ENSEÑANZA MEDIA: DE LA GUARDERIA A LA JUNGLA. (Artículo publicado en El País, 2 de marzo de 1993). Entre los balances que se han hecho del último decenio español destaca, curiosamente, el tratamiento dado a la educación. Hay un tibio consenso en presentarla con tonos positivos, en contraste con la evidente bancarrota de otros sectores. Las alabanzas a la reforma educativa por parte del personal docente suelen ser directamente proporcionales a las esperanzas del interesado de escapar a ella y de lograr, con su fidelidad, un virrenaito de coordinador, asesor de cursillos o, quizás de dar el salto a los dorados campus universitarios. Cumple desentonar. El supuesto éxito tiene la misma entidad ilusoria que el retablo de Maese Pedro: el rey está en realidad desnudo. Ahora bien, como en el Aleph borgiano, el proceso en sí es una interesante reproducción en pequeño formato de la que ha sido en líneas generales la política estatal en los últimos 10 años. Se ha jugado, de forma simple pero no inocente, con la extensión de la enseñanza pública y obligatoria hasta los 16 años, con la verborrea igualitaria más trasnochada y con el clientelismo gubernamental y sindical. Vistas desde el interior, la LOGSE y la reforma educativa están menguando vertiginosamente el contenido y el nivel de lo que llamaremos enseñanza media y van a producir en los años que vienen logros en analfabetismo funcional, carencia de los conocimientos más elementales y clasismo social. La prolongación de la escolaridad se ha capitalizado de forma partidista, de manera semejante a lo hecho con la integración de España en los organismos internacionales. Ambos cambios se hubieran dado, por necesaria homologación con el resto de las naciones occidentales modernas, con cualquier Gobierno posfranquista que cumpliera los requisitos democráticos. La extensión educativa en España se ha decretado, pero no planteado con todos sus costes, exigencias y compromisos. Es un globo verbal hinchado de prácticas arbitrarias y masificación que ha desguazado lo que fue un eficaz sistema de bachillerato estatal, mientras se presenta oficialmente este desguace cualitativo como el necesario precio de un gran logro social. El proceso se acompaña de una jerga copiada del fracasado experimento docente británico y de las más rancias consignas populistas, de forma que sirva de cortina de humo tras la que se ocultan la falta de financiación pormenorizada de la reforma y la ausencia de voluntad política de democratizar la enseñanza media. Entiéndase por democratizar la igualdad de oportunidad, el hacer accesibles a todos los alumnos los conocimientos (escribo conocimientos, que no el calco anglosajón en boga destrezas, más propio del adiestramiento de chimpacés que de la formación de adolescentes) que garanticen un sólido bagaje cultural y un paralelo desarrollo intelectual. La táctica del último decenio ha sido construir un vasto aparcamiento en el que meter a todos los alumnos hasta los 16 años, hacerlos pasar de un curso a otros sin exigencias, eliminar a los profesores especializados borrando el cuerpo de catedráticos y colocando a maestros de básica en las clases que aquellos y los agregados por oposición impartían, multiplicar entre el personal la precariedad -y, por ende, la sumisión- anulando los derechos adquiridos por criterios objetivos y potenciando los cambios discrecionales en las condiciones de trabajo, prolongar la metodología infantil, minimizar las materias culturales de base y banalizar el elemento conceptual. Mágica polivalencia. La exigencia y los exámenes están mal vistos, luego se elimina gloriosamente el fracaso escolar, los alumnos nada saben, pero así no se traumatizan ni hay protestas familiares por suspensos; con mágica polivalencia les imparten clases personas sin especialización en los niveles y materias; en virtud de la política de áreas afines, los profesores son enviados a explicar asignaturas que jamás figuraron en sus estudios; en las oposiciones priman, no los conocimientos, sino los acuerdos respecto al sistema de puntuación. En lugar de estabilizar al profesorado, el Gobierno ha creado miles de nuevos contratados, jornaleros pedagógicos con los que cae de pleno ahora el recorte de presupuestos. El BOE se ha convertido en un instrumento de reemplazar méritos académicos por fidelidades políticas, cursos por cursillos, titulaciones por accesos, cuerpos por oposición por libres designaciones. El profesor, que bastante tiene con sobrevivir varias horas en una cada vez más ingrata estancia con 40 -número tercermundista si los hay- adolescentes despojados de toda conciencia de rigor y esfuerzo intelectual y contra cuya violencia ocasional nadie le ofrecerá respaldo, capea como puede la marejada y se guarda de criticar una política que considera mal irreversible. El silencio es potenciado por el miedo a represalias, por la crisis, que hace envidiable hasta un salario tan menguado, y por la placidez vegetativa de los que ejercen la docencia como segundo sueldo familiar. En la situación actual han influido notablemente los pactos del Gobierno con Comisiones Obreras (sindicato con muchos más afiliados en EGB que en enseñanza media), y también con UGT, sin que la eficacia pedagógica y y la ética profesional tengan nada que ver en los acuerdos. El clientelismo a costa del erario público se ha vestido de igualitarismo camboyano con fervorosas llamadas al cuerpo único y a los trabajadores de la enseñanza. Todo se salva con el empleo ad nauseam de un discurso cuajado de diseño curricular, proyecto docente, intercambio dinámico, etc. Ello ha permitido la súbita promoción de múltiples orientadores, coordinadores y formadores del profesorado, y no menos técnicos, expertos y consejeros, los cuales compensan su falta de nivel, titulación y conocimiento con la fidelidad propia del comisario político. El resto se conforma con los puntos otorgados por haber participado en la reforma. Acción de gracias. A la enseñanza privada la ha venido Dios a ver y muy ingrata u obtusa tendrá que mostrarse para no organizar en breve una pública acción de gracias al partido en el Gobierno. Nada tan reaccionario como el populismo demagógico. La masificación y la guerra a la calidad oficial empujarán a los padres a costear, a poco que puedan, la enseñanza de sus hijos en centros privados españoles o extranjeros. Los alumnos de extracción social modesta no hallaran ya en la oferta estatal gratuita los bienes culturales que carece su entorno familiar, que son la base de la igualdad de oportunidades, pasaran directamente de la larga estancia en la guardería a la jungla competitiva adulta, en la que estarán en franca desventaja. Sin embargo, la reforma educativa presenta un gran interés como especimen significativo. Resume, en su limitada forma, los rasgos principales de este decenio: demagogia, de igualitarismo social, clasismo acelerado, degradación del servicio público, sustitución de la política por una red de estrategias de preservación de economatos y clientelas, disolución de agrupaciones profesionales, primacía a la cantidad sobre la competencia. La enseñanza media no es sino un edificio más de intereses creados y ruina anunciada de los que esperan ser desmontados tras echar el telón a los fastos feriales del 92. Mercedes Rosua, profesora de bachillerato.