pregunta a propósito de cualquier cosa. Los ¿qué?, ¿por qué?, ¿cómo?, se suceden continuamente, pero todas estas preguntas se refieren a él y le parece que todo existe en función de su persona. En la tercera infancia (6 a 12 años) nacen los intereses intelectuales; la realidad exterior atrae prodigiosamente al joven escolar. Es extrovertido y pasa rápidamente de una cosa a la otra. Tiene una enorme necesidad de acción: cualquier imagen o idea provoca en él una reacción inmediata. En la sala de clases debe encontrar la ocasión de actuar, de explorar y de experimentar. Es la edad ideal del aprendizaje, marcada por un sano realismo y por el despertar de un espíritu crítico. Llega a la madurez de la infancia, período de equilibrio, edad de oro del “Lobato”, que trataremos en el capítulo siguiente. Estamos convencidos también que se va formando en el niño de 7 u 8 años el sentido de la responsabilidad y de la libertad. Esta etapa es decisiva en la formación de la conciencia moral y de la personalidad. En la etapa anterior lo importante era obedecer: la desobediencia era la única falta. El bien era lo que la mamá o la profesora mandaba y que merecía su recompensa; el mal, lo que era prohibido y merecía un castigo. Ahora, progresivamente, el niño descubre una ley moral distinta de la autoridad: estamos en el período que antes se llamaba “la edad de la razón”; Piaget lo llama hoy “la etapa de la autonomía”. Progresivamente el niño ha llegado jugando a los 8 o 9 años que son como la perfección de la infancia. Edad normalmente fácil y agradable, en la que el niño ha superado, en parte, su egocentrismo y busca ser amado. En un ambiente cristiano no tendrá problemas religiosos: Dios le parece evidente, apenas un misterio que el muchacho lleno de cosas desconocidas que Él ha creado y que se van conociendo poco a poco. En resumen, es una edad llena de promesas y muy receptiva. Durante estos años privilegiados el colegio y la familia podrán, sin grandes dificultades, formar este cuerpo, esta inteligencia, esta imaginación y esta sensibilidad abierta a la vida. A. Los cursos parvularios. El principal objetivo que tendrán las familias y el colegio durante este período será crear un ambiente en el que el niño pueda desarrollarse plenamente: - Primero, por el cariño: sólo el amor da felicidad y no hay desarrollo sin felicidad. En un ambiente de amistad, el niño será capaz de emprenderlo todo. - También podemos ya iniciar al niño en la confianza: un niño demasiado controlado o demasiado ayudado quedará indeciso y torpe. - Se trata de “jugar el juego”, sin intervenir continuamente; que debe quedar tranquilo o que está rodeado de prohibiciones, parece enfermo o estúpido. - Se le dará seguridad, pues la principal actividad es el juego y para jugar debe sentirse seguro. - Se trata de “jugar al juego”, sin intervenir continuamente, aceptando a veces el desorden, las peleas y las experiencias. “Arreglándoselas” solos con los demás, el niño se va haciendo hombre. B. Los cursos preparatorios. La principal preocupación será, durante este período, la formación de la personalidad y de la conciencia. Tanto en la familia como en el Colegio cualquier pequeño acontecimiento del día hará reflexionar al niño. Pedimos primero la obediencia: una obediencia razonable, simple, tratando, cuando se puede, de explicar el porqué de las exigencias. El deber estará siempre unido al amor: deseamos una obediencia cariñosa, de amigo. Tratamos de que Dios esté presente en su vida: hay ciertos momentos que se parecen, por su espíritu, a la preparación para la primera comunicación en familia, campamentos o paseos, o las celebraciones litúrgicas del curso. 7.LA ETAPA DEL LOBATO El método scout que hemos escogido como base de nuestro sistema educacional se aplica a los niños desde los 8 ó 9 años. Alrededor de los ocho años, edad que los psicólogos llaman “tercera infancia”, nuestros chiquillos se encuentran ya al comienzo de la pubertad. Es una época bien distinta de la anterior y, por sus características, podemos llamarla “madurez de la infancia”: es un período de estabilidad física, mental y social, es la edad de los compañeros de juegos. El niño pierde el egocentrismo que lo había caracterizado en sus primeros años, y aparece una socialización rápida. El cuerpo aparece bien proporcionado y equilibrado: ya terminó el tiempo de las numerosas “pestes” que lo han hecho faltar a clases tantas veces en los años anteriores. El niño tiene en este momento de su vida una resistencia física notable. En él dominan los “intereses objetivos”: eso se puede entender mejor si hacemos referencia al período de la adolescencia, que aparecerá a los 11-12 años en que el joven descubrirá progresivamente su mundo interior, su Yo. Nuestro niño de 8 a 12 años no se preocupa de sí mismo: lo que le preocupa es el mundo, las personas y las cosas. Su mente está llena de lo que puede ver tocar, experimentar. Podría decirse que está acumulando en su memoria y en su imaginación una cantidad de cosas, tal como en sus bolsillos se guardan sus tesoros: un pedazo de cordel, una pata de pollo, un pañuelo sucio, dos bolitas de vidrio y un elástico que servirá para hacer una honda... Descubre que es capaz de influir en el mundo que lo rodea y empiezan las rivalidades entre niños que quieren afirmarse: hace toda clase de experiencias, se apasiona por el juego, colecciona cualquier cosa y no vacila en contar historias increíbles para impresionar. Ciertos psicólogos han creído ver en las actividades de esta edad, como un recuerdo de la evolución de la raza humana; y, de hecho, podemos constatar en los juegos de los niños como una reproducción de la vida de los hombres primitivos, la caza, la pesca y la guerra, la construcción de chozas, el trabajo de la tierra e incluso una forma primitiva de comercio en el intercambio de sus tesoros. Es la edad ideal del aprendizaje: cualquier percepción, imagen o idea provoca una reacción inmediata: acción, exploración, experimentación. La escuela utilizará estas posibilidades mediante los métodos activos. El niño comienza a pensar con lógica: es capaz de aprender el análisis lógico, pero es incapaz de razonamientos, ya que todos sus pensamientos están ligados a situaciones concretas. Todavía es imaginativo e intuitivo, pero la posibilidad enorme de soñar que caracterizaba la segunda infancia, parece dar lugar a una visión más concreta de las cosas, a la que podríamos denominar “imaginación plástica”. El educador hará bien en aprovechar esta atracción del niño por lo que es real: enseñándoles a observar, a dibujar lo que ve, a fabricar objetos. Siete años es tradicionalmente “la edad de la razón”; es decir, que más allá de la noción de que es útil y lo que es nocivo, el niño puede distinguir el bien del mal, pero su moral permanece todavía muy conformista; sabe que hay el bien y que hay el mal, pero necesita del adulto para conocer lo que es bueno y lo que es malo. Sabe que hay obligaciones morales, pero necesita del adulto para saber lo que es obligatorio. Empieza ser capaz de entusiasmarse por un ideal concreto, es decir, por una persona que él conoce y admira o por el héroe de un libro o de una película, que tratará de imitar en todo. Es la edad feliz, por excelencia, y por oposición a la adolescencia que va a romper todo este equilibrio. El niño quiere llegar a ser el adulto que admira, lo imita en sus juegos..., por eso nos parece fundamental el papel del adulto en esta etapa de la educación. No aceptamos una forma de self-government, que rechazaría la ayuda de los mayores: la ayuda del adulto es deseada por los niños a condición de que aquel sepa respetarlos, para orientarlos hacia su madurez. No creemos, tampoco, que haya que simplificarle todo y tratar de convertir el trabajo, a veces duro, en un juego: el niño desprecia naturalmente lo que es fácil, sueña con hazañas para vencer los obstáculos. No podemos defraudarle tratándolo como “niño chico que no se la puede”. No podemos ofrecerle una educación de niño mimado: si el juego es el aprendizaje de la disciplina moral, la escuela debe ser el aprendizaje del trabajo. En resumen: Durante la tercera infancia encontramos en el niño: a) Un período de intereses objetivos: su atención está orientada hacia los objetos y las plantas, los animales y los hombres, los acontecimientos y la acción. Se le puede pedir cualquier cosa, salvo quedarse tranquilo o pasivo. b) Es coleccionista: acumula, primero, cualquier cosa en sus bolsillos o en su mente, sin orden alguno. Después se va especializando. Esta disposición se podrá utilizar mucho en el aprendizaje; c) Poca vida interior: está tan abierto al mundo que lo rodea que no tiene tiempo para pensar. Tiene compañeros de juego; las “patotas” no agrupan todavía amigos, no son grupos permanentes como lo son después en la adolescencia, que será el tiempo de los amigos. Antes de descubrir su Yo, el niño descubre primero el mundo. d) Una necesidad enorme de movimiento: para él, pensar es actuar. No conoce las vacilaciones y los cálculos del adulto; por lo tanto, obtiene una impresión de poder, de autonomía, de gozo de vivir, que aparece en cada uno de sus gestos; e) Una sociedad que va creciendo: en quinto o sexto básico, por ejemplo, el curso se comporta ya, muchas veces, como una verdadera sociedad que tiene su espíritu, sus leyes y su código moral. Tiene sus jefes reconocidos, que se imponen por su iniciativa y su imaginación o sus aptitudes particulares para el juego, el canto, el dibujo o su capacidad de organizar cualquier cosa. Así se van organizando los grupos en los que cada miembro tendrá su papel, su función y su responsabilidad. 7.2 PEDAGOGÍA DEL LOBATISMO En esta etapa de su desarrollo el niño se caracteriza por el equilibrio, la plenitud de fuerza relativa y la pérdida progresiva del egocentrismo. En el Colegio hemos adoptado un método de educación que en un ambiente de familia feliz, va a permitir una verdadera vida social. La manada de lobatos ampliará el horizonte familiar, que era el único e irreemplazable ambiente educador del niño en la primera y segunda infancia. Estamos convencidos de que los mejores kindergarten no pueden ser más que un auxiliar de la familia. Por el contrario, llegando a los ocho año nueve años es necesario que el niño conozca una vida social distinta. Por el contrario, llegando a los ocho o nueve años es necesario que el niño conozca una vida social distinta. Será el papel del Colegio el que deberá llegar a ser la otra “casa” para el niño. Toda la vida del Colegio, en las preparatorias, está orientada para que el niño se sienta realmente viviendo en su “casa” y sea conocido y tomado en cuenta personalmente por sus profesores. En la realización práctica de este ideal, el lobatismo va a permitir la creación de u grupo que les dará a todos ese ambiente de “familia feliz”. Tomando en cuenta las características del niño que hemos presentado antes y respetando esta etapa de su vida tan importante, este método toma al niño como tal, sin caer en el error tan común de hacerlo madurar antes de tiempo. Ante todo el niño es imaginativo, le encantan las historias. La gran idea de Baden Powell fue la de hacerlo vivir una historia fantástica y llena de enseñanzas. Es la historia de una manada de lobatos de “El libro de la selva virgen”, de Rudyard Kipling. Mowgli, donde el niño que se cría y vive entre los lobos, en el ambiente de la selva con todos sus animales: los monos tontos, egoístas y peleadores; Tabaki, el chacal falso y obsequioso; Baloo, el oso sabio y bondadoso; Bagueera, la pantera amiga exigente; Akela, el viejo lobo respetado de todos como el gran jefe, y también Sheere Kan, el tigre que encarna toda la maldad y la falsedad. Encontramos en este ambiente de fantasía todos los personajes que viven en nuestro mundo de los hombres, con sus virtudes y defectos. Y nuestra historia vivida dará posibilidad a toda clase de actividades que encantarán a los niños y llenarán las funciones necesarias para su desarrollo. Luchas y juegos, donde aprenden a ser fuertes y valerosos; construcciones de rucas o de puentes, que exigen habilidad manual; contacto con la naturaleza, que enriquece y motiva; colecciones de piedras, plantas e insectos. Y este juego llega a ser una vida real que responde plenamente a la necesidad de actividades especulativas y prácticas que exige esta edad. A nuestro niño le gusta realizar realmente las cosas que se le cuentan. En este gran juego el niño realiza el equilibrio entre realismo y fantasía; en un mundo fantástico hace el aprendizaje real de la vida. Es también una moral en acción, que vivirá el niño cuando, con Mowgli, aprenderá el lema de la selva: “Siempre mejor”, que le exigirá perfeccionarse en el juego y también en la vida de todos los días, en la casa y en el Colegio. Esta moral en imágenes entrará en el corazón de nuestro lobato por su sensibilidad y su imaginación, para llegar a concretarse en la Ley. Una Ley bien distinta de los reglamentos de los hombres: como entre los lobos de la selva es necesario, para poder sobrevivir y realizar toda clase de actividades, tener un jefe cuyas decisiones deben ser obedecidas. Deberá saber, además, que en la vida de la selva hay unas obligaciones y tradiciones que deben ser respetadas: reglas de juego, reglas de la vida en la sociedad de los hombres, que nuestro lobato descubrirá poco a poco en todo el mundo imaginario de sus juegos y en la realidad de la vida de todos los días. “El lobato escucha al viejo lobo, no se escucha a sí mismo”. Toda esta vida lo llevará a una Promesa: preparación lejana de su Promesa scout... Ya puede manifestar su libre decisión personal que le hace aceptar en una familia el sitio que ocupará en ella. Esta familia, más allá de la manada de los lobatos, se extiende a la casa y al Colegio: por medio de la Buena Acción diaria se compromete a dar alegría a sus hermanos. Así se va liberando su egocentrismo. Es también esta edad el momento en que el niño se zafa de una admiración exclusiva por sus padres, para descubrir otros personajes que imitar: los animales simbólicos de la selva, que están siempre listos para orientarle y ayudarle, encarnarán sus jefes o sus héroes. 8. LA ETAPA DEL SCOUT 8.1. ASPECTOS PSICOLÓGICOS DE LOS 12-15 AÑOS No tenemos la pretensión de hacer en algunas páginas un inventario completo de las características de esta edad psicológica. Nos limitaremos a señalar los rasgos principales que fundamentan nuestra metodología. A. Crisis de la adolescencia Desde su primera adolescencia, alrededor de los 11 años, el joven se da cuenta de los cambios profundos que se realizan en él, en su cuerpo y en su mentalidad: está desorientado y trata de orientar y afirmar esta personalidad que parece nacer de nuevo. Esta “crisis de originalidad juvenil”, como la llama Maurice Debesse, es una crisis de independencia y de oposición, que se va a prolongar durante toda la adolescencia. Es también una crisis de las ideas, que se manifiesta en lo social, moral y religioso, pareced que hay que reconstruirlo todo. Fisiológicamente es la crisis de la pubertad con sus repercusiones afectivas, especialmente en el plano sexual. Nuestro muchacho toma conciencia de sus posibilidades y quiere traducirlas en realizaciones concretas, quiere crecer, afirmarse, expresarse. Su capacidad intelectual se desarrolla y se expresa muchas veces en el sentido de una crítica exagerada. Dos tendencias contradictorias se manifiestan: por un lado, quiere realizarse plenamente y afirmar su personalidad rompiendo con los cuadros establecidos de la familia, la escuela, el mundo de los adultos; por otro lado, teme singularizarse: sigue las modas del momento, repite los juicios de sus compañeros, admira las mismas cosas. A estas tendencias de origen interno vienen a agregarse otras influencias externas para el adolescente cuya personalidad se va formando. 1. La desaparición de la autoridad absoluta del padre complica las relaciones padrehijo. La organización familiar descansaba antes totalmente en el padre de familia. Además podemos decir que toda la sociedad tenía como base la autoridad. En este mundo estrictamente jerarquizado, la obediencia era muy natural en el adolescente. La autoridad del padre era, para él, un apoyo, una seguridad, que le ayudaba en este período de angustia y de inseguridad. Su provenir se presentaba determinado en sus grandes líneas. El mundo de los niños y de los adolescentes vivía más separado del de los adultos. Tenían para con su padre más temor respetuoso que amistad. Hoy día, esta organización patriarcal de la familia ha desaparecido y, en general, en nuestra sociedad la autoridad no está impuesta por el hecho, sino que tiende a ser libremente escogida. Habiendo desaparecido una autoridad basada en el temor y el respeto del padre, la organización de la familia debería descansar en el amor recíproco de sus miembros. En la práctica no es siempre fácil, y los padres llegan a veces a olvidar su papel de educador para comportarse como “amigotes” de sus hijos, compartiendo su manera de vivir e imitando sus modales: llegan, así, a ser totalmente incapaces de presentarles el modelo de adultos que necesitan. A veces, también, el padre, dándose cuenta del peligro de esta actitud, trata de reaccionar y de tomar de nuevo en sus manos la autoridad que ha perdido, pasando fácilmente de un extremo a otro. Impone con exageración su autoridad, provocando en sus hijos reacciones de amargura o de violencia. 2. Constatamos, también, que la casa ha dejado de ser un refugio tranquilo para toda la familia, convirtiéndose en un lugar de encuentro de personas que viven en otra parte su existencia de trabajo. Las casas o departamentos, habitualmente muy chicos, son como una pensión docente donde se va a dormir, y, a veces, a comer. Más de una vez el adolescente vive como testigo y juez de los conflictos que pueden surgir entre sus propios padres. Hemos podido comprobar que la casi totalidad de los adolescentes que presentan problemas de conducta o de desorientación graves en el Colegio, son hijos de matrimonios separados o con serios problemas de convivencia. 3. Ciertamente, los conflictos entre las generaciones han existido siempre, pero creemos que nunca ha existido la oposición que podemos observar hoy. Es probable que una de las razones principales de esta situación sea la tendencia de nuestra sociedad moderna a hacer de la adolescencia un largo período estéril, que no da a la juventud ninguna posibilidad de orientar su agresividad natural. Nuestros adolescentes, atormentados por estudios cada vez más largos y áridos, preocupados por un porvenir totalmente incierto, están desorientados y se cierra para ellos toda posibilidad de aventura. La necesidad de aventuras es un elemento primordial en la psicología del adolescente joven, junto con el deseo de ser útil. Parece que el tiempo del “pionero” ha terminado y que en nuestra sociedad, donde se han suprimido todos los riesgos, la única edad que no tiene seguridad es la adolescencia. La escuela, generalmente, no ofrece ninguna ayuda, al contrario; cada profesor presenta su especialidad como lo único importante, y la familia está normalmente en conflicto con el Colegio; el joven se siente dividido entre distintas influencias que a veces se contradicen. Este cuadro es particularmente perturbador para el adolescente cuya característica dominante es su sentimiento de inseguridad. B. Personalidad del adolescente En sus primeros años, el niño no tiene conciencia de sí mismo, no establece distinción entre su persona y el mundo que lo rodea. El “Yo” nace lentamente en el niño, que recibe estímulos externos e internos. Tratando de encontrarse a sí mismo, el adolescente aprende a conocer a los demás, busca su interés y su admiración; necesita de los otros para conocerse a sí mismo. La adolescencia es una etapa subjetiva de descubrimiento y conquista de la personalidad. Los psicólogos la dividen generalmente en tres períodos. I. En la primera adolescencia, el joven toma conciencia de los cambios profundos que se producen en él. Después del período de estabilidad anterior, todo cambia. Se anuncia el período de la pubertad. El organismo desarrolla su estatura más que su peso; todo el equilibrio adquirido durante la infancia parece destruirse y el joven se siente confundido. Una vida nueva irrumpe en él, provocando una enorme necesidad de actividad. El niño se está haciendo hombre: es necesario que pruebe en todas las direcciones, que se ponga “ en la escucha” del mundo para satisfacer todas sus posibilidades de observación, de amor y de acción. No podemos, entonces, extrañarnos de su necesidad de acción, de irregularidad y sus contrastes desconcertantes. II. En la segunda adolescencia, el joven afirma su personalidad de una manera más bien negativa: es la crisis de independencia. Tal búsqueda de la originalidad a todo precio es una etapa normal de la persona en formación. Fácilmente, el adolescente experimenta la amargura de sentirse solo en medio de un universo hostil e incomprensivo. El adolescente se irrita tanto frente a las normas de sus superiores como frente a sus expresiones de cariño. Se opone a su familia, a su escuela, a las creencias de su medio ambiente o a la monotonía de la vida cotidiana. Temiendo perder su personalidad frente a tanto conformismo, busca la originalidad o la extravagancia a todo precio: en su vestir en su manera de hablar, en su falta aparente de cortesía y su gusto por lo imprevisto o lo paradójico. Se trata de llamar la atención, de probar todas las posibilidades nuevas que se le abren en todo sentido. Junto con estas manifestaciones exteriores, el joven trata interiormente de encontrarse a sí mismo a través de sus lecturas y en sus reflexiones; busca una cultura o una evasión. En resumen, son los siguientes rasgos los dominantes de este período: 1. Cambios fisiológicos de la pubertad. 2. Emotividad y sensibilidad mucho más marcada ante todos los problemas nuevos que se presentan: profesionales y familiares, intelectuales y morales, religiosos y prácticos. La preparación del porvenir despierta la curiosidad, la esperanza y el temor. La inquietud sexual de la pubertad se hace sentir en todo el psiquismo. 3. Edad de la oposición: en su familia, en su colegio, en la vida, el joven se siente incomprendido, se encierra en sí mismo, oponiéndose a todo lo que le parece impedir la afirmación de su “Yo”. 4. Edad también de los intereses sociales: el adolescente es muy sensible a cualquier signo de amistad o de comprensión. Tiene una respeto humano muy marcado. Teme, más que “cualquier cosa”, la sonrisa irónica de un compañero, se siente ridículo o torpe cuando debe actuar en público y le parece que todos lo miran para juzgarlo. Sólo se siente seguro cuando puede formar grupos, que son de gran importancia en su vida y tienen más permanencia que las “patotas” ocasionales de los niños. Alrededor de los 14 años nacen también las primeras amistades profundas, que lo preparan para el amor. 5. Edad de los intereses intelectuales: el adolescente se complace en discusiones sobre cualquier tema: fácilmente discute por discutir, contradice y critica. En realidad está experimentando las posibilidades intelectuales nuevas que siente dentro de sí; su discusión no es habitualmente más que un juego apasionado. Sus actitudes revolucionarias esconden muchas vacilaciones e incertidumbres. 6. Edad de la admiración: el adolescente descubre la belleza en la naturaleza, en el arte o en la mujer. Su admiración lo lleva a soñar y a contemplar: una linda poesía, tal obra de música o tal pintura lo entusiasman. Es una edad apasionante y paradójica en su alegría ruidosa y su melancolía, su cobardía y su audacias, su deseo de realizar hazañas magníficas y su flojera frente a cualquier esfuerzo, su deseo de originalidad y su conformismo, sus celos y sus entusiasmos.. lo que hacía decir a Stanley may: “El adolescente es puro como un ángel, orgulloso como un príncipe, atrevido como un héroe, vanidoso como un pavo real, obstinado como un asno, salvaje como un potrillo y sensible como una niña”. Una edad difícil para el joven pero apasionante para el educador, que puede ayudar al adolescente a descubrirse a sí mismo y orientarlo en los caminos de la vida de los hombres. III. En la tercera adolescencia, el joven se encuentra de manera positiva, se da plenamente cuenta que necesita de los demás para llegar a conquistar su personalidad. Necesita tomar responsabilidades, y estos compromisos le ayudan a afirmar su Yo. Esta etapa empieza alrededor de los 16-17 años, y la estudiaremos más adelante. 8.2 PEDAGOGÍA DE LA EDAD SCOUT Esta etapa se extiende, más o menos, de 12 a 15 años; en el Colegio nos pareció necesario organizar en Séptimo Básico un año de preparación. El joven lobato que entra ya en el mundo de los “grandes” está fácilmente desorientado: de la familia feliz del “Colegio Chico” pasa de repente a un mundo distinto, en el que se siente perdido: los “grandes” no lo toman en cuenta para nada. Había llegado, en preparatorias, a una especie de madurez, y le parece ahora que hay que empezar todo de nuevo. Había tenido tanto deseo y tantas ilusiones al entrar en el “Colegio Grande”, y de ahí que se encuentra perdido y desorientado. Es papel del profesor jefe de Séptimo Básico el organizar su curso para que este tránsito desde el mundo feliz de la infancia, lleno de juegos e imaginación, al mundo inquietante de la adolescencia, se realice sin tropiezos o nostalgias que obligarían al niño a encerrarse en sí mismo. Por este motivo se divide este curso en equipos de cinco o seis años que van a enfrentar juntos esas dificultades haciendo el aprendizaje de otro tipo de relaciones de amistad, de otra forma de trabajar, entrando pro el camino del juego a una nueva manera de convivir. No es la patrulla scout todavía; son grupos de trabajo para la vida de todos los días en el quehacer escolar, en la gimnasia, el paseo, el trabajo manual o el teatro; también en los contactos con Dios, preparando la liturgia. Todos los alumnos del curso entran en los equipos que hemos llamado “Rangers”, y forman así una pequeña comunidad conducida directamente por el profesor jefe, ayudado por dos o tres muchachos de Tercero o Cuarto Medio, en quienes puede apoyarse plenamente. Podrán así, al año siguiente, pedir libremente su admisión en una de las patrullas scout, conociendo ya sus obligaciones. Para responder a las necesidades pedagógicas de esta nueva etapa que hemos descrito brevemente: 1. Nos hemos esforzado en el sistema del Colegio a orientar la educación moral del joven hacia unas marcas o reglas que el muchacho de 13-15 años llega fácilmente a entender y a elaborar él mismo. Fue la idea genial de Baden Powell: resumir en una Ley positiva y muy concreta un ideal de vida común a todos los muchachos. Muy distinta de los reglamentos de colegio o de las leyes de los adultos, la Ley scout resume en 10 artículos todo un código de vida al alcance del muchacho de esta edad, que libremente podrá escogerla como ideal de vida. Esta Ley es también el único “reglamento” del Colegio. No se trata de una serie de imposiciones o prohibiciones, sino de un compromiso libre; una imagen del scout que es leal, es amigo, es cortés, sonríe en las dificultades. 2. Todo el dinamismo que caracteriza este período tendrá ocasión de expresar en la vida al aire libre, el contacto con la naturaleza, el gran juego de la vida de campamento, el deporte, etc. 3. Los educandos tratarán en su actitud y en toda su vida de responder a la necesidad de seguridad del adolescente. No solamente serán comprensivos, sino que participarán y cooperarán, facilitando así toda clase de iniciativas. Con su imaginación, su entusiasmo, su disponibilidad podrán establecer relaciones de confianza con los alumnos. 4. Todos los cuadros de vida de los muchachos: Colegio, salas diversas, lugares de campamentos y hasta la misma habitación del rector o las casas de los profesores jefes serán muy acogedoras, a fin de lograr un equilibrio entre la necesidad de seguridad (estar en “su casa”) y la necesidad de autonomía e independencia. 5. La participación de las familias en las actividades del Colegio es muy importante: hemos tratado este punto en un capítulo aparte. En la vida de las tropas y del Colegio, los educadores tratan de integrar sus actividades asegurando la posibilidad de una verdadera vida familiar. Los padres conocen la vida scout de sus hijos y participan en distintas actividades. - Todo el sistema educativo está basado, entonces, en: Una ley al alcance total del muchacho. Una vida de descubrimiento en grupos, que constituye una educción a la autonomía. Contacto con la naturaleza, actividades al aire libre, juegos, deportes. Una educación para la vida social. Una actitud fundamental del educador: confianza y participación. Un ambiente: la alegría y la Fe. 8.3 ORGANIZACIÓN Después del Séptimo Básico, que está organizado enteramente por su profesor jefe frente a todos los alumnos de su curso, los muchachos que ya conocen las exigencias de la ley scout y la vida de aventura que presenta la tropa, pueden pedir su admisión en una de las patrullas. 1. La tropa scout consta de cuatro a seis patrullas. Cada patrulla agrupa siete u ocho scouts. 2. El jefe de tropas es de preferencia uno de los profesores jefes, lo que permite integrar realmente el método scout a la vida del Colegio y a las actividades de cada curso. El profesor llega de esta manera a conocer y a orientar a sus alumnos. La tropa scout le permitirá crear en su curso un ambiente de confianza y de superación que cambia completamente el concepto tradicional de disciplina y crea un espíritu de cooperación y de responsabilidad en el trabajo escolar. 3. La patrulla que responde a la necesidad de esta edad, de formar grupos o pandilla, es la unidad de acción y de vida. Las actividades de la patrulla se organizan alrededor del Consejo de patrulla, de las funciones que desarrolla cada uno de los scouts, sintiéndose realmente responsables e indispensables en su papel, de la gestión del material y del arreglo de su “rincón” en la patrulla. 4. El jefe de patrulla es realmente la persona “clave” de todo el sistema. Nombrado por su jefe de tropa, es un muchacho que se impone naturalmente en su grupo. No será, habitualmente, el más estudioso o el más disciplinado, pero el hecho de aceptar una responsabilidad seria en el Colegio le ayuda a dominar y orientar su temperamento. En vez de ser controlado o limitado, se le da la posibilidad de realizar plenamente todas las potencialidades que tiene, llevando adelante la vida de su patrulla. El mismo escoge a un “segundo de patrulla”, que le ayudará en su papel de jefe y que, naturalmente, muchas veces podrá sucederle. 5. Educación por la acción. El scoutismo da al Colegio distintas posibilidades para realizar esta educación: a) El juego: es la base del sistema que permite al muchacho vivir plenamente en su mundo de imaginación; utilizar todas sus fuerzas nuevas, viviendo aventuras que le permiten progresar y desarrollar su carácter; ejercitando su sentido de la observación y manteniéndose en buena forma física; adquiriendo más destreza y demostrando de manera viva su lealtad y su fraternidad. Permite también al educador conocer muchos aspectos nuevos de la personalidad de sus muchachos que, en la vida de todos los días, habrían pasado totalmente inadvertidos. El juego se utilizará también en muchas actividades escolares para animar las clases u organizar competencias entre las patrullas. b) El descubrimiento: el muchacho está, en este período, en la edad del descubrimiento. De hecho, ya ha empezado durante los años anteriores a descubrir el mundo, pero el adolescente puede ya salir de sí mismo para descubrir el mundo de los hombres. Las exploraciones de la tropa ayudarán al muchacho a conocer cualquier tipo de actividades del hombre: lugares históricos, manera de vivir, industrias, etc., y también a entrar en contacto con la naturaleza: árboles, plantas, insectos, flores, minerales... adquiriendo así conocimientos que las clases no podrían darle. Los profesores encontrarán en estas actividades la manera de orientar la búsqueda de sus alumnos y de dar más vida a sus materias. En los paseos o campamentos descubrirán también la vida al aire libre y sus técnicas: para muchos el campamento y la vida al aire constituirán uno de los grandes descubrimientos. Los educadores tendrán allí ocasión para realizar una formación mucho más completa y activa que en las clases. El muchacho, en convivencia con la naturaleza, aprenderá a descubrir a Dios, tomará contacto con la vida y los trabajos del campo, sentirá la necesidad de la ayuda mutua en su vida de patrulla (cocina, construcciones, etc.), tendrá la comodidad que él mismo construya y aprenderá a vivir en un cuadro de pobreza verdadera, que da todo su valor al fuego, al agua, a los alimentos sencillos. Cada patrulla, viviendo como una familia, conocerá el valor del trabajo para la comunidad y el precio de cada cosa. c) Expresión: una de las necesidades mayores que experimenta el adolescente es la de expresarse, de ejercitar sus facultades de creación. El scoutismo le ofrecerá muchas ocasiones de expresión. Los fogones y las veladas le permitirán crear juegos escénicos, mimos, cantos e instrumentos musicales. Las técnicas lo iniciarán en la realización de trabajos artísticos en madera, cuero, metales... La preparación de la Misa, de las oraciones de patrulla o de la dramatización de textos del Evangelio, facilitarán su expresión litúrgica. El papel que desarrollarán en los grandes juegos le servirá, además, también para afirmar su personalidad. d) Servicio a los demás y disponibilidad. En toda la vida de la patrulla, en la preparación a la Promesa, el scout descubrirá el sentido de la generosidad, perdiendo, así, el egocentrismo que caracterizó su infancia. e) La empresa: en el curso de las actividades del año, y en relación directa con el trabajo escolar, se organizará a veces un juego más amplio, que dura varias semanas y abarca distintas técnicas. Estas empresas están centradas habitualmente en un tema. Citamos como ejemplo: los Juegos Olímpicos, las 24 horas de Le Mans, la operación Robinson Crusoe, Las Cruzadas, etc. Este “proyecto” es, ante todo, un programa de la vida completa de las tropas del Colegio. El programa incluye numerosas actividades de todo tipo (competencia, trabajo escolar, servicio en la familia, o en el barrio, técnicas,). Los muchachos encuentran la oportunidad de crear el material necesario, de aplicar las técnicas adecuadas de expresión, conocimiento de la naturaleza, cocina cartografía, construcción de instrumentos necesarios, contactos con adultos especializados, entrenamiento deportivo, mecánica, etc. 6. Autoeducación. La Ley define el estilo de vida del scout y representa el ideal propuesto por el Colegio para todos los alumnos. Es un compromiso para toda la vida, ya que tendrá un sentido diferente para un muchacho de 14 años o para un hombre de veinte. Este estilo de vida presentado por la Ley se concretará en toda la vida del Colegio y de la tropa: los lemas que se fijarán para un semestre en el Colegio. La orientación de la vida del curso por el profesor jefe, el programa de las actividades de tropa o de patrulla, mostrarán de manera concreta el ideal de vida, exigiendo un esfuerzo especial en un aspecto de un artículo de la Ley. En el diario mural, en el pizarrón o en las palabras de un canto o de una oración se recordará esta orientación. La Promesa es un compromiso que el scout toma frente a sus compañeros y a toda la comunidad escolar. Este compromiso libre supone un conocimiento del estilo de vida propuesto por la Ley. El Consejo de Jefes de Patrulla presentará la Promesa a los scouts que tengan ya una cierta experiencia de la vida de la tropa y del Colegio, y que hayan demostrado su deseo de asumir un compromiso serio. 7. Sistema de confianza. Toda la pedagogía del Colegio está basada en la confianza. El sistema de confianza no es más que la fe del Colegio en las posibilidades del muchacho, y la fe del muchacho en la bondad del Colegio. El niño cree en su Colegio. El Colegio cree en el niño. El muchacho cree en la autoridad, pese a sus defectos, y la desea. El Colegio cree en la libertad, pese a sus riesgos, y la practica. Para que esta fe común dé todos sus frutos, se necesita un equipo de profesores seleccionados y convencidos de la bondad del sistema; se necesitarán también alumnos que quieran libremente entrar al ambiente de amistad y padres de familia dispuestos a colaborar plenamente con el Colegio y a vivir su espíritu. Hemos vivido los riesgos de una educación para la libertad, y hemos, a veces, conocido el desánimo. Pero muchas más han sido las alegrías que el sistema nos ha brindado. El goce inmenso de sentir a los niños felices y confiados junto a nosotros, no puede compararse más que con la tremenda responsabilidad que tanta fe impone a los educadores. Como consecuencia inmediata del sistema de confianza, se desprende el hecho que en el Colegio no existen “inspectores”, sino educadores que tienen por constante preocupación hacer del Colegio una gran familia, participando en todo momento en las actividades de los alumnos, orientando, en contacto permanente con la familia, su formación física y moral, controlando sus progresos intelectuales y esforzándose para vivir ellos mismos el ideal de vida que proponen a sus alumnos. En la tropa scout se podrá practicar plenamente el sistema de confianza, y los jefes de tropa, que son generalmente también profesores jefes, podrán de manera práctica confiar plenamente en sus scouts, viviendo con ellos la Ley y la Promesa. 9. LA ETAPA DE LOS “GRANDES” El método de Baden Powell se presenta fundamentalmente como un método de educación para muchachos. Una manada de lobatos o una tropa scout bien llevadas entusiasmarán fácilmente a los jóvenes adolescentes. La misma estructura de la patrulla compuesta por muchachos de edades distintas ayudará al éxito del sistema. Reunir e interesar a jóvenes de 16 a 18 años es mucho más difícil. La estructura de patrullas ya no es posible. Los grupos son distintos y pasaremos de la patrulla al equipo de trabajo, de la tropa a la sociedad de jóvenes, que se presenta de manera muy diversificada. Los intereses y las actividades deben también cambiar fundamentalmente. El cuadro de imaginación y de juego desaparece, para responder al deseo profundo del joven de integrarse al mundo adulto. Por otra parte, el Colegio debe preocuparse de la orientación de los alumnos de 3º y 4º Medio para que, entrando en un mundo a veces tan distinto del ideal de lealtad y de amistad del scoutismo, no lleguen a añorar su patrulla y las actividades de la tropa como una especie de paraíso perdido. Fundamentalmente, los alumnos de esta edad necesitan de un jefe que se imponga, el cual, en el ambiente de amistad y de confianza, pueda impartir orientaciones claras, mantener una línea de trabajo metódico y optimista que corresponda a las necesidades más exigentes de una buena preparación a la universidad y a la vida de trabajo del mundo adulto. El éxito de esta etapa depende mucho más del profesor jefe que en las etapas anteriores. El método de la manada de lobato o de tropa scout está tan bien adaptado a la psicología de esta edad, que puede tener éxito hasta con educadores menos capacitados. Además, el ambiente de la tropa scout da a los educadores grandes satisfacciones aparentes, lo que no ocurre en la etapa posterior. En consecuencia, planteando la etapa final de las “humanidades”, es necesario recordar que este momento es el más importante de la vida del Colegio y que las etapas anteriores son una preparación a la formación humana y cristiana completa, que es el objetivo del tercer y cuarto año. Por este motivo hemos insistido tanto en “no quemar etapas”: hay muchas actividades que es necesario dejar para los últimos años. Debemos también aceptar que la educación de la libertad, base de nuestro método, es muy progresiva, a fin de llegar a hacer del joven el principal responsable de su propia formación. Sin embargo, esta edad de adquisiciones personales necesita más que nunca de una orientación educativa firme y segura. Como lo afirma Michel Rigal: A la edad lobato, lo principal es la educación de la sensibilidad; a la edad scout se pondrá el acento a la educación de la voluntad; para los grandes adolescentes, se trata fundamentalmente de formar el juicio. Esta Educación en una sociedad de jóvenes no se realiza como antes por vía de autoridad en una estructura jerarquizada, sino en una sociedad de iguales, donde cada uno es responsable del otro, participando enteramente en las decisiones que interesan a la vida de la comunidad y a su orientación. Tomamos, asimismo, como principio la necesidad de considerar cada muchacho en sí, respetando al máximo su personalidad y haciendo prevalecer su formación antes que el sistema del Colegio. La finalidad del Colegio, que es la de formar “buenos ciudadanos que aman a Dios”, según la definición de Baden Powell, sobrepasa al Colegio mismo, que sólo es un camino d educación. Es decir, nuestro fin no es formar atletas, artistas o intelectuales que darán renombre a su Colegio: formamos hombres y cristianos que puedan ocupar plenamente su puesto en el mundo. 9.1 ASPECTOS PSICOLÓGICOS DE ESTA ETAPA Hemos visto en cada etapa del desarrollo del niño cambiar sus intereses; la guagua no distinguía sujeto y objeto y tenía que descubrir su cuerpo. La infancia tiene intereses más objetivos: lo que le interesa es el mundo de las realidades. El adolescente descubre los intereses personales que llegan a ser, al final de la adolescencia, intereses legítimos, es decir, que el joven se interesa en la organización lógica y coherente del mundo y ya está listo para entrar en el mundo de los hombres, cuya misión providencial es comprender el universo, ordenarlo y “dar un sentido” a la creación de Dios. El joven adolescente, preocupado de conquistar su autonomía, se había separado de su familia. Esta ruptura, más o menos marcada pero inevitable, debe llevar al joven a conquistar su independencia. Hay, sin embargo, que distinguir entre oposición o independencia: la educación de la libertad, desarrollada en la familia y en el Colegio, permitirá al joven superar esta hostilidad con su familia y reencontrar relaciones de amistad y comprensión con sus padres. Nos parece que la crisis de adolescencia ha sido exagerada por la literatura novelesca; sin embargo, si rechazamos la angustia pesimista, que, sin duda, sirve a las necesidades vitales de una novela, podemos comprobar con objetividad en nuestros adolescentes ciertas características comunes: - Van tomando conciencia de sus capacidades y de su potencia vital, y quieren traducirlas en realidades concretas: quieren expresar toda la inquietud que les anima. - Sus capacidades intelectuales se desarrollan, a veces, en el sentido de una crítica intransigente, pero también muchos buscan con angustia una respuesta a los grandes problemas de la vida: “¿de dónde venimos?”, “¿adónde vamos?”. Estas interrogantes adquieren enorme gravitación en el período de crisis evolutiva, cuando se agrega la inquietud de buscarse un camino en una sociedad cada vez más compleja. Dos tendencias se manifiestan: 1. La búsqueda de autonomía, que se da como voluntad de realizar, de expresarse rompiendo con los cuadros establecidos. 2. La necesidad de hallar una seguridad, formando grupos de adolescentes que abrigan los mismos ideales, sustentan los mismos juicios, comparten iguales distracciones y llevan los mismos vestidos: en ningún momento el grupo de amigos había tenido tanta significación. Estas dos tendencias se desarrollan paralelamente: la primera, perviviendo generalmente como algo teórico, como una aspiración, y la segunda, expresándose como realidad y como manera de vivir. - - El problema más complejo del adolescente es su necesidad de integrarse a los demás. Esta integración no es cosa fácil, ya que se trata de integrar dos elementos variables: el Yo del adolescente que evoluciona sin cesar y el medio ambiente que le ofrece formas de vida y de organización social siempre distintas: el colegio, el grupo de amigos, el tipo de diversiones, la adquisición de nuevos derechos y de nuevos deberes. El joven se muestra, pues, obligado a adaptarse continuamente. En un principio la adaptación se realiza en la misma línea de su infancia, pero la influencia del medio ambiente es considerable. Esta evolución es a la vez física y mental, Hay evidente correlación entre el aspecto físico y el aspecto psicológico. La experiencia parece demostrar que la definición de la adolescencia como “un nuevo nacimiento” no corresponde a la realidad, ya que los cambios de esta edad se realizan en función de la personalidad estructurada en la infancia, especialmente en el plano psicológico. Podemos de igual modo afirmar que, desde el punto de vista del desarrollo mental, la evolución de la adolescencia es consecuencia de lo adquirido en la infancia. Agregamos que esta evolución no se realiza de manera regular y continua, y su ritmo, a veces incoherente, viene a aumentar la sensación de inseguridad del adolescente. El ritmo irregular del desarrollo mental del adolescente, que no coincide con el ritmo progresivo de los programas, puede también explicar la frecuente disparidad del rendimiento escolar en un tercero medio. Sólo la comprensión del profesor jefe permitirá solucionar estas dificultades. Para terminar esta breve enumeración, hacemos notar que la adolescencia es la edad menos protegida de nuestra sociedad. Ya hemos señalado la duración cada vez más prolongada de los estudios necesarios para llegar a ejercer una profesión: este hecho alarga artificialmente el período de la adolescencia y crea un mundo joven que debe esperar cada vez más tiempo para poder entrar en el mundo del trabajo. También hemos afirmado que nuestras escuelas mantienen a los jóvenes en un cuadro de vida muy similar al cuadro de la infancia, en una época de su vida en la que los jóvenes experimentan en todo su ser los cambios más profundos de su existencia. En resumen: inspirándonos en un cuadro publicado en una revista de los scouts de Francia, podemos decir que nuestros adolescentes: - Critican fácilmente todo y a veces discuten por discutir. - Piensan que antes de ellos nada bueno se ha hecho. - Ven, generalmente, feo e injusto al mundo, y sienten un inmenso deseo de hacerlo hermoso y justo. - Están llenos de fuerzas nuevas, que quieren experimentar - La escolaridad prolongada les aparta de la responsabilidad que desean. - No saben cómo ocupar sus momentos libres. - Están fascinados por la técnica, o, paradójicamente, la rechazan y la inculpan. - Todo lo sexual les atrae. - Hay en ellos un gran deseo de equilibrio espiritual. Estas - posiciones: Les apartan de Les apartan de Les apartan de Les apartan de los más chicos, a los que desdeñan por ser demasiado niños. adultos, pues los juzgan incapaces o paternalistas. sus padres, a quienes estiman “viejos” y de otra época. una religión demasiado formalista o poco auténtica. En consecuencia, forman grupos de jóvenes que se quejan fácilmente de no poder realizar lo que más desean: - Tener responsabilidades. - Que los tomen en serio. - -Mostrar lo que valen. - Encontrar amigos que los escuchen. - Conquistar el amor a que aspiran. A los 15 ó 16 años el muchacho pondrá fácilmente en duda todos los ideales que animaron su vida de niño. Tomará una actitud exterior de rechazo a cualquier autoridad, afirmando que lo único que cuenta es: “pasarlo bien”. En realidad, bajo esta apariencia, el adolescente esconde mucha inseguridad. Será misión de sus educadores presentarle un cuadro de vida que le permita adquirir plenamente: - El sentido de las responsabilidades. - El sentido comunitario. - El sentido del equilibrio (criterio) 10. ADOLESCENCIA, ¿EDAD CRÍTICA DE LA FE? La crisis de Fe en los adolescentes ¿tiene causas distintas de los problemas de Fe que desorientan a tantos adultos? Trataremos de analizar, de comprender y de explicar esta crisis: su estudio nos parece indispensable si queremos abandonar la actitud demasiado habitual de aceptarla pasivamente. Nos preguntaremos después lo que debemos juzgar sobre la actitud, aceptada por muchos, de dejar a los niños la libertada de no creer. Padres creyentes: ¿tienen el derecho de imponer su Fe a sus hijos?, o, contrariamente, ¿tienen el derecho de dejarles completa libertad? Estamos frente a un problema que ya hemos abordado desde otros puntos de vista: el problema de la libertad, que forma parte del método del mismo Colegio. Trataremos de mostrar que el mensaje de Cristo en el Evangelio es precisamente un mensaje de liberación, que viene a sacudir innumerables maneras de pensar y criterios aceptados o impuestos por nuestra sociedad, que no parecen compatibles con las exigencias del Evangelio, el cual nos da una visión muy diferente de la felicidad para el hombre. Desde el Concilio Vaticano II, los medios de comunicación hablan bastante de la Iglesia: en el comienzo el tema dominante era el de la “renovación”, y poco a poco, al lado de “renovación” apareció la frase: “crisis de la Iglesia”. Hoy día, parece que la idea que domina es la crisis. Especialmente cuando se trata de la Fe de los jóvenes; lo que domina es el pesimismo. Empezaremos por establecer que este pesimismo de las generaciones es muy antiguo: desde siempre los adultos hablan de “la juventud de hoy”, que, para ellos, sufre una decadencia en su sentido moral, su nivel cultural, la disminución de su sentido de responsabilidad. Esta condenación de “la juventud de hoy” no tiene, pues, mucha validez. Creo, primero, que no puede globalizar la juventud: a semejanza del mundo adulto, el mundo de los jóvenes agrupa una variedad enorme en la manera de vivir y de pensar y, entre todos estos jóvenes, la comunicación es muchas veces tan difícil como entre los adultos. Sin embargo, hay que decir que los jóvenes actúan de la misma manera cuando acusan a “todos” los adultos como mediocres o formalistas. Si bien esta globalización es falsa, hay, sin embargo, que aceptar que la juventud se encuentra hoy frente a fenómenos nuevos que no existían ayer, y estos fenómenos provocan un interrogante religioso nuevo. Por otra parte, los adultos experimentan los mismos problemas que sus hijos, pero recuerdan con nostalgia la seguridad que encontraban en su vida religiosa de adolescentes, lo que fácilmente les incita a acusar a la instrucción religiosa de hoy y a la inestabilidad de la Iglesia y de la sociedad como base de todos los males. En este punto debemos ciertamente tener el coraje de mirar de frente y analizar estos cambios que desorientan tanto a los jóvenes como a los adultos. ¡No sirve para nada lamentarnos o preguntarnos qué ofensa hemos hecho al Señor para que Él haya permitido que tengamos hijos tan infieles! Empezaremos por estudiar nuestra sociedad, marcada por la impugnación religiosa, después veremos cómo esta situación impacta especialmente a nuestra juventud. Ya hemos mostrado que nuestra civilización actual es una civilización básicamente técnica e industrial; el hombre ha adquirido y sigue adquiriendo medios cada vez más perfeccionados para dominar la naturaleza, lo que normalmente lo aparta de Dios. En la Edad Media un pueblo acosado por la amenaza de la peste no tenía otro recurso que el de organizar rogativas públicas y procesiones; hoy día la vacunación da generalmente resultados más rápidos. Para protegerse de tormentas eléctricas, el hombre ha encontrado más práctico instalar sobre su techo un pararrayos, que encender cirios benditos. Para obtener buenas cosechas, el agricultor-técnico ha abandonado las procesiones y las plegarias, recurriendo a los abonos químicos preparados cuidadosamente en los laboratorios. Así, poco a poco, el mundo ha dejado de pensar en intervenciones frecuentes de Dios, para apoyarse en la sabiduría del hombre y su dominio de la naturaleza. Se ha perdido una cierta religiosidad espontánea, que era la de nuestros abuelos. Esta situación nueva presenta ventajas e inconvenientes. Lo que ha cambiado es la aceptación inevitable de Dios, como lo exigía la sumisión del hombre y su resignación frente a una naturaleza hostil. El mensaje de la iglesia encontraba en el mundo de ayer un terreno preparado de antemano: con la revolución técnica, el mensaje religioso ha perdido su eficacia espiritual en razón de no satisfacer directamente las necesidades materiales. Sin embargo, todo no es tan negativo; los progresos de la civilización han apartado el peligro permanente de confundir fe con superstición. De todas maneras, la situación actual se impone como un hecho y sería vano lamentar épocas pasadas; por otra parte, es evidente que la civilización de hoy es vivida de manera bien distinta por los que conocieron otra manera de pensar. Nuestros jóvenes, que han entrado de lleno en el mundo de la técnica, no necesitan, como sus padres, llevar el peso de estos cambios profundos. Parece, pues, que hemos perdido la instintiva necesidad de Dios. Para encontrar de nuevo su presencia, hay que sobrepasar la técnica y reencontrar un orden de valores. Estos valores, antes indiscutibles, están hoy cuestionados día tras día por la prensa, la radio, la televisión. Una encuesta revela que el sesenta por ciento de los habitantes de Chile presencia la televisión cerca de tres horas diarias. Eso significa que centenares de miles de jóvenes llegan a sus veinte años con cerca de 10.000 horas pasadas frente al televisor: esta cifra es casi igual al número de horas de escuela, ya que la T.V., sigue su programación y muchas veces se intensifica durante las vacaciones. Uno de los objetivos de estos medios de comunicación es trasmitir informaciones nuevas, que contradicen frecuentemente los esquemas tradicionales. Nuestros jóvenes de 15 años se forman hoy día muy poco en su ambiente familiar y se encuentran frente a una cantidad de valores contradictorios. Debemos reconocer que numerosísimos adultos, también, son incapaces de encontrar su camino entre todas estas orientaciones nuevas que se abren. La tentación es, entonces, la de un escepticismo universal; sin embargo, esta tentación se compensa con la obligación en la que se encuentra el hombre de hoy de dejar los caminos demasiado fáciles y hechos de antemano: ¡es más difícil ser cristiano hoy que ayer! Así como el mundo cambia, la Iglesia también se renueva. Muchos adultos habían sido educados en la idea de una Iglesia que era como el pilar de la estabilidad en este mundo en cambio constante: ella era la roca inquebrantable que daba seguridad, y, de repente, se encuentran frente a una Iglesia que abandona su posición tradicional de pilar seguro. Otros, al contrario, se entusiasman por esta posición nueva que responde a la invitación evangélica de una conversión permanente. Antes de estudiar la actitud de los jóvenes frente a este mundo que cambia, conviene recordar la actitud que tenemos, nosotros los adultos, frente a cualquier período de crisis. Casi espontáneamente tenemos la tendencia de buscar una roca, un salvavidas de donde aferrarnos y, a veces, sin darnos cuenta, recordamos valores que hemos experimentado antes y tratamos de encontrar en ellos este apoyo que necesitamos. Esta actitud de nosotros, los adultos, no deja de entrañar sus peligros, ya que provoca una posición conservadora inconsciente, y estos valores que recordamos no los podemos comunicar a los jóvenes que no han vivido nuestra experiencia pasada. Los adolescente carecen de tal recurso, ya que no tienen este pasado: su único refugio es el porvenir. Lo que sus mayores reclaman del recuerdo, ellos lo encuentran en la esperanza; una esperanza que puede parecernos en cierta manera negativa en este sentido, ya que rompe con el presente. Creo que por eso los cambios de nuestro mundo provocan una crisis más profunda en los jóvenes que en los adultos. En el diálogo entre jóvenes y adultos muchas veces nos planteamos los mismos problemas, pero las reacciones son muy distintas y provocan serias oposiciones. En sus primeros años de vida, el niño tiene una confianza total en los adultos, que le parecen todopoderosos. El niño cree que una vez que llegue a ser hombre, él va a dominar el mundo. Pero cuando entra en la adolescencia todo cambia, las cosas no salen nunca como él quisiera. Este muchacho, que tenía tanta confianza en su provenir, descubre que gran parte de sus proyectos fracasan y se desespera. Se desanima cuando el fracaso escolar viene a desarmar muchas ilusiones, y, generalmente, no falta el adulto – el mismo que lo alababa cuando chico – para predecirle un porvenir muy negro. El éxito escolar constituye para muchos padres una obsesión. Creyendo, con toda buena fe, animar a sus hijos, los reprenden continuamente, llegando a provocar un verdadero rechazo en el adolescente, que ya estaba pensando que su futuro estaba perdido. El muchacho a quien se le quisiera entregar ya responsabilidades de adulto, domina difícilmente todo el desarrollo sexual que experimenta su cuerpo. El, que hace muy poco estaba rodeado de comprensión y benevolencia, debería entrar de lleno en el mundo de los hombres, y se siente tímido, torpe o incapaz; ¡nadie lo entiende! Su refugio será fácilmente la imaginación, la evasión que lo aparta de una realidad aparentemente tan dura. Poco a poco se da cuenta de que su propia realidad está muy lejos de lo que imagina: nada le resulta y con frecuencia tiene unas reacciones de fracaso y busca, fuera de sí, a los responsables de esos fracasos. Observa con ojo crítico a los adultos, especialmente a sus educadores. En el plano religioso el adolescente podrá constatar, por ejemplo, que el cristianismo de sus padres o de sus educadores no representa para ellos ningún compromiso real, sino simples obligaciones y algunos ritos. Encuentra que la Fe de los adultos es triste. La gran dificultad con la que nos topamos, es que la adolescencia es la edad de las aspiraciones, mientras que la vida adulta es el momento de las realizaciones. Por este motivo el diálogo es difícil y, corrientemente, cuando se establece, los padres, en su deseo de ser útiles, de dar consejos o de comunicar su experiencia, impiden a sus hijos realizar lo que desean: expresarse, exponer sus ideas y discutir en lugar de recibir fórmulas e imperativos. La adolescencia es la edad de los grandes descubrimientos. El niño, desde muy joven, ha tenido la experiencia del ma., pero su idea es muy sencilla: como en las antiguas películas de cow-boy, hay buenos que tienen cara de buenos y malos que se distinguen claramente. El adolescente comprueba que hay que matizar esta visión de las cosas, que es sólo una caricatura. El mal le parece estar en todo, y el joven se pregunta por qué el adulto acepta tan tranquilamente esta situación y cómo es posible que se acomode a un mundo lleno de injusticia, donde el bienestar es en realidad consumo y provecho. A pesar de su idealismo, se siente incapaz de modificar lo que sus padres no han podido cambiar, y este descubrimiento es fuente de desaliento. Otro motivo para desalentarse, que es consecuencia de lo anterior, es la Iglesia, que, a pesar de sus principios, parece poco eficaz para transformar la historia del mundo: la Iglesia es demasiado semejante a la sociedad con sus debilidades, sus querellas internas, su mediocridad. Esta impresión aumenta con el peso de algunos deberes que parecen no producir el efecto inmediato que esperan: las misas obligatorias no parecen unir a los cristianos para formar una comunidad. Los sacerdotes les decepcionan también y cuanto más idealizan en ellos la imagen del sacerdote, tanto más el sacerdote real de todos los días puede decepcionarlos. Los jóvenes van perdiendo la imagen de un Dios que, cuando niños, estaba muy cerca de ellos, y que llega a ser ahora el Todopoderoso aparentemente despreocupado de sus necesidades. El descubrimiento del problema del mal parecería mostrar al joven la indiferencia de Dios frente a los problemas de los hombres. Sin embargo, como la mayoría de los adultos, el adolescente no alcanza a ser ateo; conserva la idea del Dios creador y lejano y mantiene especialmente el mensaje de amor y de fraternidad propuesto por Cristo: se construye fácilmente una especie de religiosidad que tiene poca firmeza. De todo lo que hemos dicho podríamos concluir que la “crisis de la Fe” de los adolescentes es casi inevitable. Creo que debemos aceptarla y prepararlos desde jóvenes. Nuestros abuelos temían cualquier iniciación sexual, pensando que podría provocar serias perturbaciones. Sin embargo, con olvidarse del problema no se ha arreglado nunca nada; parece que, sin preparación, la crisis de pubertad era antes más difícil. Hoy día, la experiencia nos enseña que la educación sexual debe impartirse desde temprano. ¿Por qué no actuar así en el problema religioso que nos preocupa? Parece que es toda la edad de la adolescencia la que presenta un problema: creo que conviene preparar e iniciar al niño para que aborde con éxito ese período difícil de su vida, y esta preparación no puede ciertamente realizarse con “cursos de iniciación”; es en la vida de todo los días, en el ambiente de la casa y del colegio, donde el joven encontrará el camino. De esta manera no vamos a suprimir la “crisis religiosa”, pero preparándola de antemano podremos evitar oposiciones inútiles entre los jóvenes y sus padres: conflictos de fuerzas, angustias profundas y desorientación del adolescente. Podremos presentarla como una etapa en que los padres verán con paciencia y tino la formación de la personalidad autónoma de su hijo. De esta manera estoy cierto que disminuiremos las tensiones. Esta preparación global a la adolescencia ofrece también la ventaja de ubicar el problema sexual dentro del conjunto de la crisis de la adolescencia. Lo sexual no tiene el monopolio en la vida adolescente: el problema religioso, el aprendizaje de la soledad, la formación de la personalidad y de la imaginación, todo está unido, y los problemas o las soluciones están muy relacionadas unos con otros. Es en la vida de todos los días y en la convivencia de un buen ambiente donde estas cosas se dicen y se hacen. Muchos adultos evocan con nostalgia la sólida formación cristiana que recibieron, lamentando que sus hijos no reciban hoy esta apologética y el credo tan recio de su infancia. Pero deben conformarse: la clase de religión y el catecismo de ayer no son de ninguna manera posibles hoy. En el mejor de los casos son, para nuestros jóvenes, unos discursos más entre la multitud de discursos ideológicos que les presentan los medios de comunicación, escuchados, leídos o vistos cada día. Lo que buscan nuestros jóvenes no es otra información, otro discurso más; es más bien una interpretación, una manera de seleccionar la ola de informaciones que les cae encima. Necesitan una luz capaz de iluminar esta existencia. Creo que lo fundamental de nuestra educación religiosa es tratar de mostrar que el Evangelio es la luz que les permitirá orientar su vida. Necesariamente, la educación de la Fe se basa en los problemas concretos de la vida. Eso no significa simplificar el problema: debemos ubicar las verdaderas dificultades de los adolescentes, ayudarles a expresarse y tratar de presentarles la respuesta del Evangelio. Así se llegará al problema fundamental de una Fe concreta que orienta prácticamente la vida. Volvería yo ahora a lo que dije al principio: muchos adultos amargados y tristes deforman completamente el mensaje de serenidad y de alegría fecundas del cristianismo. Es evidente que la alegría atrae a los jóvenes. Un ambiente familiar siempre preocupado y tenso los aparta de lo que puede presentar el hogar como ideal de vida. No se trata de esconder a los jóvenes las dificultades reales de la vida; se trata de enseñar, por nuestra manera de ser, que nuestra esperanza en Cristo es lo suficientemente fuerte como para sobrepasar los obstáculos que encontramos en nuestro camino. 11. LA COMUNIDAD AL SERVICIO DEL NIÑO Frente a los profundos cambios que experimenta la educación en el mundo y a la necesidad de preparar nuestra juventud para su modo de vida tan diferente del que hemos conocido, el sistema de educación que empezamos hace 25 años en el “Colegio Notre Dame” se ha mostrado capaz de enfrentar situaciones muy diversas. La “Comunidad Escolar” (que es, desde el principio, base de nuestra pedagogía) y la “Educación para la Libertad” y el “Sistema de Confianza”, que son consecuencia de la personalidad del niño y del adolescente, se ven como las bases de una educción más apropiada a las necesidades de nuestra época. Sin embargo, las situaciones cambiantes que vive la sociedad contemporánea hacen necesario ajustar continuamente las estructuras y los objetivos de nuestro Colegio, adaptándolos a las nuevas exigencias y necesidades. Más que nunca se debe insistir en el papel educativo y formativo de la personalidad, lo que exige una participación siempre más activa y competente de todos los que son educadores. Los obstáculos más importantes para una verdadera comunidad proceden: 1. De parte de los alumnos. Que deben ser progresivamente los principales responsables de su propia formación: el ambiente en el que viven muchos de ellos es habitualmente artificial y metalizado, y se propone al ideal que les presenta el Colegio. Influidos por ese ambiente, los muchachos llegarán fácilmente a considerar que lo más codiciable para ellos es llegar a ocupar una situación que les permita tener dinero y poder. Esta visión materialista atenta gravemente contra los fundamentos cristianos de nuestra educación. En estas condiciones es natural que muchos de entre nuestros alumnos demuestren una real falta de interés en su propia formación. 2. De parte de los padres. A gran parte de ellos les falta VIVIR su Fe. La religión, el Evangelio, el cristianismo parecen haber sido relegados a un desván de cosas que no se usan ni tampoco se botan, pero que no circulan en la vida diaria. Parecería que la religión sirve para que los hijos sean “bien educados”, para castigar a la “gente mala” que compromete el orden establecido, para apoyar una moral y unos principios que los jóvenes consideran ya artificiales o anticuados; entonces, todo el cristianismo vacila. La religión queda reducida a un conjunto de buenos principios “sociales”, para que los niños sean respetuosos y para que la propiedad privada sea protegida; la liturgia, los sacramentos y la oración representan como una compañía de seguros que garantiza el cielo. Este concepto de religión, tan común entre nosotros, está muy lejos del espíritu del Evangelio que nos presenta la Fe como una verdadera aventura que viene a perturbar nuestra tranquilidad. Quizás haya también, de parte de algunos padres, una falta de verdadero interés en las cosas del Colegio como comunidad: se centran en su hijo, no más, olvidando que este necesita encontrar en su Colegio el ambiente que le ayudará a desarrollarse plenamente y que, más allá de su familia, el joven necesita, cada vez más, abrirse a otros grupos que tendrán una importancia muy grande en su desarrollo, como son su curso, su patrulla scout, su grupo de amigos y amigas, su equipo de básquetbol, etc... y que el valor de este ambiente depende mucho del compromiso que todos los miembros de la comunidad tengan en el Colegio. 3. De parte de los profesores. Creemos que otro serio obstáculo para la Comunidad Escolar puede ser el individualismo, tan marcado en muchos de nosotros. Vivir en equipo es cosa difícil, especialmente para un educador, ya que significa cooperar plenamente al desarrollo de un muchacho: legar a ser el amigo que quiere, el jefe que admira y poder desaparecer y pasar la mano a otro cuando es necesario. Es una dificultad hasta para los mejores educadores. 4. El rector. También puede llegar a ser un obstáculo al espíritu de la comunidad, cuando tiene inclinación a sobrecargarse, creyéndose el único capaz de realizar algunas cosas. Piensa fácilmente que sólo él puede decidir o ejecutar ciertas responsabilidades y vacila cada vez que debe delegar su autoridad. O, por el contrario, suele caer en la rutina, rechazando todo riesgo y tratando a todo precio de evitar las “complicaciones”. De esta manera, el Colegio dejará de ser una aventura en marcha y el rector será como un funcionario al servicio de un reglamento o de una tradición, y no el jefe de un equipo dinámico que enfrenta los riesgos de una aventura educativa. La Comunidad Escolar debe llegar a ser el centro de una educación permanente, donde cada uno de sus miembros sigue educándose como alumno, profesor, padre de familia, como ciudadano y cristiano. El Padre Cardonnel dice: “El hombre nace viejo; es necesario que muera joven”. No podemos edificar nuestra educación o nuestra fe cristiana sobre cimientos o tradiciones muertas, que actúan como tranquilizantes. Las estructuras escolares viejas e inadaptadas aplastan a educandos y educadores; desalientan la iniciativa, la curiosidad y la creatividad. Los niños entran en la escuela llenos de genio y de imaginación: salen de ella atestados de palabras. Es decir, ¿qué habría que suprimir la enseñanza? Ciertamente que no. Pero es necesario que nuestros muchachos sepan que no pueden confiar ciegamente en las estructuras escolares; no deben perder su iniciativa, su espíritu de investigación, limitándose a las materias de exámenes. Deben leer, buscar, trabajar personalmente, criticar los cursos y completarlos. No deben convivir con afanes competitivos sino trabajar en equipo, reservar tiempo para la amistad, el deporte, la poesía y la música. Si son activos, quedarán vivos, olvidarán rápidamente lo que aprendieron para el examen, recordando lo que asimilaron por interés. De igual modo, como cristianos, digamos: estructuras religiosas. no confiemos ciegamente en nuestras No nos basta con rezar muchas oraciones, consumir sacramentos o “practicar” los domingos. Tengamos conciencia de nuestra necesidad y estaremos abiertos a la Palabra y a la Gracia de Dios. Para ser salvados debemos nacer de nuevo, cualquiera sea nuestra edad; dejarnos renovar por el Espíritu, estar abiertos y disponibles para con Dios. Darnos cuenta que debemos descubrir a Cristo durante toda nuestra vida. Nuestro ideal es hacer del “Notre Dame” un centro de cultura iluminado por la Fe, un lugar privilegiado, donde la Iglesia y el mundo puedan encontrarse en un intercambio fraternal y respetuoso de todos los verdaderos valores humanos. La función más importante de la Comunidad educativa, es la de dar a nuestros muchachos la posibilidad de realizar el aprendizaje de su vida social en un ambiente de familiar, que presenta ya la imagen de la sociedad adulta donde tendrán que vivir. Las técnicas de enseñanza, que facilitan el esfuerzo y acostumbran la mente a un control lógico, deben ser utilizadas al máximo, pero nunca podrán reemplazar la presencia viva de los educadores. Al contrario, hacen al educador más indispensable, ya que, más allá de la máquina o de la técnica, lo importante es encontrar al hombre. Las relaciones de amistad entre profesores y alumnos, hacen que la escuela moderna no llegue a ser una fábrica de robots perfeccionados que fácilmente podrían llegar a ser nuestros hombres del futuro. El fundamento de la educación que posibilita la expresión y la profundización de las relaciones humanas es el diálogo. Las relaciones humanas son para nosotros el elemento más importante en la educación, por eso damos tanto relieve a todas las formas de expresión. No debemos nunca olvidar que el fin de la educación es formar para ser feliz; es decir, abrir la posibilidad de realizarse plenamente como hombre. El joven encuentra su equilibrio y forma su libertad personal en el contacto con educadores que se dan plenamente, como hombres que son, como cristianos, como esposos y padres de familia o como sacerdote en las alegrías y las penas de la existencia de cada día. Si la máquina o la técnica perfeccionada llegara a reducir o a suprimir las relaciones que unen a los muchachos con sus educadores, habríamos perdido ese contacto enriquecedor e indispensable entre personas, que es la base de cualquier sistema de educación. Si pensamos que el diálogo es necesario entre educadores y jóvenes, nos parece evidente y absolutamente necesaria la participación de los padres en ese diálogo. Comúnmente se establece sólo en forma eventual y efímera la relación entre profesores y padres cuando, por ejemplo, hay dificultades y el Colegio “cita” al apoderado, para que el control sea más estricto, con lo cual el niño se sentirá como víctima de una “conspiración”. No es, evidentemente, este el tipo de relaciones del que queremos hablar; no corresponde de ninguna manera a nuestro ideal de educación basado en la confianza y en la lealtad. Estimamos que existe comunidad cuando se trata de vivir un estilo de vida común, establecer un intercambio permanente que nos permita expresarnos y ayudar a cada uno a realizarse mejor. Creemos que, tanto para los padres, como para los profesores, estos contactos de amistad ahorran mucho tiempo perdido en reuniones estériles o en esfuerzos inútiles (por estar mal enfocados) y evitan dificultades y oposiciones entre educadores y críticas mutuas que entorpecen las relaciones e impiden cualquier trabajo educativo. El tiempo perdido es generalmente consecuencia de relaciones sociales insuficientes o mal entendidas. Si bien muchos padres confiesan estar poco preparados para su papel de padre o madre de familia, deben pensar que, a su vez, muchos profesores, por muy expertos que sean en sus materias, conocen poco el crecimiento psicológico y afectivo de cada uno de sus alumnos. Hay que insistir en la importancia del pasado del niño; este llega al Colegio casi ya formado por todo un aprendizaje familiar y social que determina su conducta actual. Es, pues, indispensable que el educador conozca las relaciones que el alumno tiene con sus padres y sus hermanos, la situación material y social de su familia. Muchas veces el profesor está en la situación de un agricultor, que conociendo la semilla que debe plantar, ignora la naturaleza del terreno en que trabaja. Cada niño tiene su drama propio, individual, tiene sus particularidades y sus dificultades: esta diversidad proviene en realidad, en gran parte, de la variedad de los ambientes familiares y sociales en que viven los niños. Son estos elementos los que van a determinar el comportamiento de nuestros muchachos. La cooperación de los educadores con la familia presenta a veces dificultades: efectivamente, la vida del joven en edad escolar se reparte entre distintos ambientes. Cada uno de estos tiene su papel propio: hay ciertamente ventaja en que tanto la familia como la escuela conserven su independencia. Se podría decir que el niño debe poder, a veces, escapar de la escuela “refugiándose” en su casa, o inversamente, “refugiarse” en el colegio o en su grupo de amigos. Si puede decir, también, que los padres no deben tomar el papel del profesor, como tampoco este puede reemplazar a los padres. Esta actitud permitirá una cooperación indispensable, evitando los conflictos que quiebran la unidad educativa. Las dificultades de estos contactos suelen surgir tanto de los profesores como de los padres, o también de los mismos alumnos, quienes frecuentemente tratarán de proteger su independencia creando conflictos entre sus padres y sus maestros. Podríamos referirnos al intervensionismo exagerado de ciertos padres, que explica la reserva de muchos profesores en sus relaciones con las familias. Recordamos a un excelente profesor que se quejaba de los padres de sus alumnos, los que, según él, formaban con sus hijos algo que él llamaba “una sociedad de protección mutua contra los profesores” La crítica de parte de los padres, de los métodos de trabajo o de la disciplina del profesor, es grave para el niño. Los profesores tratan de adecuar sus métodos al sistema del Colegio, dejando progresivamente a sus alumnos más libertad de acción y de expresión: la crítica e incomprensión de ciertos padres que se muestran opuestos a toda innovación perjudican este trabajo. Otro obstáculo sería el carácter afectivo y apasionado de las intervenciones de algunos padres que pierden toda objetividad o racionalidad cuando se trata de sus hijos. Cuando hay de antemano relaciones de amistad y comprensión entre padres y profesores, estas complicaciones no existen. Es deseo natural de muchos padres, el realizar en sus hijos sus propias aspiraciones, orientándolos hacia tal o cual carrera sin tomar sus aptitudes y sus posibilidades. Es a veces difícil para el orientador convencer a los padres, de que todos sus hijos no deben necesariamente orientarse hacia la universidad y menos hacia una carrera determinada. Cuando el muchacho no responde al ideal soñado pro sus padres, se producen malentendidos y amarguras, que un contacto entre los educadores podría fácilmente evitar. Con los más chicos hay padres que a veces utilizan en la casa al profesor para resolver conflictos que no tienen nada que ver con el Colegio; el profesor llegará a ser el “cuco”, ante quien se amenaza acusar al niño rebelde para que sea obediente, se levante a tiempo o se corte el pelo. Se entiende que, en estas condiciones, los profesores prefieran reducir al mínimo sus contactos con estas familias, ya que, cuando no entran en el juego, se los considera como faltando a la cooperación. La única víctima de estos conflictos será el niño; escuchará la crítica de sus padres y sentirá su hostilidad para con el profesor, podrá, según los casos; compartirla o, al contrario, oponerse a ella tomando apasionadamente la defensa de su profesor. En ambos casos, este desacuerdo lo confundirá y encontrará en él una justificación para su pereza o su conducta, tratando con habilidad de aumentar este conflicto entre “autoridades”, que finalmente lo deja a él como juez de sus educadores. Podríamos seguir enumerando detalles de la vida de cada día en este pequeño mundo del Colegio, pero creemos que el principal obstáculo para nuestra comunidad escolar es la indiferencia o la apatía de ciertos padres que no se integran a la vida del Colegio y parecen no tener mayor interés en conocer al profesor o a los compañeros de sus hijos. Las informaciones y comunicaciones del Colegio no les interesan; las papeletas quincenales pierden todo su sentido, ya que las calificaciones de Lealtad, Fraternidad o Carácter no les importa. Lo único importante a sus ojos son las notas en los distintos ramos. En muchos casos esta actitud de parte de algunos padres, viene de la misma falta de seguridad que experimentan frente a sus hijos o también de un sentido de culpabilidad que pueden tener ante situaciones conflictivas que ellos mismos han provocado. Una Comunidad Educativa verdadera, basada en un ideal cristiano común compartido por padres, profesores y alumnos, creará relaciones de amistad entre ellos, que permitirá una verdadera educación de todos los miembros de la Comunidad. Este contacto hará posible conocer el ambiente familiar y entender la manera de reaccionar de Juan, el hijo mayor de una familia numerosa; de Julio, el benjamín; de Antonio, hijo único. Entenderá la actitud de Gonzalo, cuya madre es muy dominante y quiere que su hijo viva en función de ella. Podrá ayudar también al niño que nadie quiere realmente en su casa, y entenderá la agresividad o la angustia de otro de sus alumnos, cuyo padre es demasiado autoritario o muy débil; la desorientación de otros, cuyos padres están por separarse, después de muchos conflictos en la casa o la falta de seguridad que experimentará toda la familia cuando el papá acaba de perder el empleo. Podrá también el profesor jefe darse cuenta de la manera de reaccionar de los padres de sus alumnos, frente a los éxitos o a los fracasos de estos, los que están únicamente preocupados por la nota, los que persiguen a uno de sus hijos, con comparaciones con su hermana que obtiene tan buenas calificaciones. Conociendo mejor la vida de sus alumnos, el profesor jefe tendrá una acción educativa más profunda. El muchacho se dará cuenta de este interés y tendrá el sentido de seguridad necesario para su desarrollo psicológico. Estamos convencidos de que no podemos realizar sólo con un equipo de profesores de buena voluntad, un colegio como pensamos debe ser el “Notre Dame”. Es decir, una escuela que presenta como base de su sistema educativo la Confianza, la Libertad, la Lealtad, necesita de una Comunidad Escolar que cree realmente en estos valores. Si queremos reemplazar la autoridad por la razón, la hostilidad por la amistad, el castigo por la solidaridad, los padres de nuestros alumnos, deben confiar en que este camino es mejor para hacer de su hijo un hombre, incluso en el caso de que ellos hayan sido educados de otra manera muy distinta. B I B L I O G R A F Í A - Revistas de los movimientos scouts de Francia y de Bélgica. Revista “École et famille” de Bélgica. Revista del Ministerio de Educación de Chile. Revista de Pedagogía de FIDE (Santiago). Allaert y otros: “L’Adolescence” (Bloud et Gay, París). Aumont Michèle: “Jeunes dans un Monde Noveau”, Edit. Du Centurión, París. Anselme D’Haese: “Enfance et Adolescence” (La Procure, Bruxelles). Baden Powell: “Escultismo para muchachos”, Edit. Escultismo, México. Baden Powell: “Guía para el Jefe de Tropa”, Consejo Interamericano-Escultismo, México. Berge: “La Liberté dans l’Éducation”, (Editions du Scarabée, París). Berge: “Le métier du parent” (Aubier, París). 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