DOCUMENTO DE REPUDIO EN EL 30º ANIVERSARIO DEL GOLPE MILITAR GENOCIDA PERPETRADO EL 24 DE MARZO DE 1976 Dolores, 21 de marzo de 2006 Las distintas organizaciones juveniles que comprenden la 5ª Sección Electoral de la Provincia de Buenos Aires, reunidas en este > lugar manifestamos: Hace exactamente 30 años, el 24 de marzo de 1976 se produjo una fractura en la historia de nuestro país, con el derrocamiento de un gobierno legítimamente constituido, por parte de las fuerzas armadas de la Nación. Este no fue un golpe de estado más: fue la fría y despiadada planificación de romper con la estructura social que se había generado a partir de 1945 (y que fue truncada, en primer lugar, por el golpe de 1955), que constituía un ejemplo para el resto del mundo por la igualdad de oportunidades que brindaba en torno al ascenso social de los más > postergados. El Golpe del 76 fue el intento final de destruir un modelo económico basado en la producción industrial y el trabajo. Hasta 1975, Argentina contaba con uno de los standars de vida más alto en la región y en el planeta entero, con un reparto de la riqueza producida dentro del país que equiparaba 50% para el capital y 50% para los trabajadores. Las organizaciones sociales habían sido una piedra fundamental en la construcción y armado de este modelo económico ejemplar, que tomaba a la industria nacional como pilar de su desarrollo y que defendía la producción de sus manufacturas y promovía el progreso social de los sectores más relegados de nuestra sociedad. El Estado cumplía sus funciones básicas a la perfección, garantizando el acceso gratuito de toda la población a los derechos adquiridos de atención de salud, educación, seguridad y trabajo. Cada barrio y cada localidad estaba organizada por cientos de militantes voluntarios que pretendían realizar las reformas que fueran necesarias para establecer una patria que contemplara a todos: es decir, una nación que fuera políticamente soberana, económicamente independiente y socialmente justa. Este fue el objetivo principal que tuvieron los militares, con el apoyo civil de los sectores más retrógrados de nuestra sociedad, al derrocar por la fuerza al gobierno y establecer un poder de facto que suprimió todas las garantías de los habitantes. A través de un programa de exterminio y persecución de miles y miles de personas, engendraron una maquinaria represiva de muerte que buscó modificar la estructura social y productiva en beneficio de un sector muy restringido de la sociedad. Los "excesos" a los que han hecho alusión en sus reiteradas y falaces autocríticas, no fueron excesos: fueron el fruto despiadado de una planificación meticulosa para asesinar y desarticular todo el tejido social que permitía ese reparto equitativo de la riqueza a la que hacíamos alusión. La tortura, los campos de concentración y los vuelos de la muerte no son errores de militares trasnochados, sino el aprendizaje concreto de las cúpulas militares educadas en la nefasta Escuela de Las Américas, fomentada y financiada por el Departamento de Estado de Norteamérica y por donde pasaron los militares de toda Latinoamérica. Los 30 mil compañeros desaparecidos, los más de 1500 fusilados, el medio millón de > exiliados, la innumerable cifra de perseguidos y detenidos, la apropiación de bebés nacidos en los campos de concentración, la > apropiación de bienes y la transferencia forzosa de propiedades como > botín de guerra, hablan a las claras de un plan sistemático que tuvo como finalidad imponer el terror en la sociedad y desarmar a todas las estructuras y organizaciones que garantizaban la existencia de una nación mas equitativa. Las bases económicas que sentaron los militares, sirvieron para instaurar lo que años más tarde se conocería como políticas neoliberales, que culminaron con el proceso de destrucción de la industria nacional que tantos años y esfuerzos nos había costado construir. El incremento exponencial de la deuda externa, sumado a la apertura indiscriminada de las barreras aduaneras, ahondaron la brecha existente entre los sectores más poderosos y los de menores ingresos. Esos sectores poderosos, que colaboraron con la represión dentro de sus empresas, señalando a los delegados gremiales y a los activistas más combativos, fueron los beneficiarios de un plan ignominioso que hizo pública la enorme deuda privada que habían contraído sus empresas. Algunos de ellos hoy continúan reivindicando la herencia política y social que nos dejaron los militares. Hay otros reclamos que aún siguen pendientes. Pocos se acuerdan de la disparata! da aventura que tuvieron los militares cuando intentaron recuperar nuestras Islas Malvinas. Miles de reclutas sin instrucción militar fueron puestos frente a un ejército preparado y bien pertrechado que barrió con las ilusiones de millones de argentinos que nunca vamos a dejar de reclamar la pertenencia legítima de esos territorios. Los jóvenes héroes nacionales que combatieron como pudieron en esa guerra también forman parte de la pesada deuda social que nos legaron los militares genocidas. Una sociedad temerosa, desarticulada, con una generación aniquilada y con la deslegitimación de la política como herramienta de transformación social fue el saldo principal que recibimos quiénes nos iniciamos en la vida política en los años 90. Nos decían que no valía la pena hacer política porque era imposible cambiar nada; nos desalentaban a participar, porque arriba ya estaba todo arreglado; nos obligaron a crecer con el estigma de que la política era solamente para los profesionales y para los más vivos. Pero la situación social se fue haciendo cada vez más apremiante: millones de seres fueron quedando excluidos de toda participación política y afuera del acceso a las garantías básicas que señala no sólo nuestra Constitución, sino el más elemental de los sentidos, que es el sentido común. Sentido común: lo que siente el pueblo, que no necesita de academias ni de postgrados en Harvard para saber que una sociedad es injusta y que debe modificarse para garantizar la satisfacción de sus necesidades. Porque somos como el junco que se dobla y se tuerce pero siempre sigue en pie, es que hoy nos reunimos acá para decirle a los militares asesinos que no nos olvidamos, que no los perdonamos y que no nos reconciliamos. Que exigimos justicia por nuestros 30 mil compañeros desaparecidos y por tantos otros millones que sufrieron las consecuencias de la implementación de sus políticas de exclusión. Que no nos satisfacen las autocríticas complacientes: queremos saber el destino que le dieron a cada uno de los compañeros que asesinaron. Que respaldamos con todas nuestras convicciones al Gobierno del Presidente Néstor Kirchner que ha puesto la memoria en los primeros lugares de la agenda política y social. Ya derogamos las leyes de Obediencia! Debida y Punto Final que garantizaban la impunidad para los cuadros medios y bajos de las fuerzas armadas. Hoy exigimos la derogación de los Indultos a las cúpulas militares que sancionara el ex presidente Menem en 1989. Somos jóvenes y nos sentimos herederos legítimos de la lucha que llevaron adelante esos 30 mil compañeros que hoy están ausentes físicamente, pero muy presentes en el espíritu nuestro y en la memoria colectiva. Por ellos, por el país que estamos reconstruyendo, por las convicciones y certezas que nos acompañan hoy y que nos acompañarán siempre, nos comprometemos públicamente a seguir el camino que ellos iniciaron, con las herramientas actuales de construcción, para hacer de Argentina la Patria Grande que ellos soñaron.